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Revista SAAP

versión On-line ISSN 1853-1970

Revista SAAP vol.9 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires mayo 2015

 

ARTICULOS

Uruguay 2014: elecciones competitivas y partido de izquierda predominante*

 

Jorge Lanzaro

Universidad de la República, Uruguay
jorge.lanzaro@gmail.com

* El autor agradece a sus compañeros del Instituto de Ciencia Política, Lucía Selios y Antonio Cardarello su generosa ayuda para organizar los datos electorales. Agradece también a Equipos Mori el suministro de datos sobre intención de voto por nivel socioeconómico.


Las elecciones nacionales de 2014 confirman los rasgos distintivos de la democracia uruguaya: una vieja democracia de partidos, plural y competitiva, en la que persiste el cotejo entre la izquierda reunida en el Frente Amplio (FA) y los antiguos decanos del sistema, mientras aumenta la representación de los grupos menores y el número efectivo de partidos. La gran novedad es que el FA se recibió de partido predominante, al conseguir la mayoría parlamentaria por tercera vez consecutiva. Además de ese galardón en las instituciones de gobierno, que da paso a la segunda presidencia de Tabaré Vázquez, el FA tiene una posición predominante —en términos gramscianos— por sus anclajes en la sociedad civil, los sindicatos y los aparatos ideológicos del Estado. Estos comicios perfilan cambios en el electorado del FA, afirmando su condición de partido popular y su implantación en el interior del país. En contrapartida, la izquierda es un poco menos montevideana y acusa cierta baja en sus bastiones tradicionales (clases medias, electores más educados y jóvenes). También hay un crecimiento de la representación política en el arco que va del centro hacia la izquierda, lo que repercute en la composición del parlamento y se verifica marcadamente en el seno del FA, moldeando el escenario en que se desenvuelve su tercer gobierno. Este trabajo repasa las características de la democracia uruguaya, se centra en la trayectoria del FA, con un análisis de las novedades que aporta la elección 2014 y procura subrayar algunos elementos útiles para la política comparada.

Palabras clave Uruguay - Frente Amplio democracia competitiva - izquierda predominante - sistema de partidos

Abstract

The 2014 national elections confirm the distinctive features of the Uruguayan democracy: an old plural and competitive party democracy, in which the competition among the leftist Frente Amplio and the two traditional parties persists, while the small parties grow and the effective number of parties increases. As a novelty, in this election the FA eventually attains the status of predominant party, since it reaches the majority in Parliament for the third consecutive time. Besides this place within the government institutions —enabling Tabaré Vázquez's second presidency— the FA also secures a predominant position in Gramsci terms, given the domain that it has achieved in civil society (unions, social organizations, public education and ideological networks). This election has also brought changes in the FA electorate, consolidating its position as a popular left party and strengthening its voting in the interior and in rural districts. At the same time, the FA experiences electoral decrease in its traditional realm of Montevideo and among the middle classes, the more educated citizens and the youth. There has also been a certain enlargement of the center to the left political representation, reflected in the composition of Parliament and markedly in the forces within the FA itself, that will shape the setting in which its third government will work. This article reviews the main features of the Uruguayan democracy and presents a focused analysis on the development of the FA, particularly on the changes brought upon by the 2014 election, while underlining aspects which are valuable to comparative politics.

Keywords Uruguay - Frente Amplio - competitive democracy - predominant left party -party system


 

En las elecciones nacionales celebradas en Uruguay en 2014, el Frente Amplio (FA) —que reúne a casi todos los grupos de izquierda— obtuvo el galardón de partido predominante, al triunfar por tercera vez consecutiva con la mayoría absoluta de los escaños parlamentarios. Sin embargo, la presidencia no se definió en la primera vuelta. En el balotaje Tabaré Vázquez se impuso cómodamente, llegando por segunda vez a la presidencia (2015- 2020), luego de haber encabezado el estreno del FA en el gobierno nacional (2005-2010) y sucediendo a José Mujica, que ocupó el cargo durante el quinquenio 2010-2015.

Las jornadas electorales de 2014 confirman la vigencia y el temple competitivo de la democracia uruguaya, justo cuando se cumplen treinta años de su restauración, después de la dictadura larga y gravosa que padeció el país entre 1973 y 1984. Vale recordar que se trata de una de las pocas democracias de partidos de América Latina, muy temprana en esta región y de las más tempranas en términos comparativos con respecto a Europa y a otros continentes. Esta vieja democracia de partidos, constituida a principios del siglo XX, se funda en un sistema de partidos plural, institucionalizado y competitivo, que en sus orígenes estuvo presidido por uno de los bipartidismos más antiguos del mundo, compuesto por el Partido Colorado y el Partido Nacional. En la nueva fase democrática, a partir de 1984, el sistema recuperó su consistencia y experimenta una gran transformación, merced al desarrollo de la tercería de la izquierda reunida en el FA.

La calidad de la democracia y el sistema de partidos plural, con una competitividad sostenida y una polarización ideológica moderada pero efectiva, informan las prácticas de gobierno, la separación de poderes, los equilibrios institucionales e incluso cierto balance político, aun cuando se sienta el peso del Frente Amplio como partido predominante, en una condición similar a la que ostentó por muchas décadas el Partido Colorado, en el marco del bipartidismo tradicional.

En la primera parte, este trabajo evoca las características generales de la civilización política uruguaya y la evolución del sistema de partidos en la etapa democrática que se inicia en 1984. En la segunda parte se analizan los resultados de las elecciones 2014, resaltando la condición de partido predominante que adquiere el FA en estos comicios y, a la vez, las variaciones que se registran en la composición política y social de su electorado.

I. Democracia de partidos y competencia efectiva

La democracia de partidos uruguaya —que es como se dijo, de las más antiguas del mundo y una de las pocas existentes en América Latina (Lanzaro, 2010)— se basa en un sistema de partidos plural y competitivo, de larga vida, que alcanza un alto grado de institucionalización. Esta circunstancia modela el régimen democrático, lo ubica entre los más estables y duraderos de América Latina (Drake, 2009; Hartlyn y Valenzuela, 1998) —aun contando las dos interrupciones autoritarias sufridas en el siglo XX— y tiene las consecuencias que se asocian usualmente con la política de partidos.

En efecto, la existencia de un sistema de partidos institucionalizado y competitivo es un componente crucial del régimen político, que resulta decisivo para determinar el tipo y la calidad de la democracia. Aunque Kelsen proclamó en los años 1920, que "es ilusorio o hipócrita sostener que la democracia es posible sin partidos políticos" y hoy se admite generalmente que "la democracia moderna es impensable si no es en términos de partidos" (Schattschneider, 1942: 3), de hecho, hay democracias sin partidos y democracias con partidos, que se caracterizan a su vez por el grado de institucionalización y la condición competitiva del sistema que estos forman.

La competencia efectiva —que es fundamental para la calidad de la democracia— puede medirse por la posibilidad de las alternancias en el gobierno y, sobre todo, por el "margen de victoria" en una elección determinada, es decir, el porcentaje de votos que obtiene el ganador, comparado con el que logran los demás contendientes1. En esta relación a dos puntas, cuenta el peso del gobierno y a la vez el peso de la oposición, es decir, su capacidad y su grado de influencia en la producción política y en los procesos decisorios. La fuerza de uno y otro bloque está en relación a la magnitud de cada contingente, pero también a la densidad de las organizaciones partidarias y al grado de unidad o de fragmentación que presentan. La calidad de la democracia depende de la calidad del gobierno, pero también y de manera relevante, de la calidad de la oposición: de una "oposición formada", como conjunto relativamente unitario, dotado de organización y continuidad2.

Tal circunstancia tiene efectos determinantes para el pluralismo democrático, tanto en lo que refiere a la concentración de la autoridad pública y para asegurar la división efectiva de poderes —los checks and balances institucionales y políticos— como en lo que toca a los procesos electorales y sus resultancias.

