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Mora (Buenos Aires)

On-line version ISSN 1853-001X

Mora (B. Aires) vol.23 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires Dec. 2017

 

DOSSIER

María Rosa Oliver en las redes comunistas del siglo1

Álvaro Fernández Bravo
CONICET

 


Resumen:
Este trabajo examina la trayectoria ideológica de María Rosa Oliver desde el liberalismo antifascista que abrazó durante Segunda Guerra Mundial -y en particular a partir de la Guerra Civil Española- hasta la fractura de la causa aliada durante la segunda posguerra. En diálogo con algunas ideas de Alain Badiou, pero también de Bruno Bosteels, Susan Buck-Morss, Jean-Luc Nancy y otros investigadores que examinan "la actualidad del comunismo", el artículo recorre la coyuntura en la que tuvo lugar un circuito de intercambio epistolar entre artistas e intelectuales y la economía reticular en la que la escritora desplegó su activismo e inscribió su producción literaria.

Palabras clave: Redes culturales comunismo; Segunda Guerra Mundial; Activismo de mujeres

Abstract:
This article examines the ideological trajectory of María Rosa Oliver from the Antifascist Liberalism she embraced during Second World War -specially during Spanish Civil War- to the abandonment and breakage of the Allied Cause during the Second Postwar. In dialogue with some ideas from Alain Badiou, but also from Bruno Bosteels, Susan Buck-Morss, Jean-Luc Nancy and other researchers that examine "the actuality of Communism," the article analyses this context and the network economy in which the writer performed her activism and inscribed her literary production.

Keywords: Cultural networks, Communism; Second World War; Women activism


 

Este artículo analiza los circuitos de las redes comunistas que funcionaron durante el siglo XX y la participación de María Rosa Oliver dichas redes, que explica buena parte de su activismo, su producción y su trayectoria como intelectual pública. A través de sus publicaciones, correspondencia, conferencias, actividad política y relaciones personales con escritores, artistas, diplomáticos y funcionarios, María Rosa Oliver facilitó la circulación de contenidos políticos y participó en la formación de alianzas y coaliciones culturales contingentes que tuvieron impacto en configuraciones de la identidad colectiva argentina y latinoamericana. Los diversos tipos de redes y agrupaciones que contribuyó a formar atraviesan su actividad y permiten reconocer en ellas las nociones de región, nación, comunidad y pueblo. Sobre estas definiciones quisiera detenerme para analizar su funcionamiento y articulación.  Tomaré el término comunista como un significante central para comprender el siglo XX y como un agente político imprescindible para analizar la circulación de ideas y la coyuntura política del siglo pasado en la que Oliver actuó; particularmente, en el período que abarca su tercer libro de memorias, Mi fe es el hombre, coincidente con tres guerras: la Guerra Civil Española, la Segunda Guerra Mundial y el comienzo de la Guerra Fría (Badiou, 2005; Bosteels, 2007).

Mi fe es el hombre (2008) puede leerse de varias formas. El volumen recupera un lapso temporal de diez años que va desde 1936 hasta 1946, durante el cual la escritora tuvo una activa vida política. El libro está organizado como un viaje por el continente americano que comienza en el Buenos Aires de los años treinta, con la llegada de los exiliados españoles y la formación de una primera asociación de apoyo. El eje del libro y los episodios más extensos se centran en la actividad de Oliver en la Oficina del Coordinador de Asuntos Inter Americanos (OCIAA), donde la escritora fue partícipe y testigo de la consolidación del latinoamericanismo. A su vez, el libro recorre varios países de Latinoamérica donde la autora se detiene, reflexiona y se encuentra con políticos, escritores, intelectuales y artistas. En primer lugar, Oliver realiza un itinerario atlántico hasta Washington por Brasil, las Guayanas y Panamá, que continúa con una estadía en los Estados Unidos. Su viaje termina con el regreso a la Argentina, con escalas por la costa pacífica vía México, Colombia, Ecuador, Bolivia y Chile. El libro finaliza con el advenimiento del peronismo. Los amigos comunistas con los que dialoga y que le facilitan contactos -a los que se refiere en varias oportunidades- serán el primer punto en el que me detendré.

Sin embargo, el texto también atraviesa relaciones personales y familiares con cientos de interlocutores de todo el mundo. Para escribirlo, la autora se valió de su correspondencia pasiva y activa (en algunos casos, Oliver guardaba copias de las cartas que enviaba). Es decir, las redes -comunistas o no-, y los distintos grupos políticos y asociaciones de los que participó ocuparon un lugar central en la escritura del libro y permiten observar un modo de funcionamiento reticular, asociativo, polifónico y relacional -y sus efectos- sobre los imaginarios de subjetividad colectiva.

Aunque el término cosmopolita aparece en varias ocasiones con un sentido negativo, asociado con el imperialismo y con una posición socialmente privilegiada, la escritora se vale de un capital cultural cosmopolita que incluye idiomas, modales, relaciones y capacidad para navegar en un mundo internacional en el que se mueve con soltura y habilidad (Aguilar, 2009; Santiago, 2006; Siskind,2014). Se trata de un uso estratégico y político de un capital social que Oliver emplea al servicio de una agenda, en principio, antagónica a los intereses de la elite de la que ella misma provenía. La articulación cosmopolita no excluye a los comunistas que navegan, a veces como espías pero también como eventuales exiliados o activistas de la causa, por esas mismas aguas, tal como narra la novela de Leonardo Padura, El hombre que amaba los perros, situada en el mismo contexto y recuperado en el libro de Oliver (Badiou, 2005; Padura, 2013).

