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Cuyo

versão On-line ISSN 1853-3175

Cuyo-anu. filos. argent. am. vol.31 no.2 Mendoza dez. 2014

 

TEXTOS

Un reloj por un escudo. Diálogo epistolar entre José Ingenieros y Ricardo Rojas (1912-1914)

 

María Carla Galfione1 

Universidad Nacional de Córdoba / Instituto de Antropología de Córdoba-IDACOR / CONICET

 

La relación se establece desde el comienzo como un juego de intercambios en que las prendas en cuestión son un reloj y un escudo. El reloj, con el objeto de recordar la tiranía de un tiempo que nos corrompe, se enfrenta galante ante el símbolo de la protección más antiguo y más caro a los imperios y reinos. Pero es también el encuentro de dos tecnologías diversas. En uno, una maquinaria sofisticada es expresión del progreso de la ciencia y de la técnica. En el otro, aunque de una fortaleza infinitamente superior, gobierna una ingeniería simple. La diferencia en las armas vuelve desequilibrado el comercio y lo hace parecer, más que un trueque ecuánime, un dilema sin resolución posible.

Luego de leer el prólogo a Blasón de Plata, José Ingenieros envía un reloj a Ricardo Rojas como su aporte al intercambio y se dispone a la espera del libro. Ambos, el libro, que será leído un tiempo después, y el reloj, atraviesan el segmento de correspondencia que hemos seleccionado y que se abre precisamente con ese presente. Y son, por ello, el reloj y el escudo, buenas metáforas no sólo del modo como sostienen su relación ambos autores, sino de aquello mismo que están disputando. El tono de las cartas, amistosas y animadas por momentos, se funde con el malestar de la distancia que los mismos símbolos escogidos manifiestan. Una distancia de ideas, de horizontes que, si se hace más explícita luego de "Nacionalismo e indianismo", la carta que Ingenieros envía a Rojas en octubre de 1912, y de la respuesta que suscita, estaba sugerida desde la elección misma del motivo con que Ingenieros elige homenajear al autor del prólogo recientemente leído.

La sugerente contraposición entre los dos proyectos editoriales motorizados por estos intelectuales -La Cultura Argentina (Ingenieros) y La Biblioteca Argentina (Rojas)-, sobre la que Fernando Degiovanni trabajó hace unos años, fue, no cabe duda,  una hipótesis más que fructífera que nos abrió un camino para releer a estos autores. Sus ideas, desarrolladas en la vasta bibliografía de ambos, muestran también diferencias de fondo pero sin explicitarse como tales. La correspondencia, por fin, viene a confirmar de manera más íntima que, siendo parte los dos, uno por elección, el otro por herencia, de ese acotado universo de la elite del Centenario, son también expresión de proyectos encontrados.

El eje del diálogo que se establece en las cartas que aquí presentamos puede leerse como la expresión de ciertas diferencias en torno al modo en que se define la "patria" o la "nación" y a los elementos que hay que tener en cuenta al momento de avanzar, tanto en una definición, cuanto en las apreciaciones respecto del tipo de saber o discurso que debe ocuparse de su dilucidación.

Para Ingenieros, con quien iniciamos la presentación de este diálogo epistolar, la realidad se muestra desde un principio atravesada por la "mediocracia", expresión del hecho de que el intercambio mercantil se ha erigido en regla que articula todas las relaciones; un motivo recurrente entre los intelectuales de la época (carta n° 1). Se hace difícil hablar de "patria" en la medida en que faltan los ideales o la cultura que aglutina. Allí Ingenieros puede encontrarse con Rojas y juntos diagnosticar algunos males de la época. Pero, si nos atenemos a las seis cartas, vemos que esto se convierte, por parte de Ingenieros, en una de las principales diferencias que intenta marcar con el autor de Blasón. Los "ideales" se oponen, en la carta de Ingenieros, a "la tradición hispano-indígena" y a "las viejas oligarquías feudales", algo que reconoce por doquier en el texto de Rojas (carta n° 3). Ambos elementos son reconocidos de manera confusa en Blasón de Plata. Ingenieros remarca insistentemente la impronta hispano-indígena que acompaña la noción de "indianismo", viendo allí un recurso que eclipsa todo rasgo de cultura europea. Es el desplante de la cultura europea lo que permite explicar la anarquía y el caudillismo y, sin embargo, su interlocutor insiste con la valoración de lo "indiano", del "criollismo hispano-indígena".

Al leer "Nacionalismo e indianismo" tenemos la impresión de que se trata de una denuncia de un nacionalismo al que claramente se contrapone la mirada de Ingenieros. En ese texto hay un modelo de nación que aparece como centro de la disputa, como centro de las diferencias con Rojas, de las que Ingenieros parece no dudar. Uno atento a la novedad, a Europa como fuente de porvenir en nuestras tierras, a la necesidad de integrar al inmigrante, de homogeneizar para tener "patria", asimilando al europeo latino. El otro, con la mirada puesta en el pasado que no hace sino reproducir un sistema social y económico en el que la conformación de la burguesía resulta impensable. Y no es menor que aquí Ingenieros haya elegido la tutela de Sarmiento y recuerde Conflicto y armonías de las razas en América, esa misma obra que abre Blasón de Plata con la pregunta: "¿argentinos? Desde cuándo y hasta dónde; bueno es darse cuenta de ello", pero esa misma obra en la que el modelo a seguir deja afuera a España y sus tradiciones.

