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La zaranda de ideas

On-line version ISSN 1853-1296

Zaranda ideas vol.6  Ciudad Autónoma de Buenos Aires Jan./Dec. 2010

 

ARTÍCULO

La fuente escrita, espacio de confrontación.

 

Juan Pablo Carbonelli*

*Juan Pablo Carbonelli es egresado de la carrera de Ciencias Antropológicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Este trabajo forma parte de sus intereses por investigar y discutir la bases epistemológicas y teóricas de la disciplina. Actualmente es becario doctoral de CONICET, investigando la tecnología lítica en el valle de Yocavil durante el período Formativo.Email: juanp.carbonelli@gmail.com

Recibido en: marzo de 2010
Aceptado en: octubre de 2010

 


RESUMEN

En este trabajo abordaremos el rol de la fuente escrita dentro de la epistemología y metodología de la arqueología de tiempos históricos. A través del análisis de la relación que cada marco teórico sostuvo con las fuentes escritas, cuestionamos el uso exclusivo de las mismas como fuentes generadoras de hipótesis, pues consideramos que los documentos son categorías de igual peso fáctico que el resto de los artefactos. Las fuentes escritas forman parte del registro arqueológico y por lo tanto de la explicación y de la comprensión sobre el pasado del hombre. Acercaremos una propuesta epistemológica para trabajar con ambos tipos de objetos, los documentos escritos y los artefactos, utilizando una racionalidad particular y universal al mismo tiempo (Hernández 1993). Finalmente, indagaremos sobre la relación de la arqueología de momentos históricos con la historia, inclinándonos por un enriquecimiento mutuo y deshaciendo a su vez las fronteras con la prehistoria.

Palabras Clave: Arqueología; Historia; Documentos escritos; Epistemología; Artefactos.

ABSTRACT

In this paper we address the role of written sources in the epistemology and methodology of archeology of historic times and analyze the relationship they have had with different theoretical frameworks. We question the exclusive use of written sources as generators of hypotheses, since we consider that documents are factual categories of equal weight as any other artifact. Thus, written sources are part of the archaeological record and therefore play an important role in the explanation and the understanding of man's past. We propose an epistemological approach to work with both types of objects, written documents and artifacts, using a particular and universal rationality (Hernandez 1993). Finally, we will investigate the relationship of the Archeology of Historical Moments with History, seeking for a mutual enrichment and taking apart borders with prehistory.

Key Words: Archaeology; History; Written documents; Epistemology; Artifacts.


 

INTRODUCCION

En este trabajo, el objetivo principal es discutir el rol y la función otorgados a las fuentes escritas dentro de las investigaciones relacionadas con la arqueología histórica o, como la denominaremos aquí, de momentos históricos. No es nuestra intención establecer una génesis de la arqueología de momentos históricos en la Argentina, ni a nivel mundial. El recorrido cronológico busca reflexionar sobre la manera en que cada marco teórico en arqueología utilizó a las fuentes escritas: ya sea como parte de la interpretación, como una línea de evidencia alternativa o como generadoras de hipótesis.

Partiendo de que todo objeto de análisis es producto de una construcción (Bourdieu et al.1973) efectuada por el investigador, consideramos necesario integrar al registro documental dentro de la realidad que el arqueólogo debe confrontar al interpretar el pasado del hombre. Para ello es necesario poner en tela de juicio nuestras concepciones acerca del sujeto de investigación, el objeto de análisis y la objetividad en la investigación.

Si comenzamos a utilizar como investigadores tanto una racionalidad particular (que dé cuenta del contexto histórico y de las lógicas y contradicciones propias de un momento en el tiempo) como universal (que permita transmitir la información, analizarla y discutirla), es dable pensar que podremos comprender, por ejemplo, los confusos períodos de contacto dando cuenta de sus raíces como procesos de escala mundial.

ANALISIS CRONOLOGICO DEL DEBATE

Los documentos escritos como elementos de contrastación

Para confeccionar una estrecha cronología acerca del rol de las fuentes escritas en la Arqueología de tiempos históricos, consideramos pertinente observar qué tipo de relación estableció cada marco teórico con ellas.

El campo profesional de lo que denominaremos luego "arqueología de momentos históricos" se organiza oficialmente en 1960 con la "Conference on Site Archaelogy" y, siete años más tarde, con la formación de la Society for Historical Archaeology. Si bien ese momento coincidió con los albores de la arqueología procesual, ya en la corriente histórico cultural encontrábamos trabajos sobre momentos históricos.

En el marco del pensamiento histórico cultural se mantenía una visión partitiva de las culturas individuales, como formas de vida transmitidas por pueblos específicos de generación en generación. Las culturas no eran vistas como sistemas integrados, sino como colecciones de características individuales que habían coincidido como resultado de causalidades históricas (Trigger 1992). Dentro del lineamiento teórico de dicha corriente, se consideraba a los artefactos como similares a los documentos históricos, en el sentido de que brindaban una información acerca de la historia (Orser 2000). Ambos explicaban por sí mismos la variabilidad cultural, donde una modificación en los rasgos formales de una cultura aludía a una diferenciación étnica, impulsada por los procesos de migración y difusión. Los documentos escritos fueron utilizados para poder brindar una interpretación histórica particularista, y poder describir de mejor manera, todas los rasgos esenciales de una cultura.

