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Revista SAAP

versión On-line ISSN 1853-1970

Revista SAAP vol.17 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires dic. 2023  Epub 08-Feb-2024

http://dx.doi.org/10.46468/rsaap.17.2.a 

Artículo

“Te amo, te odio: dame más”1. Polarización afectiva en la opinión pública argentina2

“I love you, I hate you: give me more”. Affective polarization in Argentine public opinion

IGNACIO RAMÍREZ1 

AGUSTINA FALAK2 

1 iramirez@flacso.org.ar - FLACSO, Argentina

2 afalak@uba.ar - Universidad de Buenos Aires, Argentina

Resumen

La polarización política se ha transformado en una clave fundamental para comprender las diversas dimensiones (medios, redes, votos, campañas) del espacio público contemporáneo. En este contexto, ha resurgido el interés sobre el rol de los afectos políticos. Hasta el momento, se han producido escasos abordajes sobre el caso argentino dirigidos a describir el tipo de polarización afectiva que experimenta el país. Nos proponemos elaborar un aporte conceptual y empírico que facilite la comprensión del subsuelo afectivo de la competencia política argentina. A través de dos encuestas representativas de alcance nacional, examinamos comparativamente a los electores de Juntos por el Cambio y del Frente de Todos. Los datos reflejan hostilidades recíprocas entre los dos segmentos, aunque con grados más acentuados de partidismo negativo en el electorado de Juntos por el Cambio.

Palabras clave: Polarización política; Polarización afectiva; Segregación ideológica; Partidismo negativo; Endogamia electoral

Abstract

Political polarization has emerged as a fundamental key to understand the various dimensions (the media, the new platforms, votes, campaigns) of the contemporary and dichotomized public space. Therefore, we witness a renewed interest in the role of emotions concerning politics. So far, there are few studies on the Argentine case, focused on describing the affective polarization experienced in that society. Here we present conceptual and empirical contributions to fix this shortage and to help the comprehension of the affective substratum of the Argentinian political dispute. By the use of data from two representative nationwide polls, we analyse comparatively the Juntos por el Cambio and the Frente de Todos voters. The data reveals reciprocal hostility, but a greater manifestation of negative partisanship by the Juntos por el Cambio constituency.

Keywords: Political Polarization; Affective Polarization; Ideological Segregation; Negative Partisanship; Electoral Endogamy

1. Introducción: las pasiones en el centro de la política

Un fenómeno nuevo recorre la región: la polarización política. Este fenómeno se ha transformado en una clave interpretativa fundamental para comprender la política, pero también el funcionamiento mismo de la sociedad. Pensamos la polarización como una forma dicotomizada en que se estructura la política y la sociedad, esto es, el espacio público contemporáneo. En el marco del creciente interés sobre la polarización, se han extendido los estudios y reflexiones sobre el rol de los afectos políticos como motores de la dinámica política y condicionantes del espacio público. El sociólogo francés, François Dubet, sintetizó este renovado y “spinoziano” interés por las emociones políticas, al caracterizar la escena contemporánea como la “época de las pasiones tristes” (Dubet, 2020).

Hasta el momento se han producido escasos abordajes sobre el caso argentino específicamente dirigidos a describir su polarización afectiva. Este presenta una serie de rasgos que lo convierten en un escenario de especial atracción para este tipo de aproximación: una sociedad intensamente politizada que ha desplegado y creado repertorios de acción colectiva y lenguajes políticos muy destacados; una identidad política (el peronismo) que viene suscitando pasiones muy intensas desde hace más de 70 años y que, además, ha dado origen a una vasta tradición de estudios, libros e interpretaciones en torno a este gran “enigma” político y sociológico. En efecto, los abordajes sobre populismo suelen tener una “parada obligatoria” en Argentina. Un segundo aspecto -concerniente al contexto- que acentúa el atractivo del caso argentino alude a la presencia de dos coaliciones políticas que han gobernado el país en los últimos años y que mantienen entre sí una rivalidad competitiva fundada en marcados contrastes programáticos y de estilos.

Aquí nos proponemos formular un aporte conceptual y empírico que contribuya a reparar la escasez de estudios específicos sobre la polarización afectiva en este país. Aspiramos a generar, interpretar y aportar evidencia empírica para describir y comprender el subsuelo afectivo de la competencia política argentina.

El presente artículo gira en torno de un interrogante central: ¿cuál es el papel de los afectos políticos en los procesos contemporáneos de dicotomización beligerante del campo sociopolítico a los que llamamos polarización? A través de dos estudios sobre la opinión pública argentina, y con el foco puesto sobre los electorados del Frente de Todos (FdT) y de Juntos por el Cambio (JxC), abordaremos empíricamente los siguientes interrogantes: ¿de qué manera los segmentos “partidarios” edifican sus identidades políticas que se ponen en juego en el “lazo polarizado” que vincula de manera agonal a ambos sectores de la sociedad? ¿Cuáles son los afectos centrales en tales constelaciones identitarias? ¿Cuánto pesan los sentimientos de pertenencia “en positivo”, referidos a la afirmación de lo propio, y en qué medida gravitan los afectos “en negativo”, concernientes a la mirada negativizada sobre el otro? ¿Los sentimientos negativos son equivalentes en las dos megaidentidades partidarias que examinamos?

El último de los interrogantes contiene un aspecto de especial interés, ligado a una de las dimensiones de la polarización política: su mayor o menor (a)simetría. Considerando el clivaje organizador de la historia política argentina (peronismo vs. antiperonismo), e inspirados en las reflexiones de Ernesto Semán (2021), planteamos la hipótesis según la cual en el campo antipopulista, las emociones negativas desempeñan, comparativamente, un peso de mayor relevancia explicativa.

En otras palabras, entre los votantes de Juntos por el Cambio, los componentes afectivos clásicos del partidismo negativo pesarían más que entre los votantes del Frente de Todos. En caso de confirmarse tal hipótesis, se manifestaría en la sociedad argentina una asimetría afectiva equivalente a la que Mariano Torcal (2023) observa en España cuando compara las estructuras afectivas del electorado de derecha y el de izquierda. Una convergencia en este sentido iluminará un desafío explicativo que excede a nuestro estudio: ¿por qué las derechas contemporáneas contienen, o incuban, mayores niveles de partidismo negativo y de “pasiones tristes”?

El siguiente apartado estará dedicado a examinar diversos aspectos del fenómeno de la polarización política y a recorrer las principales producciones académicas sobre el tema. En un segundo tramo, abordaremos conceptualmente el subgénero del tema que nos ocupa: la polarización afectiva. En la segunda mitad del artículo presentaremos y analizaremos los resultados de dos estudios que realizamos con el propósito de iluminar empíricamente la estructura de la polarización afectiva que rigió en la sociedad argentina durante los últimos años. Finalmente expondremos algunas consideraciones finales y reflexiones en torno a los objetos de nuestras indagaciones.

2. Polarización política: ley de gravedad contemporánea

La polarización concierne al “retorno” del desacuerdo ideológico como centro de gravedad de la competencia política. Se observa que en culturas políticas muy diversas, la oferta electoral y segmentos de la sociedad intensifican su diferenciación ideológica1. Un segundo aspecto constitutivo de la polarización contemporánea alude a la dicotomización del campo sociopolítico, temática muy presente en los estudios sobre populismo, que se manifiesta en la configuración del “nosotros y ellos” como modo rector de la vida política (Mouffe, 1993; Casullo, 2019). Es decir, los procesos en vías de polarización son aquellos en los que el gap ideológico aumenta y asimismo se dicotomiza.

En esta misma dirección, Mariano Torcal sostiene que el término polarización se refiere a una determinada distribución de la opinión pública en la que los ciudadanos se concentran en polos opuestos en detrimento de aquellos con valores intermedios (Torcal, 2023: 18). La polarización no es una foto, es un proceso diacrónico, que lo altera todo a su paso. El propio Torcal aporta una imagen en movimiento: “el proceso de polarización se define porque las y los partidarios del partido conservador se vuelven más derechistas y los del partido progresista más importante adquieren posiciones temáticas más izquierdistas” (Torcal, 2023: 19). La definición hace referencia a un aspecto muy destacado de la literatura politológica: el abandono de las actitudes, posiciones y opiniones de los “valores intermedios”. La polarización es también el vaciamiento del centro político.

