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Revista SAAP

On-line version ISSN 1853-1970

Revista SAAP vol.3 no.4 Ciudad Autónoma de Buenos Aires July/Dec. 2009

 

ARTÍCULOS

Heterogeneidad, irrupción radical y mito en la génesis de las interpelaciones populistas durante la conformación del peronismo*

Javier Burdman

CONICET / IIGG
jdburdman@fibertel.com.ar

* Trabajo desarrollado en el marco del proyecto UBACyT "Estrategias de encuadramiento político de los sectores juveniles en el primer peronismo (1945-1955)". El autor agradece los comentarios y observaciones de Emilio de Ípola, Ricardo Martínez Mazzola y Esteban Vergalito a versiones anteriores. El autor agradece también los comentarios del evaluador anónimo de la Revista SAAP. Una versión preliminar de este trabajo fue presentada en las IV Jornadas de Jóvenes Investigadores del Instituto de Investigaciones Gino Germani, Buenos Aires, 19-21 de septiembre de 2007. El autor agradece los comentarios de Carlos Figari recibidos en dicha ocasión.

Resumen

El trabajo busca problematizar la noción de Ernesto Laclau y Sebastián Barros del populismo como "irrupción de lo heterogéneo". Para ello se desarrolla brevemente el debate sobre las especificidades ideológicodiscursivas del populismo y luego se contrastan los recientes aportes de Laclau y Barros con el análisis histórico del contexto en el cual el discurso peronista deviene populista. Recurriendo a de Ípola y Aboy Carlés, se sostiene que el surgimiento de las interpelaciones populistas es posterior a la incorporación de las masas, por lo que dichas interpelaciones no son en sí mismas una expresión de la irrupción de las masas sino un forma de resignificar su incorporación al sistema político. A través de la noción de mito de Barthes, se argumenta que la irrupción de las masas en términos antagónicos con los sectores dominantes se produce como una construcción retroactiva, y no como consecuencia de la irrupción en sí misma.

Palabras clave

Populismo; Peronismo; Heterogeneidad; Discurso; Mito

Abstract

This paper seeks to question Laclau's and Barros's concept of populism as "irruption of heterogeneity". Therefore, it briefly describes the debate on the ideological and discursive specificity of populism, in order to contrast Laclau's and Barros's recent contributions with a historical analysis of the context in which peronist discourse became populist. Drawing upon de Ípola and Aboy Carlés, the paper asserts that the emergence of populist interpellations took place only after the incorporation of the masses, and therefore these interpellations are not a manifestation of the irruption of such masses by themselves, but a way of re-signifying their incorporation to politics. Relying on Barthes's concept of "myth", it is asserted that the irruption of the masses as antagonistic to the dominant elite takes place as a retroactive construction, and not as a consequence of the irruption itself.

Key words

Ppopulism; Peronism; Heterogeneity; Discourse; Myth

Introducción

La cuestión de la ideología en el primer peronismo ha sido, desde sus orígenes, un tema con una doble relevancia. Por un lado, se trata de comprender las significaciones profundas ligadas a un fenómeno que, sin lugar a dudas, ha marcado la totalidad de la historia política argentina desde mediados del siglo XX hasta la actualidad. Por otro, debido en gran medida a su carácter atípico respecto de los modelos teóricos clásicos de la sociología y la ciencia política, el peronismo ha sido un objeto fértil para la elaboración de nuevas herramientas de análisis. A partir de ello, tres han sido, a grandes rasgos, las perspectivas teóricas que han buscado interpretar el fenómeno peronista. La historiografía ha sabido indagar en las continuidades y rupturas del peronismo con respecto a la situación política previa, precisando la especificidad del hecho histórico en el devenir de los diferentes aspectos de la vida política argentina. La sociología, por otro lado, ha debatido extensamente sobre las causas estructurales que condujeron a la aparición de un fenómeno de tan trascendentes consecuencias sociopolíticas. Una tercera línea de análisis, asumiendo la novedad que el peronismo presentaba para las ciencias sociales y, particularmente, para la sociología política, buscó explicar la especificidad de este fenómeno en términos ideológico-discursivos. Ello implicó la profundización y sistematización del concepto de populismo, que habría de significar, según estos enfoques, un tipo de práctica política específica, de la cual el peronismo sería el más paradigmático exponente, pero referida también a una serie de regímenes característicos de América Latina.

A partir de lo anterior, el concepto de populismo cobró gran interés para numerosos científicoss sociales. La divergencia de este fenómeno respecto de los modelos ideológicos tradicionales conceptualizados por las ciencias sociales ofrecía un objeto de estudio nuevo y prolífico en potenciales interpretaciones. Sumado a lo anterior, el peronismo, por tratarse de un fenómeno específicamente latinoamericano, permitía a los intelectuales de dicha región abocarse al estudio de un objeto que les era cercano. Pero además el peronismo como hecho ideológico volvió a cobrar centralidad en una Argentina que, a fines de la década del '70 y principios del '80, se replanteaba la naturaleza de la vinculación entre aquél y las ideas de izquierda, que signó a las confrontaciones políticas previas al golpe de 1976.

El reciente resurgimiento del debate sobre la naturaleza del populismo ha puesto de manifiesto que, lejos de estar saldada, la discusión acerca de la especificidad discursiva e ideológica del peronismo abre el camino a múltiples puntos de vista. La actualidad latinoamericana e, incluso, la de algunos países centrales, otorgan al debate una relevancia que parecía perdida con el aparente triunfo de la política liberal-democrática entre la segunda mitad de los '80 y fines de los '90. El fracaso de los intentos de constituir sistemas de partidos estables en el marco de modelos económicos incuestionados en los países de la región, ha dado lugar a nuevas prácticas políticas que vuelven a situar a la categoría de populismo en el centro de las discusiones teóricas. Si bien dicha categoría ha sido utilizada por las ciencias sociales en general de un modo sumamente laxo, ciertos aportes de la teoría y la sociología políticas han procurado alcanzar mayor precisión conceptual, intentando circunscribir al populismo a un tipo específico de práctica política.

