SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.21 issue1Formas comunes. Animalidad, cultura y biopolítica. Giorgi, Gabriel (2014). Buenos Aires: Eterna Cadencia, 302 pp.El cuidado infantil en el siglo XXI. Mujeres malabaristas en una sociedad desigual. Faur, Eleonor (2014) Buenos Aires: Siglo XXI, 272 pp. author indexsubject indexarticles search
Home Pagealphabetic serial listing  

Services on Demand

Journal

Article

Indicators

  • Have no cited articlesCited by SciELO

Related links

  • Have no similar articlesSimilars in SciELO

Share


Mora (Buenos Aires)

On-line version ISSN 1853-001X

Mora (B. Aires) vol.21 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires June 2015

 

RESEÑAS

La fantasía de la individualidad. Sobre la construcción sociohistórica del sujeto moderno. Hernando, Almudena (2012) Buenos Aires: Katz, 201 pp.

 

Luisina Bolla e Irma Colanzi  

Es muy difícil reseñar el último libro de Almudena Hernando sin advertir su originalidad. Advertir, en este caso, en el pleno sentido de la palabra: poniendo de relieve los aportes innovadores del libro, llamando la atención sobre su singularidad, y previniendo, al mismo tiempo, acerca de la dificultad para reducirlo y fijarlo en los límites de un comentario.

Partiendo de la especificidad de su formación,  la autora ­―que es antropóloga, doctora en Historia y especialista en Prehistoria, de la Universidad Complutense de Madrid― analiza lo que considera "orígenes del patriarcado" desde una perspectiva antropológica, tratándose, en verdad, de una arqueología en el sentido foucaultiano del concepto. Aún cuando da cuenta de la creación de artefactos culturales, no se limita a la descripción de estos hallazgos sino que, al decir de Foucault, los convierte en verdaderos monumentos de la construcción del sujeto de la modernidad. Y, pese a que esta "aproximación de arqueóloga" (p. 98) atraviesa profundamente la totalidad del libro, Hernando rebasa continuamente los límites estancos de la ortodoxia disciplinar al retomar conceptos provenientes de la antropología, la historia, la sociología y la filosofía, para entretejerlos en la construcción de sus hipótesis, que despliega de manera constante, abriendo interrogantes y planteando desde el inicio un diálogo polémico con otras teorías y autoras.

 La obra consta de once capítulos, el primero de los cuales, la "Presentación", hace las veces de introducción, y tiene un último capítulo de conclusiones. En el Cap. 1 explicita sus hipótesis generales ("Planteamientos generales"): "El brillante y emancipador futuro que la Ilustración preveía  se está desmoronando ante nuestra incrédula y atemorizada mirada porque fue diseñado conforme a una convicción falsa que aún pervive como sostenedora del orden social, de la ciencia clásica y de la identidad de los hombres (que rigen la sociedad)" (p. 25). Esta convicción falsa, cuyo apogeo coincide con el período ilustrado, es lo que denomina la "fantasía de la individualidad". El objetivo de la autora es visibilizar las bases sobre las que se sustenta la individualidad, develando los engaños sobre los cuales se asienta: en primer lugar, la convicción de que el individuo es completamente autónomo respecto de la comunidad; y en segundo lugar, la creencia en una razón autónoma, independiente de las emociones.

A continuación, propone una segunda hipótesis, relacionada con la anterior. La fantasía de la individualidad, como falsa autonomía del individuo respecto de sus emociones y del grupo, "se relaciona de manera intrínseca, indisociable y directa con la necesidad de subordinación de las mujeres" (p. 26). Según Hernando, la negación de los vínculos emocionales (y la subyacente escisión razón-emoción) constituye la clave sobre la cual se asienta el orden patriarcal. En este sentido, la autora propone la equivalencia entre ambos términos: "orden patriarcal" es comprendido como sinónimo de `orden disociado razón-emoción´.

El capítulo 2, titulado "Sexo y género", introduce una tesis fundamental de la obra, según la cual el concepto de "género" alude fundamentalmente a diferencias en el grado de individualización de varones y mujeres (p. 43). Es por ello que la investigadora prefiere no utilizar el término "género" al referirse a las "sociedades igualitarias" (Fried), donde el poder no parece definir las relaciones entre los sexos. Sin embargo, aún en las sociedades igualitarias existe una diferencia, a su juicio, ya no de poder sino de prestigio, fundada sobre una división sexual del trabajo.

