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Revista SAAP

On-line version ISSN 1853-1970

Revista SAAP vol.7 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires Nov. 2013

 

ARTÍCULOS

El votante argentino

 

Germán Lodola

Universidad Torcuato Di Tella, Argentina
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina
glodola@utdt.edu


Palabras clave: Comportamiento electoral; Opinión pública; Factores estructurales; Factores de comportamiento; Argentina.

Key words: Electoral behavior; Public opinion; Structural factors; Behavioral factors; Argentina.


 

Pasadas tres décadas desde el retorno de la democracia, el estudio del comportamiento electoral de los votantes argentinos permanece aún relativamente poco explorado. En los últimos años, sin embargo, este tema ha suscitado un creciente grado de atención en buena medida debido a la proliferación de datos de encuestas. Los estudios electorales en nuestro país inicialmente se desarrollaron en base al análisis de datos de naturaleza ecológica, esto es, información electoral, demográfica y socioeconómica a nivel de unidades geográficas. El aumento en la cantidad y calidad de encuestas de opinión pública ha permitido que finalmente puedan realizarse inferencias causales tomando a los individuos, en lugar de las provincias, los municipios o los distritos electorales, como unidad de análisis.
El objetivo central de esta nota es proporcionar un análisis crítico de los aportes que han contribuido a configurar el área de estudios sobre comportamiento electoral en Argentina durante el actual período democrático. ¿Qué se ha estudiado concretamente en los últimos treinta años? ¿Qué preguntas se han intentado responder y cómo? ¿Es posible identificar patrones de comportamiento del votante argentino? ¿Cuál es el vínculo entre estos patrones y la dinámica más general que asumió la democracia? Los trabajos que aquí se examinan pueden ser divididos en dos diferentes, aunque no enteramente excluyentes ni exhaustivas, categorías1. La primera categoría está compuesta por estudios que analizan si, y en qué medida, las divisiones de clase organizan la política electoral en nuestro país. Me refiero a estos trabajos como centrados en "factores estructurales". La segunda categoría comprende estudios que indagan acerca del potencial impacto de las percepciones, actitudes y experiencias individuales sobre las decisiones de voto. Denomino a estos aportes como centrados en "factores de comportamiento". Cada una de las secciones que compone esta nota está dedicada al examen particular de estas categorías analíticas. La sección final discute brevemente algunas limitaciones de los estudios electorales en Argentina y sugiere posibles soluciones para superar estos déficits.