A pesar de lo anterior, populismo y peronismo son términos que no han dejado de convivir en una duplicidad cargada de tensiones. Ello es en parte el producto de algunas diferencias teóricas y metodológicas. Mientras que la teoría y la sociología política han indagado en el peronismo para extraer conclusiones acerca de la categoría de populismo en su generalidad, la historiografía y la sociología histórica se avocaron a estudiar las particularidades del peronismo a partir del momento de su surgimiento. Como es de esperar, las divergencias entre ambos enfoques produjeron conclusiones disímiles y, en muchos casos, incompatibles. A pesar de ello, procurar la mayor adecuación posible entre categorías teóricas y evidencias empíricas es un objetivo deseable al momento de obtener una comprensión acabada de las particularidades ideológico-discursivas del peronismo. Mientras que un enfoque puramente historiográfico priva a las ciencias sociales de las potencialmente valiosas categorías de análisis que el estudio de un fenómeno como el peronismo puede brindar, una teoría del populismo apartada de las especificidades históricas del fenómeno que busca explicar corre el riesgo de convertirse en una mera construcción abstracta de escaso valor empírico.

La reciente reapertura del debate sobre el concepto de populismo ha vuelto a situar en el centro de la discusión una serie de elementos que serían característicos, con mayor o menor intensidad, de los fenómenos comúnmente denominados como "populistas": rupturismo, apelación a "los de abajo", dicotomización del campo político y amalgama de diferentes sectores sociales. Si bien descriptivos, estos elementos han encontrado numerosas dificultades al momento de sistematizar una explicación que pudiese dar cuenta de las complejidades y contradicciones de los movimientos y regímenes populistas realmente existentes, debido a la heterogeneidad de éstos últimos. Por otro lado, también hay equivocidad en lo que respecta al tipo de objeto al que se refiere el calificativo de "populista"; puede tratarse de un tipo de discurso, de una dimensión discursiva, de un tipo de régimen político o de una matriz que condiciona las formas de discursividad en un campo político determinado. Existe entonces un doble problema: cuál es el objeto específico al cual cabría aplicar la categoría de populismo, y qué características permitirían tipificarlo legítimamente de esa manera. Ello genera un tercer problema: qué combinaciones entre objetos de estudio y características populistas darían lugar a diferentes definiciones y tipologías de populismo, poniendo en peligro la unicidad del concepto.

Para abordar estas cuestiones, procuraremos articular algunos de los más recientes elementos teóricos sobre el populismo con un análisis de algunos elementos históricos del fenómeno peronista. El trabajo se divide en dos partes: primero, desarrollaremos el debate en torno a la tensión entre rupturismo e institucionalización en el populismo; luego, contrastaremos el argumento de Laclau respecto de que la ruptura populista implica una "irrupción de lo heterogéneo" con el desarrollo histórico del peronismo, para poner de manifiesto ciertas limitaciones que dicha concepción encierra. Finalmente, buscaremos establecer conclusiones que nos ofrezcan una comprensión históricamente más sólida (aunque teóricamente valiosa) del sentido de la "ruptura populista".

Lo rupturista, lo transformista y lo heterogéneo en el populismo

Los primeros debates teóricos sobre la categoría de populismo se articularon en torno a la cuestión del presunto carácter rupturista del peronismo. Una de las perspectivas más originales en ese sentido fue la presentada por Ernesto Laclau en su clásico trabajo de 1977, titulado "Hacia una teoría del populismo", en el cual el autor rescataba los elementos esenciales de ese fenómeno. Laclau define allí al populismo de la siguiente manera: "el populismo consiste en la presentación de las interpelaciones popular-democráticas como conjunto sintético-antagónico respecto a la ideología dominante" (Laclau, 1986: 201). El populismo aparece así como un fenómeno rupturista, en el cual la instancia política se dicotomiza entre un bloque popular y un bloque dominante, dando lugar a una antinomia que difiere de aquélla que es propia a las relaciones de producción1 (es decir, la dicotomía de clase entre obreros y capitalistas). Las diferentes identidades sociopolíticas opuestas al bloque de poder se fusionan al ser interpeladas bajo la categoría internamente indiferenciada de "pueblo", en el seno de la cual todas ellas pierden en cierta medida su particularidad y pasan a identificarse como la pura contraposición a la ideología dominante. Siendo así, el populismo implica en sí mismo una ruptura con el orden social existente, pero no necesariamente con el fin de lograr una transformación progresiva de la sociedad; como senala Laclau, una articulación populista puede ser también el recurso de un sector de la clase dominante para desplazar a otro, en un fenómeno típicamente transformista (en términos de Gramsci). Es por ello que el populismo es una ideología que se define por la forma de sus interpelaciones, y no por el principio que las articula (conservador, liberal, socialista). Toda ideología puede, en este sentido, recurrir a interpelaciones populistas.

El trabajo de Laclau es, como el propio autor aclara, un análisis de la dimensión populista del peronismo y no un estudio del régimen en su desarrollo. Es también una aproximación al "momento abstracto" del populismo, y no una búsqueda de su principio articulatorio en un caso particular. Sobre este punto, el trabajo se limita a aseverar que, si bien el elemento populista estaba presente en las "interpelaciones populares antiliberales", también implicó "su articulación dentro de un discurso que intentaba circunscribir el enfrentamiento con la oligarquía liberal dentro de los límites impuestos por el proyecto de clase que definía al régimen: el desarrollo del capitalismo nacional" (Laclau, 1986: 223). Laclau da cuenta así de la movilización controlada que tiene lugar en el peronismo, pero sólo menciona superficialmente los contenidos ideológicos en los cuales se sustenta. El modelo se limita a la explicación de una forma de articulación discursiva (el populismo), dejando de lado la cuestión del contenido específico de los enunciados. Esta separación, que sitúa al populismo como un elemento determinado y aislable dentro de la complejidad discursiva y organizativa del régimen peronista, plantea problemas que abrieron el camino a posteriores investigaciones.

