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Mora (Buenos Aires)

versión On-line ISSN 1853-001X

Mora (B. Aires) vol.24 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires dic. 2018

 

LA CAJA FEMINISTA

Nuevos géneros, nuevas exploraciones de la condición de mujer: viajeras, periodistas y mujeres trabajadoras*

 

Mónica Szurmuk** y Claudia Torre*

* Este artículo fue publicado por primera vez en inglés en el Cambridge History of Latin American Women’s Literature. Editado por Ileana Rodríguez y Mónica Szurmuk. La traducción fue realizada por María Celina Rojas y Daniela Rocío Taboada en la residencia de traducción de la docente Paula Grosman, del Traductorado de Inglés del Instituto Superior en Lenguas Vivas “Juan R. Fernández.” Esta versión en traducción es publicada con autorización de Cambridge University Press.

** Universidad de Hurlingham.

*** UBA-CONICET.

 

En la Argentina de fin de siglo XIX, Cecilia Grierson, hija de inmigrantes escoceses, y Alfonsina Storni, inmigrante suiza, ingresaron a la escuela normal para convertirse en maestras y contribuir al sustento familiar . Grierson luego asistió a la Facultad de Medicina y se convirtió en una de las primeras médicas del continente; Storni alcanzó la fama como escritora. Ambas registraron su vida profesional mediante la escritura. En Puerto Rico, Luisa Capetillo luchó por el amor libre. Nunca salió de América del Norte, pero sus textos se publicaron en latitudes tan australes como Buenos Aires. Benita Galeana distribuía periódicos comunistas en la puerta de una fábrica en la Ciudad de México en la década de 1930. Si bien todavía era joven, ya había atravesado múltiples experiencias: había trabajado en un cabaret, y en una fábrica, y era madre soltera. Revisaba los periódicos, observaba qué tenían para decir y cómo lo decían y, de repente, se dio cuenta de que su propia vida sería una gran historia. Y la escribió.

Es tentador considerar a estas mujeres, y a muchas otras que se convirtieron en escritoras durante el período de 1880 a 1930, como excéntricas, pioneras y rebeldes. Y si bien eso es cierto, también formaron parte de un movimiento modernizador que se extendió por todo el hemisferio. La consolidación de los estados nacionales a fines del siglo XIX junto con la consecuente modernización e industrialización requirieron la entrada masiva de mujeres en la fuerza de trabajo y en la maquinaria del Estado.

Las mujeres burguesas habían estado reclamando un espacio en el mundo letrado desde principios del siglo XIX y, a fines de la década de 1880, muchas de ellas ya publicaban libros y diarios. Las mujeres inmigrantes, las de la clase trabajadora y las de clase media baja se alfabetizaron y comenzaron a escribir como parte de su compromiso con la política, con los sindicatos y con la educación. Fueron piezas clave en la expansión del público lector a través de la enseñanza, la publicación y la escritura. También influyeron en que la cantidad de trabajadoras asalariadas alcanzara cifras sin precedentes. No es casualidad que haya sido una mujer —Alfonsina Storni— la primera que escribió poesía sobre el trabajo asalariado en Latinoamérica:

El sustento me lo gano y es mío donde quiera que sea, que yo tengo una mano que sabe trabajar y un cerebro que es sano. (Storni, 1968: 53)

Storni ubica el trabajo asalariado tanto en la mente como en el cuerpo, y muestra que las mujeres pueden utilizar ambos para ganarse la vida. La repetición de la primera persona —me, mío,yo— reitera la independencia de la mujer urbana moderna.

En este texto, abordamos la escritura de las mujeres profesionales y trabajadoras entre 1880 y 1930. Se trata de un período caracterizado por el fin del colonialismo en la región (tanto Cuba como Puerto Rico, últimos bastiones del imperialismo español, lograron la independencia en 1898); la inmigración masiva, en especial a países como Argentina, Brasil, Uruguay y Chile; la expansión de los mercados económicos; la Revolución Mexicana, y las repercusiones de la Primera Guerra Mundial. Si bien al principio del período la mayoría de las mujeres que escribían pertenecían a las clases media y alta, hacia la década de 1930, las mujeres de la clase trabajadora también participaban en la escritura y la publicación, y tenían una presencia importante en la prensa política. Encontraron en la escritura una herramienta para difundir sus ideas y describir sus dificultades personales. La acción colectiva prevalece por sobre las intervenciones individuales. Esa situación se puede observar en el análisis de la trayectoria de las mujeres y en las primeras formas de asociación del siglo XIX, como la filantropía y la caridad.

