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Mora (Buenos Aires)

versão On-line ISSN 1853-001X

Mora (B. Aires) vol.26 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jun. 2020

 

La Caja Feminista

La violencia que no ves. Interrupciones feministas y cuerpos fuera de lugar en la performance de LasTesis

Javiera Manzi

Fernanda Carvajal

“Un violador en tu camino” es una intervención feminista contra la violencia cis-hetero-patriarcal y la violencia estatal-policial, que diagrama una forma colectiva de poner el cuerpo desprendiéndose de los códigos de la docilidad, la victimización y el retraimiento que suelen atribuirse a los cuerpos feminizados. Esto lo hace desindividualizando la violencia en contraste con la impronta liberal del #MeToo, en tanto impugna su carácter estructural y la complicidad del Estado. El mismo nombre de la acción, que adelanta su tesis, es una referencia cruzada al lema institucional que Carabineros (la policía chilena) utilizó durante las décadas de los 80 y 90 -“Un amigo en tu camino”- y los planteamientos de la antropóloga argentina Rita Segato sobre la violación como pedagogía de la crueldad.

Se trata de una iniciativa del colectivo LasTesis que surgió en el contexto de la revuelta social que estalló el 18 de octubre de 2019 en Chile, tras el llamado de estudiantes secundarios a evadir el pago del transporte público que abrió paso a masivas movilizaciones contra los treinta años de administración neoliberal de la posdictadura. El colectivo, conformado por Paula Cometa, Lea Cáceres, Sibila Sotomayor y Dafne Valdés, traslada a escena diferentes propuestas de intelectuales feministas como una forma de llevar la escritura teórica a otros modos de circulación y de aprehensión. “Un violador en tu camino” sintetiza los postulados de Rita Segato (2003, 2013, 2016) que plantean que la violación no es el acto aislado de un sujeto disfuncional, desviado o anormal, sino la expresión de “un orden simbólico marcado por la desigualdad que se encuentra presente y organiza todas las otras excenas de la vida social regidas por la asimetría de una ley de estatus” (Segato, 2013: 24) y que, en última instancia, es “el acto alegórico por excelencia de la definición schmidtiana de soberanía: control legislador sobre un territorio y sobre el cuerpo del otro como anexo a ese territorio” (ibídem: 20). Es, en este sentido, un acto que busca imprimir un efecto aleccionador y moralizante -lo que la autora llama una “pedagogía de la crueldad”- sobre el cuerpo feminizado de la víctima, a la vez que dirige un mensaje a los propios varones, en tanto constituiría un rito de pasaje propio del proceso de producción de la masculinidad.

Cita, a su vez, el himno de Carabineros que hace una apología del rol protector de las fuerzas de seguridad hacia las “niñas indefensas” -himno que se canta (hasta hoy) en liceos públicos como parte de la ritualidad escolar- y suma referencias traducidas coreográficamente sobre formas del abuso policial al momento de la detención. La estrofa final del himno, “Duerme tranquila, niña inocente, sin preocuparte del bandolero, que por tu sueño dulce y sonriente vela tu amante carabinero”, introduce la figura del guardián-amante, que no solo conecta el control del espacio público con la producción de seguridad en el espacio privado, si no que sexualiza el rol de las fuerzas de seguridad del Estado. De modo que la introducción de estas referencias son un modo de subrayar la continuidad estructural entre la impunidad patriarcal y la impunidad policial, que se pone en juego también en la identificación androcéntrica entre las fuerzas de seguridad estatal y los mandatos de orden doméstico al encierro y tutelaje de los cuerpos feminizados.

La acción “Un violador en tu camino” se inscribe en una genealogía política y artística que puede remontarse a los feminismos y activismos que formaron parte de la lucha antidictatorial durante la década de los 80 y que luego durante la posdictadura rediagramaron sus formas de acción. Trayectorias intersectadas con el influjo de otras latitudes tal como el movimiento #NiUnaMenos y con tramas locales de alta intensidad política. Es así un modo de intervención cargado de historias y que forma parte del cruce híbrido de repertorios de acción feminista y de arte/política tal como las ollas comunes, la cueca sola, las consignas abiertas del “No+” “Somos+”, el uso de pañuelos verdes, las capuchas rojas, el llamado a la huelga general feminista (Manzi y Carrillo, 2020), entre otras.

