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Mora (Buenos Aires)

On-line version ISSN 1853-001X

Mora (B. Aires) vol.25 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires June 2019

 

ARTICULOS

Sobre desigualdades y diferencias[1]

 

Jelin, Elizabeth

CIS-IDES/CONICET

Fecha de recepción: 01/08/2017. Fecha de aceptación: 01/12/2017.


Resumen

Uno de los ejes del pensamiento social feminista es el vínculo entre las desigualdades de género (subordinación, demandas de igualdad y de emancipación, etcétera) y otras desigualdades sociales (de clase, étnicas y raciales, de nacionalidades y edades, con todas sus jerarquías de poder). En una perspectiva de historia de las ideas, este artículo rastrea los aportes teóricos al análisis de las relaciones entre clases sociales y género en el capitalismo, trayendo a la actualidad los modelos analíticos de Heleieth Saffioti y de Isabel Larguía y John Dumoulin, desarrollados los años sesenta y setenta del siglo pasado. Analizar ese pensamiento y traerlo al ámbito de los debates contemporáneos es un ejercicio de memoria personal y un intento de transmisión de ideas y de protagonistas que, por motivos que superan este texto, han sido silenciadas y quizás hasta olvidadas en el pensamiento actual. La noción de interseccionalidad, a menudo presentada como una gran novedad contemporánea, puede ganar mucho si se buscan sus hondas raíces en estas pensadoras pioneras.

Palabras clave: Desigualdades; pensamiento latinoamericano; G énero y clase social; Isabel Larguía; Heleieth Saffioti; Interseccionalidad.

Abstract

Feminist social thought devotes much attention to the link between gender inequalities (subordination, demands for equality and emancipation, etcetera) and other social inequalities (class, ethnic and racial, of nationalities and ages, with all their power hierarchies). From the perspective of the history of ideas, this article traces theoretical contributions to the analysis of the relations between social classes and gender in capitalist development, presenting the analytical models of Heleieth Saffioti and Isabel Larguía and John Dumoulin on the link between gender and class inequalities. These models were developed the nineteen sixties and seventies. To present these ideas in the context of contemporary debates is an exercise in personal memory and an attempt to convey ideas and protagonists that have been silenced and perhaps even forgotten in current thinking. In particular, the notion of intersectionality, often presented as a great contemporary novelty, gains new meaning when these pioneer analysts are brought back into the center of debate.

Keywords: Inequalities; Latin American social thought; Gender and social class; Isabel Larguía; Heleieth Saffioti; Intersectionality.


 

El foco de este texto es doble. Por un lado, hablar de múltiples desigualdades y de la manera de pensar el vínculo entre las desigualdades de género (subordinación, demandas de igualdad y de emancipación, etcétera) con las otras dimensiones de las desigualdades. Este es un eje central del pensamiento feminista. Por otro lado, elijo tratar este tema "haciendo memoria". Como vieja sobreviviente del feminismo académico de los años setenta, no puedo menos que poner el foco en una dimensión histórica; en este caso, un foco en las historia de las ideas, trayendo a la actualidad el modelo analítico y el pensamiento que sobre las desigualdades de género tuvieron pensadoras latinoamericanas de los años sesenta y setenta del siglo pasado. Analizar ese pensamiento y traerlo al ámbito de los debates contemporáneos es, a mi modo de ver, un ejercicio de memoria personal y un intento de transmisión de ideas y de protagonistas que, por motivos que superan este texto, han sido silenciadas y quizás hasta olvidadas en el pensamiento actual, que tantas veces se dirige más a reinventar que a marcar las continuidades y avances que se logran cuando una "se para sobre los hombros de gigantes", para usar una expresión con larga historia.

El pensamiento emancipador del feminismo está ganando espacio en el centro de las luchas sociales y del pensamiento social. Vivimos en un período de hegemonía del paradigma neoliberal e individualista que, al desechar las estructuras sociales y el papel central de las instituciones, ha puesto el énfasis en las capacidades individuales, el esfuerzo y el logro personal como motores del bienestar. El acento está puesto en el plano de los individuos, por encima de interpretaciones ancladas en estructuras sociales y en relaciones de poder. De ahí que se haya hablado más de pobreza que de desigualdad y que las políticas sociales, donde las hubo, hayan estado orientadas a disminuir la pobreza antes que a redistribuir la riqueza. También que se haya opacado, si no perdido, el lenguaje de clases y lucha de clases, y el lugar regulador del Estado.