La escritura de las mujeres constituyó un fenómeno internacional generalizado en América, lo que se reflejó en redes activas y permeables. Juana Manuela Gorriti mantuvo una relación fructífera por correspondencia con Ricardo Palma; Juana Manso viajó a Brasil por motivos profesionales, y algunas de las maestras norteamericanas contratadas por Sarmiento organizaron y estuvieron a cargo de escuelas normales en Argentina a fines de siglo: todas eran parte de una élite protoprofesional. En Deseo y ficción doméstica (1987), Nancy Armstrong muestra cómo las escritoras del siglo siglo XIX resignificaron prácticas y objetos asociados con la vida privada —el hogar, el ocio, las relaciones amorosas y familiares— para volverlos visibles en la esfera pública. Ésta es la gran paradoja de la modernidad: el mismo espacio de confinamiento que se consideraba meramente reproductor fue la plataforma que utilizaron las mujeres para proyectarse hacia la esfera pública de la producción escrita, de la publicación y del conocimiento.

La modernidad les abrió las puertas del trabajo, la lectura y la escritura a miles de mujeres. Su producción fue variada: ficción (literatura fantástica y cuentos para niños); tratados sobre educación; panfletos anarquistas, socialistas y comunistas; manifiestos sindicales; cartas; poesía; y artículos en periódicos y revistas. Sin embargo, el acceso a la literatura no significó un éxito editorial inmediato, éxito que en general era lento y a menudo llegaba tarde. No obstante, es posible encontrar grandes volúmenes de material letrado que tuvo circulación en el ámbito continental e incluso extracontinental. Por ejemplo, Juana Manuela Gorriti se apresuró a publicar Cocina Ecléctica en 1890, cuando se enteró de que la escritora española Emilia Pardo Bazán estaba a punto de publicar un libro de recetas de cocina. Es evidente que Gorriti consideró que parte de su obra (libros de cocina, artículos periodísticos) podía ser una herramienta para ganarse la vida y así quedó enmarcada en lo que Walter Benjamin describió como la comodificación de la cultura ocasionada por la Revolución Industrial

El ímpetu enorme que tenían en todo el continente las iniciativas de publicación encabezadas por mujeres, así como las campañas políticas a favor de causas tan diversas como la educación, el sufragio, la libertad sexual, la participación política y el control de la prostitución son un contrapunto interesante a los escritos sobre la desfavorable situación de pasividad de las mujeres en esa etapa histórica. La presencia de las mujeres en la esfera pública alcanzó números muy elevados. Por ejemplo, cuando se llevó a cabo el censo de 1900 en México, la cantidad de mujeres que trabajaba en las fábricas había superado a las que se dedicaban al servicio doméstico.

Las mujeres también habían ingresado al sector administrativo y algunas trabajaban como secretarias, mecanógrafas y empleadas en comercios. En Argentina hacia 1914, la mayoría de las mujeres trabajadoras se desempeñaban en el sector obrero, pero también había maestras, operadoras telefónicas, doctoras, fisioterapeutas, parteras, escribanas, traductoras y profesoras universitarias (Wainerman y Navarro, 1979). Las campañas educativas transformaron a algunos países de Latinoamérica en los más instruidos del mundo. Los niveles de alfabetización femenina alcanzaron nuevas alturas en las primeras décadas del siglo XX, en especial en las ciudades del Cono Sur. Por ejemplo, en la Ciudad de Buenos Aires, hacia 1936, el 97 por ciento de las mujeres nativas y el 80 por ciento de las extranjeras sabían leer y escribir (Deutsch, apéndice, tabla 9).

La enseñanza y la escritura fueron elementos clave para las mujeres. Las escritoras encontraron en la docencia un espacio para desarrollarse como intelectuales. El mundo de las escuelas se amplió e incluyó bibliotecas, exposiciones orales, lecturas, literatura y también a la prensa. Entre 1910 y 1930, se organizaron campañas de alfabetización para adultos en la mayoría de los países latinoamericanos, después de una primera campaña de gran alcance que tuvo lugar en Honduras en 1914 (Beccaria, 2006: 2I).

Las redes y vínculos que estas mujeres establecieron en otros países de la región, sus cartas y proyectos en común, y el universo simbólico que compartían (aun cuando sus vidas cotidianas eran muy diferentes) traspasaron las fronteras de las naciones. Mirar más allá de la nación y de los Estados (emergentes) les permitió pensar en una cultura de género que se extendiera en redes rizomáticas. En ese sentido, la cuestión acerca de las escritoras “nacionales" se vuelve irrelevante, y emergen otros interrogantes, como los relativos a la ubicación espacial del poder de las mujeres. ¿Acaso ese poder se encuentra en lo que Josefina Ludmer llamó “las tretas del débil" o en las relaciones beneficiosas con el aparato del Estado? (Ludmer, 1991). Ileana Rodríguez afirmó que la transición hacia la modernidad “no es solo la articulación del deseo, la constitución de proyectos nacionales, la propuesta de programas: también es un método" (Rodríguez, 1994: 25). En la modernidad, las escritoras expresan lo que es nuevo, así como lo que es arcaico; al tener menos que perder, y menos que ganar, abren los espacios triunfantes del progreso, el mercado, la modernización y la razón, a la vez que exploran los páramos de la opresión, la resistencia y la irracionalidad.

