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Cuyo

versión On-line ISSN 1853-3175

Cuyo-anu. filos. argent. am. vol.33 no.2 Mendoza dic. 2016

 

TEXTOS

Nicanor Larraín, educador del siglo XIX, y el arte de la memoria artificial

 

Clara Alicia Jalif de Bertranou1

UNCuyo / CONICET

 

Nos proponemos reproducir un folleto de fines del siglo XIX debido a Nicanor Larraín, cuyo título es “El arte de la memoria artificial. Ensayos mnemotécnicos”. Publicado en 1899 en Mercedes, Provincia de Buenos Aires, podríamos decir que este educador no descuidó un aspecto que tenía viejos precedentes desde la cultura greco-romana en adelante, según nos lo muestra.

Trazos biográficos

Larraín fue una personalidad polifacética singular. Nacido en la Pcia. de San Juan en 1840, su padre había participado de la campaña libertadora del Gral. San Martín. Siendo adolescente vivió un tiempo en Chile (algo que volvería a reiterar como adulto). A su regreso participó en distintas filas combatientes. Realizó estudios en el Colegio Nacional del Uruguay, y ya bachiller, continuó los superiores hasta graduarse de doctor en jurisprudencia en la Universidad de Buenos Aires, en 1869, con una tesis sobre el sistema penitenciario en la Argentina. Integró tribunales de Justicia en San Juan y Mendoza. Por su experiencia entre ambas provincias, realizó un influyente trabajo sobre límites geográficos en un litigio que afectaba a la región (1879). Estuvo entre los fundadores del Club Liberal en la ciudad de Buenos Aires (1881). Actuó en el Congreso Pedagógico Nacional en representación de la provincia porteña con motivo de la Exposición Continental Sudamericana, de alcances universales (1882), para el que elaboró el escrito “Legislación vigente en materia de educación”2. Después de ser juez en distintas localidades, en 1888 lo hallamos integrando el Poder Judicial de Mercedes y, poco más tarde, el Consejo Escolar de Dolores, en la Provincia de Buenos Aires. Al retirarse de la actividad pública se radicó definitivamente en Mercedes, donde falleció en 1902 (Cutolo, V. O. 1975, 84-85).

De sus numerosos escritos, sobresale El país de Cuyo, documento que ha servido a historiadores de distintas épocas para estudiar las tres provincias que componen este núcleo: San Juan, Mendoza y San Luis (póstumo, 1906), y La nueva Osorno o la ciudad de los Césares (1874), que firmó con el pseudónimo Atalivar, una suerte de crítica utópica anónima, de fuerte contenido social y político, de inspiración krausista, según Arturo Andrés Roig (2006, 25) 3. Asimismo, por sus preocupaciones pedagógicas e historiográficas fue autor del Compendio de Historia Argentina: para el uso de las escuelas y colegios de la República (1883), del que se hizo una nueva edición ampliada dos años después.

Sobre el pseudónimo adoptado no tenemos datos fehacientes, pero podría tratarse del término “atalivar” acuñado por Domingo Faustino Sarmiento cuando era redactor de El Censor, para referirse a personas inescrupulosas que cometen actos dolosos e ilegítimos al obtener una comisión por transacciones comerciales con el Estado; conocido en términos jurídicos como “cohecho”. Lo había empleado en referencia a Ataliva Roca, hermano de Julio Argentino Roca, quien cobraba los negociados de este por la venta de tierras públicas, creando Sarmiento un neologismo de forma verbal, para significar “coimear” o “estafar al erario público” (Bayer, O. 2009). Así pues, dado que Larraín se convierte él mismo en censor de actos inmorales en algunos de sus escritos, bien podría aludir a dicho origen de modo intencionalmente paradójico con el fin de denunciar cómo se procedía a “atalivar”. 

El arte de la memoria artificial

El texto que presentamos resulta sugerente por su título cuando la expresión “memoria artificial” no puede menos que remitirnos hoy al dominio de la informática y la computación sin dejar de suscitarnos cierta curiosidad. Pero a poco de andar podríamos decir –en términos excesivamente simplificadores- que hay algún parentesco entre lo que en aquel momento recibía tal nombre y lo que hoy entendemos por el mismo, sin por ello pensar que se estaba en una instancia precursora de los desarrollos tecnológicos del siglo XX. Y esto nos recuerda que en nuestras computadoras, al utilizar un buscador, el sencillo acto de escribir un término nos puede llevar a información que podría conducir sin solución de continuidad a otra u otras. En algunos aspectos los diseños han seguido el patrón del cerebro humano, que en la automatización trataría de imitar su comportamiento en tiempo vertiginoso.