Factores estructurales

Los trabajos centrados en "factores estructurales" analizan la relación entre clivajes sociales subyacentes (como la religión, la etnicidad o la procedencia de clase) y el voto. La idea es que dichos clivajes afectan las preferencias electorales de los votantes -y, por lo tanto, los resultados de las elecciones- a través de activar mecanismos de lealtad o identificación partidaria. En Argentina, este debate estuvo dominado por el estudio sobre la composición clasista del voto, con el peronista anclado en las clases populares y el antiperonista en las clases medias y altas2. Si bien durante parte del período aquí analizado existe cierta división por clase del voto que se corresponde con la interpretación convencional, la vigencia ininterrumpida de la democracia y el surgimiento de nuevos temas e hipótesis explicativas, las profundas transformaciones ocurridas en la estructura social y diversos cambios operados en la matriz del sistema de partidos, hicieron que el factor clase fuera perdiendo intensidad y capacidad para predecir las decisiones electorales de los argentinos.
Varios trabajos que analizan las elecciones celebradas en la década de 1980 destacan la presencia temprana de cambios en los apoyos ocupacionales tradicionalmente recibidos por los candidatos del PJ y la UCR. Por ejemplo, utilizando encuestas postelectorales realizadas en las ciudades de Córdoba y Tucumán, Jorrat (1986) señala que la victoria de Raúl Alfonsín en la elección de 1983 fue en gran parte atribuible a una fractura del voto obrero (trabajadores calificados y no calificados) en favor del radicalismo3. En un estudio clásico que emplea datos de encuestas postelectorales en el Gran Buenos Aires, Catterberg (1989) también subraya el peso decisivo que en la mencionada elección tuvo la fuga de votos peronistas hacia la UCR en el sector bajo no estructurado (obreros calificados, empleados y cuentapropistas). Aun cuando el autor identifica una división por clase en las elecciones legislativas de 1985 y 1987, al mismo tiempo registra una considerable pérdida de votos radicales en los sectores altos y medios altos, quienes -alertados por la crisis económica y la escalada inflacionaria- migraron hacia el candidato del PJ, Carlos Menem, en la elección presidencial de 1989.
Durante los años noventa también se observa cierta indiferenciación clasista del voto. En un exhaustivo análisis sobre las transformaciones ocurridas en la base social de la coalición menemista entre las elecciones de 1989 y 1995, Gervasoni (1998: 80-81) advierte que el PJ registró pérdidas moderadas en el sector de bajo estatus (trabajadores informales y personal doméstico) y pérdidas aún mayores entre los obreros manuales, considerado el segmento ocupacional tradicionalmente más fiel al justicialismo, la mayoría de los cuales desertaron hacia el Frepaso4. De igual manera y consistente con el abrupto giro neoliberal adoptado por el gobierno, el menemismo aumentó el apoyo electoral entre los empresarios, profesionales y altos funcionarios, votantes históricamente asociados con el radicalismo y con fuerzas políticas de centroderecha. Estas observaciones coinciden con los resultados estadísticos reportados por Canton y Jorrat (2002). En base a encuestas suministradas en el Gran Buenos Aires con posterioridad a las elecciones, y tras controlar por la identificación partidaria reportada por los entrevistados, los autores no encuentran un efecto significativo de la distinción de clase (medida como obreros manuales, empleados y otros sectores) sobre la probabilidad de votar por el PJ en 1995. Es decir, un obrero manual que se reconocía peronista no mostraba mayor inclinación a haber votado por Menem que alguien también autodenominado peronista pero perteneciente a otro segmento ocupacional. El carácter "multiclasista" de esta coalición electoral, sin embargo, no se reproduce en las elecciones presidenciales de 1999. En efecto, tanto el estudio de Canton y Jorrat (2002) como las inferencias ecológicas elaboradas por Lupu y Stokes (2009) utilizando datos a nivel departamental y alfabetización como indicador de clase social, concluyen que las divisiones basadas en procedencia de clase encuentran expresión en esa contienda electoral. Así, los obreros manuales (o analfabetos, según la controvertida operacionalización adoptada por Lupu y Stokes) tienen una mayor probabilidad de votar por el peronismo que las personas pertenecientes a otros sectores ocupacionales (alfabetos)5.
Los trabajos sobre elecciones más recientes han tendido a abandonar el estudio de la relación causal entre clase social y voto. En general, se observa una tendencia a reemplazar el uso de indicadores ocupacionales capaces de capturar las divisiones de clase por variables socioeconómicas -típicamente, ingreso y educación- que oscurecen la posición que ocupan los votantes en la estructura de clases6. Estas variables suelen ser incluidas en los modelos de comportamiento electoral solamente como "controles" para testear el impacto de otros factores explicativos propuestos por la literatura, tales como la performance de los gobiernos, la distribución regional de recursos federales, el clientelismo político, las opiniones de los candidatos sobre temas relevantes para la opinión pública y el desempeño de la economía.
Dos razones principales motivaron este cambio en el foco de atención. Primero, como se dijo antes, la relativamente escasa capacidad predictiva del factor clase. Vale la pena notar que los resultados confusos, y en algunos casos contradictorios, a los que arriban los textos discutidos en esta sección pueden deberse a que estudian regiones diferentes, analizan períodos distintos, emplean diferentes indicadores de clase social y utilizan variadas metodologías de análisis. El segundo factor que ha desalentado el estudio del voto de clase se relaciona con la gradual despartidización del electorado argentino, en especial del electorado no peronista (Torre, 2003). Según datos de la encuestadora Ipsos-Mora y Araujo, entre 1984 y 2010 la proporción de ciudadanos que declaró ser afiliado a un partido político decreció (con algunas fluctuaciones menores en años electorales) del 26 al 7 por ciento, mientras que el número de simpatizantes partidarios bajó del 47 al 15 por ciento. La información disponible en base a encuestas nacionales del Barómetro de las Américas sugiere un patrón similar, aunque también se observa que el promedio de simpatizantes en el período 2010-2012 creció a cerca del 23 por ciento.

