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Mora (Buenos Aires)

versión On-line ISSN 1853-001X

Mora (B. Aires) vol.26 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires dic. 2020

 

Reseñas

Victoria Ocampo, cronista outsider. María Celia Vázquez (2019). Rosario, Beatriz Viterbo/Buenos Aires, Fundación Sur, 268 pp.

Manuela Barral1 

1 Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Buenos Aires

Victoria Ocampo, cronista outsider es un título que desconcierta: no hay dudas de que Victoria Ocampo fue una figura central del campo intelectual del siglo XX. Y en verdad, en ese desconcierto, nos encontramos con la primera operación crítica del libro de María Celia Vázquez, quien rápidamente justifica su precisa y original elección léxica: Ocampo escribe crónicas y lo hace fuera de lugar, esto es, por fuera de los ámbitos de redacción y sociabilidad del periodismo profesional. Vázquez explica que Ocampo escribe crónicas porque usa la primera persona singular asentada en textos breves, con una prosa ágil que oscila entre el ensayo y ciertas modalidades del periodismo; y añade que halla en esa matriz genérica un recurso discursivo eficaz para intervenir en la esfera pública y en los debates culturales, a la vez que le permite dar respuesta a su inclinación literaria. Ocampo escribe sobre temas de actualidad y lo que prevalece es su opinión y experiencia personal. Desde ya, analizar a la Ocampo cronista es algo que Vázquez hace “sin desconocer que, en el límite, toda la escritura de Ocampo es autobiográfica, como coinciden en señalar Beatriz Sarlo y Sylvia Molloy” (2019: 14).

Esta primera operación se deriva del recorte del objeto de estudio: Victoria Ocampo, cronista outsider es un libro de crítica literaria que se focaliza en una lectura de los Testimonios de Ocampo bajo la hipótesis de que -por su carácter de textos periodísticos- tienen una relativa autonomía del proyecto autobiográfico global. Vázquez detecta una constante en la producción escrita de Ocampo que todavía no había recibido suficiente atención: su voluntad, de intervención en los debates públicos (culturales y políticos)” (ibídem: 13). Siguiendo esta premisa, reconstruye las tramas de los debates para ver cómo Ocampo actúa en ellos. Vázquez se desprende de lecturas ideológicas peyorativas que cristalizaron la figura de Ocampo como mujer de la aristocracia y la muestra como testigo de una época, cuyas crónicas se ofrecen “como un comprensivo testimonio de uno de los ciclos más complejos y difíciles del mundo moderno” (ibídem: 19).

La indagación es precedida por un prólogo que es una afortunada oportunidad para asomarse al sistema de pensamiento de Vázquez, quien caracteriza la composición de su libro con una síntesis y abstracción macroscópicas. En él, ya empieza a desplegar la minucia y densidad de su análisis. La autora comienza con una anécdota sucedida entre Ocampo y Fryda Schultz de Mantovani a fines de los años sesenta. Nos cuenta que Fryda llega a Villa Ocampo para entrevistar a Victoria. De ese intercambio, rescata una respuesta de Ocampo en la que se declara periodista y no escritora. Pero Vázquez no solo narra sino que interviene con agudas observaciones. Sagaz, vincula esta escena con la célebre confesión de Ocampo en 1931, en su texto “Palabras francesas” (ibídem: 12): “Si yo fuese escritora […] Pero yo no soy una escritora”. Así, recupera una anécdota biográfica en la que encuentra material valioso para su argumentación, y asocia dos momentos para derivar de allí su decisión crítico-metodológica: leer los Testimonios en cuanto textos periodísticos, independientemente de su Autobiografía. Vázquez traza un recorrido cuyo punto de partida es la pregunta de Frida a Victoria -¿periodista o escritora?-, y la respuesta, después de leer Victoria Ocampo, cronista outsider, nos la dará Vázquez:

Si Victoria Ocampo se niega a considerarse a sí misma escritora y tampoco quiere asumirse como periodista, entonces ¿qué fue? Pensando en las diez series que, entre 1935 y 1977, publicó bajo el denominador común de testimonios, sin duda, fue escritora y periodista; cronista podría decir más sintéticamente. Porque esos textos que ella recopila en cada serie no son otra cosa que formas discursivas híbridas que, al desplazarse entre la literatura y el periodismo, atraviesan una amplia zona que incluye desde configuraciones estrictamente periodísticas hasta el ensayo en su forma más clásica. (Ibídem: 13)

En ese cruce entre literatura y periodismo, Vázquez configura a la cronista fuera de lugar. Y en ese revés, se da la mayor felicidad crítica de Victoria Ocampo, cronista outsider: una lectura novedosa que diseña su propia cartografía de análisis de una de las figuras culturales más fascinantes de nuestro país. Vázquez sostiene que un aspecto que atraviesa todo el itinerario intelectual de Ocampo es la confrontación, ya que ha sido tanto emisora como destinataria de textos virulentos, y por eso siempre es importante contextualizar en qué disputa está involucrada. A partir de allí, recompone las batallas en las que actúa una Victoria adversaria. El libro se organiza así en tres apartados: “Espacios”, “Litigios” y “Duelos”. La denominación dentro del campo semántico de la disputa de cada sección es otro mérito que evidencia la eficacia de la unidad de análisis.