Esto delinea una diferencia decisiva entre los regímenes políticos y en el ámbito particular de América Latina genera una distinción básica entre los "presidencialismos con partidos" y los "presidencialismos sin partidos" (Lanzaro, 2012), que está presente como una manifestación crucial a lo largo de la historia y moldea las dos grandes etapas vividas en la región en las últimas décadas: el período de las reformas liberales que tiene su auge en los años 1990 y el giro hacia la izquierda que se produce a partir del 2000. En base a estos criterios es posible clasificar los gobiernos de izquierda que prosperan actualmente en la región, registrando configuraciones distintas en el arco que va de los nuevos populismos a las figuras socialdemocráticas (Lanzaro, 2014).

La competitividad va de la mano con la polarización. Comúnmente, la polarización es vista como una amenaza para las democracias, que genera inestabilidad y puede llevar a rupturas institucionales: como en el ejemplo emblemático de la República de Weimar o como ocurrió en Chile y en otros países de América Latina en los años 1960 y 1970, a raíz de situaciones graves de radicalización. Sin llegar a tanto, en sistemas competitivos institucionalizados y estables, una polarización importante puede conducir a bloqueos políticos o simplemente tener un efecto moderador y obrar como limitación del potencial reformista de los partidos, lo que ha sucedido en la práctica de algunos gobiernos latinoamericanos, tanto en el ciclo neoliberal, como a partir del giro a la izquierda del 2000.

Sin embargo, una cierta dosis de polarización es a su vez un ingrediente necesario y deseable para la democracia y para la calidad de la competencia política, con efectos benéficos en lo que respecta a la reproducción de los partidos y de los sistemas de partidos, las conductas ciudadanas y la propensión partidaria de electorado (Lupu, 2014; Dalton, 2008)3.

Esto es así, en la medida en que la polarización constituye una estrategia activa de los partidos —adoptada en función de incentivos de diverso tipo— que afirma sus identidades y moldea las preferencias de los votantes: en base a posturas ideológicas, plataformas programáticas y ofertas de políticas públicas, marcando distancias entre los actores principales del sistema4. Es una lógica de diferenciación política e ideológica de consecuencias positivas, dado que propicia la vitalidad de la política democrática y mantiene en vilo la competencia partidaria, al tiempo que contribuye a generar estabilidad en lo que respecta a los alineamientos electorales y a la institucionalización del sistema de partidos5.

El sistema uruguayo mantiene grados de polarización intermedios, pero importantes, con distancias ideológicas tangibles, aunque relativamente moderadas, a nivel de las élites parlamentarias6. Lo que remite a la diferenciación programática y a la vigencia del clivaje ideológico izquierda-derecha. En efecto, Uruguay, junto con Chile, se ubica en el contexto latinoamericano como un sistema político con estructura de competencia partidaria altamente programática (Kitschelt et al., 2010). Y ello, no sólo desde el surgimiento del FA como partido desafiante a principios de los 1970, sino también en la larga duración histórica, desde los albores del siglo XX, bajo la égida del bipartidismo tradicional.

En correspondencia, los estudios disponibles confirman que Uruguay se cuenta entre los países de América Latina en los que el clivaje izquierda-derecha es un factor explicativo de los alineamientos partidarios y el comportamiento electoral, constituyendo una dimensión reconocida como pertinente en la identificación y autoidentificación de las élites políticas y de los ciudadanos (Colomer y Escatel, 2005; Dosek, 2011; Selios y Vairo, 2012)7.

La competitividad y la polarización contribuyen a mantener el control que el sistema de partidos en conjunto ejerce sobre la oferta política, las opciones electorales y los alineamientos de la ciudadanía, en un régimen de voto obligatorio y abstención muy baja, en el que no se advierten los indicios de malestar democrático y de crisis de representación, que asoman en la política contemporánea de algunos países de América Latina y de Europa.

Según el Informe 2013 del Latinobarómetro (http://Www.latinobarometro.org), Uruguay junto a Costa Rica, es uno de los países de la región donde la democracia alcanzó los mejores indicadores durante la década de 1990. El apoyo de los ciudadanos a la democracia ha fluctuado entre el 80 por ciento en 1995 y el 71 por ciento en 2013 (con un promedio de 78 por ciento en ese período), bajando en este último año 4 puntos respecto a la marca del 75 por ciento que alcanzaba en 2011. A su vez, la satisfacción con la democracia es muy alta (82 por ciento), lo que coloca a Uruguay en primer lugar entre los países de América Latina, con más del doble del promedio de la región (39 por ciento), que es igual al promedio que registra el Eurobarómetro para los países del viejo continente.

El 37 por ciento de los ciudadanos se muestran muy interesados o algo interesados en la política, en un porcentaje superior al promedio de América Latina (28 por ciento), que ubica a Uruguay en tercer lugar entre los países de la región. Y la participación electoral es alta8. En el periodo de más de cien años 1910-2014 —desde que las elecciones pasan a convertirse en "the only game in town", con dos interrupciones autoritarias y algunas instancias en que hubo partidos que optaron por la abstención— el promedio de participación es del 74,6 por ciento (votos emitidos sobre total de ciudadanos habilitados). En la etapa 1942-2014 —sacando los años de dictadura (1973-1984), en los que no hubo elecciones— el promedio de participación sube al 84 por ciento. Desde que el voto es obligatorio, en el período 19712014, el promedio de participación ronda el 90 por ciento, con porcentajes de votos válidos sobre el total de votos emitidos del orden del 97 por ciento y más9.

Aunque el voto no fuera obligatorio, según una encuesta de Cifra, un número elevado de ciudadanos declara que de todos modos iría a votar en las elecciones nacionales: 72 por ciento en 2014, 66 por ciento en 2009, con porcentajes que aumentan entre los ciudadanos mayores de 45 años, los de nivel educativo superior, los que simpatizan por un partido y los que se identifican en posiciones de izquierda y de derecha (Semanario Búsqueda, 24/07/2014).

Según el Latinobarómetro, en 2013, apenas un 23por ciento de los uruguayos considera que la democracia puede funcionar sin partidos, una cifra que está por debajo del promedio de América Latina (31 por ciento). De acuerdo a otros registros disponibles10, en el correr de la década de 1990, el porcentaje de ciudadanos que se declaran simpatizantes de un partido era alto (en general superior al 70 por ciento). A partir del 2001, este porcentaje sigue siendo elevado y mantiene a Uruguay en los primeros lugares en el ranking de América Latina, pero ha descendido algunos puntos, ubicándose entre el 66 y el 53 por ciento.

II. La gran transformación

El sistema de partidos nació con el país mismo —en la primera mitad del siglo XIX— y se ubica entre los más longevos del mundo11. Inicialmente el sistema estuvo presidido por una fórmula bipartidista, integrada por el Partido Colorado ("colorados") y el Partido Nacional ("blancos"), que dominaron la arena política desde las guerras civiles originarias hasta las últimas décadas del siglo XX. Los dos partidos sobrellevaron varios ciclos de crisis y fueron los protagonistas principales en sucesivas fases de cambio, a través de las cuales ambas colectividades y el sistema en su conjunto tuvieron diversas configuraciones.

El hecho de que el sistema de partidos fuera plural y competitivo desde sus orígenes, es la clave de una gestación poliárquica (Dahl, 1971) y llevó a practicar un presidencialismo de tipo pluralista, que constituye un caso ejemplar en el campo latinoamericano (Lanzaro, 2012). Aun así, el Partido Colorado pudo perfilarse como partido predominante, con períodos de gobierno que suman más de cien años y un asentamiento duradero como partido del Estado.

