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Revista SAAP

versión On-line ISSN 1853-1970

Revista SAAP vol.4 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires ene./jun. 2010

 

ARTÍCULOS

Escenarios sociales y participación política juvenil. Un repaso de los estudios sobre comportamientos políticos desde la transición democrática hasta Cromagnon*

Pedro Nuñez

FLACSO / CONICET
pnunez@flacso.org.ar

Resumen

Este trabajo busca explorar el modo en que las ciencias sociales analizaron en los últimos tiempos los procesos sociales que afectaron a la juventud. La intención es incorporar nuevas claves de lectura de los fenómenos contemporáneos, que permitan intuir los modos de involucrarse en la sociedad protagonizados por los jóvenes. En los primeros apartados se analiza brevemente las perspectivas predominantes con las que las ciencias sociales en general, y los estudios sobre juventud en particular, indagaron en la relación de las nuevas generaciones con la política desde el regreso a la vida democrática en 1983. En un segundo momento, realizamos el ejercicio comparativo de pensar el impacto que tuvieron dos sucesos de amplia repercusión (el incendio ocurrido en Cromagnon y los hechos violentos que acontecieron en una escuela en Carmen de Patagones) en las prácticas y acciones políticas de los y las jóvenes que asisten a establecimientos educativos de nivel secundario en dos jurisdicciones del sistema educativo.

Palabras clave

Juventud; Política; Participación política; Estudios de juventud; Escuela secundaria

Abstract

The purpose of this paper is to explore how social sciences have recently addressed the social processes that have recently affected young people. We intend to incorporate new approaches to contemporary phenomena which may help understand the ways in which young people participate in society. The first sections briefly describes the main perspectives that social sciences in general, and youth studies in particular, have applied to investigate the relationship between the new generations and politics since the restoration of democracy in 1983. The paper then focuses on a comparative analysis of the impact of two events (the República Cromagnon nigthclub fire and the violent events in a school in Carmen de Patagones) which greatly impacted on the political practices and actions of young people attending secondary school in two education jurisdictions.

Key words

Youth; Politics; Political participation; Youth studies; Secondary school

I. La amalgama entre problemas sociales y problemas de investigación: de la preocupación por la apatía de los jóvenes al énfasis en lo performativo como práctica política

El 10 de diciembre de 1983 representa en la historia argentina reciente mucho más que el momento en que asumió un gobierno democrático luego del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional iniciado el 24 de marzo de 1976. Esa fecha —pocos días antes del inicio del verano— funcionó como una bisagra entre lo que quedaba atrás y el conjunto de expectativas acerca de lo que estaba por venir, expresión de una disyunción entre dos etapas de la vida política del país. La dictadura dejaba un trágico saldo de desapariciones, torturas, exilios; de la impregnación del miedo en las prácticas más cotidianas de una sociedad que no se quería reconocer en el horror1. Quedaba también como saldo el inicio del proceso de descomposición de la matriz integracionista del país, particularmente visible en los cambios en su estructura socioeconómica debido al proceso de desindustrialización y a las mutaciones en la estructura ocupacional.

Desde que se inició la campaña electoral pareció existir en la sociedad la ilusión de que con el regreso al régimen democrático se solucionaban todos los problemas, las demandas serían atendidas, la libertad y la igualdad se harían realidad. Creencia compartida y generadora de un lazo de unión y esperanza entre amplios sectores de la sociedad —más allá de su identificación política— y el presidente electo quien en su campaña apeló a la civilidad, tanto desde la referencia al preámbulo de la Constitución Nacional como anhelación del bien común como por la popularización de la frase "con la democracia se come, se vive, se educa"2. El relato de la historia se edificó sobre estas nuevas coordenadas conceptuales, en particular en el eje autoritarismo-democracia, convirtiendo a la elección de 1983 en el punto de inflexión para revertir la lógica amigo-enemigo presente en la violencia que caracterizaba a la sociedad argentina (González Bombal, 1997).

La confianza en la democracia, compartida por vastos sectores sociales —incluido el mundo académico— descuidaba la atención de otras esferas de la vida social. Durante la transición democrática la intención de fortalecer el proceso democrático sesgó el análisis de la mayoría de los trabajos realizados por esos años. El eje que vertebraba las preocupaciones de la época giraba en torno a la transición de un régimen autoritario a uno democrático, caracterizada por Portantiero (1987) como una transición por ruptura dado el colapso del poder militar argentino, al que contribuyó decididamente la derrota en la Guerra de Malvinas.

En la nueva etapa democrática que se inauguraba en el país, las ciencias sociales buscaron constatar las continuidades y rupturas respecto de la tradición política argentina así como llamar la atención sobre las debilidades institucionales que el gobierno electo debía enfrentar. Entre las rupturas propias del resurgir democrático una de las más pronunciadas consistía en que la ciudadanía recurrió a una fuente de legitimidad novedosa para justificar y respaldar sus acciones. Efectivamente, durante esos años la apelación a los derechos y la justicia como forma legítima interpelaba de manera distinta a la tradición política argentina, más vinculada al populismo y al movimientismo (Cheresky, 1993). Indudablemente, esta revalorización se encontraba estrechamente relacionada con la temática de los derechos humanos que llevó a potenciar una noción de ciudadanía que remitía fundamentalmente a la esfera de los derechos individuales y políticos. De manera paralela, aunque tal vez con un impacto menor, otros trabajos prestaron atención a los componentes más particulares de la sociedad, afirmando que una de las principales debilidades que la joven democracia debía afrontar era "la existencia en la sociedad argentina de una pronunciada tendencia general a la ilegalidad y a la anomia" (Nino, 1991: 31).

El Juicio a las Juntas Militares realizado en 1985 surgía como un hito, una bisagra en los comportamientos políticos que llevaron incluso a que los sentidos sobre la justicia se modificaran, adquiriendo un carácter institucional (Jelin, 1996). Tal como lo destaca Smulovitz (2002) la sentencia a los ex comandantes militares implicó un descubrimiento de los beneficios de ley y contribuyó a que diferentes actores fundamentaran y legitimasen sus acciones en discursos que invocaban al derecho o denunciaban su violación.

A su vez, el relato se imbricaba con aquellos diagnósticos que destacaban que la sociedad argentina se había distinguido durante gran parte del siglo XX, junto a otros países del Cono Sur como Chile y Uruguay, por sus amplias clases medias y por una estructura social más igualitaria que permitía la integración social donde el Estado cumplía un rol determinante. Ambos diagnósticos, con más puntos en común que disonancias, conllevaban la tentación de augurar que el regreso a la democracia alcanzaría para recuperar las condiciones de inserción e integración social que históricamente la Argentina había sostenido.

Pero este relato con cierto dejo nostálgico puede contrastarse con otros análisis. En un trabajo de fines de la década del ochenta el politólogo Guillermo O'Donnell (1997) señalaba que la sociedad argentina se caracterizaba, en comparación con la brasileña, por ser relativamente igualitaria y autoritaria a la vez. Ciertamente se trataba de una sociedad que había contado con altos niveles de movilidad social ascendente, pero que también experimentó durante varias décadas la presencia de gobiernos autoritarios.

Las condiciones de inclusión que mencionábamos más arriba, y que se hallan hoy en crisis, fueron objeto de estudio privilegiado por las ciencias sociales desde el regreso de la democracia en la década del ochenta, aunque la juventud distaba de ser un objeto de estudio preeminente. Esta vacancia fue parcialmente corregida a partir del año 1985, producto sin dudas de la promulgación por parte de Naciones Unidas de dicho año como el Año Internacional de la Juventud3, que permitió tanto que los países contaran con recursos para financiar investigaciones, como lograr que los institutos estadísticos proveyeran de información sobre el rango etario que la comprende4.

El trabajo publicado en 1986 por Cecilia Braslavsky La juventud argentina. Informe de situación es fundante de los estudios de juventud por varias razones. En primer lugar porque realizaba un análisis detallado de la situación social del segmento juvenil, comparando su situación con la de las generaciones que le sucedieron, basándose en la información de los Censos Nacionales de 1960, 1970 y 1980, y en las estadísticas producidas en los primeros años de la década del ochenta. En segundo lugar, porque discutía el mito de la juventud argentina como homogénea, apelando a la utilización de colores como metáforas para describir la realidad del colectivo. De esta forma daba cuenta, antes de las reformas estructurales de los años noventa, de una situación desigual para la juventud caracterizada por la disparidad de situaciones existentes en el eje inclusión-exclusión.

En su investigación Braslavsky brinda un bosquejo de la situación de la juventud argentina describiendo su distribución territorial, nivel educativo, actividades, relación con el trabajo, la familia y la participación política. En este último apartado define explícitamente a la participación política como "todas las acciones directamente orientadas a influir sobre las tomas de decisión en los asuntos públicos o, más aún, a hacerse cargo de ellos total o parcialmente" (Braslavsky, 1986: 110). A continuación enumera un abanico de formas participativas en las que los jóvenes tuvieron —o tenían en el momento de redacción del informe— intervención. Aún latentes los ecos de la experiencia de las organizaciones político-militares de los setenta —a las cuales un número considerable de jóvenes se había sumado como modo principal de involucramiento político—, el regreso a la democracia mostraba un escenario construido sobre trazas precisas: los partidos políticos, los centros de estudiantes, los sindicatos, las movilizaciones, siendo quizá el aspecto más novedoso la constatación de Braslavsky de la importancia que adquiría ya en ese entonces la opinión pública.

Lejos de encandilarse con el estado de intensa participación que parecía atravesar la sociedad, su trabajo también se ocupaba de señalar que, a pesar de la euforia por la recuperación de la democracia, la juventud comenzaba a ser definitivamente vista como problema (retomando un discurso de los años '60) (Braslavsky, 1986); como un "otro" peligroso, dueño de actitudes extrañas, incomprensible a los ojos de los adultos. Asimismo, por ese entonces la reflexión acerca de la participación política juvenil se centró, como mencionamos unas líneas más arriba, primordialmente en torno a las formas más tradicionales, como los partidos políticos y fundamentalmente, los centros de estudiantes tanto secundarios como universitarios. Salvo pocas excepciones, como la caracterización que hizo Pablo Vila (1985) del rock nacional como un movimiento social, fueron escasos los estudios que consideraron modos menos convencionales de intervenir en la vida política del país.

