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Mora (Buenos Aires)

versión On-line ISSN 1853-001X

Mora (B. Aires) vol.23 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires dic. 2017

 

DOSSIER

María Rosa Oliver y la utopía

 

José Amícola
Universidad Nacional de La Plata


Resumen:
El presente artículo trata de indagar en una cuestión poco investigada acerca de la personalidad de María Rosa Oliver: su compromiso político a la par de su compromiso estético. La coincidencia de su trayectoria con aquella recorrida por Victoria Ocampo permite contrastar las actividades de estas dos femmes de lettres, especialmente en lo que respecta a la profundidad de los ideales de Oliver frente a cierta banalidad de las expresiones políticas (y quizás también estéticas) de la directora de la revista Sur. El gran momento de tensión de la Guerra Fría que María Rosa Oliver presenció desde un lugar destacado de la agenda política, permite, también, considerar lo que sus intentos de producir un entendimiento entre los pueblos no pudieron lograr. El desmoronamiento de la URSS en 1991 produjo un cambio en el equilibrio internacional que María Rosa Oliver, desde su mentalidad utópica, no podría haber vislumbrado ni aceptado. La sensación que deja su accionar es, por ello, sumamente paradójica y quizás patética si se considera su figura de mujer de la periferia y minusválida luchando contra las fuerzas de Goliat.

Palabras clave: Utopía; Sur; Guerra Fría; Entendimiento entre las naciones.

Abstract:
The present article pretends to focus on a question that has not been enough treated in the case of María Rosa Oliver's personality; I mean: her political commitment that ran together with her aesthetical commitment. The coincidence of her itinerary with the one described by Victoria Ocampo allows to consider the activities of these two femmes de lettres in contrast, especially in what we can call the profundity of ideals by María Rosa Oliver, in front of certain banality in the questions of political considerations (but also may be in her aesthetical reasons) by the director of the Sur magazine. The great period of tension of the Cold War that has found María Rosa Oliver occupying an active and central place permits us to consider now how vain had been her purposes to produce some possibility of a people understanding. The crumbling down of the Soviet Union in 1991 has produced a change in the international balance which María Rosa Oliver, thanks to her utopic mind, would not have foreseen and nor less accepted. The feeling that her activities would leave to us is, therefore, are somehow paradoxical and also, may be, pathetical, if you consider her profile as a woman from the periphery of the world and as a minus-valid fighting against Goliath's forces.

Keywords: Utopy; Sur; Cold War; people understanding


 

Ya ha llegado la hora para la multitud de no ser más un rebaño al que se esquila hasta la carne, al que se engulle o al que se obliga a engullirse a sí mismo. No más señores, no más antropófagos, no más explotados. Equidad, lealtad, honradez, sinceridad, siempre y en todas partes. Que cada uno tenga su función, que la ejerza a conciencia y que le haga vivir feliz, nada más, ya que es necesaria la felicidad para todos, repartida equitativamente.

Gracchus Babeuf de una carta a su amigo Charles Germain,
10 de Termidor del Año III
[28 de julio de 1795].

En el fragmento de Babeuf, la idea de que la felicidad es como una torta que puede repartirse con equidad es lo que yo llamaría una perla del pensamiento utópico. Para bien o para mal, el utopismo fue una vertiente del idealismo dieciochesco que acompañó a la Revolución Francesa y que llegó, sin muchos cambios, a nuestro Che Guevara, quien en muchos sentidos podría ser considerado la personalidad más emblemática de la utopía en el siglo XX. Los eventos vividos en las últimas décadas muestran más que nunca qué controvertidas pueden ser sus consecuencias. Los proyectos de Trotsky y Lenin experimentan ahora un profundo desprestigio, acompañado, en la sociedad rusa, por niveles de conservadurismo en muchos casos anteriores a los marcados por el hito revolucionario. Después de setenta años de régimen socialista, en la Federación Rusa no se engendró el "Hombre Nuevo" y menos aún, la "Mujer Nueva", tal como esperaba el pensamiento utópico. Como se muestra en la novela de Mijaíl Bulgákov, El maestro y Margarita, escrita en los años treinta, los sóviets habrían sido tan solo una locura colectiva. Hoy en día, entretanto, el dios Consumo reina sobre las mujeres y los hombres rusos. Sin embargo, lo que me parece más grave es que los conceptos de Igualdad y Estado" son ridiculizados en el discurso cotidiano. Ahora, la creencia de que la pobreza pueda desaparecer del mundo no tiene allí ningún consenso.