Los estudios sobre la trayectoria del Partido Comunista Argentino han iluminado en los últimos años ciertos aspectos del itinerario comunista en nuestro país y han permitido observar que su configuración ideológica fue menos rígida de lo que suponíamos (Cataruzza, 2008; Lvovich y Fonticelli, 1999; Petra, 2010; Terán, 1983). Figuras como Héctor P. Agosti, Norberto Frontini o Aníbal Ponce, algunos de ellos cercanos a María Rosa Oliver -Frontini fue su compañero de viaje a China y coautor del libro resultado del viaje-, permiten advertir la fluidez de sus relaciones con la línea ideológica del partido con el que la escritora simpatizaba, pero también una cautelosa distancia. Mi fe es el hombre recorre, de hecho, una trayectoria de acercamiento al Partido Comunista Argentino que culmina en los años cincuenta -y fuera del período cubierto en el libro-, cuando la escritora recibió el Premio Lenin, en 1958; galardón que determinó el fin de su relación con la revista Sur y su alejamiento de Victoria Ocampo- (Petra, 2010). Las referencias al comunismo son continuas y parecen intensificarse en los años cuarenta y cincuenta, décadas en las que continúa viajando; ya no financiada por el gobierno norteamericano -como había ocurrido hasta 1945-, sino por el Kremlin, invitada a conocer los países comunistas y a participar en congresos por la paz. Los viajes pueden, entonces, ser leídos como una manifestación funcional a las redes, ya que contribuyeron a formar nuevas relaciones y produjeron escritos tanto personales -cartas- como públicos -libros como Lo que sabemos, hablamos…, el relato de su viaje a China con el intelectual comunista Norberto Frontini; y artículos publicados en revistas y prensa-. Muchas de estas publicaciones contaron también con financiamiento directo o indirecto del Partido Comunista o de gobiernos que canalizaban recursos al partido.

Como sabemos, Mi fe es el hombre recupera el período de mayor actividad política y cultural de la escritora, incluyendo su permanencia en Washington en la Oficina Coordinadora de Asuntos Inter Americanos entre los años 1942 y 1944 (Fernández Bravo, 2008). El libro abarca docenas de nombres y relaciones y, terminado en 1977, reconstruye una trama de contactos que permite pensar tanto en las redes como un insumo para formaciones literarias, políticas y comunitarias, como en la construcción de la memoria; tarea en la que el archivo epistolar de Oliver cumplió un papel clave.2 Como señalé en mi estudio introductorio, párrafos enteros del libro han sido tomados de las cartas que la escritora envió a su madre probablemente recuperadas luego de su muerte y que hoy se encuentran en la sección Rare Books de la Biblioteca Firestone de  la Universidad de Princeton.

Mi trabajo, por lo tanto, se enfocará en el momento en que se forma una coalición que, aunque contingente y coyuntural como toda coalición, tuvo un impacto más duradero que su efectiva duración temporal. La alianza antifascista surgida a partir de la Guerra Civil Española y la proyección de esa coalición, en donde las redes comunistas tuvieron un protagonismo clave, ocupó un lugar central en la actuación pública de María Rosa Oliver y en otras alianzas que se multiplican a partir de esta coyuntura. Asimismo, resulta preciso señalar el protagonismo que tuvieron las activistas en la formación y la organización de las redes antifascistas y en la proyección de esa alianza, más allá del cambio de condiciones en que surgió, que sin duda facilitó el protagonismo de las mujeres en la esfera pública.

Quiero detenerme en tres momentos del libro que emplearé para postular una teoría de las redes como dispositivo en la formación de grupos y subjetividades colectivas: la Junta de la Victoria, la estadía en los Estados Unidos (consolidación del latinoamericanismo) y el Movimiento por la Paz entre los pueblos, asociado al Premio Lenin y al fin de la alianza antifascista.

Si como, dice Susan Buck-Morss, "definir al enemigo es el acto que hace al colectivo cobrar vida (bring into being the collective)" (Buck-Morss, 2000: 9, traducción mía), la agenda antifascista tuvo un impacto significativo en la formación de representaciones colectivas, incluyendo el colectivo latinoamericano que emergió en la segunda posguerra y que puede rastrearse en la trayectoria de María Rosa Oliver durante esos años. Podemos mencionar también a un colectivo atlántico y a uno "tercermundista" de inspiración soviética, asociados con esta coalición en la cual Oliver y las redes comunistas cumplieron un rol importante.

Ese colectivo imaginario tiene varias aristas en las que María Rosa Oliver tuvo una participación significativa. Por un lado, entonces, me interesa explorar un punto muy específico: su tarea de formadora de redes y su activismo como (inter)mediadora en coaliciones (grupos, asociaciones contingentes), que produjeron efectos y alianzas culturales con impacto sobre la producción simbólica.3 Es decir, una tarea en la que Oliver empleó su habilidad y su capital social para trabajar -en parte con una misión diplomática internacional como la que tuvo en Washington- y para generar conexiones y relaciones que contribuyeron a formar unidades no solo culturales, sino también políticas (asociaciones de mujeres, organismos regionales y locales). Por otro lado, me interesa examinar tanto la duración de las alianzas como su itinerario ideológico y el impacto de las redes no tanto como formadoras de territorios estables (campos, mapas), sino más bien como lo contrario, en su función capaz de perforar comunidades y crear alianzas transitorias, contingentes, útiles para reconocer la oquedad de toda concepción comunitaria. En este sentido, mi trabajo se aproxima a la lectura de Roberto Esposito del concepto de comunidad, alejado de toda acepción positiva, atravesado por la deuda y el vacío (Esposito, 2007).

Lo común no es lo propio, sino lo impropio. Me interesa observar, entonces, la communitas tanto en sus alcances y formación como también en sus límites, fragilidad y derrumbe (Esposito, 2007; Latour, 2005). Es preciso pensar lo común no como propiedad, sino como impropiedad, como una deuda y una falta (Esposito). En este sentido, lo que vuelve visible su fabricación y revela el vacío de la comunidad es la misma contingencia que las redes ponen de manifiesto, eventualmente ocupada por un contenido discursivo como el que puede rastrearse en epistolarios y publicaciones, y también por una agenda política y ética que muestra el parentesco de lo común, recorrido por las redes con el sacrificio y el deber. El deber y la deuda atraviesan el activismo político de María Rosa Oliver y señalan también su posición lateral, descentrada, la posición de alguien que se asoma a un vacío y lo reconoce en la necesidad del activismo político impulsado por la falta. El énfasis estará, entonces, en analizar la "articulación" y en pensarla como un recurso contingente -en última instancia provisional- y perecedero, debido al dinamismo que lo contrapone a toda fijación o estabilidad. Las asociaciones no construyen totalidades, sino que las traspasan y organizan redes coyunturales. Sin embargo, debido a su formación horadada y reticular están construidas, entonces, sobre estructuras huecas.

