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Revista SAAP

versión On-line ISSN 1853-1970

Revista SAAP vol.11 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires dic. 2017

 

Variedades de capitalismo y subtipos de populismo: las bases estructurales de la divergencia política*

Varieties of capitalism and subtypes of populism: The structural foundations of political divergence

 

KENNETH M. ROBERTS

Cornell University, Estados Unidos kr99@cornell.edu

 

Si bien los académicos no han alcanzado un acuerdo con respecto a qué es el populismo, existe un amplio consenso de que este fenómeno se encuentra actualmente en ascenso en muchas partes del mundo. Podría afirmarse que este ascenso comenzó en el bastión tradicional de este fenómeno, América Latina, durante el período de inestabilidad política en el que entró la región luego de la crisis causada por la transición del desarrollo a cargo del Estado al liberalismo de mercado (también llamado «neoliberalis-mo») a fines de los años ochenta y noventa (Roberts, 1995, 2014; Weyland, 1996; De la Torre y Arnson, 2013). También se arraigó en Europa a fines del siglo XX y prosperó en las primeras décadas del siglo XXI cuando surgieron distintas formas de populismo en contextos conflictivos debido a la inmigración, la integración transnacional, y la austeridad económica (Mudde y Rovira Kaltwasser, 2012; Kriesi y Pappas, 2015; Aslinidis, 2016; Stavrakakis y Katsambekis, 2014). El populismo más reciente ha tumbado el orden político en los lugares más inesperados y diversos, tales como las Filipinas y los Estados Unidos.

El fortalecimiento de líderes, movimientos y partidos populistas en ambientes y contextos tan variados, deja en claro que este fenómeno no está ligado a ninguna tradición político-cultural, formación socioeconómica o configuración institucional. Al ser la expresión por excelencia de políticas antielite y antisistema, el populismo resulta ser una propuesta tentadora en lugares donde una gran cantidad de ciudadanos se encuentran alienados o poco representados por las élites políticas establecidas y sus partidos, es decir, en casi todas partes del mundo. Sin embargo, la auténtica omnipre-sencia del populismo dirige la atención hacia su maleabilidad intrínseca y, por lo tanto, a la variación aparente en sus múltiples formas y expresiones. Si bien esta variación ayuda a perpetuar el desgastado debate sobre el significado conceptual y la extensión empírica del sello populista, también genera una serie de preguntas teóricas novedosas, y en definitiva más relevantes, sobre las condiciones sociales que originan distintos subtipos de populismo y, en consecuencia, políticas antisistema: ¿Acaso las distintas expresiones de populismo deban considerarse como efectos secundarios de un contexto específico y como productos accidentales de la acción política de líderes o movimientos que alcanzan el éxito sacando provecho (o politizando) los reclamos sociales de una coyuntura histórica particular? ¿O será que los populismos divergentes tienen raíces más profundas en condiciones identificables socioeconómicas, culturales e institucionales que predisponen a ciertos países o regiones a tipos (o subtipos) específicos de populismo?

Estas preguntan tienen una especial resonancia en la actualidad debido a que, recientemente, la academia ha resaltado la distinción entre los «populismos inclusivos» de izquierda en la reciente experiencia de América Latina y los «populismos excluyentes» de derecha en Europa (Mudde y Rovira Kaltwasser, 2013; Filc, 2015). Mientras que los primeros movilizan grupos subalternos previamente excluidos (las clases trabajadoras urbanas y rurales y las clases bajas, así como también los grupos étnicos o raciales históricamente marginados), cuestionan a las elites y apoyan políticas sociales y económicas redistributivas; los segundos han movilizado comunidades nacionalistas contra poblaciones inmigrantes e instituciones transnacionales. Estas distinciones entre subtipos de populismo existen y son reales, lo que no está nada claro es si éstas se limitan a regiones específicas del mundo. De hecho, en los últimos años, los movimientos y partidos izquierdistas centrados en algún tipo de discurso populista, han emergido y consolidado en un gran número de países del sur de Europa, especialmente, en aquellos que luchan contra graves crisis financieras y políticas impopulares de austeridad (Stavrakakis y Katsambekis, 2014; Aslanidis, 2016; Della Porta et al., 2017). Este ascenso de los populismos de izquierda hace recordar sorprendentemente a la experiencia latinoamericana de fin de siglo y diferencia claramente las trayectorias populistas de la parte sur del continente europeo de las encontradas en el norte y el este.