Los bastiones de lo que fuera la construcción institucional de los sóviets parecen, a los ojos actuales, elementos grises creados por demagogia, aunque las instalaciones de antaño (edificios gubernamentales, universidades, escuelas, metro) se sigan utilizando. La libre empresa y la idea de que el rico se merece lo que tiene, aunque se base en la corrupción, son ahora lugares comúnmente aceptados. En muchos sentidos, según mi opinión, Rusia se encuentra en este momento de su historia en un estadio en el que los procesos revolucionarios parecen obliterados por la reacción que los anula. Por esto, allí es un lugar común decir que la Unión Soviética, ganó la Segunda Guerra Mundial contra el nazismo, pero perdió la Guerra Fría contra los Estados Unidos. No es de extrañar que el modelo que hoy impera en la Federación Rusa sea semejante al del hombre medio estadounidense: un individualismo excluyente en el que la solidaridad es una mala palabra.

Y de aquí parto para indagar la especial coyuntura político-espiritual que le tocó vivir a María Rosa Oliver a comienzos de la década del cuarenta, en la que devino una utopista; algo que, desde nuestro momento histórico, no podemos dejar de mirar con cierta tristeza. Por supuesto, en el seno de un coloquio sobre su figura, nuestra tarea de rescate de esta personalidad -opacada por la de Victoria Ocampo- no puede dejar de poner el acento en los caminos que se bifurcan en las vidas de estas mujeres con un origen común, pero de signo opuesto: "la mujer de armas llevar" y "la de armas soportar".

Salidas de la misma cuna, queriendo ambas dar como autodidactas su versión de la historia que vivieron sin más bagaje que la educación casera y paternalista de los estancieros pampeanos, habiéndose codeado con lo más granado de la cultura universal, siguieron, sin embargo, derroteros diferentes: una vivió bajo el signo de la parálisis y la minusvalía, mientras que la otra alcanzó los mayores reconocimientos públicos. Para reforzar esta idea, hay que recordar que el Premio Lenin que obtuvo María Rosa Oliver no solo se ha dejado de otorgar, sino que su historia es vilipendiada en la propia Rusia como un hecho político banal. Tal vez este dato pueda servir de parámetro para los cambios que han traído las últimas décadas. ¿Qué ha quedado de la utopía americana y de la soviética? Bien poco. En este sentido, mi exposición está signada por la misma nostalgia que nos produce la lectura de la obra de María Rosa Oliver; una figura tan parecida y tan diferente a la encarnada por la directora de Sur.

En sus cartas al presbítero Eugenio Guasta, María Rosa se expresaba de modo claro frente a ese antagonismo, pues al escuchar a Victoria Ocampo hablar sobre Gandhi en 1969, ella escribió en privado esta frase lapidaria sobre la conferencia: "enumeró verdades a enunciar, de poca monta y muy personales" (Oliver, 2011: 72). Me interesa, pues, empezar por este contraste.

Los primeros tomos del testimonio de ambas autoras son, en general, bastante similares, salvo por algunas discrepancias en que se aprecia la conciencia social típica de María Rosa Oliver. Por ello, Álvaro Fernández Bravo, en su artículo de este mismo dossier, describe a la autora en una "posición descentrada". Por nuestra parte, parece insoslayable no asociar esta clasificación con el título de la pieza de teatro de Salvadora Medina Onrubia, que por la década del treinta define como "Las descentradas" a una cierta vanguardia femenina argentina en crecimiento. Por otra parte, los descentramientos de Victoria Ocampo y de María Rosa Oliver con respecto a las expectativas de su clase social difieren en un aspecto, en apariencia, nimio: la primera obtuvo su gran visibilidad social gracias a la mostración snob; mientras que María Rosa Oliver, en cambio, se atenía al principio tan anglófilo del understatement, ubicándose en la sombra, inclusive desde su trabajo en la redacción de Sur, que muchas veces quedaba invisible en su cometido de corregir, traducir y mejorar textos de otros. No es de extrañar, entonces, que Victoria Ocampo también pasara por malos momentos en su afán de querer llevarse el mundo por delante, así fuera inmiscuyéndose en la vida de Virginia Woolf o coqueteando con el Conde de Keyserling. Como analicé en otra oportunidad, la directora de Sur se afianzó en el género autobiográfico, poniéndole su nombre a un género ocupado por varones (Amícola, 2007: 203 y ss.). María Rosa Oliver dejó una obra más concisa, pero no menos atrayente, a la que, en mi opinión, ha llegado la hora de prestarle oídos.