El abordaje del problema de la polarización implica, además, atravesar aspectos y dimensiones diversas y complejas de la vida social y política: desacuerdos ideológicos, tipos de competencia política, hostilidades afectivas, etc. Podríamos añadir un aspecto cognitivo relativo al modo en que percibimos nuestro entorno: la “realidad”, dimensión muy presente en las reflexiones fundadoras de Walter Lippman:

“la pauta de los estereotipos que se hallan en el centro de nuestros códigos determina en gran parte qué conjunto de hechos vamos a ver y bajo qué luz. Esto explica (...) por qué los capitalistas ven literalmente una serie de hechos y aspectos determinados de la naturaleza humana, distintos de los que ven sus oponentes socialistas, y por qué ambos grupos se consideran mutuamente irracionales o perversos, cuando lo que realmente les separa es una diferencia de percepción” (Lippmann, 2003: 126).

A instancias de la reformulación del espacio público que acompañó la irrupción y expansión de las redes sociales, el aspecto cognitivo examinado por Lippmann recuperó protagonismo. Diversos autores han puesto el acento sobre el aislamiento cognitivo que comporta la lógica digital, regida por algoritmos que “filtran” nuestra relación con el mundo exterior. En ese contexto, dos conceptos se volvieron centrales para cualquier abordaje sobre el tema: filtros burbuja (Pariser, 2017) y echo chambers o cámaras de eco. Los estudios y reflexiones sobre el tema iluminaron la anatomía contemporánea de la polarización política. Para el caso argentino, los investigadores Natalia Aruguete y Ernesto Calvo realizaron una auténtica cartografía del “espacio público digital argentino”. Los autores examinaron cómo se estructura en Twitter la polarización discursiva sobre diversos temas de la agenda pública, retratando la consolidación de dos constelaciones discursivas bien definidas y de escaso diálogo entre sí (Calvo y Aruguete, 2020). Sin llegar a identificar a las redes sociales como causa esencial u origen de la polarización, los autores enfatizan que el debate público regido y segmentado por la lógica algorítmica estimula y fortalece los procesos de polarización. En definitiva, el nexo (¿circular?) entre el aspecto cognitivo, las inclinaciones partidarias y la elaboración de emociones políticas ha recobrado un renovado interés, a partir de la pregunta por el impacto de las redes sociales en la configuración del espacio público.

Ahora bien, el análisis de la polarización no debe soslayar el sustrato social del tema. No estamos abordando antagonismos políticos creados en el vacío sociológico, sino que se trata de rivalidades vinculadas con arraigados clivajes y conflictos socioeconómicos. La sociología política, atenta a las variables “duras” que se creyeron evaporadas en el aire pos-moderno, recupera su perdida centralidad en los análisis sobre clasificación, o social sorting, tan destacados en los procesos de polarización que estamos observando. La edad, la clase social y la ideología de los ciudadanos vuelven a ser reconocidos como grandes predictores del comportamiento electoral, en detrimento de factores más coyunturales o de corto plazo (Ramírez y Casullo, 2021).

Considerando las dimensiones involucradas en los procesos de polarización, y el hecho de encontrarnos en la etapa inicial de las preguntas, de los esbozos y exploraciones, a continuación nos permitimos proponer una caracterización abarcadora. Concebimos la polarización en términos de: contradicciones sociales, desacuerdos ideológicos, rupturas cognitivas2 y hostilidades afectivas, políticamente dicotomizadas.

GRÁFICO 1 Elementos constitutivos y configuración de la polarización política 

Fuente: Elaboración propia.

Este paper está dedicado a una experiencia singular, el caso argentino, y a una de las dimensiones de la polarización: la afectiva. De cualquier forma, la conceptualización expuesta pone el foco sobre una parte de un fenómeno múltiple, en el que cada una de sus dimensiones se ve intrínsecamente vinculada con el resto, influyéndola y siendo influida de manera recíproca, continua y circular, tal como buscamos representar en el Gráfico 1.

Al explorar el elenco de los factores señalados (acusados) como causas, en primer lugar, surge el debate concerniente al estatuto histórico del tema: al hablar de polarización, ¿aludimos a un fenómeno novedoso o más bien a la continuidad de atávicos conflictos enraizados en la historia social y política de sociedades “acostumbradas” al desacuerdo? Aquí nos inclinamos por una posición intermedia que reconoce las raíces históricas del tema pero sin ignorar los aspectos propiamente contemporáneos de la forma que adopta la competencia política y el modo en que se estructura el espacio público en este tiempo (Quevedo y Ramirez, 2021).

Otra incógnita respecto a este fenómeno radica en si se trata de una dinámica topdown (que comienza en las prácticas discursivas de las élites y luego se derrama a la ciudadanía) o si por el contrario se origina en el ámbito de la opinión pública para luego “ascender” y marcar el debate político protagonizado por líderes y representantes del pueblo. ¿Son nuestras sociedades las que generan la polarización o es el sistema político y/o mediático el que se la impone a la sociedad?

Diversos autores han apuntado a las cámaras de eco, gestadas en el marco de la socialización digital, como causa de una metamorfosis del espacio público y del vínculo entre ciudadanos e información política a partir de las redes sociales. El examen del rol que tiene el nuevo eco-sistema comunicacional podría ser planteado de la siguiente manera: las redes sociales por donde transitan los valores, creencias, representaciones antagónicas sobre los “otros”, ¿son causa o consecuencia de la polarización? Una pregunta análoga podría formularse con respecto al lugar de los medios de comunicación en esta trama. Destacados textos los ubican en un papel central (Klein, 2020), al poner el acento sobre los efectos que tiene el proceso de partidización en la oferta mediática que se observa en muchos países.

La lista de “culpables” no termina aquí. También los liderazgos populistas son responsabilizados en una parte de la bibliografía como explicación de este fenómeno (para el caso latinoamericano ver McCoy, 2022; Gamboa y Jaramillo Jassir, 2022). La polarización también ha sido vinculada con la creciente desigualdad social y la fragmentación de los actores sociales. A su vez, la espectacularización de las campañas electorales, y de la comunicación política en general, ha sido juzgada como productora de polarización, atendiendo el carácter performativo de los lenguajes políticos.

Como ya hemos sostenido, la pregunta por los procesos de polarización se ha generalizado a sociedades muy diversas. Ahora bien, ¿la polarización constituye un fenómeno global o es una suma de “hechos nacionales”? Aquí se trabajará bajo la premisa de que el tipo de polarización de cada sociedad surge de la interacción entre culturas políticas nacionales/locales con fenómenos, procesos y tecnologías de alcance global. Un mestizaje entre una circunstancia epocal con historias nacionales. En síntesis, cuando nos ocupemos de describir la polarización afectiva de la sociedad argentina también estaremos describiendo síntomas de una época y de un mundo polarizados. En un texto anterior propusimos una imagen conceptual para dar cuenta del carácter epocal de la polarización, entendida como la “ley de gravedad” de la política contemporánea, que condiciona todo el ámbito público, actuando “por encima” de la voluntad e imaginación de los protagonistas de este tiempo de combates (Quevedo y Ramírez, 2021).

3. Polarización afectiva: del gap ideológico a la hostilidad afectiva

El presente artículo no solo se interroga por la polarización como un fenómeno de creciente interés, sino que también tiene la mirada puesta sobre una tradición de estudios concerniente al estatuto de los afectos como motores de la dinámica política. En la intersección de estas dos agendas (polarización y rol político de las emociones) se encuentra el “sub-género” del que nos ocuparemos a continuación: la polarización afectiva. El enigma que subyace a este apartado del texto es: ¿cuál es el papel de los afectos y de las emociones en los procesos contemporáneos de dicotomización beligerante del campo sociopolítico? Antes de examinar distintas definiciones de la literatura académica más reciente, quisiéramos enmarcar el tema dentro de una tradición mucho más antigua relativa al modo en que la filosofía política y la teoría democrática han pensado el vínculo entre Razón y pasiones. Nos apoyamos sobre las estimulantes reflexiones del intelectual e investigador francés Frédéric Lordon, quien recrea a través de una pregunta, una noción presente en la mayoría de los discursos y textos sobre el tema con sedimentos iluministas: “¿No es la política, en su idea más noble, cuestión de argumentos, principios y valores, esto es algo muy distinto a las erupciones de afectos que vienen a distorsionar su ideal de comunicación?” (Lordon, 2017: 33).

Lordon propone un punto de partida necesario para desarmar dicotomías artificiales y excesivamente deudoras de un deber ser. Más que pensar los afectos como una distorsión, una falla o un obstáculo de la política, resulta más conveniente y adecuado aceptar que “los afectos son la materia prima de lo social, y más concretamente, el tejido de la política” (Lordon, 2017: 33). En su libro, La democracia sentimental, Arias Maldonado reflexiona sobre la íntima conexión que existe entre las ideologías y las emociones. En virtud de este nexo de carácter endógeno, resulta difícil, sino imposible, distinguir la frontera que separa a las emociones de los desacuerdos ideológicos. El autor afirma: “las ideologías también poseen una fuerte dimensión emocional. Hay una necesidad humana de sentido que ellas pueden satisfacer” (Arias Maldonado, 2016: 99).

