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Revista SAAP

On-line version ISSN 1853-1970

Revista SAAP vol.5 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires Jan./June 2011

 

RESEÑAS

Why Europe Was First. Social Change and Economic Growth in Europe and Eats Asia 1500-2050
Erik Ringmar

Anthem Press, Delhi, 2007, 416 páginas.

 

Marcelo Moriconi

 

En este libro Eric Ringmar analiza los mecanismos de modernización en Europa y el este asiático, centrándose tanto en el origen institucional de los cambios sociales como en las pautas culturales que pudieran determinar el estancamiento político, económico y social. El autor busca comprender por qué, si en un momento dado de la historia ambas regiones se encontraban en un mismo nivel en cuanto a desarrollo, Europa logró modernizarse en primer término y cómo es que, años más tarde, el este asiático vuelve a estar en un nivel similar al Europeo.
Eric Ringmar se doctoró en Yale y fue profesor de la London School of Economics and Political Science entre 1995 y 2006. Desde entonces es profesor de economía política y sociología cultural en la Nacional Chiao Tung University de Hsinchu en Taiwán. Para entender la naturaleza del cambio social, Ringmar retoma la noción de potencialidad introducida por Aristóteles. Así, el cambio se produce cuando algo potencial se transforma en lo actual; cuando algo que podría ser, pero no lo es, se transforma en lo que es. Toda niña es potencialmente una mujer, y todo bloque de mármol es potencialmente una estatua. La lógica del cambio que utiliza Ringmar para comparar Europa con el este asiático está signada por tres etapas analíticamente separables. La primera será la reflexión, donde las potencialidades del mundo son descubiertas y exploradas; la segunda corresponde al emprendimiento, cuando la reflexión da paso a la acción; y la tercera es el pluralismo para subsanar los conflictos producidos por la potencialidad de los cambios de revertir las jerarquías existentes y modificar el estilo de vida. La pluralidad será la existencia de proyectos diferentes y contradictorios, de soluciones variadas, de modos de vida distintos.
Puede decirse que todas las sociedades, en diferentes niveles, poseen estas tres características. Toda sociedad será potencialmente moderna. Entonces, ¿dónde radican las diferencias? Las diferencias, según Ringmar, estarán determinadas por los grados y formas de institucionalización, formal e informal, de las tres etapas del cambio social. El libro es muy interesante dadas las pocas comparaciones directas entre el este asiático y Europa que se han realizado. Los análisis del estancamiento chino entre los siglos XVII y XIX a menudo recurren a cuestiones relacionadas con el conservadurismo y las limitaciones propias de una cultura con pasión por lo ancestral para explicar el fenómeno. Sin embargo, el análisis de Ringmar analiza cómo el cambio ha sido un tema central en el pensamiento chino. Pero el cambio ha sido entendido de manera diferente a Occidente. El cambio no implica progreso ni lleva una dirección previa. El sentido clásico del cambio no proponía una ruptura con el pasado sino su restablecimiento en otros términos. Estas diferencias, asimismo, se vieron apoyadas por recursos distintos, fundamentalmente religiosos. Si el cristianismo en Occidente estableció una comprensión lineal de la historia con el punto central en la figura de Cristo, las religiones chinas no poseen un Dios todopoderoso que creó el universo y planifica los cambios. Los cambios no son externos al mundo, sino internos.
Una de las características más significativas de China advertidas por los extranjeros es su capacidad para vivir con lo que parecieran contradicciones muy significativas. Esto se ve hoy en materia política cuando los líderes declaran que China es capitalista y comunista a la vez. Pero el doble discurso, a modo de hipocresía, puede verse como una tradición China. Por ejemplo, hay muchas contradicciones entre el confucianismo y el legismo, sin embargo ambos enfoques han perdurado a la vez. En religión, hay contradicciones entre el confucianismo, el budismo y el taoísmo, pero sin embargo aún hoy hay muchos chinos que suscriben a las tres. La gente puede visitar diferentes templos y por diferentes motivos sin que esto genere incompatibilidad con las creencias que estos representan. Hay que entender que las religiones chinas tienen poco o nada en sentido de estructura organizacional. No hay requerimientos para ser miembros, no hay catequesis, no se pregunta cuánto se sabe de la religión. Por eso no hay nunca una razón para tener que suscribir a un conjunto de creencias y descartar las demás. Los dioses chinos nunca fueron celosos el uno del otro. El pensar científico también sigue caminos diferentes: en vez de ser dogmáticos, los científicos pueden tomar ideas diversas que sean apropiadas para sus objetivos y montarlas a modo de bricolaje intelectual. También hay que entender que el objetivo de los líderes chinos, más que seguir un dogma, ha sido mantener al país unido y a ellos seguros en el poder. Por ello, más que ortodoxa, la sociedad china ha sido ortopráctica.