El movimiento feminista ha tenido en Chile una larga tradición, que en los años 80 tuvo un rol fundamental para resignificar los repertorios de protesta en el marco de la lucha por el retorno de la democracia y la defensa de los derechos humanos. Fue una década particularmente prolífica en la reflexión y articulación feminista con intelectuales como Julieta Kirkwood quienes discutieron que la lucha antidictatorial debía exigir “democracia en el país y en la casa” a la vez que plantearon la necesidad de politizar la intimidad y el espacio doméstico llamando a las mujeres a manifestarse “en la calle, en la casa y en la cama”. Tras el cese pactado de la dictadura, durante los 90 el feminismo autónomo se ha enmarcado en una crítica al poder centralizador, vertical y masculino del Estado en los gobiernos de la llamada “transición democrática” y una de sus demandas históricas ha sido la disputa por el reconocimiento de la violencia política sexual como una práctica sistemática tanto en dictadura como en posdictadura.3 Los llamados informes de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación -Informe Rettig (1991) y Valech (2013)- que recogieron los testimonios de las víctimas del terrorismo de Estado, determinaron no incluir la pregunta por la violencia sexual por el pudor o el riesgo de dañar a quien se le preguntaba. De esta manera, establecieron un silencio cómplice sobre la tortura sexual en la memoria y la discusión pública sobre la violencia perpetrada por el Estado. Destituida de la posibilidad de la escucha de procesos de justicia y reparación, es como si el único lugar donde esa violencia tuviera existencia fuera el propio cuerpo de quien la experimentó. Las escasas referencias a los abusos sexuales cometidos en contextos de detención y encierro son presentadas como excesos individuales de algunos agentes del Estado. Sin embargo, la violencia sexual es un componente estructural, internalizado por las tecnologías represivas de las fuerzas de seguridad del Estado a lo largo de toda su historia. En contextos de terrorismo de Estado esta relación no solo se profundiza sino que adopta una producción planificada de terror y castigo, donde la violación funciona como un modo de feminizar cuerpos, ya sea que estos correspondan biológicamente a mujeres o a varones. Bajo un modo de gobierno basado en el terror que organiza el cuerpo social en la lógica amigo/enemigo, el cuerpo de las mujeres en específico, puede quedar ubicado, además, como el territorio donde aplicar la violencia político sexual como un modo de inocular o interrumpir el “linaje” del enemigo.

Considerando estas dimensiones silenciadas de la violencia estatal, mujeres sobrevivientes han acuñado el término “violencia política sexual” para que se reconozca (y se garantice verdad, justicia y reparación) el carácter específico de esta forma de tortura y castigo aleccionador. Estos Silencios son parte de la impunidad que arrastra la larga posdictadura chilena y que hoy se prolonga en los abusos cometidos por agentes del Estado en diferentes momentos de intensificación del conflicto social durante el período “democrático”.

La lucha contra la violencia política sexual se ha actualizado y resignificado a partir del ciclo de movilizaciones estudiantiles iniciadas con la “revolución pingüina” en 2006 que vuelve a alzarse en 2011 cuando el movimiento estudiantil salió a las calles a reclamar contra el lucro en el sistema educativo y por educación pública, gratuita y de calidad. Esto introdujo una ruptura masiva y alegre del consenso neoliberal de la transición, que generó como respuesta el recrudecimiento de la política represiva desde el Estado (Pizarro, 2012: 85-96). Desde entonces la trayectoria de este movimiento se ha seguido expandiendo en intersección con otras luchas y movimientos. Una primera confluencia con el feminismo puede identificarse en la elección de Melisa Sepúlveda como la primera feminista y anarquista en ser electa presidenta de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECH) en 2013 y luego con el Congreso Nacional por Educación No Sexista realizado en 2014 (Follegati, 2016: 121-133) que amplió radicalmente el repertorio de la demanda histórica por la recuperación de la educación pública en clave feminista. Desde entonces, el movimiento feminista se expande de la mano de estudiantes secundarias y universitarias, en un pulso que se extiende en 2016 con la masividad de hitos internacionales #NiunaMenos, que en Chile llegó a habilitar amplios espacios de articulación feminista contra la violencia de género a los que se sumaron diversas generaciones. Unos años después, en 2018, las tomas feministas repolitizaron el movimiento estudiantil tras la demanda por educación pública, gratuita y no sexista a la vez que rompieron el silencio institucional sobre las distintas formas de abuso, violencia y acoso sexual inscritas en las relaciones pedagógicas y laborales al interior de establecimientos educativos, particularmente en las Universidades.