Junto a los decanos del sistema, convivían los "partidos de ideas", fundados en las dos primeras décadas del siglo XX (Partido Socialista, Partido Comunista, Unión Cívica, de filiación católica, que en 1962 se convierte en Partido Demócrata Cristiano). Eran partidos de tipo ideológico y muy escasa convocatoria electoral, que obraban como núcleos testimoniales y partidos "picana" vis a vis los sectores tradicionales. Ganaron importancia política en la transición democrática de la segunda mitad de los años 1930 y especialmente desde la década de los 1940: por su labor parlamentaria y por su presencia en el segmento corporativo de regulación laboral, en una posición de poder — subordinada, pero relevante— que conquistaron sobre todo los comunistas y los socialistas, gracias a sus asientos en el movimiento sindical (Lanzaro, 1986).

Al calor de la crisis de los años 1960, que condujo a una dictadura severa (1973-1984), los partidos de ideas pusieron en obra nuevas estrategias y, en coalición con sectores provenientes de tiendas blancas y coloradas, formaron el Frente Amplio (1971), que se constituyó como la congregación unitaria de la izquierda y logró abrir una brecha en el bipartidismo.

A partir de la transición democrática que se inició en 1980, el sistema de partidos recuperó su consistencia y centralidad, experimentando una transformación formidable, que termina poniendo fin al dominio del bipartidismo tradicional, dado que los dos partidos que lo formaban perdieron terreno, mientras que el Frente Amplio confirmó su tercería y logró un crecimiento sostenido. En 1999 el FA pasó a convertirse en el partido más grande del espectro uruguayo y en 2004 conquistó finalmente el gobierno, reteniéndolo por tres períodos consecutivos (primera presidencia de Tabaré Vázquez: 2005-2010; presidencia de José Mujica: 2010-2015; segunda presidencia de Vázquez: 2015-2020).

Se consolidó así una realineamiento gradual, duradero y de gran envergadura. La izquierda logró adquirir una posición mayoritaria y el bloque de los partidos tradicionales fue bajando paso a paso su caudal (Tabla 1 y 2). En las elecciones de 1984, que franquearon el regreso a la democracia, los blancos y los colorados todavía sumaban en conjunto el 81 por ciento de los votos; veinte años más tarde, en las elecciones de 2004, juntaron el 46 por ciento de los votos, manteniendo el mismo porcentaje en las elecciones de 2009. El Partido Colorado, que fue durante décadas el partido predominante, quedó reducido en la elección de 2004 a un magro 10 por ciento, remontó al 17 por ciento en 2009 y bajó al 13 por ciento en 201412.

Tabla 1
Apoyo electoral por bloques (1971-2014)

Elecciones

PC + PN

Frente Amplio

1971

81

18

1984

76

21

1989

69

21

1994

63

30

1999

55

40

2004

46

52

2009

46

48

2014

44

48

Fuente: Banco de Datos FCS (www.edu.uy/pri).

Tabla 2
Elecciones nacionales (1971-2014). Votos por partido (%)

1971

1984

1989

1994

1999

2004

2009

2014

Frente Amplio

18

21

21

30

40

50,5

48

47,8

Partido Nacional

40

35

39

31

22

35

30

31

Partido Colorado

41

41

30

32

33

10,4

17

13

Nuevo Espacio

-

-

9

5

5

-

-

-

Partido Independiente

-

-

-

-

-

2

3

3,1

Asamblea Popular

-

-

-

-

-

-

-

1,2

Fuente: Banco de Datos FCS (www.edu.uy/pri).

Por ende, el sistema de partidos persiste en una clave de continuidad y cambio. Todos sus integrantes siguen en carrera, pero ha habido una mutación mayor, que transforma la estructura histórica, modificando el lugar y las funciones de cada partido en el sistema. Este proceso confirma la idea de que una institucionalización fuerte no es sólo la que prevalece en situaciones estáticas, que implican eventualmente el "congelamiento" del sistema de partidos (freezing al decir de Lipset y Rokkan, 1967), sino precisamente la que transita con cierta entereza por una mutación de gran calado, poniendo a prueba la capacidad de adaptación y de control político de los partidos y de los sistemas de partidos, ante cambios significativos, que alteran las estructuras de competencia y las relaciones con la ciudadanía (Mair, 1997).

Realineamiento electoral e integridad del sistema

Aunque intervienen acontecimientos coyunturales y en particular la crisis económica del 2002, la parábola ascendente del FA se explica por factores que marcan tendencias de largo plazo y remiten a una pauta básica: la izquierda crece porque adopta estrategias políticas exitosas, apropiadas a los parámetros de una estructura de competencia exigente, en un sistema de partidos que, como se indicó, mantiene su institucionalización y una cota elevada de competitividad.

Esta combinatoria hace que el FA se ubique en un puesto alto entre los partidos de izquierda de América Latina, a la cabeza de aquellos que obran en sistemas competitivos comparables al de Uruguay, como es el caso del Partido dos Trabalhadores (PT) en Brasil y del Partido Socialista (PS) en Chile13. Distinta es la situación de los núcleos de izquierda que obran en sistemas que no tienen tales características —sin competencia efectiva y de hecho sin partidos institucionalizados— como puede ser el caso de Bolivia, Ecuador y Venezuela.

El desarrollo del FA como partido catch-all, de tipo electoral cada vez más marcado, es el eje principal de este proceso de crecimiento y remite a cambios significativos en la estrategia y la organización del partido, su estructura de liderazgo, las pautas de integración de sus miembros y los patrones de militancia, los vínculos con las organizaciones sociales y con la ciudadanía. Al recorrer esa senda, el FA mantiene su hermandad originaria con los sindicatos y agranda su convocatoria en las clases medias, donde la izquierda reclutaba tradicionalmente la mayoría de sus adeptos. Pero crece también en los estratos sociales bajos, sobre todo en Montevideo, convirtiéndose en un gran partido popular, el más grande del firmamento político uruguayo.

El desarrollo catch-all va acompañado de la nacionalización de la izquierda —en el sentido de Gramsci— que arranca en los años 1960 e implica una mutación ideológica significativa, de fuerte proyección cultural. Este proceso se debe a las acciones políticas, así como a las elaboraciones concurrentes de los intelectuales orgánicos y empalma con la colonización de circuitos estratégicos, que contribuyen a la construcción del partido, su arraigo social y su reclutamiento electoral, afirmando cierta hegemonía en aparatos ideológicos de la sociedad civil: sindicatos, movimientos sociales, educación pública, intelectuales, mundos de la cultura.

La nacionalización ideológica se cruza con la nacionalización política regional. Montevideo, la capital del país, que concentra más del 40 por ciento del electorado fue tradicionalmente el bastión principal de la izquierda. Sin embargo, a partir de 1990, el FA deja de ser una fuerza primordialmente montevideana y crece en el interior del país, en una diversificación regional que extiende a su vez la composición social de su electorado.

Como partido desafiante y al despegar el ciclo de reformas promercado, el FA hace gala de una capacidad de adaptación eficiente y mantuvo una estrategia a dos puntas ("two-pronged strategy": Lanzaro, 2007). Por un lado cultivó una oposición cerrada respecto a los partidos del establishment y contra de las políticas de liberalización, contribuyendo a limitar las privatizaciones y a asentar el clivaje izquierda-derecha como eje de la dinámica política. No obstante, al mismo tiempo, fue aportando señales de moderación ideológica y dio pasos de contención programática, alineándose en la competencia hacia el centro, cada vez más abiertamente, a través de un contencioso interno incesante y de intervenciones de liderazgos significativas, en una tendencia gradual, pero firme. Merced a esos dos vectores de su estrategia, la izquierda llegó a competir exitosamente por los votantes de centro, que constituyen el sector más grande y de hecho el núcleo decisivo del electorado uruguayo. En correspondencia con los modelos espaciales de competencia electoral de Downs (1957) y parafraseando a Duverger (1951), cabe afirmar pues que la izquierda se acercó a los uruguayos y los uruguayos se acercaron a la izquierda (Lanzaro, 2004).

El realineamiento electoral es producto de los aciertos del FA, pero también del comportamiento de los propios partidos tradicionales, que por acción y por reacción, adoptaron estrategias que resultaron perjudiciales.

