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Mora (Buenos Aires)

versión On-line ISSN 1853-001X

Mora (B. Aires) vol.28 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jun. 2022

 

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Dossier - Presentación

Armonías y ritmos inesperados: historias de raza y género en América Latina

 

Magdalena Candioti

Cristiana Schettini

 

Conicet; Universidad de Buenos Aires, Instituto Emilio Ravignani.

Conicet; Universidad Nacional de San Martín; Escuela de Altos Estudios Sociales.

 

"Vivimos en una tierra en la que el pasado es siempre borrado y la América es el futuro inocente al cual los inmigrantes pueden llegar y empezar de nuevo, en donde el pizarrón está limpio. El pasado está ausente o es romantizado".

Toni Morrison (Gilroy, [1993] 2014: 222).

 

"Como escritora comprometida a contar historias, yo me esfuerzo en representar las vidas de los sin-nombre y de los olvidados, en considerar la pérdida y en respetar los límites de lo que no puede ser conocido. Para mí, narrar contrahistorias de la esclavitud es una forma siempre inseparable de la escritura de una historia del presente, o sea, del proyecto incompleto de libertad y de la vida precaria de la exesclava, una condición definida por la vulnerabilidad a la muerte prematura y a actos gratuitos de violencia".

Saidiya Hartman, "Venus en dos actos", (2012).[1]

 

"Permita que hable yo, no mis cicatrices./

Creer que estos males me definen es el peor de los crímenes./

Es dar el trofeo a nuestro verdugo, hacernos desaparecer"

Emicida, "Amarelo" en la voz de la cantante Majur.[2]

 

Este dossier aborda un cruce valioso para las reflexiones feministas: aquel que se produce entre las marcas de género y las raciales. Muy anunciado en reflexiones teóricas y en textos programáticos, el encuentro entre género y raza fue menos explorado en sus contornos empíricos por la investigación social e histórica. El panorama es aún más árido en la Argentina, dado el conocido predominio de unas líneas narrativas de la historia nacional centradas en la reiteración del carácter blanco, homogéneo y predominantemente europeo de su población. Aun cuando distintos abordajes problematizaron el proceso histórico y los recorridos intelectuales que contribuyeron a este resultado (Zimmermann, 1995; Quijada, 2000), y expusieron sus silencios, fracturas y contradicciones, poniéndolos en cuestión (entre los más recientes, Geler, 2010; Adamovsky, 2012; 2019; Karush, 2019; Alberto & Elena, 2016; Candioti, 2021), sigue habiendo experiencias y relaciones sociales de género y procesos de racialización que, a pesar de haber conformado nudos claves de la historia argentina, resultan excluidas tanto en términos narrativos como conceptuales.

En términos históricos, el desafío para una historia de la negritud es similar al que enfrentó la historia de las mujeres: superar la instancia de la constatación y descripción de las formas de exclusión, así como la mera afirmación de la visibilidad. En los dos casos, de hecho, hace tiempo que se pone en juego la relevancia analítica de una historia que parta de la consideración de la combinación creativa entre las marcas de diferencia humana.

En las últimas décadas, distintas tradiciones disciplinarias enfrentaron los desafíos de abordar ambas dimensiones de forma relacional y contextual, reconociendo, a la vez, sus especificidades irreductibles. Al examinar la emergencia histórica de cuerpos sexuados y racializados como parte ineludible de la historia de las jerarquías humanas y de la definición de derechos, por ejemplo, la historiadora de la ciencia Nancy Stepan (1998) observó convergencias y divergencias en los procesos históricos de naturalización de las diferencias humanas. De acuerdo a ella, la idea de una humanidad dividida en razas (y su relevancia para definir cuestiones de derechos y ciudadanía) fue ampliamente cuestionada a mediados del siglo XX -lo cual está muy lejos de querer decir, por supuesto, que haya sido superada desde entonces-. En contraste con el consenso en torno a la inadecuación de esta clasificación (que, sin embargo, no impidió el sostenimiento de un pensamiento científico y político en clave racial), el cuestionamiento de la idea de "biología como destino" en la historia de los cuerpos sexuados recorrió un camino mucho más largo.[3]