En el capítulo 3, "El origen", indaga las bases de la formación del orden patriarcal. Basándose en las observaciones de Murdock, advierte una correlación entre la diferencia de prestigio acusada por las actividades eminentemente masculinas y el grado de movilidad y riesgo que las mismas implican. Esta diferencia de movilidad se vincula, según la autora, con el pasaje del Australopithecus al género Homo, transformación que asocia directamente al cambio genético denominado "neotenia B", que prolonga los tiempos de desarrollo de las crías. Su fragilidad obliga a una reestructuración de las relaciones sociales, que redunda ―según sostiene― en una reducción de la movilidad de las mujeres. Esa reducción de la movilidad, y no la maternidad per se, comienza progresivamente a establecer diferencias de poder entre varones y mujeres.

Según Hernando, la identidad es la contrapartida subjetiva del poder (o no) que la persona experimenta frente al mundo (p. 63). Este planteo da inicio al capítulo 4 -"La identidad relacional. O la identidad cuando no se tiene poder sobre el mundo"-, donde analiza la movilidad y la escritura como elementos que consolidan el discurso patriarcal. Las diferencias de movilidad, al redundar en un mayor control sobre el espacio circundante, van progresivamente convirtiéndose en diferencias identitarias entre varones y mujeres. La ruptura definitiva se identifica con el surgimiento de la individualidad, a partir del siglo XVII, a raíz de una serie de factores que posibilitan la potenciación de ciertos rasgos. Se consolida entonces un tipo de identidad altamente individualizada, que la antropóloga aborda en el capítulo 4 "La individualidad. O la identidad cuando se posee poder sobre el mundo". Según sostiene, la identidad individual es producto, en principio, de la exacerbación de la división sexual del trabajo, que permite que las personas comiencen a "concebirse a sí mismos como individuos, instancias de identidad aisladas y autosuficientes" (p. 88), en constraste con lo que sucede en las sociedades orales. En el capítulo 6 ―"La identidad relacional/identidad individualizada. La apariencia de las cosas"―, se apoya en su experiencia con comunidades indígenas americanas (Awá y Q'eqchí') para describir la que denomina "identidad relacional", donde la persona sólo se concibe a sí misma como parte de una totalidad más amplia, el grupo. La estrategia de la autora es analizar, desde el origen de las primeras organizaciones comunitarias hasta la actualidad, el mecanismo por el cual se ha constituido la identidad relacional asociada a las niñas.

De este modo, a partir del estudio de las sociedades de cazadores-recolectores se evidencia que la diferencia en clave de desigualdad se sustenta en las actividades de mayor desplazamiento que los hombres habrían asumido y que los obligaría a efectuar acciones que "exigirían mayor capacidad de decisión, [.] de asertividad y, en suma, una casi imperceptible mayor distancia emocional del mundo" (p. 82) lo que garantizaría el proceso de individualización.

Para sustentar sus hipótesis dedica los capítulos 7, 8 y 9 a la construcción del sujeto moderno y a la fantasía de individualidad, partiendo de la construcción de la "posición sujeto" que implica que los otros sean objeto de los propios deseos. En esta operación la escritura cobra un rol protagónico, en la medida en que propicia construcciones abstractas y procesos psicológicos superiores que no serían posibles en la oralidad (Ong, 1996; Havelock, 1996). Lo que ocurría con los sujetos no alfabetizados era la necesidad de recurrir a la experiencia concreta para la construcción de su pensamiento, a diferencia del aporte de la escritura en un doble nivel: a través de la emoción como ocurre en las sociedades orales, y por medio de la razón.

La escritura opera como "tecnología intelectual" alejando a los sujetos individualizados del nivel emocional y actuando como una modalidad de ejercicio de poder, que tiene un precio emocional que se sostiene a lo largo de la historia y responde "a la sensación de dominio y control de los fenómenos [que] debió compensar la pérdida emocional que supuso" (p. 97).

La identidad relacional y la identidad individualizada coexisten como bloques que operan de manera consciente e inconsciente, y cuyos mecanismos la autora explica centrándose en la operación de contradicción que suscita esto en el caso de las mujeres y el modo en que los varones invisibilizan la contradicción a un alto precio, en el caso de las masculinidades hegemónicas.

