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Mora (Buenos Aires)

versión On-line ISSN 1853-001X

Mora (B. Aires) vol.29 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jun. 2023

http://dx.doi.org/10.34096/mora.n29.1.12766 

Dossier

Tecnologías de levante y circuitos eróticos. Usos de Grindr entre varones gays del Área Metropolitana de Buenos Aires

Flirting technologies and erotic circles. Usages of Grindr among gay men from the Metropolitan Area of Buenos Aires

Maximiliano Marentes1 

1 Universidad Nacional de San Martín, Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales/ Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina. mmarentes@unsam.edu.ar

Resumen

El objetivo de este artículo consiste en analizar los modos en que Grindr, aplicación para gestionar encuentros entre varones, opera de manera específica en un circuito erótico mayor a partir de su relación con otras tecnologías de ligue o de levante gay, sean virtuales o presenciales. El trabajo se desprende de una investigación de corte cualitativo que, entre octubre de 2017 y noviembre de 2018, buscó reconstruir las historias amorosas de 30 varones gays que viven en el Área Metropolitana de Buenos Aires, Argentina. Al entender a Grindr como una tecnología de levante inscripta en un circuito erótico mayor, se observan cuatro características en base a los usos que estos varones hacen de ella. Primero, su oposición con los espacios de encuentro presenciales. Segundo, su funcionamiento como genérico de las aplicaciones virtuales de encuentros revela su carácter hegemónico. Tercero, el matiz de su posición dominante en contraste con otras tecnologías. Cuarto, la desestimación de esas distinciones cuando se centra la observación en los pasajes que se dan entre dichas tecnologías. El artículo concluye con la necesidad de considerar estas tecnologías como productoras de erotismo y de restituir el carácter circular de los intercambios eróticos.

Palabras clave: Grindr; intimidad; erotismo; gay; aplicaciones

Abstract

This paper aims to analyze how Grindr, an online dating and hooking-up app used by gay men, runs within a wider erotic circle framed by its relationships with other flirting technologies, both virtual and inperson. The work derives from a qualitative research conducted from October 2017 to November 2018 that sought to reconstruct love stories of 30 gay men living in the Metropolitan Area of Buenos Aires, Argentina. Considering Grindr as a flirting technology which belongs to a wider erotic circle enables to observe four characteristics based on how these men use the app. First, how it is thought in opposition to in-person spaces. Second, revealing its hegemonic charac-ter when examining how it becomes a generic of all virtual apps. Third, how this hegemony is cracked when the difference with other technologies turns up. Fourth, how previous distinctions are underestimated when focusing on the jumps among those technologies. The paper concludes on the need to reconsider these technologies as producers of erotism and restore the circular aspect of erotic exchanges.

Keywords: Grindr; intimacy; erotism; gay; apps

Introducción: Cristian, Grindr y sus historias de amor

Sentados en el living de mi casa, en el segundo de nuestros encuentros con Cristian, hacia agosto de 2018, repasamos sus historias de amor. Después de contarme su ruptura con Renzo, uno de sus partenaires, le pregunto cómo se habían conocido. Este casi diseñador industrial, estudiante de psicología y de traductorado de inglés de 31 años, responde que a Renzo también lo había contactado por Grindr. En ese instante se da cuenta de que había conocido a varios de sus partenaires por esa aplicación de levante gay e ironiza: “Bastante putita, me siento re gato ahora". Grindr también le presentó a Luciano. Pero, a decir verdad, no fue solo esta aplicación de encuentros. Además de seguirse mutuamente por Twitter, se vieron en Grindr y en Instagram. Cuando Cristian se dio cuenta de que hablaban por todas esas aplicaciones que, aunque no creadas solo para ligar, por su uso se convirtieron en tecnologías de levante, decidieron conocerse en persona y así comenzaron una muy linda relación.

Pero, ¿siempre Grindr coopera con otras tecnologías de levante? ¿O a veces, por el contrario, compiten? ¿Y qué relación traba con otros espacios eróticos, ya no virtuales? El objetivo de este trabajo es responder a estos interrogantes a partir de analizar los modos en que Grindr, como una de las tecnologías de levante gay, se inserta en los circuitos eróticos. Para eso, me baso en las entrevistas que, entre octubre de 2017 y noviembre de 2018, realicé para mi investigación doctoral sobre amor entre varones que viven en el Área Metropolitana de Buenos Aires.

El artículo se estructura en seis partes. En la primera explicito las coordenadas metodológicas de la investigación y luego, en la segunda, la justificación conceptual que me lleva a concebir a Grindr dentro de lo que denomino tecnologías de levante y circuitos eróticos. En los siguientes apartados me detengo en cuatro aspectos de su inscripción en dicho circuito. Primero abordo el contraste que Grindr sintetiza con los espacios de encuentro presenciales. Luego analizo cómo, en tanto genérico, Grindr deviene unidad de medida de todas las aplicaciones virtuales de citas. Sin embargo, como vemos en el siguiente apartado, es necesario distinguirla de otras tecnologías. De todos modos, como ilustra la última sección, las taxativas clasificaciones anteriores se diluyen cuando se considera a Grindr dentro de un circuito de tecnologías de levante en el que los varones gays van saltando de una a la otra. Saltemos, entonces, a la primera sección.

Gríndr a partir de las historias de amor

Cristian es uno de los 30 varones cis que entrevisté entre octubre de 2017 y noviembre de 2018 para mi investigación doctoral que versó sobre el amor gay realmente existente. Retomo la adjetivación de realmente existente siguiendo los debates en torno a cómo eran los regímenes socialistas de la segunda posguerra más allá de cuánto se parecían -o distanciaban- del verdadero socialismo (De Ípola y Portantiero, 1981). De ese modo, en vez de detenerme en las idealizaciones en torno a este sentimiento y al consumo de su utopía romántica (Illouz, 2009), mi interés versó en el estudio de las experiencias amorosas que se enmarcan en narrativas mayores (Marentes, 2019a). Como dispositivo analítico, la historia de amor permite acercarse al estudio de este sentimiento no desde una perspectiva estructuralista como hacen las principales reflexiones sociológicas (Beck y Beck-Gernsheim, 2001; Giddens, 2004; Luhmann, 2008; Illouz, 2009, 2012; Bauman, 2013), sino a partir de un enfoque situacional (Gunnarson, 2015;García Andrade y Sabido Ramos, 2017; Rodríguez Morales, 2019).

Denomino a estos varones como gays ya que, siguiendo el planteo de Meccia (2011), fueron socializados bajo el régimen de la gaycidad que se expresa en mayores oportunidades biográficas, en contraste con lo que les sucedió a los últimos homosexuales. Mientras que los primeros enfrentarían mayores niveles de represión para el desarrollo de sus vidas cotidianas, los segundos tendrían más libertad en torno a su sexualidad en ámbitos laborales, educativos, familiares e íntimos. La pertenencia a este régimen se traduce en sus edades, que oscilan entre 23 y 38 años. De todos modos, a cada uno le pregunté cómo se autodefinía en términos de orientación sexual: la mayoría lo hizo como gay o puto, algunos como homosexual, otro queer y otro como me gustan los hombres.