Con una evidente capacidad de manejo de la pluma y de los recuerdos, María Rosa Oliver no solo escribió memorias (el género permitido a las damas como testigos oculares de sucesos ocurridos a los otros, según se dio en el siglo XVII francés), sino que indagó en lo que le ocurrió a ella misma, tendiendo siempre en sus testimonios una red para entender lo que su época le había asignado. En primera instancia, y desde la infancia, a diferencia de lo que le ocurrió a Victoria Ocampo, María Rosa Oliver nunca pudo poner en sordina su toma de conciencia. Es decir, el convencimiento de que los privilegios de la clase en la que había nacido era un tema sobre el que tenía el deber de interrogarse; como el momento en que descubre lo peligroso que es lo que su niñera le tiende como programa de vida, al escribir:

"Era, a la vez, como si quisieran meterme en un juego lleno de trampas, inmovilizarme como mosca enredada en una telaraña y obligarme a dar vueltas en un laberinto con límites fijados no sabía por quien ni para qué", pues "Mi inocencia no era, sin embargo, total: sentía que había nacido y estaba entre la gente que era, o se creía, dueña del país". (Oliver 1965: 43 y 105).

En una reflexión del último tomo de su autobiografía, lo más peculiar de la contribución literaria de María Rosa Oliver es, en mi opinión, la confesión de su relación con lo que los franceses denominan l'esprit de l'escalier (Oliver, 1982: 297); queriendo expresar con ello la capacidad de algunas personas de tener la respuesta justa cuando ya es tarde, cuando están abandonando la casa en donde ha tenido lugar el debate. Para mí, esta cualidad no sería tan negativa, y creo que María Rosa Oliver la poseía, en el sentido en que razonaba sobre todo lo que se le presentaba de una manera continua y profunda. Poseer l'esprit de l'escalier no es, entonces, ser superficial, sino volver al pensamiento de los demás y permitir la maduración de las ideas.

Cuando María Rosa Oliver escribe el último tomo de su autobiografía, colocándole ese título tan utopista, dedica la parte del león (unas dos terceras partes) a la historia de su permanencia en EE.UU. Este momento (de 1941 a 1944) está signado en su autobiografía por la importancia del papel que cumplirá en ese país gracias a la personalidad de Henry A. Wallace (1888-1965), quien, como vicepresidente de Franklin Delano Roosevelt, le ha solicita que acepte el cargo de asesora latinoamericana. Es importante señalar aquí que esos tres años marcan una especie de primavera dentro del devenir de la Segunda Guerra Mundial en la política latinoamericana estadounidense. No es de extrañar que como embajadora latinoamericana, María Rosa Oliver contara en su haber el hecho de ser argentina; algo muy significativo, ya que nuestro país se mostró en el correr de sus relaciones con EE.UU. como el territorio más reacio a acatar los designios unilaterales del coloso del Norte.

Ahora bien, la paulatina avanzada del ala conservadora en EE.UU. hacia el final de la Segunda Guerra Mundial causa un drástico retroceso en el intento de lograr un mayor entendimiento con Latinoamérica. No hay que olvidar que, junto al progresista Wallace, ya obraba desde principio de la década del cuarenta un personaje como Nelson Rockefeller, la mano derecha de vicepresidente. La aparición de Rockefeller en ese panorama con aires de cambio puede indicar que nos hallamos ante el germen de lo que vendrá. El progresismo es vencido con la muerte de Franklin Roosevelt y la estrella ascendente de Harry S. Truman, lo hará llegar a la presidencia en los años siguientes, marcando el período negro de la posguerra y la persecución política de lo que en términos americanos parecía "la izquierda".

