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Cuyo

versión On-line ISSN 1853-3175

Cuyo vol.28 no.2 Mendoza jul./dic. 2011

 

ARTÍCULOS

Espacio, comunicación y convivencia: Problemas éticos de la ciudad latinoamericana

Space, Communication and Coexistence: Ethical Problems of the Latin American City

 

Víctor R. Martin F.1

Universidad del Zuliá, Venezuela

 


Resumen

El artículo enfoca los problemas de convivencia en las ciudades latinoamericanas, marcadas por procesos de urbanización sin articulación, regidos por lógicas de poder y caracterizados por la falta de equilibrio y equidad. Se exploran las posibilidades de pasar de territorios de supervivencia, con relaciones sociales de dominio y violencia, a espacios de comunicación y a lugares de sentido, a través de prácticas, políticas y estrategias de convivencia.

Palabras clave: Ciudades latinoamericanas; Supervivencia; Comunicación; Sentido; Convivencia.

Abstract

The article focuses on the problems of living in Latin American cities, marked by urbanization processes without articulation, governed by logics of power and characterized by a lack of balance and fairness. It explores the possibilities to move from territories of survival, with social relationships of domination and violence, to communicative spaces and places of meaning through practices, policies and strategies of coexistence.

Keywords: Latin American Cities; Survival; Communication; Meaning; Coexistence.


 

Introducción

Las ciudades de América Latina no escapan a la tendencia mundial, más notoria en los países pobres, de concentración creciente de la población en centros urbanos, con altos niveles de complejidad, conflictividad y fragmentación. En este marco, que no es exclusivo de las mega ciudades sino del conjunto de ellas en la región, cabe preguntarse si es posible hablar de vida urbana o de las ciudades como espacios para la vida, o bien si es inevitable caracterizarlas como meros territorios de supervivencia.

El proceso de concentración urbana se da, en América Latina, en el marco del conjunto de situaciones negativas representado por carencias, inequidades y exclusiones que caracterizan el orden global. Dicho des-orden regional-global, incide en el predominio de condiciones de vida marcadas por la violencia y la inseguridad, por la dependencia (de las dádivas del Estado o de intereses económicos o ideológicos) y por la incapacidad de proyecto. Tales son, en definitiva, las características de una situación de supervivencia, bien lejana de la capacidad de construir un proyecto de vida común, en el cual los ciudadanos deliberen, acuerden y ejerzan un cierto grado de poder sobre la calidad de vida que desean. En el fondo, como lo señala V. Serrano (2004), entre las consecuencias de la globalización están el fin de la política, el distanciamiento del ciudadano frente a los centros de poder y el incremento de la violencia; caracteres que parecen marcar la vida urbana en las ciudades de América Latina. En particular, se acentúan las condiciones de exclusión de grandes sectores de la población con respecto al acceso a bienes económicos, sociales, políticos y culturales, como lo indica E. Dussel desde el marco de la perspectiva ética latinoamericana (1998).

Cabe preguntarse si la situación de los habitantes de las ciudades latinoamericanas permite, además de la lucha por la supervivencia, algún grado de desarrollo de las capacidades para construir proyectos de vida individual y colectiva, articulados de modo plural en la compleja trama urbana. Y, además, si tales proyectos de vida, en el caso de ser posibles, se apoyan en la capacidad básica de la condición humana: la capacidad de elegir, según lo señala A. Sen (2002). Esa ciudad, como espacio para el desarrollo de las capacidades de quienes la habitan, representa el tejido "de las combinaciones alternativas que una persona puede hacer o ser: los distintos funcionamientos que puede lograr". La ciudad puede ser, así, el despliegue de la potencialidad humana (dynamein, según Aristóteles), como capacidad para existir o actuar. Supervivencia o vida de calidad marcan una tensión; en América Latina, los "límites de la ciudad" pueden estar dados por los límites (económicos, sociales, políticos) de la capacidad para escoger las diferentes combinaciones de posibilidades de articulación entre realización individual y colectiva. Tales límites están representados, en las ciudades latinoamericanas, entre otros por el impacto de la pobreza, la desarticulación de la familia, la falta de educación y la desigualdad de oportunidades, en lo que B. Kliksberg denomina "la agenda ética pendiente en América Latina" (2005).