Se podría caracterizar rápidamente a estos varones como parte de las clases medias ya que comparten inserciones ocupacionales y valores típicos de este sector (Adamovsky, Visacovsky y Vargas, 2014). De todos modos, eso no hace justicia a la plural disparidad de trayectorias. Con el propósito de evidenciar dicha pluralidad, a medida que introduzco los relatos, incorporo algunos indicadores de cada entrevistado -edad, ocupación, residencia-. Esos indicadores no deben leerse en clave disposicional (Benzecry, 2017), explicando de antemano la acción. Por el contrario, proponen restituirle humanidad a los protagonistas de dichos relatos al mostrar las condiciones materiales de existencia de los varones gays, muchas veces pasadas por alto en las investigaciones sobre sus prácticas eróticas (Simonetto, 2018). Incluir dicha información forma parte de un posicionamiento en la investigación que, al considerar otros aspectos relevantes de sus historias de amor, busca no reducir a estos varones gays a meros usuarios de Grindr.

Por su pertenencia generacional, estos varones estaban habituados al uso de diferentes medios virtuales para contactar a otros varones. Los más grandes recuerdan haber usado líneas telefónicas de contacto o ingresado a salones de chats. También usaron páginas de contactos, en especial aquellas destinadas a encuentros entre hombres. Todos tienen perfiles en diferentes redes sociales y cuentan con teléfonos inteligentes en los que pueden -y algunos lo hacen- instalar aplicaciones de levante como Grindr. Por tanto, podría considerárselos nativos digitales (Linne, 2014).

Las entrevistas se estructuraron en cuatro o cinco encuentros con cada entrevistado, en los que, tras indagar sus datos sociodemográficos, reconstruíamos sus historias de amor. Muchas veces, en esas historias o en otros momentos en que repasaban sus trayectorias eróticas y afectivas, aparecía una y otra vez el mismo actante: Grindr. En mi carácter de nativo digital, no me resultaba extraña su extendida presencia. De hecho, yo mismo he utilizado esta misma aplicación y he conocido a diferentes personas por ahí. Este comentario no busca introducir un enfoque autobiográfico o auto-etnográfico, sino dar cuenta de mi posición como investigador. Por mi cercanía con el objeto de estudio, realicé un constante distanciamiento crítico que me permitió reflexionar sobre cómo fui leído por los participantes de la investigación a la hora de construir conocimiento (Marentes, 2019b).

Este artículo forma parte de una serie de trabajos que reflexionan sobre Grindr y amor entre varones gays argentinos. En el primero, analizo cuatro capas de sentidos que se desprenden de los usos locales de esta aplicación global. En el segundo, el foco se pone en cómo aparece el histeriqueo, entendido como una figura local de la seducción, en Grindr. En el tercero, la pregunta es por los vínculos entre esta aplicación y el amor. En el último, este, me centro en entender a esta aplicación como una tecnología de levante formando parte de un circuito erótico mayor.

Más allá de la máscara: tecnologías de levante y circuitos eróticosA diferencia de otras investigaciones, Grindr no fue el foco de mi indagación. Por el contrario, fue un emergente que, junto con el matrimonio igualitario, operan como tándem que enmarca las historias de amor gay contemporáneas (Marentes, 2020). Por eso, el enfoque que retomo para su análisis es el que, valiéndome de su logo, llamo más allá de la máscara.

Siendo la aplicación de levante gay con mayor cantidad de usuarios en todo el mundo, Grindr fue pionera en la incorporación de la geolocalización. Creada en 2009 por Joel Simkhai, otras aplicaciones replicaron luego la misma tecnología que permite conectar a personas que se encuentran próximas. Con el paso del tiempo, su logo ha cambiado, pero mantuvo siempre el mismo elemento: una máscara. Propongo clasificar las indagaciones y reflexiones sobre esta aplicación a partir de la relación que esos trabajos traban con dicha máscara.

Los análisis que se inscriben en una tradición de estudios de comunicación suelen centrarse en la descripción de la máscara. Así, se enumeran cuáles son los atributos que los usuarios utilizan para construir sus perfiles -como rasgos físicos asociados a corporalidades y comportamientos más o menos masculinos- y la pregunta que orienta la indagación refleja el heterocentrismo de dichos perfiles (Maracci, Soares Maurente y Pizzinato, 2019; Benitez de Melo y Santos, 2020; Correa y da Silva Cruz, 2020; Costa, 2020; Sousa, Junior y Mota, 2020). En esta línea de trabajos abundan los señalamientos sobre los perfiles más heteronormados que priorizan los atributos viriles y denuestan las performances de género feminizadas. Una segunda línea de trabajos, provenientes de una perspectiva sociológica, focaliza en las personas que se encuentran detrás de la máscara. Las descripciones de este enfoque resaltan los razonamientos de los usuarios a la hora de crear sus perfiles (Jaspal, 2017; Evripidou, 2020; Pranata y Putri, 2020) e indagan acerca del proceso de reflexividad al construir una imagen de sí para utilizar en las aplicaciones. Un tercer punto de partida, en clave socioantro-pológica, prioriza los usos y sentidos que las personas dan a Grindr (Race, 2015; Brennan, 2017; Byron y Mpller, 2021), dando cuenta de que los usuarios renegocian sus prácticas al utilizar este dispositivo. Este enfoque, que denomino más allá de la máscara, es el que aquí abrazo. Finalmente, la cuarta línea de indagación que pro-blematiza a Grindr se emparenta con la teoría queer. Estos trabajos están muy lejos de la máscara, y Grindr parece volverse un pretexto para hablar de la subjetivación neoliberal (Aunspach, 2019; Goldberg, 2020; Roach, 2021). En ese sentido, de reemplazar Grindr por otro elemento, es posible llegar a conclusiones similares.

Tomo a Grindr más allá de la máscara por tres motivos. El primero radica en que esta aplicación fue un emergente del trabajo de campo que versó sobre amor. En ese sentido, no pude acceder a los perfiles de estos usuarios, más allá de que algunas veces, durante nuestras charlas, me mostraban cómo usaban la app. El segundo motivo se relaciona con ese verbo, usar. El enfoque propuesto permite poner el foco en los usos y apropiaciones locales -en torno a la figura del levante- que estos varones dan a una aplicación global. Tercer y último motivo, esos usos y apropiaciones abren la puerta para considerar a Grindr como un actante, es decir, como una entidad no-humana con capacidad de modificar la situación en la que se inscribe (Boltanski, 2000; Boltanski y Thévenot, 2008; Latour, 2008; Nardacchione, 2011; Race, 2015). Y en las situaciones eróticas y afectivas, siempre hay mucho más que dos.

