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Revista SAAP

On-line version ISSN 1853-1970

Revista SAAP vol.3 no.4 Ciudad Autónoma de Buenos Aires July/Dec. 2009

 

RESEÑAS

Liberalismo antiguo y moderno

Leo Strauss
Katz Editores, Buenos Aires, 2007, 390 páginas.

Matías Ilivitzky

¿Es posible hacer referencia a un concepto en un contexto que antecede a su propia constitución y definición? Leo Strauss demuestra en esta excelente obra que no solamente eso es posible sino que en realidad, ante situaciones dicotómicas como la referida, es necesario indagar profundamente en torno al significante en cuestión, a fin de evaluar si en verdad no tiene algún origen o cierta adscripción que trascienda con creces las definiciones y referencias temporales con las que es encasillado por el sentido común.

Será precisamente el tercer capítulo, denominado "El liberalismo de la filosofía política clásica", el que se ocupe de zanjar este dilema. El filósofo de Kirchhain refutará una interpretación positivista de Eric Havelock plasmada en un escrito que busca hallar el temperamento liberal subyacente al corpus filosófico de la antigua Grecia en general, y al elaborado por Sócrates, Platón y Aristóteles en particular (ignorando a Heródoto y Tucídides, quienes para Strauss deberían ser incluidos en este canon debido a que a su juicio todo presupuesto liberal incluye inherentemente a la filosofía de la historia).

El liberalismo straussiano se caracteriza por sus virtudes clásicas, analizadas y postuladas por la filosofía en la Antigüedad, consistente en ser autónomo, preferir los bienes del alma por sobre los materiales, es decir la liberalidad en lo concerniente a las propias posesiones, apoyar las garantías republicanas frente a iniciativas demasiado autoritarias y, como también lo explayará en los dos primeros apartados de este libro, mantener una conducta virtuosa, excelente y noble.

A partir de los comienzos del siglo XIX la filosofía política moderna constituirá, en oposición a estos postulados, otro credo liberal, el cual estará sustentado en una defensa irrestricta (y a juicio de Strauss irresponsable políticamente) del individualismo frente a cualquier autoridad no sólo pública sino asimismo socialmente constituida. No existirán, en el mejor de los casos, normas prefijadas que regulen la convivencia humana a fin de otorgarle un sentido último y un marco de acción a la misma, para dejarle así a los sujetos el mayor ámbito de libertad posible. Esta última será equiparada a la tolerancia absoluta e irrestricta, la que es ontológicamente imposible, ya que por carecer de flexibilidad (como cualquier paradigma absoluto) se enfrenta con aquellos que posean posiciones sólidamente fundadas en determinados valores y que no deseen, en consecuencia, coexistir pacíficamente con cualquier otra alternativa que deniegue sus propios presupuestos. En pos de contrarrestar al autoritarismo extremo la modernidad desestabilizará cualquier intento por constituir poder alguno, favoreciendo una polaridad maniquea que posee su otro integrante en la volición irrestricta, en la ausencia generalizada de normativa. E incluso cuando su epígono epistemológico, vale decir el positivismo, atente contra la formulación de juicios de valor en las ciencias, y en base a esa postura intente desacreditar toda la tradición del pensamiento filosófico político, hasta el mismo ejercicio del pensamiento se verá amenazado y deberá defenderse de tales empresas. Tal es uno de los cometidos de Liberalismo antiguo y moderno, cuya primera edición es de 1968, y que con "Un epílogo" se inserta en la polémica por rehabilitar la validez de la teoría per se, que era severamente cuestionada por el empirismo vigente a mediados del siglo XX, intento que por otra parte vería reflejados sus frutos recién en 1971 con la publicación de la Teoría de la justicia de John Rawls. En este sentido Strauss demuestra en el prefacio su solidez conceptual al realizar una equiparación que en ese contexto histórico particular de la realidad política norteamericana podría ser denominada como cuasi-herética: debido a que el liberalismo de los antiguos se opone no al conservadurismo sino al iliberalismo, ambos se asemejan, a pesar de que la corriente liberal contemporánea se desentienda de ese paralelismo y en consecuencia pierda la riqueza conceptual y espiritual que la caracterizase previamente. Consiguientemente, Strauss intenta aquí tanto un elogio de la moral conservadora como una admonición a los liberales estadounidenses a recuperar un pasado invaluable.