Las similitudes interregionales entre los populismos de América Latina y el sur de Europa y las variaciones intrarregionales dentro de la Europa contemporánea, sugieren que los factores más allá de la locación geográfica, pueden condicionar el ascenso de diferentes tipos de populismo. En este trabajo se intenta identificar y teorizar estos potenciales factores explicativos1. Si bien estos subtipos pueden estar relacionados con una gran variedad de experiencias político-económicas, condiciones económicas y rasgos actitudinales, se pondrá un mayor foco a las distintas variedades de capitalismo y su estructuración sobre los mercados laborales, nacionales y estados de bienestar. De esta forma, sostengo que esta estructuración podría tener consecuencias inesperadas para la manera en que el discurso populista plantea «al pueblo» y a su antagonista «el otro» en lados opuestos del clivaje populista. En efecto, plantea la desafiante (y tal vez inquietante) posibilidad de que formas más inclusivas de capitalismo puedan provocar variantes exclusivas de populismo, mientras que las formas exclusivas de capitalismo son caldos de cultivo de subtipos inclusivos o izquierdistas de populismo.

La lógica política de los populismos alternativos

No se evidencia un consenso entre los académicos sobre si el populismo es mejor concebido como un tipo de discurso político, una ideología, un conjunto de políticas económicas, o como un tipo particular de movilización política y estilo de liderazgo. Sin embargo, prácticamente todas las conceptualizaciones del término (al menos aquellas que evitan el reduccionismo económico e insisten en la «lógica política» intrínseca del fenómeno) (Laclau, 2005, p. 117) descansan sobre la división antagónica que tiene lugar dentro del espacio político entre «el pueblo», como quiera que se defina, y «el otro», definido como algún tipo de elite o establishment (Canovan, 1999; Laclau, 2005, pp. 67-124; Panizza, 2005, p. 3; De la Torre, 2010; Mudde y Rovira Kaltwasser, 2012, p. 8). Para Laclau, esta división antagónica del espacio político cuenta con precondiciones estructurales e institucionales. Estructuralmente, los populismos suponen niveles suficientes de heterogeneidad social, de modo que no existe un sujeto social natural o hegemónico (como el proletariado industrial) cuyas demandas particulares pueden subordinar o subsumir a las del resto dentro de un proyecto democrático de masas. El populismo, por lo tanto, trae consigo la «unificación simbólica» de la pluralidad de demandas insatisfechas; constituye una «subjetividad social amplia» y construye una nueva «identidad popular» (es decir, «el pueblo») la cual es «cualitativamente más que la simple suma de enlaces equivalentes» (Laclau, 2005, pp. 73-77). Institucionalmente, el populismo se vuelve posible cuando se evidencia «una acumulación de demandas insatisfechas y la creciente incapacidad del sistema institucional de absorber» o responderlas separadamente (Laclau, 2005, p. 73). Como tal, una «crisis de representación» se encuentra «en la raíz de cualquier estallido populista y antiinstitucional» (Laclau, 2005, p. 137).