Atentos a estos aspectos, se destaca en esa larga carta de Ingenieros una importante preocupación por definir la patria y sus componentes en un contexto diverso al del siglo XIX. La europeización es la marca de esa novedad en relación con la cual es preciso pensar los ideales que habrán de conformar esa nación. De aquí se derivan dos elementos en la argumentación de Ingenieros que queremos notar. En primer lugar, que esa novedad pone en evidencia dos modelos sociales enfrentados: uno nuevo, que pone el trabajo en el centro de la escena: es la colonización de los hombres que trajeron el arado. Trabajo y tecnología en los medios de producción. El otro, el que ya estaba establecido: es el del feudalismo, la colonización hecha por hombres que vinieron a apropiarse de la tierra. El siglo XX es el siglo del arado, es decir, del trabajo y de la ciencia, y no ya el tiempo de las grandes extensiones y de una burocracia destinada a la legitimación del dominio de unos pocos. Es el siglo en que la burguesía destronará por fin al feudalismo. Las posibilidades de que la historia marche según ese ritmo de desarrollo y no se estanque en el tiempo están dadas en la Argentina, para Ingenieros, por las corrientes inmigratorias que llegan a sus costas. Y aquí aparece el segundo elemento: esa inmigración que conformará la nueva nacionalidad es europea y latina, no anglosajona. Y ello significa que serán grupos propensos a la nacionalización. Los sajones en cambio, dice Ingenieros, se han demostrado reacios a la adopción de la nueva nacionalidad y, en general, se conservan sin mezcla en nuestras tierras.

Con esto, nuestro autor nos pone ante uno de los elementos más problemáticos del momento a la hora de pensar la llamada cuestión social. La nacionalización de los inmigrantes era, en la arena política, uno de los puntos en conflicto. Se entremezclan aquí dos cuestiones: la de la nacionalización con la del lugar que se le asigna a la cultura anglosajona. Si, atendiendo solo al primer aspecto, vemos que simplemente pretende constatarse el diverso comportamiento respecto de la nacionalización ("Pocos colonizadores de esta última categoría -los anglosajones- se han agregado a nuestra nacionalidad; ingleses y alemanes siguen siéndolo en la Argentina"), se avanza inmediatamente en el otro sentido, frecuente en muchos intelectuales de la época, para reconocer la centralidad de la Argentina en la lucha contra la penetración  yanquiî. Los dos motivos se dan la mano: si se refuerza el carácter latino es tanto para reconocer la importancia de la nacionalización de los inmigrantes cuanto para distinguir esta cultura de la del Norte. Con lo cual, quizás no sea pretencioso leer ambos elementos como dos caras de una misma contienda en el marco del desarrollo del capitalismo y de su concreción en el imperialismo2.

Por su parte, la referencia persistente a los "ideales" es otro aspecto que parece provechoso resaltar y que completa de alguna manera lo que acabamos de afirmar. Los ideales son presentados en esta última carta (nº 3) como base sobre la cual puede conformarse la cultura de la patria. Ideales que se diferencian y hasta contrastan con la "realidad". Y aquí también surgen dos cuestiones a considerar. Se trata de un texto escrito en 1912 que, en la ya clásica periodización de la obra de Ingenieros propuesta por Oscar Terán, debe ser contado entre los que pueblan ese momento bisagra que implicó su partida a Europa. De hecho queda claro que la carta fue escrita en Lausana, Suiza, y enviada a su destinatario en Buenos Aires. La lectura misma del texto en cuestión, Blasón de Plata, habría sido realizada en Europa. En ese sentido, es interesante pensar esta carta como una de las primeras expresiones de Ingenieros hacia esa puesta a prueba de un lenguaje en parte distanciado del que había caracterizado sus escritos previos a su autoexilio. La noción de ideal, si bien desde nuestro punto de vista se articula perfectamente con sus escritos previos, puede ser entendida en este nuevo horizonte. Ahora bien, como hemos analizado en otras oportunidades, antes que significar un quiebre radical con el lenguaje cientificista, se trata de una noción que permite revisar algunas de sus formulaciones pero sin que ello implique una distancia radical con sus presupuestos (cf., Galfione, 2014). Sintetizando, "ideal" o "ideas" son términos que para Ingenieros se erigen sobre la base de las principales características de lo que entendía como conocimiento científico. El término "ideal" en modo alguno evoca para él un principio de tipo abstracto, metafísico o, llanamente, sin asidero en la experiencia. Al contrario, cae bajo esa categoría todo conocimiento que, elaborado a partir de la experiencia, no puede observarse directamente sino que se encuentra a la espera de nuevas corroboraciones. En ese sentido, no existe ideal sin experiencia porque el contenido de aquel se deriva de los datos que esta ofrece.

De ese modo, esos ideales de cultura a los que apela Ingenieros como condición de la "patria", a pesar de ser enfrentados a la "realidad", "en que se hartan los más", en absoluto son abstracciones o producto de meras especulaciones sin asidero en lo real. La no coincidencia con lo real no implica su ignorancia, sino que, al contrario, el ideal es algo que debe regir lo real en función de su conocimiento. Esta idea se completa entonces con el otro elemento que queríamos destacar: el lugar de los hombres cultos. La noción de "ideal" va acompañada de la de "culto" o "cultura". El sentido de tales términos se completa hacia el final de la carta que estamos siguiendo, al referirse a las universidades y a la cultura científica. La "clase culta", encargada de traer los ideales no es, dice Ingenieros, la que lleva adelante el país en esos momentos; esa clase, que es en cambio la que predomina en las universidades y en las revistas científicas, así como en los espacios destinados al arte y los periódicos, es toda europea. Se establece una línea imaginaria que divide el mundo de la política y el mundo de la cultura; de un lado residen los "indianos", del otro, los europeos latinos. A la luz de lo que más parece preocupar a Ingenieros por esos años -el estado de la política en el país, el despliegue de estos últimos y con ellos de las ciencias y la cultura- es condición para la realización efectiva de unos ideales nacionales que se muestren acompasados al ritmo que impone el porvenir.