Este predominio coincidió con un crecimiento de las demandas sociales por el reconocimiento de la diversidad, y estas demandas generaron una celebración de la diversidad, el multiculturalismo y la diferencia. Sin duda, se trata más que de coincidencias: habría que analizar las afinidades entre el individualismo neoliberal y la exaltación y reconocimiento de la diversidad -pensada como diferencia antes que como desigualdad-. Son temas y debates que intentan plantear cuestiones nuevas, y al hacerlo también reponen viejos ejes temáticos ya discutidos, aunque de manera diferente, en décadas anteriores.

No es mi intención entrar en esas conversaciones sobre perspectivas y enfoques, con todos los peligros de esencialismos y relativismos radicales que a veces encierran. Mi objetivo es más limitado y concreto. Tomaré una cuestión específica que se inscribe en el debate latinoamericano de las ideas desde hace más de cincuenta años: la interrelación entre lo que podría considerarse como la dimensión central de las desigualdades sociales -las clases sociales en el capitalismo-, y otras dimensiones y clivajes sociales, fundamentalmente el género, pero también la "raza" y la etnicidad, tema que en las conceptualizaciones feministas de comienzos del siglo XXI se engloba en las discusiones sobre la "interseccionalidad".

Un comentario conceptual: Desigualdades múltiples

La existencia de "múltiples desigualdades", es decir, múltiples dimensiones de estratificación y categorización social es, hoy en día, parte del sentido común de las ciencias sociales. Esta multiplicidad, sin embargo, no significa que todas las dimensiones son intercambiables o que se pueda tratarlas como análogas. Primero, es necesario partir de una diferenciación importante entre las dimensiones analíticas y las "nativas". Lxs actorxs construyen las categorías con las que se diferencian o identifican con otrxs a partir de sus experiencias, en las situaciones concretas en que se encuentran. No puede haber una lista predeterminada de dimensiones; se trata de cuestiones y preguntas empíricas (¿el género? ¿La lengua? ¿La religión? ¿La edad?). Que una dimensión se torne visible en un momento histórico o que otra no sea usada explícitamente en los marcos de interpretación de la acción, son cuestiones que podrán ser develadas en el proceso de investigación. ¡Inclusive las categorías de género! Desde una perspectiva analítica, por el otro lado, las dimensiones y categorías son instrumentos analíticos que sirven para ordenar y explicar qué lleva a los actores a actuar como lo hacen, aun cuando esto no esté explicitado por ellos mismos. Para dar un ejemplo, múltiples situaciones históricas concretas pueden ser encuadradas como situaciones de dominación patriarcal, aun cuando la gente no "se dé cuenta" o no conceptualice su vida en estos términos.

En el nivel estructural, la preocupación centrada en las desigualdades pone en el centro la dimensión de clase social. Sea en el análisis de las estructuras productivas y los mercados de trabajo o de sus resultados manifiestos en la distribución del ingreso, este ha sido el núcleo del pensamiento sobre la dinámica de las desigualdades sociales y los mecanismos de su producción o reproducción. La cuestión que quiero abordar es cómo la estructura de clases se vincula con otras categorizaciones tales como la etnicidad, raza, género, edad, nacionalidad, religión, lengua, etcétera, categorizaciones construidas culturalmente aunque muchas veces sean definidas como "naturales" y estén ordenadas jerárquicamente. Los vínculos entre estas posiciones estructurales y las categorizaciones culturales son contingentes y varían en el tiempo. Importa también que las categorizaciones no son equivalentes. Mientras que la etnicidad puede implicar comunidades cerradas y segregadas, el género está en todos lados, en todas las clases y en todas las comunidades definidas culturalmente (Brubaker, 2015).

En el análisis social contemporáneo, especialmente en el análisis feminista (¿europeo?), este tema se enfoca usando la noción de interseccionalidad, para ubicar las desigualdades de género en un marco más amplio. Esta noción alude al hecho de que género, etnicidad y clase operan simultáneamente para generar y manifestar desigualdades. El corolario de esta afirmación es una advertencia metodológica: el análisis de las desigualdades será incompleto si no toma en cuenta estas múltiples dimensiones. Como advertencia metodológica, está clara. En el nivel teórico o analítico, sin embargo, no nos dice mucho sobre la naturaleza de los vínculos entre las desigualdades de género y las otras dimensiones. ¿Cómo puede avanzar en la generalización y la teorización de estos patrones de interacción? Veamos algo de historia de las ideas en América Latina.