Una perspectiva diferente a la de Laclau fue asumida por Emilio de Ípola y Juan Carlos Portantiero en su trabajo "Lo nacional-popular y los populismos realmente existentes" (1989). En él, los autores se proponen estudiar al populismo en su existencia histórica concreta, es decir, teniendo en cuenta la totalidad del fenómeno a lo largo de su desarrollo. A partir de ello, el análisis cuestiona la escisión que Laclau realiza entre "momento abstracto" populista y "principio articulatorio" peronista (es decir, la distinción entre la forma y el contenido), puesto que lo nacional-popular surge en un momento histórico específico y responde a contenidos ideológicos particulares, que no pueden ser desechados del análisis como un puro accidente. El "pueblo" (o "lo nacional-popular", como lo denominan los autores) es un conjunto heterogéneo de interpelaciones tanto progresivas como regresivas, que se oponen a una forma particular de dominación (en el caso del peronismo, al régimen liberal oligárquico) pero no a la dominación en general, por lo que pueden ser ulteriormente "reificadas" en un nuevo ordenamiento estatal. Si ello es así, forma y contenido no pueden ser tajantemente distinguidos en el peronismo, puesto que la aparición misma de lo popular se presta inmediatamente a su integración controlada en un nuevo tipo de régimen y a la subordinación a la autoridad carismática del líder.

Poniendo el acento en el desarrollo histórico del peronismo como ejemplo de "populismo realmente existente", de Ípola y Portantiero senalan las limitaciones que el modelo abstracto de Laclau presenta al momento de dar cuenta de las potencialidades antagónicas de las interpelaciones populares. Pero, al mismo tiempo, los autores aplican un modelo teórico ligado a ciertos principios normativos, en los cuales se apoyan para cuestionar el rupturismo transformista del peronismo desde una comparación con el presunto rupturismo auténtico que propone la ideología socialista. Pero si se aparta a la categoría de "transformismo" de su carácter normativo, que delimitaría la frontera entre una ruptura auténticamente revolucionaria y una crisis interior al bloque de poder, puede pensarse la tensión entre ruptura y reintegración de lo popular como un proceso complejo, pasible de ser abordado por nuevos estudios.

En recientes trabajos, Laclau ha retomado los principales elementos de su teoría inicial sobre el populismo, pero incorporando otros que complejizan su definición originaria. Entre ellos se destaca el concepto de "heterogeneidad", que busca dar cuenta de las complejidades que afectan a la conformación de cualquier bloque hegemónico, impidiéndole siempre abarcar la totalidad de lo social. Aunque Laclau habla de tres tipos o niveles de heterogeneidad, aquí tomaremos sólo el que conlleva, a nuestro juicio, consecuencias más radicales para su concepto de populismo: el que se refiere a las demandas exteriores al campo de la representación política. Mientras que, siguiendo a Laclau, aun entre dos grupos antagónicos existe un campo común en el cual los mismos se reconocen uno a otro en su oposición mutua, existen demandas que, al no estar articuladas dentro de ninguna de las formaciones antagónicas, son radicalmente externas al campo de la representación política. Un antagonismo nunca consigue absorber a la totalidad de las demandas y, por lo tanto, "toda transformación política no sólo implica una reconfiguración de demandas ya existentes, sino también la incorporación de demandas nuevas (es decir, de nuevos actores históricos) a la escena política -o su opuesto: la exclusión de otros que estaban presentes previamente-" (Laclau, 2005: 193). Esta aseveración es importante porque, a través de ella, Laclau da cuenta de otro aspecto relevante para el caso del peronismo: la incorporación de demandas previamente ignoradas por las formaciones políticas tradicionales. Ello agrega al modelo una dimensión de temporalidad que complejiza su aplicación empírica, en particular en lo que hace a los regímenes populistas. Si el populismo implica una reconfiguración identitaria que va de la mano de la inclusión en el campo de la discursividad2 de una serie de demandas previamente excluidas, entonces ha de tratarse de un fenómeno ligado a una cierta temporalidad (en el sentido de un acontecimiento sincrónico antes que de una sucesión diacrónica) dentro de la cual dicha inclusión se produce. Una vez que las identidades han logrado un cierto grado de fijación, esta dimensión del fenómeno populista se habría perdido.

Esta línea de análisis fue recientemente recorrida por Sebastián Barros, quien ha procurado sistematizar y precisar una definición de populismo a partir de los conceptos elaborados por Laclau. Para Barros, un discurso populista se caracteriza por la presencia de dos elementos: una articulación equivalencial3 de las demandas confrontada con el orden dominante, y la irrupción de otras previamente marginadas del orden institucional: "el momento populista en una práctica política será el que incluya el principio del pueblo como lo irrepresentado, el discurso que haga que aquellos que no tienen por qué hablar, hablen, y que aquellos que no tienen por qué tomar parte, tomen parte" (Barros, 2006: 70). Esta irrupción, postula Barros a partir de la lectura de Jacques Ranciere, es necesariamente disruptiva del orden institucional, puesto que es su incapacidad de satisfacer esas demandas lo que ha dado lugar a su articulación y movilización antagónica.

Esta concepción del populismo es claramente contraria a cualquier identificación del mismo con un tipo de régimen. Siguiendo con el argumento de Barros, "el discurso populista es el comienzo de la representación de un discurso excluido que hasta la llegada de la articulación no existe como tal. Si esto es así, el populismo quedaría circunscripto al momento de esa irrupción, limitado a ser un episodio a veces frágil y fugaz, a veces a dejar la impronta de argumentos y demostraciones que perduran luego de dar lugar al no lugar" (Barros, 2006: 71). El populismo queda entonces ligado a un acontecimiento, por lo que no puede corresponderse con ninguna formación identitaria relativamente sedimentada, sino únicamente con el momento de la reconfiguración de los propios lazos identitarios a partir de la irrupción de nuevas demandas. Lo propio del populismo sería entonces su carácter rupturista, mientras que toda fijación y reabsorción institucional ulterior implicaría una desviación hacia otra forma de discurso.

