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Revista SAAP

versión On-line ISSN 1853-1970

Revista SAAP vol.8 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires dic. 2014

 

ARTICULOS

Unidos y diversificados: la construcción del partido PRO en la CABA

 

GABRIEL VOMMARO - SERGIO DANIEL MORRESI

GABRIEL VOMMARO
Universidad Nacional de General Sarmiento, Argentina
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina gvommaro@ungs.edu.ar

SERGIO DANIEL MORRESI
Universidad Nacional de General Sarmiento, Argentina
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina smorresi@ungs.edu.ar


El presente trabajo intenta cumplir dos objetivos. El primero es mostrar y explicar los motivos de las dificultades que los partidos centro-derecha han tenido en la política argentina durante las últimas décadas. El segundo es exponer de qué modo el partido Propuesta Republicana (PRO) se ha enfrentado a esas dificultades a través de una estrategia subnacional y un posicionamiento que se presenta como posmaterial y no antiperonista. Se presentan argumentos analíticos y se exponen datos obtenidos mediante un trabajo de campo realizado durante 2011-2012 con cuadros políticos y dirigentes de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Palabras clave

partidos políticos - partidos de centro-derecha - PRO - Ciudad Autónoma de Buenos Aires - liderazgo

Abstract

This paper aims to fulfill two objectives. The first is to show and explain the reasons of the difficulties that the center-right parties have in Argentine politics during the last decades. The second is to expose how the Party Republican Proposal (PRO) has faced these difficulties through a subnational strategy and positioning itself as a post-materialist and non anti-Peronist party. We present analytical arguments and data obtained through a field study carried out with political cadres and leaders of Autonomous City of Buenos Aires in 2011/2012.

Key words

political parties - center-right parties - PRO - Autonomous City of Buenos Aires - leadership


 

Desde que se reinstaló la democracia en 1983, varios partidos políticos de centro-derecha intentaron exorcizar la maldición de su contumaz fracaso electoral acudiendo a diferentes estrategias, tales como utilizar al Congreso Nacional como caja de resonancia, usar de forma sistemática a los medios de comunicación como sustitutos del trabajo territorial y el acercamiento a determinadas fracciones del peronismo. Por distintos motivos, estas estrategias resultaron infructuosas o no pudieron ser sostenidas en el tiempo. Sin embargo, con posterioridad a la crisis de 2001, surgió la Alianza Propuesta Republicana (más conocida por su forma abreviada PRO) que, en muy poco tiempo cosechó un éxito destacable a partir de una estrategia subnacional con base en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA). Esta estrategia se caracterizó, además, por unificar, alrededor de la figura del líder, a fracciones de distintos partidos, así como personal con poca o nula experiencia política previa.

Fundado en 2002 alrededor de la figura del empresario Mauricio Macri, PRO incorporó rápidamente dirigentes y elementos discursivos de la derecha argentina tradicional, pero también reclutó cuadros de los partidos ma-yoritarios, de distintos ámbitos de la sociedad civil (de las ONG y los think tanks) y del mundo de los negocios. En las elecciones de 2003, el desempeño de PRO fue sorprendentemente bueno, aunque no alcanzó los votos necesarios para obtener el gobierno de la CABA. Contra muchos pronósticos, el nuevo partido no se diluyó tras la derrota, sino que se afianzó y comenzó un proceso de fortalecimiento institucional, simbólico y territorial que le permitiría cosechar triunfos electorales a partir de 2005. Desde el año 2007, PRO gobierna la CABA y, desde 2011, se ha hecho fuerte en otros distritos de la Argentina, en lo que podría calificarse como un movimiento centrífugo (del centro político del país hacia el resto del territorio nacional). Actualmente, las encuestas de opinión pública indican que su líder se ha convertido en un fuerte candidato para las elecciones presidenciales del 20151.

El objetivo de este trabajo es doble. Por un lado, nos proponemos brindar ciertas observaciones sobre los motivos del fracaso electoral de las fuerzas políticas de centro-derecha en la Argentina. Por el otro, quisiéramos describir la forma en que se construyó PRO para comprender su relativo éxito y analizar sus limitaciones. Para ello nos basamos, por un lado, en la literatura teórica e histórico-política sobre las derechas y, por el otro, en un set de datos que obtuvimos en un trabajo de campo realizado durante los años 2011 y 2012. En las páginas que siguen, (1) realizamos algunas precisiones teóricas y metodológicas y (2) describimos las dificultades que enfrentó el espacio de centro-derecha para construir fuerzas partidarias exitosas en términos electorales. Luego (3) presentamos detalles sobre el contexto que facilitó el surgimiento del PRO. En esta sección, exploramos el escenario posterior a la crisis de 2001, el peso de la política subnacional en Argentina y algunas peculiaridades de la CABA y explicamos el modo en que se fue estructurando PRO durante sus primeros años. A continuación, (4) analizamos las distintas facciones que componen a PRO, exponemos sus estrategias electorales y ofrecemos algunos datos sobre sus estrategias políticas. Finalmente, (5) delineamos algunas breves conclusiones tentativas sobre las fortalezas y debilidades de PRO en el panorama político de la Argentina actual

I. Precisiones teóricas y metodológicas

Antes de comenzar el tratamiento del caso de PRO, parece conveniente hacer algunas precisiones con respecto al marco teórico que guía el trabajo y hacer explícita la estrategia metodológica adoptada. Ello facilitará que se establezcan algunas hipótesis básicas que serán profundizadas más adelante.

I.1. El estudio del surgimiento de nuevos partidos

Los estudios sobre las organizaciones partidarias lidian sistemáticamente con la cuestión de la dinámica (la estabilidad, la continuidad y el cambio) de los sistemas. La problemática fue abordada (sobre todo desde un ángulo normativo) ya a comienzos del siglo XX por Ostrogorski. Quien es considerado como uno de los padres fundadores de la disciplina, abogó por una transformación que hiciera a los partidos temporales y con programas a la vez pragmáticos y específicos (Ostrogorski, 1993). Años después, con un enfoque más claramente institucionalista, Duverger (1987) desarrolló un trabajo seminal que le permitió establecer que los sistemas electorales de representación proporcional tienden a una expansión del sistema partidario, una hipótesis que fue explorada en muchos otros trabajos (por ejemplo, Pedersen, 1982; Schlesinger, 1994; Grofman et al., 2008). Más adelante, desde una perspectiva societal, se mostró que una vez que una vez los sistemas de partidos son establecidos, las lealtades de los votantes se "congelan" y el sistema tiende a solidificarse (Lipset y Rokkan, 1967). Probablemente por ello, durante un tiempo, se prestó poca atención a la posibilidad de que nuevos partidos políticos puedan surgir y consolidarse dentro de un sistema existente (Boudon, 1996). Sin embargo, durante las últimas décadas, el interés por los nuevos partidos se incrementó como fruto del surgimiento de nuevas democracias en Europa Oriental y América Latina y del éxito de nuevas organizaciones partidarias en las democracias establecidas (Harmel y Robertson, 1985; Hug, 2000; Tavits, 2008). Así, en la actualidad, el campo de los nuevos partidos es floreciente y constantemente surgen trabajos que intentan explicar por qué emergen nuevos partidos, en qué condiciones se consolidan y -en menor medida- cuál es el impacto de distintos factores durante los primeros años de su desarrollo (Bolin, 2007). Para el caso argentino, recientemente se ha propuesto un marco de análisis que permite pensar tanto las modalidades de emergencia e institucionalización de las organizaciones políticas en relación con el ambiente (Abal Medina, 2007, 2009), lo que es particularmente pertinente para nuestro trabajo, por la importancia de las características del contexto de emergencia de PRO para entender su devenir ideológico y organizativo.

La literatura disponible sobre partidos puede ordenarse de acuerdo con distintos criterios. El más usual se relaciona con el enfoque teórico-metodológico. En este sentido, pueden distinguirse los abordajes institucionalistas (Willey, 1998), los sociológicos (Lipset y Rokkan, 1967), los que estudian las elites de emprendedores políticos (Aldrich, 1995), los que se centran en el comportamiento de los electores (Downs, 1973), y aquellos que lo hacen en el proceso de modernización (LaPalombara y Weiner, 1969). Otra perspectiva permitiría diferenciar a los estudios sobre nuevos partidos de acuerdo con el nivel analítico que privilegian: el intrapartidario (Scarrow et al., 2000), el sistémico (Burnham y Shafer, 1991) o el intersistémico (Aldrich, 1995; Katz y Mair, 1995). Un tercer criterio ordenador podría ser el de distinguir los trabajos que ponen el foco en la aparición de demandas novedosas en sociedades cambiantes (Inglehart, 1990) y aquellos que se inclinan por estudiar el modo en que los actores responden a esas demandas que (junto a ciertos condicionantes institucionales) conforman oportunidades políticas que facilitan la emergencia y la consolidación de partidos nuevos (Aldrich, 1995; Kitschelt, 1994; Willey, 1998; Hug, 1996).

Este artículo toma la idea de clivajes del clásico trabajo de Lipset y Rokkan (1967), pero introduce matices que permiten complejizar el enfoque societal tal como fue originalmente formulado. En primer lugar, parece claro que, en las últimas décadas, cambios sociales, culturales y económicos han tenido como efecto "descongelamientos" de los electorados (Mair et al., 2004; Dalton et al., 2000) que a su vez han producido cambios sustanciales en las demandas sociales y en los sistemas políticos (Inglehart, 1990) y que en Argentina han sido estudiados a partir de nociones como "ciudadanía independiente" y "electorados fluctuantes" (Cheresky, 2008). En el caso que nos ocupa (la ciudad de Buenos Aires a comienzos del siglo XXI) además de este "deshielo" se produjo un colapso del sistema partidario (Dietz y Myers, 2002; Bril Mascarenhas, 2007) que se transformó en una oportunidad estructural (Kitschelt, 1986) para el surgimiento de un nuevo partido como PRO. Esta oportunidad fue claramente aprovechada por una elite dirigente (Aldrich, 1995) que decidió privilegiar el escenario local sobre el nacional. Esta opción permitió al nuevo partido moverse con cierta comodidad en el espacio político delineado por el entrecruzamiento de dos clivajes: el establecido entre la izquierda y la derecha y el que separa la política "alta" de la "baja", en términos socioculturales (Ostiguy, 2009).

En segundo término, parece necesario enfatizar que no resulta plausible pensar en los partidos apenas como reflejos supraestructurales de clases o grupos sociales predefinidos. En tanto organizaciones complejas, los partidos moldean a la sociedad tanto como son moldeados por ella y gozan de una relativa autonomía (Sartori, 2003; Panebianco, 1990). Desde nuestra óptica, el carácter relativo de esta autonomía debe subrayarse para no caer en el equívoco de independizar por completo a los partidos del sistema político y la sociedad en la que se afincan (Grossi y Gritti, 1989) y para poner en primer plano el complejo entramado social que Sawicki (2011) ha llamado "medio partidario"2, que nutre al partido de cuadros, militantes y discursos. Estudiar el medio partidario permite definir a partir de la especificidad del caso los límites de PRO en relación a los espacios sociales y profesionales de los que se nutre.