Clase y género: Heleieth Saffioti, Isabel Larguía y John Dumoulin

¿Cómo fueron pensados estos temas por las primeras feministas académicas de la segunda ola? (¡¡¡Qué expresión complicada!!!). ¿Cuál era el clima de ideas de la época? En el marco de las preocupaciones sobre el desarrollo y las desigualdades de los años sesenta, había una profunda ceguera sobre las relaciones entre sexos y sobre el lugar social de las mujeres (no se hablaba de género en la época). Si importaban las mujeres, era en relación con las tendencias de la fecundidad. Preocupaba el desfasaje entre los procesos de rápida urbanización que experimentaba la región y el mantenimiento de tasas de fecundidad altas. Algunos se animaban a interpretarlo en clave del "tradicionalismo" de las mujeres, con la esperanza de que la modernidad que acompañaba los procesos de urbanización iría a cambiar en poco tiempo el comportamiento de las mujeres. Se podían reconocer el rezago temporal en el proceso de cambio, el ritmo más lento y las persistencias de ese tradicionalismo. El comportamiento reproductivo y las actitudes que lo determinaban eran patrimonio de las mujeres, y los varones aparentemente no tenían nada que ver en el asunto. La esperanza era que, en tanto la modernización que acompañaba los procesos de urbanización y se expresaba en aumentos en los niveles educativos de las mujeres, esto iría a tener un efecto casi automático en una disminución de la fecundidad.

Los últimos años de la década de los sesenta presenciaron el surgimiento de una nueva ola feminista, primero en los países centrales para muy pronto extenderse a muchas mujeres en otras partes del mundo. Esta ola feminista tuvo que enfrentar un doble desafío: comprender y explicar las formas de subordinación de las mujeres y proponer caminos de lucha para la transformación de esa condición. ¿Cuál era la naturaleza de esa subordinación? ¿Cómo entenderla? Entendimiento fundamental que sería al mismo tiempo un aporte al conocimiento y un instrumento para elaborar una estrategia de lucha. El debate fue intenso, la heterogeneidad y los conflictos teóricos y tácticos, permanentes. La relación entre la investigación y la acción fue sin duda una preocupación central de las académicas feministas.

En 1969, Heleieth Saffioti publicó su libro A mulher na sociedade de classes. Mito e realidade, producto de una tesis doctoral dirigida por Florestan Fernandes (que trabajó sobre la integración del negro en el capitalismo). El libro se ubica en la tradición de investigación del desarrollo del capitalismo, en general y particularmente en Brasil, y el lugar que en ese desarrollo ocupan las mujeres. El análisis se orienta a mostrar que las "relaciones entre sexos y, consecuentemente, la posición de la mujer en la familia y en la sociedad en general, constituyen parte de un sistema de dominación más amplio" (Saffioti, 1969: 169).

Cabe mencionar que en este, y en otros textos de la época, se habla de "la mujer" en singular. Con el correr de las décadas, se fue pasando al plural, para poner más en claro y en evidencia las jerarquías, las relaciones de dominación y las desigualdades no solamente entre categorías de raza o género sino también dentro de ellas.

Saffioti rastrea el origen de los mitos y preconceptos que justifican la exclusión de las mujeres en determinadas tareas y su segregación de manera casi exclusiva en los papeles tradicionales y las ocupaciones reconocidamente femeninas. Analiza la posición de hombres y mujeres esclavos, y las inconsistencias de las relaciones raciales esclavistas, y ve una incongruencia muy significativa en el caso de las mujeres negras, porque además de su función en el sistema productivo tenían un papel sexual, y el producto -el mulato-fue el foco dinámico de las tensiones sociales y culturales. Señala esto como factor de perturbación del sistema de trabajo y de la moralidad esclavista.

¿Cuál es el efecto del desarrollo capitalista en la posición de las mujeres? Los efectos analizados no son homogéneos para todas las mujeres. En el mundo de la organización productiva, según Saffioti, el desarrollo del capitalismo margina a las mujeres. Y lo hace de manera compleja. El advenimiento del capitalismo representa una disminución de las funciones directamente productivas hasta entonces desempeñadas por las mujeres. Quedan como mano de obra barata, a ser utilizada cuando el capitalismo así lo requiere. A su vez, su baja capacidad de reivindicación permite una mayor explotación, y al mismo tiempo una mayor expoliación, por su inserción en formas no dominantes y ya superadas de producción de bienes y servicios. De manera complementaria, enmascara la realidad de la explotación a través de una apelación a "factores naturales" como el sexo y la raza, y esto intensifica la marginación y favorece el mantenimiento de la dominación de las capas privilegiadas.