Factores de comportamiento

Los estudios que se concentran en "factores de comportamiento" indagan en qué medida las percepciones, actitudes y experiencias individuales afectan las preferencias electorales de los votantes. Existen dos variedades principales de este tipo de análisis en Argentina: el voto por temas (issue voting) y el voto económico.
El voto por temas se estudia habitualmente a partir de identificar, a nivel individual en una dimensión izquierda-derecha, la distancia ideológica entre el autoposicionamiento de los votantes sobre un tema (o temas) relevante en la campaña electoral y la posición que los votantes le imputan a los candidatos sobre ese mismo tema. La expectativa teórica es que la probabilidad de que un votante apoye a un candidato naturalmente decrece con la distancia ideológica entre ellos. Ahora bien, ¿existe un componente ideológico en la política electoral argentina?
Catterberg (1989; ver también Catterberg y Braun, 1989) tempranamente afirmó que la cultura política en nuestro país se caracteriza por una configuración poco ideológica de los partidos y el electorado. Sus estudios sugieren que una proporción importante de los votantes no se ubica claramente en el espectro izquierda-derecha y que los principales partidos políticos no tienen un perfil ideológico homogéneo. De esto se desprende que el voto no está necesariamente orientado hacia el partido percibido como más cercano a la propia orientación ideológica. En una dirección similar, utilizando datos estratificados a nivel individual en todo el país, Lodola y Seligson (2013: 211-228) reportan que no existen diferencias apreciables entre los simpatizantes del Frente para la Victoria, la UCR y el peronismo disidente en términos de ubicación ideológica y apoyo al rol activo del Estado. La única diferencia estadísticamente significativa es que los primeros son más progresistas en términos fiscales -o manifiestan estar dispuestos a pagar más impuestos para aumentar el gasto público en salud, educación y asistencia social- que los simpatizantes del resto de las fuerzas políticas. Otros investigadores, en cambio, asignan cierto peso a los factores ideológicos del voto, pero apenas durante la primera parte de la década menemista. Por ejemplo, en el estudio citado, Canton y Jorrat (2002) muestran evidencia estadística de que quienes profesan ideologías de derecha tienen una probabilidad mayor de haber votado a Menem en 1995. En el mismo sentido y luego de controlar por variables sociodemográficas y políticas, Gervasoni (1998) substancia un efecto significativo de actitudes individuales privatistas sobre la probabilidad de declarar intención de voto por el PJ en esa misma elección.
Los trabajos discutidos en el párrafo anterior, sin embargo, son inadecuados para evaluar el potencial efecto del voto por temas debido a que no consideran la distancia ideológica entre votantes (simpatizantes) y candidatos. Para mi conocimiento, Cataife (2011) es el único estudio que adopta este enfoque empleando una encuesta realizada en la provincia de Buenos Aires con anterioridad a las elecciones legislativas de 20097. El autor estima modelos logísticos mixtos sobre tres temas políticos: crimen (o grado de apoyo a políticas punitivas), tamaño del Estado (como indicador del grado de ortodoxia económica) y rol del Estado en la generación de empleo. Luego de controlar por una serie de variables sociodemográficas y atributos políticos de los candidatos, presenta evidencia empírica que la distancia ideológica sobre el tema crimen significativamente afecta las preferencias electorales de los votantes8. Por otro lado, el tamaño del Estado no tiene un efecto discernible estadísticamente mientras que sólo los votantes de bajos ingresos consideran la distancia con los candidatos respecto de la acción estatal en la creación de empleo al decidir su voto9
.
La segunda variedad de estudios centrados en factores actitudinales examina la relación entre las percepciones individuales sobre la marcha de la economía y el comportamiento electoral. Aun cuando no existe una vibrante tradición sobre voto económico en nuestro país, los trabajos existentes sugieren que las percepciones sobre el desempeño económico afectan las preferencias electorales de los argentinos. Sin embargo, la importancia relativa del voto económico es contingente a la elección analizada, los indicadores de voto seleccionados y los métodos estadísticos utilizados.
La literatura distingue cuatro formas de medir el voto económico a partir de encuestas de opinión donde los entrevistados evalúan su propia situación económica (voto egotrópico) y el desempeño de la economía nacional (voto sociotrópico), tanto en el pasado (retrospectivo) como en el futuro (prospectivo) inmediato. Aunque no contamos con estudios de este tipo para las elecciones celebradas en la década de 1980, existe cierto acuerdo entre los analistas de que las percepciones favorables sobre la marcha de la economía decrecieron luego del fracaso del Plan Austral y la posterior crisis económica (Catterberg, 1989: 44-48). La debilidad del gobierno radical para manejar la economía sería, entonces, el factor explicativo principal del triunfo peronista en las elecciones de 1987 y 1989 (Catterberg y Braun, 1989; De Riz, 1990; Mora y Araujo, 1991; Gervasoni, 1998).
Algunos estudios sobre elecciones más recientes testean empíricamente el peso relativo de varias medidas de voto económico mencionadas. Así, Canton y Jorrat (2002) encuentran evidencia a favor del voto sociotrópico (retrospectivo y prospectivo) en la elección de 1995, y del voto retrospectivo (sociotrópico y egotrópico) en la de 199910. Por su parte, Cataife (2011) también reporta un efecto significativo del voto egotrópico retrospectivo en 2009. Vale decir, quienes percibían un empeoramiento en su propia situación económica personal manifestaban una menor propensión a apoyar la lista oficialista encabezada por Néstor Kirchner. Este efecto, sin embargo, es perceptible entre los votantes de medianos y altos ingresos pero no entre los votantes de bajos ingresos. Para dar cuenta de este resultado un tanto contraintuitivo (después de todo, los sectores de bajos ingresos deberían ser los más afectados por los avatares de la economía), el autor ofrece una explicación vinculada a las máquinas clientelares del PJ: los votantes pobres no votan económicamente porque son los receptores de la política clientelar peronista. Más allá de que esta afirmación está sólo fundamentada en base a literatura secundaria, debe notarse que los modelos de regresión estimados por Cataife únicamente incluyen indicadores de voto egotrópico ignorando la abundante evidencia empírica sobre la mayor relevancia electoral del voto sociotrópico (Lewis-Beck y Nadeau, 2011)11. De hecho, Lodola y Seligson (2013) encuentran que el voto sociotrópico es el determinante más importante del voto a favor de Cristina Fernández de Kirchner en la elección de 2011, al tiempo que la evaluación de la economía personal no tiene ningún efecto estadístico. Concretamente, quienes creen que la economía nacional funcionaba muy mal tienen una probabilidad estimada cercana al 40 por ciento de haber votado a la presidenta, mientras que dicha probabilidad aumenta aproximadamente al 90 por ciento entre quienes entienden que la economía funcionaba muy bien.
Alternativamente, el potencial impacto del voto económico ha sido estudiado a través del denominado modelo de referéndum. La idea fundamental es que el comportamiento de los votantes y los resultados electorales -en cualquier nivel de gobierno- dependen del desempeño de la administración nacional. Si el nivel de aprobación presidencial es alto (o la economía funciona bien), los candidatos del partido o coalición electoral del presidente deberían ser beneficiados en las urnas. Por el contrario, se espera que el voto a favor de tales candidatos se relacione negativamente con bajos niveles de aprobación presidencial (o mal desempeño económico). En un artículo frecuentemente citado, Remmer y Gélineau (2003; ver también Gélineau y Remmer, 2006) testean esta hipótesis a través de modelos logísticos con datos a nivel individual y a nivel agregado para las elecciones a gobernador y a diputados provinciales celebradas en el período 1983-2001. Luego de controlar por un conjunto de variables políticas, los autores encuentran evidencia empírica de que la proporción de votos de los candidatos del partido del presidente en efecto fluctúa con el ascenso y la caída de la aprobación presidencial y, llamativamente, con el desempeño de la economía provincial antes que el de la nacional. Este último resultado puede, al menos en parte, deberse a problemas de multicolinearidad entre las variables macroeconómicas nacionales y subnacionales así como a deficiencias en la medición de las condiciones económicas en las provincias argentinas.