Mi fe es el hombre puede ser leído, debido a su estructura, como un itinerario que pone en contacto distintos mundos y en el que conviven diferentes redes; cada una de ellas asociable a un grupo o comunidad contingente. Una primera red se articula por el exilio español en Buenos Aires y la solidaridad con los exiliados republicanos. Esta red compone una comunidad atlántica mediada por las redes comunistas y antifascistas, que aquí se yuxtaponen. Dicho grupo posee ramificaciones que llegan hasta los Estados Unidos y México. En Estados Unidos, el encuentro de Oliver con Juan Ramón Jiménez evoca esa misma alianza atlántica entre América y Europa, unida por la solidaridad con la República Española. Sin embargo, la escritora también observa los límites de la política exterior norteamericana por su débil apoyo a la causa republicana, eventualmente derrotada.

En segundo lugar, el viaje a los Estados Unidos parece proponer una comunidad americanista. En la observación crítica que Oliver hace de la Good Neighbor Policy se revelan los límites y la contingencia de ese relato, que también abarca una mirada potencialmente escéptica hacia una comunidad latinoamericana surgida como efecto de la política exterior norteamericana. La idea de América Latina que parece funcionar en su mirada presupone una alianza tercermundista todavía incipiente que cobrará impulso en los años siguientes. También aquí operan las redes comunistas. El vicepresidente Henry Wallace recibió apoyo del Partido Comunista de los Estados Unidos (CPUSA) para su candidatura a Presidente en 1948, cuando ya había dejado el Poder Ejecutivo. Luego, fue víctima del macartismo. Su afinidad con América Latina y con la Unión Soviética lo obligó a dejar el gobierno luego de la muerte de Franklin D. Roosevelt, en 1945, pero su actividad como vicepresidente posee una cierta empatía con las redes comunistas que operaban entonces. Además, vale recordar que el New Deal fue tildado de "ideología comunista".

Por último, en la parte final del libro, Oliver enumera las paradas que realizó en algunos países latinoamericanos del Pacífico (México, Colombia, Ecuador, Bolivia, Chile), además de las escalas iniciales en Brasil, donde también las redes comunistas funcionaron a su alrededor. Candido Portinari, Lazar Segal y Samuel Wainer, artistas e intelectuales próximos al Partido mencionados en su viaje por Brasil, la reciben y ponen en funcionamiento mecanismos de apoyo. En esta articulación resulta posible reconocer una tercera red latinoamericana que tiene antecedentes en la relación de la escritora con Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes en Buenos Aires, de lo que da cuenta en el tomo anterior de memorias, La vida cotidiana (1969). Asimismo, las visitas y el contacto con Alfonso Reyes en México o Pablo Neruda en Santiago de Chile indican puntos en esas formaciones. La relación con Gabriela Mistral en Río de Janeiro permite reconocer otro momento interesante de la conexión latinoamericana, siempre articulada a través de escritores.4

Todas estas asociaciones, como dije, son provisionales y dinámicas. Aunque están vinculadas con un grupo sobre el que se proyectan y al que dotan de sentido (mujeres, antifascistas, latinoamericanos, intelectuales por la paz), revisar la economía de esa articulación permite reconocer su condición eventual, contingente y vacía (derrotero, no esencia). Por lo tanto, me interesa, más que analizar la función religadora, asociativa y positiva de las redes sobre los grupos, pensar su función como instancias que revelan y ponen de manifiesto la precariedad de toda constelación intelectual.

De La Junta de la Victoria al Movimiento por la Paz

Badiou dice que el siglo XX no es el de las ideologías y las utopías, como cierto consenso parece haberlo establecido. Para él, en cambio es el siglo de lo real y la victoria considerada en términos militares, debido a la presencia de la guerra como acontecimiento central que polariza antagonismos y contribuye a la definición de subjetividades opuestas, binarias, diametrales. La victoria de la guerra revolucionaria funciona así como epítome de un siglo atravesado por catástrofes, pero también por transformaciones revolucionarias vividas con ánimo celebratorio y real (Badiou, 2005). La actuación política y literaria de María Rosa Oliver, como sabemos tuvo a tres guerras como centro y disparador de su militancia: la Guerra Civil Española, la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría. En los últimos años, en parte debido al centenario del evento, se consolidaron lecturas de la Primera Guerra Mundial y sus efectos en la globalización cultural.5 Las guerras dispararon su capacidad organizativa y, por su condición mundial, impulsaron la formación de organizaciones y perspectivas transnacionales en red. Oliver comprometió su protagonismo en organizaciones dinámicas que contribuyó a formar y a estimular y, eventualmente, le permitieron integrarse a la Oficina del Coordinador de Asuntos Interamericanos (OCIAA) en Washington, donde desarrolló su actividad pública más destacada.

En los casos de las tres confrontaciones, Oliver logró un desempeño importante que canalizó a través de asociaciones como la Unión Argentina de Mujeres, la Comisión de Ayuda a la España Republicana, la Junta de la Victoriay el Comité por la Paz entre los pueblos, organizaciones surgidas en relación con conflictos bélicos y que tenían al comunismo como uno de sus principales soportes y mecanismos de sostén (Petra, 2010). Las mujeres tuvieron un papel protagónico en todas estas agrupaciones. Organizadas como asociaciones articuladas en torno a un enemigo común, numerosos miembros de estos grupos tenían vínculos con el Partido Comunista en sus diversas articulaciones nacionales. Asimismo, las guerras marcaron y consolidaron posiciones y relaciones que atraviesan territorios y que permiten especular, ya en un nivel más abstracto, sobre la relación entre redes y territorios.