En circunstancias en que la memoria “natural” nos falla o flaquea, por acción y efecto de la voluntad podemos recurrir a una palabra o término insinuante o disparador para pensar o expresar lo que deseamos en un proceso por elemental que fuere. Algo que nos da una pauta y al mismo tiempo nos pone en la pista o vía para cubrir el lapsus. Actúan esos términos como señuelos o avisos orientativos, lo que suele considerarse también una ayuda emergente. Son, en efecto, ayuda-memorias que, históricamente, hunden sus raíces desde tiempos muy lejanos e imprecisables. Hacen a la condición humana, pero sin embargo requieren ejercicio y práctica, que es lo que propone nuestro autor.

Larraín inicia el tema valiéndose de sus propios recuerdos y observaciones. En primer término acude a San Agustín y las Confesiones, donde la memoria aparece como una facultad que tiene distintos dones, uno de los cuales es su índole anticipatoria como presciencia en cuanto conocimiento de cosas futuras, a la vez que puede evocar el pasado y el presente, sobre los que se apoya. Este don es acompañado de otros, como la inducción, la deducción, el juicio y el raciocinio, que dan paso a la generalización, la imaginación y otras facultades que aportan igualmente conocimientos de las cosas y de los hechos. Larraín se refiere concretamente, aunque sin explicitarlo, al libro X –el que mayor trascendencia histórica ha tenido en Occidente-, en donde a lo largo de sus cuarenta y dos capítulos puede encontrarse el tratamiento de aquella facultad, sin que todos revistan igual importancia para lo que quiere decir. En el capítulo VIII, titulado “De la admirable virtud y facultad de la memoria”, específicamente en los §12 a 16, es donde se introduce la cuestión de la memoria como una de las potencias del alma, sujeta siempre la argumentación a la busca de Dios. Las potencias del alma, que se apoyan recíprocamente y actúan al unísono, son: la apuntada memoria, la inteligencia y la voluntad. Dice allí San Agustín:

Continuando, pues, en servirme de las potencias de mi alma, como de una escala de diversos grados para subir por ellos hasta mi Creador, y pasando más arriba de lo sensitivo, vengo a dar en el anchuroso campo y espaciosa jurisdicción de mi memoria, donde se guarda el tesoro de innumerables imágenes de todos los objetos que de cualquier modo sean sensibles, las cuales han pasado al depósito de la memoria por la aduana de los sentidos. Además de estas imágenes, se guardan allí todos los pensamientos, discursos y reflexiones que hacemos, ya aumentando, ya disminuyendo, ya variando de otro modo aquellas mismas cosas que fueron el objeto de nuestros sentidos; y en fin, allí se guardan cualesquiera especies, que por diversos caminos se han confiado y depositado en la memoria, si todavía no las ha deshecho y sepultado el olvido (Agustín, Confesiones, Libro X, cap. VIII, §10, 206).

Pero no es que estén materialmente las cosas, sino sus imágenes, por eso agrega más adelante:

Todo esto lo ejecuto dentro del gran salón de mi memoria. Allí se me presentan el cielo, la tierra, el mar y todas las cosas que mis sentidos han podido percibir en ellos, excepto las que ya se me hayan olvidado. Allí también me encuentro yo a mí mismo, me acuerdo de mí y de lo que hice, y en qué tiempo y en qué lugar lo hice, y en qué disposición y circunstancias me hallaba cuando lo hice. Allí se hallan finalmente todas las cosas de que me acuerdo, ya sean las que he sabido por experiencia propia, ya las que he creído por relación ajena. A todas estas imágenes añado yo mismo una innumerable multitud de otras, que formo sobre las cosas que he experimentado, o que fundado sobre éstas he creído por diversos modos, y son las semejanzas y respectos que todas ellas dicen entre sí y esas otras. Además de esto, se han de añadir las ilaciones que hago de todas estas especies, como las acciones futuras, los sucesos venideros y las esperanzas; todo lo cual lo considero y miro en la memoria como presente, sin salir de aquel capacísimo seno de mi alma, lleno de tantas imágenes de tan diversas cosas. Y suelo decirme a mí mismo: Yo he de hacer esto o aquello, y de aquí se seguirá esto o lo otro. ¡Ojalá que sucediera tal o tal cosa! ¡No quiera Dios que esto o aquello suceda! Todo esto lo digo en mi interior y, cuando lo digo, salen de aquel tesoro de mi memoria y se me presentan las imágenes de todas las cosas que digo; y nada de eso pudiera decir si aquellas imágenes no se me presentaran (Cursivas del autor. Ibid., §14, 207-208).

En los capítulos siguientes es donde incursiona en otros detalles sobre esta facultad, hasta hablar del olvido como algo que es parte de la memoria misma, cuando lo que almacena no puede recuperarse. Y aquí viene a enlazar el tema de la mnemotecnia en nuestro autor porque sin el olvido no sería necesaria “la memoria artificial” en su asistencia a la “memoria natural”. Reconociendo el valor de aquel precedente, dice Larraín en una síntesis:

El sabio obispo de Hipona, al hablar de la Memoria nos la presenta como el tesoro de las imágenes, pensamientos, discursos y reflexiones, formado, ya por la percepción de los sentidos, como la luz, los sonidos, las formas; ya por la evocación de la voluntad, como los colores que traigo al recuerdo en medio de la oscuridad, los sonidos en medio del silencio, como cuando entono una aria sin abrir la boca y sin producir sonido alguno, o ya por la presencia de aquellas cosas que forja la imaginación.