En torno a esos usos y apropiaciones de esta tecnología considero que, como demuestro en este trabajo, esta aplicación forma parte de una especie de árbol genealógico de tecnologías de levante. Este concepto se inspira en la noción de tecnologías de género de Lauretis, quien revisa la propuesta foucaultiana. Para esta autora, las tecnologías de género vendrían a ser “las técnicas y estrategias discursivas por las cuales es construido el género" (1996: 19). En esa clave, Palumbo (2019a) propone pensar los diferentes espacios de intercambios eróticos y afectivos entre varones y mujeres cis heterosexuales como tecnologías de género. Si bien coincido con Palumbo en dicho carácter performativo -en esos intercambios se produce el género-, opto por llamarlas tecnologías de levante para iluminar dos aspectos. El primero, su carácter localmente situado en torno a la figura del levante. Eso que en otras latitudes llaman ligue, en la Argentina es conocido como levante e implica no solo el entablar relaciones sexuales y amorosas pasajeras, sino que lo trasciende. Como han demostrado una serie de trabajos sobre levante entre hombres (Sívori, 2004; Boy, 2008; Guerrero, 2011) y entre personas heterosexuales (Palumbo, 2019a; Linne, 2020), a partir de esa búsqueda de encuentros eróticos y afectivos se produce sociabilidad que puede, o no, conllevar a prácticas sexuales. El segundo aspecto se relaciona con el anterior, en tanto que estas tecnologías no se limitan a las recientes aplicaciones para teléfonos celulares. Incluyen también otros dispositivos que producen ese levante: salones de chats, páginas de contactos, telegramas a modo de avisos clasificados en revistas, mensajes para otros asistentes a un show de transformismo, boliches y bares, saunas y dark rooms, hasta cines y teteras, entre muchos otros. Como deja ver este fragmentario listado, en algunas ocasiones el motivo de ingreso a estos espacios es conocer a alguien con quien entablar un vínculo erótico y afectivo. Pero en otras, es algo que puede o no suceder, como en un boliche al que se va a bailar y divertirse en grupo y, como quien no quiere la cosa, se termina besando a un desconocido. En otras oportunidades, estos espacios -como los baños públicos que ofician de teteras- no fueron creados para tal fin, sino que la práctica los erigió como tecnologías de levante. Así, lo que en última instancia las define como tales es cómo, en la negociación a partir de los usos y apropiaciones, la situación encuadra y moldea el levante en un espacio delimitado por las mismas características técnicas de esos dispositivos. Por ejemplo, mientras en Grindr una especificidad técnica que produce el levante es la posibilidad de enviar fotos, en una tetera son los cubículos de los inodoros. En un boliche, lo técnico refiere a las luces bajas que se combinan con la disposición de los asientos creando espacios reservados, donde los recientes partenaires pueden avanzar en su levante sin mayores interrupciones.

Todas estas formas de levantar pueden ser incorporadas dentro de un mismo conjunto dado que, como desarrollo en el último apartado, las personas suelen saltar de un sitio a otro dejando rastros de su circulación. Que las personas entren en contacto para producir encuentros eróticos y afectivos llevó a que muchas veces se piensen esos espacios como mercados signados por el mismo intercambio (Viveros Vigoya, 2015; Marentes 2019b; Palumbo 2019a, 2019b, 2019c). La noción de mercado acarrea un sesgo racionalista en las elecciones individuales, como sucede cuando se analizan las estrategias matrimoniales (Becker, 1991; Illouz, 2012). De allí que la noción de circuitos de comercio de Zelizer (2008) ofrezca pistas para sortear esos sesgos. En un intento por superar los análisis maniqueos en torno a los cruces entre relaciones íntimas y vínculos monetarios, la autora acuña este concepto que luego sentará las bases de su perspectiva de las vidas conectadas (Zelizer, 2009). Los circuitos de comercio se distinguen por “(1) una frontera, (2) un conjunto de lazos interpersonales significativos, (3) unas transacciones económicas asociadas y (4) un medio de intercambio" (Zelizer, 2008: 14). Los circuitos eróticos que describo a continuación a partir del caso de Grindr se caracterizan por la negociación de fronteras que delimitan esos mundos en los que se despliega el levante gay. Allí se dan lazos significativos, sobre todo entre compañeros de andanzas y entendidos con quienes eventualmente se conseguirá intimar. Los intercambios eróticos y afectivos incluyen desde el histeriqueo en redes hasta la cotidianeidad de una pareja, en la que la actividad sexual se erige como medio de intercambio. Sexo que, en tanto medio y al igual que sucede con el dinero (Zelizer, 2011), es uno y es muchos al mismo tiempo. Veamos el circuito en acción.

Desde la nostalgia: Grindr vs. el levante presencialUna de las primeras formas en que Grindr aparece en el circuito erótico es a partir de su oposición con otras maneras de levante presencial. Muchas veces, esta antítesis es empañada por un halo de nostalgia: lo que Grindr vino a destruir.

Con Marino, un psicólogo de 31 años que trabaja en una dirección estatal en cuestiones de género y salud sexual, charlamos sobre un reciente espacio cultural de la diversidad sexual en la Ciudad de Buenos Aires: Feliza. Al momento de nuestras entrevistas -febrero de 2018-, él acababa de conocerlo y le pareció muy lindo y divertido; lo considera de hecho un lugar donde conocer potenciales partenaires. Esa apreciación contrasta con el levante en cualquiera de las miles de aplicaciones que hay, sea Happn, Tinder o Grindr, que alimentan un círculo vicioso. Marino, por el contrario, prefiere tener más como un vínculo con alguien, una interacción tranquila y relajada que podría darse en un bar y más difícilmente en las apps.

La perspectiva de Marino está en línea con cómo está superando la separación de Dano, su ex novio. Algo similar le ocurre a Mauro, un sociólogo de 31 años que trabaja como comisario de a bordo. Mauro es un advenedizo en el mundo de las apps, que conoció unos meses antes de nuestros encuentros cuando se separó de Juani, su novio durante diez años. Aunque las use, prefiere otra cosa. En las redes le falta el encuentro, el merodeo, ese disfrute que genera empezar a charlar con alguien en una reunión, en una fiesta, en un cumpleaños. O incluso el reencontrarse con conocidos, como acaba de sucederle al visitar a una amiga que vive en Córdoba. Allí se cruzó con Gastón, amigo de su amiga, con quien compartió una linda jornada y quedaron en volver a verse.

Dante, un militante peronista de 32 años que está buscando trabajo, se considera a sí mismo vintage: prefiere el levante face to face más que aquel virtual. De hecho, culpa a Grindr por hacer que se pierda todo ese exquisito coqueteo que se daba por ahí, en las teteras, en boliches gays como Bunker, en bares de cruising gay como Tom’s, o cuando uno dejaba su número de teléfono en las puertas de los baños de las estaciones de trenes. Con las apps, se pierde el encanto de levantar a alguien con solo mirarlo, como le pasó una vez en un colectivo a sus 22 años.

Recuerda que era marzo porque se estaba tomando un colectivo que conecta varios partidos del conurbano bonaerense para ir a la casa de su hermana por el cumpleaños de su sobrino. Dante sentía que su compañero de asiento, un obrero industrial que vestía un mameluco marrón, lo miraba. Cuando dirigió sus ojos hacia él, se dio cuenta de que se estaba sosteniendo el pene con su mano mientras le hacía señas para que se acercara. Dante interrumpe el relato y aclara que eso le parece súper patriarcal y que hoy piensa que no accedería. Continúa la narración enfatizando en el morbo que le generaba todo: cómo los hoyuelos embellecían a tan lindo morocho, portador de un pene estético, redondito, rosadito -como vio de cerca cuando le practicó sexo oral-. Ese tipo de situaciones cinematográficas, de las que Dante tuvo varias, se están perdiendo por culpa de esa suerte de catálogo de Avon, marca de cosméticos, que es Grindr.

Con Benjamín, un cineasta de 29 años que está cansado de trabajar en esa productora de contenidos audiovisuales multinacional en la que lleva unos cuatro años, nuestros encuentros se espaciaron entre fines de junio y principios de septiembre de 2018. Entre uno y otro, charlamos sobre las veces que instalaba y desinstalaba Grindr, Tinder e Instagram; como resume bromeando: “Te cierro una aplicación, pero te abro otra". Por el estrés y la ansiedad que le genera Grindr, en especial cómo tiembla su cuerpo cuando otro hombre está por ir a su casa a tener sexo, decidió empezar psicoterapia. Para Benjamín, las aplicaciones no son canales que a priori estén mal, siempre y cuando no cierren las posibilidades de la vida real. A la mayoría de sus partenaires los contactó por medios virtuales, algo que le es más cómodo y le da más seguridad. Lanzarse a la aventura de los encuentros presenciales tal vez le reditúe menos en cantidad de oferta, pero quiere ponerlo en práctica.