Las ciencias sociales renovaron sus objetos de estudio, de un modo tal que se produjo una amalgama entre problemas sociales y problemas de investigación. Los tiempos de la transición instalaron a la democracia como problema en la agenda de investigación (Lechner, 2004). Desde entonces los estudios que buscaban comprender los fenómenos políticos propios de los últimos años del siglo XX acapararon nuevas inquietudes, aunque la mayor parte de ellas remitían a la crisis de representación y al malestar de la ciudadanía con los partidos políticos. Este quiebre en el vínculo representantes-representados afectaba notoriamente a los primeros, pero tenía también notorias consecuencias sobre el modo en que la sociedad se involucraba con la vida política. Asimismo, la percepción de que la política ya no pasaba exclusivamente por el lazo representativo con los partidos políticos permitió que la bibliografía prestase atención a formas de participación política diferentes de las tradicionales.

Entrados ya en la década de los noventa, las preocupaciones viraron, debido en parte al éxito logrado por un gobierno de raigambre popular —el primer peronismo electo luego de la muerte de Perón— en la aplicación de políticas que redundaron en una redefinición del rol del Estado y del mercado, perdiendo el país la matriz Estado-céntrica que lo había caracterizado por décadas (Cavarozzi, 2002). Por aquellos años Guillermo O'Donnell (1993) relacionó las transformaciones en la manera de entender la ciudadanía con los cambios socioculturales en el marco de una crisis del Estado expresada en tres dimensiones: territorial, al no tener llegada en todo el país, funcional relacionada a la eficacia de la ley, y simbólica al disminuir la percepción de que la acción del Estado tiende al bien común. Su metáfora cartográfica presentaba un mapa de los países latinoamericanos dividido en áreas azules, verdes y marrones; cada una de ellas caracterizada por distintos grados de eficacia de la ley, lo que tenía como consecuencia la consolidación de una ciudadanía de baja intensidad.

En el ámbito de los estudios sobre los comportamientos políticos el análisis hacía hincapié en la crisis de representación política, fenómeno al que no pocos atribuían al alejamiento de los jóvenes de la vida partidaria5. Por su parte en los estudios sobre juventud se producía un desplazamiento en las preocupaciones de la investigación en el tema. Mientras que en los tiempos de la transición democrática predominaban las miradas que daban cuenta de la importancia de la participación juvenil en organizaciones estudiantiles, partidos políticos y sindicatos, los trabajos realizados hacia fines de los noventa se preguntaban más bien por el interés/desinterés de los jóvenes por la política (Sidicaro y Tenti Fanfani, 1998) o por los impactos que tenían las transformaciones sociales en el modo en que los jóvenes se vinculaban con la participación (Urresti, 2000; Balardini, 2000).

Pero así como es posible presentar otras conjeturas que refieren más bien a las mutaciones en los mecanismos de representación política (Manin, 1992), en lo que refiere estrictamente a los comportamientos políticos juveniles es necesario precisar el análisis e inscribir sus conductas en un marco contextual más amplio donde quienes hoy son considerados jóvenes experimentan su condición juvenil. No es posible analizar su falta o no de interés por la política sin situarla en un contexto en el que amplias capas de la población tienen una relación de desconfianza con ella. Las representaciones de los jóvenes sobre este fenómeno, más que hablarnos sólo de ellos, expresan una metáfora acerca de los comportamientos políticos de la sociedad en su conjunto.

La década del noventa fue el momento histórico en el que los estudios sobre juventud ganaron mayor visibilidad y se concentraron fundamentalmente en la indagación en las consecuencias de la pobreza, las dificultades en el ejercicio de derechos o en el acceso a servicios de salud6. La proliferación de este tipo de trabajos permite sostener que en el ámbito de los estudios sobre juventud en la Argentina existe una articulación entre la definición de problemas sociales y problemas de investigación; pareciera existir una amalgama entre la forma en que las sociedades definen sus problemas sociales y la elección de los temas de investigación. El creciente interés de la investigación en ciencias sociales por dar cuenta de los modos en que los jóvenes viven los fenómenos sociales es concomitante al incremento de la preocupación societal que se cierne sobre la juventud.

De manera paralela comenzaron a cobrar preponderancia aquellos trabajos que intentaban el ejercicio de imaginar nuevos modos en que los jóvenes se involucraban con la vida política. En el estado del arte realizado para el periodo 1985-2006, Mariana Chaves destaca que el enfoque de participación fue el "privilegiado para el análisis de lo político en los jóvenes" (Chaves et al., 2006: 62) pero a su vez la autora da cuenta de ciertos cambios en el modo de abordaje del objeto de estudio, constatables en el modo en que las investigaciones analizan la situación de los jóvenes. Esta tendencia en los estudios sobre juventud y política, manifiesta un desplazamiento en las preocupaciones de la investigación en el tema, en el que la interrogación acerca de la participación juvenil transita de los estudios sobre las instituciones de la modernidad hacia la indagación en las nuevas experiencias participativas donde lo performativo cobra especial relevancia, buscando interrogarse por su lugar como actores y productores culturales.

En particular, fueron la sociología de la cultura y la antropología las disciplinas que con mayor interés se acercaron a estas temáticas. Gran parte de los trabajos indagan en la producción realizada por los jóvenes en los espacios que tiempo atrás se consideraban de "ocio" y que ante la dificultad para establecer una tajante separación entre tiempo de trabajo y tiempo de ocio adquiere nuevos sentidos para las juventudes. Entre los estudios que incorporan esta clave analítica encontramos los que exploran en la producción en prácticas juveniles como el rock (Vila, 1985; Seman y Vila, 1999), la forma de utilización del espacio público (Saravi, 2004; Chaves, 2005), el fútbol (Alabarces y Rodríguez, 1996; Alabarces, 2000; Garriga Zucal, 2007), los grupos circenses (Infantino, 2005), los recitales (Citro, 1998) o los cyber (Remondino, 2005). Estos instantes de construcción identitaria lejos de implicar un "no hacer nada" adquieren centralidad como espacio de encuentro y producción. Mientras a los ojos adultos juntarse en la esquina, la plaza o en casa de amigos, tocar en una banda, estar en la murga, ir a la cancha, al cyber o un recital, hacer un graffiti puede implicar tan sólo un "pasar el tiempo" para muchos jóvenes es el escenario donde se arman y desarman estrategias identitarias7. La salida, el encuentro con amigos diagrama un itinerario, un circuito a través del cual los jóvenes entran en contacto con diferentes actores sociales y producen prácticas localizadas/territorializadas, pero que en algunos casos implican transformaciones culturales a una escala más amplia.

Es sumamente ilustrativo del modo en que los jóvenes conciben la vida política —e indirectamente de las transformaciones que a nivel macro se producen paralelamente— el caso de las murgas que Mariana Chaves (2005) estudia en la ciudad de La Plata. La autora analiza el proceso de confrontación con el Estado que llevan adelante las murgas ante las dificultades para usar el espacio público como lugar de encuentro y movilización.

La concepción del Estado como otro peligroso contribuyó a delinear nuevas trazas para la construcción de las narrativas identitarias juveniles, dentro de las cuales la oposición a la policía fue una de las principales. Mientras las juventudes de los partidos políticos buscaron tardíamente recomponer lazos con jóvenes para quienes la política comenzaba a ser sinónimo de corrupción8 mediante la distribución de tarjetas con números de teléfono para denunciar abusos policiales, los casos de gatillo fácil aumentaron de modo exponencial, contribuyendo a conformar un nuevo entramado desde el cual pensar el vínculo con la política.

Laura Gingold examinó con mayor detalle uno de esos sucesos, el ocurrido en 1987 en Ingeniero Budge9. En su investigación destaca que las movilizaciones contra los casos de gatillo fácil —los cuales crecieron notablemente en la década del noventa10— permitieron la emergencia de otras formas de expresar las propias opiniones sobre la justicia, la defensa de derechos que se creyeron legítimos y el cuestionamiento del accionar policial aunque se intensificaron las dificultades para enfrentar por primera vez la administración de justicia (Gingold, 1996)11.

En el nuevo siglo las condiciones sociales que enfrentan quienes se encuentran experimentando la juventud presentaban más continuidades que diferencias con el contexto al que hicimos referencia. En septiembre de 2002 Ezequiel Demonty fue encontrado ahogado en aguas del Riachuelo, en La Boca. Pese al hermetismo policial, a los pocos días trascendieron los detalles de su muerte: Ezequiel había sido detenido por la policía junto a dos amigos a la salida de una bailanta, golpeado y torturado por los agentes que lo obligaron a meterse en el agua como "escarmiento".

Silvia Elizalde relata la participación de los y las jóvenes vecinos de Ezequiel en las numerosas marchas en repudio a la violencia institucional12, pero lo hace a partir de seguir la participación espontánea del grupo de chicas con las que se encontraba por aquel entonces realizando su trabajo de campo. El grupo se había autodenominado "Las Feas", buscando a partir de esta estrategia discursiva de autoafirmación parodiar el estigma y producir prácticas alternativas sobre su condición de mujeres jóvenes pobres (Elizalde, 2003). En su estudio sostiene que la participación en las movilizaciones en reclamo de justicia y contra la estigmatización de la juventud de los sectores populares se construye sobre un nuevo sentido de la resistencia que no recurre a las figuras del pasado ni a las demandas de los grupos feministas13. Los nuevos sentidos se constituyen en oposición a la impunidad de los poderosos, la falta de justicia social y la ausencia del Estado y la denuncia de la (primera) agencia estatal con la que tienen más contacto —la policía14—, permeando el tipo de prácticas a utilizar en la relación con otras instancias estatales.

Estas producciones otorgan nitidez a algunos aspectos poco estudiados de las prácticas políticas juveniles. Prácticas que abjuran de la tradición militante privilegiada por las generaciones anteriores pero que de un modo simultáneo producen nuevas sensibilidades políticas a partir de sus experiencias cotidianas. El contexto de interacción en el que la juventud aprende los significados de hacer política se organiza en torno a coordenadas espaciales y temporales diferentes a las que estructuraron los modos de involucramiento político protagonizado por sus padres o abuelos.

Las variadas formas que adquiere la participación en la actualidad difieren considerablemente de aquellas de las que se valieron generaciones anteriores —en particular la que transitó los últimos años de los sesenta y los comienzos de los setenta—. Su estudio permite discernir indicios en el seno de la acción política y cultural que desarrollan diversos grupos de jóvenes en distintos espacios que van desde las instancias comunitarias (Vommaro, 2007) en relación a movimiento de derechos humanos, como destacó Bonaldi (2006), o sobre los jóvenes mapuches urbanos (Kropff, 2007), así como los estudios que prestan atención a las nuevas tecnologías entendidas como espacio de expresión política (Urresti, 2008; Balardini, 2008).