A pesar de que las mujeres escritoras eran pocas, en especial en aquellos países donde los niveles de alfabetización eran muy bajos, como en Bolivia, en general se sentían menos aisladas gracias a las redes que abarcaban todo el continente. La prensa tuvo un papel fundamental en la creación de una esfera pública continental en la que las mujeres leían a sus pares y se escribían entre sí. Esa forma de contacto se logró traspasando fronteras geográficas, pero no fue tan exitosa entre las diferentes clases sociales. Tanto las mujeres de la clase trabajadora como las de la clase alta contaron con el apoyo de aliados masculinos que las ayudaron a progresar. En los últimos tiempos, investigadoras feministas echaron luz sobre el funcionamiento de las redes internacionales de lectura y escritura, y sobre la importancia que tenían las conexiones epistolares y las lecturas comunes entre las escritoras (Peluffo, 2005; Batticuore, 2004).

Las mujeres escritoras del siglo XIX aprovecharon los pilares feminizadores de la civilización para encontrar un espacio en el ámbito literario (Masiello, 1992). Esas escritoras —la mayoría blancas y relacionadas con las elites criollas— forjaron un espacio de escritura que, en los años treinta, ya compartían con mujeres de otras clases sociales. También incursionaron en el mundo del trabajo y del activismo político. Las europeas que visitaron Latinoamérica escribieron acerca de sus experiencias. Flora Calderón de la Barca, en Perú, y Flora Tristán, en México y Cuba, se convirtieron en parte del canon, pero otras escritoras europeas que visitaron Latinoamérica y que tenían menos renombre también se volvieron referentes del conocimiento de América en la metrópolis. Estas autoras describen la cotidianeidad en el hogar y reflexionan acerca de la vida en las repúblicas emergentes. A través de la literatura de viajes, las mujeres volvieron visible un mundo cada vez más complejo a causa de las relaciones de poder y del desplazamiento. La obra de Mary Louise Pratt demostró hasta qué punto la literatura, pero también las ciencias sociales, estaban afectadas por una mirada jerárquica. Se explicaba el acceso de las mujeres blancas a la cultura impresa y a la vida política no solo en términos de género, sino de etnicidad (Kaplan, 1996; Lowe: 1991; ,Szurmuk, 2000 ). El hecho de ser blancas les dio a estas mujeres la prerrogativa de tener una voz, de hablar por el “resto del mundo". La división de poder estaba arraigada en la letra en sí misma. Los espaciosneutrales de domestici-dad desde los cuales las mujeres alzaban la voz estaban a la vez inmersos en redes de lucha y desigualdad.

Las escritoras blancas aprovecharon el espacio privilegiado dentro de las narrativas de la civilización para intervenir en los debates acerca de la mujer, la política y el derecho al voto. Varias de las mujeres extranjeras que escribieron relatos de viaje acerca de América también se convirtieron en figuras clave de causas políticas dentro y fuera del continente. Hubo escritoras extranjeras, como la aristócrata británica Florence Dixie, que escribieron registros de sus viajes a Sudamérica, textos que se convirtieron en best sellers. Tanto las escritoras criollas como las europeas utilizaron los privilegios simbólicos que gozaban por ser blancas para participar en debates públicos. Si bien la narrativa de viajes a menudo era considerada un género asociado con el crecimiento personal, las mujeres lo emplearon para tratar problemáticas colectivas. Además, se leían entre sí, aunque sus textos solían tener figuras masculinas visibles como interlocutores, y también se citaban unas a otras.

Desde entonces, a partir de la proliferación del estudio de la narrativa de viajes por mujeres se volvió evidente que, a pesar de que las mujeres negociaban sus identidades en esos textos, también se inscribían tanto en la empresa imperial como en la resistencia a ella. En Latinoamérica, si bien el género fue inaugurado por mujeres de clase alta, como Eduarda Mansilla en Argentina, o Maipina de la Barra en Chile, no tardó en ser adoptado con rapidez por mujeres de otras clases sociales para analizar logros profesionales.