En “Espacios”, la autora desarrolla la importancia del paisaje y la identidad nacional en la autofiguración del yo de Ocampo. En el primer capítulo, “El paisaje nacional en los testimonios del treinta”, contextualiza las producciones de esa década en línea con las que se ocupan de la problemática de lo nacional y en diálogo con los viajeros culturales que registraron sus impresiones e interpretaciones del paisaje argentino. En particular, trabaja con el ensayo “Quiromancia de la pampa” escrito por Ocampo en 1929 y publicado en La Nación. Puntualiza que en ese texto responde con una actitud confrontativa a las críticas hechas por el ambiente intelectual porteño a José Ortega y Gasset por sus escritos sobre la idiosincrasia argentina; Ocampo realiza “un llamamiento moral a sus compatriotas” (ibídem: 31) -que Vázquez traduce como una interpelación a no ser reactivos sino receptivos a los análisis foráneos-. Por otro lado, demuestra que las enunciaciones de Ocampo sí dialogan con los “viajeros culturales” que visitaron la Argentina porque toma esas descripciones como puntos de apoyo para componer su propia descripción del paisaje pampeano como sinécdoque de la nación.

El segundo capítulo, “Identidad nacional, extranjería y cosmopolitismo”, examina cómo la Ocampo cosmopolita para la mirada argentina es, simultáneamente, una intelectual periférica y exótica en sus viajes a Europa. Si en la Argentina las acusaciones por extranjerizante y cosmopolita la llevan a una posición defensiva en la cual se autodefine como criolla, ante los europeos, Ocampo se identifica como argentina y sudamericana. Para su argumentación, Vázquez selecciona los ensayos referidos a Virginia Woolf y Paul Válery por su carácter representativo de cómo, ante sus miradas, Ocampo construye su imagen de “sujeto exótico”, de intelectual subalterna. Vázquez trabaja con la “Carta a Virginia Woolf”, y propone que para Ocampo la carencia y el hambre son auténticamente americanas, y que así se autofigura como argentina devoradora de cultura. Un aspecto interesante del análisis discursivo de Vázquez es cómo detecta la astucia de Ocampo para usar la ironía y decidir actuar su exotismo frente a una Woolf muy desorientada con respecto a la cultura y la geografía sudamericanas. En la misma línea, advierte que cuando Ocampo narra los encuentros con Válery y Woolf matizados por la ensoñación, el relato adquiere características de “cuento maravilloso” (ibídem: 71) que desbarata la lógica de la minoridad. La conclusión que alcanza Vázquez a partir de estos episodios es que la autofiguración de Ocampo como argentina y sudamericana es compleja, signada por matices y diferencias según los contextos de uso.

“Litigios” es la sección central y más extensa; aquí sobre todo se hace evidente lo acertado de una de las líneas de análisis estructurales del libro: Ocampo está, casi siempre, en la trinchera, a la defensiva. En este apartado, Vázquez se dedica a dos zonas de enfrentamientos que Ocampo protagoniza. Primero, en los capítulos tres y cuatro, titulados “La ‘intelligentsia colonizada’ en el ojo de la tormenta” y “Victoria Ocampo antiperonista. Experiencia límite, acción y reacción”, postula que el punto más álgido de la hostilidad se da durante el período posterior a la destitución del peronismo, y corresponde a las críticas que la estigmatizan como “enemiga del pueblo” (ibídem: 80), concebida bajo la perspectiva del peronismo nacionalista y la izquierda nacional como líder de la intelligentsia liberal colonizada, imperialista y antinacional. Vázquez examina los ensayos de dos referentes de la izquierda nacional: los panfletos Crisis y resurrección de la literatura argentina, de Jorge Abelardo Ramos, e Imperialismo y cultura, de Juan José Hernández Arregui. En su análisis, conceptualiza a estos textos como parte de una “trama discursiva beligerante” (ibídem: 81), “lecturas destructivas” y “de mala fe” (ibídem: 105). Con esas denominaciones, Vázquez no busca defender a Ocampo, sino mostrar lo que genera su figura: una guerra verbal unilateral, porque Victoria esquiva estas críticas (o si responde lo hace indirectamente, sin mencionar a sus adversarios, con un tono elusivo que requiere poner en relación con la trama discursiva beligerante).

Para completar el análisis, en el capítulo 4, titulado “Victoria Ocampo antiperonista. Experiencia límite, acción y reacción”, trabaja los testimonios de Ocampo sobre el peronismo en los que ella cuenta su experiencia en la cárcel del Buen Pastor, bajo una narrativa testimonial denuncialista en la que “se construye como un personaje ético” (ibídem: 115), con una superioridad moral signada por virtudes cristianas y misericordiosas que se oponen a lo que ella misma califica como despotismo y tiranía del peronismo. Allí, Ocampo despliega incluso un relato edificante de perfeccionamiento espiritual de sí misma que, según la interpretación de Vázquez, es un modo de responder indirectamente a los ataques de los nacionalistas de izquierda.