Si lo anterior es correcto, las interpelaciones populistas en el discurso peronista habrían emergido como una forma de aglutinar a las demandas insatisfechas de los sectores trabajadores urbanos, frente a un régimen liberal que no las reconoce como tales y a una serie de discursos contestatarios que no consiguen absorberlas. La dinámica sería similar a la presentada por Laclau en su primer estudio sobre el populismo, pero agregando la irrupción de lo heterogéneo, es decir, de las demandas previamente excluidas de la representación. Tendríamos entonces una síntesis de las interpelaciones populares como conjunto antagónico a la ideología dominante (la ideología liberal, en el caso del peronismo), pero incluyendo entre dichas interpelaciones una serie de demandas que irrumpen a partir de dicho antagonismo (en este caso, las del nuevo proletariado urbano). Este antagonismo estaría expresado por una identidad popular, en la que participan sectores nacionalistas, católicos, grupos radicales, etc., junto a la aparición de las masas urbanas movilizadas, confrontadas con los defensores del orden liberal: radicales, conservadores, socialistas, empresarios, etc. El momento populista sería entonces el de la irrupción de las masas, que se inicia el 17 de octubre de 1945 y continúa hasta la elección presidencial de Perón, para luego ir institucionalizándose en el progresivo desarrollo de la "comunidad organizada". Pero dicha incorporación, ?no es tributaria de una incorporación previa que, como la de 1943, es ajena a las interpelaciones típicamente populistas? Y si es así, ?no se torna compleja la ligazón unívoca del discurso populista a un momento específico determinable de "irrupción" o "incorporación"?

La inclusión como momento mítico

El peronismo es, innegablemente, un fenómeno político ligado a la incorporación de nuevos sectores sociales al centro de las interpelaciones políticas. Que toda incorporación implica, en mayor o menor medida, una reconfiguración del orden de lo policial4 (siguiendo la terminología de Ranciere), es decir, de las posiciones identitarias relativamente consolidadas, es una consecuencia lógica de dicha incorporación. Sin embargo, que populismo, incorporación y dicotomización formen parte de una misma situación de ruptura del orden político es una afirmación difícil de contrastar en el complejo desarrollo histórico del fenómeno peronista. En especial porque si nos situamos en el nivel de la génesis de las interpelaciones populistas, observamos que las mismas no coinciden estrictamente con el momento de incorporación de las masas. Emilio de Ípola (1983) ha senalado que hasta mediados de 1945 los discursos de Perón muestran una gran ambivalencia, en el marco de la cual se registra una pretensión de interpelar a una gran diversidad de sectores sociales y políticos. Sólo desde fines de 1945, una vez estabilizadas las posiciones políticas de cara a las elecciones de 1946, comenzarán a manifestarse los elementos más propiamente populistas, entre los cuales se destacan la dicotomización del campo político y la apelación directa e inequívoca a los sectores trabajadores. Es evidente, sin embargo, que ya desde 1943 se inicia, desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, la incorporación política de las masas obreras, y que si bien a partir del '45 dicha incorporación habrá de adquirir un carácter distinto, mucho más confrontativo, la subjetivación de la clase trabajadora en tanto destinataria directa del discurso peronista es previa a ese momento y, por lo tanto, no es simultánea a la irrupción populista. De hecho, como veremos más adelante, dicha subjetivación no deja de ser tributaria de una forma de inscripción simbólica previa aun al '43.

La conformación del discurso peronista tiene una particularidad: mientras que el mismo se origina desde el poder, como expresión de una facción dominante en una coyuntura específica, una serie de circunstancias lo llevarán a posicionarse ulteriormente como un discurso antipoder. Las interpelaciones populistas se inician en este segundo momento, cuando una serie de circunstancias llevan a Perón a dejar de ser la expresión de un sector dominante para pasar a ser el representante de una oposición a los grupos de poder tradicionales. La extrapolación del momento populista respecto del fenómeno peronista se apoya en gran medida en esa discontinuidad histórica, puesto que los discursos más típicamente populistas fueron pronunciados por Perón en 19455. Dicha extrapolación, si bien factible, corre el riesgo de perder de vista ciertas continuidades que vinculan al populismo con el proceso político iniciado en 1943, y que escapan a una pura confrontación con la ideología dominante, puesto que determinan también la forma y los límites de dicha confrontación cuando ésta efectivamente se produce.

En sus primeras apariciones políticas, lejos de confrontar con los grupos de poder dominantes, Perón expresa el punto de vista de un sector de los mismos, mayoritario al interior del Ejército y de la Iglesia, que pretende emprender una modernización de las relaciones laborales acorde al modelo de industrialización de las naciones avanzadas (sin perder de vista, claro está, el ejemplo de movilización social del fascismo). No cabe aquí desarrollar los pormenores de un proceso complejo en el que intervinieron grupos de poder contrapuestos, clases patronales, masas trabajadoras y sindicatos, en el marco de un contexto internacional incierto que tendría una importancia decisiva en las idas y venidas de las pujas de poder6. Es preciso sin embargo rescatar algunos elementos centrales. Primero, Perón aparece originalmente como el portavoz de un gobierno ligado a una incorporación no rupturista de las clases trabajadoras, basada en una ciudadanía industrial que, a la vez que reconocía institucionalmente a los trabajadores, los circunscribía a una tutela estatal que buscaba reproducir las jerarquías de poder tradicionales. Segundo, en el marco de ese proceso comienzan a adquirir un renovado poder los líderes sindicales, quienes a través de las negociaciones con el Estado ven moderadamente renovada su capacidad de representación de la clase obrera. Tercero, Perón empieza a hablarle directamente a las masas obreras y a conseguir su adhesión a través de beneficios sociales, con una intensidad mayor a la que se hubiera registrado con anterioridad en la historia argentina; se gesta así una relación directa entre el líder y la masa, aunque con un carácter muy diferente al que habría de adquirir en 1945. Cuarto, en 1943 no estaba todavía claro que el modelo democrático-liberal fuese a ser el dominante a nivel mundial, y es claro que el sector político del que Perón formaba parte distaba de anhelar una salida democrática al régimen militar7.