Así concebido, hay poco misterio con respecto a por qué el populismo ha estado en ascenso en los asuntos políticos globales contemporáneos. De hecho, los procesos de cambio institucional y estructural de largo plazo que abrieron el espacio político para alternativas populistas, se han visto agravados por perturbaciones coyunturales de corto plazo, creando una «estructura de oportunidad» altamente favorable (Bornschier, 2010, p. 7) para la movilización populista. En el largo plazo, la pluralización de subjetividades ha sido fomentada por una heterogeneidad social creciente, el debilitamiento del rol central de la fuerza laboral organizada, la creciente importancia de clivajes culturales y basados en la identidad y la diferenciación socioeconómica y cultural de los grupos sociales que se benefician o pierden en el proceso de globalización (Kriesi et al., 2008). Esta pluralización, a su vez, ha aflojado ciertas alineaciones partidarias que previamente estaban estructuradas por clivajes de clase bien organizados, conflictos distributivos y distinciones programáticas de Estado-mercado (Bartolini y Mair, 1990), contribuyendo a una separación entre los ciudadanos y los partidos e instituciones representativas establecidas (Dalton y Wattenberg, 2000; Mair, 2013). Los vínculos partido-sociedad se han erosionado aún más por la cartelización de las organizaciones partidarias (dependientes de recursos del Estado) que se atrincheraron en las instituciones estatales y, cada vez más, se volvieron más difíciles de diferenciar programáticamente en contextos donde las políticas públicas estaban fuertemente restringidas por los mercados globalizados y la integración política transnacional (Katz y Mair, 1995).

Dados estos procesos de desestructuración y desinstitucionalización de la representación política de largo plazo, Schmitter (2001) sostiene sucintamente que los partidos políticos «ya no son los que una vez fueron». De esta forma, no resulta sorprendente que la reducida capacidad de los partidos de encapsular votantes y representar intereses sociales, haya creado una tierra fértil para la movilización populista antisistema en respuesta a los crecientes desequilibrios, tales como las dificultades económicas vividas luego de la crisis global financiera del 2008 y la inmigración de África y el Medio Oriente a Europa, inducida por el clima de guerra.

No obstante, esta tierra fértil puede dar lugar a diferentes formas de populismo que responden a (o, mejor dicho, que politizan) las distintas deficiencias de representación. Las expresiones de populismo tanto de izquierda como de derecha, coinciden que las elites políticas establecidas y las organizaciones partidarias son cárteles corruptos (una oligarquía o casta política), los cuales se conciben como indiferentes e insensibles a las demandas del «pueblo». Este último, requiere de nuevas y auténticas formas de participación o representación para restaurar la soberanía popular, la cual es considerada como la esencia de la democracia dentro de una cosmovisión populista. Los populismos alternativos, sin embargo, entienden de una manera muy diferente quien es «el pueblo», cómo fueron abandonados o traicionados por el establishment político, y qué herramientas se necesitan para consolidar la soberanía popular. De hecho, las formas izquierdistas y derechistas de populismo politizan alternativas y dimensiones ortogonales de contestación sociopolítica, una siendo cultural y la otra socioeconómica. En otras palabras, estas dos formas de populismo no se ubican en los dos polos extremos de un mismo eje competitivo (ver Kriesi, 2008; Bornschier, 2010).

Para los populismos de derecha, «el pueblo» se constituye como una comunidad etnonacional que se concibe en términos de identidades culturales y autonomía política. De esta forma, entiende que esta comunidad etnonacional y sus valores e identidades centrales (o «heartland») (ver Taggart, 2000) se encuentran amenazados por influencias extranjeras o multiculturales a las que se enfrentan las elites políticas establecidas. Estas elites traicionan al «pueblo» cuando apoyan o toleran una afluencia de inmigrantes y extranjeros de tradiciones culturales distintas que no corresponden al «heartland», más aún cuando gastan los escasos recursos nacionales para ayudar a asentar y sostener a tales poblaciones de inmigrantes. Asimismo, una traición ocurre cuando las elites establecidas transfieren porciones de soberanía nacional a actores e instituciones transnacionales que están alejados de, y en gran medida, no son responsables ante el «heartland» y sus intereses (ver Mudde, 2007; Berezin, 2009; Bornschier, 2010; Art, 2011; Parker y Barreto, 2013; Kriesi y Pappas, 2015).

