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Mora (Buenos Aires)

On-line version ISSN 1853-001X

Mora (B. Aires) vol.22 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires Dec. 2016

 

RESEÑAS

La razón neoliberal. Economías barrocas y pragmática popular

Gago, Verónica (2014)

Buenos Aires: Tinta Limón, 320 pp.

 

Lucas Martinelli

 

El neoliberalismo no debe entenderse solo como una mutación en el arte de gobernar, que con estrategias de acumulación modula las subjetividades desde arriba, sino también como una racionalidad y afectividad colectiva que hace proliferar desde abajo nuevos modos de vida al reorganizar las nociones de progreso, libertad, cálculo y obediencia. Más allá de las intervenciones macropolíticas que intentarían superarlo, uno de los propósitos de este libro es comprender desde un nivel molecular la articulación del mercado con las subjetividades populares y prácticas concretas en territorios de compleja organización. La feria, el taller textil, la villa y la fiesta son las situaciones que hacen posible una aproximación teórica sobre este particular ensamblaje político.

El mapeo de las economías populares es una forma de reconsiderar las mutaciones del neoliberalismo en un giro abierto por la crisis de su legitimidad como política estatal-institucional a partir de revueltas sociales recientes. Esta fase del capitalismo sobrevive como renovación de una forma extractiva que negocia beneficios de manera racional (el cálculo) en un contexto de desposesión. Los gobiernos progresistas de la región utilizan la renta extraordinaria del agrobusiness para financiar los subsidios sociales que incentivan el consumo como modo de integración y vehiculizan nuevos modos de intervencionismo que no inmunizan contra el neoliberalismo. En estas condiciones pensar el neoliberalismo desde abajo es pensarlo desde

una red de prácticas y saberes que asumen el cálculo como matriz subjetiva primordial y que funciona como motor de una poderosa economía popular que mixtura saberes comunitarios autogestivos e intimidad con el saber-hacer en la crisis como tecnología de una autoempresarialidad de masas. La fuerza del neoliberalismo así pensado acaba arraigando en los sectores que protagonizan la llamada economía informal como una pragmática vitalista (p. 12).

Por otro lado, se introduce el concepto de economías barrocas que refiere a:

(…) la composición estratégica de elementos microempresariales, con fórmulas de progreso popular, con capacidad de negociación y disputa de recursos estatales y eficaces en la superposición de vínculos de parentesco y de lealtad ligados al territorio así como formatos contractuales no tradicionales (p. 21).

Esto permite desprender problemáticas ligadas a la migración y sus efectos culturales, el desarrollo de las villas y las posibilidades de la pragmática popular. El anhelo de progreso personal y familiar se articula racionalmente con un repertorio de prácticas comunitarias que permite considerar a los sujetos de estas economías no como víctimas, sino como actores sociales que bajo la ideología del emprendedorismo se introducen en el espacio abierto por la desinversión sistemática de un Estado, que a pesar de sus transformaciones, persiste en una fase neoliberal o al menos (pos)neoliberal.

La Salada es la feria que se construye como frontera. Se trata de un espacio de lo social heterogéneo que territorialmente constituye un borde liminar entre el conurbano y la capital, la tierra y el agua, la rivera y la cornisa. La complejidad de La Salada cuestiona nociones dicotómicas como centro y periferia, comunidad y explotación, actividad empresarial y política, tradición e innovación. El altísimo costo de alquiler por metro cuadrado, que en algunos casos supera los precios de Puerto Madero, demuestra la complejidad de este espacio abigarrado en el que se superponen intereses entre la precariedad y la producción desmedida de riquezas.

La feria abre la posibilidad de consumo popular en un momento en el cual el consumo se vuelve el modo más veloz de inclusión social. Asimismo, replantea las diferencias entre el original y la copia: la ropa "de marca" y la ropa "trucha" se producen en los mismos talleres, lo que expone un desfasaje entre el deseo de consumo global y la gestión política de la escasez/exclusividad de bienes. Además, al valorizar elementos doméstico-comunitarios, se ponen en escena mutaciones del mundo laboral que lo desborda de las coordenadas clásicas (trabajo formal, asalariado, masculino, nacional, que percibe al individuo solo desvinculado de su hogar y sus relaciones de producción). De este modo, se estabiliza una desalarización formal migrante que activa microeconomías proletarias en función de ensamblajes a pequeña escala, base de una gran red transnacional de producción y comercio. La existencia de un ethos comunitario y sus consecuentes saberes y tradiciones proveniente en gran medida de la historia indígena de Bolivia funciona

como recurso para el aprovechamiento de una mano de obra barata y dispuesta a una flexibilidad extrema y como recurso de organización barrial autogestiva. Tal experiencia se traduce en términos de capital comunitario, ambiguo en la medida que es simultáneamente explotado por los talleres textiles clandestinos como por experiencias de autogestión urbana (p. 94).