El proceso no es tan lineal como parece, sin embargo. La autora analiza los procesos de urbanización y la abolición de la esclavitud que, junto a la inmigración europea, producen cambios significativos en la organización familiar, especialmente la desestabilización de la familia patriarcal. La urbanización produce transformaciones en la posición social de las mujeres urbanas: ensanchamiento de horizontes culturales, limitación de la natalidad, divorcio. También se da una extensión de la familia legal a grupos cada vez más amplios, cuestión que paradójicamente implica un refuerzo de los tabúes sexuales. Juegan entonces factores culturales: el culto a la virginidad femenina en un mundo de doble moral, la exaltación del "macho" como ideal de personalidad masculina, la doble moralidad en las clases medias. Como resultado, "ciertas áreas de la personalidad femenina están, por así decirlo, sufriendo una modernización resultante de las nuevas concepciones acerca del mundo y del ser humano, mientras que otras áreas permanecen presas del clima tradicional en que ocurre el proceso más amplio de socialización" (Saffioti, 1969: 197). Los cambios se manifiestan también en la transformación de la estructura de las familias y en los planos simbólicos y culturales. La cuestión que queda sin resolver en su análisis es la articulación entre la división sexual del trabajo en el ámbito doméstico y la familia por un lado, y la estructura productiva capitalista por el otro. Este es el tema que abordan Larguía y Dumoulin.[2]

El punto de partida de este tema está en el proceso de diferenciación entre "casa" y "trabajo", o sea, la separación entre los procesos de producción social integrados al mercado capitalista a través de la división del trabajo, y los procesos ligados al consumo y la reproducción realizados en el ámbito doméstico, en el mundo privado y en la intimidad de la familia. En la teoría marxista, el foco puesto en los modos de producción implicaba mirar las relaciones entre la producción de los bienes y los medios de subsistencia. El otro lado de la ecuación, la producción de los seres humanos que a través de su trabajo van a participar en los procesos de producción, estaba mucho menos desarrollada teóricamente. Mucho se decía sobre los "modos de producción" pero casi nada sobre los "modos de reproducción". La contribución del debate feminista marxista y especialmente la de Larguía y Dumoulin se ubican en este tema.

¿Cómo se producen los seres humanos, esa "mercancía" que es la fuerza de trabajo en el capitalismo? Éste es el ámbito de la reproducción, que se desarrolla en los hogares (Meillassoux, 1977). En el capitalismo, la familia no tiene sustento en lo económico. Tampoco es una clase social. Se mantiene viva como una forma ética, ideológica y jurídica, pero también como ámbito de producción y reproducción de la fuerza de trabajo. El trabajo usado para la producción de este "bien" es un trabajo mayormente femenino, no está remunerado y no puede ser comercializado por las productoras.

El patriarcado, como sistema de subordinación de las mujeres en la familia y en la comunidad doméstica, cobra importancia analítica en esta perspectiva. Si la atención está centrada en el hogar-familia como la institución social a cargo de la organización de la vida cotidiana y la reproducción, importa su organización interna y los roles diferenciados de hombres y mujeres. El modelo de hogar/familia del desarrollo capitalista es el hogar nuclear patriarcal: el trabajador hombre que, con su salario, puede aportar los recursos monetarios requeridos para el mantenimiento de la familia trabajadora. Lo que queda implícito e invisible en ese modelo es que se requiere la contrapartida del trabajo doméstico de la "ama de casa-madre" que transforma ese ingreso monetario en los bienes y servicios -inclusive el amor y el cuidado- que permiten el mantenimiento y reproducción social.