Habitualmente, los abordajes sobre polarización ponen el foco sobre el creciente gap ideológico entre diversos segmentos del electorado. Por ejemplo, tomando el caso norteamericano, la polarización consistiría esencialmente en el incremento de los desacuerdos sobre asuntos públicos entre demócratas y republicanos. Iyengar, Sood y Lelkes (2012) proponen un camino alternativo, que se aleja de la herencia iluminista sobre la que Lordon nos aconsejaba desprendernos a la hora de ingresar al “mundo de los afectos políticos”. Desde la perspectiva de Iyengar, el elemento constitutivo del proceso de polarización se desprende de las percepciones y miradas hacia “el otro” (político) que van tejiendo la hostilidad afectiva entre grupos. No resulta suficiente registrar diferencias en las opiniones políticas; lo constitutivo del cuadro polarizado alude a las miradas -estereotipadas y moralizadas, siguiendo a Lippman- entre diferentes actores sociales, dotados de identidad. Se trata de un juego de miradas (sobre los “propios” y sobre los “otros”) presente en cualquier identidad social, apoyada siempre sobre un ingrediente de autoafirmación y sobre un aspecto negativo de alteridad con un otro que es constitutivo, negativamente, de lo que somos o creemos ser.

La escena política regida por la “ley de la polarización” implica sólidas bases ideológicas del desacuerdo que no pueden ser ignoradas, pero no son por sí mismas suficientes para explicar el conjunto de aspectos involucrados en la polarización. Lo que define la dinámica polarizadora es, más bien, la distancia social, afectivamente teñida y motivada. Iyengar y otros describen esta dimensión de la polarización como una mejor perspectiva desde la cual contemplar los procesos de polarización. En vez de hacerlo, como es más habitual, desde una perspectiva ideológica, los autores proponen:

“Un indicador alternativo, y desde nuestro punto de vista, más diagnóstico, de la polarización de masas es la medida en que los partidarios se ven unos a otros como un grupo externo desagradable. La prueba definitoria de la identidad social requiere no solo un sentimiento positivo hacia el propio grupo, sino también un sentimiento negativo hacia aquellos que se identifican con grupos opuestos. Por lo tanto, en la medida en que la identificación partidaria represente una afiliación grupal significativa, la prueba más apropiada de polarización es la identidad afectiva, no ideológica” (citado en Garrido, Martínez Rodríguez y Mora Rodríguez, 2021).

De acuerdo con este enfoque, la polarización afectiva no sería un tipo determinado de polarización, o uno de sus ingredientes como propone Torcal, sino que se trataría de su rasgo más distintivo. La polarización política es, en esencia, una polarización afectiva. Como hemos dicho, la polarización implica el “retorno de lo ideológico” como centro de gravedad de la competencia política, pero allí no termina la historia. En contextos de polarización, la diferencia ideológica entraña una intensa implicación emotiva por la cual las adhesiones o rechazos políticos comienzan a impregnar la interacción interpersonal de los ciudadanos. Desborda lo puramente partidario para transformarse en el eje ordenador, y segmentador, del espacio público. Con relación a este ordenamiento, Waisbord sostiene que “en un contexto de polarización las multiplicidades de diferencias políticas crecientemente se alinean en una sola dimensión, y la política es percibida y definida como un eterno conflicto” entre un nosotros y un ellos marcado, en su dimensión afectiva, por la asignación de valores y la emotividad depositada en las identificaciones de cada uno de los grupos que se conforman (Waisbord, 2014: 251).

Ahora bien, antes de avanzar con la anatomía de la polarización afectiva, resta introducir un concepto central: el partidismo negativo, definido como la tendencia de los electores a experimentar y manifestar un “claro rechazo” al voto o adhesión de cualquier tipo a cierto grupo político o partido específico (Crespo, Garrido, Martínez Rodríguez y Mora Rodríguez, 2021). Cualquier identidad política se edifica y sostiene sobre dos columnas: un componente de adhesión positiva hacia aquello que se respalda (un gobierno, un dirigente o un partido político) y un elemento negativo, de contraste y diferenciador. La analogía con el fútbol ilumina con sencillez el tema: los hinchas de Boca Juniors son tan fanáticos de Boca como anti River; ambos sentimientos, de simétrica intensidad, componen la “identidad bostera”. Volviendo a la biblioteca especializada, Abramowitz rescata la importancia del partidismo negativo en la constitución de identidades sociales y en el comportamiento electoral. Sus aportes permiten advertir la íntima relación entre el crecimiento del partidismo negativo, como driver central del comportamiento electoral, y los procesos de la polarización afectiva. Sostiene que los ciudadanos “comienzan a percibir a los simpatizantes del partido contrario como personas muy diferentes de sí mismas en lo que hace a las características sociales, las creencias políticas y valores, hasta llegar a ver a los adversarios con un creciente recelo y hostilidad” (Abramowitz y Webster, 2016). El vínculo entre el rechazo al otro como motor de actitudes políticas y la dimensión afectiva de la polarización representa un eje central de nuestro trabajo.

Hemos hablado sobre la constitución dicotomizada de un “nosotros” y un “ellos”, entre los cuales se tejen recíprocas representaciones negativas. De estos mecanismos se ocupa la teoría de la identidad social. Desde esta perspectiva, las configuraciones negativas sobre “ellos” o “el otro” son inherentes a cualquier dinámica de grupos. Tajfel y Turner (1979) reseñan algunos estudios en los que, incluso cuando no hay motivos explícitos o definidos de división entre grupos, los miembros de cada uno de ellos tienden a activar una visión negativa hacia la contraparte. “En otras palabras, la mera conciencia de la presencia de un out-group es suficiente para provocar respuestas competitivas o discriminatorias de parte del in group” (Tajfel y Turner, 1979: 38). Y, aún más, estas respuestas de competencia no solo colaboran a la diferenciación del otro grupo, sino que también potencian la cohesión y la cooperación del in group. En este sentido, el mecanismo precede al “contenido” de tales diferenciaciones.

Para conceptualizar la arquitectura identitaria de la que nos ocuparemos en este artículo, resulta oportuno introducir la categoría de “me-gaidentidades partidarias”. Torcal refiere, ya no a identidades o grupos de pertenencia, sino a megaidentidades articuladas a partir de la mezcla y convergencia de diversas identidades que se sintetizan para conformar grupos sociales más amplios (Torcal, 2023). Las megaidentidades partidarias no se limitan simplemente a visiones programáticas, sino que aglutinan identidades y clivajes sociales para agruparlos en bloques que se segmentan según líneas de división partidaria. La textura plural de la trama social se simplifica formándose lo que podemos llamar el clivaje de los clivajes. En su examen del caso norteamericano, Ezra Klein (2020) muestra de qué manera las variables que antes eran típicamente explicativas y predictoras del voto, como podrían ser la religión o la etnia ya no son elementos únicos en la conformación de identidades sociales. Bajo el clima contemporáneo de polarización, todas ellas se combinan y convergen para lograr megaidentidades que confrontan entre sí de forma más dicotómica. La pluralidad se economiza en dos grandes constelaciones sociales. En este punto surge nuevamente la relevancia del aspecto agonal, esto es: la diferencia (por ejemplo, entre dos megaidentidades que coexisten) no alcanza ni constituye una escena de polarización; en palabras del propio Torcal, ella se desarrolla,

“cuando esos sentimientos de apego van acompañados de la acción de los partidos propiciando grupos partidistas más homogéneos respecto de otras identidades (...) generan unas megaidentidades psicológicas que dividen a la ciudadanía según las líneas partidistas, lo que tiene serias implicaciones para el pensamiento, el comportamiento y las emociones de los distintos grupos partidarios” (Torcal, 2023: 41-42).

Ahora bien, ¿la hostilidad afectiva precede a la diferencia ideológica, siendo esta última una racionalización de un antagonismo más visceral, o por el contrario los debates y desacuerdos ideológicos son los que, al escalar, incuban incomprensión recíproca, irritación y de allí, hostilidades afectivas? Distinguir estas dos dimensiones comporta una inevitable dosis de artificialidad. Más que privilegiar una u otra dimensión como origen explicativo, preferimos comprender el nexo como una interacción entre la diferencia ideológica y el antagonismo afectivo, una interacción circular que empuja a unos y otros hacia el “polo opuesto”, desatándose una fuerza que segrega. Polarización afectiva y polarización ideológica, aun admitiendo que no sean lo mismo, se agudizan o atenúan de manera sincronizada3.