En definitiva, los trabajos iluminan aspectos poco considerados en el momento de reflexionar sobre la juventud, discuten las representaciones predominantes acerca de distintos temas que los afectan, conceden la oportunidad de observar aquellas cuestiones que perduran como expresión de continuidades en las maneras de vivir los fenómenos por parte de las distintas generaciones y permiten imaginar cambios aún por arribar al constatar en ellos comportamientos alejados del patrón tradicional. Las nuevas conceptualizaciones sobre la juventud, aportan abordajes novedosos pero tienden a estructurarse en los términos en que O'Donnell caracterizaba a la sociedad argentina: igualitaria y autoritaria. El breve itinerario aquí presentado da cuenta de un contexto paradojal para la acción política: un contexto social en el que se pone en suspenso la matriz integracionista debido al incremento de las desigualdades y una sociedad participativa, involucrada en la política que —de modos diferentes de acuerdo al contexto que le toca vivir— cuestiona los rasgos autoritarios presentes en ella.

II. Otros puntos de partida: los reclamos de grupos de jóvenes en el nuevo escenario social

A más de veinte años de la recuperación de la democracia las viejas preguntas pueden ser replanteadas desde nuevas dimensiones. Juan Carlos Torre (2003) señala que la trayectoria de la democracia de partidos culminó en dos fenómenos contrapuestos, por un lado generó una masa crítica de ciudadanos y de activismo cívico que mantiene una actitud alerta, mientras que la misma dinámica política impulsada por estas expectativas democráticas contribuyó a una crisis de la representación política que impacta de manera diferente en las subculturas políticas que encarnan los dos partidos tradicionales del país, el PJ y la UCR15.

Desde esta perspectiva, es posible leer las transformaciones políticas ocurridas durante los últimos años a partir de un nuevo prisma. Diversos ejemplos demuestran que en lugar de un escenario compuesto de actores apáticos contamos con múltiples canales de denuncia expresados en modos de activismo cívico que difieren en cuanto a sus reclamos, pero que en muchos casos comparten los métodos utilizados. Efectivamente, los partidos políticos ante la complejidad y heterogeneidad del conjunto a ser representado, ya no son los canales principales a través de los cuales se constituyen las identidades políticas. Las narrativas identitarias juveniles recurren a otros componentes para construir sus esquemas de intervención pública; son otras pues las coordenadas donde los jóvenes aprenden los significados de hacer política.

Observemos brevemente dicho escenario. Es posible constatar la presencia de un número considerable de organizaciones de la sociedad civil que en los últimos años viraron en sus objetivos, pero que se caracterizan por la posibilidad del reclamo y del ejercicio de derechos (Smulovitz, 2008). En su análisis Smulovitz recupera varios ejemplos que involucraron la participación de los jóvenes —aunque es un aspecto en el que la autora no ahonda— tanto por su rol de víctimas como por su protagonismo en las marchas que se desencadenaron. Su trabajo da cuenta de que durante los últimos años se sucedieron los reclamos de justicia como consecuencia de la denominada masacre de Ingeniero Budge, las marchas por el caso María Soledad o Carrasco hasta la incorporación de la metodología del escrache como denuncia por parte de Hijos o las movilizaciones luego de los hechos ocurridos en Cromagnon, el secuestro de Axel Blumberg y el accidente vial en Santa Fe que sufrieron alumnos del colegio Ecos.

La crisis del 2001 avivó el interés de las ciencias sociales por explorar en fenómenos novedosos que emergieron —de manera dispar, con diferentes grados y en íntima relación con las características de la cultura política local de acuerdo a las regiones del país— en dicha coyuntura política, expresados en nuevos actores como los asambleístas, los ahorristas, los clubes de trueque, las organizaciones territoriales (González Bombal, 2003; Merklen, 2005; Luzzi, 2006) que se sumaban a la atracción que el movimiento piquetero había acaparado en la academia a partir de los sucesos de Cutral-Có en Neuquén y Tartagal en Salta16.

La diversidad de actores emergentes incorporó dentro del repertorio de acciones los cortes de calle, los cacerolazos, los escraches, pero fundamentalmente la opción por una dinámica asamblearia otorgó una mayor horizontalidad en la toma de decisiones junto a la impugnación del lazo representativo y a la crítica a las formas tradicionales de participación17. La producción de prácticas políticas otorgó a la presencia, al poner el cuerpo tanta importancia como la utilización de otros mecanismos a los que tradicionalmente apelaron diferentes sectores sociales —aunque el cambio quizá sea más notorio en las clases medias—.

Como parte del nuevo escenario social uno de los fenómenos políticos de mayor impacto fue el surgimiento del movimiento piquetero. La interpretación más acabada lo aborda haciendo énfasis en sus características novedosas: como el punto inicial de construcción identitaria, la presencia tanto de una nueva forma de protesta como de una modalidad organizativa diferente y un tipo de demanda innovador (Svampa y Pereyra, 2003; Svampa, 2005). En su morfología, como en la de otros movimientos políticos emergentes, aparecen también lazos horizontales más fuertes, y fraternidades más presentes. En base a estos hallazgos, Svampa (2005) señala la importancia de los grupos de afinidad para entender la movilización política actual, especialmente la figura del activista cultural que puede movilizarse entre diversas causas y grupos.

Por su parte, otros estudios registran el vínculo de los jóvenes con los movimientos piqueteros, pero ponen en duda la construcción de una identidad piquetera. Julieta Quirós (2006) en su trabajo en barrios populares de la zona sur del Gran Buenos Aires, discute la idea de que haya una "identidad piquetera", y habla más bien del predominio del "estar con los piqueteros". Su trabajo, proponiendo identidades más difusas y menos absolutas que la identidad definida de una vez y para siempre, brinda la oportunidad de reflexionar en torno a la trama de relaciones sociales en las cuales se encuentran insertos los sujetos. Asimismo, Pablo Semán (2003), en un trabajo etnográfico durante un acampe piquetero realizado en la Plaza de Mayo, mostró que existe una distribución moral de la misma. Los papeles familiares demarcan la participación, la cual se diferencia por género y edades. En el centro de la plaza las mujeres preparan la comida y dan órdenes a los jóvenes, que generalmente se concentran frente a las vallas "aguantando". Mientras, los niños y adolescentes dan vueltas. Finalmente, Vommaro (2007) en su análisis de las experiencias de organización social en asentamientos de la zona sur del Gran Buenos Aires señala que uno de los rasgos que las caracterizan se relacionan con el alto grado de participación y protagonismo de los jóvenes en este espacio de concentración y activación de redes sociales que construyen espacios de comunidad desde el territorio. El autor nos habla más que de una vuelta al barrio de la necesidad de rastrear los elementos territoriales históricamente presentes en la construcción de las organizaciones sociales.

Estos estudios permiten, sin cuestionar explícitamente los aspectos novedosos de la experiencia piquetera, precisar ciertas continuidades en los modos en que las nuevas generaciones se involucran en la vida política. La capacidad de resistencia expresada en el surgimiento de la categoría de aguante vinculada a la fuerza de los trabajadores nos habla de la continuidad y reelaboración de las categorías en nuevos contextos; la centralidad de la familia en el reclamo o como justificación del modo de distribución de planes sociales y mercaderías (Nuñez, 2008) o la legitimación del saqueo de comestibles en base al hambre o la necesidad familiar (Auyero, 2007) —a diferencia del saqueo de productos no comestibles definido como un robo—, de una noción familista de la vida política que actúa como fuente de legitimidad de las acciones18; las solidaridades estructuradas a nivel barrial, con sus jerarquías, disputas y fraternidades, la politicidad que se produce en la inscripción territorial (Merklen, 2005) de la persistencia de la trama comunitaria como soporte en tiempos de retiro del Estado.

Estas continuidades en el modo de pensar la vida política en el país —podría incluso afirmar, la tradición de la cultura política argentina— no implica caracterizar las acciones contemporáneas como un tipo de metodología donde nada cambia. Quizá de lo que se trate más bien sea de la necesidad de hallar matices, contrastar experiencias, detallar aspectos novedosos, rastrear las continuidades, dar cuenta de las rupturas.

El escenario donde se expresa la cultura política juvenil se anuncia más complejo de lo que a primera vista podría presumirse por dos razones yuxtapuestas. En primer lugar, por las dificultades que enfrentan algunos trabajos de investigación para abordar estas temáticas. Las prácticas culturales juveniles son observadas por gran parte de la investigación sobre el tema como un espejo que devuelve una imagen autenticada, una figura fidedigna de los comportamientos y acciones de los jóvenes, perdiendo de vista los efectos distorsivos que podrían existir. Imaginemos por ejemplo que ese espejo fuese cóncavo, la imagen que devolvería llevaría a sobredimensionar algunas dimensiones de la condición juvenil contemporánea y a extrapolar de ellas conclusiones erradas.

En segundo lugar, el escenario es complejo debido a que los espacios por los cuales circulan los jóvenes, o los que producen a través de otras prácticas, se caracterizan por tratarse de espacios flexibles, quiere decir, lugares que en muchas ocasiones pueden expresar precisamente lo contrario de lo que uno cree ver. Los arquitectos denominan de este modo a los espacios cuyo uso se puede cambiar con facilidad. Como es sabido, uno de los referentes de esta tendencia es Jean Nouvel quien busca desde sus primeros trabajos precisamente la intención de no otorgar una función diferente a cada área del inmueble, contradiciendo la idea de la arquitectura moderna de dar a cada parte un uso específico. Por ejemplo, en el Instituto del Mundo Árabe de París la parte sur del edificio tiene las fachadas rectas pero su planta no forma un paralelepípedo, sino un cuadrilátero que se aproxima bastante a la forma de la anterior figura. De esta manera, el edificio se ve curvo si se mira desde el puente de la Isla de San Luis, y se ve recto si se observa desde el boulevard de San Germain.