En los Estados Unidos, hacia 1950, en las investigaciones que se realizaron sobre colonias británicas y misiones españolas, los objetivos de las excavaciones eran, principalmente, los de rescatar el mayor número de datos posibles que pudieran brindar una mejor interpretación del sitio analizado (Deagan 1982). Estos estudios, a la par, solucionaban los problemas de ambigüedad en la documentación escrita o la ausencia directa de información.

Durante la década de 1970 surgen las primeras definiciones de la arqueología histórica. Las fuentes escritas, al encontrarse contenidas en dicha definición, se convertían así en marcadores disciplinarios necesarios: "...aquellos estudios que usan datos arqueológicos e históricos han sidos denominados Arqueología Histórica..." (South 1977:1)

El rol de las fuentes escritas en la praxis profesional cambia ante la llegada de la Nueva Arqueología. Dicho marco teórico se contrapuso a la Arqueología Tradicional (concebida como disciplina histórica) con la finalidad de realzar su carácter de ciencia experimental, formuladora de modelos e hipótesis a contrastar (Bárcena 1995). Dentro de dicho marco teórico, fue observada de manera cautelosa el uso de los documentos escritos, ya que fueron considerados como un mecanismo de control de las clases dominantes de la época. Dicha medida era coherente con el método científico: la Nueva Arqueología abogaba por producir conocimiento sobre el mundo circundante, conocimiento que debía ser objetivo y que podría ser verificado independientemente del sujeto que lo producía. Las fuentes de archivo no eran más que documentación simple, útil para dar trasfondo histórico o verificar la investigación (South 1977), pero por encontrarse enmarcadas en la subjetividad de quien había escrito el documento, quedaban afuera de la explicación.

Los trabajos dentro del marco teórico procesual, en los Estados Unidos, colaboraron en refutar con el material arqueológico algunos contenidos incluidos en los documentos escritos, como la presunta prohibición a los esclavos norteamericanos para portar armas y cocinar comunalmente (Deagan 1982). También enfocaron sus esfuerzos en cambiar o mostrar una imagen alternativa de los grupos marginales de la cultura americana (los afroamericanos, por ejemplo) allí donde la historia escrita nada decía acerca de dichos grupos étnicos.

Esta postura continúa hasta nuestros días, bajo un marco procesual neo-positivista (Pedrotta y Gómez Romero 1998). La documentación escrita permite generar hipótesis, que producen expectativas arqueológicas (Goñi y Madrid 1996). Al igual que las investigaciones de rango medio, los documentos son análogos presentes, mas no habilitan la explicación del pasado en sí misma. Simplemente, el documento es designado para el control de las relaciones entre las propiedades dinámicas del pasado y las propiedades materiales estáticas, comunes del pasado y del presente (Binford 1981).

Por otra parte, desde la visión del marxismo, la arqueología histórica debe abocarse a estudiar los procesos sociales asociados con el surgimiento y consolidación del capitalismo en Iberoamérica (Fournier 1990), o en otras palabras, estudiar las manifestaciones de la expansión cultural europea en el mundo no europeo (Schuyler 1970). La lectura e interpretación de las fuentes escritas ofrecen desde esta postura un complemento interpretativo. Sin embargo, deben subordinarse siempre al correlato material (Fournier 1999), por temor de prostituir a la arqueología (South 1974) inmiscuyéndose en un terreno metodológico que le pertenece a la historia.

En resumen, las fuentes escritas para la arqueología procesual pueden generar y corroborar hipótesis, pero no integran el registro arqueológico: el objeto material de análisis del arqueólogo. Esto se debe a que los arqueólogos procesuales sostienen un modelo físico del registro (Patrick 1985), consistente en objetos y rasgos que son efectos estáticos de causas del pasado. Toda la evidencia ha sido constituida por procesos determinados por leyes causales. Por lo tanto, el arqueólogo busca descubrir leyes generales del comportamiento humano (cercano al objetivo de la antropología), considerando a la arqueología como una ciencia, no como un tipo de historia. De esta forma no es factible incluir, para la arqueología procesual, los documentos escritos como parte del registro arqueológico puesto que sólo ofrecen un aspecto particularizante, sesgado por su subjetividad y no sujeto a regularidades.

La arqueología postprocesual y la fuente escrita

La década de 1980 marca un quiebre y una postura diametralmente opuesta a la precedente. Ejemplo de ésto es la definición categórica de Beaudry: "...los documentos son artefactos complejos, reflejando una realidad parcial (...) los documentos codifican las conexiones entre la gente a muchos niveles...". (Beaudry et al. 1996:5, énfasis nuestro). Dicha autora realza el contexto histórico de los hechos, a la vez que entiende que el análisis documental debe hacerse en adición y distinción de la investigación histórica. En otras palabras, aboga por una propuesta donde se realice un enfoque etnográfico de los documentos escritos.

Desde esta perspectiva, la definición del registro arqueológico ya no es la misma. Con la irrupción de la arqueología postprocesual se responde a un modelo textual, donde lo registrado en el presente es un cuerpo de signos de eventos pasados, que agrupan ideas o información (Patrick 1985).