Estos elementos son importantes para recuperar cierta dimensión de diacronía en la conformación del discurso populista, que nos permita analizarlo no sólo en el marco de un momento de ruptura, sino también en la formación de un tipo de régimen con características específicas. Si el período 1943-1945 nos muestra un proceso de incorporación y de subjetivación desarrollado en el marco de una configuración discursiva diferente a la que tendría lugar a partir de 1945, es claro que la emergencia de las interpelaciones populistas no puede estar ligada a la incorporación en sí misma, sino a una forma particular de discursividad que debe redefinir el carácter de dicha incorporación en un contexto sumamente diferente. Este contexto está, a nuestro juicio, determinado por dos acontecimientos correlativos: la derrota del Eje en la Segunda Guerra Mundial, y la ofensiva de los grupos sociopolíticos tradicionales contra las reformas emprendidas a partir del golpe del '43. Como han analizado diversos trabajos8, hacia 1945 el proyecto sociopolítico de Perón parece progresivamente condenado al fracaso a medida que las fuerzas tradicionales se agrupan para recuperar sus posiciones tradicionales. Articuladas en torno a un discurso democrático, son estos mismos grupos los que demarcan el terreno de la contienda electoral, al buscar dividir el campo político a través de la antinomia democracia-fascismo9. Ocurre que, como ha senalado Laclau, al asociar el significante "democracia" a una restauración del orden liberal tradicional, el mismo es incapaz de interpelar a los sectores ligados al incipiente intento de modernización. Además, la ofensiva de los grupos liberales adquiere un grado tal de beligerancia (recordemos, por ejemplo, que se hablaba de la posibilidad de juzgar a los funcionarios del gobierno de facto), que genera naturalmente una reacción defensiva entre los sectores ligados al golpe del '43.

Lo anterior parece indicar que ya a mediados de 1945, antes del surgimiento de las interpelaciones más claramente populistas, el campo político ha comenzado a adquirir algunas de las características propias de una articulación populista: dicotomización, fijación de fronteras entre formaciones hegemónicas, y significantes vacíos10 que totalizan a dichas formaciones (democracia-fascismo). Los grupos políticos tradicionales, condensados en la Unión Democrática, buscan de ese modo transplantar localmente la dicotomía dominante a nivel mundial, identificándose, a través del significante "democracia", con el bando hegemónico. Esta operación parece inicialmente exitosa: Perón sólo recibe el apoyo de los grupos ideológicamente más ligados a la experiencia fascista (principalmente los sectores nacionalistas del Ejército y la Iglesia), al tiempo que busca acrecentar su base de apoyo a través del acercamiento con alguno de los partidos tradicionales, entre ellos la UCR. En tanto que su popularidad entre las bases obreras es aún incierta, Perón debe mantener una tensa relación con los líderes sindicales. En ese marco, el discurso peronista se mantiene dentro de una ambigüedad que no logra conmover la dicotomía planteada por sus opositores.

Pero el discurso de la Unión Democrática apela a una esfera que ya no cuenta con el predominio de épocas anteriores. Al plantear una antinomia entre modelos políticos, los sectores liberales relegan a un segundo plano la cuestión social; o, en todo caso, la redirigen hacia significantes políticos bajo los cuales ella pierde sustancia propia, como ocurre cuando los beneficios sociales son estigmatizados como expresiones de demagogia protofascista11 (luego tomaremos un ejemplo). Es claro, sin embargo, que tal operación es incapaz de interpelar a aquellos sectores para los cuales la política social es esencial a sus condiciones de vida: la clase trabajadora. Recordemos que, antes de 1943, la identidad política de los trabajadores no lograba superar los desajustes de una modificación en su composición social a partir de las migraciones internas12, así como los problemas de una organización sindical disminuida por la represión estatal (Torre, 2006). Cuando el gobierno de facto comienza a reconocer a los trabajadores en tanto tales, es decir, en el ámbito específico de sus relaciones laborales (y no sólo bajo categorías jurídico- políticas, como "ciudadanos"), la subjetivación de las masas obreras se da en un espacio que poco tiene que ver con antinomias entre modelos políticos (democracia-autoritarismo; liberalismo-fascismo). Ello implica que en 1945 la clase obrera se encuentra dislocada frente a un discurso que se torna predominante, incapaz de reconocer su posición específica dentro del mismo. ?Significa esto que aquélla carece de toda forma de inscripción en los discursos políticos de aquel entonces? No, puesto que, como hemos visto, la misma ya ha atravesado un proceso de reconocimiento e incorporación discursiva iniciado desde la Secretaría de Trabajo y Previsión. Lo que está en juego no es, entonces, un proyecto de incorporación frente a otro de no incorporación, sino qué hacer con un actor social que ya se ha hecho presente, pero cuya potencial incidencia en el desarrollo político es aún incierta.

Si lo anterior es correcto, las interpelaciones populistas no son necesariamente el origen de la totalidad de los efectos ligados a una formación populista, sino una forma específica de articular una diversidad de elementos que provienen de un desnivel anterior a su propia aparición. Desnivel provocado, en el caso del peronismo, por una política social que comienza a dar cuenta del ámbito específico de las relaciones de trabajo, y por un campo político que comienza a dicotomizarse a partir de una ofensiva democrático- liberal que busca reproducir localmente la antinomia predominante a nivel mundial. Como senala con toda claridad Juan Carlos Torre (2006: 243): "con la ofensiva concertada de los partidos y los intereses económicos contra Perón desaparecen los matices y es un orden político y social el que se unifica, compacto, en el rechazo a las reformas que apuntan a ampliar la participación de los trabajadores. Y al hacerlo, cambian la trama en la que se definían las orientaciones obreras". Es en ese terreno, marcado por una ofensiva que busca revertir el proceso iniciado en el '43, que Perón debe recurrir, como único medio para construir un movimiento de masas con perspectivas de éxito electoral, a la radicalización de su discurso13. Al hacerlo, interpela a las masas obreras de un modo muy diferente al del período 1943- 1944, pues comienza a acentuar su potencial disruptivo antes que su subordinación estatal. Al mismo tiempo, responde a la dicotomía de la Unión Democrática con otra antinomia que se sitúa en el terreno propio de su electorado: justicia social - liberalismo; democracia social - democracia liberal. Debemos tener en cuenta que, además de los cálculos electorales propios de la coyuntura, Perón conocía, a partir de su desempeno como soldado en el interior del país, la realidad de explotación y miseria de los trabajadores de las provincias (Buchrucker, 1987).

