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Mora (Buenos Aires)

versión On-line ISSN 1853-001X

Mora (B. Aires) vol.23 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jul. 2017

 

RESEÑAS

Sitios de la memoria: México Post 68
Castro Ricalde, Maricruz y Szurmuk, Mónica (Coord.). (2014)
Santiago de Chile: Cuarto Propio, 390 pp.

Gabriela Polit Dueñas

El volumen es el resultado de dos encuentros que las compiladoras organizaron con el objetivo de reflexionar respecto a la memoria en México después de los eventos del año 1968, como indica el título. El primer encuentro fue en el 2008 en el Instituto Mora de la Ciudad de México y el segundo tomó lugar al año siguiente, en San Luis Potosí. En ellos, los autores además de discutir y comentar sus trabajos, leyeron a autores clásicos que han escrito sobre la memoria, material que las coordinadoras distribuyeron antes de cada encuentro. Esto explica no solo que la dinámica que subyace al volumen es la de un diálogo, sino que existe en el libro un fuerte hilo conductor entre los artículos que lo integran. Las excepciones son las contribuciones de Nora y de Felman, cuyos artículos se tradujeron ad-hoc como introducción al volumen.

Aunque el libro se publicó en el 2014 es importante recalcar que los encuentros se llevaron a cabo en el 2008 y 2009, fechas en las que el discurso respecto a lo que sucede actualmente en México todavía no tomaba el giro que tomó un par de años después, cuando las catástrofes de la guerra contra el narcotráfico se hicieron evidentes. Por mencionar algunos momentos sobresalientes, todavía no había sucedido la masacre de los 72 migrantes, no habían asesinado a los estudiantes en Juárez y, por supuesto, tampoco habían desaparecido los normalistas de Ayotzinapa. Menciono únicamente estos eventos dejando muchos otros de lado porque en México la memoria parece ser una cuestión pasajera, efímera incluso, como bien lo explican las coordinadoras a través de Pierre Nora en el artículo que da título a esta antología. Vivimos de una forma vertiginosa no solo por el bombardeo de información y de opiniones que circulan en las redes sociales, sino porque no se termina de procesar un evento violento cuando enseguida el siguiente nos sacude para actualizar una nueva forma de barbarie.

La barbarie no da tiempo para fijar el evento en el archivo, no permite una reflexión que lleve a la comprensión de lo que pasó para trazar un hilo conductor entre un antes y un después, entre una causa y un efecto, sino que elimina la elaboración de una cronología. Shoshana Felman, una de las autoras, hace referencia al estado de silencio en el que cae Walter Benjamin por la naturaleza de los acontecimientos que vive. Felman dice que para Benjamin es tan brutal la experiencia que no él no logra nombrarlos ni si quiera como una forma de testimonio. A esa reflexión sobre el período entre guerras que padeció Benjamin podríamos sumar, desde lo contemporáneo, que los acontecimientos son tan brutales y tan frecuentes que no nos dan tiempo para nombrarlos.

Aunque el momento del período de Entreguerras en el que vive Benjamin es muy distinto al que vivimos ahora, las reflexiones de Felman nos hacen pensar en el acontecimiento en sí mismo: nos invitan a fijarlo en un momento específico para darle cabida en el archivo, a pensar en él no como un repositorio de fechas, de eventos y nombres, sino como el lugar del origen, de la autoridad de quienes lo guardan y por lo tanto, como lo que tiene sentido solo en tanto entra en diálogo. Al increpar el archivo desde el repertorio (como propone Diana Taylor, 2003) y como lo hacen las coordinadoras con este volumen, encontraremos que en los intersticios que quedan fuera de lo que se codifica como memoria oficial hay formas alternativas de experimentar, de vivir, de representar y de deconstruir la memoria y con ello replantear el presente. Eso es lo que nos invita a pensar Andreas Huyssen en su trabajo dentro de la obra.

Ese material es el que Szurmuk y Castro juntaron en este libro: una serie de lecturas que increpan desde la performance de varias formas de arte lo que aconteció en 1968, para entender mejor lo que de otra manera no termina de tener sentido: el horror del presente. Ellas hablan del año 1968 como un parte aguas en la historia mexicana y las voces que lo investigan, lo analizan, lo describen, lo increpan, lo deconstruyen están en el análisis de la planeación urbana en el trabajo de Graciela de Garay, en el del relato fotográfico del artículo de Alberto del Castillo, en el estudio de la ficción en las contribuciones de Mónica Szurmuk y Estelle Tarica, el análisis del cine y del documental en los trabajos de Maricruz Castro, Debra Castillo y Ute Seydel y en el recorrido sobre una obra plástica en el trabajo de mi autoría.

Todos estos artículos aluden a la idea de que no podemos entender las formas de violencia que vivimos ahora si no entendemos la herencia que dejó la Guerra Fría, de cuya brutalidad el año 1968 marca uno de los momentos más duros y evidentes. Pero paradójicamente, es también uno de los acontecimientos más silenciados.