Mientras Stepan examinaba la centralidad del pensamiento racial para la historia de la ciencia, otros autores, como Paul Gilroy, propusieron indagar los esencialismos raciales en la propia modernidad e incluso en la construcción de políticas antirracistas. Inspirado en el pensamiento poscolonial, Gilroy desarrolló una aguda crítica a la postulación de una identidad afrodiaspórica homogénea, cargada de sentidos de autenticidad, y cuestionó que este fuera el camino necesario para la construcción de una agenda negra antirracista. Mientras se mostraba atento, desde aquel momento, a las articulaciones prácticas entre racismo y fascismo como "una posibilidad real", Gilroy planteaba una conceptualización más fluida y dinámica de cultura, que permitiera no solo comprender cómo el racismo fue parte de la modernidad, sino cuáles fueron los circuitos comunicativos que dieron forma a las identidades en la diáspora y a las luchas antirracistas. De modo simultáneo, historiadores como Julius Scott ([1986] 2018) o Peter Linebaugh y Marcus Rediker (Linebaugh & Rediker, 1992) empezaron a delinear otras historias atlánticas, pobladas de marineros, piratas, esclavos y mujeres, conectados a través de complejas redes comerciales y culturales desde el siglo XVII.

Escritas a comienzos de la década de 1990, las reflexiones de Stepan y Gilroy podrían considerarse hoy superadas. Sin embargo, cobran vigencia en dos sentidos simultáneos y aparentemente contradictorios: frente al avance de las luchas antirracistas y feministas pero también frente al renovado y desolador avance de ataques racistas, misóginos y transfóbicos lanzados desde las extremas derechas internacionales. Con sus reflexiones, les autores contribuyen a la comprensión de operaciones políticas, históricamente contingentes, que resultaron en la producción de clasificaciones corporales desde el siglo XVII en adelante, sus consecuencias de vida o muerte en términos de reconocimiento de derechos y de la humanidad de distintos grupos, y también la creación de identificaciones colectivas perdurables y creativas. A las reflexiones feministas y antirracistas elaboradas a partir de estos movimientos, debemos el largo y minucioso trabajo de desnudar las operaciones de creación de jerarquías y criticar sus consecuencias deshumanizadoras. En este contexto, las observaciones de Gilroy vienen a desarmar cualquier supuesto de una integridad o coherencia cultural, en favor de un abordaje centrado en posicionalidades interculturales como lugares clave de estos movimientos creativos.

La historia, entonces, se vuelve un terreno particularmente productivo para los encuentros entre reflexiones antirracistas y feministas. En el campo de los estudios de género, es significativo que las formulaciones ya clásicas de Joan Scott se hayan vuelto un parteaguas, no solo porque desnudaron las paradojas de la categoría "mujer", sino porque aunque se haya presentado como una formulación "teórica" se trató de una contribución que debe mucho a la práctica histórica. Las posteriores elaboraciones que buscaron desencializar el género y sexo, entre las cuales se destaca la de Judith Butler, contribuyeron para cuestionar de forma más contundente las bases biológicas prediscursivas de la diferencia sexual, ya en términos filosóficos. De forma similar, la historia también contribuyó a la tarea de "desestabilizar la raza" (Burns, 2007). Lejos de considerar este concepto de un modo unívoco o como una forma natural de clasificación de las personas, el abordaje histórico ha enfatizado el carácter construido, situado y negociado tanto de categorías de marcación como de estrategias de autoidentificación (De la Cadena, 2008; Rappaport, 2014; Boixadós & Farberman, 2009). Este movimiento ha llevado a una atención detenida, no a las "razas", sino a los "procesos de racialización" por los cuáles ciertos atributos de las personas fueron considerados relevantes, en distintos momentos de sus vidas y en relaciones específicas, para definir su lugar social. En los términos de Stuart Hall, estudiar la racialización supone rastrear cómo se teje, una "cadena de equivalencias" entre "naturaleza" y cultura (Hall, 2017).