Pero en el acto de extraer de la memoria lo que por ella puede recordar está también Platón, cuya anamnesis era sinónimo de conocimiento, que no ignora nuestro autor.

En otro orden y dentro de la epistemología contemporánea, fue Thomas S. Kuhn en su famoso libro La estructura de las revoluciones científicas (1971) quien habló de “comprensión previa” y “anomalías” en tanto ideas que circulan para describir fenómenos como coyuntura anterior a la construcción de nuevos paradigmas científicos. Una etapa pre-científica hasta la constitución de una segunda fase como “ciencia normal” o trayecto de aceptación de un paradigma antes de su eventual crisis o reemplazo por uno nuevo, en la dialéctica “pre-paradigma” / “pos-paradigma”:

El hombre que adopta un nuevo paradigma en una de sus primeras etapas, con frecuencia deberá hacerlo, a pesar de las pruebas proporcionadas por la resolución de los problemas. O sea, deberá tener fe en que el nuevo paradigma tendrá éxito al enfrentarse a los muchos problemas que se presenten en su camino, sabiendo sólo que el paradigma antiguo ha fallado en algunos casos. Una decisión de esta índole sólo puede tomarse con base en la fe (Kuhn, T. S. 1971, 244).

Instancia aquélla que, desde el punto de vista sociológico,  “... significa toda la constelación de creencias, valores, técnicas, etc., que comparten los miembros de una comunidad dada” (ibid., 269).

A cuento de ello, la mención de los fisiólogos era todavía común en la época en la que escribe Larraín, pues bajo la influencia de la Ideología se enseñaron las primeras cátedras de Filosofía una vez llegados a la vida independiente para suplantar a la Escolástica del ciclo colonial, ante el propósito de formar un Estado secular.

Sin abundar demasiado, la Ideología fue un movimiento francés durante la etapa tardía de la Ilustración que se interesó por el origen de las ideas y el conocimiento a partir de las sensaciones, especialmente con los trabajos de Condillac, Cabanis y  Destutt de Tracy (también del ámbito angloparlante con los escritos de Jeremy Bentham y John Locke). Al modo de la aritmética y el cálculo, le concedió gran importancia a la gramática y la retórica dentro del estudio del lenguaje. Asimismo al estudio de las ciencias y el método inductivo y experimental. Con su laicismo, en asuntos políticos eran decididamente republicanos y es sabido que sus repercusiones en América fueron muy notables4. De acuerdo con esta postura, no es de extrañar que el arte retórico se popularizara y tuviese lugar destacado para difundir y persuadir a los ciudadanos de nuevas y revolucionarias iniciativas.

Las ideas mencionadas, ligadas a la de progreso indefinido, tuvieron eco por ejemplo en Estados Unidos de Norteamérica, donde Thomas Jefferson, amigo de Destutt, editó el cuarto volumen de los Elementos de Ideología, el Traité de la volonté, con el título A Treatise of Political Economy (1817); título que no responde a sus originales objetivos. Previamente había traducido y publicado la obra de Destutt sobre Montesquieu, A Commentaire and Review of Montesquieu’s Spirit of Laws (1811).  

