SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.28 issue1"¿A quién le habla el feminismo?" Entrevista a Yuderkys Espinosa MiñosoDe Carolina a Carolina: sesenta y un años de la presencia de la autoría negra en el mercado editorial brasileño author indexsubject indexarticles search
Home Pagealphabetic serial listing  

Services on Demand

Journal

Article

Indicators

  • Have no cited articlesCited by SciELO

Related links

  • Have no similar articlesSimilars in SciELO

Share


Mora (Buenos Aires)

On-line version ISSN 1853-001X

Mora (B. Aires) vol.28 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires June 2022

 

La Caja Feminista

Fragmentos de Cuarto de Desechos y otras obras (2021, Ed. Mandacarú)

 

Carolina Maria de Jesus

 

Traducción y Prólogo: Laboratorio de Traducción de UNILA

 

Adaptación al español rioplatense: Lucía Tennina y Penélope Serafina Chaves Bruera

 

Epílogo: Raffaella Fernandes

 

 

15 DE JULIO DE 1955. Cumpleaños de mi hija Vera Eunice. Pretendía comprarle un par de zapatos. Pero el costo de los géneros alimenticios nos impide la realización de nuestros deseos. Actualmente somos esclavos del costo de vida. Encontré un par de zapatos en la basura, los lavé y remendé para que ella los usara.

Yo no tenía un centavo para comprar pan. Entonces lavé tres botellas de litro y las cambié con Arnaldo. Él se quedó con las botellas y me dio el pan. Fui a recibir el dinero del cartón. Recibí 65 cruzeiros. Compré 20 de carne. 1 kilo de tocino y 1 kilo de azúcar y 6 cruzeiros de queso. Y el dinero se acabó.

Pasé el día descompuesta. Me di cuenta de que estaba resfriada. En la noche el pecho me dolía. Comencé a toser. Resolví no salir por la noche a juntar papel. Busqué a mi hijo João José. Él estaba en la calle Felisberto de Carvalho, cerca del mercadito. El colectivo atropelló a un muchacho en la vereda y la turba afluyó. Él estaba en ese núcleo, le di unas palmadas y en cinco minutos él estaba en casa.

Ablucioné a los niños, los dejé en el lecho, me ablucioné y entré al lecho. Esperé hasta las 11 a cierto alguien. Él no vino. Tomé un mejoral y me acosté nuevamente. Cuando desperté el astro rey se deslizaba en el espacio. Mi hija Vera Eunice decía: -¡Andá a buscar agua, mami!

 

 

16 DE JULIO. Me levanté. Le obedecí a Vera Eunice. Fui a buscar agua. Hice el desayuno. Le dije a los niños que no había pan, que tomaran solo café y que comieran carne con fariña[1]. Yo estaba descompuesta, decidí santiguarme. Abrí la boca dos veces y me certifiqué de que tenía mal de ojo. La descompostura desapareció, salí y fui a lo de don Manoel a llevar algunas latas para vendérselas. Todo lo que encuentro en la basura lo junto para venderlo. Dio 13 cruzeiros. Me quedé pensando que necesitaba comprar pan, jabón y leche para Vera Eunice. ¡Los 13 cruzeiros no alcanzaban! Llegué a casa, mejor dicho, al rancho, inquieta y exhausta. Pensé en la vida turbulenta que llevo. Recojo papel, lavo ropa para dos jóvenes, permanezco en la calle el día entero. Y siempre me quedo corta. Vera no tiene zapatos. Y a ella no le gusta andar descalza. Hace unos dos años que pretendo comprar una máquina de moler carne. Y una máquina de coser.

Llegué a casa, hice el almuerzo para los dos muchachitos. Arroz, porotos y carne. Y voy a salir a juntar papel. Dejé a los niños. Les recomendé jugar en el patio y no salir a la calle, porque los pésimos vecinos que yo tengo no dejan a mis hijos en paz. Salí descompuesta, con ganas de acostarme. Pero el pobre no reposa, no tiene el privilegio de gozar del descanso. Yo estaba inquieta interiormente, iba maldiciendo mi suerte. [...] Junté dos bolsones de papel. Después regresé, junté un poco de chatarra, unas latas y leña. Venía pensando: cuando llegue a la favela habrá novedades. Tal vez doña Rosa o la indolente Maria dos Anjos hayan peleado con mis hijos. Encontré a Vera Eunice durmiendo y a los niños jugando en la calle. Pensé: son las dos. ¡Creo que voy a pasar el día sin novedades! João José vino a avisarme que la camioneta que regala dinero estaba llamando para donar víveres. Agarré la bolsa y fui. Era el dueño del centro espiritista de la calle Vergueiro, 103. Me regalaron dos kilos de arroz, ídem de porotos y dos kilos de fideos. Quedé contenta. La camioneta se fue. La inquietud interna que sentía se ausentó. Aproveché mi calma interior para leer. Agarré una revista y me senté en el pasto, recibiendo los rayos solares para calentarme. Leí un cuento. Cuando empecé otro aparecieron los niños pidiendo pan. Escribí una nota y se la di a mi hijo João José para que fuera a lo de Arnaldo a comprar jabón, dos mejorales y el resto en pan. Puse agua al fuego para hacer café. João regresó. Dijo que había perdido los mejorales. Volví con él para buscarlos. No los encontramos.