Sobre el caso estudiado, en tanto, la bibliografía aún es escasa. Se destaca un trabajo que intenta conceptualizar los rasgos organizativos de PRO en términos de "partido estatal estratárquico de redes", estructurado en torno a un liderazgo que controla los principales recursos organizativos y que monopoliza las redes territoriales y profesionales (Scherlis, 2008), así como un estudio sobre la evolución electoral y discursiva de esta fuerza (Mattina, 2013), cuyos resultados tomamos en nuestro análisis. El trabajo de Scherlis, en tanto, identifica la gran imbricación de PRO con la gestión estatal, aunque soslaya su anclaje en ciertos espacios sociales de los que se nutre de cuadros políticos y técnicos, así como de discursos que contribuyen a su consolidación y perdurabilidad en el tiempo.

I.2. El estudio de PRO

Este artículo moviliza el material empírico recogido en una investigación cuali-cuantitativa, realizada entre 2011 y 2013, en la que recogimos cuatro tipos de materiales: 1) discursos públicos, programas, apariciones en prensa escrita, volantes y otros discursos partidarios dirigidos al electorado en general, y a los militantes de PRO en particular, a partir de los cuales pudimos reconstruir la evolución programática y de la presentación pública del nuevo partido en relación a los clivajes políticos dominantes en Argentina (Ostiguy 2009); 2) resultados electorales en distritos social y culturalmente heterogéneos de CABA, para identificar la evolución del voto de PRO a lo largo del período en diferentes sectores sociales con tradiciones de voto disímiles, lo que permite ver la naturaleza de la coalición electoral macrista y su "potencial electoral" (Abal Medina, 2002); 3) observaciones de actos, reuniones y eventos partidarios, tanto en épocas electorales como fuera de ellas, a través de los cuales aprehendimos la dinámica de la vida interna del partido, el tipo de militancia movilizada y el "medio partidario" (Sawicki, 2011), la construcción de la imagen partidaria hacia sus adherentes, así como la escenificación de las facciones y corrientes internas; 4) indagación cuali-cuantitativa de las características de los dirigentes partidarios y funcionarios de PRO en la CABA, tanto para conocer sus trayectorias sociales y político-partidarias como sus ideas políticas, lo que nos permitió identificar los recursos con los que cuenta el partido, así como los rasgos de su "coalición dirigente" (Kitschelt, 1994; Abal Medina, 2002). Por un lado, entre los meses de mayo y noviembre de 2011 realizamos una encuesta por cuestionario, con preguntas cerradas, semicerradas y semiabiertas (a quienes definimos como "cuadros dirigentes" de PRO de la CABA con cargo vigente entre el 1 de mayo y el 10 de diciembre de 2011, fecha en que se inició un nuevo período de gobierno). Se trata de legisladores de la Ciudad, diputados que representan al distrito, y funcionarios del municipio, desde los ministros hasta los subsecretarios. Decidimos detenernos en este rango pues se trata de la jerarquía más baja en la administración estatal en la que la totalidad de los ocupantes de los cargos cambian de gestión en gestión, de modo que responden a fidelidades político-partidarias antes que a carreras burocrático-administrativas.

La narración y el análisis de las dificultades para realizar este tipo de trabajo de objetivación estadística de los cuadros políticos dirigentes en Argentina excedería los límites del presente artículo. Aquí sólo basta con hacer notar que, del universo total de casos identificados (U=76), hemos encues-tado a 52 (N=52), es decir el 68,42 por ciento del mismo, y que aunque nos hubiese gustado cubrir un porcentaje mayor del universo, las dificultades de agenda de los demás cuadros dirigentes para recibirnos desembocó en dilaciones que, con la fecha de cambio de gestión cada vez más cercana, ponían en peligro la realización de nuestro campo, de modo que decidimos darlo por terminado en ese punto. Para evitar la sobrerrepresentación de ciertos cargos (es sabido que los legisladores son de más fácil acceso que quienes ocupan cargos de gestión) hemos continuado el período de trabajo de campo más allá de lo estimado, de modo de tener al menos dos casos por unidad ministerial y al menos el 60 por ciento de cada uno de los tipos de cargo cubierto. Por otra parte, en virtud de la comparación con una base de datos que contenía información básica (sexo, edad, nivel de estudios, cargo actual y cargos anteriores) que confeccionamos antes de realizar el estudio cuantitativo, mantuvimos la representatividad de la muestra respecto del universo en cuanto a género y edad. La muestra quedó así conformada por 6 ministros (sobre 9 existentes), 3 secretarios (sobre 5), 22 subsecretarios (sobre 31), 4 diputados nacionales (sobre 7) y 17 legisladores (sobre 24). En términos de áreas de incumbencia, el 44,2 por ciento de la muestra pertenece al área política, el 28,8 por ciento al área de políticas sociales y derechos humanos, el 11,1 por ciento al área económica y de recursos humanos, el 7,7 por ciento a la de infraestructura, lo mismo que a la de seguridad y justicia.

Por otro lado, junto a la encuesta, entre 2011 y 2013 realizamos 26 entrevistas en profundidad con algunos de los cuadros de PRO, seleccionados en virtud de su importancia política y de su representatividad sociopolítica (se trataba de trabajar con los cuadros más jóvenes, con las dirigentes mujeres, con cuadros con recorridos políticos disímiles, etc.).

II. Las dificultades de las derechas partidarias argentinas

En Argentina, pareciera ser que el único sector al que se nombra como derecha es al nacionalismo socialmente reaccionario, económicamente retrógrado y culturalmente ultramontano (McGee Deutsch, 2005). Mientras tanto, otras fuerzas, (liberales, conservadoras y, más adelante, neoliberales) cuyas ideas en distintos países son llamadas "de derecha", aquí suelen ser conocidas como "de centro" o "de centro-derecha". En todo caso, importa notar que la centro-derecha tuvo a su cargo el poder en la Argentina durante buena parte del siglo XX, sin recurrir al uso de instrumentos partidarios (Borón, 2000).

¿Cuál es el origen de esa peculiaridad? Por un lado, las decisiones de diferentes actores políticos condujeron a una democracia débil y a un sistema partidario poco institucionalizado, lo que llevó a los líderes de la centro-derecha a preferir caminos no electorales al poder. Por el otro, el surgimiento del populismo en su variante peronista produjo un profundo clivaje en el espacio político argentino que resultó en la reducción de las chances electorales de la centro-derecha y en un divorcio más profundo entre las elites políticas y las económicas argentinas.

II.1. El rechazo a la democracia

El orden liberal-conservador que había imperado en la Argentina desde 1880 se quebró en 1912, con la sanción de la Ley Sáenz Peña que garantizaba el voto secreto y obligatorio para los adultos varones. Los reformistas habían supuesto que el desarrollo de la oposición sería gradual, pero se vieron sorprendidos por el rápido avance de la Unión Cívica Radical (UCR), un partido moderno con capacidad para organizar las clases medias urbanas que obtuvo la presidencia del país en 1916 (Rock, 1977). La UCR se apresuró a ampliar sus bases de poder a fuerza de socavar las de sus adversarios conservadores a través de la intervención federal de varias provincias y el rechazo de los controles legislativos impulsados por los diputados opositores (Mustapic, 1984).

Excluidas del poder ejecutivo en un país fuertemente presidencialista, minados sus apoyos territoriales y divididas entre sí, las elites fueron incapaces de ver cumplidas sus expectativas de formar un partido moderno con genuinas posibilidades de frenar al radicalismo. Quizás por ello ayudaron a impulsar el golpe de Estado que encabezaron las fuerzas nacionalistas en 1930. A partir de allí, la centro-derecha inauguró una estrategia en la que insistiría en varias ocasiones a lo largo del siglo XX: buscar acceder al poder no a través de los votos, sino por medio de la inserción de sus figuras en los gobiernos militares (Romero, 1998) o en los gobiernos civiles tutelados por las fuerzas armadas que caracterizaron el período posterior a 1955 (Senkman, 2001). La continuidad de esta modalidad no electoral tendría una importante consecuencia: el afianzamiento de una perspectiva no democrática en la centro-derecha, que se agravó con la llegada del peronismo (Bohoslavsky y Morresi, 2011).

II.2. El desafío populista

El surgimiento del peronismo redefinió las identidades políticas argentinas. El peronismo parecía compartir los objetivos de la derecha nacionalista (como la formación de un "orden cristiano" que fomentara la armonía entre clases) pero no abjuró de los principios liberales y republicanos ni avanzó en un camino extremista (Sidicaro, 1996; Zanatta, 1999). Por otro lado, mientras que algunas fuerzas liberal-conservadoras fueron cooptadas por el peronismo, los principales dirigentes de la centro-derecha se convirtieron en la columna vertebral de una oposición que llegó a aliarse con la UCR y el comunismo en su intento de detener a Perón. El alto nivel de impugnación de la centro-derecha al peronismo tenía dos orígenes. En primer lugar, el hecho de que Perón construyera su movimiento enfrentando explícitamente a las elites liberal-conservadoras (a la que llamaba una oligarquía antipatria). En segundo lugar, a que la movilización popular centralizada desde el Estado que lideraba Perón imposibilitaba el trabajo político territorial de otros partidos, particularmente de la centro-derecha (Aboy Carlés, 2001).

En 1949 se reformó la constitución para permitir la reelección de Perón y fijar las reglas que consagraban al Estado regulador. Así, se terminó de clarificar una fractura entre el peronismo y el antiperonismo que, como sostiene Ostiguy (1997), fue tan fuerte que se superpuso a la tradicional división entre izquierda y derecha (Lipset y Rokkan, 1967) y reconfiguró la arena política argentina.

La fractura entre peronismo-antiperonismo debe entenderse como un clivaje multifacético que separa formas "bajas" y "altas" de conformación de identidades y de relaciones sociales y políticas, en este sentido, las diferencias "van más allá de los discursos como meras palabras, e incluyen temas de acentos, niveles idiomáticos, lenguaje corporal, gestos, formas de vestir, etc." (Ostiguy, 2009: 5). Así, puede decirse que el clivaje peronismo-antiperonismo (o bajo-alto) es a la vez socioeconómico, político, político-cultural y sociocultural (véase Figura 1). Según Ostiguy, el polo peronista está orientado hacia un fuerte liderazgo personal y la cultura popular y plebeya. Por el contrario, el polo no peronista se inclina a una autoridad impersonal, legalista y procedimental y a un comportamiento social elitista. Como cada uno de los polos tiene sus propias derechas e izquierdas, se puede concluir que, desde el ascenso del peronismo, se configuró un espacio bidimensional, al que Ostiguy (2009: 3) llama "doble espectro político" y que ha resultado perenne a pesar de los cambios de régimen que tuvieron lugar desde su implantación a fines de los años cuarenta.