En el 2007, cuando viajé a Culiacán para escribir el artículo incluido en este volumen, llegaba el ejército que había enviado Felipe Calderón, pero los culichis en ese momento veían con escepticismo el recorrido de los tanques por las calles de su ciudad. Para ellos era otra puesta en escena, como tantas otras que se habían orquestado desde Los Pinos para mandar un mensaje de que esta vez sí, se iba a pelear contra el narcotráfico. Nadie podía imaginar lo que se venía. Por el contrario, de lo que todos hablaban era de la marca del trauma que había dejado la incursión del ejército en las zonas rurales de ese Estado en los años 1970, cuando se llevó a cabo la Operación Cóndor dirigida por Jesús Hernández Toledo, quien había organizado la Matanza de Tlatelolco, esa vez con un doble fin: acabar con la guerrilla y con los plantíos de marihuana. Ahí en la Sierra Madre se juntaron, quizá por primera vez o de manera evidente, las dos guerras que han marcado nuestra historia en estos setenta años: la Guerra Fría y la guerra contra las drogas. Dos emprendimientos bélicos frutos de una política hemisférica cuyos muertos están de este lado. Quizá sin advertirlo, los primeros en darse cuenta de eso fueron los culichis que en el 2007, al ver al ejército entrar en su ciudad, lo que reclamaban era memoria.

Recuerdo que cuando llegué al cuarto de mi hotel, prendí la televisión y vi a un hombre del ejército diciendo que entrarían a los pueblos de la Sierra Madre, pero que tendrían mucha precaución de preservar los derechos humanos. El oxímoron del militar justificando una incursión armada y hablando de derechos humanos, fue para mí un presagio, como los que solo existen en las obras de ficción.

La pertinencia de este libro, como el ángel de Benjamin en su Tesis sobre la filosofía de la historia cuyo dorso se dirige hacia el frente mientras su mirada apunta hacia atrás, es mostrarnos a través del diálogo -lo que hace de la memoria un sitio compartido- que necesitamos mirar el pasado para entender el presente.

En su introducción las encargadas de la obra sugieren además, que el año 1968 es el momento de resquebrajamiento del Partido Revolucionario Institucional (PRI), el principio del fin de un partido que de ahí en adelante debía repensarse a sí mismo. Cuando escribíamos los ensayos incluidos en este volumen todavía el país estaba bajo el gobierno del Partido de Acción Nacional (PAN) y hablábamos de la violencia del narcotráfico, en igual manera en que lo hizo hasta el hartazgo la prensa en ese sexenio, como "la guerra de Calderón". Le pertenecía de manera tan contundente y absoluta la guerra a Felipe Calderón, presidente de México durante el período 2006-2012, que no supimos mirar lo que pasaba en cada región y no supimos reconocer que los muertos no se distribuían de la misma manera en todas las ciudades del país ni en todos los Estados, como tampoco los curules (es decir, el asiento o sitial que ocupa cada uno de los electos en un cuerpo colegiado, tal como un parlamento o un consejo) en los partidos políticos en los diferentes Estados. La administración panista llegó a su fin y los muertos y los desaparecidos no han dado tregua, solo que ahora son otras las regiones en disputa: la localidad de Ayotzinapa, por ejemplo, pertenece al PRI. En su artículo, Ute Seydel ofrece claves importantes para entender la complejidad de las desapariciones de los estudiantes en el Estado de Guerrero.

Por otro lado, las pautas con las que Graciela de Garay interpreta el debate de las Torres de Satélite -que surge cuando Enrique Peña Nieto era gobernador y se discutía la necesidad de construir una vía a Querétaro- abre preguntas sobre las posibles lecturas del escándalo que constituye en este sentido la Casa Blanca : acaso esta construcción se volverá el sitio de la memoria de la época que vivimos. Una lectura del diseño de esa casa, de la distribución del espacio íntimo, dará cuenta de que tanto la construcción, como su decoración, no dejan rastros humanos. Su estética es justamente eso: la ausencia de lo humano, y la afirmación de la no ética o la nueva cara del poder.

En más de un sentido este libro tiene una enorme pertinencia. El ordenamiento de las imágenes, la composición plástica que conforman es una manera de organizar el acontecimiento, de programar su lectura, como muestra Alberto del Castillo con la fotografía, Maricruz Castro con el documental, Debra Castillo con el cine y esta autora con la pintura. Y pese a que vivimos en un momento de apogeo de la no ficción, la ficción sigue siendo el discurso que mejor interpela a la realidad. La no ficción es necesaria porque nos la muestra, la denuncia, la aclara, pero la ficción, como proponen Estelle Tarica y Mónica Szurmuk, la interroga, la interpreta y explora una lógica de la que ni los mismos actores son conscientes.

Como nota final, vale decir que el título Sitios de la memoria, tomada de la frase de Pierre Nora, es un acierto de las editoras, así como la maravillosa imagen de María Ezcurra que escogieron para la portada.

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