Estamos ya en el momento de la irrupción populista, donde se hace presente lo heterogéneo. Sin embargo, la apelación al período previo, a la labor desarrollada desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, es permanente. Las interpelaciones populistas no surgen solamente como una ruptura de un orden discursivo-institucional relativamente consolidado, sino a la vez como una recuperación simbólica del momento real de la incorporación; momento que se corresponde, retomando la terminología de de Ípola y Portantiero, con lo "nacional-estatal". Como ha senalado de Ípola en otro trabajo, las medidas tomadas desde la Secretaría de Trabajo y Previsión fueron complementarias a las interpelaciones propiamente populistas al momento de determinar su efectividad en la recepción del discurso peronista. No sería arriesgado pensar que además de complementariedad existió una cierta causalidad. Las interpelaciones populistas (entendidas como discursos que aglutinan demandas y dicotomizan el espacio político) están siempre disponibles en el campo de la discursividad, pero su aceptación por parte de sus destinatarios depende de que ellas sean percibidas como auténticas y no como demagógicas. Un contexto de descrédito general de los discursos políticos tradicionales puede ser favorable para la emergencia de un discurso populista pero, a la vez, todo nuevo discurso corre el riesgo de ser arrasado por el clima de descrédito general. La ventaja de Perón consiste en contar con un elemento que respalda sus palabras: sus medidas de gobierno. Así, mientras la Unión Democrática busca instalar un discurso basado en principios políticos abstractos, Perón basa su discurso en lo concreto de sus acciones. Tomemos, a modo de comparación, dos discursos de la campana electoral de 1945:

"El hombre que trabaja es un soldado de la patria, digno de una vida más humana y generosa. Pero ha de alcanzar ese bienestar y esa felicidad por los caminos de la altivez y la legalidad. No debe caer en la ingenuidad peligrosa de vender su libertad espiritual por la pobre paga de un aumento ficticio porque no ha sido concedido por virtud de una solución científica y razonada. No debe aceptar limosnas que ofendan su hombría ni dádivas que ultrajan su dignidad" (Tamborini).

"La obra social cumplida es de una consistencia tan firme que no cederá ante nada, y la aprecian no los que la denigran sino los obreros que la sienten. Esta obra social que sólo los trabajadores la aprecian en su verdadero valor, debe ser también defendida por ellos en todos los terrenos. (...) Esta tarea realmente ciclópea se ha cumplido con este valioso antecedente: las conquistas obtenidas lo han sido con el absoluto beneplácito de la clase obrera, lo que representa un fenómeno difícil de igualar en la historia de las conquistas sociales" (Perón).

Las diferencias en el registro de ambos discursos son evidentes: las instancias de legitimación, el tipo de lenguaje, el modo de referirse a los interlocutores. Ambos discursos, sin embargo, se refieren a un mismo acontecimiento: la política social. Pero lo hacen en claves muy diferentes: mientras Tamborini intenta suprimir el ámbito específico de dicha política, refiriéndose despectivamente a ella desde una presunta altivez jurídico-política, Perón, contrariamente, acentúa sus resultados en el terreno social. Así, el discurso peronista retoma y a la vez subvierte la antinomia planteada por sus adversarios. La retoma, en tanto que, una vez imposibilitada una alianza con los partidos tradicionales, Perón no tiene más alternativa que aceptar una distribución de fuerzas en gran medida inconmovible. La subvierte, puesto que, por razones obvias en ese contexto, no se hace cargo del estigma de "fascista" y trastoca los propios términos de la dicotomía: la lucha se articula por el propio significante "democracia" (Laclau, 1986), a la que el peronismo comienza a asociar con la justicia social14.

Lo anterior es importante porque, a nuestro juicio, da cuenta de una forma de incorporación que no es la de una irrupción radical, sino la de una radicalización retroactiva de un proceso de subjetivación ya dado. Si insistimos en senalar esta separación, es porque creemos que si bien las interpelaciones populistas son en el peronismo la expresión de una ruptura y de una inclusión, no se inscriben necesariamente en el momento irreductible de la inclusión como tal (es decir, el momento de irrupción de lo heterogéneo y de reconfiguración de las identidades políticas), sino en una forma particular de referencia a dicha irrupción. Ello significa que las interpelaciones populistas no tienen por qué limitarse a un momento específico de dislocación y conmoción, como si el discurso y el acontecimiento al que aquél refiere fuesen necesariamente simultáneos o contemporáneos. Como ha senalado Eliseo Verón (1994), las condiciones de producción de un discurso son únicas, mientras que las condiciones de reconocimiento son múltiples: un mismo hecho puede ser interpretado de diversas maneras en diferentes contextos (culturales, históricos, políticos, etc.). Las condiciones en las cuales se produce la inclusión de las masas obreras en el discurso peronista son únicas: forman parte del proyecto organicista y modernizador de un sector dominante de las Fuerzas Armadas. La recepción de dicha inclusión, que es a la vez reinscripta en la producción de un nuevo discurso, son múltiples: demagogia de un gobierno autoritario (Unión Democrática), redención de una opresión ancestral (peronismo a partir de 1945), armonización de las fuerzas productivas (peronismo principalmente a partir de 1952).

Si las interpelaciones populistas, como hemos visto, se sitúan en la reinscripción y recreación del momento de la inclusión como "irrupción radical", y no en el momento mismo en que dicha inclusión efectivamente ocurre, se amplía la posibilidad de analizar al populismo en una dimensión diacrónica. Las interpelaciones populistas no radicarían sólo en la operación irreductible a través de la cual los que no tienen parte pasan a formar parte (retomando la terminología de Ranciere), sino también, en mayor o menor medida, en la construcción simbólica de dicho acontecimiento. Tal construcción tendría las características de la noción de mito elaborada por Roland Barthes (2003)15: la formación de un lenguaje segundo a partir de un lenguaje primero; más precisamente, la generación de un signo segundo a partir de un significante escindido de su significado original16. En este esquema, la inclusión funcionaría como un símbolo: originariamente acontecida para armonizar las fuerzas productivas y garantizar las relaciones de poder tradicionales, es reinterpretada luego como una redención de las masas explotadas y como una ruptura de dichas relaciones de poder. Esta interpretación, al reinscribir y representar el momento de la inclusión como irrupción radical, genera una serie de nuevos efectos ligados a aquélla; la inserción armoniosa y subordinada de las masas es reemplazada por actitudes más beligerantes. Ya no sería necesariamente la irrupción misma la que trastoca el orden sociopolítico establecido polarizando el campo político, sino la mistificación del momento de la inclusión como "irrupción radical". El populismo mantendría así en gran medida su carácter rupturista y dislocador, pero ya no necesariamente por su inscripción en un acontecimiento, sino por la generación retroactiva del acontecimiento como tal; más precisamente, por el trastrocamiento retroactivo de su carácter.