II.3. Fracturas y unificaciones

Si hasta 1946 la vía electoral parecía ardua para la centro-derecha, luego del triunfo de Perón pareció cerrarse por completo. Por un lado, el peronismo ejercía control sobre el cuadrante inferior derecho (ver Figura 1) que podría haber servido de soporte a las elites tradicionales. Por el otro, las políticas peronistas fracturaron a las elites económicas argentinas, puesto que mientras que ciertos sectores pugnaban por un regreso al modelo agroexportador y librecambista, otros se inclinaban por mantener el proceso de industrialización estatalmente orientado impuesto por Perón (Basualdo, 2006; Gibson, 1996).

 

Figura 1
El doble espacio político argentino

Fuente: Ostiguy (2009).

Este divorcio se tradujo políticamente en la conformación de dos frentes de centro-derecha: los federalistas y los liberales. El primero era una red heterogénea de partidos con alcance regional (como el Demócrata de Mendoza), dirigido por caudillos conservadores ligados a importantes fracciones de las burguesías locales. El segundo agrupaba a partidos (como el Cívico Independiente) pero sobre todo a figuras o liderazgos sociales y gremiales de las elites liberales de Buenos Aires, fuertemente vinculadas a los intereses de los agroexportadores, a las industrias intensivas en capital y a la economía financiera (Gibson, 1996). El divorcio entre estas dos corrientes se mantendría hasta 1983, cuando, finalizada la última dictadura militar, se reunieron bajo la hegemonía de la Unión del Centro Democrático (Ucedé).

En el momento de su nacimiento, la Ucedé compartía algunos cuadros y objetivos políticos con el moribundo gobierno de facto, pero también se mostraba crítica del régimen por considerarlo insuficientemente liberal en economía (Mansilla, 1983). En las elecciones de 1983, la Ucedé fue el único partido de centro-derecha nacional en obtener dos bancas en el Congreso, lo que le permitió difundir sus ideas a pesar de su escaso peso electoral. En los años siguientes, la creciente fragmentación política de Argentina facilitó la seducción neoliberal de sectores urbanos de clase media (Nun et al., 1987; Sidicaro y Mayer, 1995), lo que posibilitó que, para 1987, la Ucedé se consolidara como la tercera fuerza política de la Argentina.

En cierta medida, el éxito de la Ucedé fue posible gracias al ingreso de un importante número de jóvenes militantes, muchos de ellos vinculados a los espacios universitarios. Parte importante de estos militantes buscaba desban-car a la vieja dirigencia liberal y construir un partido orientado al poder en lugar de mantener la vía de la influencia ideológica de notables (Doman y Olivera, 1989). Sin embargo, los líderes históricos del partido consiguieron resistir los repetidos embates de los recién llegados y mantuvieron el control del partido hasta que recibieron una inesperada invitación para colaborar con el peronismo (Gutiérrez, 1992). En efecto, el triunfo de Carlos Menem en 1989 y su conversión al neoliberalismo (Stokes, 2001) permitió a los dirigentes tradicionales de la Ucedé acudir una vez más el "entrismo" que la centro-derecha venía practicando desde los años cincuenta, pero, esta vez, con un partido electo mayoritariamente en elecciones no restringidas.

El gobierno de Menem llevó adelante buena parte de la agenda de la centro-derecha, pero también produjo un declive electoral de la Ucedé, porque sus votantes empezaron a ver el Partido Justicialista (PJ) como una opción viable. La dilución de la Ucedé en el peronismo (Gutiérrez, 1992) y la participación de importantes figuras de la tecnocracia neoliberal en el gobierno de Menem (Centeno y Silva, 1998) hizo que, para mediados de los noventa, la centro-derecha argentina estuviera, de una manera u otra, dentro del gobierno peronista3. Esta novedosa situación contrastaba fuertemente con el tradicional antiperonismo de la centro-derecha argentina.

Sin embargo, en 1997, el ex ministro de Economía de Menem, Domingo Cavallo, fundó su propio partido, Acción por la República (AR). Cavallo defendía el programa económico de Menem, pero acusaba al gobierno de ser incapaz de llevarlo adelante sin caer en la corrupción (Cavallo, 1997). Con un discurso en el que convergían tópicos neoliberales e institucionales y en alianza con otros partidos menores, AR se convirtió en el tercer partido político argentino4. Esto permitió que algunos líderes liberal-conservadores pensaran que AR se transformaría en una fuerza competitiva que no podría ser fagocitada por los partidos mayoritarios, como había sucedido con la Ucedé (Morresi y Vommaro, 2011). El plan no se cumplió porque Cavallo se unió a la administración de la Alianza que había ganado la presidencia en 1999. Parte de la sociedad responsabilizó a Cavallo y a AR por el estrepitoso colapso del gobierno aliancista; así, en los albores del siglo XXI, las ideas de centro-derecha parecían deslegitimadas en la Argentina.

III. Nacer de las cenizas

En 2001, pocos antes del colapso de la Alianza, activistas políticos y sociales comenzaron a reunirse en la Fundación Creer y Crecer para discutir sobre el futuro de la Argentina y diseñar proyectos de políticas públicas. La fundación había sido creada por el empresario de filiación peronista Francisco De Narváez, pero estaba encabezada por Mauricio Macri, heredero de una de las mayores fortunas argentinas (su padre era el propietario del grupo Socma, un emporio económico que creció en los años setenta y ochenta). Por entonces, Macri presidía el popular club Boca Juniors y venía mostrado interés en entrar en política desde los años noventa. En las elecciones porteñas de 2003, Macri fue derrotado en el ballotage. Contradiciendo las expectativas de los analistas de la prensa, Macri y su gente no abandonaron la política después de ese fracaso ni se transformaron en una facción dentro de alguno de los partidos mayoritarios. Por el contrario, comenzaron a trabajar para fortalecer su propio partido político.

Los primeros años del nuevo siglo fueron turbulentos: los problemas económicos y la creciente movilización social delineaban un paisaje desolador para los partidos políticos. Entonces, ¿por qué Macri eligió ese momento para fundar un nuevo partido? ¿Por qué prefirió concentrarse en la CABA en lugar de acometer una campaña nacional? ¿Por qué eligió fortalecer su propia organización política y no se ofreció como líder independientes a otros partidos?

III.1. Crisis y oportunidad

La relativa estabilización institucional lograda por el gobierno interino de Eduardo Duhalde no pudo borrar las consecuencias del "estallido" de diciembre de 2001 (Pousadela, 2006; Szusterman, 2007). Compromiso para el Cambio (CPC, la organización que luego se convertiría en PRO)5 fue fundado "desde cero" precisamente en medio de ese contexto caótico.

PRO no era una nueva etiqueta para un viejo partido, ni un desprendimiento de un movimiento político tradicional. Si bien incorporaba (como veremos enseguida) varios políticos de larga trayectoria, su líder era un out-sider proveniente del mundo empresarial, cuya decisión personal de "meterse en política" se precipitó a causa de la crisis de 2001 (Cerruti, 2010). Aunque en el relato de los fundadores de PRO, la crisis funciona como el factor desencadenante de una latente vocación de servicio, la coyuntura debe ser considerada en al menos dos sentidos. En primer lugar, ser un outsider, un nuevo jugador en un momento en el que los partidos políticos y los líderes tradicionales aparecen deslegitimados representa una ventaja competitiva importante (Cotler, 1995; Gallo, 2008). En segundo lugar, hay que considerar que la fundación de un partido político es una tarea ardua que requiere apoyarse sobre un complejo sistema de redes (de expertos, de liderazgos territoriales, de apoyo económico, de logística). El personal necesario para nutrir esas redes no siempre está disponible y, aún cuando lo está, el costo de su reclutamiento suele ser alto. Sin embargo, en la coyuntura crítica posterior a diciembre de 2001, muchos de esos recursos quedaron disponibles repentinamente. En efecto, varios activistas, expertos y cuadros de la UCR y el PJ, así como también líderes de los partidos liberal-conservadores, se encontraron en 2002 sin chances de renovar sus lugares o escalar posiciones en sus partidos en crisis. En esa situación, atraídos por el discurso de Macri y los pronósticos de buenos resultados electorales augurados por las encuestas, decidieron unirse a PRO.

Dicho de otro modo: el contexto favoreció un momento de experimentación política, al proveer una auspiciosa "estructura de oportunidad política" (Kitschelt, 1986). Como sostuvo un diputado nacional entrevistado en 2011, la crisis fue "una ocasión única para crear un partido completamente nuevo" (entrevista con los autores). En ese contexto, Macri decidió disolver la alianza que lo unía a De Narváez y avanzar con la constitución de una nueva herramienta partidaria. De Narváez buscaba estrechar vínculos con el peronismo y entrar de lleno en la política nacional; Macri, en cambio, optó por priorizar la autonomía de su nuevo partido y la contienda local en la CABA.

III.2. La estrategia subnacional

Argentina tiene un sistema federal débil y desequilibrado: la mayoría de las provincias depende económicamente del gobierno nacional y, al mismo tiempo, el gobierno nacional depende de las provincias para obtener apoyo político (Cherny y Vommaro, 2004). En este, sentido, la política subnacional siempre ha tenido un lugar relevante en la Argentina. A pesar de algunos intentos de descentralización durante los años setenta y noventa (Falleti, 2010), el (des)equilibrio de poder entre el gobierno nacional y las provincias no se modificó, lo que ayudó a acelerar la federalización y la fragmentación del sistema de partidos y a fortalecer el poder tradicional de los liderazgos locales (Leiras, 2007). Como resultado del proceso, algunos distritos obtuvieron, por diferentes medios, una notable autonomía. Ese fue el caso de la CABA, cuyos residentes poseen un nivel económico y educativo muy superior a la media del país (Pírez, 1994).

Desde su federalización, Buenos Aires estaba bajo la autoridad del gobierno nacional, que designaba al intendente, pero tenía un Concejo Deliberante elegido popularmente. En general, el voto porteño se orientó a fuerzas políticas distintas a las que eran mayoritarias a nivel nacional. Así, después de 1946, "la Capital" se convirtió en el bastión antiperonista más importante y también en el principal apoyo de casi todas las terceras fuerzas políticas6.