La prenda en cuestión no hace, lo hemos visto, más que reforzar el despliegue argumentativo de Ingenieros en su crítica al sostenimiento de viejos símbolos feudales. Rojas demora su respuesta, y entretanto algunos sucesos confirmarían, a juicio de Ingenieros, las previsiones que hiciera en su carta de octubre de 1912 (carta n° 3)3. En su respuesta, Rojas se detiene a aclarar malentendidos y diferencias (carta n° 5). Entre ellas hay una que resulta valiosa para leer Blasón de Plata e, incluso, permitiría revisar la larga tradición que, tal como sugiere Dante Ramaglia, se inauguraría entonces en el ensayismo argentino: por "indianismo", aclara Rojas, comprende el resultado de las sugestiones de un ambiente "indiano". "Indiano" se denomina al ambiente a causa del nombre con el que lo bautizaron los europeos al pisar estas tierras. Y es ese nombre, y no las razas que originariamente lo poblaban, el que da identidad a sus habitantes actuales. Lo que parece ser el resultado de una sugestión del ambiente se funde, sin embargo, con la cultura llegada del otro lado del océano. Los indios sucumbieron; en pie quedaron sus tierras pero pasadas ya por el tamiz de la conquista y la colonización, receptáculo de un nombre. Rojas se refiere a la influencia del ambiente, a la geografía, pero al hacerlo los factores ambientales se van disimulando detrás del primado del alma: una determinación que se establece en función de una cultura y no de un medio4. Lo que predomina, dice, contra lecturas "positivistas" como la de Ingenieros, que otorgan centralidad a la raza en un sentido biológico, es el alma, a ella y no a otra cosa se refiere el "indianismo". Allí donde Ingenieros describía el "indianismo" como la mezcla de razas, Rojas advierte, tal como se observa en sus anotaciones, un discurso positivista y reclama otro tipo de lectura para su obra. Al hacerlo, parece querer resaltar una diferencia radical con su interlocutor: ambos leen la historia y el presente desde paradigmas no sólo diversos sino contrarios.

El mayor efecto de esa diferencia no se observa en una diversa valoración de las poblaciones originarias de la región, que étnica o culturalmente quedan desplazadas, aunque, es verdad, Rojas recuerda que la civilización recoge sus "residuos"; algo que el otro ignora5. La gran diferencia opera, en cambio, sobre la lectura del presente, sobre el modo diverso en que se juzga el pasado español y el presente cosmopolita. Sea por razones raciales o espirituales, la crítica de Ingenieros al componente hispánico no se condice con la reivindicación que hace de este Rojas, y, de manera inversa, lo mismo ocurre con el inmigrante. Se ha dicho muchas veces y los autores lo recuerdan al mencionar seguidamente a Sarmiento: se trataba de revisitar y, en algún caso, de invertir las categorías sarmientinas6.

El diálogo efectivo que nos permiten reconstruir estas cartas, evidencia la voluntad de ambos autores de plantarse en lugares diferentes. Así como Ingenieros busca marcar el "equívoco" que subyace a la obra de Rojas como recurso para erigirse en contrincante, del mismo modo Rojas quiere diferenciarse. Si el primero insiste quizás más en fórmulas que disimulan las diferencias al pasarlas como descuidos o vaguedades en la argumentación del otro que generan interpretaciones indeseadas, en el segundo, en cambio, se delimita con más énfasis el terreno. Rojas hace evidente su voluntad de diferenciarse al referirse a esa matriz diversa a la de Ingenieros: mientras que su lenguaje es místico, el de su contrincante, en cambio, es positivista. Rojas es claro: hablan idiomas diferentes. Ahora bien, y vale aclararlo, a Rojas ese lenguaje, el de su contrincante, no le es ajeno; lo comprende y puede hablarlo. Eso es lo que hace. Pero todo su esfuerzo está puesto aquí en valerse de otra lengua, de una que está atravesada por las fuerzas indianas. Y aquí Ingenieros queda desplazado. Su saber, centralmente la sociología en ese entonces, es incapaz de hablar el lenguaje que, en cambio, la literatura maneja a la perfección7. Pero, y esto es lo último que remarcamos, el hombre mismo, Ingenieros, también es incapaz de usar ese lenguaje: para Rojas, Ingenieros sigue siendo "Ingegnieros". El nombre, había dicho Rojas, poseía en América una fuerza capaz de dar identidad a los hombres que habitaban un territorio, sin embargo aquí esa potencia se revelaba limitada. Las tierras a las que había llegado Colón podían ser bautizadas y recibir con ello una nueva identidad que se imprimiría en la sangre; Ingegnieros, en cambio, ya no podía volver a bautizarse. El poder del nombre originario parecía operar como marca indeleble.

No importa quién tenga la última palabra. Si se la dimos aquí a Ingenieros no es porque haya ganado también los laureles. Cuesta pensar que finalmente aquella maquinaria de engranajes haya podido ejercer su influencia sobre esa impecable arma de guerra. Reconocemos, sí, la iniciativa de Ingenieros en entablar este diálogo, que fue acompañado de otros intercambios explícitos, aunque menores, y de otros implícitos que pueden recogerse en sus obras y en sus proyectos editoriales. En estas cartas, nos animamos a decirlo, pueden descubrirse los atisbos de diferencias que luego tomarán más cuerpo. Eran dos modos de comprender la cultura nacional que podían tener efectos diferenciados en el campo político. Hasta entonces, ambos autores formaban parte de una elite más o menos indiferenciada que se reunía y reconocía a través de salones, revistas y periódicos. Pero un movimiento no tan sordo pasaba por debajo de esos puentes. Si ya, bastante antes de 1910, los conflictos sociales enfrentaban a más de un intelectual, luego del Centenario las diferencias se harán cada vez más marcadas y se ramificarán. El Centenario había marcado lo que Ingenieros recordaba al ofrecer el reloj: el tiempo se aceleraba y había que estar al tanto. Algunos se protegerían, otros no despegarían sus ojos de las agujas. El tono cortés y afectuoso de estas cartas es signo del equilibrio inestable de los primeros años del siglo; las diferencias, la ironía y hasta el sarcasmo es evidencia de que comenzaban a romperse algunos cimientos que habían parecido sólidos.

***

Las cartas que aquí presentamos forman parte de dos archivos: el Fondo Ingenieros del CeDInCi y el Instituto de Investigaciones de la Casa Museo de Ricardo Rojas. Al primero corresponden las cartas que Rojas dirige a Ingenieros, mientras que las otras forman parte del acervo documental del segundo. Agradecemos a los responsables y al personal de cada uno de ellos, tanto por sostener proyectos de conservación que nos permiten acceder a este tipo de documentos, cuanto por la ayuda que nos prestaron a la hora de consultarlos. Nos gratifica poder reconstruir, gracias a ello, el ida y vuelta de esta relación epistolar.