La tarea de esclarecimiento que lleva a cabo María Rosa Oliver acerca de qué es Latinoamérica dentro de las oficinas estatales norteamericanas en ese corto período de la guerra es, por ello, y hasta cierto punto, no solo efímera sino también controvertida. Ella misma será la primera que verá sus propias limitaciones en un medio evidentemente hostil al aprendizaje de buena vecindad. Hay muchos ejemplos de la lucidez de María Rosa Oliver en sus escritos autobiográficos; como cuando se da cuenta, en plena guerra, de que el racismo norteamericano contra los negros no es la mejor garantía para luchar contra el racismo de Hitler (Oliver, 1982: 151). También percibe, al fin de su estancia en el Norte, que la propaganda antiperonista que EE.UU. difunde con su estampillado de "fascismo" es marcadamente interesada: la potencia no denuncia las ideas profascistas del gobierno irlandés del momento porque no puede granjearse la enemistad de los inmigrantes irlandeses que viven en su suelo (Oliver, 1982: 235-236). Su inocencia en terreno económico cesa también cuando se da cuenta de que los norteamericanos quieren expulsar de los negocios del Cono Sur a Inglaterra, su propio aliado en la guerra (Oliver, 1982: 193).

En mi opinión, uno de los más flagrantes ejemplos de la controvertida misión de esclarecimiento (fallida) de María Rosa Oliver en Estados Unidos, puede verse en el caso de la famosa película Gilda, que se estrena en 1946 y que representa el ambiente antiprimaveral capitaneado por la figura de Rockefeller. En efecto, Gilda está pensada como un castigo a la Argentina, que había pretendido hacer una política apartada de los dictámenes norteamericanos y que aparece en el film con una capital, Buenos Aires, emblematizada en sus garitos de juego y corrupción.

En este sentido, Oliver vive otras experiencias que le develan hasta qué punto su cometido había sido trastocado y desvirtuado: en su camino de regreso a la Argentina, ve cómo una película rodada en Estados Unidos para difundir en México la campaña contra el analfabetismo -y que ha sido confiada a la empresa Disney-, lleva, contra sus propias sugerencias ante Rockefeller, un marcado tinte político que presenta al país difusor como el poderoso que se aviene a enseñar al país menor (Oliver, 1982: 352).

Nelson Aldrich Rockefeller (1908-1979) era, por la época en que María Rosa Oliver tuvo que trabar contacto con él, un joven político republicano que había encontrado un lugar en la administración demócrata de Franklin Roosevelt. Rockefeller había sido ascendido a coordinador de los asuntos interamericanos gracias a su dominio del castellano que había aprendido en Venezuela, donde su familia era accionaria petrolera de la Standard Oil Company. Desde ese puesto era, necesariamente, el primer interlocutor de María Rosa Oliver. En 1944, Rockefeller supera la propia carrera ascendente del vicepresidente Wallace, llegando a ser uno de los secretarios del Estado de Franklin Roosevelt. Como se sabe, su trayectoria posterior estuvo signada por un conservadurismo que no había ocultado en su juventud. Rockefeller, sin embargo, no pudo lograr el sueño de ser presidente de los Estados Unidos, porque otro republicano más eficiente, Nixon, se interpuso en su camino. Con ese tipo de madera tuvo que lidiar María Rosa Oliver. No es demasiado arriesgado pensar que la administración norteamericana, con la cálida anuencia de Wallace, la haya utilizado para mostrar la cara de buena vecindad, que duró realmente poco.

Hay otro punto que me interesaría discutir en el seno de este coloquio, además del asunto de la utopía. Se trata del presunto feminismo de María Rosa Oliver, que algunos colegas sostienen. Es cierto que nuestra homenajeada tenía claro, también, el papel subordinado de la mujer en los ámbitos de alta decisión en los que circulaba. Hoy llamaríamos a estas anotaciones una percepción "de género" (Oliver, 1982: 166). Sin embargo, como muchos izquierdistas de mediados del siglo XX, Oliver estaba convencida de que había que librar una batalla a nivel de las clases sociales, según lo detalla la vulgata marxista. La injusticia contra las mujeres parecía siempre un daño colateral que desaparecía junto con las otras injusticias como en un efecto de carambolage. En ese sentido, su batalla por la igualdad femenina queda detrás de la de Victoria Ocampo, quien a su vez no tenía ninguna conciencia social. Aquí no puedo pensar más que en ejemplos literarios, como cuando en Pubis Angelical, de Manuel Puig, se hace notar que el feminismo del siglo XX en México es liderado por las damas de clase alta y no necesariamente socialistas.