La coyuntura política tuvo, de esta forma, un impacto significativo en la ampliación de grupos, que se hicieron de límites más laxos e inclusivos, y establecieron canales de comunicación con el Partido Comunista.6 A pesar (o a causa) de la polarización ideológica, los bandos se agrandaron. Como veremos, diplomáticos norteamericanos en Buenos Aires hablan con comunistas e incluso religiosos, como el confesor de la madre de Oliver, expresan simpatía por los comunistas que hasta entonces eran excluidos o mirados con recelo (Tarcus, 2001). Quiero enfatizar que mi trabajo se dirige no al terreno de los hechos, sino a su efecto imaginario en la construcción de un relato de asociación y de los territorios imaginarios asociados con esa red.

La victoria parece, entonces, un objetivo de alcance relativamente cercano (aunque por momentos se aleje) y que, de hecho, será logrado con la derrota del nazifascismo al final de la guerra. No obstante, la victoria tiene costos y efectos tanto en el reacomodamiento de las alianzas como en la formación de nuevas oposiciones, que hacen necesaria una redefinición de los grupos.

Las asociaciones contingentes como la Junta de la Victoria permiten especular sobre otro tipo de alianzas y su impacto más allá de la coyuntura. Por un lado, nos llevan a pensar en el efecto de las redes comunistas en un nivel coyuntural y, por el otro, examinar cómo las redes tuvieron un efecto más extendido en el tiempo de lo que la alianza contingente permite anticipar. Dice la autora sobre la formación de la Junta:

Al constituirse la "Junta de la Victoria" volvimos a reunirnos las que habíamos pertenecido a la "Unión Argentina de Mujeres", y a la Ayuda a la España Republicana, excepto unas pocas que se rehusaban a actuar con las comunistas. En cantidad inesperada, otras nuevas se acercaron a nosotras. La ayuda a todos los que combatían contra el  fascismo era popular pero no tanto como la defensa de los derechos civiles de la mujer". (Oliver, 2008: 94).

Esta referencia a la ampliación del marco ideológico que abarcaba la asociación permite reconocer una alteración de los límites, la composición y los canales de incorporación a la asociación. Dicha ampliación que permitía una coalición más holgada y heterogénea que sus antecesoras. Este fenómeno, uno de los efectos más importantes de la coalición antifascista, se verifica no solo en la Argentina: en los Estados Unidos puede reconocerse una alianza semejante conocida como broaderism (Oliver, 2008: 405), que permitió la formación de una coalición de diversidad ideológica, con una presencia inusual de comunistas que sería erradicada luego de la guerra con el macartismo.

Dice Oliver sobre la agrupación:

A pocos días de Pearl Harbor realizamos un acto al que asistieron las esposas de los embajadores (con la Unión Soviética no teníamos relaciones diplomáticas) y para el cual me designaron oradora. Si bien olvido fácilmente lo dicho en situaciones circunstanciales, recuerdo, sin embargo, que aquella tarde, refiriéndome a los también circunstanciales aliados, terminé mi perorata haciendo el voto de que ‘pueda esta unión no tener fin'. Expresó un anhelo cuyo cumplimento me parecía improbable. (Oliver, 2008: 97).

Como ha observado Sandra McGee Deutsch, la Junta de la Victoria formó una red que expandió su perímetro y habilitó una coalición con pocos antecedentes en la Argentina. Muchas de las participantes de la Junta pertenecían a sectores judíos y comunistas, que se unieron a sectores privilegiados como la misma Oliver -incluyendo fragmentos de la comunidad angloargentina, también asociada a la elite-. Se trata, como podemos ver, de una coalición cosmopolita integrada por miembros de la aristocracia local, extranjeros de las colectividades europeas privilegiadas como la comunidad británica, y sectores de origen inmigratorio como las representantes de la colectividad judía. Mujeres de origen popular y de la elite establecieron una alianza donde la participación de las redes comunistas fue central. Dalila Saslavsky, Berta Singerman, Cora Ratto de Sadosky -secretaria de la Junta- y María Rosa Oliver -designada vicepresidenta- fueron mujeres vinculadas al Partido Comunista (McGee Deutsch, 2004: 64). Rosa Schlieper de Martínez Guerrero, que había acompañado a Oliver en la Unión Argentina de Mujeres, fue la presidenta.7

La participación de Oliver en la Junta para la Victoria se interrumpe con su viaje a los Estados Unidos en 1942, aunque continúa en contacto fluido con sus amigos argentinos y atenta a la situación del país. Hacia el final de Mi fe es el hombre, la escritora recuerda un episodio importante al que la Junta contribuyó: la celebración de la reconquista (o liberación) de París en agosto de 1944. Aunque la Junta de la Victoria había sido disuelta por el gobierno el año anterior, su convocatoria contribuyó al éxito del acto, que reunió a doscientas mil personas (McGee Deutsch, 2004: 69). Dice Oliver que:

Ya en México tuve noticias de que en la concentración en Plaza Francia para festejar la reconquista de París se advirtió la ausencia de la masa obrera. A mi vuelta […] constato, a la vez, que a nuestro lado tallan personas que fueron franquistas durante la guerra de España y petainistas cuando la rendición de Francia. (Oliver 2008: 400).

En su "Anotación al 23 de agosto de 1944", Borges también escribió sobre este episodio. Allí observa perplejo, del mismo modo que Oliver, la presencia de simpatizantes del fascismo en el acto de celebración de su derrota: "Esa jornada populosa me deparó tres heterogéneos asombros: el grado físico de mi felicidad cuando me dijeron la liberación de París; el descubrimiento de que una emoción colectiva puede no ser innoble; el enigmático y notorio entusiasmo de muchos partidarios de Hitler" (1974: 727). La coalición revela así su fragilidad y sus tensiones internas. Esta misma alianza será la que pocos meses después se integre a la Unión Democrática contra Perón, que Oliver observa con idéntica sorpresa. La red muta. 