El migrante como inversor de sí pone en juego estos imaginarios y subjetividades en una recolocación territorial estratégica que reorganiza el espacio urbano en el marco de un profuso tejido de redes familiares, festivas y comerciales: "Lo comunitario deviene en su laboralización, fuente de una polivalencia pragmática, transfronteriza, capaz de adaptación e invención" (p. 137).

La situación que ejemplifica la mayor conflictividad respecto al trabajo comunitario es la del taller textil clandestino, porque resulta el núcleo de una trama económica que enlaza la feria y la villa con circuitos comerciales, lazos de confianza y parentesco. Se trata de talleres-dormitorios en los que las y los costureros viven en condiciones de subordinación y confinamiento, sustraídos de toda visibilidad pública. La denominación de clandestinos refiere a varias cuestiones que no siempre se tornan nítidas y generan un campo de discusión entre los actores sociales implicados. La nomenclatura puede aludir a: las condiciones irregulares de documentación (desde irregular hasta inexistente), la situación tributaria, la temporalidad ambigua que rige su funcionamiento (más de doce horas con turnos rotativos) o que directamente devienen objeto de denuncia judicial por trata de personas con fines de explotación laboral. Los talleres se vuelven dispositivos de reterritorialización que arman nuevos tipos de comunidad, una mixtura de hogar-empresa, en ciudades desconocidas por las trabajadoras y los trabajadores.

 La economía del taller no se circunscribe a él. Incluye una constelación de instituciones: radios, boliches, empresas de transporte y de remesas, clínicas, ciertos barrios, arreglos (implícitos y/o clandestinos y explícitos y/o legales) con las autoridades (policiales, municipales, estatales), y se replican (aunque de modo diverso) a otros oficios/labores: quinteros/as, fileteadores, verduleras, albañiles, trabajadores rurales (p. 146).

Existen tres argumentos que colaboran en la invisibilización del taller textil clandestino. El primero, de corte cultural, tiende a establecer una continuidad entre las comunidades familiares y el ayllu (estructura laboral de raíz histórica ancestral fundada en valores de reciprocidad y horizontalidad) con las nuevas modalidades de explotación. Este aspecto permitió determinados fallos judiciales que sobreseyeron directivos de empresas de indumentaria acusados de contratar inmigrantes indocumentados en condiciones de máxima precarización laboral. El segundo consiste en que no existe una definición legal estricta del trabajo esclavo, imposibilitando un encuadre jurídico para lo que sucede en los talleres. Por último, el tercero trata sobre una victimización e infantilización de los trabajadores migrantes que incluye la condena de estas economías así como la denuncia de su funcionamiento. "La mayoría de los trabajadores textiles aspira a convertirse en dueños. (…) Evidentemente, esta lógica de proliferación 'desde adentro' de los talleres tensiona y problematiza la noción de 'trabajo esclavo' con que se los caracteriza" (p. 173).

La villa se presenta como el tercer espacio articulador entre la feria y el taller. Las viviendas que tradicionalmente eran asentamientos de chapa y cartón, en la actualidad la construcción con ladrillos les permitió un crecimiento vertical por superposición transformador de la fisonomía de la ciudad. La villa forma parte de la ciudad y a la vez se le opone como un afuera monstruoso. Este pliegue urbano interno y extraño aumenta su dimensión demográfica en los períodos de mayor crecimiento económico. Se desmitifica la idea de que las villas crecen con la crisis, sino que "el progreso produce más villas" (p. 247).

En este cuadro, la fiesta (principalmente religiosa y dedicada a "la Virgen") se piensa como un dispositivo comunitario dinamizador de los recursos que funciona regulando el pase migratorio de los actores en los intercambios transnacionales y visibilizando un tipo de organización legítima en la villa.

El panorama que plantea Verónica Gago es un panorama sobre la exclusión en el que desarrolla las prácticas arraigadas en el centro de la dinámica social para comprender la razón de aquellos que no tienen parte, y de este modo, desentrañar las fuerzas heterogéneas, contingentes y ambiguas que sostienen los modelos económicos que aún nos oprimen.

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