En el Río de la Plata, a los tan conocidos nombres de Juan Crisóstomo Lafinur, Juan Manuel Fernández de Agüero y Diego Alcorta es preciso incorporar el de Luis José de la Peña, de quien fue alumno nuestro autor en el curso preparatorio que dictaba en la Universidad de Buenos Aires en 1867 para el que elaboró el trabajo Disertación filosófica sobre la libertad (Roig, A. A. 1972a, 267)5. Su Curso de Filosofía, 1827 (De la Peña, L. J. 2005), muestra que ya no era aceptado en su amplitud el sensualismo de los primeros filósofos franceses aludidos, sino el que, más moderado, tuvo a Laromiguière como guía, en quien el origen de las ideas estaba en la facultad de la atención antes que en los puros datos sensibles retenidos en el fondo de las “anfractuosidades” o surcos del cerebro. Con todo, al cursar, Larraín debió recibir de De la Peña las lecciones sobre la base de lo que Eugène Geruzez enseñaba en la Academia de París. Mas es de hacer notar que los cursos editados de Fernández de Agüero, Alcorta y De la Peña, nos hacen ver que concedían lugar sustancial a la retórica. Es decir, que la filosofía no aparece escindida del arte de hablar6. Por otro lado, aquel estrato biológico lo había sostenido Galeno en sus estudios, de aquí que diga Larraín: “Galeno localizaba la facultad de la memoria y del recuerdo en el ventrículo posterior del cerebro”. Sin embargo, el giro del que hablamos se advierte en el escrito no solamente por la crítica al sensualismo y la focalización que hace en la atención, sino también por la mención de su maestro Amadeo Jacques (París, 1813 – Buenos Aires, 1865), quien pasó del eclecticismo cousiniano a un racionalismo moderado en materia filosófica y pedagógica, social y política, que circulaba en Francia antes de su exilio rioplatense en julio de 1852. Este exilio se debió a sus diferencias con el ministro de Instrucción Pública durante la etapa del II Imperio bonapartista (1852-1870). Ya en 1847 había fundado La Liberté de Penser. Revue Philosophique et Littéraire, que enunciaba en su título una posición liberal y democrática que le acompañó siempre. No en vano había participado de la Revolución de 1848. En su primer Editorial afirmaba que la libertad estaba en peligro y que la filosofía tenía un papel social y político que cumplir. Decía claramente: “La philosophie a évidemment un rôle social et politique à remplir” (Jacques, A. 1848). A lo que añadía más adelante: “... nous sommes les défenseurs de la souveraineté absolue de la raison, que tout ce qui porte ombrage à la liberté de penser est notre ennemi”. Por ello expresa taxativamente que la causa de la filosofía y la causa de la libertad eran inseparables. Huelga decir que la revista dejó de publicarse con su alejamiento de Francia7.

Ya en América, de este maestro nadie pudo olvidar sus enseñanzas en cualesquiera de los lugares donde habitó, dejando huellas que trascendieron las cátedras y así lo muestra Larraín, mencionándolo con afecto y como autoridad digna de recuperarse: “Me acordé de mi maestro A. Jacques, quien me hablaba de la Memoria como del “fondo de nuestra actividad intelectual y auxilio indispensable de todos los actos del espíritu””. Un profesor que tenía importante trayectoria en su país natal, con probados conocimientos filosóficos poco comunes en el Río de la Plata, pero también en ciencias. De este modo, parte de sus esfuerzos estuvieron orientados a la enseñanza práctica, en especial de las ciencias aplicadas a la agricultura, el comercio y la industria (Vermeren, P. 1998, 98)8. Por otro lado, Cuyo publicó hace años, por atención de Arturo Roig, “La memoria sobre el sentido común como principio y como método filosóficos” que Jacques leyera en la Academia de Ciencias Morales y Políticas de París el 12 de enero de 1839 (Roig, A. A. 1969). Esta “Memoria” fue un anticipo de las ideas desarrolladas en el Manual de Filosofía –Manuel de Philosophie à l’usage des collèges9–, que redactó junto a Jules Simon y Émile Saisset, estando a cargo de la Introducción y la parte dedicada a psicología. El Manualsuplantó hasta cierto punto en nuestras cátedras el Nuevo curso de filosofía para el uso de los colegios (Nouveau cours de philosophie pour le baccalauréat, 1838 y ediciones posteriores), de Geruzez (1799-1865), si bien puede constatarse que al menos hasta 1922 seguía utilizándose, por ejemplo en la Escuela Normal de Señoritas, en Mendoza, según ejemplar que tenemos a la vista (1876). No obstante, a Geruzez lo tiene en cuenta Larraín cuando, al hablar de la estructura de las palabras, cita al vuelo una de sus frases: “La memoria se fortifica por la atención y el ejercicio”. Y aunque no es ocasión de establecer un mayor cotejo entre lo que contiene el libro del filósofo francés y lo que Larraín desarrolla, puntualmente dice el Nuevo curso de filosofía:

La memoria se fortalece con la atención y el ejercicio; si el espíritu se aplica a la observación de un objeto, si le considera con atención, no dejándole hasta que esté enteramente seguro que le conoce, conservará fielmente su impresión; si después toma otra vez este recuerdo, y le trae muchas veces en su presencia, la memoria guardará el depósito que se le confía, y se le volverá al primer llamamiento. Si al contrario no hace más que vislumbrar el objeto, y no hace caso de fijar esta vaga percepción, la memoria rechazará pronto la impresión, y el acuerdo [recuerdo?] perecerá en la inteligencia. En una palabra, la memoria, del mismo modo que las demás facultades, toma su poder prestado de la atención y [de su] actividad (1876, 81).

Pero, retomando a Jacques, en materia pedagógica fue autor de la Memoria sobre instrucción general y universitaria (1865), a la que Roig se refirió con el fin de destacar la influencia del pensamiento francés en América Latina, cuya irradiación la sitúa sobre “el liberalismo romántico” de la segunda mitad del siglo XIX, lo que explicaría su larga vigencia (1972b, 156).