Para esta edición hemos modernizado la ortografía y unificado la escritura siguiendo criterios de forma. Consignamos en nota las acotaciones realizadas de puño y letra por los receptores de las cartas, así como los comentarios que puedan contribuir a su comprensión o contextualización.

 

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- 1 -

3/8/1912

Salud Poeta,

Con emoción he leído el prólogo de tu Blasón de Plata. Aquella noche de "Sarmiento", inolvidable en mi admiración, consolidó en mí la certidumbre de tu destino. No puedo pensar en la patria -cuya nostalgia me obsesiona- sin pensar en ti, que eres su más noble esperanza.

¿Estos sentimientos no tienen la dicha de merecer tu recuerdo? Lo he temido, viviendo como vives en el país donde todo se hace "por lotes y en mensualidades". Para ponerme acorde con la mediocracia a que pertenecemos, te propongo un pequeño negocio: a cambio de este símbolo de lo pronto que envejecemos, mándame tu último libro. Lo ganaré doblemente: por la cosa en sí y por alguna esperanza de que me recuerdes al mirar la hora.

Un buen abrazo de tu Pepe Ingenieros8

Consulado argentino. Lausanne

(El sobre de la carta está anotado por Rojas: "Cuando me mandó el reloj que aún uso").

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- 2 -

(?), 4, 1912

Mi querido Ingegnieros:

Llega tu obsequio gentil en momento que he mandado al correo certificado mi Blasón de Plata, dirigido a Monteux por señas que me dio nuestro amigo Rodríguez Etchart. No te he escrito -créemelo- por no saber tu dirección exacta. Ahora ya la sé y te prometo hacerlo. Entretanto quiero aprovechar al portador de tu reloj hermoso y afectuoso -aunque prenda cruel- enviándote un nuevo ejemplar de mi último libro.

No sigo porque pasar a otra página sería desbordarme sobre el block, dada la complacencia con que te recuerda y te escribe estas líneas tu amigo,

Ricardo Rojas

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- 3 -

(s/f)

"Nacionalismo" e "indianismo"9

Carta a Don Ricardo Rojas

Mi querido poeta:

Tu Blasón de Plata indúceme a interrumpir los centones a cuya terminación estoy contraído. Bienvenido sea el paréntesis para entretenernos de la Patria y del sentimiento que por ella nos caldea. Conviene hacerlo: nosotros pasamos en ella y dura ella en el tiempo en razón del esfuerzo de sus hijos. Tú serás parte en esta epístola, pues quieres dar a la raza de América una partícula de tus ideales; y es justo, porque los tienes. Y aun de mí diré un poco, en respuesta a tu reproche de ausencia que me suena a sospecha de indiferentismo por nuestros comunes ensueños de cultura argentina. Sospecha que no creo merecer.

Paréceme que hay un equívoco en confundir el sentimiento de la Patria con el de la tradición hispano-indígena; y lo hay mayor en identificar las nacientes naciones latinas de América con las viejas oligarquías feudales que las han desgobernado durante el siglo XIX. No creo que puedan llamarse "Patrias" los "países" que carecen de unidad mental y moral, más parecidos a factorías de logreros, autóctonos y exóticos, que a legiones de soñadores cuyo ideal parezca un arco tendido hacia un objetivo de dignificación común.

Todos los países no son Patrias; estas dejan de serlo en ciertas épocas de rebajamiento moral, cuando se eclipsa todo afán de cultura y se enseñorean viles apetitos de enriquecimiento. Así lo explicaré en un libro que leerás sin disgusto. El remedio contra esas crisis de incultura no está en glorificar el pasado, sino en sembrar el porvenir, concurriendo a crear un nuevo ambiente moral, propicio a toda culminación de la virtud, del ingenio y del carácter.

Los países son expresiones geográficas y los estados son equilibrios de instituciones. Una Patria es mucho más y es otra cosa: sincronismo de espíritus y de corazones, temple uniforme para el esfuerzo, homogénea disposición para el sacrificio, simultaneidad en la aspiración de la grandeza y en el deseo de la gloria. Donde falta esa comunidad de esperanzas no hay patria, no puede haberla: hay que tener ensueños comunes, desear juntos grandes cosas y sentirse decididos a realizarlas, con la seguridad de que ninguno se quedará en mitad del camino contando sus talegas. No basta acumular riquezas para crear una patria: Cartago no lo fue. Era una empresa. Las áureas minas, las industrias afiebradas y las lluvias generosas hacen de un país un estado rico: se necesitan ideales de cultura para que en él haya una Patria.

Sin Patria no hay nacionalismo, no puede haberlo; este sentimiento colectivo -inconfundible con el homónimo explotado, en todos los países, por los políticos-  sólo es posible en la medida en que aquélla se forma. Mientras un país no es Patria, sus habitantes no constituyen una nación. El sentimiento de la nacionalidad solo existe en los que se sienten acomunados para perseguir un mismo ideal: las naciones más homogéneas son las que cuentan más hombres capaces de sentirlo y de servirlo. Es más intenso y perfeccionado en las mentes conspicuas. La capacidad de ideales, exigua en los espíritus, impídeles ver en el patriotismo un alto ideal; el "déclassé", ajeno a la nación, tampoco lo concibe; el esclavo y el siervo tienen un país natal. Solo el digno y el libre pueden tener una patria.

Pueden tenerla. Rara vez la tienen. El sentimiento nace en muchos, pero permanece rudimentario; en pocos elegidos llega a ser dominante y vivificador, anteponiéndose a pequeñas sordideces de piara o de cofradía. Cuando los intereses de la mediocridad sobrepónense a los ideales de los espíritus cultos, que constituyen el alma de una nación, el sentimiento nacional se corrompe: la Patria es explotada como una empresa, cuando se vive hartando los propios apetitos y nadie piensa que en el canto de un poeta puede estar una partícula de la gloria común, la nación se abisma. Los ciudadanos vuelven a la condición de habitantes. La Patria a la de país. Y eso ocurre periódicamente: como si la pupila de la nación necesitara parpadear en su mirada hacia el porvenir. Todo se dobla y abaja, desapareciendo la molicie individual en la común: diríase que en la culpa colectiva se esfuma la responsabilidad de cada uno. Cuando el conjunto se dobla, como en el barquinazo de un buque, parece, por relatividad, que ninguna cosa se doblara. Solo quien se levanta, y mira desde otro plano a los que navegan, advierte su descenso, como si frente a ellos fuese un punto inmóvil: un faro en la costa.