En ese mismo momento, Oliver reconoce la precariedad de la coalición antifascista (la Junta Coordinadora, ligada a la Unión Democrática), a la que califica como "pegada con saliva" (2008: 412). No solo se aprecia la fragilidad de esa alianza y, en última instancia, el efecto de la red como un sostén endeble y a la vez contingente que se vuelve evidente en los actos públicos del fin de la guerra (el festejo de la liberación de París en Plaza Francia en 1944; el acto contra Perón en Plaza San Martín el 12 de octubre de 1945), sino también la aproximación de simpatizantes oportunistas antes ubicados en las antípodas ideológicas, que se acercan ante la inminente caída del Eje. Esta movilidad de los componentes de la red permite reconocer la mutabilidad política de las agrupaciones y la potencial incoherencia de sus miembros. Es decir, la unión transitoria de liberales y comunistas enfrentados al nazismo, como la misma María Rosa lo advirtió, revela las grietas de la Junta de la Victoria que, cuando la victoria se avecinaba, comenzaba a desmoronarse.

Borges lo planteó en términos similares cuando analizaba "el notorio y enigmático entusiasmo de muchos partidarios de Hitler" ante la liberación de París (1974: 727). Su texto también ilumina la inestabilidad de las redes y las proyecciones sobre imaginarios de la identidad colectiva. Cuando Borges afirma que "Hitler quiere ser derrotado", postula una teoría sobre la comunidad inoperante que también puede pensarse en relación con la presencia de los fascistas argentinos en la celebración de la liberación de París. Se trata de lo que Nancy denomina "the nostalgia for a more archaic community", presente en la discusión sobre la fragmentación moderna y la nostalgia de una unidad perdida. La pulsión suicida de la nación germana tiene como corolario la comunión de sangre y suelo que indica, a su vez, el costo de preservar alianzas que al perderse habilitan el desacuerdo y con él, la política (Nancy, 1991: 12).

Borges vincula este momento con otro, el de la ocupación de París por los nazis al comienzo de la guerra, el 14 de junio de 1940. Oliver también conecta la liberación de París (el comienzo de la victoria) con la anexión de Austria y el discurso de Goebbels -que escuchó junto a Victoria Ocampo en Mar del Plata-,  que al comienzo de la guerra proclamaba el Anschluss, la unión "de los que somos un solo pueblo" (2008: 402). El fin del ciclo nazi y la inminente victoria desnudan sin embargo "esta extraña alianza [que] nos obligaba, a mis compañeras de siempre y a mí, a escuchar opiniones que eran a nuestras convicciones lo que debieron ser al cuerpo de Juana de Arco las llamas de la hoguera" (ibid: 404).

La victoria aliada implica una celebración, pero también una mutación (o un desnudamiento) de la composición de la coalición que le dio sustento.               Integrantes indeseables de la red quedan expuestos  y, observa Oliver, la participación de la Unión Soviética en la victoria contra los nazis también resulta poco reconocida en la Argentina. No hay banderas soviéticas en los banquetes ni en los actos para conmemorar la victoria de los aliados, aunque las redes comunistas hayan contribuido a ese triunfo.

Broaderism: Wallace, Wells y Waldo Frank

En su camino hacia Washington, María Rosa Oliver pasó dos meses en Brasil, donde preparó el número de Sur dedicado a la literatura brasileña que se publicaría poco tiempo después. Su estadía en Río fue rica en intercambios y apoyos de intelectuales brasileños, entre los que también hay algunos comunistas como Samuel Wainer, director de la revista Diretrizes, que la ayudan a establecer contactos locales. Carlos Lacerda, que había pasado por el Partido Comunista Brasileño y terminaría en las antípodas ideológicas, es uno de sus informantes. En una ocasión, durante su tiempo en Río, María Rosa observa desde lejos a Orson Welles, que almuerza con Vinícius de Moraes en el Hotel Copacabana. Welles se encontraba en Río dirigiendo un film encomendado por la misma dependencia que había contratado a Oliver, la Oficina del Coordinador de Asuntos Interamericanos, financiado por la productora cinematográfica de Nelson Rockefeller. El film, que nunca se terminó, tenía tres partes y puede pensarse como un producto mucho más próximo a los intereses estéticos de Oliver que otras películas apoyadas por la Oficina. Welles produjo en sus filmes una imagen de América Latina de provocativa densidad. También fue acusado de comunista, pero lo interesante es su afinidad -como la de la escritora- con la administración Roosevelt, para cuya reelección hizo campaña. En 1944 presentó en un acto político en el Madison Square Garden a quien sería jefe directo (y amigo) de Oliver en Washington, el vicepresidente Henry Wallace.

La figura de Orson Welles resulta interesante por varias razones. Oliver dedica atención al cine como vehículo de propaganda política y como lenguaje visual en varias oportunidades. En el comienzo de Mi fe es el hombre, señala su interés por Alexander Nevsky, de Sergei Einsenstein (2008: 93), tomándolo como un film que presagia el nazismo. Recuerda la proyección de La guerra gaucha, de Lucas Demare, en el sótano de la Oficina del Coordinador de Asuntos Interamericanos en Wahington, ante una audiencia conmovida que incluyó al vicepresidente Wallace. También señala su escaso interés por algunos de los filmes que la Oficina había producido con fines de propaganda en América Latina, como The Three Caballeros. It's All True, la película inconclusa de Welles en Brasil -del mismo modo que Sed de mal, el film de Welles sobre México producido algunos años después- plantea una agenda y una estética realista e innovadora en el lenguaje cinematográfico, en particular en la tercera parte, Jangadeiros, que recupera la vida de los pescadores del nordeste brasileño. Este tipo de producción resulta mucho más próxima a la visión política de Oliver e indica la atención por el mundo latinoamericano de un director como Welles, que había estrenado Citizen Kane apenas el año anterior (1914). Wallace, Wells y Waldo Frank miraban a América Latina como un nodo codiciado por Alemania; la región incrementaba su valor estratégico.

Quizás lo más interesante sea la admiración de Welles por Roosevelt y Henry Wallace, que resulta análoga a la de Oliver y puede pensarse en términos de las redes de izquierda que canalizan la circulación de ideas políticas en la coyuntura de la guerra. La relación de la escritora con Henry Wallace merece ser explorada, ya que permite apreciar matices de esta articulación, en la que afloran afinidades políticas. El vicepresidente tenía responsabilidad en la política exterior, y la Oficina del Coordinador reportaba a él que viajó a América Latina y la Unión Soviética para fortalecer la alianza antifascista. De este modo incluyó en sus prioridades de política exterior las dos regiones que más le interesaban a Oliver. Su agenda progresista encontró oposición al fin de la guerra: tras la muerte de Roosevelt, en 1945, el presidente Truman le pidió la renuncia. La escritora menciona en varias oportunidades su afinidad política y personal con Wallace, y su interés por la lengua española y la literatura (cuando la escritora lo conoció, leía Cantos de vida y esperanza, de Rubén Darío).