La ciudad como problema ético-político

Que las ciudades, con sus problemas, características y dificultades, sean un tema importante y urgente para arquitectos, planificadores, urbanistas, economistas o politólogos no cabe duda. Al mismo tiempo y tomando en cuenta que es en las ciudades donde se piensan y se construyen en la práctica nuevas formas de participación y de ciudadanía y, en definitiva, formas complejas de humanización (o de des-humanización), no es en absoluto extraño que el tema de la ciudad interese a filósofos y humanistas, ocupados desde siempre en descifrar las mediaciones en las que se expresa la condición humana. Desde Platón, uno de los primeros grandes teóricos de la polis, hasta los estudios de Foucault sobre el poder, la ciudad se ha debatido entre visiones autoritarias o democráticas. La pretensión platónica de unificación autoritaria de la ciudad, que según Agacinski (1998) niega toda diferenciación, aun la de género, que en cuanto régimen totalitario sacrifica la libertad de los individuos a favor del orden de la ciudad, ha tenido seguidores en diferentes épocas de la historia y llega hasta el presente.

En las antípodas de la herencia platónica, cuya utopía de la ciudad -fundada en la belleza, el orden y la justicia- termina por privilegiar la organización, el vivir organizadamente de acuerdo a principios de carácter absoluto, se sitúa, en cambio, la tradición de ciudades entendidas como espacio de vida, donde lo público -construido desde la política y la ética- está constituido por la convergencia de las prácticas de los ciudadanos en la construcción (democrática) de un bien común. Como lo señala C. Colina (2007), esta tradición abierta se apoya en "la noción de la ciudad como casa democrática del ser civilizado, en principio regida por unas normas aceptadas y respetadas por la mayoría de sus ciudadanos, pero que no aplanan ninguna expresión humana". Interpretando los planteamientos de L. Castro Leiva (1999), acerca de la ciudad como res pública, como forma de vida construida por prácticas cívicas en la felicidad de un bien común, el autor señala que, en el contexto urbano venezolano actual, ciudad, política y moralidad no están correlacionados por lo que, hoy más que nunca, se acentúa la necesidad de repensarse y confrontarse desde las relaciones entre la ética y el modo de ser de la sociedad venezolana (Colina, C. 2007).

Ciudad / territorio y espacio

Desde que los seres humanos comenzaron a establecerse en asentamientos, disponer de un territorio ha sido una condición para la supervivencia, hecho aun dramáticamente presente en muchos conflictos contemporáneos. Al territorio se vinculaban las actividades productivas materiales, la construcción de relaciones de poder y el desarrollo de mecanismos para la defensa. El territorio nació como extensión que se conquistaba para ejercer sobre ella el dominio, el control y la administración. En tal sentido, dicho concepto tiene un origen militar -vinculado con la conquista y la defensa-, y administrativo, relacionado con la provisión de recursos para la supervivencia. Desde el punto de vista militar, el dominio del territorio supuso, desde sus orígenes, un primer momento de fragmentación, con el objeto de identificar y organizar a los actores sujetos a control, y un segundo momento de reunificación en una estructura de comando centralizado. El territorio urbano, como lugar de asentamiento de los seres humanos, ha sido históricamente objeto de procesos de fragmentación / reunificación impuestos a esos mismos seres humanos. Ciudades-objeto (económicas, ideológicas, religiosas) compuestas por ciudadanos-objeto, lejanos de la condición de sujetos que puedan decidir su forma de vida.

Las ciudades de América Latina han sido, desde la época de la colonia, realidades fragmentadas y reunificadas sin el protagonismo de sus actores, los ciudadanos, manipulados por el poder, la ideología o el mercado. Despojados o disminuidos en su capacidad de elegir y, por lo tanto, afectados negativamente en la calidad de su vida política, reducida a supervivencia. La historia de las ciudades latinoamericanas y de sus movimientos sociales y reivindicativos puede mostrar cómo la difícil construcción de condiciones que permitan un cierto nivel de ejercicio de la vida política ciudadana, ha supuesto una sucesión de esfuerzos de desterritorialización -en el sentido de resistencia a condiciones de control y dominio- y una concomitante serie de intentos de re-territorialización, orientados a construir espacios comunicativos, inicialmente reducidos pero potencialmente abiertos a su articulación, para recuperar en alguna medida: 1) protagonismo ciudadano en cuestiones prácticas y vitales; 2) comprensión y crítica de las lógicas que determinan las interacciones urbanas; 3) recuperación de los sentidos de la vida en común.