En primer lugar, los decanos del sistema uruguayo se pusieron a la cabeza del ciclo liberal, alejándose de las políticas keynesianas y de las fórmulas precedentes de bienestar, para internarse en las reformas promercado. Ello generó cambios en las relaciones de ciudadanía y en las pautas de legitimación, incidiendo en la rebaja de sus apoyos electorales. En segundo lugar, a medida que la izquierda fue creciendo, el Partido Colorado y el Partido Nacional adoptaron medidas defensivas, tejieron compromisos y estrenaron fórmulas de coalición. Se registra así un proceso de convergencia, con una rebaja de la polarización entre los partidos del establishment y dentro de cada uno de ellos, en cotejo con un aumento de la polarización entre el FA y el bloque tradicional. Aunque no se disuelven en una sola fórmula partidaria y no hay por ende un bipartidismo de recambio, blancos y colorados forman un bloque político y una familia ideológica, encontrando dificultades para cultivar sus respectivas identidades y articular opciones distintas, que sirvan a la vez para competir entre ambos y de cara al tercer partido. La reforma constitucional de 1996, que estaba destinada a frenar el ascenso de la izquierda e impuso la elección presidencial mayoritaria, en dos vueltas, no hizo más que acrecentar estas dificultades, ya que incentivó las coaliciones y vino a pronunciar las líneas de convergencia.

Los partidos que dominaron secularmente la escena política uruguaya reducen así sus apoyos electorales y pierden capacidad de convocatoria. Al vencer el ciclo de fortuna del liberalismo y ante la caducidad de los liderazgos que dirigieron los partidos y gobernaron el país desde la transición democrática y durante un cuarto de siglo, si bien suman en conjunto más del 40 por ciento de los votos, les cuesta renovar su oferta política y afirmar sus chances de alternancia.

Claro que el Frente Amplio ha hecho los deberes, primero como partido desafiante y luego como partido gobernante. Lo que lo lleva a ocupar un espectro ideológico muy ancho —desde el centro hacia la izquierda— y a renovar su caudal electoral mayoritario. Siendo en buena medida un causante de esta cadena de acontecimientos, el FA ha obrado al mismo tiempo como válvula de seguridad, lo que evita que la declinación de los partidos del establishment genere rebajas dramáticas en el temple competitivo del sistema, cuando no su desplome terminal. Evitamos así la ocurrencia de los fenómenos que afectan a otros países de América Latina y de Europa, a raíz de los arrestos del liberalismo, las convergencias exageradas, la falta de polarización suficiente, con dejos de desafección ciudadana y malestar político, o en casos más graves, con fenómenos de anomia y vacío político, que dan paso a la tentación populista.

El FA: del estreno del 2004 a la inflexión del 2009

Debido a su triunfo en la elección de 2004, el FA debuta en la presidencia (2005-2010) con un gobierno mayoritario y se consolida como el partido prevaleciente en la constelación uruguaya, en una posición similar a la que tuvo en otros tiempos el Partido Colorado. El FA ganó las elecciones de 2004 en primera vuelta y tuvo mayoría absoluta en ambas cámaras, en una posición que ningún partido había alcanzado en Uruguay desde 196614. En las urnas, el FA logró el 50,5 por ciento de los votos, pero en virtud de las normas de adjudicación de escaños del sistema electoral, dispuso de un número de bancas parlamentarias mayor (52 por ciento).

En las municipales de 2005, a siete meses de su victoria inaugural de 2004, el FA batió sus propios records logrando el 61 por ciento de los votos en la intendencia de Montevideo: el departamento de la capital, que concentra el 42 por ciento del electorado y que la izquierda gobierna en forma interrumpida desde 1990. El FA creció también hacia afuera de ese bastión y obtuvo el 44 por ciento de los votos del interior, con lo que consiguió un asentamiento nacional significativo y pasó a administrar 8 de los 19 departamentos en que se divide el país (73 por ciento de la población, más de tres cuartos del PIB).

Este crecimiento acompaña la tendencia que se registra en las elecciones nacionales. De 1971 a 1989, el FA sólo obtuvo en el interior del país un 10 por ciento de los votos. A partir de 1994 va creciendo y ese porcentaje se multiplica por cuatro en 2004 y en 2009, siendo esta última la primera elección nacional en que la relación se invierte y el FA consigue unos puntos más de sus votos en el interior que en la capital.

En los dos ámbitos sus votos aumentan en todos los estratos sociales, no solo en su electorado tradicional de clase media y en todos los sectores de trabajadores, sino también en estratos altos y sobre todo en los estratos bajos. La convocatoria de los sectores populares sale del recinto montevideano y se extiende en el interior.

La elección de 2009 marca una inflexión en este ciclo. Se interrumpe la tendencia al crecimiento de la izquierda y por primera vez desde su creación en 1971, el FA pierde votos, con una performance del 48 por ciento en la ronda inicial que se ubica por debajo de su votación de 2004 y lo obliga a disputar la presidencia en segunda vuelta. José Mujica triunfa en el balotaje con el 52,4 por ciento, dando paso al segundo gobierno del FA (2010-2015). En las elecciones municipales de 2010 también se registra un descenso de la izquierda. El FA conservó Montevideo, aunque con un porcentaje inferior (58 por ciento). En el interior logró mantener el 44 por ciento, retuvo tres intendencias y ganó una, pero perdió 4, quedando en total con cinco.

Esta evolución se acompaña de ciertas variaciones en la composición del electorado de la izquierda. En su fase ascendente, el FA se perfila como un partido de clases medias y dirigentes sindicales, que pasa a reclutar mayoritariamente a los trabajadores y se expande en los sectores populares, especialmente en el área de Montevideo. Este derrotero, que culmina en la elección de 2004, tiene una inflexión en las elecciones del 2009, registrándose descensos en el NSE medio, alto y medio alto y un aumento en el NSE bajo. En el crecimiento de las intenciones de voto por el FA en los sectores populares es muy posible que hayan incidido los programas de transferencia de ingresos y la consiguiente expansión de las pautas de consumo, tal como ha ocurrido en otros países de la región (Queirolo, 2010).

III. Elecciones 2014

En 2014 el FA ganó las elecciones por tercera vez consecutiva. En la primera vuelta retuvo el 47,8 por ciento de los votos, casi a la par de su marca de 2009 y por debajo del pico de votación que logró en 2004, confirmando en todo caso la condición de partido más grande del sistema uruguayo, que ostenta desde 1999. En la segunda vuelta Tabaré Vázquez se impuso por 53,6 a 41,1 por ciento, frente a Luis Lacalle Pou, el candidato del Partido Nacional, que quedó segundo en la primera vuelta, con el 31 por ciento (una cifra muy similar a la que alcanzó su partido en 2009, siendo su padre el candidato presidencial). El Partido Colorado, que había remontado del 10 por ciento en 2004 al 17 por ciento en 2009, sólo obtuvo 13 por ciento en 2014. El Partido Independiente sacó algo más del 3 por ciento, lo que le permitió aumentar su bancada de diputados y acceder por primera vez al Senado. Asamblea Popular —un pequeño partido a la izquierda del FA— rebasó el 1 por ciento, logrando debutar en la representación parlamentaria, con un diputado.

 

Tabaré Vázquez batió el record de votación en balotaje (53,6 por ciento), superando las marcas registradas anteriormente, las dos veces en que hubo segunda vuelta desde que rige el sistema de elección presidencial mayoritaria: Jorge Batlle del Partido Colorado, 52,6 por ciento, en 1999 y José Mujica del FA, 52,4 por ciento, en 2009 (Tabla 4)15. Con este triunfo, Vázquez cumple su aspiración íntima de votar mejor que su correligionario Mujica y se convierte en el cuarto dirigente político en la historia del país que ocupa en dos oportunidades la presidencia, siendo el segundo que lo hace por elección ciudadana directa y por dos períodos completos16.