En su clásico trabajo sobre la discursividad del fenómeno peronista, Silvia Sigal y Eliseo Verón (2004) denominaron "modelo de la llegada" al dispositivo de enunciación según el cual Perón se sitúa a sí mismo como un soldado que irrumpe desde el ámbito virtuoso del Ejército, para intervenir en la historicidad degradada de la política, donde diferentes facciones políticas se repartían el poder a expensas del pueblo trabajador. La estructura del mito está aquí sumamente presente: ejército, soldado, pueblo, trabajadores; cada significante es dispuesto en una posición funcional al modelo de enunciación. El ejército es la virtud; la política tradicional es la corrupción; los trabajadores son los marginados cuyas necesidades nadie había representado; Perón es el soldado que trae la virtud del ejército para terminar con las luchas políticas y redimir a los trabajadores. Los símbolos quedan dispuestos de tal manera que el peronismo se constituye como una interrupción en la continuidad histórica, como algo totalmente novedoso. Se trata del momento en el que la "masa", siguiendo a Maristella Svampa (1994) en su análisis del discurso peronista, deviene "pueblo". Pero esta apropiación simbólica requiere una operación adicional: la eliminación de las huellas de la misma apropiación. Claramente, la credibilidad del mito está ligada a su no reconocimiento como tal, es decir, a la percepción de los símbolos como entidades que siempre han sido lo que son. Los trabajadores, por ejemplo, no podrían significar una masa ancestralmente ignorada por los políticos si, simultáneamente, se recordaran las reivindicaciones sociales de los partidos de izquierda. De allí que, como ha analizado Mariano Plotkin (1993), uno de los rituales de masas más importantes del peronismo, el Primero de Mayo, fuese reconstruido a partir de un progresivo desplazamiento de la simbología de los partidos de izquierda que había predominado tradicionalmente, hasta convertirlo en un ritual plenamente peronista. Nuevamente, la construcción de la novedad: un ritual que, mucho antes del surgimiento del peronismo, simbolizaba las luchas por las reivindicaciones obreras, es reapropiado por aquél para simbolizar la adhesión de las masas al liderazgo de Perón.

Cabe preguntarse, en este punto, si la noción de la irrupción radical como elaboración mitológica es incompatible con la idea del populismo como inclusión de lo heterogéneo. A nuestro juicio, no lo es en su totalidad, aunque sí implica una interpretación menos radical de dicho acontecimiento. En primer lugar, aunque las interpelaciones populistas no son, en el caso del peronismo, simultáneas a la inclusión de las masas excluidas, sí son claramente tributarias del proceso de incorporación que se inicia en 1943, sin el cual la reinscripción simbólica a la que hemos venido haciendo referencia no hubiese sido posible. Pero además, dicha reinscripción es a la vez una nueva forma de irrupción, puesto que trastoca la configuración de identidades políticas y genera nuevos puntos antagónicos. Es el carácter "radical" de dicha inclusión lo que se pone en tela de juicio, puesto que no se trata de representar a lo externo al orden simbólico, como si antes de 1945 las masas urbanas no hubieran tenido entidad política. Es más: incluso antes de 1943, dichas masas estaban lejos de carecer de modos de representación en la cultura política dominante. Como ha senalado Gerardo Aboy Carlés en un reciente artículo, "aquellos que no eran admitidos en el espacio comunitario lejos estaban de ser innominados: estigmatizados como 'cabecitas negras', 'rotos' o 'cholos', representaban ese exterior frente al cual el propio estatuto de una 'ciudadanía decente' podía definirse" (2006: 9). Es decir, el peronismo no otorga entidad simbólica a sectores que previamente se encontraban absolutamente ausentes del discurso político, sino que subvierte el sentido de los términos bajo los cuales dichos sectores eran simbolizados. Esta línea de análisis da cuenta, además de los aspectos novedosos del peronismo, de ciertas líneas de continuidad. Lo rupturista, en este sentido, no está dado por la emergencia de una heterogeneidad absoluta frente al ordenamiento político anterior, sino por una subversión de algunos de los elementos ya presentes en dicho ordenamiento. Es por ello que la configuración identitaria previa condiciona la articulación discursiva emergente17.

Si, como hemos aclarado, la construcción mítica de la irrupción no significa que la misma no conlleve efectos disruptivos, sí implica que la forma en la que dicha construcción se articula establece los términos de la irrupción; más precisamente, determina las condiciones bajo las cuales se produce la ruptura con el orden previo. Pero a su vez, significa que la irrupción no es nunca un hecho acabado, puesto que está abierta a una permanente reinterpretación: por momentos, las masas son una fuerza liberadora contraria a las relaciones de poder tradicionales; luego, son una pieza fundamental en el ordenamiento de la "comunidad organizada". De allí que de Ípola y Portantiero vieran en el populismo una sucesión de esas dos etapas: una rupturista y otra integrista. Pero, como ha senalado Aboy Carlés (2001; 2005), dichas etapas no pueden ser tan tajantemente separadas temporalmente, puesto que el discurso peronista es, desde sus inicios (y más allá de la primacía de una fórmula o de la otra en diferentes momentos) fluctuante entre ambas tendencias. El propio de Ípola (1983: 130) postuló que "el proyecto populista-obrero nació al calor y sobre la base del populismo nacional-burgués peronista". El peronismo nunca termina de decidir entre lo nacional-popular y lo nacional-estatal. Si bien, como senala de Ípola, las interpelaciones populistas van progresivamente disminuyendo hacia 1955, lo cierto es que poco antes del golpe reaparecen con toda su fuerza en un discurso pronunciado por Perón:

"A la violencia hemos de de contestar con una violencia mayor (.) Con nuestra tolerancia exagerada, nos hemos ganado el derecho a reprimirlos violentamente. Y desde ya establecemos como una conducta permanente para nuestro movimiento: aquel que en cualquier lugar intente alterar el orden en contra de las autoridades constituida, o en contra de la ley o de la Constitución, puede ser muerto por cualquier argentino. (.) Esta conducta que ha de seguir todo peronista no va dirigida solamente contra los que ejecuten actos de violencia, sino también contra los que conspiren e inciten" (Perón, 31/8/1955).