Es en este escenario de discusión teórica y política que se inserta el trabajo de Larguía y Dumoulin.[3] ¿En qué consiste esta división del trabajo en la familia? "Fue sólo con el surgimiento de la familia patriarcal que la vida social quedó dividida en dos esferas nítidamente diferenciadas. La esfera pública y la esfera doméstica" (Larguía y Dumoulin, 1976: 11). La mujer fue relegada a la esfera doméstica, acompañada por una poderosa ideología sobre el lugar y papel de la mujer. A partir de la disolución de las estructuras comunitarias y de su reemplazo por la familia patriarcal, el trabajo de la mujer se fue limitando a la elaboración de valores de uso para el consumo directo y privado. Así, Larguía y Dumoulin destacaban la invisibilidad de las tareas de la domesticidad:

 

Si bien los hombres y las mujeres obreros reproducen fuerza de trabajo por medio de la creación de mercancías para el intercambio, y por tanto para su consumo indirecto, las amas de casa reponen diariamente gran parte de la fuerza de trabajo de toda la clase trabajadora. Sólo la existencia de una enajenante ideología milenaria del sexo impide percibir con claridad la importancia económica de esta forma de reposición directa y privada de la fuerza de trabajo.

 

El obrero y su familia no se sostienen sólo con lo que compran con su salario, sino que el ama de casa y demás familiares deben invertir muchas horas en el trabajo doméstico y otras labores de subsistencia.

 

El trabajo de la mujer quedó oculto tras la fachada de la familia monogámica, permaneciendo invisible hasta nuestros días. Parecía diluirse mágicamente en el aire, por cuanto no arrojaba un producto económicamente visible como el del hombre. (Larguía y Dumoulin, 1976: 15-18)

 

La labor doméstica, como parte de la cotidianidad, puede ser vista como el conjunto de tareas, habituales y repetitivas en su mayor parte, que asegura la reproducción social, en sus tres sentidos: la reproducción estrictamente biológica, que en el plano familiar significa gestar y tener hijos (y en el plano social se refiere a los aspectos socio-demográficos de la fecundidad); la organización y ejecución de las tareas de la reproducción de la fuerza de trabajo consumida diariamente, o sea las tareas domésticas que permiten el mantenimiento y la subsistencia de los miembros de la familia que, en tanto trabajadores asalariados, reponen sus fuerzas y capacidades para poder seguir ofreciendo su fuerza de trabajo día a día; y la reproducción social, o sea las tareas dirigidas al mantenimiento del sistema social, especialmente en el cuidado y la socialización temprana de los niños, enfermos y ancianos, que incluye el cuidado corporal pero también la transmisión de normas y patrones de conducta aceptados y esperados (Larguía y Dumoulin, 1976).

En suma, la tradición encarnada en Larguía y Dumoulin está anclada en el análisis de la organización social y el desarrollo del capitalismo, vinculando allí familia y domesticidad con el mercado de trabajo y la organización de la producción. Se trataba, en su momento, de develar la invisibilidad social de las mujeres: en el trabajo doméstico no valorizado y oculto a la mirada pública, en la retaguardia de las luchas históricas, "detrás" de los grandes hombres.

El reconocimiento del valor de la producción doméstica y del papel de las mujeres en la red social que apoya y reproduce la existencia social fue uno de los temas claves de los años setenta, en los nacientes análisis feministas y en las consignas de la lucha y las demandas del movimiento de mujeres. Reconocer y nombrar otorga existencia social, y esa existencia visible parecía ser un requisito para la reivindicación. De ahí la necesidad de conceptualizar y analizar lo cotidiano, lo anti-heroico, la trama social que sostiene y reproduce. El debate teórico fue intenso: ¿Qué producen las mujeres cuando se dedican a su familia y a su hogar? ¿Quién se apropia de su trabajo? En los años setenta, el reconocimiento del ama de casa como trabajadora generó también un debate político: ¿Debe ser reconocida como trabajadora con derechos laborales? ¿Debe otorgársele una remuneración o una jubilación? ¿O hay que transformar las relaciones de género en la domesticidad? A partir del estudio y la indagación sobre la naturaleza del trabajo doméstico se ponía al descubierto la situación de invisibilidad y subordinación de las mujeres. Estos saberes abrirían caminos diversos para revertir esa situación.[4]

Hay un paso más por dar: el análisis de Larguía y Dumoulin habla del desarrollo capitalista en su conjunto, aunque el eje está puesto en la relación entre el trabajo doméstico de las mujeres y la reproducción de la fuerza de trabajo -es decir, se trata de un análisis centrado en los procesos sociales ligados a las clases trabajadoras-. La diferenciación en clases sociales está implícita en todo el análisis.