La Argentina fue Patria dos veces, cuando se constituyó y cuando se reorganizó. Hubo "sentimiento nacionalista" las dos veces: la una con Moreno y Rivadavia, que encarnan la aspiración cultural de la Patria que nace, y la otra con Sarmiento, que representa el esfuerzo ideológico de la Patria que se organiza. En ambos casos el nacionalismo fue "indianista", es decir hispano-indígena, criollo; y no pudo ser de otro estilo.

Después de una crisis moral de treinta años reaparece en la Argentina el nacionalismo, tímidamente, desorientado. En ello estábamos poco antes del Centenario (1910), cuando tu clarinada de la Restauración Nacionalista anunció su nuevo despertar, que (Joaquín V.?) González, yo y pocos más, habíamos entrevisto, en consonancia con una explícita profecía de Sarmiento.

Pero el problema ha variado fundamentalmente, como variará en los otros países de América a medida que se civilicen. La nacionalidad actual no es hispano-indígena: nos hemos europeizado. Los criollos nuevos descienden de los colonizadores que trajeron el arado; los criollos viejos descienden de los conquistadores que trajeron un escribano para escriturarse los feudos que se proponían hacer trabajar por otros. Por eso en mi entender, la presente floración "sentimiento nacionalista" revestirá caracteres distintos de los anteriores, desvinculándose de la tradición hispano-indígena y conformándose en moldes europeizados.

En este renacimiento material y cultural que anuncia el resurgir de la Patria dentro del país, estamos pocos: tú, yo, veinte, cien más, acaso. Está ella en ese punto ideal donde converge la aspiración de cuantos la sienten, sin medrar de oficio a horcajadas de la polí­tica, y sirviéndola con la parte mejor de sí mismos: con la mente y el corazón juntos, que nada valen, aparte, ni ingenio desvergonzado ni honestidad palurda. Entre pocos, por ahora, podemos discurrir de la nacionalidad en formación y del nacionalismo naciente; permanecerán ajenos a nuestro afán los millones de habitantes que comen o lucran en el país.

Ejercitamos, a pesar nuestro, una función natural los que concurrimos a crear un ambiente nacionalista en nuestro país: sobreponemos nuestra visión anticipada de la grandeza común a la particular acucia de los que miran a su inmediato beneficio individual. Es decir, anticipamos nuestro "ideal" a la "realidad" en que se hartan los más.

Pero hay que entenderse. Y paréceme, si no te entiendo torpemente, que tu concepción del nacionalismo es tan bella como inexacta. No es mía esta idea, sino de Sarmiento, cuyas visiones serán la guía más clara de mi comentario.

Excluyamos dos malos aliados. Los espíritus omisos pueden confundir el nacionalismo con la xenofobia, como si amar a la propia madre implicara odiar a las madres ajenas, tan justamente como ellas amadas por sus hijos. Y no es eso. Los contaminados de política podrían ver en él un instrumento de bien domesticar a los rebaños electorales, sugiriéndoles que el uso de la ciudadanía en el acto de votar -un minuto cada dos años- iguala al manso elector con los que entregan su vida a algún ideal. Y tampoco es eso.

Tu nacionalismo -y el nuestro- es otro: que si alguna cebada hubimos del país, y fuera injusto quejarnos, cierto es que gastamos nuestra juventud para acrecer con alguna hojita la "coronada sien de laureles" que vio a la Patria el inocente rimador del himno10. Y tal fue la intención, siempre; que puede ser exiguo el resultado de todo esfuerzo humano. Entre nosotros, pues, como conversando de asuntos de familia que a los demás poco interesan, quiero decirte mi diverso parecer sobre el futuro nacionalismo argentino, concebido por ti como una "restauración indianista" y por mí (con merced de Sarmiento) como una "instauración latina".

Vínome este pensamiento, de entero formado11, al leer tu Blasón de Plata; en él, más que en la Restauración, he sentido hondo tu "indianismo", como doctrina y como ideal.

El hecho histórico de que arrancas paréceme evidente: nunca, por cierto, lo enunció mejor argentino alguno. Los colonizadores españoles sufrieron tal promiscuación de razas indígenas y tantas influencias del ambiente nuevo, que de fundirse el todo en una manera propia, amaneció en la historia una raza "criolla" o "indiana". Son sus atributos mentales los que desearías ver restaurados en el nacionalismo naciente, acentuando entenderte; y, si no fuere, disculparás esta sanchezca traducción de tu prosa lírica12.

Esta raza hispano-indígena tuvo una mentalidad propia, cada vez mejor perfilada durante el régimen colonial no necesito repetirte las lecciones de Sarmiento -en Conflicto y Armonías- ni los análisis excelentes de (Juan Agustín?) García, Ayarragaray, Bunge y otros. Ese "indianismo" para acentuarse más antiespañol, amenazó en tornarse antieuropeo y anticivilizado. Tuvo su expresión más absurda en el proyecto de constituir la nacionalidad argentina sobre la quimera de coronar un Inca, solamente concebible por tan ingenuo patriota como Belgrano. ¿No es ese el primer anhelo de "restauración indianista"? Mucho me sospecho, o soy tonto, que tu doctrina se enrojece de este abolengo que intento hallarle. Me lo perdonarás; nunca está mal sonreír entre camaradas, si la intención es buena y en los hígados no hay bilis.

El criollismo hispano-indígena -mis alcances menguados no saben entender de otra manera el "indianismo"- nos dio la anarquía primero y el caudillismo después: un país feudal, nacido en el coloniaje y prolongado hasta las quince oligarquías que hasta ahora se han alternado en el usufructo administrativo y político del país.