En la últimas décadas, muchas otras autoras y autores han reflexionado críticamente sobre los riesgos del esencialismo en los movimientos antirracistas y feministas, apostando por las potencialidades de considerar las categorías clasificatorias no solo en sus contingencias históricas, sino también en sus cruces y convivencias. Las derivas de estos debates que comenzaron hace algunas décadas fueron muchas. Lejos de haberse superado, estas formulaciones adquieren una relevancia analítica y una importancia política renovadas en tiempos en los que se actualizan los sentidos de pureza y esencia cultural. Nos interesa subrayar dos de sus consecuencias para la reflexión histórica: por un lado, la renovada atención a la cultura, en especial a expresiones performáticas, sean teatrales, musicales, bailables, e incluso escritas, como una de las más importantes arenas de disputa sobre las formas en las que se expresa el racismo y el antirracismo. El género no solo fue un idioma de estas disputas, sino que estuvo en su centro. Abordajes históricos que examinaron recorridos conectados en el Atlántico norte y en otros recorridos diaspóricos, también aportaron a la crítica a visiones esencialistas de la raza y del género.

En la primera década del siglo XXI, las reflexiones que construyeron el campo de estudios de la interseccionalidad adquirieron una renovada visibilidad, buscando sistematizar el conocimiento de la interacción entre identidades sociales. La formulación más notoria en este sentido proviene de los escritos de Kimberlé Crenshaw, quien asume una perspectiva sistémica, al enfatizar la interacción entre género, raza y clase, en tanto sistemas de diferencia y opresión. (Crenshaw, 1991) Sin embargo, como subrayó Adriana Piscitelli (2008), ese énfasis en lo estructural, si bien es útil para la acción desde el derecho, no resulta tan productivo para disciplinas como la antropología -y podemos agregar, la historia- ya que equipara diferencia a desigualdad, y supone que el poder opera en un sentido unívoco y determina la identidad de las personas. Para la antropología y la historia resultan más inspiradores los abordajes que Piscitelli denomina "construccionistas", como el de Anne McClintock, en el que la agencia histórica emerge en muchos cruces: además del mercado, el trabajo y el dinero, también se suman la fantasía, el deseo y la diferencia como lugares que merecen ser indagados en la experiencia colonial. En este sentido, por ejemplo, la antropóloga Avtar Brah propone un abordaje radicalmente relacional, contextual y posicional, al punto que ya no es el género la categoría central de análisis, sino "la diferencia", perspectiva que confluye con los abordajes acumulados desde la historia social, ya que supone una diversidad de configuraciones cambiantes en el proceso histórico. (Brah, citada en Piscitelli, 2008: 269).

En el centro de estos debates se ubica la cuestión de la agencia pero también de la identidad: si y cuánto género, raza, género (entre otras) pueden distinguirse en la experiencia; si y cuánto marcan las identidades personales; si y cómo se articulan contextualmente. Finalmente, hasta qué punto los sistemas de dominación definen todo el campo de opciones y cuándo y cómo surgen espacios de contestación y rearticulación de los sentidos culturales propuestos desde arriba.

Estas cuestiones, para las cuales no hay respuestas tajantes, y menos respuestas que se puedan zanjar desde la "teoría", tienen la gran ventaja de ubicar en un primer plano problemas urgentes de la metodología, los archivos, y principalmente, de la narrativa histórica. ¿Cómo trascender un habla marcado por las cicatrices (como reclama Emicida en la voz de Majur en el epígrafe)? ¿Cómo lograr que no sean los sufrimientos, los crímenes o la cosificación los que definan todo lo que podemos conocer de las personas? ¿Cómo reconstruir las vidas que quedaron registradas en archivos no elegidos? ¿Cómo armar otro archivo? Desde el cruce entre historia y crítica cultural, Saidiya Hartman propone ejercicios que ponen en juego la imaginación a fin de escribir una "historia íntima" de la esclavitud y la libertad capaz de sortear tanto la violencia y la muerte omnipresentes en los registros archivísticos como también la coherencia y armonía de los relatos históricos. Este ejercicio depende de una particular imaginación literaria para acercarse a la perspectiva de las jóvenes negras que vivieron en la ciudad de Nueva York en el cambio para el siglo XX al tiempo que se construye una "historia del presente" -en el sentido de intentar comprender hasta qué punto el pasado nos acecha-. (Hartman citada en New Yorker Magazine, 2020, Hartman, 2019; Carby, 2019; Miles, 2021).