Cuando yo venía llegando al portón, encontré una muchedumbre. Niños y mujeres que venían a quejarse porque José Carlos había apedreado sus casas. Para que lo castigara.

 

 

17 DE JULIO. Domingo. Un día maravilloso. Cielo azul y sin nubes. El sol está tibio. Dejé el lecho a las 6:30. Fui a buscar agua. Hice café. Teniendo solo un pedazo de pan y 3 cruzeiros. Le di un pedazo a cada uno, puse al fuego los porotos que me dieron ayer en el centro espiritista de la calle Vergueiro, 103. Fui a lavar mi ropa. Cuando regresé del río los porotos estaban cocinados. Los hijos me pidieron pan. Le di los tres cruzeiros a João José para que fuera a comprar pan. Hoy es Nair Mathias quien comenzó a meterse con mis hijos. Silvia y el esposo ya iniciaron el espectáculo al aire libre. Él le está dando una paliza. Y yo estoy indignada con lo que los niños presencian. Hubo palabras de baja calaña. ¡Oh, si yo me pudiera mudar de aquí para un núcleo más decente! Fui donde doña Florela a pedirle un diente de ajo. Y fui donde doña Analia. Y recibí lo que esperaba:

 

-¡No tengo!

 

Fui a escurrir la ropa. Doña Aparecida me preguntó:

 

-¿Está embarazada?

-No señora -respondí gentilmente.

 

Y la insulté mentalmente. Si estoy embarazada no es de su incumbencia. Tengo pavor de estas mujeres de la favela. ¡Quieren saberlo todo! Sus lenguas son como las patas de las gallinas. Todo lo esparcen.

¡Está circulando el chisme de que estoy embarazada! ¡Y yo ni me había dado por enterada!

Salí de noche, y fui a cartonear. Cuando pasaba por el estadio del São Paulo[2], varias personas salían del estadio. Todas blancas, solo un prieto. Y el prieto comenzó a insultarme:

 

-¿Va a juntar papel, abuela? Cuidado con el hueco, abuela.

 

Yo estaba descompuesta. Con ganas de acostarme. Pero seguí. Me encontré con varias personas amigas y paraba para hablar. Cuando subía la avenida Tiradentes me encontré con unas señoras. Una me preguntó:

 

-¿Se le curaron las piernas?

 

Después de operarme, quedé bien, gracias a Dios. Y hasta pude bailar en el Carnaval, con mi traje de plumas. Quien me operó fue el Dr. José Torres Netto. Buen médico. Y hablamos de políticos. Cuando una señora me preguntó qué pienso de Carlos Lacerda[3], respondí conscientemente:

 

-Muy inteligente. Pero no tiene educación. Es un político de conventillo. Le gusta la intriga. Un agitador.

 

¡Una señora dijo que fue una lástima! La bala que le dio al comandante podía haberle dado a Carlos Lacerda.

 

-Pero su día. llegará -comentó otra.

 

Varias personas afluyeron. Yo era el centro de atención. Me sentí aprensiva, porque yo estaba juntando papel, andrajosa. [...] Después, no quise hablar con nadie más, porque necesitaba juntar papel. Necesitaba el dinero. No tenía dinero en casa para comprar pan. Trabajé hasta las 11:30. Cuando llegué a casa eran las 12 p. m. Calenté comida, le di a Vera Eunice, cené y me acosté. Cuando me desperté, los rayos solares se filtraban por las rendijas del rancho.