Si nuestra historia étnica no se hubiera modificado en los últimos cincuenta años, seguiríamos siendo un "país feudal", como lo son las más de las repúblicas sudamericanas; en un libro de Ernesto Quesada sobre "Rozas" puedes leer un preciso paralelo entre el feudalismo medioeval y el caudillismo argentino. Es, en mi entender, perfecto; ya lo esbozó antes, en la citada obra, nuestro venerado Sarmiento; por eso agregó que el porvenir de los argentinos estaba en "europeizarnos". Y ese fue el lema de su función civilizadora durante la organización nacional. Diríase que los uruguayos lo han escuchado antes que nosotros: tienen ya una Patria que es, políticamente, la Bélgica de América.

Contra su doctrina, la tuya me parece reaccionaria. Los hechos están por Sarmiento y no por ti13.

La nacionalidad argentina se formó en dos etapas. Primero fue la nación española y su mezcla con las razas indígenas: la formación del país feudal. Fue segunda la colonización latina, progresivamente sobrepuesta a la anterior: la formación del país contemporáneo.

En cincuenta años hemos recibido más de cuatro millones de colonizadores blancos, casi todos italianos y españoles, de raza latina; Francia, que nos dio contados inmigrantes, influenció sensiblemente la cultura del país: no sólo por sus Jacques, Larroques y Groussac, sino porque hemos vivido leyendo a los franceses durante medio siglo. El resultado es claro. El "indianismo" sigue representado por las oligarquías -una porteña y catorce provincianas- que usufructúan del poder político y del funcionarismo. El "europeísmo", representa las fuerzas más vitales de la nacionalidad en formación, que es latina y no indiana.

Dirás que los nuevos colonizadores se identifican con los nativos. Es cierto; pero hay que distinguir. Los hijos y nietos de los segundos colonizadores se "argentinizan"; no me parece que se "indianicen". Todo lo contrario. En nuestro país está a repetirse la clásica lucha entre el feudalismo y la burguesía: "indiano" es el primero y "latina" la segunda14. Aunque ninguna simpatía espiritual te incline al advenimiento de esta, debes advertir que es un hecho natural, inevitable. Los pocos apellidos extranjeros de nuestro parlamento aumentarán; ellos entrarán a tallar en el país "europeizado" por los segundos colonizadores -la Capital, Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos, Tucumán, Mendoza, San Juan- mientras el régimen "indianista" seguirá floreciendo en las regiones del país feudal.

Esa -y no otra- es la previsión de Sarmiento: la europeización.

¿Crees, por ventura, que los descendientes de los hispano-indígenas tendrán el monopolio del patriotismo? ¿Encuentras menos argentinos a los descendientes de la segunda colonización? No me parece. Los de la primera conciben el nacionalismo como una conservación de sus monopolios de casta contra los de la segunda15: defienden sus privilegios feudales en el funcionarismo político y administrativo. Nada más; tienen la ventaja de cincuenta o cien años de arraigo, que vale decir un minuto en la historia de una raza: dentro de otro minuto la "europeización" del país borrará los rastros del "indianismo" feudal.

Y la futura nacionalidad, así como el sentimiento colectivo de ella, que es el nacionalismo, será cada vez más latino y cada vez menos indiano, más civilizado y menos feudal16. Latino17. Excluyo que pueda ser anglosajón. Pocos colonizadores de esta última categoría se han agregado a nuestra nacionalidad; ingleses y alemanes siguen siéndolo en la Argentina. Conozco nietos de irlandeses que no saben hablar español y conservan las costumbres de sus abuelos; digo nietos, no hijos. Los pequeños núcleos asimilados a la sociedad indianista concurren a desindianizarla, sin conseguir anglosajonizarla.

El porvenir acentuará nuestra latinidad por una razón histórica fácil de prever: la función tutelar de la Argentina en Sud América, contra la penetración yanqui. Basta enunciarla; toda explicación huelga.

¿Dirás, acaso, que el indianismo arraigará en la clase culta, que es el alma de la nación? No y no. Tú, poeta y pensador, no puedes confundir a las cohortes de funcionarios con la clase culta. Esta no existe aun, se va formando. Y si quieres advertir mejor la diferencia, compara las quince listas del parlamento con las cuatro de las universidades. En las primeras leerás noventa y cinco apellidos "indianistas" sobre cien; no leerás cuarenta por ciento en las segunda. Y mejor que allí -pues las cátedras son todavía "empleos" y representan la influencia tanto como el mérito- averigua el porcentaje entre los colaboradores de nuestras veinte revistas científicas y literarias, entre los artistas argentinos que llenan nuestras nacientes exposiciones, entre el personal mismo de los diarios argentinos. Puede que te sorprendas del resultado: la clase culta es la "europeizada"18, como profetizó Sarmiento. Y, no lo dudes, seguirá "europeizándose" en lo sucesivo.

Hablemos ahora de ti y de mí. El apostolado nacionalista puede ser tu gloria: pero debe ser latino y no indiano. Volvamos a Sarmiento; con él estoy y no puedo estar contigo. Tu actitud es tan "natural" como la mía19. Eres hijo de un señor feudal de la oligarquía santiagueña que te enseñó a admirar la gesta del conquistador Don Diego de Rojas; yo, de un oscuro periodista italiano a quien desde mi infancia le oí recitar versos de Horacio y Virgilio que él estudió en su juventud. En tu sangre indiana está la razón de ser de tu indianismo; en la mía latina está la de mi latinismo. Tu credo representa la aspiración de una vieja Argentina feudal que se extingue; mi nacionalismo el de una nueva Argentina que se va europeizando. Tú pones tu ideal donde Belgrano; yo donde Sarmiento. ¿La historia dará razón a Belgrano o a Sarmiento?20

Piénsalo. La "restauración indiana" te ofrece una veta literaria; pero la "instauración latina" es un resultado natural de nuestra evolución sociológica. Elige. No olvides que la mayor Belleza está siempre en la Verdad: y más si es dicha con palabras tan líricas como las tuyas.

Te abraza y te admira,

José INGEGNIEROS.

Octubre, 1912.