Muchas escritoras del siglo XIX viajaron para acompañar a sus maridos en misiones políticas o al exilio, pero algunas también se exiliaron solas y crecieron como profesionales fuera de sus países natales. Juana Manso (1819-1875) es un ejemplo radical de una mujer trabajadora que forjó una carrera transnacional. Mientras estaba exiliada en Montevideo en 1841, fundó el Ateneo de Señoritas en su propia casa. Allí enseñó matemática, lectura, siembra, modales, gramática, moral, francés, piano, canto, y arte. El Ateneo fue un espacio que le sirvió para formarse como intelectual y una herramienta que le permitió ganarse el sustento. En 1850, su novela histórica Los misterios del Plata apareció en el Diario das Senhoras de Río de Janeiro. Fue reimpresa dos veces en Buenos Aires (en 1867 y 1868) en el periódico El inválido argentino con el título Guerras civiles del Río de la Plata. Una mujer heroica. Durante la presidencia de Domingo F. Sarmiento, Manso fundó treinta y cuatro escuelas en Argentina, cada una con su biblioteca pública. También introdujo la enseñanza del inglés, las listas de asistencia y las búsquedas abiertas para administradores escolares, y promovió en la legislatura de Buenos Aires un proyecto para la profesionalización de las maestras. Fue la primera mujer en participar como miembro tanto en el Departamento de Escuelas como en la Comisión Nacional de Educación. Entre 1862 y 1881, escribió el Compendio de la historia de las Provincias Unidas del Río de la Plata. El Compendio, parte de ungénero muy popular en esa época, era un libro de texto de historia que respondía a un género preparado especialmente para las escuelas. La información histórica se presentaba de manera didáctica. Constituía un gran desafío escribir en un lenguaje apropiado para niños en edad escolar y al mismo tiempo incluir los elementos histo-riográficos requeridos por los cuerpos profesionales de historiadores que revisaban los materiales. Liliana Zucotti observó que la concepción del libro de historia como primer libro de texto fusiona el relato literario con el histórico:

Aunque el compendio desestima su validez científica y es difícil hacerlo entrar en un género específico, vislumbra y apuesta a una eficacia de otro tipo: se promueve como texto intermedio entre aquel que produce el filósofo de la historia y el que se dirige a un público más extenso. La concepción del libro de historia como primer libro de texto fusiona muchas veces el relato histórico con el relato literario. (Zucotti, 1993:2)

Es probable que Eduarda Mansilla (1834-1892), colega de Manso en la revista de corta vida La Flor del Aire, sea el más consumado ejemplo de una mujer escritora del siglo XIX. Nacida en una familia privilegiada en Argentina, Mansilla vivió cerca de los círculos de poder durante toda su vida y pasó la mayor parte del tiempo fuera de ese país acompañando a su esposo diplomático. Hablaba inglés fluidamente, y vivió muchos años en Francia, donde escribió dos novelas en francés. Compositora y música talentosa, también incursionó en la mayoría de los géneros literarios: publicó libros para niños, novelas, un libro de viaje que describía su estadía en los Estados Unidos, y múltiples artículos periodísticos. Su ópera prima, El médico de San Luis, publicada en 1860, demostró su interés en elaborar una metáfora de la nación que se estaba creando, y así Mansilla compitió con los escritores más importantes de la época. Las temáticas centrales de sus novelas son las pampas argentinas, la violencia política y las madres que salvan a los niños del barbarismo. Esos temas se convertirían en una pieza muy importante en su obra periodística y en los cuentos cortos que publicaría dos décadas más tarde en La Ondina del Plata. Esta fue una publicación pionera dirigida al público femenino que incluía colaboraciones no solo de mujeres latinoamericanas, sino de también de europeas y norteamericanas, lo que evidenciaba el funcionamiento de las redes de gran alcance que esta publicación establecía. En su relato Recuerdos de viaje abundan las opiniones acerca de múltiples temas, desde la Guerra de Secesión hasta el fin de la segregación racial, el divorcio y la participación política de las mujeres. Mansilla también reflexiona acerca de las mujeres trabajadoras de los Estados Unidos y anhela la profesionalización de la figura del reporter en Argentina (Mansilla, 2006).