“Un violador en tu camino” resignifica y se nutre de este feminismo que reinventa una política que impugna al Estado y a las orgánicas de representación partidaria desde un modo libertario de poner el cuerpo en el espacio público (apelando a la acción directa, la capucha, el torso desnudo) que le cambió el rostro al feminismo. Así se ha ido enlazando, de forma discontinua, una genealogía feminista latente y fragmentaria, que tuvo un momento álgido en la huelga general feminista del 8 de marzo de 2019, la que fuera la movilización más grande en Chile desde la posdictadura hasta el estallido.

Como señalábamos al principio, “Un violador en tu camino” se anuda también a una genealogía artístico-política. Nos referimos a algunas prácticas de intervención en el espacio público que aunque tienen una marca de origen que puede remontarse al arte, al ser apropiadas por los movimientos sociales fueron borrando o disolviendo ese origen artístico. Acciones como el Siluetazo (Longoni y Bruzzone, 2008) en la Argentina, el No+ (Manzi, 2019), las acciones de Mujeres por la vida, o los señalamientos de centros de tortura por el Movimiento Contra tortura Sebastián Acevedo durante la dictadura en Chile, implican una temporalidad y una intensidad, un riesgo y una toma de posición al poner el cuerpo en el espacio público. Quienes participaban de esas acciones no se ligaban entre sí por su pertenencia a un partido o para ilustrar una consigna, si no por vínculos afectivo-políticos que hacían que lo que ahí ocurría se aproximara más al concepto de agenciamiento. Es decir, antes que un carácter instrumental o teleológico de la política se trata de acciones que “demarcan un territorio que no pre-existía previamente” (Longoni et al., 2013: 228) para intervenir en un momento de conflictividad social.

Tras su primera presentación pública en las calles de Valparaíso, la performance fue rápidamente viralizada a lo largo de todo el país, para luego expandirse con réplicas, adaptaciones y reinterpretaciones traspasando fronteras. Desde esta perspectiva, el carácter internacionalista de “Un violador en tu camino” no es solo una simple reiteración o mímesis. La singularidad que emerge en las distintas reversiones locales no es un detalle menor, sino ese momento de traducción que enciende el riesgo y la urgencia de poner el cuerpo de manera situada. Como todo momento de traducción, hay una intersección pero también, algo se traslada, se pierde y cambia de lugar.4 Así, su proliferación internacionalista permite advertir que la violencia política sexual es estructural pero se materializa desde una heterogeneidad contextual irreductible y necesita crear territorios corporales y lugares de habla singulares en los que ser conjurada. Se trata de una “ubicuidad sin homogeneidad” (Gago, 2019: 186) que muestra la potencialidad de una internacional feminista que, como señala Verónica Gago, tiene cuerpo antes que estructura (o tiene cuerpos múltiples que en sus roces van modelando una estructura política difícil de anticipar). Antes que un himno -que recuerda una lógica nacionalista- o que un manifiesto -más adherido a la política tradicional- la figura de la tesis (de un argumento que se quiere demostrar) marca la impronta de “Un violador en tu camino”, y ha funcionado como un dispositivo de articulación de la protesta, posibilitando prefigurar otras territorialidades político-afectivas que no son necesariamente las de la nación o las de un partido político.

Eso indica la relación que no es solo una acción, ni es tampoco solo un texto. En palabras de Paula Cometa, “es un texto que tiene contenido y movimiento”, es decir, el texto es indisociable del acto de habla y de la coreografía en la que el cuerpo se apropia de la rítmica de la marcha marcial, de posiciones y gestos que remiten a la tortura (el mandato a hacer sentadillas a cuerpo desnudo como forma de humillación) y a las formas verbales y gestuales del indicativo.5 Se trata de un acto de habla interpelativo y de un cuerpo en acción que produce colectivamente un saber al deshabituar las formas asignadas de aparición del cuerpo feminizado en el espacio público.

