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Cuyo

versão On-line ISSN 1853-3175

Cuyo vol.29 no.1 Mendoza ene./jun. 2012

 

RESEÑAS

Lenkersdorf, Carlos. Aprender a escuchar. Enseñanzas maya-tojolabales.
México DF.: Plaza y Valdés Editores, 2008, 165 pp.

 

Jerónimo Ariño Leyden y Patricia Fernández

Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo

 

La lectura de este libro permite reflexionar acerca de la potencia que tiene una lengua para revelar visiones culturales y formas de construir los vínculos entre los sujetos. Y cómo el imaginario de una cultura dominante es puesto en tela de juicio a la luz de descubrimientos que suponen comprender de qué manera esos vínculos avasallan identidades, revelan incomprensiones y construyen falsos relatos.

Las condiciones relativas a la comunicación en las sociedades contemporáneas llevó a Carlos Lenkersdorf a detenerse en el estudio del lugar que ocupa "la escucha" en las culturas occidentales. Desbordados por la cantidad de palabras e imágenes desplegadas por los diversos medios de comunicación que nos saturan al punto de aturdirnos, no podemos escuchar todo con atención, por lo que las palabras se nos transforman en ruidos. Por esto, el autor explica la diferencia de significados entre el oír y el escuchar, dos palabras que en las lenguas europeas apelan a dos semas diferentes. Escuchar, a diferencia de oír, implica la recepción activa de los sonidos, remite a un significado que trasciende el campo de la percepción auditiva, integra el acto de oír y da mayor densidad a la actitud comunicativa del sujeto.

Según denuncia el autor, el escuchar hoy se encuentra en crisis. No escuchamos. Y esto tiene consecuencias no solo en nuestra relación con los otros, sino también en las formas en que los humanos nos relacionamos con el planeta. Esto puede observarse tanto en los diversos conflictos socio-políticos a lo largo y ancho del mundo, como en el cada vez mayor deterioro del medio ambiente, del cual a cada momento y con mayor fuerza, comienzan a observarse los efectos.

Frente a esta crisis del escuchar, el autor pone a consideración la experiencia vivida junto a los mayas tojolabales. Luego de un largo tiempo de convivencia con este pueblo de la región de Chiapas, en el sur de México, donde llegó con su esposa para aprender la lengua de este pueblo maya, nos ofrece en este libro las conclusiones de su investigación en torno a qué es escuchar para los tojolabales.

La lengua de los tojolabales no tiene escritura; la misma se perdió con la conquista española. Al momento de iniciar la investigación, los tojolabales no escribían su propia lengua, porque siempre les habían dicho, según el autor, que su idioma tenía sonidos que no encontraban símbolos correspondientes en ningún alfabeto. Ante esta situación, el investigador y su mujer, fueron escribiendo el contenido de las lecciones y tomando nota de las palabras que les decían los maestros mayas. El resultado fue novedoso, ya que por primera vez los tojolabales de la actualidad pudieron ver cómo es su lengua escrita. Con esto se pretendía derribar el mito que mantenía ágrafo a este pueblo.

Igualmente Lenkersdorf sostiene que "el escuchar" en las lenguas europeas es una realidad utópica, y que esta actitud de vida -ser escuchador de los otros-, no sólo es imposible en la cultura europea, sino que desde ella se mina toda posibilidad de escuchar porque Occidente rechaza la utopía de la igualdad. Esta tesis, la crisis de la cultura occidental, toma como ejemplos la Guerra de Afganistán, la Conquista de América, la corrupción de los gobiernos locales y la destrucción del medioambiente.

La palabra escuchada no necesita ser explicitada en las lenguas europeas, basta la acción del sujeto hablante para entender que estamos ante una situación de comunicación verbal (uno habla, entonces otro escucha). El sujeto que escucha está implícito y no se hace referencia a él. Esta jerarquización del productor por sobre el escuchador se observa también en la forma en que algunas lenguas organizan el discurso. La lengua es espejo de las relaciones sociales y en este sentido también es el reflejo de una organización socio-política que establece vínculos fundados en la exclusión del otro y en su avasallamiento. La conquista y la colonización de América, y sus posteriores consecuencias, son ejemplos de esa relación.