Como otras escritoras de la época, la boliviana Adela Zamudio (1854-1928) dejó su marca a través de la enseñanza y el periodismo. Su obra se enfoca en temáticas sociales, pero a diferencia de sus contemporáneos masculinos, ella las articula desde la esfera de lo privado, y se ocupa especialmente de la crítica de instituciones como la Iglesia y la familia. Zamudio lamenta la exclusión de las mujeres y de los indígenas, y muestra que las redes de exclusión se tejen tanto desde espacios privados como públicos. Muchas veces escribió en El Heraldo firmando como “Soledad", un seudónimo cargado de sentido. Defendió la supresión de la educación religiosa y se opuso a la exclusión y dominación de las mujeres. Su novela epistolar Íntimas (1913) es una observación sofisticada de las ramificaciones domésticas de una sociedad no equitativa. Si bien Zamudio, mujer moderna, tiene el mismo tipo de trabajo profesional que las mujeres de ciudades de todo el mundo, los dramas íntimos que retrata en su novela revelan la desigualdad descomunal de la Bolivia rural. Los personajes femeninos de su novela incluyen una necia mujer casada; su leal hermana, que está a cargo de los niños y del hogar; y múltiples sirvientas que asisten a la familia y cuidan la propiedad, como la nodriza a la que obligan a amamantar al bebé de la familia terrateniente mientras su propio hijo se muere de hambre. "La maternidad, en ciertos casos, hace a la mujer egoísta hasta la ferocidad” (Zamudio, 1913: 9), dice Zamudio y, de esta manera, establece un contraste entre la actitud despreocupada de la madre terrateniente que deja a su hijo enfermo para asistir a una fiesta y la nodriza indígena que se ve obligada a alimentar a ese niño enfermo a expensas de su propio hijo desaliñado.

Si bien los especialistas no suelen detenerse en este elemento, la escritura de Zamudio explora la naturaleza física de la desigualdad. En un artículo publicado en El Heraldo, con el fin de denunciar la práctica de reclusión de mujeres jóvenes en contra de su voluntad, la autora describe con detalles espantosos el caso de una joven que se marchita dentro de un convento: “En momentos de crisis, figurándose que mascaba sus cadenas, ha mascado furiosa cuanto objeto duro y cortante tenía a su alcance y hoy, desgranadas las perlas de su boca, ésta no es más que un agujero sangriento” (citado en Zamudio, 1977: 198). La prisionera usa su propio cabello, arrancando pelo por pelo, para confeccionar un velo para su hermana, y así transforma su propio cuerpo en un artículo de indumentaria que la consume y la ocluye.

Al igual que Mansilla y Gorriti, Zamudio recurre a lo fantástico y a lo gótico para revelar los vacíos en el discurso de lo racional. En su cuento El ramito de romero, Mansilla describe la morgue de la facultad de medicina, donde los estudiantes besan cadáveres de mujeres. Los fundamentos de un erotismo de la muerte exponen los espacios en los que entran en conflicto las ciencias médicas y las supersticiones populares. Gorriti describe unas ruinas que no evocan en absoluto nostalgia por un pasado feliz, sino que las presenta como un espacio fantasmal que interpela al presente. La frontera entre Argentina y Bolivia funciona como lecho de muerte de un alma perdida que vaga sin rumbo como testigo y víctima del terror político. En Sueños y Realidades, María sueña con un arrebato erótico que se convierte en un gesto de violencia brutal: el hombre desconocido que aparece en sus sueños besa a la protagonista virgen, la abre al medio, le arranca el corazón y lo parte a la mitad (Mansilla, 2006). Hay ríos de sangre y cuerpos decapitados por doquier (Gorriti y Torres, 1907). Estas escritoras utilizan lo fantástico para darle voz a los silencios de la literatura romántico- realista. Muestran que, si bien la literatura de las mujeres del siglo XIX describía el ámbito doméstico y familiar, también solía descender al reino de lo oscuro, donde la muerte, la naturaleza, el cuerpo y el deseo están representados como femeninos.

Mientras que la escritura de Zamudio explora como tema el confinamiento y la estética gótica, en la esfera pública la autora era muy activa como escritora, periodista y miembro de la elite intelectual. Trabajó como maestra y fundó una academia de arte y un liceo de señoritas en su ciudad natal, Cochabamba. También actuaba como oradora en actividades públicas y era una miembro respetada de bibliotecas y asociaciones culturales.

Las mujeres de la clase trabajadora tenían menos capital cultural y en general esa falta carencia se traducía en una escritura menos pulida. Un caso destacado en este sentido es el de Luisa Capetillo (1879-1922), una puertorriqueña feminista que fue líder sindical, y cuyo libro Mi opinión sobre las libertades, derechos y deberes de la mujer de 1911 abogaba por la igualdad, la libertad sexual, y la autonomía económica y política de la mujer (Capetillo, 2004). La escritura de Capetillo refleja el hecho de que al ser una madre soltera que trabajaba tuvo acceso limitado a las herramientas académicas y literarias, pero, aun así, logró producir un discurso no esencialista con gran éxito. Sus escritos fueron publicados en diarios anarquistas de lugares tan remotos como Buenos Aires, lo que prueba el alcance del desarrollo de las redes establecidas entre mujeres escritoras. La obra escrita de Capetillo también apareció en una colección de escritos de activistas famosas entre los que se encontraban los de Rosa Luxemburgo, Clara Zetkin y Emma Goldman, entre otras.