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- 4 -

Lausane, 28/05/1913

Mi querido poeta

Hipp, hipp, hipp, ¡Hurra!... Nada has hecho mejor en tu vida que casarte. Desde hoy tu genialidad radiará más luminosa, encendida en breve, lo espero, por la chispa suprema: tus hijos.

Te lo digo sin envidia, aunque es mi único pesar hondo. Todos los éxitos y tesoros del mundo no llenarán esta laguna que olvidé cegar en mi juventud. Y cuando quise, en una última tentativa, el destino me castigó. Feliz tú y felices tus hijos, a quienes podrás legar un nombre aureolado de gloria. No habrás trabajado en vano.

En octubre pasado te envié a La Plata una larga epístola sobre el indianismo y el nacionalismo. ¿Se perdió? No creo que mi divergente pensar pueda haberte molestado; los últimos sucesos electorales me han dado razón, planteando en el terreno de los hechos la fácil previsión que yo hacía en el papel.

Ha salido mi Hombre mediocre, me ha valido el honor de innumerables injurias. Es el mayor éxito que podría coronar ese librito, ligero paréntesis otorgado por mi ciencia a mi temperamento. Han sabido que (Ernest) Hello (lo han sabido porque lo cito en mi libro) ha escrito un artículo con el mismo título21. ¡Regocijo general! De allí a creerme plagiario o imitador no hay más que un paso ... el de la mediocridad.

Si puedo serte útil en Europa, me darás un placer con tus órdenes. Yo sigo en este villorrio suizo, completando mi cultura filosófica y estudiando ciencias naturales. Tengo nostalgia mucha, pero el hombre que tiene dos palabras no merece que le crean ninguna; no volveré hasta que cambie el clima moral del país.

Te quiere, te admira, tu afm.,

José Ingenieros

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- 5 -

(s/f)

Mi querido Ingegnieros, supongo que no habrás caído en la ingenuidad de darte a imaginar persecuciones por mi largo silencio. Bien al contrario, todos los días hago acto de constricción por la incuria con que he dejado pasar tanto sin escribirte la larga carta que tu cordial e inteligente apunte22 merecería. Recibí la tuya sobre el indianismo; hube de publicarla; mostréla a varios amigos, y por inspiración propia y por consejo ajeno, resolví no publicarla. Tu carta requería de mi parte (no) un comentario sino una réplica. El momento no te era afortunado y sé que la publicación y el comentario -aunque amistoso, naturalmente- no te hubiera favorecido. Tus objeciones al Blasón serían muy justas si yo pensase lo que me atribuyes. Pero vuelve a leerme y verás que estamos de acuerdo. Vuelve a leerme: es el castigo que te impongo por haberme creído un ingenuo a lo Belgrano, que era hijo de italianos como tú mismo, o, un regresivo como el cacique Oberá, personaje de la obra. Nuestro mal entendido proviene de que tú eres positivista, y crees en las razas y yo soy espiritualista y creo en las almas. El indianismo de que hablo, es derivado de la tierra (las indias) y no de las razas (los indios). Las indias, como los europeos españoles, franceses e ingleses llamaron a América, dieron su nombre gentilicio a todo lo que ellas contenían. Las sugestiones de este ambiente "indiano" es lo que llamo "indianismo". En la Restauración he girado sobre la tradición, o sea la historia (memoria colectiva, perpetuidad del yo en el tiempo). En el Blasón he girado sobre el ambiente, o sea la geografía (cinestesia colectica, unidad de yo en el espacio). Otras obras vendrán después y ya veremos si llego a hacer entender mi lenguaje místico, aunque tenga que hablar en privado el lenguaje positivista. Yo no hago cuestión étnica, según ves. Podría hacerla estando el Dr. Victorino (de la Plaza) en la presidencia; pero a pesar de ese caso esporádico, creo que los indios precolombinos han sucumbido. Y han sucumbido por insuficiencia fisiológica y espiritual para soportar la civilización caucásica. Pero han sucumbido dejando residuos útiles de emoción a la civilización que soportamos muy bien -según parece- los indios poscolombianos. En fin, tendría tanto que decirte, Ingegnieros, que he estado a punto de escribirte después de ver tu carta abierta sobre indianismo en varias revistas de Europa y América ... Pero más que replicarte en público, tengo interés en convencerte de que estamos de acuerdo. Mi artículo iba a titularse Las naves de Eneas. Con eso te digo todo, puesto que yo también he leído la Eneida, y la admiro, sin duda, porque no desciendo de Don Diego de Rojas, como tú pareces creerlo. Puedes convencerte que mi inteligencia y mi idioma son absolutamente europeos. Lo indiano en mí es el sentimiento, la emoción, el ideal. De ahí que coincidamos también en nuestras opiniones sobre el propio país, aunque la diferencia que hay entre uno que se va y otro que se queda no estriba sino en que uno puede marcharse y otro no. Acaso si yo pudiese marcharme también me iría, aunque no seguramente a fundar en París una revista23, pues esto es lo mismo que ir a bailar el tango con toilettes de la Rue de la Paix. Yo no iría a eso, te lo aseguro. Y entre tanto me quedo aquí a sufrir las infinitas y proteiformes estulticias del país amado, que en este momento glorifica las acrobacias de (Jorge?) Newbery, por ejemplo, como verás en los diarios. La estupidez humana no tiene límites. Es más infecunda y más imprevista que el genio. Adiós querido Ingegnieros, te deseo días felices en Lucerna. Pronto volveré a escribirte. Perdónale, por estas líneas cansadas24, su largo silencio a tu amigo affmo.,

Ricardo Rojas

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- 6 -

Lausanne, 3/3/14

Salud, mi querido poeta:

Grande gusto me dieron tus buenas y afectuosas líneas; más te agradezco en cuanto ellas me convencen de nuestro idéntico pensar en cosa que tanto podrá interesarnos conjuntamente en el porvenir. Es posible que yo haya exagerado un poco tus ideas, para poner de relieve el germen de error que creí advertir en ellas: ¡mea culpa! Pero concédeme la posibilidad de que tu libro sugiriese esa interpretación que, no lo dudo ahora, excedió a tu pensamiento.