En 1993, con el fin de obtener el apoyo de la UCR para intentar su reelección, Menem acordó una agenda de reforma constitucional que incluía un particular estatus de autonomía para la capital argentina. Así, en 1994, la CABA adquirió el derecho de redactar su propia Constitución, elegir su jefe de gobierno y establecer el cronograma y el sistema electoral. En 1996, Fernando De la Rúa, tradicional dirigente de la UCR, se convirtió en el primer jefe de gobierno de la CABA. Unos meses más tarde, la UCR y el Frepaso formaron la Alianza que triunfó en las elecciones legislativas de 1997 y en la presidencial en 1999. Sin embargo, los problemas del gobierno de De la Rúa condujeron rápidamente a la disolución de la Alianza y a la profundización de la crisis de representación política que venía madurando desde mediados de los años noventa.

La crisis de representación que se agudizó con la debacle de la Alianza no afectó de la misma manera a todos los actores, porque, a nivel nacional, la familia peronista fue significativamente menos afectada que la noperonista (Torre, 2003). Sin embargo, la crisis tuvo diferentes intensidades en distintos distritos y la CABA fue, sin dudas, la más alcanzada por aquella. En la capital argentina se produjo un auténtico colapso del sistema partidario (Bril Mascarenhas, 2007), en parte porque la crisis del peronismo porteño precedía a la crisis general (Levitsky, 2005).

III.3. El partido de la nueva gestión

En 2003, después del triunfo del Frente para la Victoria (FPV) de Néstor Kirchner, el candidato presidencial peronista que parecía más cercano a la centro-izquierda, Macri anunció su candidatura para jefe de gobierno de la CABA. Su campaña presentó al partido PRO como un actor nuevo que venía a reemplazar a las organizaciones rechazadas por la ciudadanía en diciembre de 2001.

Es asunto de controversia en qué sentido era novedoso PRO, ya que en nuestra encuesta identificamos que la mitad de sus líderes eran políticos experimentados. Sin embargo, parece claro que PRO nació como una organización de nuevo tipo al menos en el sentido de su forma de entrada en el campo político, distinta al de otras experiencias de nuevos partidos (Hug, 2001). En efecto, PRO no se presentó como un "vocero" de una demanda puntual desatendida por los partidos mayoritarios, un "profeta" capaz de articular una nueva ideología o como un "purificador" de una ideología tradicional (Lucardie, 2000). En lugar de ello, y de un modo similar al que habían empleado partidos europeos como Forza Italia y Res Publica, debutó como "un partido de lo nuevo"; es decir, como un nuevo jugador que entra en el territorio de los partidos establecidos para disputar un espacio propio a partir de ofrecer, más que una nueva orientación, un cambio en las formas de hacer política (Sikk, 2011).

En el caso de PRO, el cambio en las formas apuntaba a un enfoque de la política en términos de "gestión". Este enfoque parece haber sido exitoso a nivel electoral, pero también hay que señalar que el mismo fue fundamental para la construcción de una fuerza a partir de componentes heterogéneos (militantes, cuadros y líderes de la UCR, el PJ y de los partidos liberal-conservadores que se acercaron al proyecto de PRO desde sus comienzos). En efecto, con el fin de aglutinar los disímiles actores disponibles como resultado de la crisis de representación7 y presentarse -al mismo tiempo- como un nuevo tipo de organización, el partido de Macri rechazó abiertamente la división tradicional entre izquierda y derecha y propuso, en su lugar, un enfoque que diferenciaba la administración PRO (nueva, cercana, eficaz y honesta), de un lado, y "la politiquería" (vieja, lejana, ineficiente y corrupta), del otro (PRO, 2011: 30).

La singularidad de PRO se torna aún más clara cuando se toman en cuenta algunos de los valores políticos, sociales y culturales compartidos por sus cuadros. Según nuestra encuesta, los líderes de PRO tienen posiciones consistentemente conservadoras en cuestiones culturales: 58 por ciento se opone a debatir una ley que legalice el aborto y 77 por ciento se muestra favorable a una regulación más estricta de la inmigración extranjera. Esto se repite en temáticas sociales: casi el 60 por ciento de los cuadros del PRO cree que el poder de los sindicatos debe reducirse y el 92 por ciento está a favor de controlar las protestas sociales. Por otra parte, los líderes de PRO no parecen tan conservadores cuando se los interroga sobre el régimen político (90 por ciento piensa que la democracia es el mejor régimen político) o con respecto al papel del gobierno en la economía (el 77 por ciento cree que es un deber del Estado reducir las diferencias de ingresos entre los estratos sociales). Sin embargo, al mismo tiempo, el 58 por ciento afirma que el mercado es "el mejor y más eficiente mecanismo de distribución". Así, la ideología de los líderes PRO parece ser culturalmente conservadora, socialmente restrictiva y orientada hacia el mercado, pero también democrática y abierta a la intervención del Estado para reducir diferencias socioeconómicas.

III.4. Desde el llano

Al comienzo de esta segunda sección expusimos ciertos interrogantes que creemos haber contestado. Sin embargo, antes de finalizar esta parte, conviene repasar brevemente algunas de nuestras apreciaciones. En primer lugar, argumentamos que PRO fue fundado en un momento de crisis no sólo porque la crisis pudo despertar vocaciones latentes de abocarse al servicio público, sino porque dejó en disponibilidad un importante cúmulo de recursos y de personal que pudo ser reunido por un nuevo líder político (Mauro, 2005; Bril Mascarenhas, 2007). Este líder, al presentarse como un outsider, como alguien que "se metía" en política para reemplazar a una dirigencia desprestigiada, representó para algunos dirigentes con experiencia previa una oportunidad de mantener sus carreras, y hasta de mejorar perspectivas de ascenso, en una situación que les era particularmente adversa (Cotler, 1995; Gallo, 2008).

En segundo lugar, el éxito de la estrategia inicial de PRO de concentrarse en la contienda electoral subnacional en la CABA se debe en gran medida a que ese distrito había vivido un debilitamiento de las lealtades políticas y poseía un electorado con tendencia a apoyar fuerzas nuevas y no mayoritarias (De Luca et al., 2002; Abal Medina, 2009). Además, en la CABA la crisis de representación se había mostrado particularmente fuerte y había impactado incluso en el peronismo, dejando abierto un amplio espacio para la entrada de nuevos actores. Así, Macri pudo sumar partes heterogéneas de distintas fuerzas políticas que habían quedado sin liderazgos políticos claros de un modo que no hubiera sido sencillo en otros escenarios subnacionales, donde la fragmentación no impidió que los líderes identificados con los partidos tradicionales retuvieran, a pesar de la fragmentación, un importante caudal de votos (Torre, 2003).

En tercer lugar, fue fundamental que el partido se presentase como una fuerza que encarnaba una nueva forma de hacer política y no como un actor con una ideología determinada o como el representante de una demanda puntual. Como consecuencia, las posibilidades de acordar con otros partidos se tornaron difusas, pues en realidad no se disponía de una agenda precisa que pudiera ser compatibilizada o negociada. Por otra parte, como (sobre todo en el momento fundacional) la potencia del liderazgo de PRO abrevaba en buena medida en su carácter externo a la política, la opción de que Macri se incorporase a otro partido no parecía atractiva. De este modo, los incentivos apuntaban al fortalecimiento del propio partido, aún cuando este fortalecimiento tuviera que ser hecho "desde el llano".

PRO se fundó como un partido de poder, con el objetivo de tomar a su cargo la gestión de modo inmediato. De este modo, se diferenció claramente de anteriores partidos de centro-derecha como la Ucedé que se inclinaron por una estrategia de crecimiento enfocada en la plataforma legislativa (Gibson, 1996). Sin embargo, en 2003, si bien la lista de legisladores porteños de PRO resultó ganadora, en la segunda vuelta electoral Macri no llegó a convertirse en jefe de gobierno. Esto puso a los cuadros de PRO ante una situación inesperada que, a la postre, resultaría clave8. Inesperada porque el partido se había armado con el claro objetivo de gestionar un gobierno, no de ocupar el rol de principal opositor9. Como primera minoría legislativa, PRO se vio obligado a encarar el fortalecimiento interno de la fuerza, pero este proceso no resultó sencillo porque comenzaron a aflorar distintas fracturas en el partido (véase la próxima sección).

Además de las divisiones faccionales, PRO se vio permeado por lo que podríamos llamar fracturas generacionales. Las generaciones o cohortes en sentido político no se relacionan directamente con la edad cronológica de los individuos sino con la cantidad de años transcurridos desde su acercamiento a la actividad política. Una persona relativamente joven puede tener acumulada una larga experiencia política (por el ámbito familiar, por haberse involucrado en la política estudiantil), mientras que otra más madura puede haber incursionado en política sólo recientemente (como es el caso de los que se interesaron por primera vez en la política cuando fueron convocados de modo personal por el líder de PRO). De acuerdo con el estudio que realizamos en 2011, pueden distinguirse con claridad cuatro cohortes políticas dentro de PRO: la de los políticos tradicionales, que comenzaron su actividad antes de la guerra de Malvinas; la de la transición, que engloba a quienes empezaron su actividad entre 1983 y el triunfo de Menem; la de los noventa, que agrupa a quienes comenzaron a hacer política durante el menemismo y el gobierno de la Alianza; y la de los recién llagados que contiene a quienes se acercaron a la política con posterioridad a la crisis de 2001 (Vommaro, 2013).

A partir de diciembre de 2003, cuando los diputados porteños de PRO tomaron sus bancas, se produjo una escisión entre las cohortes más viejas y las más jóvenes. Al primer grupo, formado por los políticos experimentados y los de la transición, se lo llamó "Nogaró", en referencia a un hotel céntrico de la CABA donde los políticos solían tener reuniones de tipo informal. El segundo, que combinaba a la generación de los noventa y a los recién llegados a la política, fue bautizado de forma despectiva "Festilindo", en alusión a un programa de televisión infantil de los años ochenta. Los del grupo Nogaró veían en sus compañeros con menor experiencia un aglomerado de gente inconexa, naïf con respecto a las formas básicas de la política legislativa y territorial, pero que a la vez tenía una posición de "superioridad moral", así como pretensiones injustificadas de liderazgo. En cambio, los integrantes de Festilindo (algunos de los cuales terminaron incluso reivindicando el mote) se percibían a sí mismos como un conjunto de personas honestas y competentes, no contaminadas por las prácticas y la corrupción de la "vieja política", a la que veían reeditada en sus colegas con más años de militancia.