Conclusión

La literatura sobre comportamiento electoral en Argentina sin dudas avanzó, tanto en términos de contrastación empírica de hipótesis relevantes como en el uso de herramientas metodológicas más sofisticadas, durante los últimos treinta años. Sin embargo, los estudios son aún parciales y tienden a concentrarse en elecciones puntuales. Esto naturalmente dificulta la identificación de patrones generales de comportamiento en el tiempo. Existen, entre otras, tres áreas de investigación que pueden seguirse para perfeccionar el estudio sobre los motivos del voto en nuestro país. Primero, es necesario recolectar más datos a nivel individual. Esto no sólo implica realizar un mayor número de encuestas (a diferentes niveles de la estructura territorial) sino también incorporar análisis de panel que permitan entrevistar a las mismas personas en diferentes momentos, por ejemplo, de la campaña electoral. Esto, a diferencia de los datos de corte transversal, permitiría estudiar los factores que afectan el cambio en las decisiones de voto de los argentinos. Segundo, es necesario realizar investigaciones que combinen datos a nivel individual con datos a nivel de unidades geográficas. Estas investigaciones "multinivel" permitirían comprender de qué manera las preferencias electorales de los votantes son de alguna manera condicionadas por el contexto social y político. Finalmente, una tercera área donde es necesario avanzar refiere a los estudios experimentales aplicados a encuestas, donde se les asigna aleatoriamente diferentes versiones del cuestionario a diferentes categorías de entrevistados. Por un lado, este método permite combinar la validez interna de los experimentos con la validez externa de muestras poblacionales representativas. Por otro lado, permite identificar los determinantes del voto (y, por lo tanto, testear teorías) en categorías específicas de individuos.