La modernidad había otorgado a cada institución una función particular. Las escuelas como espacio de formación y preparación para el trabajo o los estudios superiores, así como también lugares de conformación de la ciudadanía; el mundo laboral como el lugar donde realizarse como persona y obtener ingresos tanto como la garantía —junto a las instituciones de la seguridad social— de contar con cobertura de salud e ingresos una vez finalizada la vida activa; los partidos políticos y los sindicatos como los canales donde conformar la identidad política y mecanismos de representación de los ciudadanos. Pero esta atribución de una función particular a cada institución se ve profundamente alterada por las características que asume la cultura del nuevo capitalismo (Sennett, 2006)19. Los jóvenes, así como deben habituarse a modos flexibles de contratación, a vínculos difusos en la relación de pareja, a un mundo caracterizado por la ausencia de pautas de acción estables y predeterminadas, precisan de desarrollar otras aptitudes para enfrentar la vida en común.

La participación política juvenil transita por espacios flexibles, en parte porque la participación en alguna actividad no es permanente, sino que por lo general se trata de acciones específicas, que no demandan de un compromiso a largo plazo y por lo tanto no se trata de ganancias acumulables o avances hasta el objetivo perseguido, en el sentido que podía tener para otras generaciones. Se trata pues de una acción desarrollada en espacios flexibles fundamentalmente porque recorren espacios donde pueden combinarse múltiples significados, que incluso son contradictorios entre sí. Para muchos jóvenes participar en un acto, una marcha, ir a una reunión del centro de estudiantes, una asamblea, la actividad de un grupo piquetero, un acto partidario, la asamblea de trabajadores, pintar una pared, ir a un recital de música son todas acciones políticas, ciertamente en muchos casos no definidos de ese modo por los actores.

Los espacios flexibles expresan precisamente lo contrario de lo que Laclau quiso desentrañar mediante el concepto de significante vacío. Mientras un significante vacío actúa como aglutinador de un conjunto de significados diferentes, ya que por ejemplo en los setenta la consigna Perón vuelve funcionaba como un eslogan unificador, que anudaba al joven revolucionario de la Tendencia peronista pero también al obrero industrial tanto como al intelectual comprometido como al burócrata sindical, los espacios por los que circulan los jóvenes poseen múltiples significados, hecho del que son plenamente conscientes. Con excepción de los militantes partidarios —cuestión sobre la que no presté suficiente atención, pero que sin duda continúa siendo una opción que algunos jóvenes eligen. incluso en porcentajes más significativos de lo que tiende a creerse por mucha novedad política que se quiera ver— cuando el espacio activa significados unificadores los jóvenes trasmutan de lugar, y al igual que los participantes de un triatlón quienes una vez finalizada una de las etapas de la carrera dejan atrás las habilidades utilizadas en ella —ya obsoletas para la siguiente fase— a fin de concentrarse en los esfuerzos y aptitudes que le exigirá el paso que le sucede, dejan atrás lo aprendido en ese espacio20, como si fuera un viejo ropaje, para partir en búsqueda de otro. Este conjunto de aprendizajes y significados de las prácticas experimentadas se va solapando con los significados de las acciones en los nuevos espacios.

Este variado repertorio nos habla de prácticas políticas que escapan a un análisis restringido a la dicotomía entre las formas adecuadas o normales de participación política y aquellas alternativas. En ambas existen tradiciones, costumbres, modos de decir y de hacer compartidos; el énfasis en una de ellas dificulta la comprensión de los fenómenos políticos locales y su imbricación en las prácticas escolares. Lo institucional es una forma más de participar, pero que en los jóvenes pierde la centralidad que tiene para los adultos. A su vez, al denominar a ciertas prácticas políticas como alternativas muchas veces se reafirma la misma normalidad de lo institucional de la que pretende despegarse (Kropff y Nuñez, 2009). Este tipo de abordaje dificulta la posibilidad de encontrar en dichas prácticas elementos compartidos con otros grupos etarios o tradiciones políticas ciertamente reactualizadas, pero no por ello no transmitidas.

En una investigación realizada en torno a la agrupación Hijos21, Pablo Bonaldi (2006) da cuenta de las diferencias en las maneras de concebir, y vivir, la política, por parte de estos jóvenes en relación a sus padres. Bonaldi encuentra que quienes participan en la agrupación, la mayoría de los cuales comienzan a hacerlo de manera activa al llegar a la edad en que sus padres desaparecieron, buscan que la política los impacte de manera personal, y ya no cambiar el mundo. Su análisis refleja un modo de concebir la política y lo político por parte de los jóvenes que también fue captado por algunos directores del denominado nuevo cine argentino, que indagaron en la experiencia política de los setenta desde su lugar como hijos de militantes políticos. Los Rubios de Albertina Carri, Papá Iván de María Ines Roqué o M de Nicolás Prividera problematizan en torno al pasado desde una mirada —y una generación— diferente. Las películas pueden ser leídas como una trilogía fortuita, ya que reúne un conjunto de componentes para reflexionar sobre la generación de los setenta pero también acerca de la actual: la comparación con la generación de referencia, el debate sobre las formas de participación de los jóvenes, la centralidad de la familia, la discusión sobre la legitimación o no de la violencia y la pregunta por los espacios de socialización política.

Se elija un camino —la reflexión cinematográfica— u otro —el análisis específico sobre una agrupación— es posible arribar a conclusiones similares; no hay ausencia de política sino que ésta importa en tanto experiencia personal. Los lazos tienden a estrecharse, se refuerzan los vínculos con lo cercano a la vez que se dificulta la construcción de un colectivo mayor. Asimismo, la pertenencia a grupos cerrados obstaculiza la posibilidad de plantear disensos. Cambios, nuevas maneras de entender los vínculos, redefiniciones sobre lo individual y lo colectivo que exceden con creces al análisis sobre una agrupación.

El mosaico de formas participativas protagonizadas, no exclusivamente pero sí principalmente por las juventudes, muestra piezas que combinan aspectos tradicionales junto a rasgos novedosos, de un modo que más que oponerse se amalgaman. Por ejemplo, dos trabajos recientes brindan nuevas posibilidades de análisis en torno a las prácticas políticas juveniles al reflexionar acerca del uso del cuerpo. Por un lado, tiene lugar lo que Pablo Vommaro (2007) en su estudio sobre el lugar de los jóvenes en las organizaciones territoriales denomina política con el cuerpo o política de cuerpo presente, alejada de la representación y de la delegación de modo que anuda lo social y lo político22 cuestionando implícitamente la distinción establecida por las lecturas más liberales y republicanas. Por otro lado, es necesario, junto a Laura Kropff (2007), discutir la práctica supuestamente "alternativa" de poner el cuerpo, para señalar que en realidad actualiza dimensiones épicas de concepciones hegemónicas en torno al sacrificio personal como práctica política de compromiso con el otro (Kropff, 2007). La presencia, el poner el cuerpo, que aparecería como práctica novedosa conjuga sentidos clásicos y novedosos, pero sin dudas con distintas implicancias de acuerdo a quien la invoque.

Los ejemplos presentados a lo largo de este breve recorrido brindan algunos elementos para esbozar otras respuestas ante el interrogante sobre el vínculo juventud-política. Propician la oportunidad de pensar las prácticas políticas juveniles desde nuevos ejes, donde se interrelacionan los discursos sobre los jóvenes y las producciones políticas y el modo de involucramiento político por ellos protagonizado.

Un primer punto que es necesario explorar se vincula a la necesidad de dar cuenta del nuevo escenario político, para prestar atención a los espacios donde los jóvenes expresan sus opiniones políticas y al uso que realizan del repertorio de acciones. Los casos que presento unas páginas más adelante muestran que existe una diversidad de modos de involucramiento con la vida política en los cuales, si bien utilizan un repertorio de acciones similar al adoptado por otros grupos sociales, le otorgan significados particulares.

En segundo lugar, es preciso destacar que muchas de sus acciones ocurren en un contexto donde predomina un discurso que hace hincapié en la preocupación por parte de los adultos en los comportamientos de los jóvenes. Dicha preocupación se organiza, a grandes rasgos, en torno de dos cuestiones: la apatía política que los caracterizaría y la violencia a la que recurrirían. En algunas instituciones para los adultos (docentes y directivos) —y también para organizaciones juveniles sin presencia en las escuelas— un modo de contrarrestar esta apatía es propiciar la conformación de un centro de estudiantes. Al mismo tiempo estos intentos pueden ser leídos como una manera de encauzar la rebeldía que caracterizaría al sujeto joven y evitar los estallidos, y que la furia o el resentimiento23 se expresen a través de actos definidos como violentos24.

Una tercera cuestión a desentrañar se vincula a la necesidad de profundizar en la discusión sobre los límites, pero también acerca de las posibilidades, con las que cuentan los jóvenes en la enunciación de derechos. Desde una relectura de la contemporaneidad política es posible afirmar que encontramos una sociedad que en realidad es más activa —pero con el predominio de acciones con ejes en la denuncia—, ciertamente dispersa, fragmentada en pequeños conflictos y con otra morfosis, que es necesario explorar.

Finalmente, y en íntima relación con el punto anterior, el estudio de la cultura política juvenil contribuye a dar cuenta de los distintos grados de legitimidad con los que cuentan los diferentes grupos sociales para expresar sus reclamos. Los jóvenes, a las dificultades que deben enfrentar por sus rasgos más particulares (clase social, género, etnia, lugar de residencia, etc.) agregan una imposibilidad más, la desigualdad etaria ya que sus voces son juzgadas de manera diferente a las de los adultos. Asimismo, el silencio que sorprende a muchos adultos tanto como la queja por el tipo de intervenciones públicas una vez que los jóvenes presentan reivindicaciones nos habla del modo en que se organizan los límites de lo decible y de lo mostrable en la esfera pública (Butler, 2006) construidos por una sociedad que dice fomentar la participación política de los jóvenes, pero que simultáneamente pareciera tener aversión al conflicto.

III. Nuevos actores, hitos generacionales, espacios de expresión y usos del repertorio de acciones

En Los ejércitos de la noche —libro que obtuvo el Premio Pulitzer y el Nacional de Novela— Norman Mailer narra los sucesos ocurridos en la marcha sobre el Pentágono, protagonizada por la vieja y la nueva izquierda, hippies y yuppies, organizaciones religiosas, grupos feministas, no pocas figuras intelectuales de amplio reconocimiento —como el mismo autor, Chomsky, Dellinger, Lowell y el Dr. Spock— en protesta contra la Guerra de Vietnam. Mailer narra de un modo magistral los preparativos de la marcha para describir lo paradojal de una situación donde era difícil de explicar de modo concluyente porqué la clase media condenaba una guerra imperialista "en la última nación capitalista, y porqué la aceptaba la clase obrera" (Mailer, 1995: 296). La novela nos lleva a recorrer esa manifestación con cierto aire de carnaval que se convirtió en un rito de paso para una generación obnubilada por la marihuana, las anfetaminas y el LSD. Para Mailer la marcha fue un genuino rito de paso para estos jóvenes, mayormente provenientes de las clases medias, que habían protagonizado un hecho político gracias al cual "ya no serían los mismos (pues tal es el sentido del rito de paso)" (Mailer, 1995: 322).