De hecho, en los discursos populistas de derecha las elites establecidas pertenecen a una casta gobernante transversal y cosmopolita, la cual cuenta con una agenda globalizadora que es antitética a los valores culturales e identidades del común de la gente del «heartland». El carácter «excluyente» de los populismos de derecha se atribuye a su dibujo relativamente estrecho de los límites para lograr una membresía plena o «auténtica» dentro de una comunidad etnonacional relativamente homogénea. Estos límites pueden total o parcialmente excluir a una gran parte de «los otros», desde élites cosmopolitas a minorías raciales y étnicas subalternas (como ser los romaníes en Europa o los afroamericanos en los Estados Unidos), así como también inmigrantes o poblaciones descendientes de inmigrantes.

En contraste, los populismos de izquierda defienden una dimensión socioeconómica del conflicto y no una cultural. La línea divisoria entre «el pueblo» y «los otros» está determinada por una estratificación social y económica y su transmutación en un estatus político de insider u outsider. «El pueblo» no es concebido en términos de un sujeto de clase (el punto de demarcación entre los populismos izquierdistas y las tradicionales formas de socialismo), sino más bien en términos de estatus económico no elitista y marginalización política. De este modo, los populismos de izquierda implican una crítica a los establishments políticos y a las instituciones que protegen privilegios económicos y niegan los intereses de las mayorías populares; el «noventa y nueve por ciento» en los discursos de los recientes movimientos «Occupy». El carácter inclusivo de este populismo hace un llamamiento explícito a los intereses materiales y al empoderamiento político de los grupos ubicados en los escalones inferiores de la jerarquía social (Mudde y Rovira Kaltwasser, 2013; Stavrakakis y Katsambekis, 2014; Aslinidis, 2016).

Estos subtipos alternativos de populismo reflejan las diferentes formas de estructurar la política a lo largo de una división antagónica entre «el pueblo» y las elites del establishment. ¿Qué determina entonces que alguno de estos subtipos de populismo tenga más probabilidades de prosperar en un país o región en un momento particular dado? Es a esta pregunta a la que ahora me refiero.

Comparando subtipos de populismo: la búsqueda de explicaciones

A pesar de que Mudde y Rovira Kaltwasser (2013) abordaron nuevos caminos con respecto a la conceptualización de las distinciones entre las formas inclusivas y excluyentes de populismo, los autores no intentaron desarrollar una explicación teórica para dar cuenta de los patrones de variación interregionales en la aparición de estos distintos subtipos. En investigaciones posteriores, buscaron extender sus argumentos al estudiar de qué forma los diferentes subtipos de populismo regionalmente diferenciados han sido moldeados por legados históricos de conquista y dominación colonial. Según Flic (2015, p. 269), los populismos excluyentes de derecha en la Europa moderna se basan en entendimientos coloniales de jerarquías raciales naturales y en sus «nociones excluyentes de las personas, nación, comunidad política, soberanía y ciudadanía». Por el contrario, los populismos inclusivos de izquierda en América Latina reflejan las amplias formas de lucha antielite que se encuentran en escenarios poscoloniales donde la «categoría 'pueblo' es sinónimo de subalterno colonial» (Filc, 2015, p. 270). Tales legados del colonialismo, sin embargo, no parecen poder explicar por qué formas izquierdistas de populismo (Podemos en España) y partidos de izquierda radicales (Portugal) mejor establecidos se han recientemente fortalecido en las antiguas potencias coloniales durante la crisis económica europea, a diferencia de los populismos excluyentes de derecha que están en ascenso en el norte y centro de Europa. De hecho, España y Portugal en lugar de seguir trayectorias populistas divergentes, se asemejan sorprendentemente a sus antiguas colonias latinoamericanas en sus consecuencias políticas de las recientes crisis económicas.