En tojolabal, la situación de comunicación se plantea en otros términos; no existe un sujeto y un objeto, sino dos sujetos en paridad de condiciones. La expresión ‘yo les digo' exige la presencia de dos interlocutores explicitados "yo digo, ustedes escuchan" (2SS, 2VV sin O). La relación comunicativa es dialógica e implica que cuando uno habla, necesariamente otro escucha. Sin el otro que escucha, no hay comunicación posible. Al escuchar, nos acercamos al otro y nos emparejamos con él. De esta forma, el yo se integra en el ‘nosotros'. Mediante el escuchar, que nos arrima a la voz, el otro deja de ser un extraño que me amenaza y puede agredirme. Escuchar nos acerca y rompe prejuicios para mostrarnos al otro como "un semejante".

En el "nosotros" maya-tojolabal, no está negado el yo, sino que se integra al primero mediante el compromiso. De modo que mediante el compromiso de los yo particulares que se escuchan, se integra el nosotros. Todos los miembros del nosotros forman un solo cuerpo, en el cual cada uno es respetado y escuchado, y en el cual todos tienen parte en la toma de decisiones. Esto se observa claramente en la forma en que los propios tojolabales se refieren a las partes del cuerpo humano. No dicen ‘mi mano' o ‘mi cabeza', sino ‘nuestra mano' o ‘nuestra cabeza'. Al utilizar el pronombre posesivo de primera persona plural indican que su cuerpo es también el de todos. El cuerpo nuestro incluye el mío, el tuyo, el suyo. En esta denominación la referencia alcanza a todos los seres vivos y no solo a los humanos.

Desde esta perspectiva, el "nosotros" es un concepto abarcador de todas las relaciones. Arrimarnos a la voz implica saber escuchar. Los tojolabales, según el investigador y a la vez alumno, diferencian la voz interior de las voces del corazón. Piensan que la voz interior debe ser acallada por el corazón, silenciada para impedir el monologismo, porque es el corazón el que nos permite diferenciar entre el yo interior y el nosotros que está afuera. El corazón es la voz del nosotros. Escuchar con el corazón es más que un acercamiento a otra voz, es una necesidad de completamiento que permite salir de nuestro interior, dejar de estar solos con nosotros mismos.

Del mismo modo, frente a este decir del corazón, se encuentra el diálogo interior, que a diferencia del otro diálogo, nos reafirma en lo que sabemos y queremos, da fuerza al egocentrismo. En cambio el corazón nos conecta con el nosotros y con el resto de los seres vivos. Es la voz del mundo que nos habla desde nuestra propia interioridad. Como ejemplo, el autor nos cuenta una anécdota donde una niña le cuestiona al científico la costumbre de aislarse para pensar mejor, y le explica que en su pueblo nadie se aísla para sentirse mejor o para pensar mejor, porque es mejor pensar junto a otros.

En este sentido, aprender a escuchar integra dos actitudes: dejar de concebir la palabra como una propiedad del que habla, por una parte, y por la otra, escuchar con el corazón para recibir la palabra del otro y construir el nosotros. Esta construcción parte de la premisa de que todo tiene corazón: la Tierra es un organismo vivo y los seres humanos son parte de una unidad que no diferencia entre lo vivo y lo no vivo. Los tojolabales, por ejemplo, no llaman muertos a los ‘muertos', sino "vivientes en general". Creen que ellos pueden ver y escuchar todo. Los muertos son testigos de lo humano. Todo tiene corazón y puede hablar y ser escuchado. El ja´altsili o ‘todo vive' tiene importantes consecuencias: borra las diferencias entre todos los seres del mundo (no solamente entre las diferentes especies clasificadas por la tradición occidental dentro de lo viviente, frente a lo no viviente). Este borrar las diferencias refleja un profundo respeto a lo que conocemos como naturaleza, en todas sus manifestaciones. Noción que es opuesta a la que tienen las sociedades dominantes cuando, por ejemplo, hablan de recursos naturales.