Con la elección en la segunda del vicepresidente, que es a su vez presidente del Senado, queda establecida la composición del parlamento para el período 2015-2020. En la cámara alta, el FA tiene 16 senadores, el Partido Nacional 10, el Partido Colorado 4 y el Partido Independiente logra debutar con un senador (Gráfico 1).

En la Cámara de Representantes el FA tiene justo 50 diputados, el Partido Nacional 32, el Partido Colorado 13, el Partido Independiente 3 y Asamblea Popular accede por primera vez al recinto con un diputado (Gráfico 2).

Gráfico 2
Cámara de Diputados (2015-2020). Bancas por partido

Fuente: Banco de Datos FCS (www.edu.uy/pri).

IV. El FA se recibió de partido predominante

En tren de analizar algunas de las consecuencias de la elección 2014, centrándonos mayormente en la posición de la izquierda gobernante, lo primero que cabe resaltar es que el FA se recibió de partido predominante. En efecto, al lograr mayoría parlamentaria en tres elecciones consecutivas consigue este galardón, de acuerdo a los cánones enunciados por Duverger y por Sartori.

Duverger (1960: 44-45) propuso una noción de partido dominante más simple que la que había acuñado precedentemente, en su célebre obra sobre partidos políticos de 1951: tal situación se configura cuando en un país las elecciones son competitivas y no meramente plebiscitarias, "pero hay un partido más grande que los otros, que tiene por sí solo la mayoría absoluta de las bancas parlamentarias", por un período prolongado (ejemplos, según Duverger: los radicales franceses en la Tercera República, los partidos social demócratas en Escandinavia, el Partido del Congreso en India). Veinte años después, Sartori (1980) retomó esa noción y propuso un criterio operativo convencional: habrá un sistema de partido predominante, siempre que un partido conquiste la mayoría absoluta de bancas parlamentarias ("no necesariamente de votos"), en tres elecciones consecutivas (Sartori, 1980: 254). Esta es precisamente la característica actual del sistema de partidos uruguayo, después de la elección 2014.

El FA logra así un record histórico en los anales de la democracia uruguaya, comparable a la performance del Partido Colorado, que para más de un autor era un partido predominante (Fitzgibbon, 1957; Almond y Coleman, 1960; Sartori, 1980). En primer lugar, porque gobernó por muchas décadas en los noventa años corridos entre 1868 y 1959. Pero también por la influencia prevaleciente que tuvieron las corrientes batllistas de ese partido en las facturas del siglo XX y a raíz de la visión —generalizada — de que durante el primer tercio de ese siglo, José Batlle y Ordóñez fue el "creador de su tiempo" (Vanger, 1983)17. De ahí la denominación de "Uruguay batttista", que forma parte del sentido común y de la jerga nacional, con la que se ha caracterizado tantas veces al país, dentro y fuera de fronteras.

En la fase democrática 1943-1959, al Partido Colorado le faltó muy poco para asegurarse la mayoría parlamentaria absoluta por varios períodos consecutivos. En las elecciones de ese ciclo logró marcas de votación muy altas y en todas las legislaturas, accedió a la mayoría absoluta en el Senado. La cadena se interrumpió en la Cámara de Diputados, ya que en una de las cuatro legislaturas del período (1947-1951) tuvo el 47 por ciento de las bancas y por tanto sólo alcanzó una "cuasi mayoría"18. Con un criterio elástico, ello no obstaría a negarle la condición de partido predominante, teniendo en cuenta que tanto Duverger como Sartori afirman que la "dominancia" puede existir como patrón histórico, aunque no se haga efectiva en una elección determinada.

La preeminencia del Partido Colorado no descarta necesariamente la dinámica pluralista que tuvo el sistema uruguayo en tiempos del bipartidismo: aun cuando no hubiera alternancia con el Partido Nacional —la que recién se produjo en 1958— merced a los registros de competencia efectiva, a la división interna de los colorados y a la rivalidad entre los propios batllistas, así como a las pautas de intercambio partidario, las prácticas concretas de gobierno —con ejercicios de compromiso y de coalición— y la "coparticipación" de los dos partidos tradicionales en los aparatos del Estado, mediante fórmulas asociativas ("consociational"), que instalaban la proporcionalidad en los órganos de la administración ejecutiva, más allá del recinto parlamentario (Lanzaro, 2012).

El predominio del conglomerado de la izquierda sancionado en la elección 2014 tiene otras facetas. En primer lugar, porque desde 1999 el FA es el partido más grande a nivel nacional19, en un horizonte en el que los partidos tradicionales han encontrado dificultades para componer una oferta política conducente y retomar la iniciativa que tuvieron antes, en la transición democrática y al impulsar la transición liberal, cuando corrían a favor del paradigma prevaleciente. Además, el FA administra Montevideo en forma ininterrumpida y con comodidad desde 1990, logrando la condición de partido predominante en el departamento (aunque su récord de 61 por ciento de votos montevideanos del 2005 bajó a 58 por ciento en 2010). Ha tenido además dos triunfos seguidos en departamentos importantes, en particular en el área metropolitana, la más poblada del país.

Por otra parte y sin perjuicio de las variaciones que señalamos más adelante, el FA ha llegado a ser un gran partido popular y mantiene una convocatoria electoral que llega a un espectro extenso de capas sociales, desde las clases medias a los sectores populares, en la capital y en el interior. La consistencia de esa disposición catch-all se afirma porque maneja una oferta política relativamente abarcadora y el arco ideológico de sus votantes —de la izquierda hacia el centro— también es amplio.

En el proceso de transformación política de las últimas décadas, los partidos tradicionales —que han sido secularmente partidos de Estado— fueron acercándose al perfil de cartel-parties (Katz y Mair, 1995): con formas de reproducción, modalidades de competencia y de cooperación inter- e intrapartidarias, carreras políticas, recursos de poder, redes de empleo, fuentes de financiamiento y vínculos con la ciudadanía, que pasan a depender del Estado en mayor grado de lo que pudo ocurrir anteriormente. Con su asentamiento en la intendencia de Montevideo y más extensamente desde su estreno en el gobierno nacional, el FA va incorporándose a la condición de partido de Estado y, a su modo, también entra en los usos de la "cartelización". Sin embargo, lo hace con una ventaja comparativa, ya que su organización partidaria sigue siendo relativamente robusta y logra influir en algunas decisiones relevantes, aunque haya perdido densidad y a pesar de que el centro de gravedad de la política —así como el alojamiento de los dirigentes— se traslade a los circuitos de gobierno. Además, aun con cambios importantes y un cierto debilitamiento de sus redes, el FA preserva sus arraigos sociales. De hecho, el conglomerado de la izquierda se desenvuelve como un partido "anfibio": que se interna cada vez más en las aguas estatales, pero en cierta medida, también mantiene sus pies en los terrenos de la sociedad.

En efecto, la condición predominante del FA en la órbita de las instituciones políticas va acompañada de una posición política e ideológica predominante —en términos gramscianos— que tiene sus anclajes en la sociedad civil y en los aparatos ideológicos de Estado, con vínculos densos en los sindicatos y otras organizaciones sociales, entre los intelectuales y en los círculos de la cultura, que se anudan con el control de la educación pública. Hay aquí una suma de poderes, que tiene visos protohegemónicos y contribuye a cimentar los cursos del "sentido común", pasando incluso por el intento de reescribir la historia oficial y en particular, de reinventar el pasado reciente. Esos lazos —que habría que comparar con las redes del mismo tipo que pudo cultivar el Partido Colorado en sus épocas de auge— tienen antecedentes de larga data, remiten de hecho a una hermandad constitutiva y sus orígenes se remontan a los años 1960: haciendo parte del proceso de nacionalización de la izquierda uruguaya y de los virajes refundacionales —políticos, ideológicos, organizativos— que acunaron la gestación del FA (Lanzaro, 2004). Por cierto, la práctica del gobierno viene a reformular estos vínculos —con líneas de refuerzo y líneas de distención— generando contradicciones y conflictos, con aristas diferentes, tanto en las sucesivas administraciones frenteamplistas, como en cada área de actividad.