La indecisión entre las interpelaciones populares y las interpelaciones nacional-estatales atraviesa al fenómeno peronista desde, al menos, la campana electoral de 1945, hasta el golpe de Estado de 1955. Dicha indecisión no dejó de estar vinculada a las acciones y reacciones de la oposición antiperonista. De allí que los discursos más inequívocamente confrontativos de Perón surgieran o bien en momentos de competencia electoral, o bien como respuesta a ataques directos de grupos opositores (bombas en los festejos del Primero de Mayo de 1952, inminencia de golpe de Estado en 1955). La polarización del campo político no es sólo un posicionamiento ideológico del peronismo, sino también una forma de interacción entre fuerzas antagónicas que no consiguen estabilizar sus posiciones. Es por eso que, a nuestro juicio, el populismo no puede ser reducido a un momento de dislocación, puesto que ésta atraviesa también al régimen populista, desde adentro y desde afuera de la propia identidad populista.

Conclusión

Hemos intentado demostrar que la noción del populismo como irrupción de lo heterogéneo, tal como es sostenida por Laclau y Barros, presenta ciertas complicaciones al ser contrastada con el desarrollo histórico del peronismo. En ese sentido, hemos senalado cómo el campo político va adquiriendo entre 1943 y mediados de 1945, antes del momento propiamente "populista" del peronismo, una configuración identitaria en gran medida similar a la que caracterizaría luego al régimen peronista. La incorporación de las masas se produce en ese momento bajo una forma integrista y organicista, que luego es reinterpretada en términos confrontativos y antagónicos. Ese desfase entre irrupción e interpelación populista revela que ambos elementos no se producen simultáneamente y que, por lo tanto, no están restringidos al instante del "acontecimiento", como senala Barros. De allí que la indecisión entre ruptura e integración de la que habla Aboy Carlés sea posible: debido a que la irrupción se constituye a través de la estructura de un mito, tanto su sentido como sus efectos escapan a cualquier determinación apriorística. Aquélla puede ser tomada tanto para intentar superar una situación de dislocación, como ocurrió entre 1943 y mediados de 1945, como para acentuar un antagonismo, como ocurre a partir de fines del '45.

Si bien la noción de lo heterogéneo como exterior al orden simbólico debe ser matizada, puesto que, como senala Aboy Carlés, aun las masas marginadas contaban con alguna forma de inscripción en el orden previo al peronismo, sí se produce un tipo de incorporación en tanto que dichas masas comienzan a ser interpeladas directamente por un discurso político. Ello necesariamente desestabiliza las posiciones identitarias previas. Pero, como hemos visto, no es esa incorporación en sí misma la que da lugar a las interpelaciones populistas y a la dicotomización del campo político, sino la reinscripción mítica de dicho acontecimiento como irrupción radical. Por lo tanto, desde nuestro punto de vista, la categoría de populismo no tiene por qué restringirse necesariamente a la idea de acontecimiento. En tanto que la construcción retroactiva de dicho acontecimiento forme parte de una constante discursiva, nada impide que un discurso populista se desarrolle y se prolongue a lo largo del tiempo.  

Notas

1 En este trabajo, claramente influenciado por la obra de Althusser, Laclau sostiene la división de lo social en instancias, siendo la economía determinante. Posteriormente este modelo sería abandonado por el autor.
2 Para una definición del concepto de "campo de la discursividad" que aquí utilizamos, ver Laclau y Mouffe (2004).
3 Sobre la articulación equivalencial o "lógica de las equivalencias", véase Laclau y Mouffe (2004).
4 La policía es, para Ranciere (2005), el orden ajeno a la política, puesto que en él las identidades se dan por sentadas en sus posiciones sedimentadas.
5 En "Hacia una teoría del populismo", Laclau toma como ejemplo solamente discursos de 1945.
6 Los pormenores del proceso político que va de 1943 a 1945 fueron minuciosamente analizados por Juan Carlos Torre (2006).
7 Este aspecto de la compleja relación entre el peronismo y la democracia fue inteligentemente observado por Tulio Halperín Donghi (1987).
8 Aquí nos basamos principalmente en los trabajos de Torre (2006), Luna (2005) y Halperín Donghi (2000).
9 El agrupamiento de los partidos políticos tradicionales comienza a conformarse a partir de experiencias previas a la aparición del peronismo. Al respecto, ver García Sebastiani (2005).
10 El significante vacío es un elemento central para comprender la dinámica de una formación hegemónica, según el enfoque que estamos utilizando. Para una explicación conceptual, ver Laclau (1994).
11 La estigmatización de la política social del peronismo como demagogia fascista fue enérgicamente encabezada por el Partido Socialista, principalmente a través de los editoriales de Américo Ghioldi en La Vanguardia. Ver al respecto el trabajo de Carlos Miguel Herrera (2005).
12 Que las migraciones internas hayan sido el factor determinante para explicar la adhesión de la clase obrera al peronismo (ver Germani, 1982) es un hipótesis en gran medida superada. No obstante, aquéllas fueron un elemento relevante en la reconfiguración ideológica de la clase obrera.
13 El poco margen de maniobra en el que se movía Perón en la coyuntura de 1945 ha sido minuciosamente analizado por Félix Luna (2005). Es también ilustrativo el análisis de Carlos Altamirano (2007).
14 Daniel James (2005) ha analizado en profundidad el modo en el que el peronismo subvierte el sentido de los significantes tradicionales de la política argentina, a través de su desplazamiento hacia significados vinculados a lo social.
15 Agradezco a Gerardo Aboy Carlés el haberme senalado este punto.
16 El concepto de mito elaborado por Barthes fue sujeto a varias críticas, que dieron lugar a ulteriores revisiones por parte del autor. Creemos que los elementos aquí utilizados retienen un importante valor explicativo.
17 La tensión entre configuraciones identitarias sedimentadas y potenciales discursos que las subvierten, es un debate demasiado extenso para abordar aquí. La categoría de populismo, tal como fuera esquematizada por Laclau (2005) en La razón populista, es un elemento central en dicho debate.  

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