El libro de Mailer nos traslada a un momento clave de la historia contemporánea. Pero su prosa no sólo transmite a la posteridad un hito en la formación política de la generación de los sesenta sino que nos recuerda la necesidad de prestar atención a los momentos históricos que, queriéndolo o no los jóvenes, se convierten en ritos de paso para las generaciones. Esos acontecimientos actúan como bisagras en la vida de las personas —y, principalmente, de sus comportamientos políticos— al permear sus percepciones acerca de la situación social que deben afrontar y sobre las prácticas que deberán producir a fin de atravesarla.

El trabajo de campo realizado para este investigación era parte de un proyecto más amplio denominado "Intersecciones entre desigualdad y escuela media" que se realizó en cuatro jurisdicciones del país —Ciudad de Buenos Aires, Neuquén, Salta y la Provincia de Buenos Aires (en realidad el conglomerado que denominamos Gran La Plata) — con la participación de equipos locales y la coordinación del Área Educación de la Flacso. Si bien mi foco de atención fue la jurisdicción Gran La Plata (que incluía a la ciudad homónima, Ensenada y Florencio Varela), en este artículo utilizaré los hallazgos producidos en otras provincias para comparar el impacto de dos sucesos de amplia repercusión como el incendio en Cromagnon y los hechos ocurridos en Carmen de Patagones sobre las acciones políticas juveniles.

Las visitas a las escuelas de la Ciudad de Buenos Aires sucedieron en una coyuntura política particularmente sensible. En el 2005 y 2006 se multiplicaron las movilizaciones por los sucesos ocurridos en diciembre del año anterior en República de Cromagnon (el incendio y posterior muerte de 194 personas, en su mayoría jóvenes en un recital de una banda de rock).

Durante esos meses el proceso de judicialización de la política fue más notorio que nunca. Pierre Rosanvallon (2007) señala que el juicio es una forma política que es posible relacionar y comparar con otro procedimiento que busca decidir en pos del bien común: el voto; los ciudadanos esperan de un juicio los resultados que no lograron obtener de la elección. Ante lo que consideran la falta de un ejercicio satisfactorio de la responsabilidad política, el juicio busca determinar penalmente al culpable. Para Rosanvallon, la eficacia del juicio reside en que trata casos particulares, pero en tanto casos ejemplares; de este modo pone límites a lo posible. Sin embargo, es posible realizar otra lectura de este proceso. En tanto son pocas las situaciones políticas que finalmente son resueltas por la vía judicial, los casos de judicialización de la política —o más precisamente de hechos que involucran a representantes políticos— en realidad establecen la jerarquía de problemas que una sociedad decide no aceptar más, y como tales, brindan algunos elementos para analizar lo que los antropólogos denominan los límites de la imaginación social (Grimson, 2004).

En otro apartado hice referencia a la bisagra que significó el Juicio a las Juntas Militares en cuanto al modo en que la ciudadanía se vinculó con la justicia. Efectivamente, es posible pensar que el fantasma del genocidio y la consigna nunca más contribuyeron a generar un consenso acerca de que no hay retorno a un régimen dictatorial. Tal como muestra Grimson (2004), quizás como parte de la persistencia del recuerdo del horror del terrorismo de Estado, se instala como límite del accionar represivo la muerte25: los asesinatos de Kosteki y Santillán en el Puente Pueyrredón y los producidos por el gatillo fácil. Este es el límite que la violencia estatal tiene, límite construido por la acción, persistencia y reclamo durante la democracia.

Los hechos que se sucedieron luego del trágico incendio en Cromagnon tuvieron amplia repercusión en la Ciudad de Buenos Aires. Durante el 2005 la Legislatura de la Ciudad se transformó en tribunal para juzgar la conducta del jefe de Gobierno. La historia es conocida: luego de meses de alegatos, marchas, contramarchas, vividos como un tiempo atemporal donde los ritmos de la ciudad estaban marcados por el proceso jurídico que allí acontecía, el jefe de Gobierno fue destituido el 7 de marzo de 2006.

Cromagnon interpeló a la juventud como colectivo, más que cualquier otro acontecimiento de la historia reciente. Los terribles sucesos ocurridos durante el recital impulsaron movilizaciones, instancias de organización y reclamo donde la búsqueda de justicia, al igual que en otros casos de visibilización pública de situaciones que los involucraban como los de gatillo fácil, fue central.

El equipo conformado en la Ciudad de Buenos Aires para la investigación analizó el impacto de estas representaciones y prácticas políticas en el ámbito escolar26. En su trabajo hallaron que en ciertas escuelas de la muestra los jóvenes manifestaban la búsqueda de modos de expresión política similares a los desarrollados a partir de los meses de 2001 en la geografía de la ciudad, especialmente el anhelo de horizontalidad, el cuestionamiento de la representación política y los intentos por impulsar una dinámica asamblearia.

Las autoras hipotetizan dos implicancias que tuvo Cromagnon como hito en las prácticas políticas de algunos jóvenes: "por un lado, plantea una cuestión por la cual reclamar justicia, por la cual se sienten interpelados a movilizarse y a marchar, como parte o no de las actividades organizadas desde la escuela (escuelas M y P). Por otro lado, en un contexto de precariedad de algunos edificios escolares, concientiza acerca de los peligros a los que se exponen los estudiantes si no están garantizadas las condiciones edilicias mínimas para el buen funcionamiento de las escuelas y da motivos para iniciar acciones de reclamo (especialmente en las escuelas C y M)" (Austral et al., 2006: 39).

Unos meses antes ocurría otro trágico suceso, en este caso en una escuela media de la ciudad de Carmen de Patagones, al sur de la Provincia de Buenos Aires, cuando un alumno ingresó al aula y disparó contra sus compañeros y docentes, matando a tres de ellos e hiriendo a otros cinco. Sin pretender generalizar comportamientos políticos a partir del análisis de estos casos, su comparación brinda algunos elementos para indagar en el vínculo juventud-política. Los casos tienen características diferentes por diferentes razones anudadas. En primer lugar, por la atención mediática —uno ocurrió en la Ciudad de Buenos Aires antes del fin de año, el otro en una ciudad de aproximadamente 25.000 habitantes, ubicada al sur de la Provincia de Buenos Aires, más cerca de la Patagonia que de la capital del país—. En segunda instancia, por las figuras donde se concentra el reclamo, en un caso las denuncias se yerguen sobre un responsable concreto —el chico que disparó, a lo sumo sus padres—, en Cromagnon la responsabilidad es difusa; sin distinción alguna entre culpabilidad y responsabilidad (Frederic, 2004) los familiares reclaman por la responsabilidad política —destitución del jefe de Gobierno—, la responsabilidad penal —del administrador del lugar— y en algunos casos —los menos— sobre la banda. En contrapartida, se alzaron algunas voces para cuestionar las prácticas culturales juveniles en la figura fantasmal del joven que prendió la bengala.

Es sintomático de la forma en que la sociedad se vincula con las nuevas generaciones el hecho de que mientras en el caso ocurrido en Carmen de Patagones los análisis se centran en el perfil psicológico del joven —a lo sumo de su familia—, el caso de Cromagnon fue leído como una metáfora de la sociedad argentina, de la conformación de una sociedad estructurada como en la época de cromañón —el juego de palabras no es nuestro— donde la disrupción de las reglas es el modo habitual de funcionamiento.

Ambos sucesos permean las prácticas en el sistema educativo, pero mientras en un caso —Cromagnon— pareciera reactualizar una serie de fenómenos políticos preexistentes en otro —Carmen de Patagones— ocurre de forma paralela a los primeros intentos de las autoridades ministeriales por promover un nuevo dispositivo disciplinario que hacía hincapié en la idea de convivencia y en la asistencia psicológica por sobre las prácticas exclusoras. Los hechos brindaron la oportunidad para avanzar con las reformas propuestas, quedando desdibujado el reclamo de los jóvenes.

Decía que la tragedia de República de Cromagnon tuvo como trasfondo la silueta de la capital del país, pero además ocurrió pocos años después de que las calles de la ciudad vivieran un momento pasajero de efervescencia con los cacerolazos y las asambleas. Dinámica asamblearia, impugnación de lazo representativo, búsqueda de mayor horizontalidad fueron todos términos en boga desde el 2001. Para los intereses que busca abordar este artículo propongo pensar que se trata de una coyuntura política donde se yuxtaponen ciertos rasgos de la cultura política local y una redefinición de la noción de seguridad, conjunción que contribuye a instalar otros temas en la agenda pública. Efectivamente, las acciones pos-Cromagnon poseen puntos en común con las prácticas emergentes en diciembre de aquel año pero resignificados a partir de los intereses y demandas particulares de los jóvenes, en particular en torno a la búsqueda de seguridad. Búsqueda que difiere de los significados más comunes vinculados a la ola de inseguridad delictiva, propia de otros sectores sociales, o a la defensa contra los abusos policiales, como ocurrió en épocas pasadas.

Meses después de la tragedia de Cromagnon grupos de jóvenes de escuelas de la Ciudad de Buenos Aires se movilizaron demandando mejoras en las condiciones edilicias en sus establecimientos. Los alumnos de las escuelas porteñas —algunas que contaban con centro de estudiantes, muchas otras que no— cortaron calles, organizaron marchas, sentadas y tomas de escuelas, elevaron petitorios a las autoridades solicitando espacios adecuados donde cursar. En algunos establecimientos el reclamo era para solicitar la finalización de las obras, en otros por la falta de gas, en varios debido a la rotura de techos. En 2008 el protagonismo juvenil fue aún mayor, ya que a las demandas señaladas se sumaron una sucesión de marchas y reclamos ante el recorte de becas estudiantiles impuesto por el nuevo gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Los sucesos indican que lejos de la imagen de apatía, los jóvenes habían experimentado un aprendizaje político silencioso, poco visible, pero que acumulaba un conjunto de saberes compartidos por las nuevas generaciones de alumnos/as concentrando un bagaje al que apelar en el momento necesario.

