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Mora (Buenos Aires)

versión On-line ISSN 1853-001X

Mora (B. Aires) vol.25 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jun. 2019

 

RESEÑAS

Escribo entre dos mujeres.
La Greca, María Inés (2018).
Buenos Aires: Madreselva, 144 pp.

 

Por Mariela Solanas

 

Como señala su autora, Escribo entre dos mujeres "no nació como libro, como unidad. Nació como escritura. Dispersa pero intensa voluntad de escritura" (p. 48). Efectivamente, es la escritura, no sólo como práctica sino como objeto de reflexión, aquello que permite suturar la diversidad temática que caracteriza a la obra. El libro se organiza en cuatro secciones: "Acceder a la escritura", "Experiencia de (psico)análisis", "Lenguaje, identidad, narración y cuerpo" y "Filosofía, academia y docencia". En cada una de ellas, la pregunta por la escritura se complejiza a medida que se cruza con otros ejes como el problema de la (autor)idad, la experiencia en terapia, el cuerpo como locus narrativo, el modo en que la palabra circula en los espacios académicos, etc. ¿Qué queremos hacer cuando escribimos? ¿Cómo usar la palabra para habilitar un diálogo que sea verdadera interlocución y no un intercambio de monólogos? ¿Por qué es tan difícil, especialmente para las mujeres, encontrar nuestra propia voz? ¿Cuáles son los riesgos, y las alegrías, de tomar la palabra? ¿Cómo autorizarnos a seguir nuestro impulso de escritura? Son éstas algunas de las preguntas que María Inés La Greca -filósofa, docente, investigadora y, por supuesto, escritora- aborda a lo largo del libro.

            La escritura de La Greca es praxis y teoría a la vez. Se trata de una escritura profundamente auto-reflexiva, que se entrega con la inmediatez del deseo y la urgencia pero también con la mediación del pensamiento; escritura filosófica y literaria a la vez o, mejor dicho, escritura filosófica porque es literaria, escritura que sabe que forma y contenido no pueden escindirse; escritura que navega las profundidades teóricas pero saliendo a chapotear en la experiencia cotidiana; escritura que es palabra pero simultáneamente carne, materia, afecto y cuerpo, escritura consciente de que brota de una garganta femenina.

            El título del libro alude a las dos mujeres que inspiraron a la autora no sólo a retornar a la escritura sino también a publicar, a hacer pública su creación: su abuela Susana (también escritora) y su joven sobrina Lupe (oyente de las historias de la tía). Pero también podríamos afirmar que La Greca no escribe entre dos mujeres sino entre cientos, entre miles. En su voz resuenan todas aquellas voces de quienes queremos acceder a una escritura que, en principio, parece no estar reservada para nosotras. Así, Elsa Drucaroff resalta en el prólogo del libro que la apuesta por transmitir una experiencia personal no sentencia a la autora al solipsismo: "María Inés La Greca escribe sobre sí misma pero no está condenada a ello. Lo hace como quien abre su puerta y no lo hace solamente para sus hermanas. Su experiencia interpela a cualquiera que esté a la altura de dejarse abrazar y sumergirse en la 'interlocución profunda'" (p. 18).

            Si la escritura como tema atraviesa la totalidad del libro, lo mismo puede ser dicho de la voluntad de escritura. Hay un deseo de escribir (y de devenir escritora) que moviliza la prosa de la autora y que se tematiza constantemente. Ese deseo no puede evitar volverse tema ya que no es inmediato, obvio, ni gratuito. Como remarca la autora, parafraseando a Hayden White pero recordando también a Lacan y Barthes, "el relato, la narración, escenifica el drama del conflicto entre el deseo y la ley." (p. 42). El libro de La Greca, no obstante, pone en evidencia que ese conflicto está coloreado por algo que estos tres autores, quizás, no terminaron de identificar: el género. La disputa entre el deseo y la ley, entre el impulso de escribir y la (auto)censura, adquiere un tono particular cuando lo vive una mujer. ¿Cómo escribir desde una posición femenina que aprendió que la palabra pública es un dominio masculino? ¿Cómo dar rienda suelta al deseo de escribir en libertad cuando fuimos educadas para acatar la autoridad? ¿Cómo permitirse ser vista, exponerse, desnudarse en la escritura, si se nos enseñó que la desnudez avergüenza? Los textos de La Greca responden apuntando a dos direcciones: por un lado, a la noción de autoridad como recinto masculino y, por el otro, a la sumisión y deseo de agradar propia de la educación femenina. Creo que la audacia de La Greca radica, justamente, en no ocultar las actitudes cómplices con la autoridad que las mujeres muchas veces reproducimos. En efecto, cuando la reflexión sobre la dificultad de acceder a la escritura se traslada de las limitaciones externas a las internas, el libro propone una tesis fuerte: la represión del impulso de escritura está vinculada al deseo de ser buenas alumnas. ¿Quiénes son las buenas alumnas? "Las buenas alumnas se definen por su deseo de ser calificadas con sobresaliente por la autoridad" (p. 35). Si bien hay pasión y libido en las buenas alumnas, su deseo depende de la aprobación de una figura externa y jerárquicamente superior: "La buena alumna no sabe seguir tranquila su deseo. No sabe autorizar-se simplemente por la identificación de su deseo" (p.36).