Capetillo les leía a los trabajadores de las fábricas de tabaco (una práctica habitual de la época), y su capacidad y su talento como lectora contribuyeron a su éxito como oradora pública en manifestaciones anarquistas. Fundó la primera revista feminista de la clase trabajadora en Puerto Rico, y colaboró con diarios escritos en español publicados en los Estados Unidos. Logra crear “un discurso híbrido y alternativo en las Américas" (Ramos, 1992: 58) que integra elementos de la cultura popular y de la elite, y se destaca por alejarse de lo convencional. Resulta impactante el discurso de Capetillo en su crítica desenfadada de las normas políticas y sociales y su honestidad. Justifica las desigualdades sexuales entre hombres y mujeres sobre la base de que alientan el lesbianismo: “Y los jóvenes no protestan en vez de ir a sus brazos como ordena la ley natural; se entregan a la masturbación ó al delito contra natura del mismo sexo" (Capetillo, 2004:162).

La versatilidad de la escritura de viajes se vuelve evidente en la apropiación que hace Capetillo del género. En Impresiones de viaje de 1909, escribe sobre sus viajes para expresar su opinión con respecto a diversos temas: desde la explotación de los trabajadores hasta la desigualdad que sufren las mujeres. Capetillo se permite hacer uso de licencias poéticas. Por ejemplo, dice: “partió el tren y en el trayecto por entre las campiñas próximas a ese pueblo, entre las plantaciones, en la tierra preparada para recibir las semillas, vi una niña que con una mano recojía [sic] en su pobre falda, en la que estaba la semilla, y con la otra la regaba entre los surcos abiertos en la tierra. ¡Bella y poética figura!" (Capetillo, s.f: 294). La escritura de Capetillo oscila entre lo pulido y lo prosaico, y el uso que hace de las convenciones de la escritura de viajes —la representación de un paisaje como visto desde un tren en movimiento y la estetización de los trabajadores— da testimonio de la inestabilidad del género. Pasarán un par de generaciones hasta que los autores adviertan la tensión existente entre la belleza de observar a trabajadores y el hecho de hacer el trabajo. Jamaica Kincaid escribió una novela corta —que la hizo famosa— sobre una situación similar: una joven au pair como narradora, originaria de las Indias Occidentales, y su jefe blanco de clase media alta observan personas labrando los campos; el jefe ve la escena como pastoral e idílica, la narradora comenta que está feliz de estar en el tren y no agachada en los campos (Kincaid, 1997: 31)

La mexicana Dolores Jiménez y Muro (1848-1925), también maestra y periodista, alcanzó el rango de coronela en la Revolución Mexicana. Fue editora de La mujer mexicana, una publicación de izquierda, y presidenta de Las Hijas de Cuauhtémoc, un grupo de mujeres que defendía la reforma social. Jiménez y Muro colaboró con Zapata en la elaboración del Plan de Ayala, un manifiesto legal que exigía la reforma agraria. En los últimos años de su vida, trabajó con José Vasconcelos en la organización de planes educativos para México. Si bien era muy consciente de las diferencias entre las clases, Jiménez y Muro defendió la alianza entre los estratos sociales. En un poema que leyó en la inauguración de la Sociedad Protectora de la Mujer, afirma:

¡Falange de valientes luchadoras

que uniendo vuestras mutuas energías este grupo formála! ¡De vencedoras

el nombre alcanzareís en pocos días! Iniciáis una marcha, un ejercicio,

de facultades hasta hoy, inertes

y poneís al recíproco servicio

los elementos que nos hacen fuertes. (citado en Tuñón, 2011: 25)

Concluye el poema dirigiéndose a las mujeres de todas las clases: “Unas con el prestigio de su clase, /otras con su labor o con sus luces/construiremos la base". Jiménez y Muro transpone su experiencia de guerra y transforma la lucha por la igualdad de la mujer en una hazaña militar.