4. Polarización afectiva de la sociedad argentina

Alrededor del caso argentino se produjeron hasta el momento pocos estudios específicamente destinados a retratar sus niveles y formatos de polarización estrictamente afectiva.

El análisis de los casos europeos y estadounidenses viene siendo abundante y predominante en la literatura sobre el tema (como Iyengar et al., 2019; o Garrido, Martínez y Mora, 2021). Aspiramos a reparar esta ausencia, ofreciendo un aporte que alumbre las estructuras afectivas de los antagonismos políticos que surcan la opinión pública argentina. Una de las excepciones se trata de un texto reciente en el que Mariano Torcal y Emily Carty (2023) abordan los elementos identitarios de la polarización afectiva en el país, subrayando la centralidad del eje peronismo y antiperonismo (con las diferencias ideológicas asociadas a ese antagonismo) como vector fundamental de la polarización afectiva.

A partir de aquí presentaremos y analizaremos un conjunto de evidencia empírica surgida de mediciones de opinión pública a nivel nacional cuyos resultados permiten observar el subsuelo afectivo de la competencia política argentina. La estrategia que nos guió en la elaboración de los indicadores, y en el posterior tratamiento de los datos, consistió en la evaluación comparada de las percepciones, actitudes y opiniones que registramos en los dos principales electorados de la sociedad: los votantes del Frente de Todos vis a vis los votantes de Juntos por el Cambio. No nos enfocaremos sobre los resultados agregados de la opinión pública, sino en la comparación de los dos segmentos, recortados en función de su comportamiento electoral reciente. Nos interesa describir y formular esbozos interpretativos sobre las simetrías y contrastes entre los dos grupos; conocer los afectos subyacentes que movilizan sus opiniones y radiografiar la dirección e intensidad de tales emociones políticas. En definitiva, buscamos explorar la anatomía afectiva de la política argentina como dimensión indispensable para conocer el espacio público contemporáneo.

A tal fin, nos valemos de los resultados de dos encuestas de alcance nacional realizadas en el marco del estudio dirigido por Ignacio Ramírez y Luis Alberto Quevedo como parte del Proyecto “Cultura política de los argentinos” de FLACSO Argentina. Se trata de dos encuestas telefónicas, a teléfonos fijos y móviles, de 1.700 casos cada una y basadas en muestras probabilísticas con un nivel de confianza de 95% y un margen de error ±3.3%. La primera de ellas fue realizada en octubre de 20214 y la segunda en septiembre de 20227, ambas bajo un gobierno nacional del Frente de Todos y con Juntos por el Cambio como principal bloque opositor. La muestra utilizada en ambos estudios se encuentra basada en cinco estratos regionales y ponderada internamente por edad, sexo y máximo nivel educativo alcanzado. Los factores de ponderación se realizaron utilizando los parámetros poblacionales del censo de 2010, por ser los disponibles al momento de realización del estudio. A continuación presentaremos los resultados de ambos estudios exponiendo la distribución de frecuencias de los indicadores utilizados para los dos subuniversos: votantes del FdT y votantes de JxC. En un segundo momento, presentaremos una prueba de t-test bilateral, destinada a evaluar si los contrastes porcentuales registrados a través de frecuencias son, o no, estadísticamente significativos.

Tratándose de un estudio y de un texto sobre polarización, nos propusimos no prestar tanta atención a los resultados globales o agregados sino a los resultados propios de cada “bloque” para poder advertir las distancias y diferencias. Se impuso la necesidad de elegir una variable que nos sirviera para “partir” a la opinión pública argentina y poder aislar a los dos segmentos de electores maps importante. Nos inclinamos por “último voto a presidente” como eje para segmentar a nuestros dos “bloques de estudio”. Tenemos presentes las limitaciones, o riesgos, que entraña la decisión de elegir al “último voto” como variable principal de segmentación. Por un lado, el voto podría no ser necesariamente un indicador de inclinación ideológica o partidaria (obedeciendo a aspectos mucho más coyunturales y/o económicos). Asimismo, la tarea de recordación exigida al encuestado puede comportar distorsiones voluntarias o involuntarias de “retroactividad”. Sin embargo, veremos que el último voto a presidente constituye una variable fuertemente predictora (y segmentadora) de opiniones, actitudes y orientaciones ideológicas. Ambos cuestionarios incluyeron la pregunta “¿Podría indicarme a quién votó para Presidente en las últimas elecciones de octubre de 2019?”. Asimismo en octubre de 2019, el Frente de Todos y Juntos por el Cambio sumaron por encima del 88% de los votos positivos de la elección5. La fragmentación del resto de la oferta electoral redundó en que la tercera fuerza cosechara apenas del 6% de los votos y ocupara un rol relegado en la dinámica política de los años posteriores. En consecuencia, “último voto a presidente” nos ofrecía la posibilidad de agrupar en dos bloques a prácticamente 9 de cada 10 electores argentinos.

Respecto al diseño del set de indicadores, buscamos avanzar un paso más allá del camino recorrido por los estudios más recientes sobre sus antagonismos políticos, centrados comúnmente en el gap programático. Los contrastes ideológicos entre el “macrismo” y el “kirchnerismo” han sido largamente estudiados y documentados, iluminando pronunciadas diferencias sobre cada uno de los temas que conciernen a la vida en común: el rol del Estado, la agenda de derechos sociales, la gestión de las empresas públicas, los enfoques sobre la cuestión social, entre una larga lista de asuntos públicos donde se dividen las aguas (Ramírez y Casullo 2021; Vommaro y Kessler, 2021). Sin embargo, aún queda por abordar el componente afectivo de dicha polarización; conocer mejor de qué manera esas diferencias se transforman en intensos contrastes identitarios, generando afectividades y percepciones sobre el in group y el out group.

Reiteramos una idea expuesta anteriormente: la polarización no se produce solo con diferencias de ideas; sin afectos es difícil que emerja el “nosotros” y “ellos”.

En la siguiente tabla presentamos las variables a través de las cuales vamos a observar diferentes dimensiones de la polarización afectiva:

TABLA 1 Variables y operacionalización 

*Se preguntó a cada grupo de electores por el líder adverso al del propio grupo.

**Se preguntó a cada grupo de electores por los votantes del espacio adverso al del propio grupo.

Fuente: Elaboración propia.

Como hemos dicho, los resultados de cada variable serán examinados de forma segmentada en función del “voto anterior” con el objetivo de alumbrar y dimensionar los contrastes entre los dos hemisferios político-ideológicos bajo estudio.

Abordaremos los datos surgidos de cada variable acompañados de una serie de conceptos para acercarnos al tema. Observaremos los niveles de endogamia electoral que tienen los dos segmentos y también su predisposición a cruzar las fronteras ideológicas a la hora de formar parejas sexoafectivas. Un tercer concepto bajo el cual analizaremos el espacio público alude al aislamiento cognitivo, favorecido por tales procesos de endogamia electoral y segregación ideológica. Desde la perspectiva resumida en el esquema conceptual sobre polarización del cual hemos partido (ilustrado en el Gráfico 1), donde enfatizamos la retroalimentación circular entre rupturas cognitivas, hostilidades afectivas y diferencias ideológicas, nos preguntamos cómo la telaraña de vínculos sociales de la que somos parte estructura la forma en que vemos el mundo. Al respecto, pareciera que a mayor segregación ideológica y/o endogamia electoral, tendremos grupos sociales más aislados cognitivamente, asunto que abre una posible línea de trabajo hacia adelante.

Con respecto al alcance y a las limitaciones del trabajo, en primer lugar, y a diferencia de los trabajos revisados sobre España y Estados Unidos, nuestro estudio es incapaz de acreditar tendencias en materia de polarización afectiva. Nos apoyamos sobre dos encuestas nacionales que aún no han sido repetidas, en consecuencia estaremos privados de afirmaciones relativas a si la polarización afectiva se viene agudizando, o aplacando, en la sociedad argentina. En segundo lugar, nuestro estudio contiene exclusivamente variables afectivas e indicadores de endogamia, segregación o social sorting, quedando afuera preguntas referidas al gap ideológico entre votantes de Juntos por el Cambio y del Frente de Todos. Tal exclusión nos impide articular los nexos empíricos que unen a la dimensión afectiva con la esfera ideológica. Finalmente, este estudio no se propone ofrecer una perspectiva comparada del caso argentino con otros países, aunque hemos incorporado indicadores aplicados en otras sociedades con la intención de allanar el camino hacia futuros ejercicios comparados.