La polémica entre ambos grupos llegó al punto de quebrar informalmente en dos al bloque legislativo de PRO entre 2003 y 2005. Sin embargo, diversos factores lograron evitar que la ruptura generacional se profundizase. Entre esos factores cabe destacar especialmente dos. Por un lado, según destacaron varios de nuestros entrevistados, fue fundamental el rol aglutinante del líder político, quien actuará desde entonces como árbitro final de todas las disputas partidarias. Por el otro, el progresivo realineamiento de los cuadros políticos en distintas facciones internas que trascendían lo generacional (y sobre las que trataremos en la próxima sección) en vista a una nueva contienda electoral terminó de suturar el quiebre entre generaciones. Esto no quiere decir que PRO se transformase en un partido más homogéneo. En cierto sentido, podría decirse lo contrario ya que -al menos en parte- la fuerza de la unidad de esta fuerza política reside en su diversidad interna, y en el modo en que se organiza el trabajo político en función de aquella.

I V. Unidos y diversificados

De modo distinto a otros partidos nuevos que se componen de desprendimientos de fuerzas políticas anteriores o que crecen alrededor de una idea unificadora, PRO es un partido formado en buena medida de retazos. En él conviven antiguos militantes de otros partidos políticos, profesionales recién llegados al mundo de la política y cuadros empresariales que se desempeñan en la gestión pública como un escalón más en el desarrollo de sus carreras corporativas. A diferencia de otros partidos de centro-derecha argentinos como la Ucedé, PRO no se presenta como un partido doctrinario, con una ideología clara o un proyecto de país claramente delineado10. En parte como consecuencia de ello, y también a diferencia de la Ucedé, se muestra como un partido con una amplia diversidad interna, en el que políticos con larga trayectoria y una ideología muy definida comparten espacios sin mayores problemas con recién llegados de perfil más pragmático.

El mundo de las ONG y los think tanks, por un lado, y el mundo empresario y de los negocios, por el otro, parecen constituir parte central del "medio partidario" de PRO (Sawicki, 2011). Es de ellos de donde provienen la mayor parte de los nuevos ingresantes al partido, así como los cuadros de gestión en la CABA. Sin embargo, los cuadros políticos de larga data, con inserciones políticas más tradicionales, le dan al partido ese saber hacer político-electoral que las otras facciones no poseen.

10 Un diputado nacional que ingresó a la actividad política en los años noventa afirmó al respecto: "Esto no es la Ucedé. Acá no estamos por ideología sino para ofrecer una alternativa de poder". Un secretario de gobierno fue taxativo: "Nunca fuimos [ideológicos]... y con el tiempo se va demostrando que no marcamos una agenda ideológica". As su vez, una diputada sostuvo: "acá [en PRO] hay lugar para todos".

El énfasis en la ideología de la gestión, por un lado, y la construcción de elementos de identidad partidaria securitarios y posmateriales, por otro lado, fueron fundamentales tanto para delinear una identidad partidaria aglutinadora como para que PRO no viera reducido su espacio en el doble espectro político argentino.

I V.1. Las facciones del partido

La heterogeneidad de PRO puede ser organizada en cinco facciones que se disputan el favor del líder y procuran afianzar espacios de poder propios.

La primera de ellas, a la que llamamos la facción de derecha, fue formada por algunos partidos menores de origen federalista (como el Partido Demócrata de Buenos Aires, PDBA), algunos partidos liberales en declive (como AR) y partidos conservadores de escasa envergadura (como el Partido Nacionalista Constitucional, PNC), así como por algunos ex dirigentes de la Ucedé y líderes del liberalismo de Buenos Aires que habían desempeñado papeles importantes en la última dictadura militar. A esta facción también pertenecen algunos actores importantes de origen conservador, como el líder de la bancada de PRO en la cámara de diputados, Federico Pinedo, y algunos cuadros formados en las ideas neoliberales que ocupan destacados cargos económicos y políticos en la CABA. Finalmente, debe subrayarse que esta facción permitió a PRO tejer sus primeros marcos de alianzas políticas fuera de la ciudad de Buenos Aires, con los partidos conservadores provinciales.

El segundo grupo está formado en su mayoría por jóvenes profesionales llegados desde fundaciones, think tanks y organizaciones no gubernamentales vinculadas a la investigación y la promoción de políticas públicas y sociales. A este grupo lo denominamos la facción de las ONG y está compuesto principalmente por recién llegados a la política y por quienes arribaron a esta actividad en los años noventa, entre los cuales es notable el peso de los ex miembros del Grupo Sophia, el think tank que había fundado por entonces el jefe de Gabinete porteño, Horacio Rodríguez Larreta. Buena parte de los miembros de esta facción fue educada en colegios católicos y estudió carreras de grado en ciencias sociales en universidades privadas, tanto laicas como confesionales. Muchos de ellos tienen roles importantes en el gabinete, sobre todo en las áreas vinculadas al desarrollo social.

La tercera facción, a la que llamamos la facción de los empresarios, congrega a dirigentes que provienen del mundo corporativo y de los negocios en general. Se trata de un grupo de composición muy homogénea socioculturalmente y con ideas y discursos muy similares entre sí. Se caracterizan por poseer una sólida experiencia en puestos técnicos y financieros y por sus estrechos vínculos con el líder de PRO. La mayoría de sus miembros son ex empleados senior de Socma, y muchos ya habían acompañado a Macri cuando era presidente del club Boca Juniors. Aunque algunos consideran que han experimentado un cambio de vida, a partir de su trabajo político, otros perciben a su labor en el gobierno de la CABA como un escalón en su carrera empresarial.

El cuarto grupo, al que llamamos la facción radical agrupa a individuos (o grupos pequeños) provenientes de la UCR. En general se trata de cuadros de segunda fila en su partido de origen, algunos de los cuales ya habían trabajado en el gobierno de la CABA y habían sido desplazados en 2003, cuando Aníbal Ibarra, jefe de Gobierno de la Alianza, procuró una base de apoyo más abierta hacia el peronismo. Sin embargo, también están presentes dirigentes radicales con peso propio y manejo de redes territoriales, que se habían vinculado a Macri cuando éste estaba dedicado al mundo del fútbol.

El quinto y último grupo, al que llamamos la facción peronista se compone mayormente por miembros del PJ porteño que en 2003 se vieron ante una situación muy difícil: su candidato en el distrito, Daniel Scioli, había sido elegido por Néstor Kirchner como compañero de fórmula para la campaña presidencial. Al mismo tiempo, para la CABA, Kirchner favoreció una alianza de centro-izquierda que los obligaba a relegar sus aspiraciones. Así, y dado que las encuestas mostraban que Macri tenía chances reales de ganar las elecciones en la CABA, la oferta de integrar las filas de PRO parecía sumamente ventajosa. Este grupo aportó vínculos fuertes con el electorado de las zonas más populares de la CABA en donde venían manteniendo un importante trabajo territorial, en especial en la zona sur, pero también en el Bajo Belgrano y Núñez.

Las cinco facciones no funcionan de la misma manera. Tres de ellas (la peronista, la radical y la derechista) se comportan como facciones partidarias stricto sensu. Los otros dos grupos, en cambio, pueden ser pensados como facciones debido a su cohesión interna en términos sociológicos y culturales, pero no siempre funcionan de la manera cooperativa-competitiva esperada (Sartori, 2003: 95). Además, la facción de los empresarios y la de las ONG son tan parecidas entre sí como diferentes de las otras tres. Ambas están formadas mayoritariamente por cuadros con escaso background político; ambas disponen de cuadros que han alcanzado puestos muy destacados gracias su expertise técnica y/o su cercanía personal con el líder y ambas son las que están más profundamente involucrados en el partido PRO, tanto que forman parte del núcleo de su coalición dirigente (Kitschelt, 1994), en un partido débilmente institucionalizado (Mattina, 2013)11.

La heterogénea conformación del partido también funciona como una especie de división del trabajo. Cada facción tiene diferentes puestos. Los cuadros con extensas carreras políticas se encargan de la administración política en el gobierno de la CABA (principalmente los derechistas), hacen trabajo legislativo (principalmente los radicales) y desarrollan trabajo político de base en tiempos de campaña (principalmente los peronistas). Por otra parte, los cuadros con menor experiencia política trabajan en ministerios dedicados a la cuestión social (sobre todo la facción de las ONG) y a la administración de las finanzas, tanto del partido como de la CABA (sobre todo la facción de los empresarios). El mundo de las ONG y el mundo de los negocios funcionan así como espacios de reclutamiento partidario del core dirigencial y nutren de discursos y de capacidades técnicas al gobierno porteño. El énfasis en la buena gestión, así como el establecimiento de encuentros y espacios de socialización vinculados con las prácticas empresarias12, dan cuenta de la porosidad de PRO hacia estos mundos, y complementan una visión de ese partido como exclusivamente anclado en el Estado (Scherlis, 2008).

La heterogeneidad de las facciones que componen PRO requiere que se proceda con cuidado al analizar la ideología de este partido. Según nuestro estudio, diferentes facciones tienen diferentes ideas sobre algunos temas.

En términos culturales, las facciones peronista, derechista y de los empresarios están más cercanas de las ideas de derecha, definidas como aquellas que perciben a las desigualdades sociales y económicas como hechos naturales o fatalidades cuyo intento de resolución podría ser pernicioso o incluso peligroso emprender13. Los miembros de estas tres facciones son los que están menos de acuerdo con la intervención del Estado para reducir las diferencias sociales y, a su vez, los que más acuerdan con la idea de que el mercado es el mejor mecanismo de asignación de recursos y los que defienden el enfoque de que las políticas públicas de salud y educación deberían estar orientadas solamente a las personas que no pueden adquirir esos servicios por sus propios medios en el mercado.

Por su parte, la facción radical tiene posiciones más cercanas a la centro-izquierda. Los radicales están proporcionalmente más de acuerdo con discutir una ley sobre la legalización del aborto, no apoyan la postura de que en materia de derechos humanos "es necesario mirar hacia adelante y no hacia atrás" (como suelen sostener los sectores simpáticos hacia el desempeño de los militares durante la dictadura) y están en desacuerdo con la idea de adoptar medidas más estrictas para controlar la llegada de inmigrantes. Los radicales de PRO también muestran acuerdo con la opinión de que el Estado debe intervenir en la economía para reducir las desigualdades y son los que menos apoyan la idea de que el mercado es el mejor mecanismo de asignación de recursos. Al mismo tiempo, junto con los peronistas, son quienes menos acuerdan con la idea de que el poder de los sindicatos tiene que reducirse.

Por último, cabe notar que la facción de las ONG parece particularmente interesante porque marca el tono de la ideología de PRO en general. Las respuestas de los integrantes de este grupo se acercan a la media del total de la muestra. La proximidad de los miembros de esta facción con las ideas del catolicismo social hace que la facción de las ONG presente una destacable combinación de valores. Por un lado, son conservadores respecto a cuestiones éticas y culturales (se muestran mayoritariamente contrarios a la discusión de una ley que legalice el aborto) y en aspectos sociopolíticos (apoyan la reducción del poder de los sindicatos en la política). Sin embargo, al mismo tiempo son quienes están menos de acuerdo con la idea de "mirar hacia adelante" en materia de derechos humanos y defienden la intervención del Estado en materia económica.