 

 

18 DE JULIO. Me levanté a las 7 a. m. Alegre y contenta. Después fue que vinieron las desgracias. Fui al depósito a recibir. 60 cruzeiros. Pasé donde Arnaldo. Compré pan, leche, pagué lo que le debía y reservé dinero para comprar licor de cacao para Vera Eunice. Llegué al infierno. Abrí la puerta y saqué a los niños afuera. Doña Rosa ni bien vio a mi hijo José Carlos comenzó a meterse con él. No quería que el niño pasara cerca de su rancho. Salió con un palo a pegarle. ¡Una mujer de 48 años peleando con un niño! En algunas ocasiones cuando salgo, ella viene hasta mi ventana y les tira el balde de heces a los niños. Cuando vuelvo, encuentro las almohadas sucias, y a los niños malolientes. Ella me odia. Dice que soy la preferida de los hombres lindos y distinguidos. Y gano más dinero que ella.

Salió doña Cecilia. Vino a reprender a mis hijos. Le lancé una directa, ella se retiró. Yo le dije:

 

-Hay mujeres que dicen saber criar a los hijos, pero algunas tienen hijos en la cárcel clasificados como malos elementos.

 

Ella se retiró. Vino la indolente Maria dos Anjos. Yo le dije:

 

-Estaba discutiendo con el billete, no con las monedas. Los centavos. Yo no voy a la puerta de nadie. Son ustedes las que vienen a la mía a molestarme. Yo nunca insulté a los hijos de nadie, nunca fui a la puerta de nadie a quejarme de sus hijos. No piensen que ellos son santos. Es que yo tolero a los niños.

 

Vino doña Silvia a quejarse de mis hijos. Que mis hijos son mal educados. Pero yo no encuentro defecto en los niños. Ni en los míos ni en los suyos. Sé que los niños no nacen aprendidos. Cuando hablo con un niño le dirijo palabras amables. Lo que me molesta es que ellas vengan a mi puerta a perturbar mi escasa paz interior. [...] Aunque me estén molestando, yo escribo. Sé dominar mis impulsos. Tengo apenas dos años de escolaridad, pero busqué forjar mi carácter. La única cosa que no existe en la favela es solidaridad.

Vino el del pescado, don Antonio Lira. Me dio unos pescados. Voy a preparar el almuerzo. Las mujeres salieron, me dejaron en paz por hoy. Ya dieron su espectáculo. Mi puerta actualmente es un teatro. Todos los niños tiran piedras, pero son mis hijos los chivos expiatorios. Ellas aluden a que no estoy casada. Pero yo soy más feliz que ellas. Ellas tienen marido. Pero son obligadas a pedir limosnas. Son mantenidas por asociaciones de caridad.

Mis hijos no son mantenidos con pan de iglesia. Yo enfrento cualquier clase de trabajo para mantenerlos. Y ellas tienen que mendigar y encima les pegan. Parecen un tambor. Por la noche cuando ellas piden socorro yo tranquilamente en mi rancho escucho valses vieneses. Mientras los esposos rompen las tablas de los ranchos mis hijos y yo dormimos tranquilos. No envidio a las mujeres casadas de la favela que llevan una vida de esclavas de la India.

No me casé y no estoy inconforme. Los que me pretendían eran soeces y las condiciones que me imponían eran horribles.

Está Maria José, mejor conocida como Zefa, quien reside en el rancho de la calle B número 9. Es una alcohólica. Cuando está embarazada toma demasiado. Y los niños nacen y mueren antes de los doce meses. Ella me odia porque mis hijos salieron bien y porque tengo radio. Un día me pidió la radio prestada. Le dije que no se la podía prestar. Que ella no tenía hijos, podía trabajar y comprarse una. Pero es sabido que las personas que son dadas al vicio del alcoholismo no compran nada. Ni ropa. Los ebrios no prosperan. A veces ella le tira agua a mis hijos. Ella alude que no le pego a mis hijos. No tengo inclinación por la violencia. José Carlos dijo:

 

-¡No se ponga triste, mamá! Nuestra Señora Aparecida ha de apiadarse de usted. Cuando crezca, yo le compro una casa de ladrillos.

 

Fui a cartonear y estuve fuera de casa una hora. Cuando regresé vi a varias personas en la orilla del río. Es que allá estaba un señor inconsciente por el alcohol y los hombres insensibles de la favela le palpaban los bolsillos. Le robaron el dinero y le rasgaron los papeles [...] Son las 5 ¡y apenas ahora don Heitor conectó la luz! Y voy a lavar a los niños para que se vayan al lecho, porque tengo que salir. Necesito dinero para pagar la luz. Acá es así. Uno no gasta luz, pero la tiene que pagar. Salí a juntar papel. Caminaba deprisa porque ya era tarde. Me encontré a una señora. Iba maldiciendo su vida conyugal. Observé pero no dije nada. [...] Até los bolsones, puse las latas que junté en el otro bolsón y vine a casa. Cuando llegué encendí la radio para saber la hora. Eran 11:55 p.m. Calenté la comida, leí, me desvestí y después me acosté. El sueño vino enseguida.