5. Kirchneristas vs macristas, ¿un nuevo bipartidismo?

Antes de examinar los datos, son necesarios algunos comentarios sobre los dos grupos de pertenencia en los que pondremos el foco. Se trata de los electorados de las dos coaliciones que vienen protagonizando la competencia política argentina: el Frente de Todos y Juntos por el Cambio. Ambas coaliciones gobernaron el país en los años recientes y gobiernan la mayoría de provincias y grandes ciudades del país. Como coaliciones, el FdT y JxC son el desenlace de un proceso de convergencia y dicotomización de dos campos antagónicos: un campo hegemonizado desde 2003 por el kirchnerismo y un campo dominado por el macrismo6 desde el 2007.

Desde el retorno a la democracia, en 1983, la competencia política argentina había estado organizada en forma “clásicamente bipartidista” a través de la rivalidad entre el peronismo y la Unión Cívica Radical. La crisis social y de representación de 2001 hizo volar por el aire este prolijo sistema bipartidista y causó una profunda fragmentación de la oferta y la demanda electoral (Torre, 2003).

El kirchnerismo y el macrismo fueron las dos fuerzas e identidades políticas que recompusieron un sistema con más orden y estabilidad tras el estallido social y político del 2001 que aquel caótico de comienzos de siglo.

Diferentes condiciones imponen una sombra de incertidumbre sobre las perspectivas de supervivencia de este frágil “neobipartidismo” que, hasta hoy, parece haberle dado estabilidad a la competencia política argentina. Al momento de redacción de este artículo, ambas coaliciones siguen en pie aunque en proceso de adaptación a la disruptiva irrupción de La Libertad Avanza, cuyo candidato a la presidencia, Javier Milei, se impuso como el candidato más votado en las elecciones PASO de 2023.

Afectos políticos de la polarización en la opinión pública argentina

Presentados los conceptos y los protagonistas, comenzaremos a exponer y analizar los datos referidos al subsuelo afectivo de la polarización argentina. En una primera instancia, vamos a enfocarnos sobre la endogamia electoral y la segregación ideológica para comprender la distancia que separa a los ciudadanos en el marco de un espacio público teñido por hostilidades afectivas. En un segundo apartado, atenderemos la polarización afectiva propiamente dicha, revisando primero los resultados de una variable íntimamente asociada con el partidismo negativo y, luego, un segundo indicador netamente dirigido a la fisura emocional que yace por debajo de los antagonismos políticos.

7. La endogamia política: distancia social y reafirmación de identidades

Tanto la predisposición de las personas a vincularse sentimentalmente, única o mayormente, con personas de su misma megaidentidad partidaria, como la pertenencia a círculos sociales ideológicamente homogéneos nos permite aproximarnos a la forma social que rige la polarización: el social sorting.

Analizaremos primero un indicador al que hemos llamado endogamia electoral concerniente a la percepción de los ciudadanos con relación a la mayor o menor homogeneidad ideológica de sus círculos de afectos y relaciones más próximas. Este primer indicador no pone en juego la voluntad o el deber ser. Creamos esta pregunta apuntando a registrar las percepciones del entorno.

Podemos ver los resultados en la Tabla 2. Más de un tercio de los encuestados declaró no tener vínculos muy próximos con personas que voten por el partido antagonista. Si bien el dato pluralista alcanza un umbral tímidamente mayoritario, resulta llamativa la extensión de la endogamia electoral, especialmente cuando se tiene en cuenta que votar por el FdT o JxC no constituye preferencias electorales muy “extravagantes”; hablamos de fuerzas políticas que suscitan respaldos electorales masivos.

Reiteramos una hipótesis cercana a las reflexiones sobre el nuevo espacio público que ponen el foco sobre las cámaras de eco, los filtros burbuja y el “ensimismamiento digital”. De entornos ideológicamente más homogéneos cabría esperar efectos cognitivos y afectivos, como un agravado aislamiento cognitivo. Un espacio público segregado es uno donde “imperan las distancias, las desconfianzas mutuas, y donde los ciudadanos prefieren refugiarse en la zona de confort de los iguales antes que ingresar a un espacio de intercambios abiertos” (Quevedo y Ramírez, 2021: 27). Precisamente, estar expuestos a una diversidad de opiniones es aquello que nos previene de dicho aislamiento. Si bien las relaciones interpersonales no son la única fuente por las que podemos acceder a una diversidad de opiniones, códigos y valores, resultan una dimensión clave en la integración social y en la elaboración de actitudes políticas, evocando los clásicos planteos de Lazarsfeld al respecto (Lazar-sfeld, Berelson y Gaudet, 1960).

TABLA 2 Endogamia electoral segmentada por voto 

*A los votantes de JxC se les consultó si tenían amistades o familiares que hayan votado por el FdT y a los votantes del FdT se les preguntó si tenían amistades o familiares que hubieran votado por JxC.

Fuente: Elaboración propia.

Para continuar, revisaremos los resultados de un indicador tomado de diversos estudios sobre polarización afectiva, estimulados por la hoja de ruta trazada por Iyengar, Konitzer y Tedin (2018). Se trata de una pregunta que, al igual que el primer indicador presentado, está orientada sobre fenómenos asociados a la segregación ideológica pero abiertamente dirigida a captar deseos, sentimientos y preferencias. El indicador mide la menor o mayor predisposición a formar “parejas (políticamente) mixtas”, es decir parejas con votantes del partido adversario. Los resultados de esta pregunta se encuentran en el Gráfico 2.

GRÁFICO 2 Predisposición a las “parejas mixtas” segmentada por voto 

Fuente: Elaboración propia.

Mayoritariamente, los encuestados expresaron indiferencia con relación al aspecto ideológico a la hora de establecer una relación de pareja. Nos parece importante atender la elasticidad pregunta-respuesta, es decir: si bien en el indicador anterior abordamos una dimensión similar, las respuestas surgen ante fraseos muy distintos que podrían impactar sobre los resultados. En el primer caso, la pregunta es “moralmente neutral”, solicita una descripción. Por el contrario, la segunda pregunta pone en juego más elementos. Podríamos considerar la posibilidad de una dosis de negación sobre la incidencia de la ideología como driver u obstáculo a la hora de construir parejas. Una variante de esta lectura podría ser la de considerar que tal incidencia se produce de manera invisible al propio actor. En cualquier caso, un segundo nivel de análisis habilita conclusiones que sintonizan con los datos presentados anteriormente. Más allá del esperanzador, o negador, dato del desinterés declarado por la ideología de la nueva pareja, se advierte un desnivel significativo entre las respuestas de los votantes de FdT y los adherentes a JxC. El 34% de los votantes no peronistas manifiesta disgusto frente a la posibilidad de establecer una pareja mixta mientras que entre los votantes del actual oficialismo esa aversión desciende al 26%. Nuevamente, encontramos que los afectos negativos, que denotan una mayor tendencia a la segregación y al partidismo negativo, se encuentran más extendidos en el hemisferio derecho del electorado argentino.

Del examen comparado surge que la endogamia electoral y su predisposición se acentúa entre los votantes de Juntos por el Cambio. Si bien no avanzaremos profundamente sobre la verificación empirca de esta asociación, a la luz de la teoría de la identidad social, nos permitimos sugerir que una mayor endogamia electoral está conectada con un mayor aislamiento cognitivo, generando condiciones favorables para una mayor hostilidad afectiva hacia los otros.

8. Percepciones cruzadas: estereotipos y demonización del “otro político”

La polarización afectiva puede ser pensada como un juego de miradas sobre “el otro”. Retomando la imagen de retroalimentación circular que propusimos anteriormente, una de las causas y consecuencias de las hostilidades afectivas concierne al tipo de representación que media nuestra relación con los adversarios. Solo podemos experimentar una intensa aversión por aquello que se nos presenta bajo una forma desagradable u odiosa. Aquí es donde los procesos “lippmanianos” de representación moralizada y estereotipada de la realidad desempeñan una función determinante. A modo de conjetura, planteamos un nexo causal entre la endogamia electoral y la representación estereotipada de aquel o aquella que vota por nuestro rival político. El hecho de que al votante adversario únicamente lo experimentemos como representación -y no como experiencia directa capaz de producir disonancia cognitiva o, en este caso, “disonancia afectiva”- favorece una caracterización estigmatizada del otro sin obstáculos empíricos.