Estos paralelismos con América Latina, y la amplia diferenciación que se evidencia entre los patrones populistas del norte y sur de Europa, plantean una serie de enigmas interesantes para el análisis comparativo. Resulta posible, por ejemplo, que el populismo excluyente nacionalista en el sur de Europa haya estado limitado por el recuerdo de los regímenes autoritarios de derecha que duraron hasta mediados de los años setenta en Grecia, España y Portugal. Sin embargo, el estudio comparativo de David Art (2011) sugiere que las fuertes subculturas políticas autoritario-nacionalistas con raíces en períodos históricos anteriores, conducen a formas ulteriores de movilización populista de derecha. No está claro, entonces, por qué el sur europeo podría ser inmune a este patrón más amplio. Del mismo modo, el sur de Europa podría estar parcialmente aislado del populismo nacionalista de derecha debido a que los ciudadanos de la subregión son más favorables a la Unión Europea, la cual tradicionalmente apoyó la democratización, la modernización económica y el financiamiento del desarrollo. Dado el rol de las instituciones de la UE en la imposición de duras medidas de ajuste y austeridad a deudores del sur europeo durante la crisis financiera posterior a 2008 (y su firme defensa de los intereses de los acreedores), no obstante, la continuación de actitudes favorables a la UE era casi inevitable. Con la posible excepción de Portugal, el sur de Europa ha estado muy expuesto a grandes olas de inmigrantes y refugiados que huyen de sus territorios problemáticos, lo que hace difícil atribuir populismos divergentes a diferentes niveles de migración.

Las comparaciones interregionales con la experiencia latinoamericana arrojan luz sobre potenciales factores explicativos para la variación populista intraeuropea. En primer lugar, el populismo inclusivo de izquierda no es un subproducto inevitable del estado periférico o semiperiférico de las economías capitalistas, regionales o globales. Tampoco es una simple función de las severas crisis económicas, de las duras medidas de austeridad y ajuste estructural, o de las reacciones de los deudores contra los acreedores. Estas variables fueron compartidas en mayor o menor medida por todos los países latinoamericanos en las décadas de los ochenta y noventa, y hacen poco por diferenciar aquellos casos que se giraron o no a la izquierda o que no eligieron a un outsider populista antisistema a principios de siglo. En cambio, el auge del populismo inclusivo de izquierda fue políticamente más contingente, ya que dependía de la configuración de los partidos establecidos en torno al proceso de reforma neoliberal. El populismo de izquierda no prosperó donde actores conservadores lideraron el proceso de reforma neoliberal y donde un importante partido institucionalizado de la izquierda estuvo disponible para canalizar la oposición social a la ortodoxia de mercado, una configuración que sirvió para alinear y estabilizar programáticamente los sistemas de partidos en países como Chile, Brasil y Uruguay. El populismo de izquierda solo surgió donde los partidos laboristas y de centro-izquierda lideraron el proceso de reforma neoliberal, una configuración que se encuentra en países como Venezuela, Bolivia, Ecuador y Argentina. Tales patrones de reforma provocaron que los sistemas de partidos convergieran en torno a variantes de ortodoxia de mercado que programáticamente desalinearon la competencia partidaria, canalizaron la oposición social hacia formas sistémicas de protesta social y electoral y abrieron un espacio político vacante para outsiders populistas del ala de izquierda de los principales partidos (Roberts, 2014).

Este último patrón de desalineación fue claramente la norma en el sur de Europa, donde los partidos socialistas tradicionales desempeñaron un papel importante en la adopción de medidas de austeridad y políticas de ajuste estructural luego de 2009 en Grecia, España y Portugal, mientras que el partido principal de centro-izquierda apoyó un gobierno tecnocrático que adoptó medidas de austeridad en Italia (Della Porta et al., 2017). Como en América Latina, la convergencia de los principales partidos en torno a variantes de ortodoxia neoliberal, prepararon el escenario para ciclos de protestas sociales masivas a partir de 2011, y, posteriormente, para el surgimiento o fortalecimiento electoral de diversos movimientos populistas (Movimiento 5 en Italia2) o alternativas3 radicales de izquierda (Podemos en España, SYRIZA en Grecia y Bloco de Esquerda en Portugal), siendo éstas últimas las que utilizan algún tipo de discurso populista. En contraste al norte de Europa, las formas excluyentes del populismo nacionalista de derecha han progresado poco durante este período de agitación en el sur del continente.