            La buena alumna como forma de la subjetividad lejos de erradicarse al ingresar a la educación superior puede ser incluso profundizada. Poniendo en duda la imagen romantizada de la universidad como sede del pensamiento creativo y crítico, La Greca nos recuerda su costado más mezquino. Me refiero a la academia que enseña que para pertenecer no hay que desafiar la autoridad, que es preferible comentar que crear, que seguir las reglas es más conveniente que romperlas: "La universidad puede ser hogar, aventura, feliz odisea. Pero también puede ser hoguera, tortura y lamentable cicatriz" (p. 119). En la "escritura existencial" (p. 38), en cambio, la autora encuentra un modo de rebelarse contra la lógica del paper, contra el comentario servil a la obra maravillosa de un otro (casi siempre varón, blanco y del primer mundo) y contra cierta forma de tomar la palabra que circula en la academia y que la autora asocia a una posición masculina hegemónica. Se trata de aquel modo de enunciación que bajo la falsa apariencia de la invitación al diálogo se convierte en un mero monólogo masturbatorio: "Pura palabra propia desplegándose en el placer de escucharse a sí misma" (p. 98). Frente al monólogo auto-gratificante que busca en un otro (o, más frecuentemente, en una otra) una audiencia "aplaudidora con el rostro (y la boca bien callada)" (p. 101), el libro llama a comprometerse en una "interlocución profunda", una conversación íntima y movilizadora en la que las partes se entrelazan, se articulan, se tocan y se transforman. 

            Si la creatividad y la libertad narrativa parecen, por momentos, nadar en contra de la corriente academicista, en el intercambio epistolar con Virginia Cano que cierra el libro, esta dicotomía es puesta en cuestión. Cano, de hecho, le advierte a La Greca que a pesar del desencanto, ninguna de las dos ha abandonado los espacios académicos ya que todavía creen que es posible torcer sus prácticas opresivas desde adentro: "henos aquí, siendo parte de la filosofía académica, escribiendo en sus pizarrones, paseando por sus pasillos, e incluso investigado en el cada vez más precarizado sistema científico nacional" (p. 133). Si bien Escribo entre dos mujeres por momentos se hace eco de este espíritu de reapropiación crítica de los espacios que Cano resalta, la retórica que prevalece es la del quiebre. El libro se presenta, así, como una suerte de gesto de iniciación, un acto performativo en el que la escritura misma transforma a La Greca en escritora: "Y apareció la voz. Finalmente [.]. Hoy pensaba en el subte que al final la cosa fue como desatar un nudo que no era [... ]. Solo faltaba tirar un poco más, como tantas otras veces, como ya sabía sin saber que sabía que iba a pasar. Y se deshizo el nudo... se des-hizo ante mis ojos, y en mi cuerpo" (p. 28-29). Encontrar la voz se parece mucho a una forma de liberación, una liberación que es literaria pero que también es sexual, es la desnudez que no se avergüenza de sí, es la mujer pública que goza al mostrarse y que no pide disculpas.

            Pero no hay que confundir la retórica rupturista de La Greca con la trama heroica clásica. La liberación que se celebra no conduce necesariamente a trascender los espacios disputados. El deseo de insurrección admite que hubo (y quizás todavía hay) cierta fascinación por la autoridad, por el reconocimiento de un otro con mayor poder. La buena alumna no ha muerto del todo pero cada vez se aburre más con los sobresalientes. El temor y la inseguridad a la hora de tomar la palabra no se esconden debajo del tapete sino que se iluminan: "Quizás mi arrojo, mi valentía, mi voz, solo pueda ser la de escribir el vergonzoso núcleo (¿cobarde?) con el que lucha siempre mi potencia de ser" (p. 43). No hay aquí heroínas infalibles ni una liberación absoluta. Lo que hay es  un reconocimiento de la vulnerabilidad y de las contradicciones internas así como una apuesta por que la escritura, el deseo y la auto-habilitación sean la clave para vivir una vida más creativa, más alegre y más osada. Tal como proclama La Greca "No se trata de una gran revolución: es al menos alguna forma de la rebeldía. Ser una mujer que escribe" (p. 47).

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