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Revista SAAP

versión On-line ISSN 1853-1970

Revista SAAP vol.7 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires nov. 2013

 

ARTÍCULOS

El peronismo y la sucesión permanente: mismos votos, distintas élites

 

Ernesto Calvo

Universidad de Maryland, Estados Unidos
ecalvo@umd.edu


Palabras clave: Peronismo; Democratización; Partidos políticos; Mandato; Internas.

Key words: Peronism; Democratization; Political parties; Mandates; Primaries.


 

Hace algunos años, en una entrevista personal, le pregunté a Oscar Lamberto1 cuál había sido el desafío más importante en sus 25 años como legislador en el Congreso de la Nación: "Sobrevivir diez internas peronistas" respondió casi sin pensar. En aquel momento, Oscar Lamberto y Lorenzo Pepe eran los representantes con mayor cantidad de años en la Cámara baja del Congreso, una institución que tan sólo renueva a un 20 por ciento de sus diputados (Jones et al., 2000). En una prueba de supervivencia que no es común en el peronismo, Oscar Lamberto se mantuvo como un operador importante en el Congreso a lo largo de tres realineamientos partidarios: la renovación, el menemismo, y el kirchnerismo. Tres generaciones políticas con características organizativas y programáticas distintas, que dan cuenta de dos fenómenos aparentemente contradictorios: el peronismo está organizada mediante una coalición de facciones en las cuales una marcada estabilidad en el voto acompaña una significativa rotación de sus élites partidarias.
En los últimos treinta años, generaciones de nuevos y viejos politólogos han documentado en detalle la estabilidad territorial y social del voto peronista (Mora y Araujo y Llorente, 1980; Lupu y Stokes, 2009; Jorrat, Sautu y Germani, 1992; Calvo y Murillo, 2013) . Sin embargo, si tal y como afirmara Ignacio Llorente, electoralmente, el peronismo se parece siempre, antes que nada, a sí mismo (Mora y Araujo y Llorente, 1980); esta alta estabilidad en el voto del partido no se ha visto reflejada en la preservación de sus élites políticas. En los últimos 30 años, la ciencia política en Argentina ha analizado diversas transformaciones organizativas del partido, tanto a nivel de sus cuadros intermedios, sus liderazgos sectoriales, territoriales y en la "mesa chica" de la dirección del partido (Gutiérrez, 2003; Levitsky, 2003; Gibson, 1997; Murillo, 2005) . En esta nota, analizo 30 años de política del partido a la luz de la tensión entre un voto territorial estable y una alta fluidez en sus acuerdos de élites.