Examinaremos esta cuestión evaluando el nivel de adhesión de los votantes a una serie de estereotipos sobre los votantes adversarios. Estas preguntas fueron elaboradas a partir de hallazgos cualitativos surgidos de diversos focus groups donde de manera recurrente surgían las representaciones estereotipadas que decidimos medir.

TABLA 3 Estereotipos del votante adversario 

Fuente: Elaboración propia.

Al presentarles afirmaciones estereotipadas y negativas a unos y otros, comprobamos que en ambas megaidentidades partidarias existe una amplia adhesión a tales visiones. Más de la mitad de los electores de ambos grupos se mostraron de acuerdo con la frase que se les ofreció. Sin embargo, volvemos a encontrarnos con un desnivel: es en JxC donde la noción negativa es más extendida. Dos de cada tres de sus votantes consideraron a los partidarios del FdT como un conjunto de personas engañadas y manipuladas, es decir, ciudadanos despojados o sustraídos de cualquier tipo de racionalidad política.

Con respecto a la evidencia acumulada hasta aquí, relativa al carácter asimétrico de la polarización argentina, es posible afirmar que los votantes de Juntos por el Cambio (vis a vis FdT) manifiestan en mayor magnitud este rasgo muy propio del partidismo negativo, por el cual el rechazo al otro desempeñaría una función central en su cohesión identitaria.

Veamos ahora los niveles de demonización del “otro político”. En un contexto democrático, la percepción del otro como amenaza a un sistema de convivencia, de reglas de competencia y de garantía de derechos fundamentales supone una hostilidad afectiva tal que condiciona el debate público, las posibilidades de convivencia y de reconocimiento dentro de una misma comunidad nacional. Acaso como forma extrema de la hostilidad afectiva, analizaremos las respuestas de ambos grupos sobre si el out group constituye una amenaza para la democracia.

TABLA 4 Demonización del adversario como amenaza para la democracia 

Fuente: Elaboración propia.

Al respecto, los datos son elocuentemente reveladores de hostilidades extendidas y profundas. El 49% de los votantes del FdT considera a los votantes de JxC una amenaza para la democracia, mientras que, a la inversa, 7 de cada 10 votantes no peronistas perciben a los votantes de la coalición peronista como un peligro para la democracia. Quedan a la vista dos conclusiones: en ambos grupos se registran altas dosis de hostilidad hacia el otro y, asimismo, volvemos a observar una marcada asimetría. La hostilidad de los votantes de JxC hacia los votantes del FdT es más generalizada que en sentido inverso. Más allá de este significativo contraste, lo cierto es que la mitad o más de cada grupo percibe al otro como una amenaza para la democracia. Posiblemente estudios futuros permitan indagar con mayor profundidad qué significa democracia para cada “bando” y, desde allí, comprender qué sentidos y contenidos adopta la imagen proyectada sobre los “otros” como capaces de atentar contra ella o directamente incompatibles con los valores del sistema democrático.

9. Partidismo negativo y afectos políticos en torno a marcas partidarias y liderazgos

En este tercer bloque de datos, abordaremos los resultados de dos indicadores que apuntan directamente al núcleo del fenómeno que estamos estudiando. Los indicadores tienen dos caras: una orientada a captar la intensidad del respaldo a la megaidentidad partidaria propia y los sentimientos que moviliza su líder político. Su reverso ilumina la intensidad del rechazo a la marca política adversaria y los sentimientos que suscita el líder del espacio rival. Como resultado de estas combinaciones, los próximos dos indicadores se descomponen en cuatro capítulos que leídos en conjunto alumbran la estructura principal de la polarización afectiva que late en la sociedad argentina. Veamos primero los resultados de una pregunta donde los votantes de ambos grupos expresan la intensidad con la que respaldan, o rechazan, al espacio político por el que votaron.

GRÁFICO 3 Afectos políticos hacia el espacio propio segmentado por voto 

Fuente: elaboración propia.

Como vemos, en ambas orillas, predomina un extendido respaldo al espacio propio, identificado a través de su etiqueta electoral. Más aún, en apariencia surge un empate, ya que en ambos grupos, 7 de cada 10 votantes manifestaron apoyar a su equipo. Sin embargo, al acercar la mirada aparecen matices relevantes. Los fenómenos de polarización afectiva son asuntos relativos a la intensidad: la polarización es “intensa” o no es, de manera que una lectura de los gráficos a la luz de estas temáticas impone la necesidad de mirar especialmente los extremos de las escalas. Allí es donde reaparece un destacado desnivel. Los votantes del FdT superan en 11 puntos a los votantes de JxC en intensidad de respaldo al equipo propio: 45% contra un 34% de “mucha simpatía y apoyo” a la coalición votada. Pasemos ahora al reverso negativo. El siguiente gráfico refleja los datos concernientes al rechazo hacia el “otro” político.

GRÁFICO 4 Afectos políticos hacia el espacio rival segmentado por voto 

Fuente: elaboración propia.

Considerando ambos gráficos, surgen diversas lecturas posibles. Por un lado, el 84% de los votantes de JxC expresa alguna clase de rechazo a la megaidentidad rival, proporción que supera al 70% de respaldo que manifiestan por su propia marca. En ese gap surge una primera pista en clave de partidismo negativo. Por su parte, el 57% de los votantes del FdT rechaza al espacio rival, sentimiento menos extendido que el 69% de apoyo a su colectivo. Es decir, apoyos y rechazos son ingredientes que no se distribuyen en proporciones equivalentes en los dos segmentos. Pero nuevamente son los extremos de las escalas los que alumbran los resultados más elocuentes. Cuando comparamos el share de “mucha antipatía y rechazo”, irrumpe con claridad una diferencia: el 63% de los votantes no peronistas expresan un intenso rechazo al FdT, mientras que los votantes peronistas manifiestan 18 puntos menos de “rechazo intenso” al “otro” político. En otras palabras: el rechazo de los electores de Juntos por el Cambio a la fuerza adversaria es significativamente más intenso que la aversión de los votantes del FdT hacia la marca opositora.

Entender la diferencia entre la adhesión propia y el rechazo al rival nos permite dimensionar y comparar el rol del partidismo negativo en estas dos megaidentidades. La Tabla 5 sintetiza esta información, presentando los valores extremos, y permite evaluar interna y externamente los resultados. La tabla retrata dos composiciones afectivas distintas: en el FdT se registra un saldo afectivo equilibrado entre las dos columnas de su identidad: la afirmación de lo propio y el contraste con el otro. Por su parte, la estructura afectiva del electorado de JxC luce un claro desnivel en favor del partidismo negativo como driver constitutivo de su comportamiento electoral: el rechazo al otro supera por casi 30 puntos a la adhesión a lo propio.

TABLA 5 Saldo afectivo comparado de marcas partidarias 

(*)Adhesión intensa: “mucha y simpatía y apoyo”.

(**) Rechazo intenso: “mucha antipatía y rechazo”.

A través del próximo indicador vamos a entrar de lleno en la esfera de las emociones y afectos políticos. Asimismo, dejaremos de lado las marcas partidarias para pasar a examinar los movimientos sentimentales que se movilizan alrededor de dos nombres, líderes y protagonistas desde hace más de 15 años de la escena política argentina: Cristina Fernández de Kirchner y Mauricio Macri.

Las razones de su elección como encarnaciones políticas de las dos grandes megaidentidades argentinas obedecen al hecho de tratarse de los dirigentes más destacados y gravitantes de sus respectivos espacios políticos. Además, ambos líderes ocuparon recientemente la Presidencia de la Nación y los dos continúan plenamente vigentes7 como actores centrales de la discusión política nacional.

GRÁFICO 5 Afectos políticos hacia el propio líder 

Fuente: Elaboración propia.

El Gráfico 5 resume los afectos que los votantes de cada grupo expresan en torno al dirigente político más destacado del espacio al que votó. En el caso de Mauricio Macri, la “simpatía” (50%) constituye el sentimiento de mayor penetración entre sus partidarios, mientras que el sentimiento más declarado por los votantes del FdT hacia la ex presidenta fue el “amor”8 (42%).

Hasta aquí pudimos dar cuenta de una diferencia importante en el tipo de afectos positivos que generan los líderes en uno y otro grupo. Asimismo, comprobamos, para este caso, que en los dos hemisferios políticos que la indiferencia no es precisamente la emoción política más extendida entre los argentinos. A continuación, volveremos a invertir el indicador y examinar su reverso, ligado al contraste contencioso e identitario con el “otro”.

GRÁFICO 6 Afectos políticos hacia el líder rival 

Fuente: Elaboración propia.