Al cobrar relevancia la fuente escrita, se incluye a la par una postura emic al interpretar los datos. Bajo una epistemología subjetivista, se considera que ese es el único medio para develar las construcciones mentales de las personas (Clark 1993). Se puede demostrar que no hay pasividad en los signos materiales, por el contrario, se enfatiza la creatividad de los individuos, utilizando una perspectiva desde adentro. En este sentido, Orser (2000) sostiene que los arqueólogos deben interpretar los documentos escritos, tanto aquellos que brindan información emic, como etic. Los arqueólogos deben aprender a diferenciar estas dos visiones del pasado, para integrarlas en sus estudios arqueológicos.

A diferencia de lo que sucede en la teoría procesual, los documentos escritos cambian de status como evidencia; se convierten ahora en elementos vitales dentro de toda investigación, puesto que pueden construir el contexto (Beaudry et al. 1996). El contexto refiere al espacio donde el significado se localiza, se constituye y provee la clave de su interpretación al unir situaciones y eventos verdaderos, indisolublemente ligados con dicho significado. Esto último obedece a la característica relacional de la arqueología postprocesual, superando la simple verificación procesual.

La intencionalidad, develada por las fuentes, forma parte de una hermenéutica textual donde los datos se conforman de una manera dialéctica: sólo son comprensibles si se conoce para quién fue escrito, cómo y para qué integran, como parte de un texto, un discurso a través del cual la gente se crea y se recrea (Beaudry et al.1996).

Los enfoques postmodernos dentro de la corriente postprocesual

Compitiendo con el paradigma neopositivista ya mencionado, Wylie (1993, en Beaudry et al. 1996) enuncia la posibilidad de trabajar con líneas de evidencia múltiples. De éstas, ninguna (ya sea material o textual) puede disfrutar de una seguridad completa; ninguna tiene mayor peso que la otra, pero combinadas pueden acercar al arqueólogo a una interpretación correcta.

Sobre la misma noción trabajó un año más tarde Bárbara Little (1994), quien sostuvo que los datos documentales y arqueológicos pueden ser pensados como interdependientes o complementarios, además de independientes o contradictorios. En dicho sentido, al explorar las paradojas de la historia, la arqueología de momentos históricos concierne tanto a la gente "con historia", quienes han escrito acerca del pasado y a la gente "sin historia", quienes han sido excluidos de la historia oficial (Little 1994).

Ya en la actualidad, en nuestro siglo, uno de los métodos utilizados es el dialógico transformativo, donde dentro de los límites de cada marco teórico se busca eliminar la falsa conciencia y transformar el mundo escogiendo los conceptos pertinentes que pueden ser aprehendidos y enunciando cuales pueden ser transformados (Clark 1993). Ha hecho uso de esta metodología la investigadora Laura Wilkie (2006), quién busca en las fuentes escritas entender el contexto, asumiendo el riesgo de poder resultar engañada por los argumentos. Pero es consciente, a la vez, que la realidad es transformada por las percepciones y, en tal sentido, los documentos sólo representan una de ellas. Laura Wilkie elimina así la falsa conciencia, afirmando que: "...los documentos proveen un solapamiento de los conflictos del pasado..." (Wilkie 2006:15). Esto último coincide con los objetivos nuevos de la arqueología histórica (a partir de las postrimerías del siglo XX), como la elucidación del poder y la ideología (Little 1994).

Dentro de esos nuevos objetivos se encuentra llenar los silencios arqueológicos, los documentales y los de las historias orales (Wilkie 2006). Para ello es imprescindible el uso múltiple de recursos, entre ellos los documentos históricos. Wilkie le asigna tres usos a las fuentes escritas: en primer lugar, la identificación de las personas que vivían en los sitios arqueológicos; en segundo lugar entender el contexto socio-cultural del registro material y, por último, comprender el significado social de los objetos recobrados. En el primer uso es factible encontrar una de las dicotomías que estructuran al postprocesualismo: individuo-norma. Es entonces cuando a través de los documentos, es posible observar la capacidad del sujeto para generar el cambio, y para crear su propia cultura como un proceso social activo. La variabilidad individual aparece en zonas fuera del control de los grupos dominantes; hecho que hizo acentuar el foco en los estudios de etnias y géneros.

Paralelamente, Patricia Galloway (2006) reflexiona sobre el surgimiento, por separado y de forma independiente, de los procesos de producción del texto y del artefacto. Su proyecto se inserta dentro de una corriente de la Antropología de la Ciencia, donde en el contexto de producción es necesario recuperar parte del carácter artesanal de la actividad científica mediante observaciones in situ de su práctica. Sus principales interrogantes se sintetizan en ¿cómo es que se transforman las realidades elaboradas por los científicos en afirmaciones sobre cómo se ha hecho ciencia?

Las posturas de Beaudry et al. (1996), Wilkie (2006) y Galloway (2006) sobre el registro escrito pueden englobarse en una ontología relativista: la reflexión da cuenta de que los resultados de una investigación se hallan determinados por la interacción entre el investigador y el objeto; y también de la posibilidad de la existencia de múltiples realidades, en la forma de construcciones mentales (Clark 1993).