V. Variaciones en el electorado

La elección de 2014 muestra algunas variaciones en el sistema de partidos y en el electorado, que son acotadas y no suponen una volatilidad alta, pero tienen cierta relevancia.

La izquierda avanza en el interior del país
y es un poco menos montevideana

Un primer aspecto a destacar es el avance de la izquierda en departamentos del interior del país en los que han predominado históricamente los partidos tradicionales: triunfando en el área metropolitana y en los departamentos más desarrollados, ubicados en el litoral oeste y en la franja costera del este del Uruguay, pero también en departamentos menos desarrollados del norte y el noreste.

En las elecciones nacionales de 2009 el FA ganó en once departamentos y el Partido Nacional en ocho. En 2014 el FA ganó en catorce departamentos y el Partido Nacional en cinco. En ambas elecciones el Partido Colorado salió tercero en todos los departamentos. En la segunda vuelta 2014 los resultados no fueron tan favorables para el FA y al sumarse los votos opositores, la relación volvió a ser de 11 a 8.

Habrá que ver si este avance se confirma en las elecciones municipales de mayo de 2015, en las que se eligen las autoridades departamentales y que responden a una lógica específica, con alineamientos distintos a los de la elección nacional20.

Gráfico 3
Elecciones nacionales 2009 y 2014. Triunfos por departamento

Fuente: elaboración propia en base a información del Banco de Datos FCS
.

Este desplazamiento regional podría estar indicando a su vez un desplazamiento en la composición social del electorado, con un incremento del apoyo popular de la izquierda en el interior, en áreas urbanas y en distritos rurales, probablemente mejorando su llegada al "país profundo"21. Esta variación concuerda con el aumento de la intención de voto por el FA en los sectores de nivel socioeconómico bajo del interior del país, una tendencia que se manifestó en las elecciones 2009 y que se pronuncia en 2014.

Es posible que esta tendencia responda al potencial de convocatoria de los dirigentes del FA (no sólo a la popularidad de Mujica, sino también al liderazgo de Tabaré Vázquez) y muy especialmente a los efectos favorables del "voto económico", así como al alcance de las políticas sociales implementadas por el gobierno (en línea con lo que ha sugerido Queirolo, 2010 en referencia a la elección 2009)22.

De ser así, tendríamos una variación semejante a la que ha podido detectarse en Brasil, en donde la audiencia electoral de los candidatos del PT y de Lula en particular, ya no está tan centrada en los baluartes originarios de las regiones urbanas más prósperas del sur, sudeste y centro-oeste (sobre todo Sao Paulo y el cordón industrial del ABC o Rio Grande do Sul) y mejora en zonas menos desarrolladas, en los estados del nordeste y del norte, entre las poblaciones más pobres. Ese cambio en las preferencias electorales suele explicarse por las políticas de los gobiernos de izquierda y los impactos del programa Bolsa Familia (Zucco, 2015; Hunter y Power, 2007).

En contraste con el alza en los departamentos del interior, el FA reduce en dos puntos y medio su votación en Montevideo —que ha sido el bastión histórico de la izquierda— y baja algo más de un punto en Maldonado, que es otro de los departamentos más desarrollados del país.

Estos cambios se inscriben en una tendencia que viene de atrás. Por segunda elección consecutiva —con mayor margen en 2014 que en 2009— el FA consigue más votos en el conjunto de los departamentos del interior que en la capital del país. Esta variación modifica el perfil histórico de la izquierda uruguaya, que sigue siendo una fuerza montevideana, pero proporcionalmente lo es en menor medida que antes.

Tabla 5
Distribución de votos FA: Montevideo-interior. Elecciones nacionales (1971-2014) (%)

1971

1984

1989

1994

1999

2004

2009

2014

Montevideo

70

74

75

65

56

50,3

47,2

43,8

Interior

30

26

25

35

44

49,7

52,8

56,2

Fuente: Banco de Datos FCS (www.edu.uy/pri).

Clases medias, votantes educados, jóvenes

Este giro en la pauta de votación del FA, va acompañado de otros cambios en la composición de su electorado, que también afectan a baluartes tradicionales de la izquierda: clases medias, votantes con mayor educación y jóvenes.

Según las encuestas de Equipos Mori previas a los comicios, habría un nuevo descenso de la intención de voto por el FA en las clases medias, que continua y en algún caso pronuncia la tendencia que se manifestó en el ciclo electoral 2009. Se perfila un descenso marcado en la intención de voto en el NSE Medio (nueve puntos) y de cuatro puntos en el NSE medio bajo. En los niveles socioeconómicos NSE alto y medio alto, la pérdida es de seis puntos, con una baja más pronunciada en el promedio de Montevideo (nueve puntos) y una baja de cinco puntos en el promedio del interior.

Tabla 6
Intención de voto FA según NSE. Promedios segundo semestre 2004, 2009 y 2014

NSE

2004

2009

2014

Alto y medio alto

55

49

43

Medio

49

48

41

Medio bajo

45

45

41

Bajo

40

41

41

Fuente: Equipos Mori (www.equipos.com.uy)

En agosto 2014, las encuestas de la consultora Factum registraban a nivel nacional un perfil de intención de voto similar: con aumentos en los NSE bajos, caída de 6 puntos en el NSE medio y un descenso agudo -de 15 puntos- en el NSE medio alto (Gráfico 5).

Tomando en cuenta dichas encuestas, Bottinelli (2014a) observa cierto paralelismo entre la intención de voto según NSE y la que corresponde al nivel de educación (Gráfico 6). En los sectores con menor nivel educativo (de primaria para abajo), el FA recoge el mismo porcentaje de intenciones de voto que en 2009. En los sectores con nivel educativo medio (enseñanza secundaria completa o incompleta), la intención de voto cae cinco puntos. En los sectores con educación terciaria (universidad o equivalente, completa o incompleta) —uno de los baluartes de adhesión a la izquierda— la intención de voto por el FA cae de manera pronunciada, con una diferencia de 11 puntos entre 2009 y 2014.

Repasando la geografía electoral de Montevideo, en base a los resultados por distrito, Bottinelli (2014b, 2014c) registra bajas del voto por el FA en barrios en los cuales se han concentrado tradicionalmente las falanges de adherentes y de militantes de la izquierda: el sur de la capital —en particular su zona costera— que son también zonas de fuerte asentamiento de los electores de clase media y media alta. En cambio, el FA vota mejor en las zonas del centro y del norte de Montevideo, en las que se concentra la pequeña burguesía media y baja, los asalariados medios y bajos, así como los sectores sostenidos con políticas sociales y quienes se dedican a la actividad informal.

Gráfico 7
Porcentajes de votos FA en electores jóvenes (18 a 32 años). Elecciones 2004, 2009 y 2014

Fuente: elaboración propia en base a Bottinelli (2014c).

Los analistas señalan otra variación: el FA sigue siendo el partido que mayor audiencia tiene entre los jóvenes, que forman el grueso de los nuevos votantes, pero reduce en algo su captación en esta franja etaria. Comparando resultados por circuito de las tres últimas elecciones, un estudio sobre el voto por generaciones electorales (Bottinelli, 2014d) muestra una tendencia a la baja en el porcentaje de sufragios que recoge el FA entre los electores de 23 a 32 años y entre los nuevos votantes (18 a 22 años), con una pérdida del 2004 al 2014 de algo más de 2 puntos.

VI. Aumento de bancas del centro hacia la izquierda en el parlamento y en el FA

En esta elección se advierte un aumento de la representación parlamentaria en el arco ideológico que va desde el centro hacia la izquierda, con la consiguiente rebaja en el arco del centro hacia la derecha.