En “Un violador en tu camino” la acción opera una alteración de nuestros aparatos perceptivos. Genera una serie de refracciones entre lo visible y lo invisible que nos muestran el funcionamiento de la violencia. Cortar una calle o concentrarse frente a una comisaría para bailar a ciegas implica una experiencia particular para quien pone el cuerpo en la acción pública. Bailar una coreografía a ciegas bajo la mirada pública fuerza al cuerpo a la incomodidad y a la vulnerabilidad de privarse de la principal antena de orientación y atención callejera: la vista. Ese es uno de los detalles que interrumpe o des-calza la coordinación coreográfica de su sintonización con el desfile marcial. No solo hace una cita histórica con la Venda Sexy,6 con Nabila Rifo,7 con la estremecedora y masiva mutilación ocular de manifestantes tras el estallido social de octubre 2019 en Chile. No solo enciende la percepción desde otros sentidos (el oído, el tacto) y obliga a mirar hacia adentro, a conectar con la memoria de violencia que cada cuerpo guarda (con nuestros propios silencios y cegueras). Se trata de bailar, de mover esa conexión con la vulnerabilidad desencajada de la culpa. Esa intensidad corporal ocurre al mismo tiempo que tiene lugar una interpelación colectiva, pública, desde cuerpos que se hacen cargo de su eroticidad. “Un violador en tu camino” intersecta la vulnerabilidad, la exposición que implica bailar en la calle con los ojos vendados, con el resguardo y la fuerza de hacerlo junto a otras, en colectivo. Sintetiza de modo simple y como forma de acción directa, esa capacidad de hacer cuerpo la potencia de la vulnerabilidad.

Potencia de la vulnerabilidad: un cuerpo que no está blindado, que no solo se conecta con el dolor sino que también puede apropiarse de su propia sexualidad y sensualidad. Parafraseando a Gabriela Weiner (2018), podríamos decir que nuestra sexualidad se trama en una mezcla entre ternura, porno, moral y trauma. De ahí que la coreografía involucra una forma de vestir rockera, putesca, y el momento de interrupción de los pasos militares que hace irrumpir el goce del baile y de la ocupación de la calle, junto a la frase “y la culpa no era mía ni dónde estaba ni cómo vestía”, como un modo de conjurar el pudor y el miedo.

En su manera de descomponer y recomponer la distribución entre lo visible y lo invisible, esta acción hace algo más, le devuelve a la mirada social una imagen de su propia ceguera colectiva, sistemática. Nos enrostra la negación persistente que sostiene y ampara la violencia sexual de quienes dicen tener a su cargo la protección de la población. Señaliza la ceguera y, de ese modo, la conjura: la violencia que no ves, comienza por tu no querer ver. Ahora que no puedes mirar hacia otro lado, ahora sí, la ves.

Cada vez que “Un violador en tu camino” es interpretada acontece una interrupción. La interrupción de un secreto, de un pacto de silencio, de una vergüenza heredada, de una violencia callada y por cierto también, la interrupción de un espacio. Es importante señalar que en el contexto de la revuelta en Chile, se aprobaron leyes que hoy penan como delitos los cortes de tránsito no autorizados. No obstante ello, la interrupción no cesó. Mientras el gobierno reiteraba la necesidad de volver a la normalidad, miles en las calles reclamaron que la normalidad fue siempre el problema. No ceder ante la amenaza represiva fue una de las formas de la radicalidad política que adoptó esta revuelta al interior de la revuelta. La radicalidad de una interrupción que no cedió en las calles y que abrió un espacio de enunciación para conjurar experiencias de violencia antes relegadas a la intimidad o al silencio. El roce de los cuerpos hizo emerger una nueva confianza en eso que sucede cuando somos muchas, al mismo tiempo y en todas partes.