Algo similar le ocurre a Hernán, un militante peronista de 26 años que, por el momento, trabaja en un organismo del Estado. Pero, a diferencia de Benjamín, Hernán sale a diferentes lugares y no siempre, pero la mayoría de las veces, se levanta a alguien. Lleva un año tratando de relacionarse menos por Grindr, porque se dio cuenta de que allí es solo para tener sexo, algo a lo que termina accediendo cuando en realidad lo que quiere es tener a alguien que lo mime y le diga cosas lindas. Está dispuesto, entonces, a conocer y dejarse conocer.

Marcos, un sociólogo de 29 que también trabaja en un organismo del Estado, lleva once años de novio con Facu, de su misma edad. A él le gustó que llamáramos a su relación como no-monógama, pues no considera que la suya sea una relación abierta o polia-morosa, ya que le resulta un abierto raro, sujeto a negociación. En ese arreglo, cuando uno tiene ganas de contarle al otro que estuvo con otra persona, lo hace. Como le sucedió esa vez que en el subte cruzó su mirada con la de otro pasajero. Las miradas se sostuvieron y Marcos decidió seguir hasta la estación terminal. Se bajaron y aunque caminaran por veredas opuestas, siguieron mirándose. Marcos cruzó la calle, interrumpió el silencio e inició la charla. Terminó yendo a la casa de este pasajero de subte y tuvieron un sexo que se enmarcó en la adrenalina de conocer a alguien de ese modo. Cuando regresó a su casa se dijo: “Esta situación fue genial, se la tengo que contar a Facundo". Marcos quiso compartirle esta aventura a su novio, a diferencia de lo que suele suceder cuando se levanta a alguien por Grindr. En caso de que Facu pregunte, le cuenta la verdad. Si no, no merece la pena.

Grindr apareció en estos relatos de manera diferente, pero con un mismo denominador: por su oposición al levante cara a cara, o face to face como llamó Dante o de la vida real como caracterizó Benjamín. Conocer a alguien en copresencia tendría un encanto que el uso de aplicaciones como Grindr le hacen perder. En estos casos, desde la perspectiva del vaso medio vacío, esta app le quita el excitante sabor -y el morbo- del levante que se produce cuando las personas están una frente a la otra.

La perspectiva del vaso medio vacío no solo se sustenta en las palabras de estos varones, sino que también forma parte de los análisis de teóricos como Badiou (2012) o Bauman (2013). Estos pensadores critican las relaciones amorosas posmodernas por su aparente fragilidad, que alcanza su apoteosis en la búsqueda de encuentros eróticos y afectivos por medios virtuales en los que se racionalizan los criterios de deseabilidad. Pero, a su vez, la nostalgia que expresa Dante en su análisis de Grindr tiene aires de familia con aquella que sostienen Rapisardi y Modarelli (2001), Meccia (2011), Insausti (2016) y Ben e Insausti (2017), cuando caracterizan los vínculos eróticos entre varones de fines del siglo XX y principios del XXI. A diferencia de lo que sucedía en las décadas anteriores cuando estos encuentros se producían en ámbitos públicos, el neoliberalismo privatizador de los 90 empujó este levante hacia espacios comerciales, como discos, bares y saunas. De allí que esta primera aparición de Grindr dentro del circuito erótico se produce en un antagonismo con el levante presencial, juzgado a partir de cómo se pierde excitación y adrenalina. Incluso la ansiedad y el estrés que Grindr le genera a Benjamín se inserta en la misma lógica: el encuentro presencial supone no tener el control de la situación que, en apariencia, se conserva en el levante virtual. En esa oposición, todas las aplicaciones están condenadas a ser lo mismo. Veamos qué sucede con Grindr ahí.

Con "G" de genérico: Grindr como sinécdoque de las aplicaciones de levanteEn algunos momentos, Grindr deviene la aplicación de levante gay. Como sinécdoque de todas las instancias de erotismo virtual, Grindr puede ser una especie de síntesis de otras aplicaciones que se utilizan en el circuito homoerótico, como Hornet, Growler y ManHunt, y otras tecnologías que exceden al levante gay, como Happn, Tinder y OkCupid. Incluso, Grindr puede convertirse en un rasero, un criterio de valoración del resto de las aplicaciones.

Al contar el inicio de su relación con Edgardo, Pedro recuerda que era un día de otoño en el que él había ido a visitar a un amigo a La Plata. Este joven de 36 años, que trabaja en la secretaría privada de un organismo del Estado y estudia profesorado de artes plásticas, no tiene muy buena memoria. Sí sabe que estando en La Plata prendió una aplicación, Grindr, aunque bien podría haber sido Hornet como relativiza, y así entró en contacto con Edgardo, su algo desde hace unos tres años.

Con una desinteresada imprecisión similar a la de Pedro, Alejo, de 23 años, resume que el levante por aplicaciones es todo lo mismo. Cuando le pregunto a este joven, que estudia violonchelo y busca trabajo para ahorrar y mudarse solo, por qué lugares buscaba conocer chicos, responde de modo conciso que lo hace por Tinder. Indago si utiliza también otras redes o Grindr y sentencia que son todo lo mismo. Tras esa primera apreciación de que “todas las apps son lo mismo", Alejo distingue entre unas y otras, de acuerdo con cómo fueron diseñadas y cómo funcionan; así fue como, tras usarlas unos meses, desinstaló Happn y Growler porque andaban mal. Más allá de las diferencias y particularidades técnicas de cada aplicación, como Alejo las usa con el mismo criterio, refuerza su afirmación: “son todo lo mismo".

El novio de Alejo, Alvaro, también de 23 años, comparte la impresión de las aplicaciones como un conjunto, a primera vista, indiferenciado de tecnologías de levante. Este joven, que trabaja como tester de videojuegos mientras resuelve qué carrera estudiar, comenzó a conocer chicos a partir de un grupo de Facebook que nucleaba a gays aficionados a las tecnologías y el animé. Luego, se adentró en el mundo de ManHunt, una página de contactos entre varones sintetizada en su nombre de cazador de hombres, que utilizaba desde la computadora de su hogar. Ya cuando tuvo un smartphone pudo descargar Grindr, Tinder y OkCupid.

Fue por Tinder que Alejo y Alvaro se conocieron. Para el último, las tecnologías virtuales de levante son la clave para poder conocer otros chicos con quienes tener sexo. Si va a una disco o a un bar, detesta la situación de levante cara a cara: se pone nervioso y no sabe cómo hacerlo. De allí que considere casi imposible conocer a alguien en esos lugares. A diferencia de la perspectiva del vaso medio vacío del apartado anterior, en el que las aplicaciones de levante son vistas como responsables de la caída en desgracia del erotismo en copresencia, Alvaro ofrece la perspectiva del vaso medio lleno. Reconoce que depende de Tinder, Grindr y OkCupid para conocer chicos. Y eso puede ser un problema al limitar los medios a partir de los cuales contactar otros varones.

De todos modos, ha sabido sortear ese tipo de problemas. Formando parte de ese grupo de Facebook, Alvaro se ha sumado a los picnics que organizaban en diferentes parques y plazas para juntarse a estudiar. En esas actividades que le parecían muy tiernas, ha llegado a conocer a otros partenaires, como José, por quien consiguió su actual trabajo.

Hernán, como vimos, compartía con Alvaro la preocupación de depender de un solo medio para producir el levante. En su tono pausado y reflexivo, este joven que estudió consultoría psicológica y asumió que su carrera es la política, apela a Grindr de otro modo. Al narrar cómo fue el proceso a partir del cual se dio cuenta de que le gustaban los chicos, recuerda que a sus rebeldes dieciséis, mientras armaba lío en el colegio y se llevaba materias, estuvo por primera vez con un chico. A este chico, con quien no tuvo una experiencia sexual tan buena, lo conoció por “lo que hoy sería Grindr pero que antes estaba en la computadora": ManHunt.