Esta inclinación se insinuó a nivel de opinión pública en las encuestas realizadas por Equipos Mori en el período preelectoral (www.equipos.com.uy). Según Selios (2014), en el año 2014 el porcentaje de electores con autoidentificación ideológica de izquierda y centro-izquierda trepa al 39 por ciento, remontando la baja que había experimentado en el ciclo electoral 2009 (31 por ciento) y arañando el tope del 40 por ciento que alcanzó en 2004, cuando se produjo el primer triunfo del FA. A su vez, el porcentaje de posiciones de derecha baja un par de puntos con respecto al 2004 y siete respecto a 2009.

Tabla 7
Autoidentificación ideológica. Años electorales (1996-2014)

1996*

1999

2004

2009

2014

Izquierda

28%

34%

40%

31%

39%

Centro

37%

28%

29%

33%

32%

Derecha

35%

38%

31%

36%

29%

* 1996 primer dato disponible, que se asocia a la elección 1994.
Fuente: Selios (2014) con datos de Equipos Mori (2004, 2009 y 2014) y Latinobarómerro (1996-2000).

Al realizarse la elección, el desplazamiento se hace efectivo en el conjunto del sistema de partidos y repercute en la composición del parlamento, sobre todo en la Cámara de Diputados, en la que se incrementa de cuatro a cinco unidades el número efectivo de partidos. El FA baja su votación en unas décimas y pierde una banca en el Senado, pero en la Cámara de Diputados repite la misma mayoría que logró en 2009 (50 escaños). A su vez, el espacio de centro-izquierda crece y el Partido Independiente aumenta ligeramente su votación, pasando de dos a tres escaños en la Cámara de Diputados y logrando debutar con una banca en el Senado. A la izquierda del FA, se abre paso Asamblea Popular: un pequeño partido, que consigue acceder por primera vez a la representación parlamentaria, con un diputado. El arco del centro hacia la izquierda, que sumaba 52 diputados en la legislatura anterior y 53 en la que se inició en 2005, a partir de la elección 2014 llega a tener 54 diputados. En el Senado no cambia la cuenta, porque la banca que perdió el FA la ganó el Partido Independiente.

Por su parte, el bloque de centro-derecha mantiene su representación en la Cámara Alta, con 14 senadores, aunque la composición no es la misma que en 2009: el Partido Nacional gana un senador y el Partido Colorado pierde uno. Pero del 2009 al 2014, el bloque baja de 47 a 45 sus bancas en la Cámara de Diputados, con un descenso marcado del Partido Colorado, que pierde cuatro escaños (de 17 a 13), mientras que el Partido Nacional ganados (de 30 a 32).

Dentro del FA se registra asimismo una inclinación hacia la izquierda. Desde el parlamento, José Mujica mantiene la condición de referente del FA y su grupo (el Movimiento de Participación Popular: MPP, en el que los tupamaros tienen gran centralidad), es el sector mayoritario por tercera vez consecutiva, una repetición que no se había dado nunca antes en la trayectoria del FA. En el Senado, el MPP tiene primacía, con seis bancas propias sobre un total de 16. A esto se suman los senadores del Partido Comunista y del grupo del vicepresidente Raúl Sendic, que votaron bajo un mismo sublema con el MPP y sus aliados. Hacia la izquierda se ubica Constanza Moreira, una senadora muy crítica de Tabaré Vázquez, que fue su desafiante en las primarias del FA. En cambio, el sector moderado de Danilo Astori perdió muchos votos y sólo conserva tres senadores, de los cinco que tenía en la legislatura anterior. El Partido Socialista mantiene sus dos senadores.

En la Cámara de Diputados la superioridad del sector de Mujica y sus aliados es aún más pronunciada, puesto que tiene 27 diputados sobre los 50 del FA. El grupo de Sendic tiene 4 diputados, el de Moreira 2 y el PC 1. El FLS de Astori mantiene el mismo número de diputados (diez) y el PS cae de 9 a 5.

Tabla 8
Frente Amplio. Senado y Cámara de Diputados. Bancas por sectores

Sector

Senado

Diputados

Total legisladores

Porcentaje sobre total de bancas FA

MPP (Mujica) y Aliados

6

27

33

51

CF (Sendic)

2

4

6

9

Casa Grande

1

2

3

4,6

PC

1

1

2

3

Total Izquierda

10

34

44

67

FLS (Astori)

3

10

13

20

PS

2

5

7

11

Total Moderados

5

15

20

31

LF

-

1

1

Totales

15

50

65

Fuente: elaboración propia en base a información del Banco de Datos FCS.

Estas circunstancias contribuyen a delinear el escenario del tercer gobierno de la izquierda. Tabaré Vázquez vuelve a la presidencia, conservando la popularidad sin par de que gozaba al terminar su primer gobierno, con una suma de votos que es la más alta que se ha registrado desde que se implantó el balotaje, reafirmando de entrada su autoridad política y su estilo de liderazgo, en una clave muy distinta y explícitamente distanciada de la que practicó Mujica.

El sistema de partidos preserva su carácter competitivo, en un esquema de pluralismo moderado, con tres conjuntos mayores —que obran en términos de bipolaridad— y un par de unidades menores que crece y gana en bancas parlamentarias. Al obtener mayoría parlamentaria por tercera vez consecutiva, el FA consolida su posición como partido predominante, lo que sumado a las fortalezas del presidente y del elenco que lo secunda, hace que el nuevo gobierno de la izquierda llegue con buenas expectativas, en un contexto económico nacional e internacional bastante menos favorable del que hubo en los dos períodos precedentes.

Sin embargo, el FA sigue siendo un conjunto muy fragmentado, con una diferenciación ideológica y política importante, que se manifiesta en la interna partidaria y particularmente en el parlamento. En la nueva legislatura, los senadores que se ubican más a la izquierda duplican a los moderados. En la Cámara de Diputados la relación es de 44 a 20. Tabaré Vázquez ya no tiene la condición de jefe unitario del partido de gobierno y debe hacer valer sus fueros en cotejo con Mujica, cabeza del sector mayoritario del FA. El MPP —además de tener aliados y grupos afines— cuenta por sí solo con una representación parlamentaria considerable (40 por ciento de las bancas del FA en el Senado y 54 por ciento en Diputados) y busca reforzar sus poderes, entre otras cosas, en las elecciones municipales de mayo 2015. A este nivel, la disputa por la Intendencia de Montevideo —que se dirime entre dos candidatos del FA— es el núcleo principal de la competencia entre las alas de la izquierda.

En este escenario, el liderazgo del presidente habrá de ponerse a prueba en condiciones exigentes, extremando la combinatoria entre ejercicio de autoridad y capacidad de negociación que ha caracterizado la trayectoria de Tabaré Vázquez. Mujica también ha de moverse en una tarea difícil: defendiendo posiciones políticas y aportando a la acumulación de fuerzas de su movimiento, pero al mismo tiempo, amortiguando la polarización y acudiendo a compromisos para contribuir a la gobernabilidad frenteamplista. Danilo Astori —el tercer hombre en el prisma del FA— está llamado a seguir desempeñando la función decisiva en la dirección del gobierno que cumplió en los dos períodos previos: otra vez desde el vértice del Ministerio de Economía, como en la primera presidencia de Vázquez, luego de haber sido vicepresidente durante el mandato de Mujica. Raúl Sendic, que fue creciendo por la izquierda y completó la fórmula presidencial, tiene una posición bifronte, no sólo en términos institucionales —como integrante del Ejecutivo y presidente del Senado— sino también en términos políticos, como puente entre los sectores del FA y sus dirigentes mayores, en un vínculo a dos puntas entre Vázquez y Mujica.