Todas las escritoras del período apoyaban la educación para las mujeres y abogaban por ella. Nacida en México, hija de padre estadounidense y madre mexicana, Laureana Wright de Kleinhans (1846-1896) propuso la emancipación total de la mujer a través de la educación. Fue editora de la destacada revista femenina, Violetas de Anáhuac, y colaboradora frecuente de La Mujer Mexicana. Wright comenzó su vida literaria publicando poesía en El Monitor Republicano y en El Bien Público, y ensayos en la publicación femenina El Álbum de la Mujer. Enfatiza la importancia del trabajo que hacen las mujeres en el hogar y destaca el hecho de que sus responsabilidades siempre exceden el ámbito doméstico (Tuñón, 2011: 135-136). Para Wright de Kleinhans, la mujer es “la directora de la vida común". En su papel de editora de Violetas del Anáhuac, Wright patrocinó la carrera de escritora de otras mujeres, entre las que se encontraban María de Alba, María de la Luz Murguía y Dolores Correa. En el editorial del primer número de la revista, Wright expuso que solo a través de la educación las mujeres podrían integrarse al "siglo del progreso" (Wright de Kleinhans, 2005: 20). La revista dedicaba la mayoría del contenido a la educación de la mujer. Wright escribió dos largos ensayos sobre el tema: "La emancipación de la mujer por medio del estudio" y "Educación errónea de la mujer y medios prácticos para correjirla [sic]". El comienzo contundente de "La emancipación de la mujer"—"desde los primeros días del mundo pesó sobre la mujer la más dolorosa, la más terrible de las maldiciones: la opresión"— resume lo que Wright considera el mayor impedimento para la modernización total de México: la posición subalterna de la mujer y el sistema que respalda esa situación.

En 1910, Wright de Kleinhans publicó un volumen de estilo similar a un diccionario llamado Mujeres notables mexicanas. El libro contiene biografías cortas de ciento quince mujeres mexicanas, de las cuales veintisiete son indígenas. Los eclécticos textos incluyen abundante información sobre las diferentes trayectorias existentes para las mujeres en aquellos tiempos, y demuestra la seriedad del compromiso de Wright con la investigación. Algunas de las entradas incluyen retratos de las mujeres estudiadas y otras, fragmentos de sus poesías.

La prensa política fue clave al momento de incorporar a las mujeres de clase trabajadora a la cultura letrada. La mexicana Benita Galeana (1907-1996) documentó en 1940 su experiencia como mujer pobre y militante del Partido Comunista en su libro Benita, el cual de inmediato se convirtió en un éxito de ventas debido a su valor como documento en el que se plasmaba la vida de la clase trabajadora y las incertidumbres en las que esa vida sumergía a las mujeres. Benita estuvo presa cincuenta y ocho veces a lo largo de su vida (Poniatowska, 1994 12). En sus escritos, Benita hace uso de su propio cuerpo: narra una apuesta entre dos hombres sobre si ella es virgen o no. Ella accede a que un médico la revise para resolver la apuesta y, después, logra persuadir al médico para que mienta. Luego, les dice a sus amigas que uno de los cantantes del cabaret la ha deshonrado, solo para acceder más tarde a dormir con él a modo de retribución, porque había accedido, como dijo, a “cargar con el muerto" (Galeana, 1974: 85).

La relación entre Galeana y la prensa surgió espontáneamente: ella era la encargada de distribuir la publicación del Partido Comunista El Machete, donde más tarde publicó sus escritos. Galeana también escribió una antología de cuentos llamada El peso mocho, que narraba en un estilo oral sucesos de la revolución en el microcosmos del pequeño pueblo de San Gerónimo.

La Voz de la Mujer, un periódico anarquista que apareció en Buenos Aires entre 1896 y1897, permite reflexionar acerca del papel central que tuvo la prensa en las publicaciones de las mujeres a fines de siglo. La Voz aboga por que la mujer se emancipe de la Iglesia, de los esposos y de los jefes, fiel a su chant de guerre “Ni Dios, ni patria, ni marido". Pepita Guerra, una de las colaboradoras más importantes de La Voz, describe una sociedad libre en estos términos: “como corolario de la revolución social en nuestra futura y próxima sociedad en donde nada faltará a nadie, donde nadie padecerá hambre ni miseria, allí sí que queremos el amor libre completamente". Las escritoras de La Voz critican la falta de preocupación de los hombres anarquistas por la opresión de la mujer, y también la falta de conciencia de clase de las mujeres burguesas. Sobre estas últimas, dijeron: “su pertenencia al mundo de las opresoras las deja afuera del genérico del cual surge el periódico" (Ansolabehere, 2000: 109-119). Sin embargo, los hombres anarquistas siempre fueron considerados aliados en la lucha. La prensa anarquista surgió del trabajo arduo y se sostuvo por las suscripciones voluntarias, que eran en su mayoría efímeras o inconstantes. Los elementos dramáticos del discurso anarquista estaban más enfatizados que en la prensa habitual. La lista de direcciones de los suscriptores muestra un lugar en la red de intercambios, reuniones y polémica.