Con estas breves reflexiones, no  pretendemos más que delinear algunos entre los muchos aportes y debates que han sido especialmente importantes para pensar la construcción de estas diferencias e identidades en el campo de la historia.[4] Este dossier propone que el campo de las relaciones, los encuentros, las traducciones y las expresiones culturales también son particularmente adecuados para explorar estos problemas con las herramientas de la historia y de la crítica cultural. Las estrategias posibles son múltiples y los trabajos aquí reunidos son una buena muestra de ello.

 

Las mujeres negras en el mundo atlántico, del estereotipo a la disputa política y cultural

 

Los cinco textos aquí reunidos llevan adelante el desafío de reflexionar sobre la agencia histórica de personas cuyas vidas, decisiones y peleas fueron registradas de forma indirecta, sobre las cuales hay pocos indicios. Algunos de ellos, sin embargo, involucran ritmos, armonías y movimientos, más que palabras articuladas en un texto coherente. Aunque dos de los textos (Barrachina y Geler & Yannone) son dedicados al caso argentino, los problemas que tratan están articulados a una reflexión más amplia común a la historia social brasileña, al campo de la crítica literaria y a los circuitos atlánticos de entretenimiento y lucha antirracista.

Para indagar sobre la experiencia social específica de grupos estigmatizados, en particular sobre sus estrategias de supervivencia y de construcción de dignidad, la historia social y cultural se combinó con la crítica literaria, las perspectivas decoloniales y las muchas tradiciones feministas. El resultado es la emergencia de muchas otras historias, no solo de las disputas contingentes que resultaron en la creación y los usos de los procesos de marcación y estigmatización, sino también de las muchas formas en las que estos fueron desafiados. Al analizar expresiones performáticas, los artículos aquí reunidos ponen de relieve los múltiples caminos a través de los cuales las formas de bailar, de hablar, de actuar y de hacer música hicieron del campo cultural una arena crucial de conflictos políticos sobre la dignidad humana en distintos momentos, lugares y relaciones.

Uno de los principales puntos en común entre les autores pasa por la desconfianza sistemática y permanente hacia formas esencializadas de la expresión de la diferencia -así como la atención a los significados contextuales y desestabilizadores de sus performances (teatrales, musicales, bailables, escritas)-. Cada artículo las considera como valiosas ventanas para acceder a formas de comunicación y disputas contextuales, situadas, con finales abiertos, y por eso mismo, oportunidades para observar momentos y estrategias de acción de mujeres y hombres en otros tiempos con lo que tenían a mano, construyendo sus propios idiomas.

Desde la crítica literaria, Nicholas Jones propone leer la literatura temprano-moderna a la luz de las reflexiones de las principales autoras del feminismo negro contemporáneo como camino para observar a las mujeres negras de su obra como figuras creativas, liminales, movilizadoras de una política de la opacidad. El texto es un capítulo de su libro dedicado a explorar las representaciones de personajes negres en obras teatrales del mundo hispánico en la modernidad temprana, volviéndoles legibles en su agencia, resistencia, y creatividad (Jones, 2019). El trabajo de análisis literario de Jones es particularmente valioso para la historia social, ya que permite formular la pregunta fundamental sobre la agencia histórica de las mujeres negras. Las fuentes literarias -argumenta Jones, para la alegría de les historiadores- registran sentidos creativos e incontrolados sobre sus vidas, que dialogan con las  intenciones autorales y las superan. Al proponer un diálogo con la bibliografía feminista y los estudios raciales, Jones sugiere que "raza" no es un término anacrónico para quien quiere estudiar la literatura hispánica del siglo XVII; junto con Beyoncé y la literatura feminista, su mirada sobre la raza le permite formular preguntas y una perspectiva explícita desde el presente. Indagada en estos términos, la literatura registra cómo la expresión cultural vernácula del habla de negros de los personajes femeninos y negros de Lope de Rueda ponen en juego un poder simbólico que les permite figurarse como autoconscientes.