Conocedor de la mitología griega, Larraín escribe que la diosa de la memoria o Mnemosine había engendrado las nueve musas, por lo cual era la madre de la ciencia. En efecto, esta titánide era hija de Gea y Urano, de la Tierra y el Cielo, que, en unión con Zeus, el rey de los dioses o dios supremo, había originado las musas de los saberes y artes: Calíope (inspiradora de la poesía épica y la elocuencia), Clío (inspiradora de la historia y la poesía heroica), Erato (inspiradora de la poesía amorosa), Euterpe (inspiradora de la música), Melpómene (inspiradora del teatro trágico), Polimnia (inspiradora del canto religioso), Talía (inspiradora de la comedia y la poesía pastoril), Terpsícore (inspiradora de la danza y el canto coral) y Urania (inspiradora de la astronomía, la astrología, las matemáticas y las ciencias exactas). Así pues, poseía Mnemosine un lugar elevado en la constelación mítica, de privilegio absoluto, dado que sin ella no sería posible elaborar discurso alguno, tal como afirma Platón –siguiendo la teoría pitagórica de la reminiscencia- en diálogos como Menón, Fedón, Fedro y Teeteto, como también en los retazos que nos han quedado de los presocráticos y los sofistas, pese a las diferencias. Teniendo el poder de recordar, era la facultad sobre la que se recostaban las otras e implicaba la percepción y la auto-percepción de objetos ideales: “Entrando a los dominios de la Mitología, hallamos que Mnemosina, diosa de la Memoria, era hija del Cielo y de la Tierra, y madre de las nueve musas, con lo que se la acredita como madre de la Ciencia, y como el vínculo precioso entre Dios y el hombre, entre lo divino y lo humano”.

Que nuestro autor era una persona informada lo muestra asimismo la mención del presocrático Simónides de Ceos (Ceos, 556 – Siracusa, 468 a. C.), de quien reconoce que fue el creador del “arte de la memoria”. La trascendencia de este poeta no se reduce al arte mnemotécnico del que dio muestras de modo práctico en un mentado hecho que se le atribuye, sino también a que supo otorgarle un sentido para el ejercicio de la palabra, que es lo que le interesa a Larraín. Esto es, la función que cumple la técnica del recuerdo para el arte de la retórica, tal como se dio en el mundo greco-romano. Sin embargo, durante la Edad Media, con la Escolástica, se la colocó al servicio de la ética, perdiendo el sentido original. Es lo que señala la investigadora británica Frances A. Yates, en su libro publicado originalmente en 1966, El arte de la memoria (2005, 39). Ahora bien, no es esa la intención primaria –insistimos, primaria- de Larraín en el texto aquí transcripto, pues aunque tuvo preocupaciones de carácter ético-moral, estas se hallan de modo evidente en otros escritos suyos. Pero veamos qué nos dice precavidamente la autora porque nos ayuda a comprender las intenciones del sanjuanino. Dice Yates:

El primer hecho básico que el estudioso de la historia del arte clásico de la memoria ha de recordar es que este arte pertenecía a la retórica, como técnica por la que el orador podría perfeccionar su memoria, lo que le capacitaría para extraer de la memoria largos discursos con infalible precisión. [...] aquellos infalibles guías de todas las actividades humanas que fueron los antiguos habían proporcionado reglas y preceptos para el perfeccionamiento de la memoria (Yates, 2005, 18).

Para la autora, que prefiere hablar de arte antes que de mnemotecnia, necesariamente hay que tener en cuenta a Cicerón y a Quintiliano para saber de qué se trataba, pues no hay otras maneras de tomar conocimiento de lo que representaba en aquella antigüedad griega la retórica y sus modos de enriquecerla, en el que el orden u organización y la vista –”el más eficaz de los sentidos”-, constituían sus procedimientos más apropiados. En tal sentido, no hay mejor fuente que el tratado Rhetorica ad Herennium (Retórica a Herenio, c. 90 a. C.), atribuido erróneamente a Cicerón, y el De oratore, que sí le perteneció, pues en dichas fuentes queda claro que la educación en ese arte era fundamental (ibid., 30). Y ¿no es esto lo que se proponía Larraín, dentro de la modestia de su folleto? Educar en el arte de la memoria, con las herramientas que tenía en su momento, mediante un esbozo propositivo de sistematización para la mejor acción de la memoria, apelando a lo que rodeaba a los jóvenes a los cuales estaba destinado. Como cita de Cicerón, Yates afirma que este arte era un auxiliar de la naturaleza, a la cual engrandecía: “el arte puede perfeccionar la naturaleza” (ibid., 37), pero también asevera que en los siglos XV y XVI todos los tratadistas siguieron, de un modo u otro, el Ad Herenniun (ibid., 129).