En esta instancia del discurso es donde se recubre de extrema importancia a la educación, ya que en la instrucción de las masas el criterio cualitativo fue desplazado por el cuantitativo. Parecería que, en el empeno por generalizarse, se ha desvíado el foco de atención hacia cuestiones triviales y no se reparase en los contenidos a ser ensenados y transmitidos a las nuevas generaciones. La educación liberal se debe ocupar de comunicar el saber de aquellas personas, cuya aparición en la historia es extraordinaria, que fueron maestros sin ser alumnos (ya que de lo contrario, a juicio del autor, siempre habría alguien con mayor sabiduría de quien aprender, originando una cadena de aprendizaje tutelado ad infinitum) y que ofrecen la oportunidad de interiorizarse en su pensamiento a través de la lectura de los grandes libros que dejaron para la posteridad. "¿Qué es la educación liberal?" se cuida, sin embargo, de diferenciar esta actividad del llano adoctrinamiento, y especifica que su objetivo principal es contrarrestar a una cultura popular y masiva que, si bien fácilmente aprehensible, no requiere esfuerzo moral o intelectual de ningún tipo para ser interiorizada. Esta actitud sostiene que es posible superar e inclusive ignorar a las grandes luminarias de pasado. Las sociedades contemporáneas en consecuencia manifiestan signos de apatía política y ausencia de espíritu público, ya que la democracia requiere esfuerzo, concentración y dedicación constante. La acción educativa inspirada en el auténtico liberalismo deberá inculcar entonces la modestia y humildad necesarias para reconocer las propias carencias, y demostrar que el hombre actual se encuentra abocado a la vulgaridad, con la inherente carencia de belleza que esa disposición promueve. De no variar esta situación correrán riesgo tanto el régimen político democrático como la posibilidad de formar y seleccionar a la aristocracia dirigencial que garantice su supervivencia futura. La tarea de la filosofía en "Educación liberal y responsabilidad" será precisamente el instruir a las nuevas generaciones en torno a la virtud y la sabiduría a fin de sostener en el largo plazo a la misma política.

El cuerpo intermedio del libro se compone de los artículos "Sobre el 'Minos'", "Notas sobre Lucrecio", "Cómo empezar a estudiar la 'Guía de Perplejos'", "Marsilio de Padua" y "Prefacio a 'Crítica de la religión de Spinoza'". Estos textos, que poseen propósitos diversos (pero no orígenes cronológicos tan distantes ya que, salvo el mencionado en último lugar, todos fueron escritos entre fines de la década del cincuenta y principios de la del sesenta) reflejan, a la manera de la aplicación teórica a estudios de casos, gran parte de lo enunciado previamente en torno a las apreciaciones clásica y moderna sobre el liberalismo como tal.

El último apartado, denominado "Perspectivas sobre la buena sociedad", glosa ciertos lineamientos a tomar en consideración en el momento de establecer o analizar los fundamentos de todo agrupamiento humano. El orden civil en un mundo con una hegemonía liberal aparentemente incontestada deberá basarse en la razón, y no en la revelación (no es un dato menor proclamar semejante afirmación en un coloquio judeo-protestante como el que inspirase estas reflexiones), y debe tener un código legal que regule a la comunidad sin limitar simultáneamente su crecimiento, a fin de otorgarle a éste dirección y sentido.

Por lo tanto, a través de todo el recorrido con el que Strauss nos guía por algunos de los elementos y momentos cardinales de la filosofía política occidental, arribamos a una conclusión opuesta a la que iniciaba esta resena bibliográfica. En realidad, el único liberalismo que puede sostenerse es el antiguo, mientras que es el nuevo el que, pretendiendo modificar a aquél radicalmente, sostiene unos postulados que además de ser contrarios al espíritu liberal primigenio atentan contra cualquier iniciativa que aspire a fundar un orden político y social efectivo que desee sostenerse en el tiempo.

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