En el caso de las escuelas de la jurisdicción Gran La Plata los sucesos de Cromagnon repercutieron de modo tangencial, ya que el número de personas que estuvo aquella noche en el recital o que conocían a alguna víctima es menor en comparación a las escuelas de la Ciudad de Buenos Aires, e incluso respecto de muchas del conurbano bonaerense. Sin embargo, la preocupación por la seguridad de las instituciones acaparó la atención de algunas autoridades y de varios alumnos, de un modo que ponía en tensión la discusión sobre otro de los conceptos que adquirió popularidad desde aquellos años: la convivencia.

"Mi escuela tiene cosas buenas y cosas malas, como todo. No sé, apuntan mucho al tema de convivencia y me parece que la educación en la convivencia empieza en la casa. Por ejemplo dicen 'para formar un Consejo de Convivencia hay que enseñarle a los chicos a no romper un vidrio, no escribir una mesa'. No sé hay muchas cosas en las que no estoy de acuerdo, que no se respetan. Por ejemplo la estructura de la escuela, hay cosas que son riesgosas. Hay dos salidas de emergencia que están tapadas, dos divisiones, me parece que es un pequeño Cromagnon esperando que se encienda la bengala. Ahora en la escuela hay demasiada gente. Ponele, no sé, que se prenda fuego, que se derrumbe el piso, ¿Por dónde van bajar, todos por la escalera? No sé, yo te digo, me parece que estamos adentro de un Cromagnon, esperando a que reviente".

El relato de Roberto, quien además dice haber estado aquella noche en Cromagnon, ratifica que los hechos allí ocurridos repercuten en las representaciones de algunos jóvenes sobre los espacios por los que circulan. A la vez permite tematizar de otro modo la remanida cuestión de la convivencia. Sus palabras dejan un interrogante inquietante: ¿qué es más importante para una buena convivencia: que los jóvenes no escriban en los bancos o que en la escuela haya una salida de emergencia?

El sociólogo portugués José Machado Pais analiza el modo en que las percepciones sobre el riesgo y la inseguridad repercuten sobre las trayectorias de vida de los jóvenes. El autor recurre a la idea borgeana del laberinto, que simultáneamente brinda el placer del extravío y la expectativa de salir de él, para advertir que para algunos jóvenes los riesgos ofrecen oportunidades y para otros "la vida en una lotería, donde los riesgos están fuera de control y la seguridad es una cuestión de suerte. Los riesgos amenazan, pero es la inseguridad la que verdaderamente hace a la vida insegura" (Machado Pais, 2007: 23). En el trabajo Machado Pais distingue entre el riesgo y la inseguridad como modos distintos de enfrentar las incertidumbres. Mientras el primero incluye la perspectiva de que se produzcan determinadas amenazas pero que pueden anticiparse teóricamente a través de alguna forma de cálculo o previsión, la inseguridad —como lo opuesto a la seguridad en tanto expresión de una condición de estabilidad o permanencia, que permite proyectar una carrera— expresa "un sentimiento de incertidumbre en relación con el futuro, con lo desconocido" (Machado Pais, 2007: 24).El joven entrevistado no habló del concepto de "inseguridad" sino que enfatizó en que dentro de la escuela "hay cosas que son riesgosas". Sin embargo, parece más probable que pueda convivir con el riesgo que con la inseguridad. En esta escuela, Roberto impulsó la realización de una sentada frente a la institución para protestar contra la prueba integradora27. Roberto y sus compañeros no protagonizaron reclamos por los riesgos —en tanto posibilidades— sino frente a la inseguridad —sobre sus conocimientos para rendir una prueba—. El esfuerzo realizado por Machado Pais para distinguir con precisión ambos conceptos brinda una clave de análisis digna de explorar para analizar los modos de participación juvenil.

Mientras Cromagnon es un suceso riesgoso que podría —y debería— haberse prevenido, Carmen de Patagones es el ejemplo de la incorporación de la inseguridad —ante los otros, de todos ante el que dispara, de muchos mientras transitan una instancia de socialización, de varios sobre el futuro, de algunos a los docentes, de los docentes a los jóvenes— como eje estructurante de la condición juvenil contemporánea. En el primer caso, los jóvenes ocuparon en las movilizaciones un lugar protagónico aunque su voz tenía un lugar asimétrico en relación a la voz de los familiares. En el otro, más allá del mural conmemorativo, no fueron ellos el centro del reclamo sino que la persona que disparó funcionó como disciplinador de las conductas de otros jóvenes y de no menos adultos. El temor a otro Junior cundió en las escuelas bonaerenses que desde entonces multiplicaron los dispositivos para contener situaciones conflictivas: gabinetes psicológicos, equipos de orientación, reglamentos de convivencia, equipos distritales. Incluso la creación en el ámbito provincial, un par de años más tarde, de una materia nueva como Construcción de Ciudadanía puede inscribirse en esta preocupación por generar espacios de mayor escucha para los jóvenes.

Finalmente, ambos casos permiten reflexionar sobre qué mecanismos activan el reclamo. En el análisis de los comportamientos políticos juveniles es posible hipotetizar que los riesgos sufridos en el pasado activan el reclamo en el presente, pero no siempre las inseguridades contemporáneas propician la organización para intentar atenuarlas. Tal vez el estudio de la participación política de este momento histórico sea más bien el estudio de la jerarquía de las inseguridades que una sociedad establece. Mientras que las inseguridades que los jóvenes padecen cotidianamente no obtengan mayor visibilidad cuando se movilicen probablemente lo hagan por riesgos del pasado —la represión de la dictadura, Cromagnon, la Noche de los Lápices, etc.— antes que para reclamar por sus inseguridades actuales. Son más bien escasas las situaciones que condensan los sentidos del pasado y del presente. Cuando esto ocurre, como en el caso de los reclamos por el deterioro de la infraestructura escolar protagonizado por los alumnos de las escuelas de la Ciudad de Buenos Aires, las movilizaciones cuentan con mayor presencia de jóvenes.

Tal como comenté más arriba, ninguno de los sucesos mencionados tuvo en las escuelas de la jurisdicción Gran La Plata la repercusión que los hechos ocurridos en Cromagnon lograron en las instituciones de la Ciudad de Buenos Aires. La última acción política de envergadura ocurrida en la Provincia de Buenos Aires fue el intento de articulación de los diferentes reclamos protagonizados por alumnos de varias escuelas en rechazo a la aplicación de la prueba integradora en diciembre de 2005. A diferencia del caso de las becas en la Ciudad de Buenos Aires la evaluación involucraba únicamente inseguridades juveniles sin lograr interpelar a otros sectores sociales28. Pese a ello es posible hipotetizar algunas cuestiones a partir de este caso. La puesta en acto del reclamo, sumado a la experiencia de la realización anual de la marcha por la Noche de los Lápices —institucionalizada en el calendario platense— indica que existe un sustrato compartido, transmitido generacionalmente, que contribuye a la sedimentación de procesos sociohistóricos que afectan a los jóvenes, proceso que repercute sobre sus prácticas políticas29. Las recientes movilizaciones por la campaña "Ningún pibe nace chorro"30 de las que participaron jóvenes que están en el nivel secundario parecieran hablarnos de la reactivación de una red capilar que, del mismo modo en que lo plantea Vommaro (2007) para el caso de las organizaciones territoriales, es a la vez difusa y concentrada; parece no existir pero se activa cuando el momento lo requiere.

IV. Algunas conclusiones

En este trabajo intenté reflexionar acerca de los modos de involucramiento político protagonizado por los y las jóvenes a partir del análisis comparativo de dos sucesos recientes que tuvieron alto impacto: el incendio en Cromagnon y Carmen de Patagones.

Sin lugar a dudas el modo en que las nuevas generaciones se vinculan con la política y lo político presenta similitudes con la forma en que otras cohortes etarias entiende la vida en común. Sin embargo, también es posible entrever en sus acciones rasgos particulares, propios del momento histórico que les toca transitar, cuyo análisis contribuye a desmenuzar las características de la cultura política juvenil. El conocer sus estrategias y acciones así como los temas de intervención que los movilizan permite proyectar tendencias, imaginar escenarios políticos a futuro, reflexionar sobre su posibilidad de constituirse como ciudadanos y ciudadanas.

Los jóvenes protagonizan reclamos puntuales, particulares, específicos, muchas veces relacionados a la demanda de reconocimiento individual o a la intención de atenuar la percepción de inseguridad individual, pero a la vez sucesos como los ocurridos en Cromagnon o en la escuela de Carmen de Patagones impactan en sus acciones políticas al interpelarlos como generación. El análisis de estos sucesos incorpora nuevas claves de lectura de los fenómenos contemporáneos y permiten intuir los modos de involucrarse en la sociedad protagonizados por los jóvenes, que ciertamente difieren de los propios de generaciones anteriores, pero que se encuentran bastante alejados de la caracterización de apatía que suele otorgárseles. A partir de ambos sucesos muchos jóvenes otorgan otros significados al concepto de seguridad, diferentes a los más extendidos, y a través de sus acciones traslucen un aprendizaje político realizado a la par de los procesos sociales contemporáneos. Sin embargo, por lo general la mirada sobre sus comportamientos hace hincapié en la violencia, analizando la condición juvenil de manera centrípeta, sin considerar el contexto social en el que la misma tiene lugar.

Junior está solo y espera su momento. En Cromagnon miles de jóvenes que llegaron allí junto a bandas de amigos se divertían sin imaginar lo que estaba por ocurrir. Si bien estas experiencias distan de ser comparables con lo sucedido bajo regímenes totalitarios —y por ello cualquier comparación implica una banalización del horror de la dictadura— para su análisis es sumamente pertinente la distinción entre aislamiento y soledad plantada por Hanna Arendt (2006) en Los orígenes del totalitarismo. Mientras el primer sentimiento corresponde sólo al terreno político de la vida, el segundo corresponde a la vida humana en su conjunto, y se encuentra estrechamente relacionada con el desarraigo —no tener en el mundo un lugar reconocido y garantizado por los demás— y la superfluidad —no pertenecer en absoluto al mundo—. Para Arendt lo que torna insoportable la soledad es la pérdida de sí mismo, que impide al individuo confirmar su identidad en la compañía de sus iguales. Tal vez el estudio de algunos fenómenos contemporáneos tan extendidos en esta época —como el caso de la violencia— se vinculan más a los procesos que derivan en una creciente soledad ante el mundo que afecta a las personas en su incertidumbre cotidiana y menos a la conformación de grupalidades juveniles.