Es importante tener en cuenta las diferencias en torno al pensar oriental. El tópico que separa a la teoría de la práctica es solamente lógica en las sociedades occidentales. Y en este marco de pensamientos diferentes, surgen visiones distintas sobre el objetivo final del orden social. Las sociedades del este asiático centrarán su orden en la importancia del ritual como factor de cohesión social, la armonía, la ética y la jerarquía.  La armonía "no es simplemente la paz conseguida en la superficie. Es armonía y paz interior y espiritual. Este ideal da lugar a una unidad de espíritu comunitario a partir de mantener no sólo las distinciones jerárquicas sino también la igualdad esencial de un orden ético. Debería ser la ética la que determinara la continuidad, la integración y la unidad del Estado". Es importante en este punto entender que la jerarquía, como se entiende en Oriente, está signada por las relaciones y sus obligaciones. Si bien los dirigidos deben ser obedientes, los dirigentes deben ser compasivos y todos deben considerar los sentimientos de los demás. Será en los rituales donde las relaciones jerárquicas fundamentales sean confirmadas y por eso se transformen en las herramientas para ayudar a la armonía social. Allí se expresan los significados de las obligaciones sociales y la gente encuentra formas concretas de satisfacer sus obligaciones.
En cuanto a los análisis que explican la modernización europea a partir de descubrimientos individuales, fundamentalmente la brújula, las armas de fuego o la imprenta, el autor demuestra que invenciones similares aparecieron en el este asiático muchos años antes. Si este tipo de cambios individuales fuera la explicación de la modernización, China se hubiese modernizado muchos años antes. Lo distinto, explica Ringmar, fue la manera en que la sociedad se apropió, diseminó, extendió y desarrolló la nueva tecnología: es decir, lo diferente fue la institucionalización. El logro real fue la creación de una maquinaria social (no individual, sino colectiva) capaz de producir cambios constantes. Esto es lo que no tuvo China. Asimismo, entre los siglos XV y XVI, los europeos empezaron a cambiar a partir de tres fuentes externas que se descubren: la Antigüedad clásica, nuevos continentes y el universo ilimitado. Estas fuentes ya eran estudiadas y existían en China desde tiempo atrás. Sin embargo, la idiosincrasia de la cultura China determinaba que lo extranjero no era digno de ser extrapolado a su vida diaria.
Esta visión de la modernización a partir de la libertad de reflexión y su posterior institucionalización sin un camino previo definido reabre el debate sobre las potencialidades de los países subdesarrollados para acceder a mejores condiciones de vida para sus ciudadanos. Por ello, el análisis de Ringmar, simplemente, presenta a la sociedad moderna como una sociedad en cambio permanente, pero sin destino definido más allá del valor fundamental de conseguir una sociedad más justa. En definitiva, los caminos seguidos por China, Japón o Europa fueron diferentes en cuanto a la tradición de pensamientos y los valores sociales fundamentales a ser defendidos. También varió el tiempo y la lógica de modernización. En oposición a Lyotard, Ringmar no considera que la modernidad y la modernización estén guiadas por narrativas sino por instituciones que permiten que la gente adopte distintas explicaciones de sus vidas.
El autor cuestiona la tradición de discurso que sostuvo que modernizarse era lo que los países pobres debían hacer para ponerse a la altura de Europa o Estados Unidos, pues esto determinaría mejores condiciones de vida o, a mediados de siglo XX, evitar el comunismo. Esta narrativa, cuestiona el autor, permitió una división del mundo entre países líderes y secundarios. De esta manera, se legitimó que los países líderes hablaran primero de civilización y, en la actualidad, por ejemplo, del Consenso de Washington. Pero la modernización nunca actuó de esta manera ni logró realizar sus premoniciones. La sociedad moderna, según el autor, nunca correspondió a una visión en particular, no es una sociedad industrial, o una sociedad urbanizada, o una sociedad secularizada, democrática e individualizada. Esta idea sólo fue una idea naturalizada por los expertos europeos y estadounidenses, algo que en la actualidad determina que lo moderno y su reflexividad estén signados por el mercado.
Bajo esta visión, no queda otra posibilidad que una sociedad moderna, porque simplemente es una sociedad en cambio permanente. Y no existirán recetas universales capaces de ser extrapoladas, ni valores esenciales necesarios. En definitiva, la modernización para Ringmar tiene una base: la institucionalización de los cambios surgidos de la reflexión abierta y sin límites sobre las potencialidades de la sociedad para ser más igualitaria y más justa. Todo esto en un marco de emprendimientos variados y pluralidad, donde el debate provea a la sociedad de las herramientas óptimas. La reflexión, de esta manera, se convierte en el descubrimiento de lo justo, en lo que Aristóteles denominó como conocimiento de lo factible. Si lo natural no puede ser de otra manera que como es (conocimiento de lo fáctico), las construcciones humanas, en cambio, podrían haber sido de otra manera, y al haber sido elegida una manera de hacer las cosas, se han desechado otras tantas.
El libro es de especial interés para aquellos académicos preocupados por el cambio social. Asimismo, la comparación que Ringmar nos propone entre Asia y Europa incita a repensar Latinoamérica, su coyuntura y sus potencialidades, en perspectiva comparada y en diálogo fluido con el análisis de este autor.

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