La carta de marras era tan respetuosa como tú mereces y mi admiración reconoce. Solo pudo traer este buen efecto de hacernos coincidir a mitad del camino: el amor por los viejos recuerdos de la patria gaucha debe servirnos para encender los ideales de la patria civilizada.

Pronto estaré de regreso más ardiente de fe para la cruzada cultural que dará alma propia a nuestro país, transformándolo en patria. Tú serás el profeta, con solo no infectarte de politiquería; siempre temo que te contagie la enfermedad argentina. Si prefirieras ser el presidente cultural -a ser uno de tantos diputados oligárquicos-  estarías a un paso de la gloria. Comprendo que los dos senderos convergen alguna vez, cuando un Sarmiento ... Pero falta la oportunidad: no es lo mismo tener a un Rozas que a las actuales piaras de cartagineses. Aquello fue el duelo de un héroe con un Dios, bueno o malo, pero Dios al fin y digno del héroe. Esto que nos espera tiene menos  heroísmo y más oscuras fatigas. Es la defensa del tierno laurel contra las mangas de langostas.

Paréceme que voy camino de otra carta como la anterior. Te hago merced de su lectura y espero el momento de hablar contigo lo mucho que desearía escribirte. Presenta mi homenaje respetuoso a tu señora, con votos porque te sonría muy pronto un hijo. ¡Debe ser tan lindo! Es un triunfo que yo no tuve la previsión de merecer; sin ese los demás son fuegos de artificio.

Un buen abrazo y hasta pronto,

José Ingenieros25

Notas

1. Universidad Nacional de Córdoba / Instituto de Antropología de Córdoba-IDACOR / CONICET. <carlagalfione@yahoo.com.ar>

2. Sobre la nacionalización de los inmigrantes y las luchas políticas es interesante el texto de Falcón, R. 2011.

3. Es de suponer que nuestro autor se refiere al triunfo del Partido Socialista en las elecciones legislativas de marzo de 1913.

4. Graciela Ferrás, sin embargo, en una lectura que considera también Eurindia, resalta en este punto el elemento "raizal"; el reemplazo de la atención puesta en las razas por una mirada dirigida a la tierra y al efecto telúrico sobre la identidad de sus habitantes. La potencia de la tierra podía en el discurso de Rojas, según su lectura, constituirse como fuente de "enraizamiento", y con ello de una nueva memoria colectiva. Cf. Ferrás, G. s/d.

5. Sobre esa cercanía en el planteo, Ramaglia afirma: "... el planteo de Rojas no logra desvincularse del determinismo con que algunos positivistas contemplan a la influencia de lo racial (...). Aún con la carga metafísica que revelan estas nociones, (...) se trasladan a la versión místico-naturalista de Rojas (...)" (Ramaglia, D. 1998, 47).

6. Veáse Ferrás, G. 2012. En ese texto, además, Ferrás ofrece una interesante lectura de la carta que reproducimos aquí con el nombre "Nacionalismo e indianismo".

7. Ingenieros también se ocupa, puede pensarse, de esa disputa sobre el estatus de las disciplinas al ironizar sobre el lirismo de Rojas y sobre su pretensión de encontrar héroes. Sobre la épica en Rojas, véase Bentivegna, D. 2011.

8. Es interesante observar cómo va variando la caligrafía en la firma de Ingenieros y el uso de su apodo. En esta primera carta que tomamos se lee claramente "Pepe Ingenieros", en las siguientes en cambio el apodo es reemplazado por "José" y en el apellido se observa una prolongación hacia abajo entre la primera "e" y la "n" que le sigue que, sin llegar a ser una "g", la sugiere. Por su parte, en la carta publicada bajo el título "'Nacionalismo' e 'indianismo'" el nombre de su autor aparece consignado: "José INGEGNIEROS". Es interesante observar, en relación con esto, cómo lo llama, por su parte, Rojas en las cartas que le envía.

9. Según lo consigna Graciela Ferrás, esta carta fue publicada en la Revista de América (París), a. II, v. II, julio de 1913, nº XIV. El ejemplar del artículo conservado en la Casa Museo de Ricardo Rojas corresponde, no obstante, a su publicación en la revista Humanidad Nueva. Sociología, Arte, Educación, del Ateneo Popular (Buenos Aires), dirigida por Enrique del Valle Iberlucea y Alicia Moreau de Justo. Este ejemplar del artículo está anotado por Rojas en diversas partes que iremos consignando. Por lo pronto, al inicio, en la parte superior, puede leerse ya un comentario: "Tonterías del gringo para darse importancia".

10. Aquí Rojas anotó al margen: "Ojo. Contradicción" y marca la página con la que se establece la contradicción que en esta transcripción corresponde a la que marcamos en la nota 6.

11. La expresión "de entero formado" está subrayada por Rojas y en el margen dice: "Oh!".

12. Al margen de este párrafo y de la primera parte del que sigue está anotado: "intelectualismo conceptual y positivismo".

13. Este es el párrafo con el que se contradice, según Rojas, lo que marcábamos antes, en la nota 2.

14. Los términos "feudalismo", "burguesía", "indiano" y "latina" están subrayados por Rojas.

15. Esta oración está subrayada.

16. Este párrafo está subrayado.

17. Subrayada la palabra y remarcada la oración en el margen.

18. Frase subrayada.

19. Oración subrayada.

20. Subrayado desde "en tu sangre" hasta el final.

21. Se referiría al escritor, teólogo católico y filósofo francés Ernest Hello (1828-1885).

22. No es claro que diga "apunte".

23. Referencia a Leopoldo Lugones y la publicación de la Revue Sud-americaine.

24. Poco legible en el original la palabra "cansadas".

25. Al margen agrega Ingenieros el siguiente párrafo: "Comparto tu desilusión por el error antiargentino de Lugones. Su revista francesa le será de mayor provecho personal; él sabe lo que hace. La revista argentina que no supo hacer sería de más beneficio para la patria. Aprendamos en cabeza ajena: la posteridad no considera que servir a la patria sea lo mismo que servirse de ella. Sirvámosla".

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