LA RELACION ENTRE OBJETO Y SUJETO

La especificidad de la arqueología como ciencia reside en la particularidad de la clase de datos que utiliza (Bate 1998). Esos datos conforman la realidad de la disciplina y son los que constituyen a la arqueología como ciencia social, ya que, como sostiene Schuster (1992), las ciencias sociales son fácticas porque configuran su propia realidad. En contraposición a la postura del neopositivismo, sostenemos que los documentos escritos constituyen, junto con los artefactos, la realidad con la que se confronta el arqueólogo. Como afirma Ramos (2006), la arqueología histórica utiliza un método de investigación para los problemas del pasado de la humanidad que cuenta con más de una fuente de información: los datos del registro arqueológico y los documentos escritos. Es necesario entonces dar cuenta de ellos, de sus contradicciones y negaciones por hallarse insertos en el mundo social de los individuos.

Sin embargo, adoptar dicha postura representa superar los prejuicios acerca de la objetividad planteados por el neopositivismo. Siguiendo en extenso el análisis de Hernández (1993), entendemos que la concepción de objetividad es el resultado de supuestos particulares, que cada paradigma metafísico (Clark 1993) sostiene acerca del sujeto, del objeto y de la verdad. En primer término analizaremos como estos tres supuestos se articulan en la propuesta neopositivista.

A partir de la publicación de La lógica de la investigación científica (Popper 1977), se estableció que "...la objetividad de los enunciados científicos descansa en el hecho que pueden contrastarse intersubjetivamente..." (Popper 1977:105). La objetividad se centra entonces en la contrastación de hipótesis (en el contexto de justificación y no en el de descubrimiento), y por lo tanto, no importa cómo llegue el investigador a un determinado enunciado (Hernández 1993). En otras palabras, no interesa como se elaboran las hipótesis de partida (se utilice o no para este fin documentos escritos), sino cómo se las valida.

Comprendamos ahora la noción neopositivista de sujeto: el investigador (el arqueólogo, en nuestro caso) en el medio de la comunidad científica confronta sus conocimientos intersubjetivamente. Dicho encuentro tiene como finalidad contrastar las observaciones/datos que cada investigador realizó por su cuenta, pero un presupuesto implícito es que los acontecimientos observados sean regulares y reproducibles. De dicha noción de intersubjetividad se desprende que "...el acuerdo entre los investigadores está mediado por el objeto; esto es, que los enunciados serán objetivos si sostienen lo mismo del mismo objeto, por lo que la objetividad la confiere el objeto..." (Hernández 1993:49). De esta manera, la postura neopositivista, dentro del área epistemológica o gnoseológica (Bate 1998), sostiene la completa autonomía del objeto arqueológico (artefacto) respecto al sujeto cognoscente (arqueólogo).

En el marco de la perspectiva arqueológica las hipótesis pueden ser generadas por las fuentes históricas, pero la "...adecuación entre las hipótesis de trabajo y la base empírica se logra mediante la elaboración de expectativas arqueológicas o consecuencias observacionales..." (Senatore y Zarankin 1996:119). La base empírica epistemológica de una disciplina está dada por el conjunto de las entidades, objetos físicos o por los datos de la percepción sobre los que la comunidad científica discute (Klimovsky 1985). Desde una perspectiva arqueológica (Senatore y Zarankin 1996) se consideró que la base empírica estaba conformada exclusivamente por la evidencia arqueológica. Porque la naturaleza de la evidencia histórica es diferente de la arqueológica, resulta más conveniente entonces, según esta postura, confiar la corroboración de las hipótesis sobre un objeto inerte, frío (el artefacto convencional) que sobre la fuente escrita. La misma debe ser excluida de la interpretación, pues porta toda la subjetividad de quién fuera su autor.

Esto último se corresponde a la percepción existente dentro de la comunidad científica arqueológica (Ramos 1999), donde los resultados elaborados por la disciplina presentan una mayor objetividad sobre el resto de las ciencias sociales (en mayor medida de la historia), desbordados éstos por los intereses personales y de clase que existían en el pasado. En relación a esto último Fournier menciona que "De cualquier manera en la arqueología histórica debe darse prioridad a la interpretación de los correlatos materiales, para así evitar el determinismo inferencial dictado por el documento..." (Fournier 1999:80).

El neopositivismo ve al mundo bajo una realidad objetiva y externa al observador, independiente de su percepción; le es imposible aceptar como parte de la explicación una fuente escrita. Se aferra a una noción de racionalidad absoluta, donde el camino hacia la verdad consiste en un exilio cósmico (Saraví 1993): el investigador debe ser capaz de abandonar los valores, creencias, afectos, filiaciones, formas de obrar y pensar propias de su cultura. A partir de allí, puede actuar imparcialmente. La exigencia de la objetividad forma parte de la perspectiva del exilio cósmico, por ello, el investigador debe despojarse de sus ataduras subjetivas. Lamentablemente, "...el único inconveniente es que deshacerse de estos obstáculos significa despojarse a la vez de la condición humana..." (Saraví 1993:21).

Iniciamos aquí una serie de advertencias a la postura anterior: en primer término sostenemos que el carácter histórico, práctico o psico-sociológico del contexto de descubrimiento se encuentra estrechamente vinculado a las características de la sociedad donde produce el investigador (Ramos 2006). El espacio y el momento en que surgen las hipótesis son tan importantes para la actividad científica como el momento de validación de las teorías, y ninguno de los dos se halla aislado de la historia. Sobre este punto Bate afirma que "La ideología positivista que supone que la objetividad científica debe garantizarse prescindiendo de la afectividad y de los juicios de valor es, objetivamente, falsa. No existe ser humano que pueda separar su afectividad de cualquier actividad..." (Bate 1998:30). La idea positivista que concibe que el punto de vista del investigador contamina la investigación es una ilusión de la modernidad (Gadamer 1975 en Ulin 1990:140).