La estabilidad del voto peronista: tres definiciones

A principios de los años '80, desde círculos más políticos que académicos, se hablaba de un "piso electoral" del peronismo para describir la barrera invisible de aproximadamente el 30 por ciento de los votos con la cual los peronismos nacionales y provinciales podían contar en contiendas electorales. Esta "barrera invisible" no tenía un correlato sociológico o político, sino que daba cuenta de la capacidad que tenía el partido de movilizar, de modo consistente y en todos los distritos, los votos necesarios para ganar elecciones. Una primera aproximación a la estabilidad del voto peronista, por tanto, tiene que ver con su consistencia temporal (Mora y Araujo y Llorente, 1980).
A principio de los años '80, a su vez, el peronismo era considerado como un partido electoralmente estable en virtud de las características socio-económicas de sus votantes, genéricamente descriptos a partir de su inserción de clase en sectores obreros y populares así como por sus menores niveles de ingreso (Smith, 1969, 1972). Aun cuando durante la década de los '90 una literatura emergente disputaría el carácter "homogéneo" de este electorado, encuestas realizadas a lo largo de 50 años han descripto a un mismo votante peronista con características socio-económicamente estables (Lupu y Stokes, 2009; Canton y Jorrat, 1978). Visto desde esta segunda perspectiva, la estabilidad del voto del partido está ligada a su capacidad para mantener en el seno del partido, durante seis décadas, a un votante con el mismo perfil socio-económico2. Vale la pena destacar que mantener el nivel del voto partidario -primera fuente de estabilidad del voto peronista- es distinto que mantener el perfil del votante -segunda fuente de estabilidad-.
Finalmente, en tercer lugar, estudios más recientes del voto peronista han resaltado continuidades en el peronismo en función de su distribución territorial, tanto a nivel provincial como municipal. Esta tercera fuente de estabilidad electoral no resulta de la capacidad del partido para mantener un piso de votos y un perfil de votantes, sino también por la capacidad de mantener una clara división de tareas entre sus actores territoriales y sectoriales (Macor y Tcach, 2005; Gibson, 1997; Gibson y Calvo, 2000; Calvo y Escolar, 2005) . Una división de tareas en las cuales, como afirma Gibson (1997), el peronismo utiliza el control de sus instituciones provinciales periféricas para estabilizar a la coalición de gobierno mientras que su coalición metropolitana define el contenido ideológico (o de "policy") de las distintas administraciones.
En virtud de estas tres diferentes definiciones de continuidad electoral, el peronismo puede ser considerado como un partido extraordinariamente estable, con un rendimiento electoral comparable a la Social Democracia Alemana, el Laborismo inglés, o el Partido Demócrata norteamericano. En efecto, el voto peronista ha estado caracterizado por más de 60 años de continuidad socio-económica, sectorial y territorial. Esta caracterización es ciertamente válida para los últimos treinta años de democracia, en los que el peronismo ha mantenido el control de una mayoría de las gobernaciones y del Senado, así como un alto número de representantes en la Cámara de Diputados, aun en aquellos períodos en los cuales ha perdido control del poder ejecutivo.

La inestabilidad de las élites peronistas

La estabilidad del voto peronista, sin embargo, contrasta con una alta rotación de sus élites políticas. En los últimos 30 años, el peronismo ha pasado por tres realineamientos políticos importantes a nivel de élite y por cambios radicales en sus modos de vinculación/inserción social. Esto ha llevado a que algunos autores hablaran del bajo grado de institucionalización del partido (Levitsky y Murillo, 2005; Levitsky, 2003) , en el cual se combinan rápidos cambios en las reglas internas de promoción y competencia con un mecanismo fluido de circulación de élites entre niveles nacionales, provinciales y municipales.
Desde el punto de vista organizativo, el peronismo ha sufrido dos transformaciones importantes desde la transición a la democracia: la des-sindicalización de sus cuadros políticos y la territorialización de los mecanismos de coordinación entre élites. Aun cuando estos dos procesos son a menudo analizados en conjunto, ocurrieron en momentos históricos y políticamente distintos.
El primer proceso de cambio organizativo fue resultado de la derrota electoral en la elección presidencial de 1983, la primera derrota sufrida por el justicialismo en elecciones competitivas. A partir de 1985, la "renovación" peronista emergió como una estrategia de recambio generacional y sectorial, centrada en pasar a retiro a la derecha del partido asociada con el tercer gobierno peronista y, a su vez, marginar a los cuadros sindicales con lazos cercanos a esta vieja guardia (como Lorenzo Miguel, quien activamente apoyó a Luder en lugar de a Cafiero en vísperas de la transición en 1983). Para el movimiento renovador, la vieja guardia política y el movimiento sindical eran igualmente responsables de la derrota electoral y una traba para la transformación del partido. Como dice Gutiérrez (2003), la reforma impulsada por los renovadores implicó el abandono de la orientación movimientista del peronismo y la institucionalización de una nueva clase política peronista. Las caras más visibles de esta renovación incluyeron a un conjunto de políticos, liderados por Antonio Cafiero y originariamente provenientes de la Provincia de Buenos Aires, que a partir de 1985 buscaron acercarse al alfonsinismo para disputar la interna del partido. A partir de una nueva derrota del justicialismo en las elecciones legislativas de 1985, la renovación creció rápidamente incorporando a figuras políticas como José Manuel De la Sota, Carlos Grosso y Carlos Menem.
El segundo proceso de cambio organizativo, la territorialización de los cuadros partidarios, tuvo lugar a partir de mediados de los años '90. Esta territorialización de las élites partidarias coinciden con un significativo incremento en la masa de recursos fiscales administrados por gobiernos provinciales y municipales, así como con el debilitamiento de la base electoral del sindicalismo, el cual vio el número de miembros (y sus recursos disponibles) declinar consistentemente a lo largo de crisis económicas y ajustes (Murillo, 2001) .
Vale la pena destacar que la des-sindicalización del partido a nivel de élites ocurrió con anterioridad a la pérdida de peso electoral de los votantes sindicalizados. El primer cambio organizativo en el partido cambió el balance de poder entre actores políticos y sectoriales; en tanto que el segundo cambio político reforzó la importancia de los actores territoriales en el seno del partido.
La transformación organizativa del peronismo, reforzando sus cuadros políticos y sus actores territoriales, estuvo acompañada por cambios ideológicos importantes a nivel de élite. A lo largo de treinta años de democracia hemos visto el ascenso de tres generaciones peronistas con distintas agendas en materia de política pública. Aun cuando la implantación territorial del voto peronista no ha cambiado, estas distintas generaciones dejaron improntas distintas en el Estado y la sociedad argentina, como muestran los distintos artículos de este volumen. El giro conservador del menemismo durante los años '90, desde las "reformas sin anestesia" hasta las "relaciones carnales", fue remplazado por políticas económicas expansivas y el surgimiento de un nuevo pacto neopopulista (Etchemendy y Collier, 2007; Etchemendy y Garay, 2010).
El realineamiento del peronismo bajo actores políticos territoriales e ideológicamente pragmáticos, sin embargo, no explica el proceso de "sucesión permanente" que aqueja al partido y da título a esta nota. Para ello, propongo a continuación una posible respuesta que se deriva de investigaciones recientes con María Victoria Murillo, vinculando a las redes políticas del partido con la política pública de sus élites.