La noción de espacio, a diferencia de la de territorio, no está centrada en el dominio, sino en la comprensión. No está centrada en el control, sino en la comunicación. No responde a una lógica de intervención, sino de integración. Para construir espacios urbanos de comunicación ha sido necesario re-construir territorios, ya no desde la hegemonía, sino desde el pluralismo, la diversidad y la concertación. Re-territorialización no para la ciudad-total sino para el barrio, la urbanización, el sector; partes de una ciudad fragmentada que, a pesar de ello, pueden ser escenario de nuevas formas de interacción entre los ciudadanos, sobre la base de un abordaje en común de problemas concretos prioritarios que renueva formas valiosas de cooperación y puede contribuir a desarticular la violencia.

La realidad de las ciudades latinoamericanas evidencia, sin embargo, serios obstáculos para la construcción de espacios de vida en común. En efecto, en muchos casos, a partir de la fragmentación, la reterritorialización ha sido realizada por grupos violentos, vinculados a la criminalidad o a ideologías intolerantes, que hacen de los sectores que controlan el territorio de una lucrativa acción intimidatoria. Las ciudades han pasado a ser territorios de inseguridad criminal o política, caracterizados por exigencias de sumisión para quienes lo habitan o vetados para los diferentes, todo ello ante la pasividad, impotencia o complicidad de las autoridades. Territorios de supervivencia fundada en el temor, retroceso de la ciudadanía, aceptación resignada de esquemas autoritarios que, a pesar de una retórica en contrario, frecuentemente se benefician de la inseguridad y la violencia por el retraimiento de la ciudadana y el avance de los espacios de dominio que esto les otorga.

La ciudad, como lo señala O. Islas (2007), es "un espacio abierto y heterónomo, cuya teleología es un deseo de 'completud', de finalización, el cual, por supuesto, nunca llega a ser plenamente satisfecho". Entendida desde la crisis y el desencantamiento que hoy producen las urbes, la ciudad es búsqueda, intento de resolver problemas de funcionamiento, de dar explicaciones de sus interacciones y de alcanzar sentido de sus vivencias comunes. Ciudades fragmentadas, descentradas, fragmentarias y polisémicas, local y global al mismo tiempo, multicultural y atravesada por diversas temporalidades. Ciudades latinoamericanas que combinan, de modo complejo y confictivo, signos de premodernidad, modernidad y posmodernidad. Ciudades por capas, combinación desarticulada de territorio, espacio y lugar. Ciudad como lugar de lo múltiple (étnico, social, ideológico) y de lo pluri (vida en pluralidad de perspectivas, pluralismo político). M. Gausa (2004) indica que "la ciudad podría ser definida como multi-espacio descompuesto y mestizo, dinámico y definitivamente inacabado, hecho de convivencias y evoluciones interactivas y enlazadas". Lugar de lugares, abanico de ciudades dentro de la ciudad.

Ciudades de supervivencia

¿Son las ciudades en América Latina territorios de supervivencia o espacios de convivencia? ¿Están marcadas principalmente por relaciones de dominio, competencia y control, ejercidas en provecho de caudillos, sectores o grupos o, en cambio, pueden articularse en tramas sociales de solidaridad, comunicación e integración de actores y perspectivas, diversas pero convergentes? En cuanto la determinación de la conducta humana resulta inevitablemente influida por las condiciones físicas, sociales y culturales en las que se ejerce, las ciudades latinoamericanas, como ámbito de existencia de grandes masas humanas, son el área donde las citadas condiciones pueden articularse a comportamientos de supervivencia, regidos por el poder y el dominio, o a conductas de vida ciudadana, convivencia, estructuradas sobre el avance en acuerdos valorativos, actuaciones eficaces y equilibrios negociados.