El Gráfico 6 muestra con claridad la amplia hostilidad afectiva que suscitan ambos líderes en los electorados rivales. Un 67% de votantes del FdT expresa sentimientos abiertamente negativos (a saber, “antipatía” y “odio”) sobre Mauricio Macri, mientras que un 88% de votantes de JxC expresa emociones hostiles hacia Cristina Fernández. Si bien el piso de hostilidad afectiva es alto en los dos casos, la comparación vuelve a dejar en evidencia la asimetría que existe en la polarización afectiva que opone a las dos megaidentidades. Los partidarios del JxC rechazan a Cristina Fernández con mayor intensidad que la de los adherentes al FdT hacia Mauricio Macri.

Ahora bien, al examinar el extremo emocional de la escala aparece un tema que nos resulta tan importante como inquietante, y que viene siendo motivo de crecientes escritos9 e indagaciones. Nos referimos a la corrosiva presencia del odio como emoción política central de la escena política contemporánea. El Gráfico 6 pone de manifiesto que la Argentina no se encuentra al margen de dicho fenómeno: como mínimo, un tercio de ambos electorados se pronuncian abiertamente odiadores del líder adversario. Sin embargo, el odio tampoco se encuentra distribuido en forma equivalente entre los votantes del FdT y los del JxC. De estos últimos, un 40% expresó odio por la expresidenta, mientras que el 27% del grupo oficialista declaró sentir odio por el expresidente Macri. En sus reflexiones en torno a las emociones, Jon Elster plantea algo que aún no hemos enfatizado con la importancia que merece. Si las emociones y afectos políticos producen tanto interés académico, intelectual y político es en virtud de su nexo con la acción. Las emociones, los afectos, producen combustiones que se traducen en diferentes tipos de acciones. De acuerdo con el esquema conceptual propuesto por Elster, el odio como emoción favorece un tipo especial de acción: “hacer que el objeto del odio deje de existir”10 (2010: 172). Por su parte, Torcal plantea que no toda polarización afectiva “es lo mismo”. Es decir, existe un determinado tipo de afectividad más tóxica para la cultura democrática. Sin dudas, el odio como driver emocional de la acción política resulta incompatible con los valores y sensibilidades que requiere la convivencia democrática.

Por último, presentamos en la Tabla 6 el “saldo afectivo” de las dos pasiones políticas más extremas y que dan título al presente artículo: el amor y el odio.

TABLA 6 Saldo afectivo comparado en torno a liderazgos 

(*)A los votantes de JxC se les consultó el amor que promovía en ellos Maurici Macri. Y a los electores de FdT, el amor que tenían a Cristina Fernández de Kirchner. (**)A votantes de JxC se les consultó el odio que sentían por Cristina Fernández de Kirchner. Y a los electores de FdT, el odio dirigido a Mauricio Macri.

Fuente: Elaboración propia.

La Tabla 5 resume los principales hallazgos del presente trabajo orientados a alumbrar diferentes dimensiones de la polarización afectiva que experimenta la opinión pública argentina. El saldo afectivo del FdT (la diferencia entre el amor al espacio propio y el odio al adversario) arroja un “superávit sentimental” de 15 puntos. Por el contrario, la estructura afectiva del electorado de JxC tiene características inversas: el odio “al otro” se impone 22 puntos sobre el amor al líder de la megaidentidad más cercana.

10. La polarización (afectiva) es asimétrica

Repasados los resultados de las variables utilizadas para observar diferentes dimensiones de la polarización afectiva, nos gustaría volver sobre uno de los interrogantes centrales que motiva este trabajo: ¿la polarización afectiva que “une y separa” a votantes del FdT y de JxC es simétrica? ¿Se rechazan con la misma intensidad? En todas las variables, pudimos registrar marcadas diferencias en las actitudes, opiniones y representaciones de los dos sub-universos políticos estudiados. A continuación nos proponemos examinar si los contrastes porcentuales observados interpretados como signos de asimetrías reiteradamente señaladas- son estadísticamente significativos o no. Para evaluar este tema con mayor robustez, realizamos una comparación de la incidencia media de las variables analizadas en ambos grupos de votantes aplicando un t-test bilateral. Este tipo de prueba estadística es particularmente útil cuando se busca determinar si la eventual diferencia que pudiera hallarse entre ambos grupos resulta estadísticamente significativa, en este caso, para un nivel de significación establecido en 0.05 y un intervalo de confianza de 95%.

La Tabla 7 presenta los valores del procedimiento con la media de cada grupo, la diferencia entre medias, el valor de t, los grados de libertad y el p-value (Sig.) para cada variable. Además, se expone la significación estadística de la diferencia entre medias a partir de la comparación del valor de significación estadística presentado (p-value) con 0.05. Cuando ese valor sea inferior a 0.05, la diferencia entre los grupos de votantes observada puede asumirse estadísticamente significativa.

Una primera lectura: las diferencias en las respuestas de los votantes de JxC y FdT son estadísticamente significativas en las ocho variables testeadas. Tales resultados nos permiten sintetizar, con mayor respaldo, las principales conclusiones con relación al carácter asimétrico de la polarización afectiva estudiada. Es decir, comparados con quienes respaldan al Frente de Todos, los votantes de Juntos por el Cambio presentan grados de endogamia electoral más altos, una menor predisposición a las parejas (políticamente) mixtas, una adhesión más extendida a estereotipos negativos del “otro político”, una demonización más generalizada del votante adversario como amenaza para la democracia. Asimismo, manifiestan sentimientos favorables menos intensos al propio líder y espacio político pero emociones negativas más extremas -con mayor incidencia del “odio”- hacia el líder y espacio político adversario.

Apoyados sobre toda la evidencia empírica generada y desplegada, pudimos establecer que la sociedad argentina experimenta actualmente un intenso estado de polarización afectiva y que las hostilidades afectivas hacia el adversario no son simétricas, sino que están significativamente más extendidas y acentuadas en el electorado de Juntos por el Cambio.

TABLA 7 Resumen T-test de comparación de medias entre grupos de votantes.  

Fuente: Elaboración propia.

La evidencia reunida constituye un paso relevante para reparar la escasez de datos y análisis sobre la polarización afectiva de la sociedad argentina. La redacción del presente artículo se desarrolla envuelta por una campaña presidencial que introdujo algunas novedades que podrían ser leídas a la luz de los conceptos y hallazgos expuestos. En el plano de la oferta electoral, la correspondencia con las conclusiones resulta evidente: mientras el candidato de Unión por la Patria (ex Frente de Todos) es un dirigente político “típicamente” de centro, en el hemisferio opositor compiten dos alternativas inclinadas en forma pronunciada hacia la derecha. Por un lado, la candidata de Juntos por el Cambio, Patricia Bullrich, centró su “promesa” de campaña en “terminar con el kirchnerismo”, un planteo productor y movilizador de afectos políticos como los registrados aquí. Asimismo, el candidato de la Libertad Avanza, Javier Milei, desplegó no sólo una virulencia actitudinal poco frecuente sino también un conjunto de propuestas e ideas que desbordan -por derecha- el perímetro ideológico en el que se movió la discusión política argentina desde el retorno de la democracia. Y más allá de su propuesta programática, el lenguaje político que despliega tiene un eje fuertemente afectivo. En el terreno de las conjeturas, podemos sugerir una idea que vincule el período estudiado en este artículo con el contexto de su aparición. Algunos análisis han interpretado la irrupción de Javier Miliei como el fin de la polarización. Desde nuestra perspectiva, el éxito de ese tipo de discurso y liderazgo sólo es posible en el marco de una atmósfera afectiva como la que en este trabajo hemos intentado retratar. Más que el fin de un proceso, advertimos su radicalización.