A su vez, plantea una encrucijada que ha asediado al feminismo en estos últimos años y que aún necesitamos pensar aunque aquí solo la dejemos enunciada. Nos referimos a la encrucijada entre el rechazo a la impunidad y las respuestas punitivistas (Trebisacce, 2018). Transformar el silencio en lenguaje y acción, como diría Audre Lorde (2003: 19-24), no es lo mismo que pedir castigo. Separar ambas cosas quizá contribuya a imaginar formas de justicia feminista antirepresivas, antipunitivistas, antipuritanistas.

Como señala Diamela Eltit, “con su performance, LasTesis emancipan el cuerpo de las mujeres, ahora, eso siempre es violento y alguna gente se puede molestar. Pero toda descolonización es violenta” (2019). “Un violador en tu camino” es una acción que no le tiene miedo a su propia violencia, son cuerpos que quieren mostrarse atractivos en sus propios términos, que no le temen a su fuerza negativa (en el sentido de sostener un “no” frente a la moral sexual represiva y a la culpabilización como modo de control), una acción que, consideramos, mantiene un momento de violencia, ante intentos de inscribirla y neutralizarla como un gesto pacífico. Y que ha encontrado en esa forma de violencia una forma de saber. Una forma de producir un saber a partir de tomar y de habitar un espacio, sin autorización mediante, como respuesta a la avalancha de mandatos contradictorios sobre los lugares que debemos y no debemos ocupar. Un modo de soltarle la mano a las instituciones que torturan a los mismos cuerpos que dicen proteger para, en cambio, crear otras formas de refugio. Si la violación está ligada al control espacio-territorial, si opera como una forma de “devolver a su lugar” a una mujer o cuerpo feminizado que se ha “salido de lugar”, exhibiendo la organización sexo-genérica del espacio, la puesta en acción colectiva de “Un violador en tu camino” es una forma a la vez violenta y vulnerable de romper esa distribución de los lugares y los cuerpos.8

Bibliografía

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3Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres conformada en 1990. En línea en: http://www.nomasviolenciacontramujeres.cl/, ha sido uno de los espacios no estatales que mayor persistencia ha tenido durante la posdictadura en la lucha contra la violencia machista (con su emblemática campaña “el machismo mata”).

4Lo que puede verse en las variaciones en el verso “Son los pacos, los jueces, el Estado, el Presidente” en diferentes contextos. Para dar algunos ejemplos locales, en contextos de territorios arrasados por empresas contaminantes se apunta “Son los pacos, las industrias, el Estado, el Presidente”. En la versión “Un violador en el camino de la Pachamama” se dice “es Endesa, es Acciona, es el consumo, el crecimiento, el Presidente” o en el Sindicato de Trabajadoras Subcontratadas de Empresas Telefónicas se canta “Son los ROYM, los telefónica, los Movistar, el Español”.

5Paula Cometa en Diamela Eltit, “Con su performance, LasTesis emancipan el cuerpo de las mujeres”. En línea en: https://www.eldesconcierto.cl/libros/diamela-eltit-con-su-performance-lastesis-emancipan-el-cuerpo-de-las-mujeres/

6La Venda Sexy o Discotheque fue un centro de detención y torturas de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) durante la dictadura en Chile sobre el cual se concentra la mayor cantidad de denuncias de violencia política sexual. Actualmente en este lugar vive una familia que ha vendido el inmueble a una inmobiliaria.

7Nabila Rifo es una joven de 28 años que fue encontrada sin sus globos oculares en mayo de 2016 en la ciudad de Coyhaique al sur de Chile. Su agresor, Mauricio Ortega, fue procesado por femicidio frustrado.

8Agradecemos a Alondra Carrillo, Mabel Tapia, Alejandro de la Fuente, Soledad García y Paulina Varas sus comentarios a este texto. Aunque ningunx de ellxs es responsable por lo aquí expuesto, sus aportes lo enriquecieron de forma sustancial.

1 Socióloga de la Universidad de Chile, investigadora, docente, archivera independiente, vocera de la Coordinadora 8M.

2Socióloga de la Universidad Católica de Chile, Magíster en Comunicación y Cultura por la Universidad de Buenos Aires, Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Investigadora Posdoctoral de Conicet.

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