El discurso que invisibiliza las contradicciones de la individualidad masculina es el discurso patriarcal, que se vale de este tipo de posición subjetiva para idealizar la individualidad. Este planteo revela la riqueza multidisciplinar que sustenta la propuesta de la autora, en la medida que explica tanto la construcción del sujeto de la modernidad, como también los artilugios del sistema patriarcal, que en la actualidad se ven exacerbados por la idealización de la individualidad y el desprecio por la identidad relacional "porque la primera se asocia con el poder y la segunda con la impotencia" (p. 109).

La propuesta final de la obra comienza a esbozarse en el capítulo 7, donde empieza a visibilizarse el proceso que le permitió al orden patriarcal sostener la fantasía de poder en la que se basa. Éste tiene dos objetivos "la subordinación de las mujeres y la transformación lógica que guía nuestro orden social, que parece estar acelerando la tendencia hacia un descontrolado, desesperanzado y doliente futuro" (p. 111).

Con la consolidación de la modernidad, los hombres asumieron posiciones de poder que requirieron la negación de inseguridad, y como correlato la negación de tal contradicción. Esto puede pensarse, en línea con la proyección de la autora, como uno de los modos de legitimar las estrategias de subordinación de las mujeres, para lo que la razón instrumental dispuso de diversos discursos que hoy se plasman en la pedagogía de la crueldad (Segato, 2012) que se advierte en la violencia contra las mujeres.

El punto nodal de la argumentación de Hernando reside justamente en la opacidad de la disociación razón-emoción y en la negación de la importancia de la emoción para la supervivencia del grupo, en la fantasía de la individualidad.

El patriarcado hizo uso del argumento de la complementariedad de la identidad relacional y la identidad individualizada a fin de desplazar a las mujeres del orden público. Podría pensarse, siguiendo a la autora, que un mecanismo se sitúa en la construcción de la mujer como "enemigo", encarnada en la "bruja" y otras figuras mediante las cuales las mujeres fueron relegadas al encierro doméstico.

La efectividad simbólica del discurso patriarcal radica, entonces, en una operación de negación que impide comprender la coexistencia de la identidad relacional y la individualizada en todas las personas, junto con la opacidad de la individualidad dependiente, que les permite a los hombres anular la contradicción.

En el capítulo 10, "A vueltas con el sexo y con el género", Hernando apuesta a la construcción de la individualidad independiente que marque una ruptura con la posición de subordinación de las mujeres. Dicha identidad exige un reposicionamiento de las mujeres y la transformación de los modelos que reproducen la desigualdad a través de los procesos de socialización.

En suma, la autora realiza un recorte histórico para sustentar su planteo, construcción arbitraria que permite operacionalizar el concepto de la identidad relacional/identidad individualizada y la doble negación del patriarcado. En el capítulo 11, como conclusión, expone la necesidad de un desplazamiento del sujeto de la razón instrumental al sujeto de la razón crítica, que exige el aporte del feminismo para revertir el orden disociado del discurso patriarcal. Esta operación adolece de la rigurosidad que podría exigirse desde la Historia en primer término, y descuida avances en materia de investigaciones en campos como los estudios comparados en Psicología, donde se advierten aspectos de organización cognitivo cada vez más tempranos que cuestionarían la hipótesis de la movilidad como aspecto que asegura el desarrollo, así como también el lugar del lenguaje en la construcción del pensamiento, aspecto que se contrapone al planteo de la escritura como elemento sine qua non de la razón ilustrada.

Por otro lado, la posición anti-ilustrada de la autora -el cuestionamiento al individuo moderno, a la razón universal, al feminismo ilustrado (p. 173)- coexiste con asunciones de corte kantiano, tales como la postulación del tiempo y del espacio como parámetros fundamentales de organización de la experiencia humana (p. 33 [basándose en Elías, 1992]), acercándose a una concepción trascendental del sujeto. Esto genera tensiones, más aún cuando la autora parece presuponer cierta idea de progreso dialéctico, signado por movimientos negativos: de lo concreto-espacial a lo abstracto-temporal, de la relacionalidad a la individualidad, de la emocionalidad a la racionalidad, postulando finalmente un tercer momento sintético de conciliación de opuestos, que acabaría en la conjunción (algo utópica) de razón y emoción, de individuo y comunidad (p. 170-174).

Dichas tensiones, sin embargo, aparecen como la contracara de la riqueza multidisciplinar del libro, que apuesta, más que a la rigurosidad academicista, a la originalidad; que avanza desde la crítica hacia la propuesta constructiva, y que suma un innovador aporte a los intentos de explicar y revertir las desigualdades de género.