Frente a esta realidad de la división sexual del trabajo y las responsabilidades domésticas de las mujeres, el incipiente análisis feminista ponía su mira en el mundo del empleo. Parecía que, en tanto su subordinación estaba anclada en la distinción entre el mundo público y la vida privada, las mujeres debían salir de la esfera doméstica y participar en el mundo público que, hasta entonces, se trataba de un mundo predominantemente masculino. Las tendencias seculares mostraban que esto ya estaba ocurriendo, y se manifestaba en el aumento de los niveles educativos y de la tasa de participación de las mujeres en la fuerza de trabajo. A partir de los años setenta, el incremento de la participación femenina en la fuerza de trabajo en América Latina fue de una magnitud enorme.

Pero ¿qué sucede cuando las mujeres entran al mercado de trabajo? Ya Saffioti lo había planteado. Hay pocas oportunidades de acceso a "buenos" empleos, discriminación salarial, definiciones sociales de tareas "típicamente femeninas", o sea aquellas que expanden y reproducen el rol doméstico tradicional (servicio doméstico y servicios personales: secretarias, maestras y enfermeras) y concentración del empleo femenino en esas ocupaciones. En pocas palabras, la segregación y la discriminación son la regla. En suma, las relaciones de clase se combinan con las subordinaciones de género de manera específica, tanto en el mercado de trabajo (organización de la producción social) como en el ámbito de la domesticidad (organización de la reproducción social). Esta combinación -pensada como "doble jornada" en los análisis microsociales- se mantiene como fuente de tensión a lo largo del tiempo, y será objeto de diversas modalidades de intervención estatal.[5]

Menciono otro texto algo anterior, el de Verena Stolcke, Racismo y sexualidad en la Cuba colonial (2017). Referido al siglo XIX, Verena Stolcke analiza los patrones matrimoniales y el lugar de las mujeres en el cruce entre clase (y esclavismo, de manera análoga a la situación de Brasil), raza y género en Cuba. Lo hace a través del análisis de las disidencias, o sea de las formas en que los parámetros hegemónicos se llegan a subvertir: matrimonios "mixtos", la práctica del rapto, etcétera. En todo su análisis, la situación de las mujeres (y de los hombres) es vista en la especificidad de su situación en el sistema de relaciones de clase y de raza. Más recientemente, en un nuevo prólogo a la reedición del libro (Stolcke, 2017), la autora interroga la noción de interseccionalidad, y pone el énfasis en la urgencia de llevar adelante estudios histórica y socialmente situados que presenten la complejidad de las relaciones entre las diferentes dimensiones de la desigualdad social.

¿Para qué este análisis? ¿Adónde llegamos?

Este breve recorrido no es para sacar conclusiones nítidas sino para traer algunos elementos que nos ayuden a pensar ahora. Hay varios ejes para rescatar de estos análisis históricamente y espacialmente localizados, que pueden servir para revisar algunos de los debates y dilemas del siglo XXI.

En primer lugar, un comentario sobre el tiempo, los procesos y el cambio. Los complejos procesos de cambio ligados al desarrollo capitalista en la región implican ritmos de transformación diferentes en distintos aspectos o dimensiones, asincronías y desfasajes que no son aleatorios. El motor de cambio estaba, y sigue estando, puesto en el desarrollo de nuevas formas de organización productiva (con todas las interdependencias globales, además de lo local y lo nacional), y una cuestión central es qué pasa con la población que debe cambiar sus formas de trabajo y de vida. ¿Quiénes están preparados para cuáles cambios? ¿Qué nuevas categorías aparecen o se incorporan? Nuevas y viejas desigualdades y diferencias. En términos más dinámicos, se trata de que las formas aprendidas y vividas no encajan en las demandas del desarrollo capitalista.