Las mujeres que escribían encontraron un nicho en la escritura de libros de texto y libros de lectura para escuelas. A principios del siglo XIX, esos libros se importaban desde Europa, pero para fines de ese siglo, había una gran producción en Latinoamérica, en especial en la zona del Río de la Plata, donde “la lectura diaria" era parte de la socialización y de la construcción del género y del patriotismo (Acree, 2011). Una de las escritoras de libros de texto más representativas fue la uruguaya Emma Catalá de Princivalle, autora de Lecciones de economía doméstica (1905), que consta de tres tomos, y que fue adoptada por la Administración de Escuelas Primarias para ser el libro de texto principal de las escuelas públicas de Montevideo. Al igual que El vademécum del hogar de Aurora Stella de Castaño, las obras de Princivalle para mujeres jóvenes demuestran la existencia de un circuito de lectura en el cual tanto las autoras como las lectoras reflexionaban sobre la vida en el hogar, pero también observaban la institución de la casa y del hogar desde afuera. Al leer estos libros, las jóvenes podían obtener una idea de la importancia que tenía el hogar burgués en la esfera pública, y, por lo tanto, socavaban el concepto de hogar como un lugar de confinamiento y de vida familiar en oposición a la vida social y política. La economía doméstica incluía la cocina y el entretenimiento, y también una filosofía de cuidados personales. Se presenta el hogar como el reino de las mujeres y el espacio en que lo público y lo privado están conectados (Catalá de Princivalle, 1915).

1 Licia Fiol-Matta afirma que “Mistral creó un discurso público que apoyaba el rol conservador de la mujer en el estado, pero su vida privada se alejaba significativamente de lo que prescribía el estado” ( Fiol-Matta, 2002).


La argentina Ada María Elflein, una autora de libros de texto que apareció años más tarde también escribió relatos de viajes para La Prensa. Elflein se graduó como maestra y se presentaba a sí misma como una, aunque nunca estuvo frente a una clase. Sin embargo, la figura pública de maestra, le permitió vivir su vida en la forma que deseaba: al describirse como madre de todos los niños, podía vivir una vida sin hijos en su propia compañía y con su pareja mujer, mientras defendía los roles tradicionales de las mujeres. Al igual que Gabriela Mistral, Ada Elflein utilizó la figura de la maestra como protectora desinteresada de los niños y niñas para llevar una vida en la que no enseñaba, en la que no era madre, en la que no era heterosexual.1 Los casos de Mistral y de Elflein muestran las sutilezas y posibilidades que las identidades profesionales de la maestra o de la periodista ofrecían. La enseñanza y las actividades asociadas —escribir libros de texto, pertenecer a la dirección de una escuela, diseñar programas educativos— eran espacios de transición entre lo doméstico y lo público, donde las mujeres solían abrirse puertas unas a otras. Cecilia Grierson diseñó programas universitarios para mujeres en obstetricia, kinesiología y enfermería; también escribió un libro sobre la formación técnica de la mujer. Julieta Gomez Paz, la primera mujer que obtuvo un doctorado en literatura en la Universidad de Buenos Aires, escribió su tesis sobre Elflein, un antecedente digno de mención en los estudios de la literatura de mujeres.

La argentina Salvadora Onrubia (1895-1972) trabajaba como maestra en las provincias y escribía para su periódico local y para revistas de Buenos Aires. Defendía los derechos civiles y políticos de la mujer, y se convirtió en una dramaturga respetada. En 1914, en una reunión de la Federación Obrera Regional Argentina, afirmó:

Estoy con ustedes, con los anarquistas, los que deben marchar de frente y con el pecho descubierto, arrostrando el peligro, sin importársele el morir por nuestro bello ideal. Yo daré el ejemplo y levantaré los corazones en la lucha, para la cual reclamo el derecho de ir con mis compañeros, delante de todos, empuñando la bandera roja, que es como el fuego de los corazones. (“El mitín”)

Sus palabras avalan una representación radicalmente diferente de la mujer, que es diferente a la del “ángel del hogar".

Para los años 30, las mujeres escritoras habían establecido dentro de la cultura letrada de América Latina espacios literarios que incluían una amplia variedad de temas, presentaciones, y significados. El espacio desde el que escribían era heterogéneo y a menudo contradictorio. Las tensiones que subyacen la literatura de mujeres hasta el día de hoy ya estaban presentes en aquel entonces: Asuntos ligados a la alianza entre clases, la especificidad de la escritura de mujeres y la división ente lo público y lo privado dan forma a la escritura de estas mujeres. Muchas de ellas pertenecían a la clase trabajadora y nunca se consideraron a sí mismas como escritoras. Algunas tenían contacto intenso con escritores vanguardistas, otras, en absoluto. Su obra a través de fronteras y a través de géneros, expone un deseo colectivo de formas alternativas de intervención política y de producción personal.

 

Referencias

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