Con respecto al tema de la igualdad, tan inveterado en el pensamiento de María Rosa Oliver, es interesante resaltar una observación suya con respecto al racionamiento del tiempo de la guerra en Inglaterra. Nuestra homenajeada observa, justamente, que el hecho de que en ese período se alimentara a todos los niños por igual había producido la ventaja de darles a todos ellos un mínimo muy saludable (Oliver, 1982: 169). En esta observación se advierte una gran diferencia respecto de lo que podrían haber notado otras damas de nuestra sociedad.

Quiero detenerme ahora en un punto diferencial de lo que las clases altas sintieron por aquellas décadas en las que vivió María Rosa Oliver. Me refiero al peronismo. Como ya se dijo, Oliver desconfió desde el principio de la etiqueta de fascista del gobierno peronista. En un pasaje de su autobiografía, cuenta que le sugiere a un empleado norteamericano subir el puntero hacia el norte en el mapa, en su exposición que pretendía marcar los fascismos del continente americano. En contra de la oligarquía pampeana, a la que ella también pertenece, María Rosa Oliver mira a las masas peronistas con menos desconfianza que sus compañeros de Sur y, por ello, no le satisface marcar cada gesto político del peronismo como "pura demagogia", como hacen sus iguales. En este sentido, es significativo cómo declara su mea culpa en el caso del histórico frente antiperonista que se formó en 1945 y que fue liderado nada menos que por el embajador estadounidense Braden. En su análisis del hecho, Oliver se da cuenta de que las izquierdas también fueron arrastradas a la oposición por culpa de la propaganda norteamericana (Oliver, 1982: 406). Tal vez, el propio izquierdismo de María Rosa Oliver, o lo que a mediados del siglo XX parecía tal, podría haber tenido otro cauce si en la Argentina hubiera existido un movimiento religioso de corte progresista. Su larga relación epistolar con Eugenio Guasta y su entusiasmo por la teología de la liberación se explica también en su hondo humanismo, que es la verdadera plataforma sobre la que se apoya su excepcional personalidad. Sus reflexiones autobiográficas deberían ser consideradas, sin lugar a dudas, una de las contribuciones más interesantes de una mujer que a mediados del siglo XX fue capaz de devenir un agente de cambio social, o, en el vocabulario de Judith Butler, una portadora de "agencia". Sus escritos no son simples memorias circunstanciales de una mujer que ocultara su personalidad para hacer hincapié sobre los sucesos que pudo espiar desde las bambalinas. Los datos de aquello que María Rosa vivió están avalados por una constante reflexión del rol que le cabe en cada hecho y, por ello, al leerlos notamos en qué medida su autobiografía se extiende de manera corporal con el sentimiento de ese estar ahí y colaborar para que las cosas rueden en un sentido o en otro.

Si el enorme compromiso de María Rosa Oliver ha sido con la utopía por un mundo mejor, aquí, en esta exposición en la que he tratado de mostrar el fracaso del pensamiento utópico, como nos lo pintó Babeuf, también me resulta imprescindible señalar a modo de cierre mi honda convicción de que la utopía es necesaria. Gracias a ella, a la larga, podrá llegar el cambio.

Bibliografía

1. Amícola, J. (2007). Autobiografía como autofiguración. Rosario, Beatriz Viterbo.         [ Links ]

2. Babeuf, G. (1965). Realismo y utopía en la Revolución Francesa. Barcelona, Península.         [ Links ]

3. Medina Onrubia, S., Las descentradas, Buenos Aires, Tantalia, 2006.         [ Links ] Oliver, M. R. (1965). Mundo, mi casa. Buenos Aires, de la Flor.         [ Links ]

4. Medina Onrubia, S. ([1982] 2008). Mi fe es el hombre. Buenos Aires, Biblioteca Nacional.         [ Links ]

5. Medina Onrubia, S. (2011). Correspondencia 1960-1976 con Eugenio Guasta. Buenos Aires, Sur.         [ Links ]

6. Puig, M. (1979). Pubis angelical. Barcelona, Seix Barral.         [ Links ]

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