Un enfoque ético puede mostrar las implicaciones negativas, para la calidad de vida y para la realización de las capacidades de los seres humanos, de las condiciones de lucha por la supervivencia que caracterizan a las ciudades de América Latina. Uno de los elementos de la compleja situación de estas ciudades es la fragmentación. Fragmentación al menos en tres niveles: vivida, como refugio e intento de vivenciar una unidad (ciudad) que se escapa de las manos; simbolizada, en nuevos símbolos que intentan recrear un estrecho espacio común; pensada, como justificación y resignación, como una especie de elección racional del mal menor. Es la fragmentación de la ciudadanía y del ciudadano, en tiempos de una necesaria ciudadanía global. Es la fragmentación de la persona, en tiempos que requieren una visión humana global y una ética global.

La fragmentación, que parece propia de las sociedades postmodernas, caracteriza también a lugares que no han accedido plenamente a la modernidad. Las ciudades latinoamericanas son realidades fragmentadas, no propiamente en islas de felicidad y consumo, sino en islotes de supervivencia, creados, bajo la presión de la inseguridad y la amenaza, por sectores de ingresos altos o medios pero más notoriamente por amplios sectores populares arrinconados por la criminalidad, la drogadicción, la intolerancia y la agresividad políticas. Fragmentación defensiva, que conduce a visiones estrechas de la comunidad, solo fundadas en la defensa de intereses o bienes, o en la apropiación o invasión de lo que se considera útil a un grupo. Tales visiones estrechas de la comunidad, dificultan y contradicen el fortalecimiento de la sociedad civil. Ante esta realidad, no parece la vía adecuada la organización de las ciudades "desde arriba", con una trama legal que desde el poder determine la composición de comunidades, comunas o ciudades. Ello es tarea de la sociedad civil, a través de complejos pero insoslayables procesos de comunicación, negociación y coordinación con múltiples actores.

Fragmentación, sentido y responsabilidad

Con la fragmentación la ciudad ha ido perdiendo su sentido unitario. Ya no es posible vivirla directamente, sino que se la percibe, cada vez más, a través de las imágenes o informaciones de los medios o desde los discursos políticos, que pueden promover u obstaculizar la visión unitaria, plural e incluyente de la ciudad en su conjunto. Han quedado opacados en su papel como elementos de visión convergente, otros discursos, como el estético o el pedagógico. Surge de ello una doble responsabilidad. Por una parte, resulta importante la visión que presenten los medios de comunicación, puesto que ellos sustituyen la experiencia del ciudadano común acerca de la ciudad total; su influencia puede ser decisiva para experimentar la vivencia de algo en común a los habitantes de los fragmentos de ciudad, experiencia básica para la construcción (ética) de un tejido de valores compartidos. Cabe entender aquí que valores compartidos son los que se descubren, gracias a un trabajo comunicativo abierto, desde la vivencia de un pasado y un presente de convergencias (afectivas, volitivas, comportamentales).

Si los medios pueden contribuir a la experiencia de lo compartido, el discurso político de los líderes puede ayudar a pensar lo común, a pensarse como miembro de algo común, de un proyecto con valores comunes, de una comunidad incluyente. El tejido de valores incluye valores compartidos, que se descubren, y valores comunes, que se construyen, desde una decisión de formar comunidad con sentido abierto, decisión de los ciudadanos en la que puede influir positivamente un discurso político con ciertas características: en primer lugar, que muestre interés por los problemas de las personas reales en tanto que ciudadanos, y no en cuanto militantes o seguidores de un proyecto de poder o de una ideología, a los cuales deban plegarse para ver satisfechas sus necesidades. En segundo lugar, un discurso que convoque al diálogo, la negociación y la solución constructiva de los conflictos, y no discursos agresivos, intimidatorios o que convoquen al enfrentamiento. Así como puede favorecer la convivencia, el discurso político puede también estar orientado a fortalecer la fragmentación de la ciudad en pedazos que, comunicados verticalmente con el poder (más dominables), desaliente y destruya el nivel horizontal e intermedio de la convivencia en la pluralidad y el respeto activo.

