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Revista SAAP

versión On-line ISSN 1853-1970

Revista SAAP vol.9 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires mayo 2015

 

RESEÑAS

Ser violento. Los orígenes de la inseguridad y la víctima-cómplice
Marcelo Moriconi Bezerra
Capital Intelectual, Buenos Aires, 2013, 240 páginas

 

Gabriela Seghezzo

 


 

Frente a los modos académicos habituales con los que se aborda la inseguridad como problema en la vasta producción local e internacional, Ser violento... desarma e historiza la configuración actual de la inseguridad y sus premisas, así como pone en evidencia los efectos que ella produce. A partir de la puesta enjuego de un sólido andamiaje teórico y recuperando diversos nombres estructurantes de la teoría y la filosofía política —desde Platón a »i»ek, pasando por Rousseau, Deleuze, Arendt, Vico, Aristóteles, Bauman, Agamben, Rancière, Laclau, Castoriadis, Rorty, Bourdieu, Weber, sólo por señalar algunos de una amplia lista— Moriconi Bezerra desnaturaliza los axiomas nodales del discurso hegemóni-co mediático, político y académico de la inseguridad, mostrando sus límites y su propia violencia.

La pregunta que ordena —con un sugerente tono ensayístico— el recorrido argumental de esta obra, podría enunciarse de la siguiente manera: ¿cuáles son los pilares sobre los que se sostiene ese entramado discursivo hegemóni-co? Y la respuesta se empieza a tejer desde las primeras páginas: en primer lugar, la inseguridad aparece casi exclusivamente como un problema vinculado al delito y la violencia, lo que invisibiliza otras desprotecciones: no existen, advierte el autor, en la literatura sobre la seguridad ciudadana, pero tampoco en la construcción mediático-política, referencias a los accidentes de tránsito, principal causa de muerte no natural en países como México y Argentina; en segundo lugar, la inseguridad, la violencia y el delito se presentan en ese esquema como contraproducentes para los órdenes sociales actuales, desconociendo la productividad intrínseca que ellos adquieren donde el individualismo, el derroche y hedonismo estructuran la vida cotidiana de los seres humanos; y en tercer lugar, esta construcción hegemónica de la inseguridad entroniza un modo bien específico de producción de conocimiento —esto es: el experto—, que se asienta en la reificación del dato cuantitativo como el mecanismo privilegiado para saber y hacer sobre la cuestión, un mecanismo que funciona, se deja leer en el libro, como una suerte de grillete para la criticidad del conocimiento y que contribuye a la reproducción del statu quo en lugar de funcionar como una herramienta indispensable para la transformación social.

En ese línea, el libro habilita una profunda crítica a la democracia liberal capitalista y, con ello, al mainstream de la ciencia política contemporánea, a través de una estrategia argumentativa que, de manera implícita, reivindica y se sitúa en el cruce de caminos entre la administración diferencial de los ilegalismos de raigambre foucaultiana —mostrando eljue-go de tolerancia de ciertas transgresiones normativas, fundamentalmente aquellas protagonizadas por los sectores poderosos, y de represión de aquellas ligadas a los sectores más desfavorecidos— y el análisis de las conductas desviadas propio de un andamiaje conceptual tributario de los planteos mertonianos —en cuyo centro se ubica la idea de un modo de estructuración social que sobrevalora y privilegia metas culturales que hipostasian el éxito económico convirtiéndolo en índice del reconocimiento social, en detrimento de los medios institucionalizados para alcanzarlas—.

El encadenamiento lógico que se propone el libro habilita, en ese sentido, el siguiente interrogante: ¿dónde enraíza el problema de la inseguridad? Si hacemos nuestra la fórmula significante del subtítulo, es posible ubicar el origen de la inseguridad, precisamente, en el entramado cultural en el que se enmarca, un entramado cultural que nos hace, por decirlo con el lenguaje que la obra privilegia, víctimas-cómplices de nuestro propio malestar. Con un dejo que recuerda los grandes trabajos de la criminología cultural, Moriconi recentra el problema de la violencia y la delincuencia —haciendo eje fundamentalmente en los casos argentino y mexicano— en las pautas culturales dominantes y los imaginarios sociales que ellos producen. Y el hilo que va cosiendo la trama expositiva es la relación entre producción de verdad y política: en la producción de axiomas, en la legitimación y naturalización de las ideas que determinan lo "deseable", lo "justo", lo "bueno" y, como una suerte de espejo invertido, lo que no lo es, se juega las características que asume el orden social. De este modo resulta inteligible la hipótesis de partida que propone el autor: la inseguridad y la violencia no son en sí mismos problemas centrales de los órdenes sociales contemporáneos, sino que devienen cuestiones socialmente problematizadas, ante la estructuración de un orden discursivo incapaz de sedimentar otros criterios de verdad.

En ese horizonte cognitivo, el libro se organiza en cinco capítulos y una suerte de epílogo en el que se sintetizan los vectores centrales que lo atraviesan. Detengámonos, pues, en cada uno ellos. Los primeros dos capítulos marcan el ritmo teórico que le imprime su singularidad a todo el recorrido argumental. Si el punto de partida es que las conductas de los individuos están guiadas por tropos, esto es, ideas axiomatizadas que habilitan ciertas preguntas y ciertas maneras de ser y de pensar, entonces qué se pregunta y cómo se piensa sobre la inseguridad tabica los límites respecto de lo que se puede hacer para intervenir sobre ella. Así, en el primer capítulo, emerge el aporte más significativo de esta obra que toma la forma de una apuesta: correr los límites de lo posible poniendo el foco en la necesidad de producir otro modo de pensar que permita otro hacer. Una apuesta que resulta el contrapunto elemento por elemento de la tentación experta: lajugada propuesta, recuperando los aportes de Edgar Morin, lleva el nombre de "pensamiento complejo".