Así, emergen nuevas pistas para entender los sentidos que Grindr tiene en el circuito erótico y cómo se relaciona con otras tecnologías de levante, en particular aquellas virtuales creadas para tal fin: deviniendo un genérico. Con ese carácter, nos enfrentamos a un sesgo y a una ventaja del enfoque adoptado para este trabajo, el de más allá de la máscara. El sesgo radica en que es posible que muchas veces las menciones a Grindr no refieran de manera directa o exclusiva a esta aplicación, que es una entre tanta otras. Es probable que, apelando al genérico, Grindr sea una sinécdoque que denomina la multiplicidad de tecnologías virtuales de levante. Vendría a ser como llamar Zoom a todas las videollamadas que hacemos sin importar qué plataforma estemos utilizando.

La ventaja de este escollo radica en permitirnos observar la posición hegemónica de esta aplicación en particular en el entramado de otras formas de producir encuentros eróticos y afectivos. Esa hegemonía se traduce en que no solo usan Grindr cuando utilizan esta aplicación, sino que socialmente la están utilizando también cuando gestionan el erotismo en otras tecnologías similares a las que genéricamente llaman del mismo modo. Esto podría derivar en una grinderización del levante gay, a partir de la cual, desde los sentidos asociados al uso de la aplicación hegemónica, se evalúan las experiencias que se disfrutan y padecen en otras tecnologías de levante. Este movimiento tiende a neutralizar, de manera transitoria, las diferencias que existen, como veremos en el próximo apartado. Grindr, entonces, se hace al usar la app de la máscara, pero también al usar otras. A este hallazgo accedimos por el enfoque: reconstruir sus usos y sentidos a partir de una indagación que no partió de Grindr como su objeto de estudio.

Como genérico, Grindr se convierte en un rasero, en una unidad a partir de la cual medir y comparar el resto de las aplicaciones de levante. Con esa función emergen las equivalencias que se puede trazar en esa cadena de tecnologías. En la definición de Hernán de ManHunt como lo que hoy sería Grindr empezamos a rastrear que las tecnologías de levante tienen continuidades y se pueden reconstruir sus conexiones, que además exceden a aquellas aplicaciones creadas para concertar citas y encuentros. Sin embargo, ello no anula que al mismo tiempo tengan diferencias, tal como señaló Alejo en torno al diseño y posibilidades técnicas de las diferentes aplicaciones. A continuación, vemos cómo el uso genérico de Grindr es contrastado por sus especificidades con respecto a otras apps; particularidades que refieren tanto a su diseño y cuestiones técnicas como a sus apropiaciones y usos extendidos.

Una entre otras: Grindr y sus diferencias con otras aplicacionesSi bien hasta el momento Grindr fue analizada como un genérico que resume la pluralidad de tecnologías virtuales de levante, es necesario reconocer que esta aplicación es una entre tantas otras. Cuando eso sucede, sobresalen sus diferencias con otras tecnologías. Al formar parte de un circuito erótico que es dinámico, esta tecnología de levante se relaciona de manera compleja con otras: por momentos deviene el genérico que las engloba -en especial a aquellas aplicaciones que fueron creadas para producir encuentros eróticos-, mientras que en otros, resaltan las diferencias con las de levante virtual.

Mauro, quien prefiere el levante presencial, traza una gran diferencia entre Grindr y Tinder en torno a algo que la primera no tiene y la segunda conserva: la magia. De Grindr no le gusta el bombardeo de fotos de penes que recibe cuando se conecta. Eso lo vuelve vulgar. En cambio, para que haya algún tipo de interés en un perfil de Tinder se requiere indicar qué gusta lo que se ve de la otra persona, una foto mínimamente tuneada con filtros. El interés hacia ese perfil queda sellado con el corazón que produce el efecto mágico de ese intercambio. Magia que, como sucede cuando se hace un buen truco, desapareció de Grindr.

Nahuel, un estudiante de economía de 24 años que trabaja como asesor parlamentario de su tío, comparte con Mauro su predilección por Tinder en contraste con Grindr. Sin embargo, es por otros motivos. Para él también en la app gay de levante se da el hola seguido de una foto de pene que nadie pidió. Esta crítica de Mauro y Nahuel se emparenta con algo que molesta a las mujeres cis al usar otras aplicaciones, incluidas Tinder: a saber, el envío de imágenes de desnudos sin haberlas solicitado (Palumbo, 2019a). En el caso de las mujeres heterosexuales, esto implicó que se desarrollaran aplicaciones en las cuales se debe dar el consentimiento virtual, más allá del match, antes de iniciar una conversación con otro usuario. Para los varones gays, por el contrario, la crítica perdura sin que ello signifique dejar de usar Grindr -de hecho, es habitual el ejercicio cotidiano de instalar y desinstalar la mayor app de levante gay-. La multiplicidad de tecnologías de levante, virtuales y presenciales, nos invita a considerar de manera dinámica y multifacética el consentimiento en los intercambios eróticos. Un consentimiento que, lejos de ser unívoco, se renegocia en función de la plataforma que produzca dicho erotismo -como podría ser devolver una mirada cómplice en un levante presencial, o la reciprocidad de fotos de desnudos en las situaciones que critican Mauro y Nahuel-. Por otro lado, cabe preguntarse, este envío indiscriminado de fotos de desnudo, ¿se relaciona con una pornoficación de la cultura (Felitti, 2015) ¿O acaso profundiza la homosexualización de la heterosexualidad (Marentes y Palumbo, 2021)?

Dejando abiertos estos interrogantes, volvamos a Nahuel y a las diferencias que traza entre las distintas aplicaciones. Tal vez por su propio prejuicio, como matiza, le da miedo Grindr. En cambio, Tinder le proporciona más seguridad sobre quién es la persona que está detrás de ese perfil. Que la cuenta de Tinder se relacione con un perfil de Facebook o de Instagram vuelve más rastreable que se trata de una persona real, a diferencia de lo que sucede con un perfil anonimizado de Grindr, en el que el uso de fotos es optativo.

Pero el contraste no se da solo con Tinder. Cuando le pregunto a Guillermo, un cineasta de 31 años que trabaja en el área audiovisual de una universidad nacional, cómo era volver al ruedo del levante en sus estadios de soltería, recuerda que solía utilizar ManHunt, entonces una página de encuentros entre varones que se utilizaba en una computadora.13 Sin embargo, enseguida relativiza su respuesta pensando en que hoy en día -que está de novio- de estar soltero ni loco recurriría de nuevo a ManHunt. Tampoco utilizaría Grindr, que sería para sacarse las ganas con alguien. En cambio, encuentra gracioso que en la actualidad Instagram ocupe el lugar que otrora detentó ManHunt en su vida. A diferencia de Facebook, donde se necesita solicitar amistad para contactar a otro usuario, el seguir de Instagram, con un perfil abierto como él lo utiliza, conlleva menor involucramiento.