Y si de la tradición anterior, durante, y posterior a Simónides, Larraín parece tener noticias lo muestra el hecho de las menciones de la sofística, de Phedro (Gayo Julio Fedro, c. 15 a. C.– c. 50 d. C) y La Fontaine (1621-1695). Incluso, en la abundancia de antecedentes como principio de autoridad para lo que expresa, Malebranche (1638-1715) es uno de ellos, tanto como Jean Joseph Jacotot (1770-1840), pedagogo ampliamente conocido en nuestro medio, creador de un método de enseñanza que lleva su nombre. Precisemos. Aquí alude el sanjuanino a uno de los cuatro principios de ese método a propósito de recordar números tomando fechas según su valor y su duración, pero también a los conocimientos de disciplinas como la Historia, la Aritmética y el cálculo, ya que “todo está en todo”. Los restantes principios son: todas las inteligencias son iguales; un individuo puede todo lo que quiere; se puede enseñar lo que se ignora10.

Ejercicios mnemotécnicos

Después de las palabras introductorias, la ejercitación con objetivos mnemónicos es dividida por Larraín en los siguientes apartados: números, imágenes, objetos, hechos, nombres, lugares, palabras según su estructura, asociación de ideas, la atención, y el remedio contra las distracciones del espíritu. No entraremos en detalles de cada uno, pero sí nos detendremos en algunos aspectos que nos parecen destacables.

Respecto de los números, sobre lo cual algo acabamos de decir, para recordarlos Larraín propone el camino de la asociación de ideas en el cual es factible acudir a hechos, circunstancias, acontecimientos, y todo aquello que nos permite sacar del olvido lo que queremos evocar. Pero, ¿qué sucede con las imágenes? Su origen es la percepción externa, que se puede dar por un “fenómeno de reflexión” o por la introducción de “especies materiales”, esto es, por los datos que nos brindan los sentidos, o por la apercepción de algo que ya hemos percibido y recordamos. En estos casos la memoria evoca conocimientos de las cosas, sean materiales o abstractas, porque de estas últimas también hay imágenes. En resumidas cuentas, la “materia prima” de la cual se nutre la memoria son aquellos datos sobre los que elabora sus imágenes mediante el juicio, que ha realizado comparaciones, y generalizaciones por medio del raciocinio. Pero no es simplemente “recordar”, sino “reconocer” porque este acto combina elementos conocidos que dan paso al recuerdo de una cosa y ese es un reconocimiento dado que acuden también conocimientos ya adquiridos. Además, Larraín tiene la vieja idea de la tabula rasa cuando nos dice que los recuerdos de la primera infancia se graban mejor “en la receptividad casi vacía de la Memoria, gracias al carácter de novedad de las primeras impresiones”. No es el caso de los adultos, en quienes los recuerdos se agolpan como en tropel y hacen más difícil discernir sobre las propias imágenes. Escribe: “Si la memoria es el receptáculo de los conocimientos, es indudable que estos son los elementos que debo evocar y combinar para tener el recuerdo de la cosa que busco”. Sobre el punto es cuando le otorga el carácter anticipatorio que ya señalamos, porque puede adelantarse al futuro: “Lo que parecerá un imposible, es que la memoria contiene también las imágenes futuras, imágenes que ella saca de sí misma, combinando lo conocido para formar imaginativamente las cosas que quiere conocer”, sin importar el modo como han advenido.

En cuanto a los objetos, Larraín afirma: “Para recordar un objeto, cualquiera que sea su naturaleza, y cuyo nombre me viene a la memoria, necesito pasar en revista las condiciones en que lo vi, el lugar, la forma, el uso, su estado, y luego recordar los objetos que le son similares en cualesquiera de las condiciones expresadas”. Es aquí, nos parece, donde más se acerca nuestro autor a la idea de orden y secuencias en ese proceso recordatorio: un pasar revista a algunas condiciones que, como en los casilleros del arte mnemónico, ubica la cosa a recordar antes de pasar a las semejanzas o similitudes. Una elevación por planos gnoseológicos está presente, que va de lo más simple a lo más complejo.

Acerca de los hechos, nada más oportuno que tener en cuenta para recordarlos la asociación con “columnas miliares de la vida nacional”, es decir, con acontecimientos históricos sobresalientes. Pero con relación a los nombres la variedad de recursos puede acrecentarse: “Los nombres propios o comunes, son simples o compuestos; primitivos o derivados; concretos o abstractos, ideológicos, onomatopéyicos; representan cosas o cualidades, ocupaciones, lugares, plantas o animales, y en fin, hay palabras homónimas que bajo una misma forma representan cosas diferentes”. Por ejemplo, nombres de animales que “representan sonidos [...] tomados del grito peculiar de los animales que así se llaman”, como es el caso del tero-tero o chajá. O bien cuando se trata de objetos destinados a un uso particular, por lo que mientan, como es el caso de “anteojos”, “paraguas”, entre otros tantos. Para los nombres propios las alusiones pueden asimismo guiarnos, según se trate de cosas (Barco, Cabello, Oro,..); compuestos (Villa-Nueva, Monte-Negro,...); oficios (Tejedor, Herrero,...); ocupaciones (Labrador, Montero,...); lugares o peculiaridades geográficas (Plaza, Ríos, Lagos,...); animales (Lobo, León, Vaca,...); plantas (Sarmiento, Romero, Manzano,...); colores (Bermejo, Blanco,...); derivados (Justino, Justiniano,...), etc., y de esta manera procediendo razonadamente en el proceso asociativo, pero también recurriendo a la homonimia, si fuere el caso.  