La ciudad no está llamada a ser un territorio fragmentado a controlar, a través de la asociación de grupos militantes vinculados verticalmente con un poder central. Son los ciudadanos, en el ejercicio civil de una lógica política, los encargados de construir, en medio de no pocas dificultades, nuevos espacios de convivencia. En tal sentido, un enfoque diferente de la fragmentación puede ser el punto de partida de nuevas formas de articulación de lo urbano, en las que se entrecruzan lo local y lo global, lo físico y lo virtual, gracias a nuevos discursos que superen las visiones simplificadoras, las telarañas ideológicas o las pretendidas leyes naturales aplicadas a las relaciones sociales. Ello supone explorar los procesos de desestructuración y reestructuración de formas geográficas, socioeconómicas y culturales y la elaboración de un mapa de la supervivencia urbana, que oriente su desarrollo hacia un nuevo mapa de convivencia en la ciudad.

La ética y los mapas de convivencia

La recuperación del sentido unitario de la ciudad no es otra cosa que la recuperación del sentido de esta, o, lo que es lo mismo, la percepción de que es posible trazar caminos hacia la convivencia, identificar y superar obstáculos (físicos, socioeconómicos o culturales) y acordar normas para valorar la importancia de los núcleos comunicativos principales. Ello representa la posibilidad de valorar momentos en los que la ciudad puede existir episódicamente: por ejemplo, en la solidaridad ante una catástrofe, en un acto electoral u otro importante para la vida política, en ciertas fiestas de tipo cultural. En estos casos, el discurso de los medios, el discurso político y ciertos actos de gobierno y el discurso cultural (en el que instituciones como la Universidad tienen un papel decisivo) pueden reunir en totalidades imaginarias los fragmentos dispersos de ciudad y devolverles el sentido de partes articuladas de un entramado urbano.

Desde la óptica del trazado de un mapa de convivencia urbana, se encuentran, en tales totalidades imaginarias, puntos de partida -que pueden ser multiplicados- para potenciar la vivencia de lo compartido y el pensamiento de lo común. Estos puntos de partida pueden desarrollarse para fortalecer y mejorar la existencia no sólo episódica de la ciudad, en los niveles relativos al tiempo, el espacio, la profundidad, la autonomía y la programación de la convivencia en un proceso de corresponsabilización.

Desde el punto de vista del tiempo, los mecanismos comunicativos pueden contribuir a que las situaciones puntuales de convivencia pasen de transitorias a permanentes. Desde el nivel del espacio, que la convivencia restringida en espacios privados pase gradualmente a ser convivencia abierta en espacios públicos, ampliando y proyectando el sentido de comunidad. Desde la perspectiva de nivel de profundidad de la convivencia, cabe desarrollar iniciativas para evolucionar de su nivel superficial a una convivencia profunda y reflexiva, que comporte involucramiento y compromiso mutuos. Con relación a la autonomía, es posible impulsar un nivel de convivencia crítica y autónoma, que reemplace a la mera actuación inconsciente y reactiva ante estímulos externos. Finalmente, en lo que se refiere a la programación, la concertación entre los discursos políticos, educativos y de los medios puede impulsar una pedagogía de la convivencia urbana y, a través de múltiples actividades acordadas entre sociedad civil, instituciones y gobierno, pasar de un nivel de convivencia espontánea a una convivencia programada.

Un mapa acordado de convivencia urbana puede contribuir a orientar el dinamismo vital de la ciudad, puede indicar a cada actor social cómo moverse en un territorio compartido (la ciudad), para transformarlo en un espacio común (la vida urbana). Pero para ello es necesario construir en común ciertos perfiles básicos de convivencia, capaces de impulsar, desde las familias, las organizaciones, las empresas y las instituciones educativas, una vida urbana sustentable y no solamente una supervivencia no responsable del futuro.

Superar el mero nivel de la lucha por la siempre problemática subsistencia. Superar la vana pretensión de ir cada vez más rápido, sin saber hacia dónde. Navegar, sin naufragar, en la tensión entre "el delirio globalizador y la avidez cultural", en un espacio compartido, a la vez comunicativo e informacional (Sánchez Vergara, 2007). Ir más allá de la indiferencia para con el diferente, aprisionados en líneas paralelas de significación y actuación, que no se tocan aunque se entiendan. Más allá de la supervivencia y de la coexistencia, la ciudad, como lo indica R. Sennet, "es un lugar en el que el individuo aprende a convivir con el desconocido y entra en contacto con experiencias e intereses de formas de vida poco familiares. La igualdad anula la mente; la diversidad la estimula y la ayuda a crecer" (2003, 58). Espacio para la biodiversidad, la sociodiversidad y la diversidad cultural y valorativa, el espacio urbano puede ser, en una red de interactuaciones que permitan avanzar en un proyecto común de vida, el lugar de sentido (local, global, humano), para el autoconocimiento, la autovaloración y la autoafirmación en los que se articulen lo individual, lo grupal y lo colectivo.