En segundo lugar, sostenemos que la dialéctica del proceso científico en arqueología no puede ser reducida a una alternancia sistemática de operaciones independientes, (Bourdieu et al. 1973) por ejemplo, la falsación luego de la construcción de hipótesis. Por el contrario, constantemente se produce la interacción de teorías nuevas y viejas formas de ver las cosas en la observación científica, que poco se condicen con los estándares del racionalismo crítico, enfocados en falsar las hipótesis primero y construir una teoría nueva (de mayor contenido) después.

Dentro del esquema del racionalismo crítico popperiano, una teoría es científica cuando posee consecuencias observacionales (en nuestro caso arqueológicas); la ciencia se resume al control mediante la experiencia (Klimovsky 1985). Existe en dicho modelo de la filosofía de la ciencia, una confianza en la experiencia como ultima ratio objetiva de la verdad científica (Shuster 2002). En oposición a esto último, convenimos que es cierto que frecuentemente contrastamos nuestras teorías con la experiencia, pero que también analizamos la experiencia utilizando puntos de vista diferentes, o los hacemos desde el prisma de las reflexiones teóricas más recientes. La experiencia, lo palpable, las estructuras, los recintos, los fuertes, los barcos hundidos, la cerámica colonial; todos estos elementos contienen interpretaciones naturales que son ideas abstractas e inclusive metafísicas (Feyerabend 1981). Al profundizar en el último punto, seguimos a Feyerabend (1981) cuando sostiene que no existe en la práctica científica una distinción tal entre el contexto de descubrimiento y de justificación, como tampoco entre términos observacionales y términos teóricos. Dicho enunciado se aplica de igual forma para los artefactos, los ecofactos, las estructuras y los documentos escritos.

La contrastación de las hipótesis de acuerdo a las expectativas arqueológicas no repara en que dichas expectativas son construcciones realizadas por el investigador. Por lo tanto, consideramos que no es coherente restringir el uso de las fuentes escritas como generadoras de hipótesis porque, como todo hecho construido científicamente, conserva el mismo valor de explicación que cualquier otro objeto. ¿Acaso es factible extraer toda la historicidad de los artefactos?, ¿acaso son inmaculados de nuestros prejuicios los objetos? Existe en la cautela con la que se trabaja con los documentos, un "...miedo de lo emic..." (Beaudry et al.1996:9). Este temor impide reconocer que tanto el registro documental como el arqueológico son constreñidos por variables sociales, económicas, políticas, que han influido sobre ambos contextos de producción del conocimiento científico (Pedrotta y Gómez Romero 1998). Las fuentes escritas, al igual que los artefactos, son objetos científicos y como tales son construidos deliberadamente y metódicamente por los investigadores (Bourdieu et. al 1973). Ambos no pueden ser despojados de la mirada y los prejuicios del investigador, por consiguiente, frente a un mismo status epistemológico: ¿por qué reducir los documentos a elementos para generar hipótesis y no introducirlos en la comprensión misma del pasado?

Una idea central que surge al criticar la visión neopositivista y que resume nuestra postura, es discutir cuál es la base empírica que aceptamos para comprender la realidad con la que confronta la arqueología histórica. Dentro del escenario postempirista al cual pertenecemos, sostenemos que la subjetividad es una dimensión inseparable de lo real y que cada teoría se mueve siempre por el terreno de la interpretación (Schuster 2002). En consecuencia, la fuente escrita se inserta dentro de la problemática hermenéutica en nuestra investigación como arqueólogos.

Propuesta epistemológica

Ahora bien, ¿cuál es el procedimiento, la herramienta analítica necesaria para comprender los documentos escritos? Partimos de la premisa ontológica de que existen una diversidad de mundos posibles donde el significado reside (Hernández et al.1993). La trayectoria histórica de los artefactos/documentos sólo puede ser comprendida si utilizamos una racionalidad universal y relacional a la vez (Saraví 1993). Universal, porque todos poseemos un lenguaje que nos permite transmitir información, entender el pasado, dialogar y construir el registro. Esto coincide con el espíritu humanista de la Escuela de Annales en la historia: la convicción de que existe una unidad del espíritu humano, que obliga a una misma actitud científica para todas las sociedades humanas (Gros 1999). Y es una racionalidad particular, porque intentamos dar cuenta de un hito en el tiempo, con sus propias lógicas y contradicciones, con características únicas que constituyen un modo particular de vivir en el mundo (Saraví 1993).

Asimismo, acordamos con Ramos en que no debemos "...considerar que el registro arqueológico y el registro documental escrito son dos fuentes de información diferentes, particulares, unívocas en si mismas..." (Ramos 1999:69). Confrontar con las fuentes documentales significa superar el obstáculo epistemológico (Bachelard 1987) que implica dar cuenta de un problema que no se repite en otras situaciones en la ciencia arqueológica. La fuente escrita representa un obstáculo, porque se incrusta en el conocimiento de una ciencia que ha hecho de aquello que puede ver y tocar la base de sus ideas y contrastaciones.