Gracias a Guillermo conocí a Ezequiel, que trabaja en otra área de la misma universidad. A sus 29 años está atravesando una profunda crisis: está por dejar la carrera que viene estudiando en ciencias sociales para, tal vez, comenzar una en estudios orientales mientras continúa dando clases de astrología. Además, se está separando de su novio de hace seis años. En uno de nuestros encuentros me comenta de su reciente visita al médico, en la que lo atendió un joven boliviano de unos 32 o 33 años, de piel dorada, todo armado y grandote como lo describe. Sin animarse a insinuarle su interés sexual, apenas salió del consultorio prendió Grindr para ver si lo encontraba allí. Enseguida interrumpe el relato para criticar la mala calidad de Grindr en su barrio, en la zona noroeste del conurbano bonaerense, barrio típico de clase obrera lejos del cosmopolitismo gay que puede encontrarse en algunos lugares de la ciudad de Buenos Aires. Por su zona, la oferta no es buena. Allí muchos usan un perfil sin fotos y los que hay, no son muy lindos, algo que contrasta con Grindr en diferentes barrios de Capital Federal. Se ve en el deber de reconocer que Guillermo tiene razón cuando le dice: “Grindr no, ahora es todo por Instagram". Ezequiel suele responderle que en Instagram “son todas locas histéricas, como vos".

En una tónica similar Lucas, un licenciado en comunicación de 29 años que también trabaja en una universidad pública, reconoce algo que Guillermo y Ezequiel saben: que lo que se pone en juego en las interacciones por esas aplicaciones y redes sociales es el capital corporal. Ambos entrenan e invierten tiempo y esfuerzo en lucir mejor. No es que a Lucas no le gustara eso, pero reconoce que su capital corporal es su cara o sus piernas y no cree que incluir fotos de piernas en su perfil le redituará en términos de levante. De hecho, se pregunta qué haría en caso de separarse de Mauro, su novio desde hace cuatro años.

Consciente de que la gramática de Tinder o de Grindr no le favorece, volvería a utilizar las tecnologías de levante que le dieron frutos en su momento. ¿Cuáles serían? Aquellas en las que el perfil escrito que se construye deviene foco de atracción. Lucas sabe seducir con su palabra, con lo verbal. De allí que la mayoría de los chicos con los que lograba vincularse y conversar por un tiempo eran artistas o escritores. Una aplicación que resalta su fuerte -la palabra- era OkCupid, a la que llegó cuando formaba parte de un grupo de personas que militaban el poliamor y utilizaban este canal de reclutamiento para contactar posibles partenaires. Tal como le explica a alguien que nunca usó este servicio, esta página requiere completar un largo cuestionario con preguntas ordinarias -fecha de nacimiento y preferencias sexuales- como algunas sobre estilo de vida e ideología política como si es peor que haya niñas y niños o animales muriéndose de hambre-. En OkCupid, y ya fuera de aquella agrupación, conoció a Mauro, su actual novio.

Al tomar a Grindr como una tecnología virtual de levante entre otras, adquieren relevancia sus diferencias con otras aplicaciones y no solo con aquellas que fueron diseñadas para producir encuentros eróticos. Esas diferencias, a su vez, son producidas por dos fuerzas que actúan retroalimentándose: la interfaz técnica y los usos y apropiaciones. Con respecto a la primera dimensión, de las posibilidades técnicas que ofrecen las mismas aplicaciones, esto se ve en cómo Tinder, por ejemplo, requiere de un acuerdo -que ambas personas indiquen que le gusta la otra con un corazón- entre los usuarios para producir el match. O, ya que Tinder solicita la incorporación de fotos para crear un perfil, estos suelen estar asociados a una cuenta de Facebook o Instragam, llevándole tranquilidad a Nahuel. Dado que para crear un usuario en Grindr no es necesario incluir una foto, esto puede bajar la calidad de la oferta como señala Ezequiel. Sobre la segunda dimensión, de los usos y apropiaciones, vale recordar lo que Mauro y Nahuel señalaron: cómo en Grindr es habitual que un hola venga seguido de fotos de penes sin que nadie las haya pedido. O lo que sostiene Guillermo y con lo que Ezequiel, al final, acuerda: que el levante pasa por Instagram, red social en la que ambos participan, aunque no solo para contactar a otros chicos.

De todos modos, esta separación resulta espuria en tanto que los usos que distinguen a una aplicación de otra se retroalimentan de las mismas características técnicas de ellas, que posiblemente se readecúan por sus apropiaciones locales. Que un corazón signifique magia al levantar por Tinder es producto tanto de la misma interfaz de esta aplicación como del sentido que adquiere cuando se la contrasta con otras, como Grindr. Contraste que, es posible trazar porque estas aplicaciones -junto con otras tecnologías de levante- conforman un circuito en el que las personas, por diversidad de motivos como aumentar las chances de conocer a alguien, hastío, aburrimiento o porque simplemente usan varias tecnologías en simultáneo, saltan de una a la otra y, por un momento, ponen en suspenso sus especificidades. Veamos ese circuito en acción.

Reconstruyendo el circuito de tecnologías de levante

Las secciones anteriores mostraron diferentes modos en que Grindr se relaciona con otras tecnologías de levante, virtuales y presenciales. La mayoría de las veces, esas relaciones se producen por contraste u oposición, o incluso por la generalización de llamar a todas las aplicaciones bajo Grindr. Es momento de mostrar otro tipo de relaciones.

Manuel, de 31 años, no tiene mucho problema cuando se trata de tener relaciones sexuales. Cuando, en un bar cercano al organismo del Estado en el que trabaja, le pregunto cómo hizo en esos seis años en que estuvo soltero para conocer gente con quien tener sexo, hace un breve silencio. Pensativo, termina describiendo que lo hacía por cualquier vía. Podía levantarse a alguien que se cruzaba en la calle del mismo modo que podría tener sexo en un cogedero como Zoom -un bar de cruising gay ubicado en la Ciudad de Buenos Aires-. También podía llegar a conocer a alguien en un cine porno o vía Facebook. O por ManHunt. O en GayDar, otra página de encuentros. Sí está seguro de que no usó tanto Grindr porque se popularizó cuando él ya estaba de novio con Ale, con quien convive. De un modo pragmático y sin tanta distinción al respecto, Manuel podía satisfacer sus deseos desde varias fuentes.

En uno de nuestros encuentros, Benjamín, aquel cineasta al que le gustaría conocer gente en persona más que por aplicaciones, me sorprende con la novedad de que se acababa de abrir una cuenta de Instagram. La sorpresa fue porque hasta nuestro encuentro anterior se mostraba bastante crítico con el uso de aplicaciones y redes sociales sabiendo que, de tener Instagram, sumaría a su celular otro generador de ansiedades. No deja de fascinarle cómo puede ser que al instante en que publica algo, otra persona desde cualquier lugar del mundo puede indicar que le gusta.

Otra cosa que le gustó fue encontrarse, o reencontrarse, con un viejo contacto de Facebook, Alejo, amigo de un conocido. Por el chat de Instagram hablaron bastante, mucho más de lo que recuerda haber chateado por Facebook. A eso se sumaba todo lo paralingüístico que la misma app facilitaba: un Me gusta tu historia por acá, un cora-zoncito por allá. Una noche se quedaron conversando hasta tarde y Alejo le pasó su número de WhatsApp. Benjamín, en vez de enviarle un mensaje, lo llamó. Alejo se sorprendió y cuando Benjamín le explicó que había hecho eso para que ya le quedara su número anotado, le sugirió que siguieran conversando. Hablar por teléfono, algo vintage como describe Benjamín, es fuente de un material un poco más interesante. A los días, tuvieron su única cita en la cervecería de la esquina de la casa de Benjamín, en la que suele citar a los chongos que conoce por Grindr. Tras beber esa cerveza, pasaron la noche en lo de Benjamín.