Luego, la segunda zona de enfrentamientos es abordada en el capítulo 5, “Polemos, ‘indirectas públicas’, discusión privada”, y en el capítulo 6, “Vínculos privados/peleas públicas”. Estos capítulos permiten comprender las distintas estrategias defensivas de Ocampo. Vázquez distingue la retórica de la polémica implícita y alusiva con que Ocampo maneja los ataques del nacionalismo populista, de la retórica defensiva, pública y explícita con que responde abiertamente a las críticas en contra de su desempeño como directora de Sur que habían sido lanzadas por figuras cercanas a su entorno, como Jorge Luis Borges y Waldo Frank. En esta sección, Vázquez concluye que la ética con la que Ocampo litiga “simultáneamente incluye hacer caso omiso de los cuestionamientos de adversarios políticos (sobre todo si estos son peronistas) y no dejarlas pasar cuando las críticas vienen del círculo de amigos y allegados” (ibídem: 110). Es decir, lo que moviliza su reacción es el vínculo personal, la traición afectiva. Como excepción, en la indagación de Vázquez aparece otra modulación de la defensa a partir del análisis del intercambio epistolar de Ocampo con Arturo Jauretche entre 1971 y 1973. En este caso, Ocampo “asume una réplica directa y explícita” (ibídem: 151), en la que descalifica a Jauretche como fanático irreflexivo. Al mismo tiempo, Vázquez subraya el tono competitivo del intercambio en términos discursivos en donde el más ingenioso triunfa. En esa disputa lúdica, “Jaurteche puede aparecérsele, si no como amigo, como un enemigo privado con quién establece cierta corriente de simpatía” (ibídem: 154). En este marco, otro aporte del análisis es cómo para Victoria los amigos pueden volverse adversarios y los enemigos ganan simpatía.

En “Duelos”, la última sección, Vázquez lee comparativamente los obituarios dedicados a María de Maeztu y a Pierre Drieu La Rochelle. En el capítulo titulado “El adiós a la amiga: feminismo y política del duelo” emerge con mayor fuerza la Victoria feminista, la que milita por la educación y emancipación de las mujeres. Mediante la semblanza de María de Maeztu, y en el marco de la sanción en 1947 de la Ley 13.010 que establece el voto femenino, Ocampo busca diferenciar un modelo de intervención femenina “antagónico al postulado por el peronismo” (ibídem: 192). En esa disputa, por supuesto, se identifica con Maeztu y se contrapone a Eva Perón, a quien Ocampo retrata en varios textos como alguien mediada por la voz masculina de Juan Domingo Perón. En el capítulo 8, “El adiós al amigo: política de la amancia, ética de la amistad”, Vázquez aborda una zona incómoda: la relación afectiva de Ocampo con el colaboracionista nazi Pierre Drieu La Rochelle. Vázquez analiza cómo en el obituario Ocampo desvía la escritura del plano político y se expone -llevada por el afecto y la amistad- a una ceremonia de expiación en la que reivindica la memoria del amigo “mediante una demostración de fe en su nobleza de espíritu” (ibídem: 227).

Como ya dijimos: Vázquez sitúa a Ocampo fuera de lugar. Fuera del lugar en que ha sido a veces enconadamente leída, porque no hace una lectura endogámica, ni de Ocampo ni de sus detractores. Y eso también incomoda a nuestras lecturas corroborativas en las cuales vamos a confirmar que Ocampo fue una mecenas cultural de la oligarquía. Con lucidez, Vázquez desmonta las capas de la compleja figura de Ocampo para comprender de un modo sistemático su obra testimonial. Vázquez precisa su objeto de estudio página a página. Su estilo es prolijo, ordenado y sistemático, pero no por eso escolar, tedioso ni esquemático. No encasilla. Abre, integra, amplía.

En su presentación de Victoria Ocampo cronista outsider en la Feria del Libro, en mayo de 2019, Vázquez le agradeció a Victoria un aprendizaje que deriva del trabajo con sus textos: elaborar una ética de lectura. Dijo que con Ocampo aprendió a desarrollar una ética lectora que incluye la incomodidad que suscitan algunos discursos. En efecto, en este libro Vázquez no disimula su incomodidad frente a ciertas posturas ideológicas, al contrario, la transforma en un motor de búsqueda para su investigación. En ese sentido, para estudiar a Ocampo primero tuvo que “desmalezar la hierba” (ibídem: 9) de lecturas, prejuicios y otras intervenciones críticas que han caracterizado su escritura. Y lo logró. Si hay una Victoria viajera y autodidacta de Sylvia Molloy; si hay una Victoria moderna y cosmopolita de Beatriz Sarlo; si hay una Victoria antiperonista de Cristina Iglesia; si hay una Victoria testimonialista de Nora Catelli; si hay una Victoria humanista de Judith Podlubne; si hay una Victoria traductora de Patricia Willson; ahora, también, hay una Victoria cronista de María Celia Vázquez.

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