Como arqueólogos que confrontamos la realidad particular de los momentos históricos (Ramos 2006), podemos comprender el pasado puesto que la objetivación del significado de una acción o texto se da en forma autónoma a las intenciones de los autores (Ricoeur 2008[1985]). De la misma forma en que un texto se desprende de su autor, una acción se desprende de su agente (se refleja en los artefactos) y desarrolla sus propias consecuencias. El significado de un acontecimiento y de un texto excede, sobrepasa, trasciende las condiciones sociales de su producción y puede ser nuevamente interpretado (Ricoeur 2008[1985]). Por lo tanto, sostenemos que las fuentes escritas y los artefactos se autonomizan y esto es la base de su objetivación.

Otro punto que iguala el status epistemológico del texto y el objeto (como consecuencia de una acción humana), es que ambos tienen una multivocalidad que los deja abiertos a diversas lecturas (Ricoeur 2008[1985]). Esas múltiples lecturas son equivalentes al conflicto de interpretaciones rivales, en nuestro caso, a todas las visiones factibles sobre el pasado. Esto último reduce una crítica frecuentemente hecha al postprocesualismo, la de ofrecer un panorama pesimista a la arqueología, incapaz de encontrar, ensimismada en su relativismo, un criterio interteórico de diálogo (Mcguire y Navarrete 1999). Demostrar que una interpretación es más probable a la luz de lo que ya sabemos es distinto a demostrar que una conclusión es verdadera (Ricoeur 2008[1985]). A diferencia del neopositivismo estamos validando, no falsando una hipótesis, lo cual quita el compromiso de que únicamente se considere una sola teoría. En otras palabras, un cuerpo de datos (registros, vasijas, lozas, clavos, etc.) en un momento de la historia, no permite afirmar cualquier teoría sobre el pasado, pero al mismo tiempo no es obligatorio que valide sólo un cuerpo teórico (Schuster 2002).

Centrándonos ahora en la objetividad, punto de diálogo dentro de la comunidad científica, según nuestra mirada no pertenece ya al mundo objetivo, sino que "...su conceptualización es producto de cada época..." (Hernández 1993:51). Se instala en la relación entre objeto y sujeto, no es absoluta ni independiente del sujeto que conoce. Durante décadas ha existido en nuestra disciplina una preocupación por la objetividad, que no ha reparado en todas las variaciones psicológicas (Bachelard 1987) de la interpretación del registro arqueológico. Yendo al caso en concreto de las fuentes escritas, las mismas pueden ser designadas de la misma manera por el investigador en historia, por el arqueólogo, por el etnohistoriador y ser explicado de manera disímil por cada uno de ellos.

Una de las factible críticas a nuestra posición es cuestionarse: ¿todo es igualmente válido?, ¿cuál es el límite de la subjetividad? (Hernández 1993). La respuesta a dicho interrogante la encontramos en la experiencia de los expertos en ciencias humanas, quienes sostienen que el texto, la fuente, es un campo limitado de interpretaciones posibles (Ricoeur 2008[1985]). Siguiendo el análisis de Rabey y Kalinsky (1991) sugerimos que el límite de la interpretación está dado por el vínculo cognoscitivo; si rompemos con la concepción que divide al sujeto de un lado y al objeto del otro, el sujeto no puede decir cualquier cosa del objeto, ni tampoco es un ser pasivo que registra el dato pasivamente (Hernández 1993). Al contrario, observa dicho dato (fuentes escritas y artefactos) y lo construye como hecho científico. Para ello aplica una racionalidad particular, construyéndolo en un momento histórico específico. Una vez construido, el investigador (Sujeto) ya no es el mismo, interactúa tanto con el texto como con el artefacto.

El valor que le damos aquí a la fuente escrita no debe entenderse como una aplicación de la subordinación de la evidencia arqueológica al relato. Como bien sostuvieron Senatore y Zarankin (1996) no se trata de que la evidencia arqueológica permita materializar la evidencia documental o que simplemente se limite la interpretación del objeto arqueológico sobre la base de la información histórica. Por el contrario, nuestra postura debe ser comprendida como la exploración de un horizonte lleno de posibilidades, donde debemos confrontar entre sí las informaciones obtenidas y utilizar un esquema teórico donde conviven el análisis, la discusión y la crítica a las fuentes consultadas (Baldassarre 2006). Abogamos por un uso crítico de la noción de documento, que no es un material bruto, objetivo e inocente, sino que es fruto de las tensiones de poder en el pasado, de múltiples procesos de manipulación (Le Goff 1991).

RELACION CON LA HISTORIA, ¿SEPARACION DE LA PREHISTORIA?

Las opiniones disímiles expuestas de cada marco teórico, nos inducen a formularnos una serie de interrogantes: ¿los nuevos objetivos a investigar (significado, símbolo, cognición, poder) son más asequibles en la arqueología histórica, por contar con fuentes documentales? (Little 1994). ¿Es la interpretación más factible?, "... ¿los documentos proveen a la arqueología histórica de una vergonzosa riqueza, o simplemente hacen a la arqueología vergonzosa?..." (Paynter 2000:10). Cabe mencionar que las discrepancias teóricas sostenidas con respecto a esa temática, son el fiel reflejo de una crisis de identidad (Deagan 1982) en la disciplina; acerca del nombre a utilizar y la propia definición de su campo de estudio. Esto último ha desatado en Iberoamérica una guerra de nombres (Fournier 1999), acerca de si debemos llamarla arqueología de sitios históricos, arqueología histórica, una arqueología documental o arqueología colonial.