El relato de su encuentro con Alejo ofrece una secuencia más o menos lineal de la cooperación entre tecnologías de levante que conducen a la cita y acaban en una noche de sexo. Por alguien en común se tenían en Facebook, eso produjo que se encontraran en Instagram. De allí pasaron al WhatsApp, aunque primero hubo un resabio de otros tiempos: la llamada por teléfono. Luego, se citaron en un bar, al que Benjamín suele citar a los chongos de Grindr. Este recorrido se muestra, en apariencia, ordenado y progresivo, aunque luego de compartir algunas cervezas y una noche juntos, no volvieran a verse.

Por su parte, Igor reconstruye otros modos en los que las tecnologías de levante se conectan, trazando un itinerario menos preestablecido. Este bailarín y profesor de danza de 26 años recuerda que uno de los partenaires con quien tuvo mejor sexo fue Guille, y eso que ha probado, como aclara con una sonrisa pícara. Ellos se conocieron una noche en un boliche por medio de un contacto de Facebook de Igor, amigo de Guille. A los días, cerca de la escuela de danza en el barrio porteño de Belgrano, Igor ingresó a Grindr y vio a Guille conectado. Se pusieron a hablar y, ya por WhatsApp, arreglaron para que Igor fuera a la casa de Guille. Durante unos meses se vieron de manera regular, incluso el anfitrión llegó a prepararle un rico desayuno a su invitado tras haber tenido una noche muy fogosa. Mientras Igor considera que ese desayuno significa algo más que un mero encuentro sexual, lamenta que la proliferación de sexo casual bajara las expectativas al extremo de atesorar la preparación de un desayuno como un gesto importante. Al tiempo, esa conexión se diluyó y Guille le clavó el visto por WhatsApp. Cuando Igor quiso revivir su vínculo escribiéndole un mensaje privado por Instagram, Guille se escandalizó: como tenía novio, no podía recibir ese tipo de mensajes. A Igor mucho no le cuadró esa respuesta, en especial luego de verlo conectado otra vez en Grindr.

De una persona en común -que Igor contactó por Facebook-, a verse en un boliche; de Grindr a intercambiar WhatsApp; del ignorar los mensajes a escandalizarse por recibir uno por Instagram a, finalmente, reencontrarse en Grindr. Del vínculo entre Igor y Guille podemos rescatar no solo la multiplicidad de tecnologías de levante que fueron encadenándose una a la otra para producir ese erotismo, sino también el carácter zigzagueante de ese trayecto. Este devenir, tan errático como el mismo erotismo, le imprimió otras particularidades a este vínculo.

Volvamos, ahora, al principio. En la introducción del texto repasamos los inicios de la historia de Cristian con Luciano. Su contacto empezó por seguirse uno al otro en Twitter, a partir de las maniobras del mismo algoritmo de la red social que, por reconocer que tenían gustos musicales similares, les sugirió que se siguieran. Allí, tui-teando boludeces, comenzaron a tener afinidad. Después, Cristian se lo cruzó en Grindr, ya que ambos vivían cerca, en la zona sur del conurbano bonaerense. Luego, Luciano lo empezó a seguir en Instagram. En medio de esa triangulación, Cristian pensó “Bueno, conozcámonos". Y así comenzó su muy linda historia que, aunque no haya resultado en el terreno del noviazgo, los convirtió en amigos. A diferencia de los relatos anteriores, en este se vislumbra cómo Twitter, Grindr e Instagram operaron en conjunto produciendo y potenciando un mayor interés erótico hacia el otro.

Sin descuidar las diferencias entre las distintas aplicaciones, los últimos relatos ofrecen pistas de cómo se conectan unas tecnologías de levante, virtuales y presenciales, con otras, en situaciones en las que sus particularidades pasan a segundo plano. Esos vínculos a veces se materializan en un pragmático levantar por diferentes medios en simultáneo, otras veces llega a conducir hacia pautas de cortejo más o menos establecidas o, por el contrario, a producir itinerarios eróticos tan erráticos como excitantes. Las tecnologías también se conectan a partir de la sinergia y la cooperación, reforzando el interés y volviendo más apetecible al otro. De este modo, llegamos al momento de cerrar el circuito y dar paso a las conclusiones.

Conclusiones: de la máscara al circuitoA lo largo de estas páginas propuse analizar los modos en que Grindr, la aplicación de encuentros gays más utilizada en el mundo, se inserta en lo que llamé el circuito erótico, del que forma parte una multiplicidad de tecnologías de levante. A partir de focalizar en sus usos, abracé el enfoque del más allá de la máscara que, desde claves socioantropológicas, propone un estudio de las apropiaciones de esta tecnología, atendiendo a las consecuentes renegociaciones en la que esta aplicación deviene un actante. Este enfoque me permitió reconstruir los usos y sentidos que los varones que entrevisté le atribuyen a esta aplicación. Inspirado en de Lauretis (1996), definí como tecnologías de levante a aquellos dispositivos que, a partir de los modos en que los utilizan en situaciones concretas, facilitan y producen los encuentros eróticos y afectivos. Por el carácter economicista asociado a estos intercambios, retomé de Zelizer (2008) la noción de circuitos para dar cuenta de las fronteras, lazos, transacciones y medios que los definen.

En ese circuito, Grindr es uno y es muchos. En el primer apartado el foco fue puesto en la mirada del vaso medio vacío, que opone las tecnologías virtuales de levante a otras en la que se interactúa cara a cara. Grindr, del lado de las primeras, es señalado como responsable de contribuir con la pérdida de la excitación y la adrenalina que acarrea el levante en presencia. Además de estos varones, otros quienes sostienen el vaso medio vacío son aquellos teóricos que condenan los modos en que estas tecnologías producen lazos amorosos más débiles. El vaso se empaña por otra nostalgia, señalada por quienes reconocen cómo el capitalismo neoliberal, al privatizar diferentes espacios como las estaciones de trenes y sus baños, restringió los encuentros homoeróticos que solían darse en los intersticios del ámbito público.

Desde esta mirada que opone unas tecnologías de levante a otras, Grindr se vuelve un genérico que engloba en su interior una multiplicidad de tecnologías virtuales de levante. Muchas veces, Grindr fue una sinécdoque que nombra de manera automática todo un conjunto de aplicaciones virtuales de levante. Este rasgo se volvió un sesgo y una ventaja. Como sesgo, es probable que muchas veces se registrara Grindr aun cuando no se estuviera hablando de él. La ventaja que neutraliza este inconveniente es que permite observar cómo Grindr se usa tanto cuando alguien se lo instala en su celular, como cuando alguien recurre al genérico para nombrar la multiplicidad de aplicaciones de levante. Ese uso social de Grindr es tal por ser la tecnología de levante gay contemporánea por excelencia.

Sin embargo, hay momentos en que esta pierde su posición hegemónica y es contrastada con otras aplicaciones. En esa diferenciación emergen las especificidades de cada una. Distinguí entre dos tipos de particularidades. Las primeras se refieren a las características técnicas que ofrece cada una de estas tecnologías, por sus mismas interfaces y lógicas de funcionamiento. Las segundas se relacionan con los usos sociales de cada aplicación, que permite diferenciar que Grindr, por ejemplo, sería para tener sexo y nada más. No obstante, la distinción es espuria en términos prácticos ya que los usos se enmarcan en las posibilidades que ofrece la misma aplicación al tiempo que esta actualiza sus funciones técnicas por los usos y los devenires de las mismas prácticas.