No obstante, resulta dudoso que estas diferentes expresiones de populismo hayan sido predestinadas por la convergencia de los principales partidos del sur en torno a las fórmulas neoliberales y la consiguiente apertura del espacio político en su flanco izquierdo. Aunque menos dramáticos, tal vez, procesos de convergencia similares han estado en marcha desde hace mucho tiempo en el centro y norte de Europa (Mair, 2013; Streeck, 2013), pero no generaron el ascenso del populismo inclusivo de izquierda de la socialdemocracia tradicional. En cambio, alentaron un giro sutil pero importante en la postura programática de los partidos nacional-populistas de derecha en gran parte, aunque no toda, de la región. En sus orígenes en las décadas de los ochenta y noventa, estos partidos a menudo combinaban su nativismo cultural con plataformas promercado y antiimpuestos que reflejaban su antipatía por las grandes instituciones estatales activistas (Kitschelt y McGann, 1995). Sin embargo, la convergencia de los principales partidos en torno a posiciones promercado ha disminuido la influencia de la social-democracia en obreros y trabajadores menos educados que, a menudo, se sentían amenazados por las fuerzas de la globalización (Kriesi, 2008). En tal contexto, los partidos nacionalistas de derecha podrían lograr victorias electorales al despojarse de su manto neoliberal, apelando a sentimientos proteccionistas y defendiendo programas sociales contra los altos costos de incluir a las poblaciones inmigrantes (Harteveld, 2016). Tales formas de chauvinismo proporcionaron un complemento económico al nativismo cultural de estos partidos y, al menos, llenaron parcialmente el vacío político creado por el giro de la socialdemocracia hace medidas promercado.

Habrá que preguntarse, entonces, si estas divergentes expresiones de populismo tienen raíces más profundas y estructurales en las variedades de capitalismo que diferencian al norte y sur de Europa. Algunas reflexiones teóricas sobre estas raíces estructurales y cómo podrían condicionar la construcción populista de las divisiones elite-pueblo se describen a continuación.

Variedades de capitalismo y la construcción populista del «pueblo»

Enrico Padoan (2016) en un reciente artículo que compara populismos izquierdistas y antineoliberales en América Latina y el sur de Europa, llamó la atención sobre los efectos políticos de los mercados laborales altamente dualizados en ambas regiones. La retrasada industrialización orientada hacia adentro y el desarrollo capitalista en ambas regiones, proporcionaron una muy parcial incorporación de la fuerza laboral al sector formal de empleo y a las formas de protección social que se le atribuían (ver Rueda, Wibbels y Altamirano, 2015). Los trabajadores del sector formal de la economía (los llamados «insiders») disfrutaban de representación sindical, mayor seguridad laboral y programas sociales más generosos, mientras que los «outsiders» del mercado laboral que trabajaban en contratos temporales o en actividades económicas informales, sufrían de falta de organización, empleos precarios y acceso más limitado a la asistencia social. Según Padoan (2016), esta dualización del mercado laboral propiciaba el surgimiento de movimientos populistas de izquierda que apoyaban la inclusión política y económica de grupos «outsiders». Este fue especialmente el caso durante los períodos de crisis económica, ya que los «insiders» podían hacer uso de su poder político y fuerza organizativa para aislarse de los devastadores efectos de la crisis, forzando a los «outsiders» a asumir una desproporcionada parte de los costos sociales y económicos del ajuste (Rueda, Wibbels y Altamirano, 2015).