El contacto de Wallace con Waldo Frank también funciona como otro componente de las redes de izquierda que aceitaron el funcionamiento de la coalición. Waldo Frank fue un apoyo continuo para la actividad y los viajes de Oliver durante todos esos años. Su capital social fue muy valioso para la escritora, en particular para navegar las redes intelectuales. En este sentido, vale la pena señalar la posición también central que ocupa la literatura en el contexto de la guerra. Los congresos de escritores y la presencia de escritores próximos al poder político -el congreso del Pen Club en Buenos Aires, al que asisten algunos de los principales autores europeos del momento, incluyendo Marinetti- también contribuyen a iluminar la circulación y el armado de coaliciones políticas como en las que Oliver participa.

La posición de América Latina en la agenda de la política exterior norteamericana ocupó entonces una preeminencia que sirve como antecedente y prepara el terreno para la formación de los estudios latinoamericanos y el latinoamericanismo que se consolidaron en los Estados Unidos en las décadas siguientes. Durante su permanencia en Washington, María Rosa Oliver intervino en este proceso, recorrió universidades y estableció relaciones que incluso le permitieron regresar a dictar conferencias luego de terminada su misión en el gobierno. Dio conferencias en la Universidad de Howard y en varios colleges de California. La politización de todos los órdenes de la vida cultural indica otro efecto de la polarización de la guerra: un cosmopolitismo que estimuló el intercambio entre escritores de diversas lenguas y nacionalidades del cual ella misma resultó beneficiada. Wallace, recuerda Oliver, tuvo un encuentro en Washington con el poeta caribeño Saint-John Perse, otro importante poeta internacional exiliado en los Estados Unidos.

Según observa María Rosa Oliver, cuando se encontró en Nueva York con Eleanor Roosevelt, la activista de derechos humanos fundadora de la ONU y esposa del presidente Franklin Delano Roosevelt, esta le preguntó por el origen de su actividad política. Ella respondió que había tenido lugar en 1934, en un movimiento de reclamo por derechos de las mujeres (2008: 243-244). Esa primera asociación, probablemente la Asociación Argentina de Mujeres, en la que también participaron Victoria Ocampo y Rosa Schlieper de Martínez Guerrero (Valobra, 2008: 10), sentó las bases para otras organizaciones colectivas que se fueron multiplicando. Estas organizaciones permitieron el ingreso de Oliver en la actividad política en un escenario de polarización donde la construcción de un enemigo antagonista cumplió una función imprescindible en el fortalecimiento de redes de afinidad cultural e ideológica.8

Resulta interesante para mi argumento el comentario que hace la primera dama cuando le pregunta a la escritora si le resultaba difícil colaborar con las comunistas:

Le dije que sí pero no por diferencias ideológicas sino tácticas. "Comprendo -le respondió Eleanor Roosevelt- están organizadas, son tenaces y abnegadas, por eso se sienten fuertes para imponer sus razones contra las que proponemos otras. Conozco esa capacidad de formar un bloque y obstruir, pero ningún movimiento que excluya a los comunistas tendrá apoyo popular". (Ibídem: 244).

La pregunta de Eleanor Roosevelt indica la presencia de activistas comunistas en distintos escenarios como un dato del paisaje político de la época. Es decir, los comunistas y sus redes tuvieron un papel destacado, reconocido incluso por la esposa del presidente Roosevelt. Se trata de un activismo que atraviesa la coyuntura política norteamericana de la guerra. Simultáneamente, y no desligado de este proceso, se consolidó un interés por América Latina que preparó las condiciones para la emergencia del "campo" latinoamericanista que terminaría por afirmarse a la sombra de la Guerra Fría (Franco 2004).

Sin embargo, resulta preciso destacar que en las redes y en la correspondencia de Oliver también aparecen figuras latinoamericanas de peso que contribuyeron, desde una perspectiva no necesariamente homóloga a la norteamericana, a la formación del latinoamericanismo. Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes tuvieron una gran importancia como interlocutores de la escritora y estudiosos de América Latina.  Sin embargo, no tenían visiones simétricas a las de sus pares en los Estados Unidos sobre la cultura continental. En los textos de Oliver hay huellas de ambos escritores.

El broaderism puede reconocerse no solo en los Estados Unidos, sino también en el mundo diplomático que la escritora conocía y recorría con comodidad. Así, en los años cuarenta, entre sus conocidos en la embajada norteamericana en Buenos Aires, está John Griffiths, el agregado de prensa, "que, particularmente interesado en la política nacional, frecuentaba asiduamente a los que la hacían, desde Manuel Fresco a Rodolfo Ghioldi" (2008: 100). Ghioldi, como sabemos, era secretario del Partido Comunista Argentino y uno de los custodios de la doctrina establecida desde Moscú.

Se trata, entonces, de un momento de particular flexibilización de los canales de contacto en el que los comunistas alcanzan una presencia en la esfera pública con pocos antecedentes, que se diluiría rápidamente con el advenimiento de la Guerra Fría. Como toda coalición, esta opera a través de los actores que la ponen en funcionamiento y del equilibrio con antagonismos de los cuales la red depende para justificar su existencia. Esa condición convierte a la red en una superficie dependiente de sus ejecutores, participantes y antagonistas. Por ello resulta susceptible de alteraciones que, hasta cierto punto, vacían de contenido a la comunidad que proyecta. Por otro lado, la coalición funciona no como una superficie compacta, sino como una deuda: hay un mandato político (y ético) que le otorga su condición vacía, de "pozo", obligación, mandato y carencia.