11. Democracia, polarización y afectos: consideraciones finales

En uno de sus libros más conocidos, Las pasiones y los intereses, Albert Hirschman (2014) reconstruye los argumentos políticos a través de los cuales el capitalismo narró sus beneficios y ventajas. El eje de aquel storytelling, articulado en una larga tradición de filosofía política liberal, residía en la transición desde las pasiones hacia los intereses. En resumen, el capitalismo vendría a desplazar y a domar las primeras para imponer a los intereses como el principio organizador, no solo de la economía sino también de la sociedad, y de la política. No resulta difícil advertir la epistemología de las pasiones que subyace en el planteo: sustituir pasiones por intereses implica pacificar, ahorrar sangre. Según este paradigma, las pasiones estarían dotadas de una inexorable inclinación hacia la violencia, por lo tanto un orden basado en pasiones (religiosas, por ejemplo) sería siempre inestable y estaría amenazado por erupciones de furia incontenible. “La pasión, a diferencia de la razón, según esta concepción, no conoce límite alguno, sino que más bien, lo arrasa todo”, escribe Michael Walzer en una de sus reflexiones sobre el tema (Walzer, 2005: 71). Cambiar el debate de pasiones por la negociación de intereses iba a inaugurar un tiempo con más orden, previsibilidad y paz. Ya sabemos que la Modernidad, centrada en la Razón, no inauguró precisamente un tiempo desprovisto de violencia (Bauman, 2010). De cualquier manera el esquema de fondo sobrevive y ha dejado profundas secuelas en el modo en que se piensa, y juzga, la acción política. La noción de esfera afectiva como interferencia de la racionalidad sigue muy presente y desempeña funciones de legitimación discursiva. Por ejemplo, el voto a la mujer fue privado durante mucho tiempo en virtud de la supuesta mayor emocionalidad femenina. Esta volvería a las mujeres incapaces de ejercer la racionalidad pública que requiere la democracia. Asimismo, y con mayor actualidad, el comportamiento político de los sectores populares suele ser objeto de reflexiones similares: su comportamiento político es habitualmente caracterizado como más afectivo, pulsional, inflamable, en definitiva, de menor calidad.

Más que insistir sobre la supuesta antinomia entre Razón y Afectos, nos interesó formular un aporte conceptual que subraye su íntima complicidad, o endogeneidad. Luego, nos propusimos elaborar un aporte empírico que ayude a describir y distinguir aquellos afectos que impregnan la polarización política. Hemos coincidido con Mariano Torcal sobre la necesidad de diferenciar entre afectos más tóxicos y afectos menos tóxicos para la democracia. Y, en alguna medida, también encontramos convergencias en el terreno de los hallazgos. En ambos trabajos, los votantes de derecha aparecen, comparativamente, teñidos de hostilidades afectivas más agresivas.

Distinguir aquellos afectos políticos que contaminan el espacio público, que degradan el debate e incuban hostilidad política resulta fundamental para mejorar la comprensión de las causas que explican la actual erosión democrática. En definitiva, la democracia es también una pasión, un “hábito del corazón”, como sostuvo su más refinado analista, Alexis de Tocqueville. Lejos de reducirse a un conjunto de frías normas, la democracia es esencialmente una cultura política hecha, entre otras cosas, de afectividades compatibles con sus reglas. Pero la segregación ideológica y el “odio al otro”, representan procesos que tensionan y acorralan a muchos de los principios de la democracia.

Desde nuestra perspectiva, la polarización política por sí misma no constituye una amenaza para la democracia. En efecto, el ordenamiento del desacuerdo ideológico revitaliza el debate y la participación política. Cuando la opinión pública puede reconocer contrastes reales en su oferta electoral se atenúa el cinismo político y se encoge la desmovilizadora idea de que “son todos lo mismo”, devaluadora del sentido del voto en tanto elección entre rumbos alternativos (Ramírez y Moscoso, 2015). Sin embargo, la hostilidad política, agravada por el aislamiento cognitivo y la hostilidad afectiva, implica cruzar una frontera e ingresar en un territorio inquietante. En ese territorio se encuentran muchas de las democracias contemporáneas, cuya salud no se recuperará desalojando las pasiones del espacio público, sino promoviendo afectos políticos que colaboren con la integración y la vida en común.

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1La experiencia norteamericana ha sido la más documentada con relación al creciente gap ideológico que fue separando a votantes demócratas y votantes republicanos a lo largo de las últimas décadas. Levitzky y Ziblatt plantean el proceso en términos de clasificación de los votos por ideología. Observan que desde 1965 se hace patente que la filiación a uno de los dos partidos es un predictor de una cosmovisión del mundo crecientemente diferente a la propia de los votantes rivales. “Hacia el año 2000, los partidos Demócrata y Republicano habían dejado de ser dos grandes ‘carpas’ ideológicas” (Levitsky y Ziblatt, 2018).

2Si bien queda fuera de las posibilidades del presente artículo, resultan muy estimulantes los análisis de la polarización que se formulan desde el análisis del discurso político. Al introducir la noción de “rupturas cognitivas”, seguimos las reflexiones de Marc Angenot, quien en su texto “Diálogo de sordos: tratado de retórica antilógica” (2016) formula descripciones sobre el rol del lenguaje en los fenómenos de dicotomización que estamos analizando. En síntesis, la idea de “cortes cognitivos”, es la diferencia entre que la opinión del “otro” nos parezca errada y nos parezca abiertamente “irracional”. Bajo contextos de polarización, la opinión del rival nos resulta racionalmente inválida.

3No estamos proponiendo que sean lo mismo, tal es así que Garrido, Martínez y Mora (2021) demuestran que la sociedad española, por ejemplo, presenta altos niveles de polarización ideológica y comparativamente bajos niveles de polarización afectiva. Lo que nos interesa enfatizar es la intimidad que existe entre ambos conceptos y dimensiones de la polarización política.

4Los resultados de esta medición se encuentran disponibles en https://bit.ly/3FpfibF Los resultados de esta medición se encuentran disponibles en https://bit.ly/3Qpl3vl

5Por el crecimiento de La Libertad Avanza como fuerza a nivel nacional (al momento de redacción de este artículo, instalado como posibilidad de acceder a un balotaje y eventualmente al gobierno), los próximos estudios impondrán la necesidad de revisar la oferta política que organiza la polarización afectiva de la sociedad argentina en el futuro.

6El macrismo fue creado por el ex presidente de Boca Juniors y empresario Mauricio Macri. Su fuerza, llamada PRO, llegó al gobierno de la ciudad de Buenos Aires en 2007 y a la presidencia, junto a otras fuerzas, en 2015. En 2007, además de Jefe de Gobierno de la capital del país, Mauricio Macri se transformó en el principal adversario del kirchnerismo. Ver Vommaro, Morresi y Bellotti (2013).

7En el caso de Cristina Fernández de Kirchner, ocupa actualmente la Vicepresidencia de la Nación. Y en el caso de Mauricio Macri, su liderazgo en el Pro, partido del cual es fundador, y en Juntos por el Cambio en términos amplios, no ha sido desplazado.

8El significante “amor” ha ocupado un lugar destacado en la narrativa política del kirchnerismo. “El amor vence al odio” fue una de las consignas más importantes en el lenguaje político de la militancia de ese sector. Ver Losiggio y Macón (2017).

9Por ejemplo, Granberg (2020), hace un repaso de los principales análisis sociológicos de esta época a nivel internacional. Y a nivel local, el Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismo viene analizando la aceptación de los discursos de odio (ver Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, 2021).

10El jueves 1 de septiembre de 2022 a las 20:52 tuvo lugar el intento de asesinato a Cristina Fernández de Kirchner. El atacante, Fernando André Sabag Montiel, gatilló en dos ocasiones frente a la vicepresidenta, pero los disparos no se produjeron. En el plano judicial, la causa aún avanza. En el plano del análisis político, muchas interpretaciones establecieron alguna clase de causalidad entre los discursos de odio, vinculados a las extremas derechas radicales, y el atentado (Ipar, 2022). Análisis similares suscitaron el asalto al Capitolio y la toma del Congreso, la Corte y el Planalto en Brasilia por simpatizantes de Jair Bolsonaro luego del reciente triunfo de “Lula” da Silva en Brasil. No podemos asegurar un nexo causal entre los datos registrados por nuestros estudios y el atentado a la vicepresidenta, sin embargo resulta oportuno consignar el episodio, y sus lecturas, como parte de intensos debates y hechos políticos que atraviesan el horizonte temático del presente artículo.

11Realizamos un reprocesamiento de las variables analizadas en las secciones anteriores e imputamos un valor=1 para las categorías “extremas”. Para la variable “endogamia ideológica” se imputó un valor igual a 1 a aquellas respuestas que indicaban “no” tener entre sus amigos o familiares personas que apoyen al líder del espacio opositor al propio. Se imputó el valor 1 al “sentimiento muy negativo” frente a la posibilidad de parejas mixtas; tener estereotipos negativos del otro político, percibirlo como una amenaza, expresar “amor” hacia el líder propio, expresar “odio” hacia el líder político rival; el apoyo intenso al espacio político propio y rechazo intenso al espacio político rival. Las otras categorías de respuesta fueron asignadas con un valor=0 a los fines del cálculo de la media para cada variable.

Recibido: 02 de Abril de 2023; Aprobado: 20 de Octubre de 2023

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