Implícitamente, la respuesta a estos interrogantes define una relación con la disciplina que mejor ha hecho uso de los documentos, la historia. Coincidimos con Bate (1998) y Fournier (1999) en considerar a la arqueología como ciencia social, lo cual implica que su objeto de investigación no difiere del de la historia, la sociología, el derecho, la economía, la psicología social o la antropología. Cada vez más las fronteras en las ciencias sociales se tornan lábiles, zonas grises donde resulta imprecisa la delimitación del objeto de estudio (Ramos 1999).

En contraposición, el neopositivismo apuesta a una separación tajante entre la historia y arqueología, excluyendo al registro documental de la participación en cualquier tipo de explicación, reduciéndolo al grado de generador de hipótesis. Esto responde al supuesto naturalista donde las disciplinas son definidas por el tipo de evidencia que maneja y por sus metodologías (Isayev 2006). Dicha concepción representa en lo epistemológico una barrera, pues significa "...reducir el problema a un nivel objetivista. En cambio, integrando ambos estudios (sobre los datos arqueológicos e históricos) en un mismo marco, es posible un diálogo fructífero y provechoso..." (Haber 1999:139).

Esto último no significa, sin embargo, que la arqueología se convierta en una rama de la antropología o una ciencia "...auxiliar de la historia..." (Deagan 1982:23) proveyendo detalles o hechos que los documentos silenciaron. Toda disciplina mantiene su status como ciencia o es otra cosa (Bárcena 1995). Por el contrario, el encuentro interdisciplinario se vuelve fecundo si la arqueología puede formular nuevos cuestionamientos e interpretaciones; abarcando, en primera medida, a la gente "sin historia" (Lightfoot 1995:10), cuya vida cotidiana es invisible en el registro documental. La arqueología histórica puede re-conceptualizar la historia (Little 1994), analizar de una manera distinta las relaciones entre dominados y dominadores. Siguiendo a Little (1994) sostenemos que la arqueología debe corregir las historias derivadas de los documentos y debe atreverse a crear nuevas formas de escribir el pasado, puesto que sus narrativas sobre el pasado son tan importantes como los de la historia (Isayev 2006).

Apoyándonos en la crítica que realiza para su disciplina la Escuela de Annales, consideramos que arqueología e historia comparten dos cosas en común: en primer lugar un momento de propia revisión, donde se cuestionan a sí mismas en tanto ciencia, ateniéndose a la definición tradicional de esta palabra en el siglo XVII, que era la de descubrir las constantes universales del comportamiento de su objeto (Gros 1984). Y en segundo lugar, afrontan el desafío de no resignarse a establecer una relación directa entre el objeto/documento y la realidad/pasado/autor que se supone a primera vista (Gros 1984). En lugar de dos disciplinas que no tengan punto de contacto, la arqueología y la historia pueden enriquecerse compartiendo problemas y objetivos. Allí donde la composición del registro arqueológico resulta insuficiente para aportar evidencia sobre una problemática, es válido recurrir a las relaciones interdisciplinarias (Bárcena 1995; Ramos 1999). Preferimos hablar de interdisciplinariedad, porque dicho concepto indica un proyecto de investigación de largo alcance, una visión holística del pasado, donde la búsqueda de respuestas en conjunto (de la arqueología y la historia) no implica una expectativa de resultados inmediatos y concretos (Isayev 2006)

La existencia de fronteras disciplinarias débiles, que indicamos más arriba, se complejiza especialmente, al considerar el inicio del período histórico en América; delimitado generalmente por los primeros contactos entre españoles e indígenas. Ante la presencia de artefactos europeos en sitios nativos, surgen cuestionamientos acerca de su asociación: ¿esos ítems fueron recibidos por los indígenas directamente de los europeos, o de la mano de otros nativos? (Orser 2000), ¿podemos comprender mediante el acceso y el consumo de los artículos importados los diferentes status económicos que existían en el contexto de la intrusión europea y el posterior desarrollo de las sociedades coloniales? (Fournier 1998).

Estas circunstancias ponen en conflicto no sólo la división clásica entre arqueología e historia, sino también entre prehistoria y la arqueología de momentos históricos. Haciendo hincapié en la última dicotomía, es válido interrogarnos acerca de si la aparición de la fuente escrita es el marcador necesario, el hito de escisión; si las culturas son prehistóricas o históricas según el descubrimiento y conocimiento de la escritura (Bárcena 1995).

Para algunos especialistas (e.g. Orser 1996), la difusión de la escritura como vehículo de transformación del mundo moderno es considerada parte del objeto formal de la arqueología histórica. Sin embargo, debemos estar atentos a la advertencia formulada desde la Escuela de Annales: "La historia jamás es escritura sobre un cuerpo desnudo (...) sino ante todo texto sobre texto, conciencia histórica y su tiempo –sobre conciencia histórica- la de la época que estudia" (Gros 1984: 250). El pasado precolombino también posee un discurso, muchas veces mutilado, en retazos. Es por eso que en nuestra opinión, la postura de concebir los campos de acción de prehistoriadores y arqueólogos históricos en forma separada resta la posibilidad de entender los análisis comparativos de las transformaciones culturales que toman lugar antes, durante y después del contacto con los europeos (Lightfoot 1995). Una visión holista de la arqueología permitirá indagar y aunar los discursos anteriores y posteriores a la conquista.