La coalición comunista por la paz

La etapa que continúa luego del final de Mi fe es el hombre, coincide con el inicio de la Guerra Fría y la fundación de la CIA. La coalición antifascista, ante la derrota del antagonista que la proveía de sentido, se disuelve. No obstante, algo de su mecánica sobrevive entre los pueblos en el Movimiento por la Paz, animado por la Unión Soviética. María Rosa Oliver participará de este emprendimiento, asistirá a varios congresos, publicará artículos y dirigirá una publicación que recoge los ejes de esta agrupación. Su mandato comparte con las coaliciones anteriores el sentido de deuda y vacío: la amenaza atómica e imperialista otorga sentido a esta organización que establece un nuevo antagonista, el imperialismo norteamericano. Durante estos años, también, la Revolución Cubana -por la que la escritora tendrá simpatía y apoyo- recoge parte de su actividad reconocible en su correspondencia con Haydée Santamaría, Roberto Fernández Retamar y con el Che Guevara (cuando recuerda un objeto olvidado en su departamento de Nueva York, los anteojos de Charles Chaplin, parece aludir a la boina del Che Guevara, con una estrella plateada, también olvidada en su casa de Buenos Aires). (2008: 297)

La actividad política de Oliver de esos años estuvo ligada a la militancia por la paz, a través de canales también controlados por grupos comunistas. Algunas revistas en las que participó permiten reconocer rastros de dicha actividad. En la revista Latitud, publicada en Buenos Aires a partir de 1945, la escritora es directora de la sección teatro. Allí escriben, entre otros, Antonio Berni (sección pintura), Horacio Coppola, Héctor P. Agosti, Isidoro Flaumbaum, Norberto Frontini y otros intelectuales, muchos de ellos ligados al Partido Comunista.9 Se trata de otra configuración de redes comunistas que, con la crisis de la coalición antifascista, deben reagruparse y reconvertir tanto la retórica que sostenía su actividad como la articulación del equilibrio de fuerzas entre grupos.

El Movimiento por la Paz, organizado desde Moscú y que agrupa a intelectuales y escritores, será el nuevo escenario donde María Rosa Oliver llevará a cabo su actividad. Se trata de un momento de eclipse, ante el débil eco obtenido por la causa soviética en la comunidad intelectual internacional. Oliver se suma a los alertas por la guerra nuclear, cuyo recuerdo en Hiroshima queda asociado con los Estados Unidos. No obstante, la causa apoyada por la Unión Soviética encuentra escasa adhesión tanto en América Latina como en el resto del mundo. A diferencia del movimiento antifascista que logró articular una coalición renovada y capaz de atraer nuevos apoyos entre grupos antes poco propensos a trabajar juntos (miembros de las elites, europeos, americanos, trabajadores, comunistas, mujeres, intelectuales, minorías como los judíos o exiliados europeos), el Movimiento por la Paz, por el contrario, disminuyó alianzas transversales, recibió escasos apoyos fuera del núcleo comunista soviético duro y, eventualmente, se extinguió. El Premio Stalin, denominado Premio Lenin a partir de 1956 y concebido como un rival del Premio Nobel, no llegó a opacar a la distinción de la Academia Sueca. En 1957, María Rosa Oliver recibió el premio y la revista Sur le dedicó un artículo, firmado por Pepe Bianco, amigo entrañable de la escritora. El premio, como vimos, determinó el apartamiento de Oliver del Consejo de Redacción de la revista, que había integrado desde su fundación.

La coalición resultó una alianza débil y poco espontánea. Sin embargo, amparada por el Estado Soviético, le permitió a Oliver prolongar su recorrido por el mundo, incluyendo el viaje a China que dio lugar al libro que escribió con Norberto Frontini. y asomarse a una comunidad menos atlántica y orientada hacia el este (China y la Unión Soviética) y América  Latina, sobre todo a través de la solidaridad con la Revolución Cubana.

Sin embargo, esta última red, a diferencia de los grupos que articularon las anteriores, quizás por la homogeneidad ideológica y la disciplina partidaria, produjo menos impacto y no consiguió reconvertir nada: Lo que sabemos, hablamos (1955), a diferencia de los tres tomos de memorias, es un libro dominado por la propaganda oficial china que reproduce un discurso plano de adhesión a Mao y celebra los logros del comunismo chino tal como era mostrado a los visitantes extranjeros. En esta etapa se pierde un elemento, la posición menos nítida, con rasgos de la duplicidad y la oscilación que caracterizaron su participación en las dos primeras redes analizadas.

Como miembro de la elite y comunista, activista mujer en la política dominada por los hombres y afín a numerosas comunistas judías argentinas, Oliver ocupó un lugar fronterizo y vacilante. Sus dos identidades convivían sin borrarse por completo. Aunque profesaba el ideario comunista, mantenía los modales y el capital cultural de su origen social que le permitían alternar con solvencia con políticos, diplomáticos y artistas. Sus posiciones fueron a menudo dobles: como funcionaria del gobierno norteamericano, sin renunciar a su identidad latinoamericana; amiga de los rusos y del vicepresidente de los Estados Unidos; antiperonista, pero también desconfiada de los tics de la elite argentina antiperonista. Todos estos lugares ambivalentes la convertían en un recurso desconcertante ante sus interlocutores, con los que podía interactuar sin dificultades, pero también mantener cierto antagonismo.

La coalición pacifista albergó menos tensiones internas y funcionó de modo más plano y disciplinado. El enemigo estaba en el imperialismo y el comunismo era un antagonista unánime, macizo, con poco espacio para movimientos o iniciativas personales. La actividad de la red no respondía directamente a los participantes del grupo, sino que era resultado de un órgano que la supervisaba y transmitía una línea política que los miembros debían aceptar y repetir. Los disensos que podían surgir en la red antifascista -como la ampliación de la base a sectores burgueses, incluir intelectuales en alianza con la clase obrera para enfrentar al nazismo, o la circulación de fuentes heterodoxas como el marxismo de Gramsci que Agosti comenzó a discutir- ahora habían desaparecido. Si en la Junta de la Victoria o en la Oficina del Coordinador de Asuntos Interamericanos donde Oliver trabajó había un conjunto de voces disidentes -e incluso la misma Oficina podía ser una voz disidente dentro del gobierno norteamericano frente a sectores más fervorosamente anticomunistas como los que sucedieron al gobierno de Roosevelt- en el Movimiento por la Paz solo restaba sumarse a la línea del Partido. Una publicación como Por la Paz. Órgano del Consejo Argentino por la Paz, que Oliver dirigió desde 1951, reproduce consignas y convocatorias a los Congresos de los Pueblos por la Paz como el que se celebró en Viena en 1952, en el que predomina una uniformidad discursiva soviética que debía aceptarse sin espacio para el disenso.