Todas estas distinciones entre las diferentes tecnologías de levante pueden establecerse ya que todas conforman un circuito, en el que no solo compiten seduciendo usuarios, sino que también cooperan. A partir de diferentes relatos expuse cómo de manera pragmática se puede levantar en simultáneo en cada una de las tecnologías. También se evidenciaron diversas secuencias que van produciendo, una más lineal que condujo a una cita y posterior encuentro sexual, otra más errática y no por ello menos excitante. Un último relato nos mostró cómo las diferentes tecnologías pueden potenciarse mutuamente y producir un levante casi impecable, en el que la compatibilidad y los gustos en común reforzaron el interés por conocerse en persona. En los relatos se observa cómo el modelo del circuito erótico fue puesto en acción, ligando tecnologías de levante virtuales y presenciales que entretejen múltiples vínculos -de sexo casual, de amistad, de amor, etc.- y en el que Grindr es una entre otras.

La investigación de campo que sustenta este trabajo se llevó a cabo entre 2017 y 2018. Cabe preguntarse por cómo se habrán modificado los circuitos eróticos a partir de la pandemia de COVID-19. Algunas entrevistas exploratorias que realicé en 2021 sobre encuentros eróticos gay en pandemia demostraron que las restricciones a los encuentros presenciales que supusieron las medidas sanitarias han arrinconado aún más a las tecnologías de levante presencial. De hecho, así como gran parte de la vida transmutó hacia la virtualidad, las tecnologías virtuales de levante, que llevaban la delantera, no dejaron de crecer. De todos modos, es posible aventurar dos hipótesis que futuras indagaciones podrían tratar. La primera refiere a la modificación en los dispositivos presenciales de levante. Como me relató un entrevistado, luego de que le informaran el resultado negativo de la prueba de COVID-19, se levantó al técnico que le hizo el test. De allí que es dable explorar cómo el mismo escenario pandémico, en el que la salud devino un problema público ineludible, produjo otros dispositivos presenciales de levante. La segunda hipótesis versa sobre la valorización del levante presencial. Si bien la virtualidad en muchas esferas de la vida mostró su adaptabilidad, a medida que se restituyó cierta normalidad de las actividades presenciales, se estilizaron los criterios a partir de los cuales clasificar cuál actividad sostener virtualmente y cuál no. Como rezan las teorías económicas, a mayor escasez de un bien, mayor es el deseo por tenerlo. Es probable, entonces, que el levante presencial reciba una sobrevalorización que contribuya con su mayor apreciación. Tal vez, pandemia mediante, la perspectiva del vaso medio vacío coseche mayores adhesiones.

Dejando para futuras indagaciones dichas hipótesis, quisiera concluir con una analogía que introduje al pasar al principio: la del árbol genealógico. Me gusta pensar las tecnologías de levante como un gran árbol que, como toda planta, no crece de manera uniforme. Grindr es una de las ramas, y está en un sector en el que recibe más luz que las tecnologías presenciales de levante, como pueden ser discos, baños públicos donde tener sexo casual o incluso la calle donde un intercambio de miradas cómplices conecte eróticamente a dos anónimos transeúntes. Sin tanta luz directa como la que recibe la aplicación de levante gay, las tecnologías presenciales son ensombrecidas por la nostalgia. Grindr está en el lado más brilloso, el que alberga las actuales aplicaciones, y, de lejos, parece más homogéneo. Cuando nos acercamos, vemos que hay diferencias y hay otras ramas, Tinder, Instagram, entre tantas otras, que tienen sus propias particularidades. Las personas que saltan de una rama a la otra podrían ser la savia erótica que mantiene vivo a todo el árbol. Savia de la que, al mismo tiempo, se alimentan estos varones cuando circulan por las distintas aplicaciones.

Fecha de recepción: 27/02/2022

Fecha de aceptación: 15/11/2022

Notas

1 Los nombres utilizados son ficticios. Incluyo lo que me fue dicho como relato.

2 Levante en la Argentina es sinónimo de “ligue”, tal como se utiliza en otros países de habla hispana. Como explico más adelante, mantengo esta categoría para dar cuenta del uso local de una aplicación global como Grindr.

3 Es difícil determinar cuándo y cómo desembarcó Grindr en la Argentina. Las primeras pistas se encuentran en septiembre de 2010 cuando Liliana Viola (2010) publicaba en “Soy” -el suplemento especializado en diversidad sexual del diario Páginai2- una nota sobre el “GPS gay”.

4 Este uso de la noción nativa de levante coincide con la propuesta de Linne (2020) de denominarlas aplicaciones de levante y no de citas.

5 Del inglés tea-room, por teteras se hace referencia a los baños, de estaciones de trenes o de locales comerciales, por ejemplo, que se convierten en escenario de intercambios sexuales entre varones.

6 Zelizer reconoce dos grandes enfoques: el de los mundos hostiles y el del tan solo. Mientras que el primero defiende la separación tajante de esferas para evitar contaminaciones, el segundo reduce todo a una sola lógica: lo político, lo económico o lo cultural.

7 Hochschild y Garrett (2013) consideran apropiado el diagnóstico de Zelizer, pero agregan un cuarto enfoque que superaría la propuesta zelizeriana: el de los puntos de tensión.

8 Para evitar redundancias, uso apps como sinónimo de aplicaciones.

9 Bunker fue un famoso boliche gay porteño de los años 1990.

10 Ubicado en la Ciudad de Buenos Aires, es un bar con dark-rooms, espacios oscuros donde mantener encuentros sexuales, por lo general con desconocidos.

11 Como sostiene Palumbo, el requisito de una demostración de mutuo interés para iniciar una conversación permitió el ingreso de este tipo de apps al mercado heterosexual (2019a: 276).

12 Agradezco los comentarios de las evaluaciones que permitieron profundizar en esta reflexión.

13 Para un estudio sobre páginas de encuentros sexuales entre hombres en la Argentina, ver Guerrero (2011).

14 Si bien es cierto que no necesariamente los perfiles se construyen con fotos de las personas y suelen incluirse fotos de paisajes o animales (Palumbo, 2019a; Linne, 2020), en el caso de Grindr no se requiere ningún tipo de foto. Desde la perspectiva de los entrevistados, esto marca un punto de diferencia entre ambas aplicaciones.

15 Forma coloquial de referirse a espacios en donde muchas personas mantienen relaciones sexuales, en grupos o no, de manera simultánea.

16 Como analiza Sívori (2004), esta categoría se utilizaba en los mundos gays argentinos para referirse a los varones heterosexuales con quien se tenía sexo. En la actualidad el término dejó de ser exclusivo del ambiente gay y chongo refiere a un hombre con quien se tiene sexo, sin que la relación implique un compromiso afectivo mayor.

17 Dejó de contestarle los mensajes.

18 Retomo este adjetivo de Palumbo (2019a) con el que caracteriza las vinculaciones eróticas y afectivas contemporáneas en contraste con aquellas de décadas anteriores, signadas por la linealidad.

19 Otra relación que se podría dar dentro del circuito son los desplazamientos, tanto individuales como masivos, de una aplicación hacia otras. Esto puede relacionarse con los cambios que las mismas tecnologías incorporan que, a su vez, se retroalimentan por los usos. Un ejemplo de ello es la funcionalidad de mejores amigos de Instagram, en donde se puede compartir con un grupo específico de personas imágenes e historias -por lo general con contenido erótico- y esto permite evadir las censuras de la misma aplicación. Si bien hubo indicios de estos desplazamientos en algunos relatos -la preferencia de Guillermo y Ezequiel por Instagram-, esos movimientos podrían ser rastreados en profundidad en futuras indagaciones. Agradezco a Mariana Palumbo y a una de las evaluaciones por llamarme la atención sobre este punto.

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