La metáfora es una figura retórica mediante la cual un concepto se expresa por otro concepto diferente con el que guarda cierta relación de semejanza. El Diccionario de la Real Academia Española apela a un ejemplo vinculado precisamente con la juventud: "'la primavera de la vida' es una metáfora de la juventud". Pero no siempre las metáforas permiten interpretar la realidad social. Si lo que queremos es dar cuenta del modo en que intenta organizarse una sociedad son más bien los acontecimientos que elige para metaforizarse los que brindan indicios acerca del modo en que le gusta verse reflejada, expresión de las posibilidades y los límites que enfrentan quienes la componen: ¿por qué un incendio trágico expresa más a la sociedad argentina que un joven que dispara contra otros con un arma "birlada" a su padre?

Notas

* Este artículo recupera algunas de las discusiones desarrolladas en el marco del proyecto PAV financiado por la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, "Intersecciones entre desigualdad y escuela media: Un análisis de las dinámicas de producción y reproducción de la desigualdad escolar y social" que se realizó —junto a equipos locales— en las jurisdicciones de Salta, Neuquén, Provincia de Buenos Aires y Ciudad de Buenos Aires bajo la coordinación del Área de Educación de la Flacso.
1 El Informe Nunca Más de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) registra que el 69,13 por ciento de las personas desaparecidas tenían entre 16 y 30 años. Asimismo, aproximadamente 500 niños, nacieron en cautiverio y fueron apropiados por los captores de sus padres. Durante los últimos años un total de 95 de ellos lograron ser recuperados por sus familiares siendo ya jóvenes, en gran medida gracias al trabajo de las Abuelas de Plaza de Mayo.
2 Esta frase fue una de las más utilizadas por el candidato Raúl Alfonsín —finalmente electo presidente— durante la campaña de 1983.
3 En respuesta al llamado de la ONU en la Argentina se constituyó el Comité Nacional de Coordinación para el AIJ en jurisdicción de la Secretaría de Desarrollo Humano y Familia, dependiente del Ministerio de Salud y Acción Social (Resolución Nº 42/84 del mismo organismo). El referido Comité fue integrado por un amplio espectro de organizaciones juveniles y comprendía la participación de distintas áreas del Estado Nacional; incluyendo a representaciones de las pocas provincias que tenían ya, por aquel tiempo, áreas de gobierno específicamente dedicadas a la promoción de la juventud, como era el caso de Catamarca, Córdoba y La Rioja. Una de las tareas que asumió dicho Comité fue la de impulsar la creación de comités locales ante las autoridades provinciales para promover las actividades a que daría lugar el AIJ, prédica que obtuvo éxito en varios casos (Buenos Aires, Neuquén, Río Negro, Mendoza, San Juan, Tucumán y Misiones). En el orden nacional se estableció en 1986 un Área de Juventud, en la Secretaría de Desarrollo Humano y Familia antecedente de la creación, al año siguiente, de la Subsecretaría de la Juventud (Decreto del Poder Ejecutivo Nacional Nº 280/1987) dependiente de la Secretaría de Desarrollo Humano y Familia del Ministerio de Salud y Acción Social. En 1988, también por decreto PEN 1618/88, se creó la Comisión Interministerial de la Juventud, entidad que se convirtió en el primer intento de articular y coordinar las políticas dirigidas a los jóvenes desde las distintas áreas del Estado Nacional siguiendo el ejemplo de los planes integrales de España.
4 El propósito declarado de dicho evento consistía en sensibilizar a la opinión pública sobre la realidad y condición de vida de los jóvenes y la necesidad de abrirle a la juventud nuevos y más amplios canales de participación.
5 Este fenómeno fue incrementándose hasta las elecciones de octubre de 2001 en las que el voto nulo ascendió hasta el 12,5 por ciento y el voto en blanco logró el 9,4 por ciento, mientras que la tasa de abstención alcanzó el 27 por ciento. Entre 1983 y 1999 los dos primeros habían oscilado entre el 0,5 por ciento y el 1,5 por ciento y entre el 2 por ciento y el 4 por ciento respectivamente, mientras que la tasa de abstención se había ubicado entre el 15 por ciento y el 20 por ciento (Torre, 2003). Las elecciones de octubre de 2001 concentraron un sinnúmero de anécdotas acerca del uso de boletas con dibujos de Los Simpson —que circularon por internet— y fue el momento en un grupo de jóvenes decidió viajar 501 kilómetros (de allí que se autodenominaran Grupo 501) para que su abstención electoral no incurriese en la trasgresión de la ley (recordemos que el voto en la Argentina es obligatorio pero la ley electoral exceptúa al votante de concurrir si se encuentra a más de 500 km. de su lugar de residencia, no puede asistir por alguna enfermedad o ser mayor de 70 años).
6 Es decir que las investigaciones analizan aquellos ejes de integración que estructuraban una matriz igualitarista en la sociedad argentina, esforzándose en dar cuenta de la desigualdad educativa, las condiciones precarias del mercado laboral así como las políticas de control social. Tal como señala Mariana Chaves (2006) en el estado del arte de los estudios sobre juventud en la Argentina que elaboró recientemente, sobre un eje en el que se desdibujan las fronteras entre el enfoque que privilegia la clase social de pertenencia y aquel que se sitúa sobre el par inclusión-exclusión, se encuentran una infinidad de trabajos que prestan atención al modo en que las transformaciones sociales impactan en el colectivo juvenil, sin por ello dejar de dar cuenta de la forma en que los jóvenes experimentan la situación social en que se encuentran. A la vez que relevan el contexto social como condicionante no descuidan el análisis del conjunto de prácticas que los jóvenes realizan para campear la situación. En algunos casos se trata de investigaciones sobre jóvenes de periferia (Wortman, 1991), en otros de barrios carenciados (Macri y Van Kemenade, 1993). Otra línea de estudios indaga en la articulación entre juventud y pobreza (Konterllnick y Jacinto, 1996; Sánchez, 2005) y los jóvenes en enclaves de pobreza estructural (Saravi, 2001, 2004). En comparación es menor la atención que acaparan los consumos de los sectores medios (Wortman, 2005), mientras que en las capas más altas de la población el análisis suele orientarse al estudio de la relación escuela-trabajo.
7 Es sumamente representativa del proceso que comentamos la película uruguaya 25 watts de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll (2001).
8 Durante la década de los noventa la movilización de asociaciones que buscaron supervisar y controlar la transparencia de las acciones gubernamentales comportó que en la agenda pública tuviera más incidencia la vigencia de la ley y la ética pública que la discusión sobre cuestiones distributivas (Peruzzotti, citado en Torre, 2003).
9 En 1987 una comisión policial arribó al barrio de Ingeniero Budge, situado en Lomás de Zamora, al sur del Gran Buenos Aires y disparó sobre tres jóvenes en la esquina donde solían reunirse. La llamada Masacre de Ingeniero Budge se convirtió en símbolo de una época donde, más allá de los avances de la institucionalización en el reclamo de justicia y la confianza en la misma, el sistema penal "incorporó a los jóvenes en la construcción social del criminal" (Gingold, 1996: 139).
10 A modo de ejemplo basta mencionar la muerte de Walter Bulacio en una comisaría después de un recital de rock, la de Sergio Schiavini mientras tomaba algo en un bar producto de disparos de la policía que perseguían supuestamente a delincuentes, el caso de Sebastián Bordón fallecido en una comisaría en Mendoza, la llamada Masacre de Floresta donde un policía que trabajaba de custodio privado asesinó a tres jóvenes, hasta la muerte de Ezequiel Demonty que se menciona en este mismo apartado.
11 El informe de la Correpi para el año 2003 señala que el perfil de víctima coincide con el de joven, pobre y excluido: "Los muertos no eran, en su mayoría, militantes ni luchadores sociales, aunque desde 1995 son casi 50 los compañeros asesinados en protestas, cortes y movilizaciones Casi todas las víctimas responden a una misma definición de clase: jóvenes pobres, desempleados y excluidos. El promedio de edad de las víctimas se encuentra en 24 años, Sin embargo (…) es fácil percibir que la mayoría de los casos se hallan entre las personas más jóvenes. Que un pequeño grupo sea mucho mayor (cercano a los 70 años) da como resultado un promedio más elevado" (Correpi, 2003). Por su parte, el informe del CELS para el mismo año destaca, citando los mismos datos de la Policía de la Provincia de Buenos Aires que las personas menores de edad en conflicto con la ley penal pasaron de 14.839 en 2001 a 16.355 en 2002. Además señala que por cada chico con problemas penales hay otros dos con expedientes abiertos por razones asistenciales, esto es, abandono, mala conducta o desamparo (CELS, 2003).
12 Tal como lo había señalado unos años antes Gingold en el estudio al que hicimos referencia, el aumento de la violencia institucional en un entorno dominado por los cambios en el rol del Estado y el mercado de trabajo "no puede separarse de un proceso de polarización cada vez mayor de la sociedad, que implicó una mayor sensación de amenaza por parte de los sectores sociales más altos" (Gingold, 1996: 140).
13 Esto no implica que no estén socializadas en ámbitos reproductores de los mandatos machistas y patriarcales ni que no sean conscientes de las diferencias de género que enfrentarán a futuro, pero a pesar de estos condicionamientos producen otros recursos para construir sus prácticas como mujeres jóvenes de sectores populares. De un modo similar lo plantea Wivian Weller en su investigación con jóvenes negras de la ciudad de San Pablo donde discute las implicancias que tienen sus prácticas en tanto expresión de la lucha por la conquista del espacio y el reconocimiento en un movimiento cultural de fuerte predominancia masculina como es el musical. La autora analiza las luchas protagonizadas por mujeres jóvenes por el reconocimiento artístico en un ambiente donde prevalece un imaginario masculino y machista. En su trabajo halla que los grupos musicales formados por mujeres abjuran de los discursos feministas tradicionales y buscan promover un tercer camino de construcción de la igualdad lejos de la oposición binaria feminismo-machismo, aunque en la práctica cotidiana tienen plena conciencia que la igualdad entre hombres y mujeres está lejos de ser alcanzada y que en caso de casarse o tener hijos "estarán impedidas de seguir cantando o participando de las actividades del movimiento al menos por un determinado período" (Weller, 2005: 118).
14 Autoras como Svampa (2005) señalaron que las nuevas narrativas identitarias juveniles se construyen en gran parte en oposición a la policía. Sin embargo, de acuerdo a los datos de encuestas realizadas por otros trabajos (Balardini, Tobeña y Nuñez, 2007) en realidad el cuestionamiento a "los políticos" pareciera tener un peso mayor en la estructuración del relato juvenil, incluso por encima del rechazo a la policía. Los jóvenes, en particular los de los sectores populares, tienen una relación ambigua con esta agencia de control estatal, ya que por un lado tienen conocidos, vecinos o parientes en la fuerza y por otro el alistarse en la policía es una de las opciones laborales más factibles.
15 Juan Carlos Torre (2003) señala que los dos partidos nacionales mayoritarios, el PJ y la UCR, si bien son distintos en cuanto a la composición social de sus miembros tienen una escasa distancia ideológica. Según el autor se diferencia más bien porque representan dos subculturas políticas, el primero el acceso de los trabajadores a los derechos sociales gracias a un liderazgo plebiscitario, el segundo las luchas cívicas por la libertad de sufragio. En su análisis, Torre destaca que la crisis de representación repercute de manera diferente en estas distintas familias políticas, ya que en el peronismo es más limitado, en tanto el epicentro de la crisis de la representación partidaria se explica fundamentalmente por el polo no peronista, dada la volatilidad del voto entre las opciones electorales del centro-derecha y del centro-izquierda.
16 Ambas ciudades se convirtieron en puntos de referencia para el país del nuevo repertorio de acciones de protesta, en las que el piquete adquirió centralidad aunque la propia autodefinición de los pobladores oscilaba entre denominarse "piqueteros" y "fogoneros". En ambos casos los reclamos adquirieron la forma de una pueblada, contando con el acompañamiento de la mayor parte de los habitantes de dichos lugares ante las consecuencias que tuvo en ellos la privatización de YPF, enclave económico que sostenía la economía del lugar. En Cutral-Có en 1997 el corte de la ruta nacional fue dispersado por la Gendarmería Nacional, derivado esta acción en enfrentamientos violentos que tuvieron, entre su más grave consecuencia, la muerte de Teresa Rodríguez.
17 Un rasgo particular de la cultura política fue la configuración de lo que Oscar Terán (2002) llamó un pluralismo negativo e igualitarismo populista donde todos hablan al mismo tiempo, con lo cual nadie escucha a nadie, creando la ilusión de que los demás dicen lo mismo que ellos.
18 La familia como fuente de legitimidad es una cuestión que excede al análisis de los movimientos piqueteros. Tal como diversos trabajos se ocuparon de señalar, los organismos de derechos humanos estructuran su reclamo a partir de la filiación de sangre (Filc, 1997; Jelín, 2003). El modelo tradicional de familia que la dictadura militar proponía, cual juego de espejos, fue rechazado y apropiado por los organismos de derechos humanos, que pasaron a ser sinónimo de organismos de familiares, definiendo la identidad se define a partir de una experiencia compartida e intransferible (Filc, 1997). En esta rearticulación "los hijos descarriados de la gran familia argentina" se convierten en los "buenos hijos", depositarios de lo moralmente superior; en definitiva, normales. Es la voz del familiar la cual cuenta con mayor legitimidad. La interpretación de la noción de familia, si bien permite contraponerla a la que desde las Fuerzas Armadas se proponía (Filc, 1997), genera sus propios límites al crear una distancia y diferenciar entre quienes llevan la verdad del sufrimiento y quienes simplemente acompañan, los cuales no son vistos como igualmente legítimos (Jelín, 2003). La participación se jerarquiza de acuerdo al lazo familiar, paradójicamente en momento de reclamos de mayor igualdad y democratización. Este tipo de argumentación va generando una manera particular de articular el reclamo donde pareciera que "sólo los parientes son considerados afectados en sus demandas de reparación" (Jelín, 2003: 25). Este punto tiene fuerte implicancia tanto respecto a la legitimidad del reclamo frente al terror de la dictadura como los reclamos que protagonicen las nuevas generaciones: sus luchas nunca serán tan legítimas como las de los años '70; aquellas jamás podrán ser igualadas. Durante las marchas por Cromagnon fueron también los familiares, más que los sobrevivientes, los que ocuparon el centro de la movilización y quienes lograron mayor visibilidad pública. Los jóvenes que militan en partidos políticos y sindicatos no cuestionan esta jerarquización. En un trabajo desarrollado en la ciudad de Mar del Plata con jóvenes militantes de partidos políticos hallé que el hecho de que los padres o algún familiar fueran o hubiesen sido militantes o simpatizantes los impulsó a participar más activamente. La familia aparecía como determinante en el momento de la toma de la decisión de participar políticamente, cuestión resaltada por todos los entrevistados. La madre que la acompaña a un partido político, el ejemplo del padre, la hermana o un tío con el que se formó la conciencia política son las figuras que actúan como referencia en el momento de decidir involucrarse de manera más activa mientras que es posible encontrar en la política argentina múltiples ejemplos similares (desde las pintadas realizadas por jóvenes militantes que dicen luchar "por los sueños de los que no están", hasta la presentación de una nueva agrupación política integrada por jóvenes cuyo nombre es GEN, que si bien indica las siglas de Generación por la Emancipación Nacional, al leer que muchos son hijos de militantes políticos podría pensarse que de forma consciente o no el nombre expresa también que la pasión por la política es como un gen que determina la aparición de caracteres hereditarios) (Ver "La generación que quiere la posta", en diario Página 12, 16/09/2007).