Conclusión

Ninguna de las redes estudiadas tiene un funcionamiento externo duradero ni una proyección sustantiva fuera del ámbito en el que operan. Las coaliciones no solo dependen de los actores que las ponen en funcionamiento: existen acciones que las activan y que son determinadas por los acontecimientos sobre los que buscan intervenir. Por eso mismo, están ligadas a coyunturas cambiantes. Más que indicar una comunidad, las redes señalan la contingencia de nociones de totalidad colectiva y revelan su dependencia con una deuda. Las comunidades no indican así una propiedad o una superficie (anterior o posterior a ellas mismas) sino más bien un vacío, una falta, una demanda política que provee a la red de una razón para funcionar.

Al constituirse como formaciones organizadas por un deber político (la causa antifascista, el americanismo, la paz mundial) las redes son ordenadas por un contexto variable que las conmina a funcionar como apéndices de una causa exterior a ellas mismas. Al hacerlo, indican su propia vacuidad: nada las compone más que esa deuda con un principio político (o ético, como comenzará a mostrar María Rosa Oliver en su giro social cristiano de los años sesenta, por ejemplo, en su correspondencia con el Padre Eugenio Guasta). (Oliver y Guasta, 2011)

Incluso el latinoamericanismo puede ser reconocido en términos semejantes: como una configuración identitaria provisoria y coyuntural, asociada con un momento histórico -la Guerra Fría- articulado en torno a una red de expertos, basados principalmente en los Estados Unidos, que protegió y alimentó los "Area Studies" como insumo para la política exterior del imperio en tanto fábrica de saber sobre las regiones no centrales del mundo.10 La actividad de Oliver en Washington en un momento definitorio del latinoamericanismo permite observar la consolidación del campo en una relación estrecha con la política exterior norteamericana, pero también su eventual mutación cuando acontecimientos como la Revolución Cubana alteraron las condiciones de su aparición. La reconversión del latinoamericanismo luego del fin de la Guerra Fría abre nuevamente otra puerta para repensar la identidad colectiva que se revela así, por efecto de las redes, no como posesión o "campo" estable sino como una superficie contingente, agujereada, vacía, habitada por una deuda que nos invita a volver a diseñar su perímetro, sus componentes, su articulación y su economía política de acuerdo con los nuevos escenarios en los que la cultura se interpone para imaginar el mundo.

Notas

1. Este trabajo es una versión de la ponencia presentada en las jornadas "María Rosa Oliver: trayectos de una escritora descentrada", organizadas por Paula Bertúa, Margarita Pierini y Alejandra Torres el 1 de agosto de 2014 en la Casa de la Cultura del Fondo Nacional de las Artes, Buenos Aires. Agradezco a las organizadoras la invitación a participar del encuentro.

2. En la correspondencia Oliver-Guasta la autora confiesa su poco interés y cierto temor en escribir este último tomo de sus memorias. Debido a la densidad y antagonismos del período sin duda ofreció mayores dificultades que los tomos anteriores (Oliver y Guasta, 2011).

3. Latour distingue entre mediación e intermediación, donde la primera se limita a traficar sentidos y la segunda produce nuevos significados (2005: 39). Debido a que Oliver resulta capaz de alterar en algo el horizonte cultural de su tiempo, por ejemplo contribuyendo a un mejor conocimiento de autores brasileños en la Argentina a través de Sur, podemos alinearla con la intermediación.

4. El Pen Club Internacional opera como otro ejemplo de una red intelectual activa en esos años, que realiza un sonado congreso en Buenos Aires recuperado en Mi fe es el hombre. Fundado por la británica Catherine Amy Dawson Scott, el Pen Club comparte rasgos cosmopolitas y la convivencia de un arco ideológico amplio que incluye desde liberales a fascistas como Marinetti, que visita Buenos Aires. La dimensión política de la actividad literaria también se vuelve notoria en esta red.

5. Al respecto, véase Siskind (2016) y el Seminario realizado en el Mahindra Humanities Center de la Universidad de Harvard en http://mahindrahumanities.fas.harvard.edu/content/our-time-great-war-100

6. Podemos citar algunos ejemplos. El confesor de la madre de Oliver muestra cierta simpatía por el comunismo (Oliver, 2008); el agregado de prensa de la embajada USA se entrevista con Ghioldi (ibid); la aproximación del PC a sectores de la burguesía o el cambio en la doctrina antes más rígidamente clasista (Terán, 1983: 48), y también emergencia de un interés de los intelectuales del PC por la cuestión nacional (Cataruzza, 2008).Todos estos ejemplos permiten reconocer una mutación en el lugar del comunismo ante distintos sectores: la Iglesia, los Estados Unidos, la burguesía y los intelectuales.

7. Cabe mencionar a Delia del Carril, otra militante y artista comunista argentina de origen patricio casada con Pablo Neruda que se une a la red comunista antifascista y visita a MRO en esos años.

8. Puede pensarse que con la derrota del enemigo (el nazismo) la coalición pierde sentido y se disuelve. La acción que la alimentaba ha desaparecido y, por lo tanto, debe reconvertirse.

9. Isidoro Flaumbaum dirigió la revista Cuadernos de Cultura del Partido Comunista Argentino, en la que también participó Héctor P. Agosti (Pavón, 2005).

10. Con "Area Studies" me refiero a un área del conocimiento que floreció con el comienzo de la Guerra Fría y la Revolución Cubana en la segunda posguerra. La conformación de Departamentos de Estudios Latinoamericanos tuvo lugar principalmente en universidades norteamericanas, así como el afianzamiento de otros subcampos como estudios asiáticos y estudios africanos, todos con financiamiento gubernamental y académico.

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