La diversidad ideológica entre las facciones de PRO sugiere que el partido oscila entre el pragmatismo -especialmente en su papel de administrador- y posiciones más doctrinarias, vinculadas con el liberalismo-conservador argentino. Al mismo tiempo, y debido a que intenta construir para sí una identidad política "más allá de la izquierda y la derecha", sus dirigentes llevan adelante una serie de operaciones de resignificación de sus posturas a partir de proponer líneas de demarcación distintas a las de la derecha tradicional. Es en este sentido que deben leerse ciertas dicotomías propuestas por PRO, como "los ciudadanos contra los políticos", o "Buenos Aires contra el gobierno nacional".

I V.2. Camino al éxito

Desde que se fundó PRO sus dirigentes rechazaron la idea de que el partido pudiese resignarse a un rol testimonial. Por el contrario, su objetivo fue obtener acceso rápido al poder municipal para que el mismo sirviese como base para emprender el camino al Poder Ejecutivo Nacional. Probablemente, el objetivo de ganar elecciones rápidamente fue el primer aspecto compartido entre los diferentes grupos14.

La campaña de PRO en 2003 estuvo enmarcada en términos que ya habían sido utilizados por fuerzas liberal-conservadoras, como "eficiencia" y "economía seria". También se utilizaron tópicos que apuntaban a cuestiones morales, como "corrupción cero" y reducción del "gasto político". Pero PRO también se aventuró en una nueva veta de sensibilidad social, incluyendo en el discurso de sus candidatos expresiones como "seguridad social universal" e "integración social", que en la Argentina poscrisis eran lugares comunes que atravesaban todo el espectro político.

El discurso de PRO estuvo dirigido no sólo a los tradicionales votantes de la derecha, sino también a toda la clase media, especialmente a aquella que se sentía indignada ante la ausencia de respuestas de las élites políticas. La presentación pública del partido como un nuevo jugador se relacionaba con el carácter de outsider de su líder y su publicitado desdén por los "políticos" y su rechazo al uso de la maquinaria política. A pesar de esta estrategia, el peso de notorios líderes asociados con la "vieja política" en las listas de PRO y de los vínculos de Macri con el gobierno de Menem, provocaron rechazo en buena parte del electorado porteño. Así, el peronismo y la centro-izquierda lograron imponer la identificación de PRO con "los noventa", lo que contribuyó a la derrota de Macri entre la pequeña burguesía progresista.

A pesar de haber ganado más votos en la primera ronda que el candidato de la centro-izquierda (37,55 por ciento contra 33,54 por ciento), Macri fue superado en la segunda vuelta (53,5 por ciento contra 46,5 por ciento). Cuando reconoció su derrota, sostuvo: "no aceptamos ser confinados a las etiquetas ideológicas que hoy no tienen sentido. Somos una fuerza plural y abierta". Pero lo cierto es que en 2003 esta identidad plural estaba en todavía en construcción, como lo muestra el hecho de que los candidatos a diputados porteños que apoyaban a Macri iban en cuatro listas distintas. A pesar de la derrota, PRO ganó 18 escaños (de un total de 60) en la Legislatura de la CABA, a los que habría que sumar 6 de sus aliados no oficiales en Recrear. De este modo, con puestos efectivos para ocupar, el partido comenzó un proceso lento pero sistemático para institucionalizarse y atraer a nuevos miembros.

PRO había heredado votos de la Ucedé y AR (Alessandro, 2009). Sin embargo, el mismo estudio muestra que, desde el momento de su debut, también atrajo votos de la UCR y el PJ. De hecho, PRO, como AR antes que él y a diferencia de los partidos tradicionales de derecha en Argentina, no es una organización antiperonista y, por esa razón, pudo disfrutar de un electorado potencial más grande que sus antecesores.

En la primera vuelta de 2003, Macri reconstruyó electoralmente una alianza social que ya había tenido éxito en la década de 1990: la del menemismo. En efecto, logró ganar, al mismo tiempo, en los distritos más ricos y en algunos de los distritos más pobres de la CABA. Sin embargo, en esas elecciones, Macri fue derrotado en los numéricamente importantes circuitos electorales de clase media. En la segunda ronda, Macri logró mantener el control de los barrios ricos del norte, pero fue derrotado en los suburbios del sur (con la excepción -lógica y esperable- de La Boca).

Para entender mejor el crecimiento electoral de PRO a partir de 2003, nos centraremos brevemente en la evolución de su desempeño en la primera vuelta de las elecciones para jefe de Gobierno y diputados nacionales entre 2003 y 2011 en cuatro comunas de la CABA. Los municipios que hemos elegido en la muestra divergen social y geográficamente. La comuna 2, un distrito rico del norte de la CABA, es una fortaleza tradicional del voto de la centro-derecha. La comuna 13 es un área de clase media alta, una zona tradicionalmente identificada con el voto no peronista que aportó una porción importante de los votos a las fuerzas progresistas en los años noventa. La comuna 5 es una típica zona de clase media porteña y tradicionalmente es no peronista. Por último, la comuna 8, ubicada en el sur de la ciudad, incluye a los barrios más pobres de CABA en los que la política territorial y las relaciones "cara a cara" juegan un papel importante.

Observando los números incluidos en el Gráfico 1, pueden extraerse algunas conclusiones. En primer lugar, el principal aumento en el flujo de votos PRO se produce entre las elecciones de 2003 y 2007. En las elecciones de 2011, sin embargo, PRO consigue mantener la mayoría de votos conquistados cuatro años antes, sobre todo entre las clases media y baja, pero no logra un incremento destacable. Por lo tanto, es en la estrategia electoral de 2007 donde debe encontrarse la coyuntura crítica de éxito electoral de este partido (enseguida volvemos sobre ello). En segundo lugar, PRO logra posicionarse muy pronto como la opción electoral en los barrios de clase alta, tradicionales votantes de los partidos de la derecha, pero que tenían (en 2003) otras opciones a las que recurrir. En tercer lugar, a partir de 2007, PRO atrajo una alta proporción de los votos de clase media alta, que durante los años noventa se había inclinado por opciones de centro-izquierda. En cuarto lugar, el voto de los habitantes de los barrios de clase media creció considerablemente entre 2003 y 2007, pero cayó ligeramente en 2011. En quinto lugar, el porcentaje de voto PRO en los barrios pobres del sur fue el único que no creció a lo largo de este ciclo, aunque se mantuvo en valores relativamente altos. En sexto lugar, se observa una diferencia notable entre el voto para jefe de gobierno de la CABA y la votación para diputados nacionales, que es sensiblemente inferior y volátil, probablemente debido a la falta de candidatos presidenciales de PRO en 2007 y 2011.

Gráfico 1
Voto PRO 2003-2011

Nota: en 2003, PRO es "Compromiso para el Cambio" (en listas legislativas se computan las fuerzas que apoyaron a Macri para jefe de gobierno). Antes de 2008, se toma la sección electoral 19 para la Comuna 2, las secciones 8 y 9 para la Comuna 5, la sección 22 para la Comuna 8 y la sección 16 para la Comuna 13. Fuente: elaboración propia en base al Ministerio del Interior y Transporte.

Así, aunque PRO conquistó un electorado heterogéneo (gracias a su capacidad de capturar votos en sectores tradicionalmente esquivos a los partidos de derecha) consiguió más apoyo electoral en los distritos ricos y su voto fue constante en las elecciones ejecutivas, pero volátil en las legislativas, sobre todo cuando los comicios coincidieron con las campañas presidenciales. Estas características parecen indicar la presencia de algunas dificultades de PRO para abandonar la lógica electoral municipal y convertirse en una fuerza política de proyección nacional.

En 2005, Mauricio Macri presentó su candidatura a diputado nacional por la CABA y forjó una alianza oficial con Recrear, un partido de orientación neoliberal creado por el ex ministro de la Alianza Ricardo López Muprhy. Así nació la Alianza Propuesta Republicana, que más tarde se conocería como PRO. En estas elecciones, PRO ganó con un 34 por ciento de los votos, obtuvo seis bancas en el Congreso y sumó 13 legisladores en la CABA. Entre 2005 y 2007, Macri avanzó con la idea de una alianza amplia de centro-derecha que incluyera a López Murphy y Jorge Sobisch, el gobernador de la provincia de Neuquén por el Movimiento Popular Neuquino (MPN). Este intento de ampliar el espacio fue resistido internamente por la facción peronista, que señaló a López Murphy como un límite. Sin embargo, la facción de derecha apoyó ese camino y sostuvo que no sólo se necesitaba a Recrear para reforzar a PRO en la CABA, sino que ese era el único modo de avanzar en un entramado electoral en vista a los próximos comicios presidenciales.

En abril de 2007, una manifestación de docentes patagónicos derivó en una fuerte represión y asesinato de un activista sindical. El recuerdo de las represiones policiales en 2001 y 2002 y el rechazo social convencieron a Macri de romper la alianza con el MPN, dejar de lado sus aspiraciones presidenciales y volver a candidatearse como jefe de Gobierno de la CABA. Ese mismo año, aunque Cristina Fernández de Kirchner del FPV ganó a nivel nacional, PRO logró una amplia victoria en las elecciones de la CABA (que fueron realizadas antes que las presidenciales): obtuvo el 45 por ciento de votos en la primera vuelta y el 61 por ciento en la segunda. También consiguió el tercer lugar en la Provincia de Buenos Aires (donde estaba aliado con la centro-derecha peronista encabezada por De Narváez).

Estas victorias fueron, al menos parcialmente, el resultado de un giro hacia el centro del espectro político. La compañera de fórmula de Macri en 2007 fue Gabriela Michetti, una ex dirigente de la democracia cristiana, quien proporcionó un aura de sensibilidad social y un tono más progresista a la candidatura. Al mismo tiempo, algunas figuras tradicionales de la derecha pasaron a un segundo plano durante la campaña y el discurso político perdió en parte el tono neoliberal que había tenido en 2003 (Gallo, 2008).

El rechazo de una identidad ideológica clara y la resistencia de Macri a respaldar la candidatura de López Murphy al Senado Nacional, produjeron discusiones al interior de la flamante alianza PRO y, finalmente, una ruptura. Tras el triunfo de PRO, el liderazgo de López Murphy en Recrear fue disputado entre aquellos que querían mantener un partido independiente y los que querían fusionarse con el gobierno de Macri; la última posición ganó y, en 2009, se completó la unificación partidaria.