Estos desajustes se enmarcan en la centralidad de la experiencia de formación de las clases. Al respecto, el análisis se emparenta con el análisis que Z. Bauman hace de la "memoria de clase". Bauman se refiere a la "memoria histórica" o "historia recordada" en tanto "propensión de un grupo a determinados comportamientos de respuesta antes que a otros" (Bauman, 2011: 10). Esta historia recordada "explica" las reacciones del grupo frente al cambio en las circunstancias a que es conducido su quehacer vital: "En el fundamento de cualquier transformación histórica está la creciente inadecuación del patrón aprendido de expectativas y comportamiento frente a las circunstancias en que el quehacer de la vida se lleva adelante" (Bauman, 2011: 12). Las salidas pueden ser diversas: desorganización reflejada en profecías de catástrofe inminente, proliferación de utopías revolucionarias, realineamientos políticos, sociales y culturales. El proceso de articulación de la sociedad de clases fue y es lento. Y en un momento posterior de la historia, la crisis de la sociedad de clases es un síntoma de la incapacidad de las instituciones para garantizar el estatus de grupo y seguridad individual en una organización social esencialmente transformada. En cada momento histórico, dice Bauman, son las memorizadas estrategias de clase las que proporcionan los patrones cognitivos y normativos para tratar con la crisis. En suma, las asincronías y los desfasajes son parte misma del proceso de cambio histórico. Pero hay que agregar algo que va más allá del pensamiento de Bauman: las otras categorizaciones sociales -de género, etnicidad, nacionalidad- están entretejidas en el nivel de la experiencia de clase, y en consecuencia entran de manera indivisible, inextricable, en la formación de las memorias (o el habitus) que va a guiar las prácticas de actores. Como coda de esta referencia a la memoria, el propio ejercicio de traer el pensamiento feminista de la región de hace cincuenta o sesenta años es, como se dijo al comienzo, un ejercicio de memoria intelectual y política.

En segundo lugar, podemos ubicar estos textos en la perspectiva de los análisis que ponen el énfasis en la tensión entre demandas de igualdad/redistribución y demandas de reconocimiento de identidades y diferencias. Como modelo analítico, este paradigma fue elaborado en décadas posteriores especialmente por Fraser (1997). En los años sesenta, se lo palpaba en la acción de los sujetos históricos más que en paradigmas o modelos. Es claro que el análisis de clase no puede ser completado sin considerar al género y la etnicidad de manera explícita. Además, una fuerte motivación para estudiar el tema está en las demandas de reconocimiento de género o de etnicidad y las luchas por eliminar las violencias y las desigualdades: esa sensación de injusticia distributiva y la intencionalidad de contribuir activamente en las luchas por la transformación de la situación histórica de grupos discriminados y marginados.

En tercer lugar, para volver a la relación entre desigualdades y diferencias, se puede conectar el tipo de análisis aquí presentado con las discusiones actuales sobre la "interseccionalidad", discusiones que aluden a la imposibilidad de analizar una dimensión de desigualdad aislada de las otras, ya que no se trata de efectos aditivos (desigualdad de clase que se suma a la de género, a la de edad y a la étnica, por ejemplo) sino que se trata de una articulación compleja, de una configuración. Pero ¿cómo se da esta combinación? ¿Existe algún modelo o teoría que permita elaborar una estrategia de análisis? ¿Se pueden establecer relaciones entre las dimensiones que vayan más allá de la exhortación a no olvidar ninguna? Las autoras revisadas aquí se ubican en una perspectiva teórica en la que prima el desarrollo capitalista y, en consecuencia, la situación de clase en el nivel macrosocial. Desde ese lugar, miran y analizan, en situaciones históricas concretas, cómo juegan el género y la etnicidad/raza. Las propuestas contemporáneas, reseñadas y revisadas por Roth (2013), son más abiertas e indefinidas. Creo que la posibilidad de avanzar está en reconocer y mantener la distinción analítica entre desigualdades de clase y diferencias culturales y adscriptas, para estudiar las maneras específicas en que se entrelazan en situaciones históricas específicas, como aboga Verena Stolcke en el prólogo que preparó este año para la reedición de su libro clásico. Sabemos que la interacción entre estas dimensiones se cristaliza en estructuras de desigualdades; de ahí que la lucha por mayor igualdad requiere accionar sobre interdependencias y vínculos.

Finalmente, algo sobre la motivación para haber hecho este ejercicio. Me acerqué a leer autoras "clásicas" a contrapelo, con el objetivo de buscar la manera en que habían conceptualizado e investigado las diversas dimensiones de las desigualdades sociales. Mi búsqueda puede verse como genealógica, orientada al origen o las raíces de las ideas y conceptos actuales, como este de la interseccionalidad. Sin duda, hay algo de esto, pero también me guía la creencia/intuición/memoria de que esa generación de pensadores y especialmente pensadoras combinó de manera muy especial y fructífera las inquietudes públicas-políticas con el rigor científico de sus investigaciones empíricas. Y es esa tradición la que debemos reponer. En suma, se trata de visitar a quienes pensaron la región con perspectiva histórica y estructural, reconociendo que América Latina es parte de la modernidad occidental y al mismo tiempo tiene un lugar liminar, un lugar descentrado, marcado por una inserción particular en el mundo. Recuperar esta tradición puede ser una contribución al proceso de emancipación presente y futuro, en el subcontinente y en el mundo.