Coincide con esto último Haber (1999) cuando estable que es necesario oponer a la ruptura metafísica1, una visión de largo alcance que incluya una perspectiva prehistórica. De otra manera, si seguimos apostando por esta brecha, no daremos cuenta de los procesos de etnogénesis, de resemantización de la cultura material, fruto del contacto. Por ejemplo, Caspichango (Haber 1999), un sitio de nuestro NOA que presenta una secuencia cronológica que abarca procesos culturales antes y después del contacto, seguiría siendo conceptualizado como la decadencia de las tradiciones culturales del Valle de Yocavil, en vez de profundizar si existía o no una continuidad cultural con el Período Tardío.

La separación de la práctica prehistórica e histórica de la arqueología trae como consecuencia una visión sesgada del pasado, donde se repiten, en la interpretación, los modelos de asimilación cuya metodología consistía en medir la cantidad de bienes europeos en sitios de contacto nativos, demostrando así el grado de asimilación. Estos modelos son en realidad etnocéntricos, pues no vislumbran cómo los nuevos rasgos fueron adoptados, modificados, resignificados por los pueblos no europeos. En forma alternativa Lightfoot (1995) considera el empleo de las fuentes escritas que, si son críticamente leídas, son de una riqueza inigualable en cuanto a los estudios de cambio cultural.

En conclusión, al sumársele otras líneas de evidencia, la fuente escrita puede ser considerada en las interpretaciones generadas en los contextos históricos. Para ello, es imprescindible no repetir los errores pretéritos de considerar los datos etnohistóricos y las observaciones etnográficas como simples análogos para la reconstrucción del pasado.

CONCLUSION

A modo de síntesis podríamos retomar la pregunta, como lo hace Katheleen Deagan: "¿Es la arqueología histórica una técnica o una disciplina?" (Deagan 1982:36)

Creemos que, aún siendo parte de la arqueología, su campo de estudio se halla en constante movimiento, consecuencia del diálogo con la historia y la antropología. Sostenemos que la separación de la prehistoria resulta forzada, en tanto son necesarios estudios de una gran profundidad temporal para poder comprender las regularidades y variabilidades en la conducta y cultura humana (en especial en situaciones de contacto).

La denominación "arqueología de momentos históricos", quizás sea más apropiada. No sólo representa un marco unificado respecto de las miradas del pasado, sino porque a la par otorga relevancia a la presencia de un elemento insoslayable: la fuente escrita. Ella es materia irrevocable con la que debe confrontar el arqueólogo que estudie estos períodos, con la que debe contrastar entre lo que sostiene y la realidad. Los documentos ontológicamente constituyen esa realidad, pues son vehículos de la expresión del hombre, de sus intenciones. Por lo tanto, debemos otorgarle el mismo peso fáctico que al resto de la evidencia: artefactos, ecofactos, estructuras o representaciones.

La consideración de varias líneas de evidencia, resulta superadora con respecto al monismo metodológico sostenido hasta entonces: el método hipotético deductivo. La versatilidad de algunos autores (Beaudry et al. 1996; Gomez Romero y Pedrotta 1998; Wilkie 2006) conduce no tanto a explicar el pasado, sino a comprenderlo (por medio de un cuerpo de textos).

Para afrontar la crisis de identidad (Deagan 1982), debemos explorar toda la riqueza que nos proporciona la fuente escrita. Ella nos sitúa en una arqueología que es histórica, pues está dirigida hacia el estudio y reflexión de atributos, eventos y procesos de un particular tiempo: en especial el referido a viajes de larga distancia, contactos, procesos de urbanización y etnogénesis, producción industrial en masa, mercantilismo y difusión de la escritura. Y en parte también es una arqueología humanística (recibido este bagaje de la antropología) pues vinculando la fuente escrita con el resto del registro arqueológico podemos comprender al otro aunque se encuentre en el pasado, investigando bajo esa óptica, su organización social, política y simbólica.

Creemos que incorporando la fuente escrita dentro de la generación de hipótesis como de la explicación del pasado apostamos a "...poner a la cultura científica en estado de movilización permanente..." (Bachelard 1987:21), superando un modelo estático de registro por un conocimiento abierto y dinámico.

 

NOTAS

1. A un lado de la ruptura se encontrarían los sitios del precontacto estudiados por prehistoriadores, mientras que la Historia estudian los restos de nativos que vivieron y trabajaron con europeos (en plantaciones, misiones y ciudades). Los primeros toman una postura realista, objetivista, idealizando el pasado prehistórico; mientras que los historiadores incorporan a las culturales locales como ciudadanos de la Nación.

 

AGRADECIMIENTOS

Al Proyecto Arqueológico Quilmes donde empecé a desarrollarme y formarme en la Arqueología, gracias a Manuel y Xavier quienes me transmitieron sus conocimientos. Al Lic. Rafael Goñi por prestarme generosamente bibliografía. A la Dra. Alicia Tapia, bajo cuyo seminario de grado logré desarrollar este trabajo y me brindó toda su excelencia como profesional.

 

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