Un canon a dos voces inviste el segundo capítulo: la noción gramsciana de hegemonía y el concepto foucaultiano de poder hacen sistema en pos de dar cuenta de la necesidad de producción de legitimidad, logrando el compromiso activo de los distintos sectores, para el desarrollo de cualquier orden establecido. Es allí donde, sin alusión a nombres propios pero con un fuerte anclaje en un dispositivo de lectura tributario de los desarrollos del psicoanálisis, se despliega el segundo gran aporte de esta obra: "la lógica de la víctima-cómplice". Conscientemente o inconscientemente, participamos en nuestro propio malestar, contribuyendo a la reproducción del ejercicio del poder hegemónico a través de la solidificación de pautas e ideas fundantes sobre lo que debe ser el orden establecido. Por miedo, por necesidad, por interés propio, por ignorancia, advierte Moriconi, devenimos víctimas-cómplice en la perpetuación de los órdenes sociales desiguales e injustos.

Los siguientes tres capítulos ponen enjuego esa constelación teórica. En ellos se abordan las limitaciones cognoscitivas de la tradición de discursos de la seguridad ciudadana, una de las narrativas nodales de la ciencia social, los medios de comunicación, los organismos internacionales y los think tanks en América Latina. A través de un sugerente recorrido genealógico, se pone en jaque la axiomática hegemónica de la inseguridad en un triple frente.

Primero, se hace hincapié en que en esa dicción hegemónica la causa fundamental de la violencia y la delincuencia se vincula a la desigualdad, el desempleo y el bajo nivel de desarrollo económico, lo que naturaliza la idea de que la inseguridad es propiedad de los sectores sociales más desfavorecidos y, de esa manera, se los criminaliza. Segundo, la matriz dominante que organiza los discursos en torno a la seguridad ciudadana presenta a la violencia en una dicotomía desnivelada: unos sujetos son portadores (y sólo ellos) de la violencia y otros no. Y, al pugnar por la "seguridad del ciudadano", esto es, de aquel que es construido como no-violento, el actor restante queda fuera de la "ciudadanía" y se lo produce como una suerte de paria. Se construye, así, a un enemigo interno —al que se ha deshumanizado— sobre el que hay que intervenir. Tercero, cuando de inseguridad se trata, Moriconi muestra cómo la cuestión, en verdad, gira alrededor de las disputas en torno a qué violencias resultan problematizadas socialmente como legítimas y cuáles como ilegítimas. En el marco de la entronización de la inseguridad como el problema que organiza la agenda social, política y mediática del presente, el libro resalta que en Argentina y México, al tiempo que se proponen y reclaman como antídotos políticas de policiamiento ostensible y pena de muerte, se consolida la violencia como productora de identidades políticas: emergen diversas organizaciones de la sociedad civil sobre seguridad ciudadana —creadas por lo general por padres o familiares de víctimas provenientes de clases medias y altas—, cobran relevancia think tanks dedicados al estudio y análisis de cuestiones vinculadas con la seguridad y se articulan amplios consensos sociales en torno a acontecimientos de linchamientos comunitarios, que han llegado incluso al asesinato de supuestos delincuentes. En nombre de la "tolerancia cero" y la "mano dura" resultan entronizadas, en rigor, estrategias de intolerancia y endurecimiento selectivos. Desde paradigmas lineales "causa-consecuencia" que marcan a fuego el modo de pensar y hacer sobre esta cuestión, si la inseguridad es culpa de los "sospechosos de siempre", la intervención sobre ellos aparece como el único mecanismo terapéutico apropiado, lo que, en definitiva, naturaliza y legitima mecanismos de exclusión.

Finalmente, se despliega una estrategia propositiva: repensar la relación saber-hacer en función de producir teorías y prácticas que no presupongan de antemano una separación taxativa entre ambas. De alguna manera, en la raíz de una democracia desvirtuada se encuentra una abrupta separación entre teoría y práctica. En ese marco, los expertos se posicionan a sí mismos no sólo como agentes nombrados para determinar aquello que es bueno para los ciudadanos, sino también como capaces de definir qué es lo bueno para éstos, mejor incluso que ellos mismos. Precisamente, el problema político por antonomasia, nos sugiere Moriconi Bezerra, es definir cómo, quién y bajo qué valores e ideas normativas se desarrollan y modifican esos criterios de verdad. En ese sentido, resulta imperioso, entonces, reponer el pensar político cuestionando las limitaciones del pensar técnico.

Esos los desafíos que enfrentan las democracias hoy. Dicho de otro modo: el "pensamiento complejo" conspira contra la expertocracia que reduce la política a un problema técnico, que sustituye el discurso político por el de la "eficacia" desde una narrativa presuntamente a-ideológica, que convierte a la política en una management science, y que —podríamos agregar nosotros— desconoce la mutua imbricación entre producción de saber y ejercicio de poder. Si, al menos en Argentina, se han levantado voces que impugnan la presunta apoliticidad de las intervenciones y saberes técnicos en el campo de la economía, la crítica experto-cracia en cuestiones de seguridad es una deuda pendiente. Difícilmente si no pensamos de otra manera, parecería proponer el autor, podrán desplegarse haceres distintos. Este libro abre, justamente, esa posibilidad.

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