Competencias morales para la convivencia

Es imprescindible desarrollar un conjunto de competencias básicas para la convivencia urbana. Ellas son, principalmente, competencias morales que permiten, a través de actuaciones sobre problemas concretos como situaciones donde está en juego la vida, el sufrimiento del otro o la equidad, avanzar hacia una inteligencia ética para convivir, que engloba la inteligencia social, la inteligencia solidaria y la inteligencia emocional. Los más recientes estudios en el ámbito de las ciencias cognitivas muestran que el cerebro humano está dotado de predisposiciones morales, un "disco duro" de competencias morales, común a todas las culturas, cuyo desarrollo puede favorecer la convivencia. La moral no se reduce a ello, pero encuentra allí un fundamento útil para la vida (Bilbeny, N. 2003).

No se trata de una especie de moral "natural" que escapa a la consciencia. Se trata, más bien, de un referente para el cultivo de una inteligencia ética orientada a la convivencia (Martín, V. 2004), que se nutre de dicho patrimonio gen-ético y desarrolla una propensión a la cooperación como conducta ventajosa y útil para la vida. Ella, sin embargo, tiene que ver igualmente con el manejo comunicativo adecuado de otro aspecto presente en los seres humanos: la propensión a la violencia, como punición a quien se rehúse a la cooperación -fácil justificación de muchos autoritarismos-. En la ciudad los comportamientos de los hombres, en lo que éstos tienen en común con todos los vivientes, parecen moverse entre niveles de cooperación o violencia; pero las conductas humanas, en lo que tienen de específicas como propias de seres dotados de lenguaje y capacidad reflexiva, pueden privilegiar la cooperación y minimizar la violencia. Las ciudades de América Latina parecen construidas sólo sobre la violencia: simbólica, social, política; se presentan como territorios de supervivencia, marcados por el control, la competencia agresiva o la intimidación. Pero pueden ser repensadas y reconstruidas, como lo señala B. Kliksberg, sobre la base de la cooperación: con iniciativas concretas sobre problemas de comunicación, acceso a la educación, a la salud o al empleo, que involucren a redes de asociaciones, universidades, empresas y poderes públicos. Reconstruidas como espacios para la vida, espacios donde una sociedad se piensa y se construye a sí misma, en el complejo y difícil ejercicio de la convivencia.

A modo de conclusión

Un enfoque ético de los problemas de convivencia en las ciudades de América Latina puede rescatar elementos valiosos de algunas de las perspectivas desde las que se las ha caracterizado. De la visión cultural de la ciudad, cabe rescatar la importancia del compromiso con el pasado, con la historia de la ciudad latinoamericana como fuente de potencialidades identitarias y de desarrollo. De la visión compleja de la ciudad, donde se entrecruzan premodernidad, modernidad y postmodernidad y se desvanecen fronteras entre lo culto y lo popular, lo público y lo privado, lo local y lo global, resalta la importancia de las experiencias de la ciudad vivida. De la visión tecnológica, en especial del papel de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación con relación al establecimiento de redes comunicativas, es posible derivar un patrón de eficacia para el abordaje de los problemas de la calidad de vida.

Dicho enfoque puede mostrar que, a partir de un conjunto de iniciativas concretas, se puede reconstruir el sentido de la ciudad como articulación de sentidos múltiples, correspondientes a los diferentes actores y sectores, que -siendo diversos- pueden ser compatibles y cooperantes en una causa común. Se abre así el camino para pasar de la ciudad de supervivencia (de lo que no se quiere, pero parece obligatorio aceptar) a la ciudad de los ciudadanos (de las capacidades, ciudad-comunidad). Y de esta a la ciudad-proyecto (de las posibilidades concretas de convivencia), del poder-ser como construcción de una nueva ciudadanía, de un futuro deseable, posible y viable.

Notas

1- Profesor Emérito e investigador de la Universidad del Zulia, Venezuela. <martinfiorino@yahoo.com>

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