Recordar lugares también suele requerir ayuda: “Para fijar en la memoria los nombres de lugares, conviene conocer su significación histórica; su origen, posición que designan, regiones que les son propias; designación física o química según su naturaleza, equivalentes en los idiomas, significación geográfica, referencia a los simples, en los nombres compuestos, etc., etc.”. Ejemplos serían: Buenos Aires, Río Colorado, Río IV, Los Andes, Plata, Pehuenche, Antropología, y así sucesivamente.

La gramática puede dar frutos provechosos para Larraín: “[...] el estudio de los idiomas, y en último resultado, el estudio del pensamiento, tiene un rico caudal de recursos que podemos utilizar aplicados a la mnemonia”, en especial porque orientan según la estructura de las palabras. De este modo, cuatro son los tipos en los que pueden clasificarse: nombres, verbos, partículas, e interjecciones. Los primeros designan cosas o cualidades, mientras que los verbos han sido agrupados según su desinencia en tres familias: -ar, -er, -ir. Las partículas tienen también su importancia porque “relacionan, unen, o separan”. Por lo que hace a las interjecciones, ellas indican una “impresión del espíritu que se siente afectado por una causa cualquiera”.

Llegados a este punto, desarrolla el tema de la asociación de ideas, una de las funciones psicológicas que nos acompañan constantemente porque una idea llama a otra y asimismo subsecuentemente. Sin embargo, en su proceder ella tiene sus pautas y normas lógicas.

El juicio es una comparación de dos o más ideas y según transite de una idea general a una particular o al revés, tendremos una deducción o una inducción. En cuanto al raciocinio, es la “correlación de las ideas, que como una especie de irradiación parte desde nosotros, o de una idea dada, para extenderla y ensancharla, siguiendo un orden dado de concepciones”. El orden parte de lo inmediato a lo mediato, de lo que está más próximo a nosotros para extenderse a un “orden dado de concepciones” amplias y abarcadoras: “... partimos de nosotros y nos extendemos a la humanidad toda, formando en nosotros mismos el punto antropocéntrico que sucesivamente nos lleva del individuo o persona hasta la gran colectividad constituida por la especie humana”, cuidándonos de no perder de vista la idea central generadora.

Sobre la atención, “ese estado feliz del espíritu”, que es de lo que en definitiva se trata, al término de su escrito Larraín no opta por la posición de Destutt ni la de Laromiguière, es decir, que sea una facultad especial o un acto de la voluntad. Prefiere poner el acento en que es necesaria su aplicación sobre los objetos para sacar provecho de ella en cualquier ejercicio de conocimiento, pero muchas veces no basta el acto voluntario de su fijación, pues ocurre que hay circunstancias que nos impiden o dificultan su direccionalidad, como cuando estamos muy fatigados, por ejemplo, y ella se debilita. Con este propósito brinda algunos consejos que considera de utilidad, porque básicamente su escrito no es teórico, sino de aplicación práctica –algo que reiteramos-, para fortalecerla mediante ejercicios metódicos.

Breves conclusiones

Guaman Poma de Ayala y su valioso libro El Primer nueva corónica y buen gobierno, estudiado prolijamente por Rolena Adorno, narra la vida incaica, como es sabido. Páginas que cristalizan allí una historia para conocimiento del rey de la España conquistadora, Felipe III, pero también para la sociedad en la que tenía su cuerpo y existencia. Palabras y dibujos –textos verbales y textos visuales- grabados en el códice por el mediador y cronista que dicen algo en sí mismos y también remiten a lo que a ellos pueda asociarse. Se trataba de recordar, demostrar y criticar las injusticias del sistema colonial, y, una cuestión no menor, de aleccionar a sus contemporáneos, ya fuesen de ultramar o vecinos para un “buen gobierno”. De esta forma, creemos ver en este antiguo antecedente americano (y sin que pueda emparentarse –así nos parece- con el ensayo larrainiano), no un catálogo o muestrario, sino una historia pasada y presente, vívida, fruto también de un arte mnemónico. 