19 Esta nueva cultura, entre otras cuestiones, acarrea que las personas convivan con un alto grado de ansiedad —en el trabajo, la escuela, la política pero también la relación de pareja o los afectos en general— incrementando el desconcierto, lo que en palabras de Sennett (2006) lleva a no saber que puede pasarnos.
20 Aunque ciertamente formará parte del conjunto de experiencias políticas, en el sentido que le da Thompson, es decir tanto de vivencia como de agencia.
21 Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (Hijos) es la agrupación conformada principalmente por hijos de desaparecidos durante la dictadura militar.
22 Pablo Vommaro señala que en algunos relatos se encuentra presente la idea de que la política atraviesa todos los espacios de la vida, que aparece en la frase "lo personal es político".
23 Robert Castel señala que si bien el desasosiego de la pérdida de futuro tiene un sentido individual, su reacción es colectiva, lo que motiva el surgimiento del resentimiento como resorte de acción o de reacción sociopolítico. El resentimiento colectivo se nutre "del sentimiento compartido de injusticia que experimentan grupos sociales cuyo estatus se va degradando y que se sienten desposeídos de los beneficios que obtenían en su situación anterior" (Castel, 2000: 65).
24 En un trabajo sobre la marcha en Jujuy en conmemoración del Apagón de Ledesma, Ludmila Catela da Silva (2004) señala los intentos de los organizadores de la marcha por evitar cualquier posibilidad de emergencia de la violencia en ellos. La autora contrapone la preocupación de los líderes de derechos humanos organizadores de la conmemoración del Apagón de Ledesma ante la violencia que podría generarse por la presencia de columnas de jóvenes de organizaciones sociales, de piqueteros y de trabajadores desocupados con la manera de vivir la marcha por parte de ellos, resignificada como espacio de sociabilidad.
25 Nuevamente es necesario matizar las afirmaciones. La muerte de Fuentealba, un maestro neuquino, como consecuencia de la represión de un corte de ruta que realizaban los docentes y el posterior triunfo del Movimiento Popular Neuquino (MPN) en Neuquén junto a la desaparición desde hace más de un año del testigo en los juicios por la verdad contra militares y policías que actuaron durante la dictadura militar, Jorge Julio López, surgen como fenómenos que parecieran reconfigurar dichos límites al mismo tiempo que funcionan como disciplinadores: la participación política impregna de dolor y tragedia a los familiares de quienes la realizan. Por el contrario, los casos de Kosteki y Santillán, asesinados por el accionar policial durante una protesta piquetera en la estación de trenes de Avellaneda, al sur del Gran Buenos Aires, tuvo como consecuencia el adelantamiento de las elecciones presidenciales decidido por el Presidente provisional Duhalde.
26 La presencia de muchos alumnos de escuelas secundarias de la Ciudad de Buenos Aires, o de familiares y amigos de ellos en el trágico recital llevó a que la Secretaría de Educación diseñara una política de acompañamiento de las víctimas y generara espacios en las instituciones para conversar sobre lo ocurrido.
27 En diciembre de 2005 la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires decidió tomar una prueba a fin de año que integrara los conocimientos que los alumnos habían adquirido a lo largo del ciclo lectivo. La imposición de la prueba integradora recibió numerosas críticas de docentes y alumnos, quienes manifestaron su rechazo mediante cartas, sentadas y tomas de escuelas.

28 El éxito de los jóvenes en evitar la reducción de las becas estudiantiles puede deberse a que logran establecer como prioridad la inseguridad alimentaria junto a la inseguridad acerca del futuro, en caso de no poder continuar los estudios. La perdurabilidad en el imaginario colectivo de la educación como garante de oportunidades a futuro sumada a la preocupación por la reproducción del núcleo familiar favorecen la visibilización de la postura de los alumnos. Un caso similar ocurrió durante el trabajo de campo en la provincia de Neuquén. Cuando visitamos las escuelas para decidir cuáles formarían parte de la muestra encontramos que varias de ellas estaban tomadas por los alumnos en reclamo de "viandas para todos" y de la derogación de la resolución que permitía que personal policial cumpliese funciones de seguridad en los establecimientos educativos. Los jóvenes lograron ambos propósitos. En este caso nuevamente el recuerdo de los riesgos del pasado —la represión policial— sumado a la inseguridad acerca del futuro y la alimentaria legitiman el reclamo y garantizan su éxito.
29 Alejandro Grimson (2007) propone una mirada experiencialista que enfatiza la sedimentación de los procesos en la configuración de los dispositivos culturales y políticos relevantes. Desde esta perspectiva el imaginario se explica en función de la sedimentación de procesos sociohistóricos en los que se encarna.
30 La campaña "Ningún pibe nace chorro" fue organizada a fin de 2008 por la Asamblea Permanente por los Derechos de la Niñez en La Plata, luego de la detención de un alumno de una escuela de la Provincia de Buenos Aires, acusado del asesinato de un empresario en San Isidro. El joven fue defendido por sus docentes ante unas acusaciones que aún no lograron el fundamento necesario.

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