 

 

19 DE JULIO. Me desperté a las 7 con la conversación de mis hijos. Dejé el lecho, fui a buscar agua. Las mujeres ya estaban en la canilla. Las latas en fila. Tan pronto llegué Florenciana me preguntó:

 

-¿De qué partido es aquel pasacalles?

 

-Gracias.

 

Le pregunté:

 

-¿Usted no necesita una mamá prieta?

 

21 DE MAYO. Necesito ir al teatro. [...] Salí atrasada, me subí a un auto. Cuando llegué al teatro eran las 6 de la tarde. [...] Circulé la mirada por la platea, contemplando aquella gente bien nutrida, bien vestida. Oyendo la palabra hambre, abstracta para ellos. Me senté al lado del joven Eduardo Suplicy Matarazzo. ¡Qué joven amable! Miraba las escenas en el escenario y me preguntaba:

 

-Pero. ¿Ellos viven así en la favela?

-Peor que esto. Esto solamente es una miniatura de las escenas reales de la favela.

 

Un fotógrafo me pidió que me sentara al lado de la diputada Conceição Santamaria para fotografiarnos.

Cuando se terminó el espectáculo, la actriz Celia Biar salió al escenario a anunciar el debate. Invitó al diputado Rogê Ferreira a presidir el debate. Y nos invitó a subir al escenario. Subimos. Solano Trindade, Conceição Santamaria, el profesor Angelo Simões Arruda, el diputado Cid Franco, doña Edy Lima y yo.

Quien presidía el debate era don Rogê Ferreira. Mencionó que mi libro Cuarto de desechos es un retrato real de las penurias que el pobre enfrenta actualmente.

Yo me sentía confundida en ese núcleo. Me di cuenta de que «Doña Élite» encara el problema de la favela con vergüenza. Es una mancha para un país. [.] El segundo orador fue don Angelo Simões Arruda. Estaba leyendo Cuarto de desechos y tomando nota de lo que leía. Dijo que en São Paulo el pueblo trabaja en las fábricas, en los talleres y no sale a la calle a juntar papel. Salen a hacer un trabajo digno que les proporciona una condición de vida decente.

 

Pensé: si el hombre de São Paulo llevara una vida decente no haría huelga salarial.

El profesor Angelo Simões Arruda continuó diciendo que las personas indolentes no eligen qué lugares habitar. Viven en las cloacas.

 

-Cloaca es mingitorio -pensé.

 

Si los pobres residen en las orillas de los ríos es porque no han recibido instrucción, no han aprendido un oficio. [...]

El profesor Angelo Simões Arruda no mencionó la necesidad de abolir las favelas, que se duplican por todo Brasil.

La tercera oradora fui yo. Dije: "me fui a residir en la favela por necesidad. Con el transcurso del tiempo, me di cuenta de que podía salir de aquel medio. Era horrible para mí presenciar las rudas escenas que se desarrollaban en la favela como si fueran naturales. [...] Los favelados son los colonos. Porque eran expoliados por los patrones abandonaron el campo. Encuentran dificultades en la ciudad, que solo le ofrece comodidad y decencia a los que tienen buenos empleos. Ellos no pueden lidiar con la vida actualmente. Debido al costo de vida son obligados a recurrir a la basura o a las sobras de la feria.

No sirve de nada hablar de hambre con quien no pasa hambre. Cuando escribí mi diario no fue con el objetivo de hacer publicidad. Es que yo llegaba a casa y no tenía qué comer. Me indignaba interiormente y escribía. Tenía la impresión de que le contaba mis penurias a alguien. Y así surgió el Cuarto de desechos.

Clasifiqué a la favela como cuarto de desechos porque en 1948, cuando el Dr. Prestes Maia empezó a urbanizar la ciudad de São Paulo, los pobres que habitaban los sótanos fueron lanzados a la intemperie".