Mientras que en 2003 Macri demostró cierta simpatía con el nuevo gobierno de Néstor Kirchner y en 2005 hizo una caracterización ambigua del mismo, en 2007 el tomó el lugar de oposición al "populismo". Pese a los embates directos de Néstor Kirchner, lo hizo con un tono moderado. Frente a la candidatura del ministro de Educación del gobierno nacional, Daniel Filmus, Macri apareció como el principal opositor y también como un garante de la autonomía local contra una supuesta colonización por parte del ejecutivo nacional. Por otro lado, con el asesoramiento del experto en comunicación política Jaime Durán Barba, la campaña de PRO adquirió una identidad fuerte y sistemática. Se adoptó el amarillo como el color distintivo y se lanzó una campaña publicitaria compuesta por anuncios en los que se hacía hincapié en el carácter propositivo del partido, a través de lemas breves, asociados con la política como gestión y la promoción de la intervención estatal, lo que ayudó a PRO a alejarse del perfil derechista que le adjudicaban sus críticos.

Una excelente muestra de la heterogeneidad de PRO es su primer gabinete de gobierno formado por una combinación entre políticos tradicionales y profesionales y técnicos recién llegados a la función pública. En efecto, en el Cuadro 2, se advierte que las facciones más representadas son la de las ONG y la de los empresarios. Además, es notable la importante cuota de poder de la facción de derecha, pese a no ser la más importante cuantitativamente. También resulta llamativa la presencia de sólo un ministro de la facción radical y la ausencia de miembros de la facción peronista. Puede decirse que se privilegió a los cuadros que gozaban de la confianza personal del líder.

Los dos primeros años del gobierno de PRO en la CABA mostraron algunas de las limitaciones de la agenda de reforma del partido liderado por Macri. La fortaleza de los sindicatos de los empleados municipales que rechazaron las nuevas políticas de PRO, la mala relación con el Poder Ejecutivo Nacional que retaceó su apoyo a la gestión, la inexperiencia de los cuadros macristas para enfrentar una compleja burocracia y la fuerte oposición de los partidos de centro-izquierda permitieron avances graduales, lentos. Indignado, Macri se quejó ante la prensa sobre la "máquina de impedir del populismo" y comenzó una confrontación directa con el FPV.

Como parte del plan de oponerse más directamente al gobierno nacional, el líder de PRO retomó su alianza con De Narváez, con quien creó el sello "Unión PRO" para presentar candidatos en la Provincia de Buenos Aires. Las elecciones de 2009 mostraron los resultados mixtos de esta estrategia. Por un lado, De Narváez ganó en la Provincia de Buenos Aires (con 34,7 por ciento de los votos), a pesar de que el ex presidente Néstor Kirchner era el primer candidato del FPV15. Por otra parte, la ex vicejefa de Gobierno, Gabriela Michetti, que encabezó la lista de diputados nacionales de PRO en la CABA obtuvo un margen bastante menor al esperado (consiguió el 31,9 por ciento de los votos cuando se esperaba, sino repetir, al menos acercarse a los números obtenidos en 2007).

En las elecciones de 2011, ante el notorio crecimiento de la figura de la presidente Fernández de Kirchner en las encuestas preelectorales, Macri bajó una vez más el nivel de enfrentamiento con el gobierno nacional. En lugar de presentarse como candidato a presidente, tal como había anunciado en diversas ocasiones, buscó la reelección como jefe de gobierno de la CABA. Otra vez, su compañera de fórmula fue una mujer, María Eugenia Vidal, ex ministra de Desarrollo Social, que parecía cumplir el mismo rol que Michetti en 2007, el de humanizar al líder. La apuesta fue exitosa: Macri fue reelegido con un 65 por ciento de los votos en el ballotage (46 por ciento en la primera vuelta).

I V.3. La estrategia posmaterial

Durante el período 2007-2011, PRO logró importantes avances en su reformulación de los clivajes políticos, en parte ayudado por las circunstancias y en parte como fruto de decisiones deliberadas de cambiar los tópicos centrales de la agenda. En efecto, durante esos años, el discurso PRO no estuvo centrado en cuestiones redistributivas como en la clásica división izquierda-derecha. Sólo en la elección de 2009 se aventuró, sobre el tramo final de la campaña, en el camino de la confrontación en el eje alto-bajo (y, como vimos, obtuvo resultados mixtos). En cambio, el tono general del partido buscó centrarse en temas de seguridad, por un lado, y posmateriales, por el otro, considerados claves para poder dotar a la fuerza de una identidad que contuviera su diversidad interna y que a la vez le diera proyección hacia afuera. Las dos principales tácticas en el reenmarcamiento (reframe) del debate político fueron así concentrar la atención sobre en el aumento de la delincuencia y presentar la idea de una nueva política pública orientada a la ecología, con el objetivo de identificar a la gestión de PRO con la construcción de una "ciudad verde".

A poco de nacer, PRO se vio en medio de grandes debates y manifestaciones públicas en materia de seguridad, originados a partir de un sonado caso de secuestro seguido de muerte16. Así, desde las elecciones de 2005, Macri incluyó el "combate a la inseguridad" como uno de sus principales temas de campaña. Con el fin de subrayar su compromiso con la seguridad pública, en 2009 PRO creó la Policía Metropolitana. Aunque ésta era una vieja propuesta de varios partidos, el gobierno de la CABA justificó su decisión en la ausencia de respuestas del gobierno nacional frente al avance de la delincuencia17. Así, encaró la cuestión no a partir de una lectura en términos del clivaje izquierda-derecha, sino más bien a partir del reenmarcamiento en términos de "gestión" de una demanda social amplia (Gallo, 2008). De todos modos, cabe señalar que los partidos de derecha y centro-derecha han concentrado buena parte de sus esfuerzos en esta temática, particularmente en los países cuyos sistemas políticos han sufrido experiencias similares al colapso que tuvo lugar en la CABA (Meléndez, 2014).

Por otra parte, desde que obtuvo la jefatura de gobierno de la CABA, PRO promovió políticas públicas vinculadas a la ecología, una posición tra-dicionalmente vinculada con los partidos posmateriales (Inglehart, 1977). En primer lugar, se dedicó a la construcción de senderos exclusivos para bicicletas (bicisendas), una iniciativa que se complementó con la implementación de servicios de préstamos de bicicletas a los residentes de la CABA y con planes de financiación para la compra de rodados por medio del Banco de la Ciudad de Buenos Aires. Luego, el gobierno macrista lanzó una serie de campañas publicitarias para fomentar el reciclaje de residuos y hacer hincapié en la recuperación y protección de espacios verdes en la ciudad. La primera de estas políticas aún está en vías de ser implementada de modo completo (ya que hasta el momento, la separación de residuos que pudiera hacer el ciudadano no es respetada por las empresas recolectoras). Pero la segunda parece particularmente interesante porque en ella se conjugan la idea de Buenos Aires como ciudad verde, la defensa del espacio público y la acción de las fuerzas policiales porteñas, encargadas de desalojar por la fuerza a los diversos parques públicos que habían sido ocupados por sectores precarizados a partir de la crisis de 2001.

De este modo, el caso de PRO muestra, en consonancia con lo señalado por algunos especialistas en el caso europeo (Willey, 1998; Kitschelt y McGann, 1997), que los valores posmateriales no son exclusivos de lo que se ha dado en llamar la "nueva izquierda", sino que también están presentes en los partidos de la "nueva derecha", incluso en su versión no extrema ni nacionalista. Al mismo tiempo, debe subrayarse que estos valores posmateriales, y en especial el discurso securitario, no deben ser confundidos (al menos no de modo lineal) con el clivaje alto-bajo señalado por Ostiguy. En cierto sentido, la idea de presentar a PRO como un partido "de lo nuevo" que defiende nuevos valores parece apuntar a trascender la estructuración del espacio político argentino. Pero ¿puede ser cumplido semejante objetivo por un partido con baja institucionalidad, internamente tan diverso y que, hasta el momento, sólo ha tenido algunos éxitos electorales a nivel local?

V. El PRO en el espacio político argentino

De acuerdo con lo expuesto, ¿cómo se ubica PRO en el espacio político argentino tal como fue modelizado por Ostiguy? Como vimos, PRO se autodefine, en buena medida, aunque con diferente intensidad en cada elección, en oposición al gobierno nacional. En este sentido, la unificación del espacio peronista que inició el FPV después de 2003 (Alessandro, 2009) representó un desafío. Aunque Néstor Kirchner había representado, según Ostiguy (2009), el cuadrante izquierdo-alto en 2003, el abandono de la estrategia de transversalidad y la búsqueda de un acercamiento con el peronismo clásico (en su versión evitista) hizo retornar al FPV al hemisferio bajo del espectro político argentino. Al mismo tiempo, a partir de 2009, PRO subió un poco en la escala alto-bajo (al menos en sentido discursivo) y se postuló como fuerza en abierta oposición al peronismo nacional. Como la CABA es el distrito con la mayor proporción de voto en el hemisferio alto, ocupar ese espacio parece suficiente para ganar las elecciones locales. Sin embargo, no está claro que alcance para ofrecer una alternativa plausible a nivel nacional.

V.1. El problema del peronismo, otra vez

Debido a la importancia del electorado bajo en el interior de la Argentina, la intención de convertirse en una alternativa a nivel nacional ha llevado a PRO a disputar una porción del electorado peronista. Indudablemente, la existencia de grupos peronistas dentro del partido contribuye a hacer plausible este objetivo. Sin embargo, la confrontación con el gobierno nacional basada en la defensa de principios republicanos tiende a distanciar al partido de Macri del hemisferio bajo y acercarlo a posturas institucionalistas de fuerte raigambre en las fuerzas no peronistas18.

Figura 2
PRO en el espacio político argentino

Fuente: elaboración propia en base a Ostiguy (2009).

 

Puede decirse que en virtud de sus aspiraciones a convertirse en una fuerza mayoritaria y de alcance nacional, PRO está jugando un doble juego: pretende ir más allá de la izquierda y derecha y al mismo tiempo procura sobrepasar el clivaje alto-bajo. Sin embargo, el futuro de esta estrategia parece, al menos por ahora, incierto. Esta incertidumbre se debe a que dos de los factores que permitieron el éxito de PRO en la CABA no parecen estar presentes fuera de ese distrito. En primer lugar, el electorado de la CABA es peculiar: tradicionalmente no peronista, identificado con el hemisferio alto de la política, tiene ingresos mayores a los de la media nacional y tiene, además, una perspectiva cosmopolita y una relación de proximidad -pero no de dependencia- con los servicios públicos y el Estado (Pírez, 1994). Sin embargo, fuera de la CABA, los distintos perfiles de votantes se han inclinado por partidos tradicionales que han mostrado su eficacia representativa incluso en el período pos-2001. En segundo lugar, la crisis de los partidos, que fue particularmente profunda en la CABA (Bril Mascarenhas, 2007), abrió una oportunidad para el surgimiento de una fuerza política que reclutase cuadros "en disponibilidad". Sin embargo, la situación fuera de la CABA parece ser diferente, porque el peronismo sigue siendo fuerte en el interior del país y el radicalismo mantiene su histórico enraizamiento social (Levitsky y Murillo, 2008). Así, aunque PRO ha intentado reunir en su seno a líderes en distintos distritos y establecer un amplio marco de alianzas, hasta ahora sólo ha podido reclutar algunas celebridades mediáticas y algunos intendentes de extracción radical y, aunque ha sellado alianzas partidarias, sólo consiguió aliarse oficialmente con pequeños partidos de la derecha tradicional.

