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Revista SAAP

On-line version ISSN 1853-1970

Revista SAAP vol.9 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires Dec. 2015

 

Reseñas

Por qué fracasan los países
Daron Acemoglu y James A. Robinson
Deusto, Bilbao, 2012, 608 páginas

 

Maximiliano Korstanje

Por qué fracasan los países, uno de los bestsellers recientemente publicado por Daron Acemoglu, profesor de ciencias económicas del MIT y James Robinson, politólogo de la Universidad de Harvard, establece un modelo para comprender por qué mientras ciertas naciones se hunden en la pobreza otras pueden alcanzar un nivel de prosperidad que les permite una distribución equitativa de la riqueza. El libro enfatiza que una nación, formada por los mismos lineamientos étnicos, la misma historia y costumbres, puede desarrollar dos tipos diferentes de instituciones políticas, y en vistas de ello, de prosperidad económica. Cuando el poder político es concentrado en pocas manos se genera un efecto doble. Por un lado, la riqueza producida por el sistema no llega a todos, mientras que a la vez la elite hace todo lo posible para prevenir el cambio tecnológico necesario para adoptar a la “destrucción creativa” como mecanismo para la innovación constante. Este proceso de cambio por el cambio mismo permitiría, según los autores, sentar las bases para una distribución más justa del excedente. Siguiendo este argumento, las naciones democráticas como Estados Unidos, Inglaterra y parte de Europa Occidental han desarrollado modelos inclusivos de producción donde cada gobierno queda sujeto a diversas trabas institucionales que evitan que pocos se queden con todo. Acemoglu y Robinson distinguen dos tipos de instituciones, las inclusivas propias de las potencias anglosajonas, y las extractivas, en las cuales entran los países latinoamericanos. Las instituciones inclusivas permiten que aquello que se produce sea distribuido de forma equitativa pues existe una serie de incentivos regulados por el mercado (y no por el gobierno) que premia el trabajo. Generalmente, como es el caso de Estados Unidos, los primeros colonos no encontraron una zona rica en minerales preciosos, las cuales ya estaban en poder de los poderes ibéricos (España y Portugal), mucho menos estas zonas se caracterizaban por altas densidades de población. Como resultado, los colonos no pudieron explotar a otros para sus propios fines y tuvieron que contentarse con implementar un sistema de incentivos para que todos trabajaran la tierra de igual manera, otorgando créditos a los nuevos emprendedores en materia de movilidad y producción. Ello generó no sólo una forma democrática de concebir la lucha por lo político sino un constante interés por lo nuevo. En consecuencia, el argumento plantea que las instituciones estadounidenses han tenido un mayor éxito que las latinoamericanas debido a su herencia colonial. Un legado cuya diferencia radica en la necesidad de abrazar el cambio como forma de renovación creativa. Mientras las naciones anglosajonas adoptaron formas económicas productivas pujantes, resultado de su respeto por la democracia, sus vecinas latinoamericanas apelaron a la explotación como forma de relación y de avasallamiento a la independencia de poderes. A pesar de la gran fama y aceptación dentro de los círculos de la economía, la obra posee algunos problemas conceptuales que deben ser clarificados.

El argumento principal se centra en comprender a la prosperidad de una nación con el recurso material exclusivamente. Un discurso es etnocéntrico o anglocéntrico cuando supone que ciertas características de su constitución societaria son necesarias para el resto del mundo, y entonces deben ser universales. El desvío, es decir quienes no comparten la norma, se constituye en cuanto se acepta como imperativo cierto valor, que en la mayoría de los casos avasalla a otros valores. Sin ir más lejos, la idea de Estado moderno sobre el cual se asienta la idea de democracia desafía toda una jerarquía de formas políticas, consideradas erróneamente como preestatales (cacicazgos, jefaturas, tutelajes, califatos, reinados, protectorados, etc.). Del mismo modo que existen grupos humanos, por ejemplo las sociedades posindustriales que desarrollan una idea secular del cosmos (negación de la muerte), trabajan para aumentar la expectativa de vida y hacen de la riqueza un valor positivo; eso explica poco sobre por qué otras sociedades (de raigambre tradicional no capitalista) eligen otras formas de organización. Comprender la superación desde el prisma del ingreso per capita es, a grandes rasgos, no sólo un indicador falaz sino etnocéntrico. ¿Desde qué punto de vista el valor dinero es superior a otro? El ingreso es una parte de la coyuntura económica de una nación, empero no es la única. Sin ir más lejos, en lo que respecta a distribución social, el coeficiente Gini de Argentina es de 115 (0.445) mientras que Estados Unidos es ponderado en 123 (0.469). Uruguay, un país retratado como atrasado y con rasgos fuertes de autoritarismo, se sitúa en el puesto 54 (0.342).

Por otro lado, la prosperidad es una construcción ideológica y social aplicable a modelos capitalistas que no necesariamente es necesaria para todos. A la vez que existen naciones ricas, opulentas, pujantes (siempre valorizando el aspecto económico de renta per capita), también puede objetarse una gran cantidad de ciudadanos se encuentran con un alto nivel de estrés producido por la competencia con otros, o condiciones de trabajo donde la “destrucción creativa” genera grandes niveles de incertidumbre que llevan al consumo de psicotrópicos. El argumento de Acemoglu y Robinson ignora, además, que el factor económico (durante años), el cual funciona por la introducción del concepto de racionalidad, ha sido un mecanismo de control para crear una diferencia constitutiva entre los grupos humanos: las naciones “desarrolladas” y las “sub-desarrolladas”. Esta concepción no sólo generó una gran cantidad de créditos, en nombre de la racionalidad, que emprobecieron a naciones enteras en los 90, sino que globalizaron la economía desatando una de las crisis más importantes del sistema capitalista en su historia.

En perspectiva, el aspecto esencial al capitalismo, como bien lo ha evidenciado R. Hofstadter, se pliega a la idea de la “supervivencia del más fuerte”, acuñada por el darwinismo social. El protestantismo piensa a la política desde la tesis de la predestinación, donde pocos son los salvados mientras muchos deben caer en las fauces del infierno. Esta forma de comprender el mundo establece la creencia (obsesión) en la superación como única forma de alcanzar una seguridad ideal pero imposible. Empero, existen riesgos colaterales que se asocian a una alta tasa de competencia entre los diferentes candidatos en el mercado que lleva a grandes masas de población por debajo de la línea de los aptos. El darwinismo social y dentro de éste la idea de una “destrucción creativa”, permite que el capitalismo se reproduzca pues introduce “la ilusión” de ser “el elegido” cuando en el fondo las chancees de fracasar son altas. Sin lugar a dudas, el mundo capitalista de consumo sigue el arquetipo del Gran Hermano, o filmes como Los Juegos del Hambre (The Hunger Games). Varios participantes entran en competencia sin saber que “solo uno será el ganador”, y porque no lo saben (o simulan no hacerlo) establecen redes de alianzas y negociaciones para deshacerse del contrincante. La caída del otro es signo de algarabía pues refuerza la creencia en la propia fortaleza. Al final, todos menos uno quedarán en el olvido absoluto.

 

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