Tanto el artículo de Jones como el de Julia Lanzarini están atentos a la forma de hablar de las mujeres negras en las representaciones teatrales. El "habla de negros" estereotipada en la literatura española temprano-moderna, tal como el lenguaje de personajes como la mulata Benvinda en las comedias que divertían a un heterogéneo público en la ciudad de Río de Janeiro a fines del siglo XIX, encierran una ambigüedad. Son formas de hablar que dan lugar a interpretaciones centradas en la estigmatización y en la producción de estereotipos racistas pero son también, vistas en contexto, formas de expresión positivada de mujeres inteligentes y estratégicas en su accionar. Las similitudes entre ambos casos, más que remitir a una experiencia profunda o de características transhistóricas de mujeres negras, revelan similitudes de parte de Jones y Lanzarini, que comparten el foco sobre la agencia histórica pasible de revelarse a través de los textos teatrales.

Gracias a esta mirada, el sentido del recurso al blackface por parte de las actrices que personificaban la "mulata tipo" sobre los escenarios teatrales de Río de Janeiro deja de ser atribuido a un sentido racista previamente determinado, y pasa a ser indagado en función de las disputas sobre los sentidos de los personajes que ganaban vida y movimientos en los gestos de actrices portuguesas y brasileñas. Moviéndose a los ritmos musicales de inspiración africana como los jongos, lundus y maxixes, estas actrices pusieron su talento a servicio de la construcción social, no solo de un estereotipo de la mulata, sino de muchas asociaciones, nada unívocas, entre mujeres negras y sensualidad. Para no imponer sentidos previos y externos a estas manifestaciones, Lanzarini las interpreta a la luz de las expresiones literarias, musicales, bailables, y, claro, teatrales, además de las radicales transformaciones sociales y políticas en un Brasil que llegaba a fines del siglo XIX como el último país del continente en abolir la esclavitud.

Las herramientas y estrategias de la historia social se vuelven centrales no solo para la indagación de Lanzarini, sino también en el texto de Agustina Barrachina. Su artículo examina los estereotipos sobre las negras, pardas y morenas en los años del rosismo. Transformados en enigmas que piden desciframiento, estos estereotipos la llevan a presentarnos un análisis detenido de las cuestiones políticas que estaban en disputa en aquellas décadas conflictivas y que modularon la construcción de esos estereotipos. Bajo la apariencia homogeneizante y ahistórica de esas imágenes de connotaciones inferiorizantes, de negras que bailan, pelean o delatan, Barrachina distingue sentidos racializados y de género combinados de formas específicas, que merecen ser reconsiderados a la luz de las disputas políticas en las que se insertaban, y a las cuales expresaban. Esos estereotipos, antes de terminar consolidados en los relatos hegemónicos de una nación blanca, europea y civilizada como un pasado fijo y "superado", son indicios que revelan las potencialidades de una historia política desde abajo, en la que se divisa un amplio protagonismo político de las mujeres negras en las prácticas asociacionistas, en las experiencias armadas y en los hogares. Contra la subordinación política y la inferiorización racial y de género, Barrachina revela una intensa disputa política por la lealtad de las mujeres negras. En su texto, las palabras de las mujeres están mediadas por capas de desconfianzas, suspicacias y rumores, pero estos filtros también son, ellos mismos, indicios de que ellas cumplieron un rol fundamental en el régimen rosista (y que fueron disputadas por el lado unitario).