Notas

  1. Ver al respecto la "morfología de la oposición" expuesta por Duverger (1951) y con bases similares, el índice de competencia efectiva elaborado por Altman y Pérez Liñán (2002).
  2. Las fallas en la política democrática que se advierten en los populismos de izquierda de Bolivia y Ecuador, así como el autoritarismo electoral que campea en Venezuela, son ejemplos nítidos de lo que puede ocurrir en los presidencialismos sin partidos, que carecen de oposición efectiva.
  3. "Cuando los partidos coinciden en las políticas públicas, se vuelven irrelevantes para los ciudadanos. Pero cuando discrepan, el conflicto partidario es más intenso y los partidos resultan más importantes" (Lupu, 2014: 4, traducción del autor).
  4. La ubicación en la escala izquierda-derecha sintetiza las posiciones políticas de los partidos, tiene una función organizadora en materia de opciones y simplifica la identificación de los actores, facilitando los intercambios básicos entre los votantes y los líderes de partido.
  5. Al revés, la falta de polarización resulta perjudicial. Los fenómenos de convergencia y superposición ideológica rebajan el potencial competitivo de los partidos y facilitan el alza de los desafiantes, como pasó con los partidos tradicionales uruguayos y el FA, desde los años 1990. En casos extremos, tales fenómenos pueden tener efectos centrípetos fatales para la supervivencia de un partido o del sistema de partidos, como ocurrió por ejemplo en Bolivia, en el ciclo que propició el hundimiento de los partidos del establishment y franqueó la emergencia de Evo Morales en ancas de una estrategia populista, polarizada.
  6. Cf. Moraes y Lujan (2014), que aplican en Uruguay el índice de polarización de Dalton, para el período 1995-2009. Ver igualmente Altman et al. (2009).
  7. Según el estudio realizado por Colomer y Escatel (2005), en base a la serie de encuestas del Latinobarómetro 1995-2002, Uruguay es el país de América Latina con la mayor proporción de ciudadanos capaces de autoubicarse en la dimensión izquierda-derecha (una media de más del 92 por ciento durante esos siete años). Uruguay es también el país con mayor proporción de ciudadanos que combinan autoidentificación ideológica con preferencia por un partido. Los otros trabajos citados confirman esta circunstancia para períodos posteriores.
  8. Fuente: Banco de Datos FCS-Área Política y Relaciones Internacionales (www.edu.uypri), en base a las informaciones disponibles de la Corte Electoral y de Nahum (2007).
  9. El voto es obligatorio por mandato de la Constitución de 1966, aplicable a partir de las elecciones de 1971. Las leyes reglamentarias de 1970 y 1989 establecen sanciones para quienes no cumplan con la norma.
  10. Para el período 1994-2007, Equipos Mori; para el período 2006-2012, Lapop (2013).
  11. Sotelo (1999) confirma que los partidos tradicionales uruguayos se ubican entre los más antiguos de América y de Europa occidental (segundo o tercer lugar, según los criterios de conteo utilizados). En lo que respecta a la longevidad del sistema de partidos como conjunto, mientras predominaron los dos partidos fundacionales, Uruguay se ubicaba en el primer lugar, seguido de EEUU y Colombia. En los últimos años, la tercería del FA vino a "rejuvenecer" el sistema y lo hizo descender en la tabla de antigüedad.
  12. Salvas las distancias, la evolución del sistema de partidos uruguayo a la entrada del siglo XXI puede compararse con la que experimentó Inglaterra durante las primeras décadas del siglo XX, particularmente después del establecimiento del sufragio universal en 1918, al producirse un enroque en el tablero partidario: el Partido Laborista fue creciendo, hasta devenir el contrincante principal del Partido Conservador y alternarse con éste en el gobierno, mientras que el Partido Liberal pasó a una tercería de caudal bajo, aunque no desapareció.
  13. Como referencia, vale traer a colación la performance del PT en Brasil y la del PS en Chile, tomando como base las elecciones para la Cámara de Diputados en el actual período democrático. 1) Sin contar los votos de las coaliciones que ha formado, en las elecciones para la Cámara de Diputados, entre 1986 y 2014, el PT obtuvo los siguientes resultados: 1986: 6,9 por ciento; 1990: 13 por ciento; 1994 y 1998: 13 por ciento; 2002 (primer triunfo de Lula): 18,4 por ciento; 2006 (reelección de Lula): 15 por ciento; 2010 (primera elección de Dilma Rousseff): 17 por ciento; 2014 (reelección de Dilma): 14 por ciento. 2) En las elecciones para la Cámara de Diputados, entre 1989 y 2014, el PS ha permanecido en sus porcentajes de votación históricos y obtuvo los siguientes resultados: 1993: 12 por ciento; 1997: 11 por ciento; 2001, 2005 y 2009: 10 por ciento; 2013: 11 por ciento. Este período está marcado por la elección de Ricardo Lagos (1999) y por las dos elecciones de Michelle Bachelet (2005 y 2013).
  14. En la elección de 1966 el Partido Colorado ganó con el 49,3 por ciento de los votos y merced a las reglas de adjudicación de escaños obtuvo el 52 por ciento de las bancas parlamentarias, con mayoría absoluta en ambas cámaras (17 senadores y 51 diputados). El Partido Nacional tuvo una situación similar en 1958. Para registrar un antecedente de mayoría absoluta de votos en las urnas hay que remontarse a la performance del Partido Colorado en 1950 (52,6 por ciento) y 1954 (50,5 por ciento).
  15. En períodos democráticos, el porcentaje de votos obtenidos por Tabaré Vázquez en la segunda vuelta 2014 sólo fue superado por el Partido Colorado en 1942 (57,2 por ciento), cuando fue electo presidente Juan José de Amézaga, que se perfiló como un candidato de unidad partidaria, a la salida del régimen autoritario de 1933.
  16. Vázquez está en la mejor compañía, ya que en esa lista figuran tres presidentes de primera línea, los tres del Partido Colorado: a) el legendario José Batlle y Ordóñez (1903-07 y 1911-15), en la época en que los presidentes eran electos por el parlamento; b) Luis Batlle Berres, el leader del segundo batllismo, que ocupó el cargo dos veces: la primera como vicepresidente, al fallecer el titular (1947-1951) y la segunda para ocupar la presidencia rotativa del Consejo Nacional de Gobierno, en el período 1952-55; c) Julio Ma. Sanguinetti, el único presidente antes que Vázquez en ser electo dos veces por votación ciudadana directa y por dos períodos completos (1985-90 y 1995-2000).
  17. En la primera propuesta de Duverger (1951), el partido predominante, además de su condición mayoritaria prolongada, era el que se "identificaba con la nación", encarnando de alguna manera las ideas de la época (ejemplos: el Partido Radical en la Tercera República Francesa o los partidos social demócratas en Escandinavia).
  18. En esa legislatura, el Partido Colorado obtuvo de todos modos la mayoría en el Senado, gracias a la integración del vicepresidente (Luis Batlle Berres), en una situación semejante a la del FA en el período actual (legislatura 2015-2020), que recién llega a 16 bancas en el Senado, al sumarse el vicepresidente, como integrante de la fórmula que resultó ganadora en la segunda vuelta.
  19. Esto corresponde a la "idea general" de partido predominante expuesta por Sartori (1980: 247): "un partido que supera de lejos a los otros", mediando alrededor de 10 puntos porcentuales de diferencia entre el partido más fuerte y los demás.
  20. En las municipales 2005, en seguida de su estreno en el gobierno nacional, el FA ganó ocho intendencias (sumando siete a su reinado en Montevideo), pero en las municipales siguientes de 2010 bajó a cinco.
  21. El aumento más relevante del FA en el interior del país se dio en primer lugar en las localidades de menos de 1000 votos —donde se encuentran los circuitos rurales— y en segundo lugar, en los pequeños poblados de 1000 a 5000 votos (Leal, 2014).
  22. Según los propios expertos del FA: la descentralización, las políticas culturales, el acceso a la información y a servicios básicos como luz y agua en el país profundo, las políticas laborales, el régimen de 8 horas para el trabajo en el campo, la política económica y el dinamismo del sector agropecuario son parte de la explicación a este impulso del FA en el interior (Leal, 2014).

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