Para Lenkersdorf, la cultura europea, expresada en una lengua que no puede concebir el escuchar porque su estructura egocéntrica se lo impide, ha generado y reforzado situaciones de comunicación que silencian, reprimen y destruyen toda manifestación popular que subvierta el orden instituido. Es el caso de las asambleas de los escuchadores, ancestral espacio de comunicación y debate que los pueblos mayas mantienen en la actualidad como forma de resistencia al poder del Estado representativo en las democracias centroamericanas. La expresión del nosotros en la cultura maya, y su consolidación como comunidad de vida y de construcción política, se desarrolla sobre la base de los principios del emparejamiento, en una relación dialógica de construcción de poder popular que rechaza la representatividad política y resuelve los conflictos comunales desde la práctica de una democracia participativa. La asamblea es un espacio donde todos hablan y todos escuchan para resolver por consenso los problemas colectivos. Curioso dato es el que hayan sido prohibidas por la colonia española durante la conquista y reemplazadas por las "ordenanzas de los oidores". La cultura dominante ha impuesto la democracia formal y representativa como única forma de escuchar la voz del pueblo, dice Lenkersdorf. Y desde esa imposición, incomprensible para los originarios, la responsabilidad del gobierno queda en manos de unos pocos. Interpretantes deficientes de las necesidades colectivas que silencian las voces del nosotros, toman el poder como una propiedad individual, ratifican los procesos de exclusión social y fomentan la violencia.

Lenkersdorf sin dudas intenta mostrar de manera sucinta, aunque por momentos tal vez un poco esquemática, cómo los tojolabales se relacionan entre ellos y con el mundo que los rodea. Dada la situación en la que se halla la cultura occidental, el autor propone "aprender a escuchar" a los tojolabales, como alternativa para poder superar este momento histórico de crisis cultural. Sin embargo, la visión que nos presenta de los maya-tojolabales, no deja de tener un sesgo que raya la inocencia. Presenta a este pueblo maya como un espacio idílico, en el cual está ausente el conflicto, o que de estar presente, solo proviene de la interacción con la sociedad dominante. El autor da a entender que el pueblo mencionado vive en un clima utópico en el cual no hay injusticias ni desigualdades. Este recorte por lo menos nos hace dudar de la percepción del científico, porque no solo se invisibiliza el conflicto hacia adentro de la comunidad, sino que también se omiten los detalles de la relación de los tojolabales con el Estado de México. Es llamativo observar que la descripción realizada por el autor, no hace ninguna referencia a la actuación militar del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en Chiapas y solamente adjunta un apéndice donde otros autores tratan el tema de la matanza de Acteal. Las situaciones reveladas en el apéndice y la omisión del tema en el cuerpo del libro, donde se hace una referencia al pasar de las Juntas del Buen Gobierno, estructura política del EZLN, por lo menos nos hace sospechar que las ideaciones sobre el pueblo tojolabal nunca han sido cruzadas por las situaciones de violencia que se presentan en el contexto político de México desde la aparición de los movimientos indígenas guerrilleros a fines de los ‘90, por motivos que el autor no confiesa, pero que sugieren la concepción de ciencia que subyace a la investigación.

Tampoco se problematiza ni se hace referencia explícita a un tema que aparece naturalizado en el texto: la evangelización. Si bien este fenómeno se ha producido en todo el mundo conocido, aquí aparece solo mencionado en forma anecdótica, restándole la verdadera importancia que tiene como indicador de la sumisión de una cultura a otra, mostrándolo como si fuera algo que simplemente sucedió. Esto lleva a preguntarnos: ¿Cómo se dialoga con otra cultura cuando la perspectiva de la religión dominante ofrece el contenido? ¿Cuál es el sentido de esta acción cuando un proceso que comienza con el descubrimiento de una visión superadora de los principios que rigen a una cultura comunitaria, se resuelve en la traducción de un texto paradigmático de la evangelización española, la Biblia?

También, a pesar de las buenas intenciones de Lenkersdorf, creemos que enseñar a escribir su propia lengua a un pueblo ágrafo podría tener implicancias: ¿Qué significa estudiar una cultura ágrafa y proponer como intercambio la escritura? ¿Cómo se aplican los modelos de escritura desde otra cultura sin imponer el propio saber? ¿Desde dónde se mira a otra cultura que perdió su escritura cuando se le propone el beneficio de utilizar los símbolos de la cultura dominante para escribir? Por estas razones, si bien el motivo de nuestro autor puede ser considerado como loable, no deja de estar teñido de eurocentrismo.

Los tojolabales, el pueblo de los buenos escuchadores (Tobol -verdadero- y ‘ab'i - escuchar), simbolizan la posibilidad de establecer relaciones de igualdad entre los miembros de una comunidad y con el mundo, desde la capacidad de escuchar a los otros con el corazón, para integrarse a una unidad mayor y dialogar con ella. Este es el desafío de nuestra cultura, ensimismada en el decir, obstinada en el mirar, pero que intenta hoy resignificarse.

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