Explicando la inestabilidad en las élites peronistas: una hipótesis

En un trabajo reciente con María Victoria Murillo (Calvo y Murillo, 2013), mostramos que el peronismo tiene ventajas electorales en tres dimensiones distintas de su organización política, tal como son percibidas por los votantes: una (i) vasta red política, una (ii) percepción de mayor capacidad para la implementación de política pública y (iii) acceso preferencial a recursos fiscales. Estas tres dimensiones de la "etiqueta" partidaria le otorgan a sus élites ventajas comparativas, por encima de cualquier otro competidor, explicando la intensidad del conflicto interno por controlar estos recursos estratégicos. En efecto, a diferencia de partidos como los Demócratas en Estados Unidos, los Laboristas en Inglaterra, o la Social Democracia en Alemania, el peronismo es un partido cuyo valor político no es un "programa" sino una estructura de intervención política que combina recursos militantes, capital social burocrático y recursos fiscales. Control partidario en estas tres dimensiones acarrea ventajas electorales (tanto intra como interpartidarias) y garantiza la supremacía política (y económica) de una facción durante distintos períodos. Dado que estos recursos no son propiedad de individuos dentro del partido sino que son derivados de la etiqueta y estructura del partido en su conjunto, las mismas redes partidarias, percepciones de capacidad y el acceso a recursos fiscales pueden ser puestos al servicio de distintas camadas políticas.
En el trabajo con Murillo mostramos que la amenaza de la competencia electoral interna también obliga a los políticos del partido a sobrerreaccionar ante cambios en las preferencias de los votantes no peronistas (ultra-responsiveness), los cuales son usados como pivote para definir la interna3. De este modo, cuando los votantes cambian sus preferencias políticas existen siempre facciones del partido compitiendo por anticipar estos cambios para controlar la dirección futura del partido a nivel local, provincial y nacional.
Dado que el partido tiene ventajas significativas sobre los otros partidos (tanto a nivel de redes políticas, percepciones de capacidad y recursos fiscales), el movimiento del partido hacia la centro-derecha (Carlos Menem) fuerza un desplazamiento de la oposición hacia la centro-izquierda (Alianza Frepaso-UCR en los '90) mientras que el movimiento del partido hacia la centro-izquierda (Kirchner-Fernández) fuerzan un desplazamiento de la oposición hacia la centro-derecha (Massa, De la Sota, De Narváez, PRO). Es decir, las ventajas comparadas del oficialismo le permiten moverse libremente en el espacio ideológico y fuerzan a la oposición a posiciones políticamente marginales.
La transición de una generación a otra, por tanto, ocurre cuando costos en capacidad (caída de imagen favorable) o en recursos fiscales (crisis económica), debilitan a la dirección del partido y le permiten a una nueva facción apropiarse de las redes políticas del partido -capturando a cuadros intermedios y forzando un realineamiento- así como ocupar el espacio ideológico de una mayoría de los votantes no peronistas (centro-derecha en los '90, centro-izquierda en la actualidad). Dada la alta estabilidad del voto peronista, la lucha por el control de las redes del partido no tiene costos electorales, en tanto que la sobrerreacción a los cambios en las preferencias de los votantes no peronistas intensifican la lucha por la sucesión.