Notas

1 Por cuestiones de espacio, solamente se consideran estudios que de alguna manera someten -típicamente con métodos cuantitativos de análisis- ciertas hipótesis explicativas a la contrastación empírica. Por lo tanto, se excluyen los trabajos que meramente reportan resultados electorales sin agregar un análisis empírico independiente de ellos. También se excluye la literatura que trata el impacto de las elecciones sobre la evolución de un determinado partido político o sobre el sistema de partidos en general.

2 Desde los años cincuenta hasta los ochenta, la sociología electoral en nuestro país se desarrolló sobre la base de análisis ecológicos en torno a esta preocupación. Ver, entre otros, Germani (1955), Snow (1969), Smith (1972), Mora y Araujo (1975), Schoultz (1977), Canton y Jorrat (1978, 1980), Ranis (1979).

3 En una encuesta realizada por entonces a trabajadores sindicalizados del Gran Buenos Aires, Ranis (1991) observa que una proporción semejante de ellos se identificaba con el peronismo y el radicalismo.

4 El estudio utiliza datos de encuestas preelectorales realizadas en Ciudad de Buenos Aires, Gran Buenos Aires, Córdoba, Rosario, Mendoza, Tucumán, Paraná, Salto y una zona rural de Tucumán.

5 Lupu y Stokes (2009: 529-530) analizan todas las elecciones nacionales celebradas en el período 1983-2003. Con respecto al peronismo, encuentran que sólo en cinco de las doce contiendas el apoyo electoral proviene mayoritariamente de la clase baja (analfabetos), mientras que en el resto el apoyo es multiclasista. En cuanto al radicalismo, en siete elecciones el apoyo proviene en su mayor parte de la clase media o alta (alfabetos), en dos elecciones (1995 y 2001) de la clase baja, y en las dos restantes el apoyo electoral es multiclasista.

6 Una excepción es Tagina (2012) quien testea el impacto de la pertenencia (autoidentificación) de clase a través de modelos logísticos en las elecciones de 2003 y 2007. Los resultados sugieren un alineamiento de clase baja/obrera con el voto a favor del Frente para la Victoria en ambas elecciones. El efecto sustantivo de esta variable es mayor en 2003 que en 2007.

7 Concretamente, Cataife utiliza la distancia ideológica entre el autoposicionamiento de los votantes y el promedio del posicionamiento percibido por éstos de los tres candidatos principales (Néstor Kirchner, Francisco de Narváez y Margarita Stolbizer).

8 Por el contrario, las estimaciones multinominales elaboradas por Lodola y Seligson (2013: 250-255) no arrojan un efecto significativo de la percepción de inseguridad (cuán inseguro se siente el entrevistado) y la victimización por crimen (si ha sido víctima de algún delito en el último año) sobre la probabilidad de haber votado por Cristina Fernández de Kirchner en la elección presidencial de 2011. Sí existe, en cambio, un leve efecto negativo de la percepción de corrupción (cuán generalizada cree el entrevistado que está la corrupción en el país).

9 Vale notar que la encuesta incluye algunos resultados llamativos. Por ejemplo, la posición percibida de los candidatos sobre el tema tamaño del Estado es más alto (o "progresista") para De Narváez que para Kirchner.

10 Estos resultados no sorprenden dado que tanto el voto retrospectivo como el prospectivo de 1995 refieren a la presidencia de Menem, que había logrado contener la inflación en un escenario de crecimiento económico moderado pero razonable, mientras que el retrospectivo de 1999 refiere a Menem pero el prospectivo a De la Rúa, gobierno que asumió en una escenario marcado por un creciente nivel de desempleo y estancamiento económico. El mayor problema con este análisis es que los modelos de regresión logística estimados por los autores no incluyen ningún otro factor que puede explicar las decisiones de voto.

11 Es interesante notar que los pocos estudios existentes en Argentina sobre la relación entre clientelismo político y voto sugieren que el vínculo es más complejo de lo esperado. Utilizando datos ecológicos a nivel municipal, Nazareno, Stokes y Brusco (2006) indican que el reparto clientelar de bienes reafirma la lealtad de los votantes fieles, no afecta el voto de los opositores e induce a votar en contra a los votantes marginales. Empleando datos a nivel individual, Lodola y Seligson (2013) encuentran que no existe ningún efecto significativo de la oferta de bienes y la recepción de la asignación universal por hijo sobre la probabilidad de votar al Frente para la Victoria en las elecciones presidenciales de 2011.

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