 

Referencias bibliográficas

Bauman, Z. (2011). Memorias de clase. La prehistoria y la sobrevida de las clases. Buenos Aires, Argentina: Nueva Visión.         [ Links ]

Brubaker, R. (2015). Grounds for difference. Cambridge, United States of America (EE.UU): Harvard University Press.         [ Links ]

Faur, E. (2006). Género y reconciliación familia-trabajo. Legislación laboral y subjetividades masculinas en América latina. En L. Mora y M.J. Moreno (eds.), Cohesión social, políticas conciliatorias y presupuesto público. Una mirada desde el género (pp. 129-153). Ciudad de México, México: UNFPA-GTZ.         [ Links ]

Fraser, N. (1997). Iustitia interrupta. Reflexiones críticas desde la posición "postsocialista". Bogotá, Colombia: Universidad de los Andes/ Siglo del Hombre Editores.         [ Links ]

Larguía, I. y Dumoulin, J. (1976). Hacia una ciencia de la liberación de la mujer. Barcelona, España: Anagrama.         [ Links ]

Larguía, I. y Dumoulin, J. (1983). Hacia una concepción científica de la emancipación de la mujer. La Habana, Cuba: Editorial de ciencias sociales.         [ Links ]

Meillassoux, C. (1977). Mujeres, graneros y capitales. Economía doméstica y capitalismo. México: siglo veintiuno editores.         [ Links ]

Roth, J. (2013). Entangled inequalities as intersectionalities. Towards an epistemic sensibilization. Research Network on Interdependent Inequalities in Latin America, Working Paper (n° 43). Recuperado de http://www.desiguALdades.net.         [ Links ]

Saffioti, H. (1969). A mulher na sociedade de classes. Mito e realidade. San Pablo, Brasil: Quatro Artes Universitária.

Stolcke, V. (2017). Racismo y sexualidad en Cuba colonial. Intersecciones.Barcelona, España: Bellaterra.

 

[1] Versión revisada de la presentación realizada en el panel Feminismo, memoria y ciudadanía, en el Congreso Iberoamericano de estudios de género, 27 de julio de 2017. El texto está basado en una parte del texto de Jelin, E Inequalities of class, gender and ethnicity/race. Historical realities, analytical approaches. En Jelin, E., Motta, R. y Costa, S., eds. (2017) Global entangled inequalities. Conceptual Debates and Evidence from Latin America, pp. 109-127 Una versión anterior (en castellano) fue  Jelin, E. (2014). Desigualdades de clase, género y etnicidad/raza: realidades históricas, aproximaciones analíticas. En Ensambles en sociedad, política y cultura, vol. 1 (n° 1), pp. 11-36.

[2] Los escritos centrales de Larguía y Dumoulin sobre este tema son Por un feminismo científico (1969), Hacia una ciencia de la liberación de la mujer (1976) y Hacia una concepción científica de la emancipación de la mujer (1983).

[3] Inician su texto (Larguía y Dumoulin, 1976, p. 9; Larguía y Dumoulin, 1983, p. 13) con un epígrafe: "La división del trabajo. descansa en la división natural del trabajo en la familia y en la división de la sociedad en diversas familias contrapuestas; se da al mismo tiempo la distribución desigual del trabajo y sus productos, es decir la propiedad, cuya forma inicial se contiene ya en la familia, donde la mujer y los hijos son los esclavos del marido. La esclavitud latente en la familia es la primera forma de propiedad." (Marx y Engels, La ideología alemana).

[4] Este debate, sin embargo, tan central en la formación de una perspectiva de género, no penetró en el establishment de las ciencias sociales de la región. Fue más bien un desarrollo que quedó en -o ayudó a constituir- un espacio segregado, conformado por las mujeres académicas y militantes que comenzaban a reivindicar el feminismo y la lucha por los derechos de las mujeres. Ya en el siglo XXI, y acuciado por el "déficit de cuidado" que los cambios en la posición de las mujeres ocasionó, es que el tema de la domesticidad y las labores maternales familiarizadas cobra importancia en el análisis y en la discusión de políticas públicas y los debates sobre la "conciliación" en América Latina.

[5] Entrado el siglo XXI, el tema es presentado como las políticas de "conciliación entre familia y trabajo". Lo interesante es que, como señala Faur (2006), el sujeto de la conciliación es femenino.

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