 Juan Carlos Torre y el "alma permanente" del peronismo

 En una nota reciente, uno de los grandes cronistas del peronismo de nuestro tiempo, Juan Carlos Torre, decía que el partido tiene un alma permanente y un corazón contingente4. Torre argumentaba que esta alma permanente está asociada con principios tales como "el nacionalismo, el estatismo, la justicia social, [y] la protección social". Difícilmente uno pueda acordar cuál es el nudo básico de coincidencias que define a los actores políticos que compiten por el corazón del partido, pero existen pocas dudas de que el peronismo tiene electoramente un alma permanente. La estabilidad del voto peronista en los últimos 30 años de democracia es territorial y sectorialmente notable, sobreviviendo a cambios ideológicos, organizativos y de liderazgo en el seno del partido. A pesar de cambios dramáticos en la política pública ofrecida por distintos ejecutivos peronistas, el mapa territorial del voto peronista ha permanecido inalterado.
La alta estabilidad del voto peronista, a su vez, contrasta con la fluidez de sus acuerdos de élite. Como afirmara Oscar Lamberto, citado al comienzo de este artículo, el desafío más importante para todo político peronista lograr sobrevivir la competencia interna del partido. Ello se debe a que el peronismo cuenta en su seno con una gran cantidad de políticos que tiene las redes partidarias y los recursos humanos para administrar la política electoral. Estos políticos deben su supervivencia a la capacidad que tienen para desarrollar y controlar redes partidarias, tanto horizontales como verticales y acceder a los recursos que garanticen su financiamiento.
Por ello, la transformación de las élites peronistas, migrando el poder del partido de sus actores sindicales a sus actores político-territoriales, está asociado con mayores niveles de competencia interna, alternancia de élites políticas y una expansión de la importancia de las redes partidarias, las cuales tiene como objetivo primario el estructurar al poder político partidario antes que el alterar las preferencias de un electorado peronista que vota por las élites del partido, quien quiera que éstas sean.      

Notas

1 Entrevista personal con Oscar Lamberto, 14 de Julio de 2008.

2 Esta capacidad de mantener un mismo perfil de votantes ha sobrevivido a giros ideológicos hacia la derecha a principios de los '70 y en los años '90.

3 Como fue la incorporación de la UCeDé por parte de Menem, la transversalidad y la centro-izquierda por parte de Kirchner. Lo mismo se puede decir del carácter "abierto" de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO), las cuales fueron diseñadas para que los votantes no peronistas disciplinaran la interna del partido a favor del oficialismo.

4 Diario Página/12, 21 de enero de 2013.

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