En este panorama, la traducción del texto de Lara Putnam es bienvenida, entre otras cosas, porque problematiza la dimensión diaspórica en la que todas estas historias se inscriben. Como parte de la investigación más amplia que resultó en un libro (Putnam, 2013), el artículo examina los circuitos migratorios y culturales que conectan el espacio pancaribeño, desde las Antillas británicas, pasando por Panamá hasta el Harlem en Nueva York, a través de la trayectoria de cuatro artistas, tres varones y una mujer. Sus vidas nos muestran una historia social que no se corresponde a un estilo cultural específico y auténtico, sino que expresa músicas, ritmos y bailes forjados en las muy observadas y criticadas "fiestas de 25 centavos". No se trata solo de una reivindicación del protagonismo antillano británico que terminó subsumido en otros relatos sobre el estilo latino de un lado y el jazz del Harlem de otro. Al reubicar la experiencia antillana en sus dimensiones migratorias, de sociabilidad de clase trabajadora, y también de creatividad artística en la historia, Putnam muestra la importancia de no caer en correspondencias automáticas entre etnicidad y género musical -una tentación que, tres décadas después de las reflexiones de Gilroy, sigue vigente-. Desarmar esta asociación maniquea y automática transforma de formas radicales nuestro conocimiento no solo sobre la historicidad y las dinámicas culturales que dieron lugar a la conformación de estilos musicales sino que, entre otras consecuencias fundamentales, ilumina el rol de estos circuitos migratorios, laborales y culturales en la articulación de un movimiento transnacional antirracista. El reconocimiento de las dimensiones de género de todo este movimiento funciona como un recaudo que evita cualquier tipo de naturalización: tanto en los rasgos distintivos de la trayectoria artística y migratoria de Estelle Bernier, y su construcción como "señorita estadounidense" como también en los contornos moralizantes de la autovigilancia en la articulación de un movimiento antirracista supranacional. No hay, así, un vocero más habilitado o más completo, sea "intelectual" o "popular", que refleje esta experiencia histórica en todas sus aristas. Tampoco hay una superposición de líneas de dominación -raza, clase, género- que converjan o se sobrepongan en un mismo sentido.

Recorre un camino similar el trabajo colaborativo entre una historiadora blanca, Lea Geler, referente de los estudios históricos sobre la experiencia afrodescendiente en Buenos Aires, y Carmen Yannone, una protagonista no-académica de ese movimiento. Gracias a este encuentro y a la convergencia de propósitos, se vuelve posible abordar espectáculos comerciales atravesados por prácticas de exotización y sexualización de las mujeres negras durante gran parte del siglo XX, ya no solo como una expresión más del racismo constitutivo de la sociedad argentina, sino como una estrategia de construcción de intervenciones públicas, de creación de "espacios de negritud" e incluso como antecedentes del activismo político. Se trata de una empresa valiosa para expresar dimensiones de la historia cultural y política de la comunidad afrodescendiente argentina inserta en diálogos diaspóricos. Además, y principalmente, se trata de una historia que propone reconsiderar la centralidad de la experiencia histórica de mujeres que pusieron sus cuerpos en el centro de una conversación pública sobre la negritud. Contra los efectos silenciadores y descalificadores de las improntas racistas en la historia argentina, las mujeres dedicada a la música y al baile recurren a la familia y a sentidos de ancestralidad, cuyos indicios, resquicios y marcas en los cuerpos, en trozos de papel, en historias contadas otra vez y jamás escritas, constituyen un valioso repositorio documental que hay que aprender a leer. Nos brindan, así, una clave para releer la experiencia negra en una ciudad en la que el silenciamiento se combina reiteradamente con formas racistas de hablar la negritud. También en este artículo, los sentidos de sexualización y exotismo concentrados en la figura de la "mulata" dan lugar a una valoración de las técnicas y de la habilidad de las artistas y de su cambiante asociación por parte de la audiencia a diferentes orígenes y pertenencias nacionales. Lo "afrocaribeño" y la "música tropical" ganan sentidos renovados en los circuitos sudamericanos, al mismo tiempo en que se vuelven un camino de trayectorias profesionales que forman parte de un proceso comunicativo en múltiples sentidos. Con eso, Yannone y Geler contribuyen a descifrar algunas capas de sentido más profundas del activismo político en curso en la actualidad.

La escritora estadounidense Toni Morrison reflexionó detenidamente sobre la importancia de la literatura como un camino para la expresión política antirracista, después de considerar que esta función había sido cumplida, durante más de un siglo, por la música. Frente a los riesgos de borrar o romantizar el pasado, nos queda la tarea de indagarlo en búsqueda de los valiosos indicios que nos enseñen cómo en otros tiempos atravesados por violencias otras personas se la ingeniaron para hablar con sus cicatrices, y más allá de ellas.

 

Bibliografía citada

 

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