De hecho, una perspectiva comparativa más amplia sugiere que el encuadre populista del «pueblo» y «los otros» puede verse condicionado por el mercado de trabajo y las instituciones del Estado de bienestar bajo diferentes variedades de capitalismo. Estos atributos estructurales e institucionales de las distintas formaciones capitalistas no solo influyen en los niveles de estratificación social o desigualdad; más importante para un entendimiento del populismo, influyen sobre los diferentes grados de integración, cohesión y segmentación social. En el sur de Europa o en el extremo ejemplo del capitalismo dependiente y «jerárquico» de América Latina, los mercados laborales dualistas y las instituciones estatales de bienestar débiles segmentan el paisaje social, es decir, crean distinciones básicas entre los ciudadanos que son incluidos y entre quienes son total o parcialmente excluidos de un empleo seguro y de todas las formas básicas de servicio social. Aunque las preferencias o clivajes políticos no se corresponden con estas distinciones sociales, la exclusión de facto de un gran porcentaje de la comunidad nacional (un segmento que pertenece al «pueblo») puede crear una afinidad optativa por las formas izquierdistas e inclusivas de movilización populista bajo condiciones de crisis económica o insuficiente representación partidaria. Tales formas de populismo, apuntan a una integración más profunda de la comunidad nacional, es decir, a la superación de patrones de segmentación y dualización que impiden que «el pueblo» se constituya como un todo. Los «otros», entonces, para este tipo de populismo, se refieren a las élites políticas y económicas cuyo estatus privilegiado de «insider» se basa en la exclusión de otros sectores de la comunidad nacional.

Tanto el «pueblo» como los «otros» pueden enmarcarse de manera bastante diferente donde los mercados de trabajo nacionales están relativamente unificados y los estados de bienestar ofrecen una amplia gama de beneficios universales, como sucede en la mayoría de los países del norte y centro de Europa. Aunque los obreros menos educados pueden ser los potenciales «perdedores» dentro del proceso de globalización, ya que no suelen constituirse como agentes «outsiders» del mercado laboral o del Estado de bienestar que continúan buscando la inclusión dentro de la comunidad nacional. Resulta más probable que se constituyan como miembros integrados del «pueblo» los cuales buscan proteger lo que tienen de aquellas presiones externas para abrir, ampliar y diversificar la comunidad internacional. La movilización populista, entonces, no se constituye como un esfuerzo por incorporar a los grupos marginados o integrar a los diferentes sectores del «pueblo». En cambio, es un esfuerzo para delimitar al «pueblo», es decir, separar a aquellos que automáticamente «pertenecen» y son «dignos» de inclusión de aquellos «otros» que son considerados «diferentes» y legítimamente excluibles. Tal delimitación resulta evidente en el chauvinismo de los partidos nacional-populistas de derecha, y su lógica política es el polo opuesto de la integración social perseguida por las variantes izquierdistas del populismo.

La paradoja, entonces, es que las formas excluyentes de populismo pueden encontrar su suelo más fértil donde los mercados de trabajo capitalistas y los estados de bienestar son más inclusivos, igualitarios e integradores, mientras que las formas inclusivas de populismo pueden arraigarse y prosperar donde el capitalismo es más excluyente, segmentado y dualista. Países con mercados altamente segmentados que excluyen a un gran número de la población (en especial a los jóvenes) de un empleo seguro y programas de protección social, son más propensos a experimentar el auge de los populismos radicales de derecha, los cuales apuntan a la integración social, política y económica de los sectores marginados de la comunidad nacional. Por otro lado, países con un mercado laboral más unificado y formas universalistas de protección social, son proclives al desarrollo de populismos nacionalistas de derecha y formas de chauvinismo que delimitan a los miembros de la comunidad nacional de los «outsiders». Así concebidos, los subtipos alternativos de populismo parecen tener sus cimientos estructurales e institucionales en distintos patrones de desarrollo capitalista, los cuales diferencian al norte y sur de Europa, dejando a este último aproximarse a la experiencia latinoamericana.

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