El cuarto orador fue el poeta negro Solano Trindade. Criticó la teatralización de doña Edy Lima. Dijo que ella no mencionó las penurias que el libro relata como testimonio del gravísimo problema que son las favelas que se extienden por todo Brasil. [...] El público interfirió, a veces aplaudiendo, a veces abucheando. Don Cavalheiro Lima, esposo de doña Edy Lima, interfirió aludiendo que ella no cambió el texto del libro. Conservó el lenguaje sencillo en la obra, relatando mi desvelo por los hijos, luchando para sacarlos de aquel cuchitril.

Solano Trindade prosiguió, repitiendo lo que Ruth de Souza dijo en la obra:

 

-Cuando un niño pasa hambre el problema es de todos.

 

Me quedo horrorizada viendo que se debate sobre el hambre en asamblea. El diputado Cid Franco dijo que pasó hambre y conoce las penurias que mi libro relata. Que el régimen capitalista es la causa de la desigualdad de clase. Doña Conceição Santamaria decía:

 

-Él pertenece al régimen capitalista. Está metamorfoseándose delante del público. Está de manos dadas con el régimen capitalista.

 

Qué confusión para mí. Quería oír al diputado Cid Franco por su cultura. Él no es banal, no es político de tejemanejes. Mencionó:

 

-Si existen las favelas es porque son creadas y alimentadas por el régimen capitalista, que chupa la savia de la clase asalariada para duplicar sus haberes.

-En desacuerdo -contestó el Dr. Paulo Suplicy.

 

Un joven en la platea dijo que el diputado Cid Franco se equivocaba atribuyéndole al régimen capitalista el desajuste social. El diputado Cid Franco dijo:

 

-Tengo un hijo de 18 años que no teme la extinción del régimen capitalista.

 

Fue aplaudido. Los estudiantes interfirieron. Yo le pedí al diputado Rogê Ferreira que les diera la palabra, porque los estudiantes son los hombres de mañana. Los estudiantes chiflaron al diputado. Él se sentó diciendo que nunca había ido a la favela a pedir votos. Comentó:

 

-No reniego de la obra, reniego del régimen social que favorece a un tercio de la población. Sé que el capitalismo reniega de la reforma social.

-¡De acuerdo!

-¡En desacuerdo!

 

.Con esa confusión, tenía la impresión de que estaba en la favela. Todos hablando al mismo tiempo.

.La última en hablar fue la diputada Conceição.

Empezó diciendo que ayudó a los leprosos. Por su intermediación los leprosos son curados.

Una voz en la platea:

 

-No estamos hablando de política, estamos hablando de la favela.

-Carolina dijo que en la favela existen muchas indolencias -argumentó doña Conceição.

-Y en la asamblea -una voz en el escenario.

-En 1944, cuando yo recorría las favelas...

 

En aquella época era la dictadura la que predominaba. Una voz en la platea:

 

-Usted ya tiene sus años, ¿no? Risas.

Doña Conceição contestó sin perturbarse:

 

-En aquel tiempo no existían jóvenes maleducados como usted. Yo represento a una mayoría, los que votaron por mí. Y usted es una unidad insignificante.

 

Un japonés hablaba. Una voz lenta que se volvía indistinta entre las otras. Los demás estaban con los nervios de punta. Daba la impresión de que iba a haber un conflicto en el teatro. Los estudiantes chiflaban a doña Conceição.

.Cuando salí del teatro encontré al joven Eduardo Matarazzo y le dije: "¿Vio qué confusión?".

Doña Filomena Matarazzo me invitó a almorzar en su residencia. Tomé un taxi y me fui a mi casa.

1       Se refiere a la harina producida a partir de la mandioca, uno de los principales elementos de la alimentación de los brasileños, en especial, pero no únicamente, en las regiones del norte y nordeste del país. El proceso de su fabricación incluye la limpieza, la trituración, el prensado, el tamizado y el tostado de la mandioca. [N. de T.]

2       En la época, el estadio del equipo São Paulo Futebol Clube se ubicaba en el barrio de Canindé, donde hoy se encuentra el estadio de la Portuguesa de Desportos. [N. del E.]

[3] Carlos Lacerda (1914-1977), político de Rio de Janeiro, opositor férreo del segundo gobierno del presidente Getúlio Vargas. En 1954, sufrió un atentado en el que murió el comandante Rubens Vaz, hecho que desencadenó una grave crisis política en el país. [N. del E.]. Tuvo una participación destacada en la instauración de la dictadura cívico-militar de 1964. [N. de T.]

Creative Commons License All the contents of this journal, except where otherwise noted, is licensed under a Creative Commons Attribution License