Pese a todo, al mismo tiempo que hay factores que oscurecen el panorama para PRO, ciertos resultados parecieran augurarle buenas perspectivas. En 2011, Cristina Fernández de Kirchner fue reelegida por el 54 por ciento de los argentinos, pero el mismo año, PRO obtuvo un sorprendente 64 por ciento en la CABA, ganó la intendencia de Vicente López (un importante suburbio adyacente a la CABA) y obtuvo el segundo lugar en las elecciones para gobernador de las provincias de Santa Fe y Salta. De este modo, aunque la consolidación a nivel nacional y la estrategia de crecimiento centrífugo continúa siendo una asignatura pendiente, parece no ser (al menos no a priori) una misión imposible.

VI. Recapitulación final

En este trabajo pasamos revista a las dificultades que la centro-derecha atravesó durante el siglo XX para convertirse en una alternativa de poder por la vía partidaria. Luego, y a la luz de esa tradición, analizamos la formación del partido PRO en el contexto de la crisis de 2001 y 2002, que en el caso de la CABA alcanzó el grado de un colapso del sistema de partidos que facilitó una estructura de oportunidad para el surgimiento de un nuevo partido. También mostramos que desde el comienzo PRO se organizó como una fuerza política con vocación de poder y, para ello, adoptó una estrategia de "partido de lo nuevo", intentando alejarse del encuadramiento clásico de izquierda y derecha.

Por otra parte, en estas páginas trabajamos sobre el medio partidario de PRO, identificando las principales facciones que lo componen, que van de la derecha clásica al peronismo y el radicalismo, y de los cuadros de extensa actuación en política a los nuevos ingresantes del mundo de las ONG y de la empresa. Vimos que las ideas políticas de estas facciones son relativamente cercanas en términos políticos y económicos, aunque heterogéneas en términos culturales. La división del trabajo que se opera al interior de PRO, así como el desigual involucramiento en la vida partidaria, muestran que "los nuevos" son quienes más cerca parecen estar de constituir la "coalición dirigente" partidaria, al tiempo que representan la mayor parte de cuadros técnicos que nutren la gestión en la CABA. La presentación del líder como outsider de la político, por un lado, y como empresario exitoso, por el otro, le permitió presentar al nuevo partido como una fuerza que venía a traer moralización y eficiencia a la política, en un contexto en que los partidos sufrían gran desprestigio de parte de la ciudadanía de CABA.

Asimismo, mostramos que PRO se presentó como una fuerza "de gestión". Para conseguir ese objetivo y definir su identidad (tanto de cara al electorado como hacia las facciones que componen el partido), su dirigencia privilegió el discurso sobre cuestiones de seguridad reenmarcado en términos de eficiencia y enfatizó algunos valores postmateriales vinculados a la ecología. Esta agenda le permitió al nuevo partido evitar centrarse en el discurso económico y atraer y capturar votantes no peronistas que en los años noventa habían votado por fuerzas de centro-izquierda. De este modo, la coalición electoral encabezada por Macri redefinió sus rasgos identitarios y marcos de alianzas originales (que la emparentaban al discurso neoliberal y a la alianza entres sectores populares y alto-medio altos que caracterizó al menemismo), y logró seducir sectores medios que hasta entonces se habían mostrado esquivos a las propuestas de centro-derecha. También, señalamos que, a medida que PRO fue consolidando su ascenso en el espacio político bidimensional cartografiado por Pierre Ostiguy (2009), dejó de crecer electoralmente en los sectores populares, pero continuó creciendo en las capas medias y medias altas. Finalmente, mostramos que la nueva identidad construida por PRO y su posicionamiento como alternativa al peronismo kirchnerista gobernante a nivel nacional se ha mostrado exitosa a nivel subnacional, pero también que no está claro que vaya a tener los mismos efectos en su intento de nacionalización del partido, intento que, cabe señalar, se da en condiciones muy diferentes a las que favorecieron el nacimiento de PRO a comienzos del nuevo siglo.

Notas

1 Desde el año 2012, distintas consultoras de opinión pública ofrecieron datos disímiles sobre la intención de voto a Mauricio Macri como presidente en 2015. Sin embargo, más allá de los distintos guarismos (que en 2014, oscilan entre el 10 y el 19 por ciento), el posicionamiento de Macri como candidato presidencial es un dato que no puede ser obviado.

2 "[N]o se pueden disociar las organizaciones partidistas de su entorno, si se busca comprender cómo determinado partido logra implantarse en una sociedad dada. Aproximándose lo más posible al terreno, vale decir a nivel local, se constata fácilmente la porosidad de las fronteras entre los partidos políticos y su entorno social. Existe así un continuo de relaciones entre dirigentes, militantes, adherentes, simpatizantes y electores. En este sentido, el partido descansa en redes relacionales que se entrecruzan, que son basadas en valores o intereses compartidos, y alimentadas mediante interacciones en diversos lugares de sociabilidad más o menos formales: asociaciones, sindicatos, cooperativas, mutuales, cafés (…) Propuse llamar entorno partidista [medio partidario] al conjunto de esas relaciones sociales” (Sawicki, 2011: 43).

3      Algo similar podría decirse del Movimiento por la Dignidad y la Independencia (Modin). El Modin nació en 1991 como alternativa nacionalista de derecha, con una retórica contraria al neoliberalismo. Sin embargo, en 1994 el Modin selló un pacto con el peronismo en la Provincia de Buenos Aires para permitir la reelección del gobernador Eduardo Duhalde. Luego de ello, el Modin se descompuso velozmente y su líder, Aldo Rico, se integró al PJ.

4      Luego de que el Modin se diluyese en el PJ, el lugar de la tercera fuerza fue ocupado por el centro-izquierdista Frente Grande, luego reconvertido en el Frente por un País Solidario (Frepaso). Cuando el Frepaso se unió a la UCR para formar la Alianza, AR se transformó en la tercera fuerza política (Abal Medina, 2009).

5 Para evitar constantes aclaraciones, a lo largo del texto se mencionará siempre al partido PRO, independientemente de su nomenclatura original.

6 Ello explica que entre el 25 y 50 por ciento del voto de la Ucedé y AR proviniera de Buenos Aires (De Luca et al., 2002). Por este motivo, el votante de Buenos Aires suele ser calificado como "sofisticado”, aunque esta caracterización es bastante discutible (Sartori, 2003).

7 Esta aglutinación fue posible por el accionar de las instituciones encargadas de reglamentar las elecciones en la CABA, que permitieron la presentación de "colectoras”, es decir listas de distintas organizaciones partidarias con candidatos propios para una categoría (en este caso la de legisladores de la ciudad) pero que compartían los mismos candidatos en otra categoría (la de jefe y vicejefe de gobierno). Sobre la laxitud de las instituciones electorales argentinas, véase Mustapic (2013).

8      Un ministro de gobierno entrevistado en 2011 afirmó "[los que estábamos cerca de Mauricio Macri] no nos habíamos preparado mentalmente para perder [en 2003]. Aunque hoy en día creo que fue muy bueno haber perdido. Fue muy útil”.

9      Una diputada de la CABA, con poca experiencia política previa, sostuvo "[2003] fue difícil, no sólo porque todo era nuevo, sino porque nos habíamos preparado para acompañar la gestión de Mauricio [Macri], no para ser la oposición de [Aníbal] Ibarra”.

11     En efecto, mientras que la gran mayoría de los integrantes de las facciones de los empresarios y de las ONG son afiliados a PRO, y en algunos casos poseen cargos partidarios, muchos radicales, peronistas y derechistas mantienen su afiliación partidaria original. En nuestro estudio, sólo el 40 por ciento de la muestra había completado su proceso de afiliación a PRO.

12     En nuestras entrevistas hemos identificado diferentes instancias de socialización ("retiros”, cursos de formación) emparentados con prácticas y recursos del mundo de los negocios. También los actos partidarios son muchas veces instancias en las que el team leader celebra el éxito de la empresa (éxito electoral, éxito en tareas de gestión, etc.).

13     Esta definición es discutible, pero tiene la virtud de agrupar al mismo tiempo a los defensores del ideario neoliberal como a los que postulan una perspectiva conservadora en el sentido tradicional. Al respecto, ver, por ejemplo, Von Hayek (1989) y Kristol (1986).

14 Obviamente, este es un aspecto comúnmente compartido en las organizaciones partidarias. Sin embargo, no fue ese el caso de experiencias anteriores en la centro-derecha argentina que optaron por caminos no electorales. Véase nota 9.

15 El triunfo de Unión PRO pueden ser analizado desde diversos ángulos, pero no debería obviarse que la "crisis del campo” y el desaceleramiento económico que se produjo en 2009 como fruto de la crisis mundial influyeron en la mala performance del FPV (Aronskind y Vommaro, 2010).

16     Se trata de lo que se dio en llamar el "caso Blumberg”, ocurrido en abril de 2004, que movilizó a buena parte de la sociedad argentina en apoyo de modificaciones legales para aumentar algunas penas. En principio, Néstor Kirchner se mostró favorable a endurecer la legislación, pero poco a poco el FPV se fue moviendo en un sentido contrario y comenzó a denunciar a los políticos proclives a la "mano dura”. Al respecto, véase Martínez (2013).

17     La creación de una Policía Metropolitana fue objeto de un largo debate que giró sobre todo en torno a si el gobierno nacional debía o no girar los fondos que destinaba a la Policía Federal (que hasta entonces tenía jurisdicción exclusiva en la CABA). Aunque durante un tiempo Macri insistió que sólo crearía un cuerpo policial si el gobierno transfería los fondos necesarios, finalmente optó por fundar la Policía Metropolitana con un porcentaje del presupuesto municipal.

18 Un secretario de gobierno de la facción de las ONG sostuvo: "Creo que [la] confrontación con el gobierno nacional se generó en torno a una imagen [...] no es [un problema] ideológico ni mucho menos, puede ser una discusión de valores o de visión del país, de distintas cosas, pero puede ser una puja personal también”. En el mismo sentido, un subsecretario de la facción peronista afirmó: "El asunto es que hay que alejarse [del PJ], pero no tanto [...] porque [sin el voto peronista] no ganamos”.

 

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