Saltando en los siglos y situándonos en ámbitos muy diferentes podríamos perforar lo que la pieza de Larraín ofrece a simple vista y preguntarnos si se trató de una casi ingenua entrega. Desde un contexto amplio, más allá de las intenciones expresadas en un formato sencillo, sin preciosismos, hay un fondo político y social que no le es extraño a juzgar por los autores que cita y las recomendaciones que da para la adquisición de habilidades y técnicas. La naturaleza de los seres humanos es igual en cada uno, pero son las condiciones de tiempo y espacio las que modifican las posibilidades o alternativas para su realización. De esta suerte, el arte de la memoria y su reversión en el lenguaje para el buen decir es sacado de esferas exclusivas con el fin de ser transmitido en escuelas primarias y secundarias de una nación que deseaba popularizar la enseñanza, con sus serias contradicciones y yerros11.

El escrito tiene el fin de coadyuvar a principiantes, como se ha dicho, pero editado en Mercedes, asiento de la importante Escuela Normal Mixta en la Pcia. de Buenos Aires, de modo que es claro que los destinatarios también podían ser o eran sus otros “hijos”, los alumnos12. Hay un trasfondo que no se limita al arte de recordar, sino también a que lo que se recuerda y está acumulado en la memoria sirva para la vida social, en donde ciudadanos virtuosos velan por el bien común. Además, la propuesta de estos ejercicios en permanente reelaboración es posible verla como parte del dominio de sí para extraer las mejores posibilidades de nuestro ser en el que ideas, personas y acciones constituyen una unidad.

Lo atractivo de Larraín es plantear el tema de un modo didáctico y asociado a los elementos, lugares, circunstancias y personas cercanas, es decir, dentro de su medio histórico, social y geográfico, conformado por objetos comunes, reales o fantasiosos, pero al uso. Qué tomar de la vida cotidiana y del pasado inmediato o lejano, por ejemplo. Una retroalimentación en la que una idea se resignifica. A veces se contamina, otras se purifica, muta, se estiliza, pero siempre en un fluir del que brotarán nuevas imágenes. 

En un diferente nivel, podríamos decir en función de los ejemplos que emplea especialmente en la sección destinada a recordar nombres, que no escapó a los estereotipos de la lectura histórico-social y política que su propio tiempo impuso, a fuerza de dicotomías instaladas desde la primera mitad del siglo en un espacio de disputas por hegemonías.

Decía Amadeo Jacques en el Editorial de su revista algo que Larraín compartía:

L’Etat, dans l’éducation, a un double devoir. Il doit, par l’Université, donner un enseignement normal, affranchi de la domination des familles, des caprices de l’opinion et des hasards de la concurrence. Il doit, dans les écoles libres, réprimer le charlatanisme et l’avidité, et punir tout enseignement contraire à la morale et aux lois de l’Etat. Le droit de punir implique le droit de surveiller. On invoque à grands cris le droit des pères de famille; il est sacré; celui de l’Etat ne l’est pas moins. Il s’agit de faire à la fois des citoyens et des hommes13.  

Por lo demás, esta presentación ha pretendido humildemente insinuar que aquí podrían darse investigaciones particulares asociadas a los modos de la enseñanza, el arte de la memoria, la mnemotecnia, la retórica y la filosofía en nuestro país, por indicar solamente algunos aspectos. Nuestro polígrafo entrevé que las debilidades de las inteligencias podían superarse mediante técnicas apropiadas para ayudarnos a cubrir los vacíos de aquello que alberga muchas veces sin saberlo conscientemente. ¿Y no es esto notorio como soporte de un ámbito espiritual que no podría tener a la mano todo lo que ha experimentado? Quizá el simple olvido sea una astucia de la naturaleza para nuestra propia sobrevivencia, pero como no estamos determinados, la memoria “natural” y “artificial”, por medio de la atención era –y es- un recurso cuya ejercitación beneficiaría a las generaciones presentes y futuras. La tensión entreolvido y recuerdo no implica una escisión. Tiene hilos sutiles. Lo ínfimo puede tomar espesor, textura. Lo oscuro puede tornarse claroscuro y hasta luminoso, pero nadie podría aventurar un final, una terminación, y he allí su constante desafío.

Notas

1 Profesora Consulta UNCuyo/CONICET <cajalif@gmail.com>

2 La Exposición fue obra proyectada, construida y dirigida por el Club Industrial de Buenos Aires.”

3 El autor halla en Larraín y La nueva Osorno o la ciudad de los Césares el primer documento de la presencia del krausismo en la Argentina. Sobre el mismo puede verse: Biagini, Hugo. 2009, 453-458.

4 Sobre algunas de dichas repercusiones, podemos remitir a nuestro escrito: Jalif de Bertranou, C. A. 2009, 471-480.

5 En el Programa del Curso de Filosofía de De la Peña, dictado en 1865, figuran entre sus cincuenta y tres alumnos, Francisco Ramos Mejía y Guillermo Hudson, según lo que se lee en el impreso. Lamentablemente no contamos con el correspondiente al año 1867.

6 Sobre el vínculo filosofía y retórica, puede verse: Cattani, Adelino. “Filósofos y oradores. Filosofía en la retórica, retórica en la filosofía”. En sus conclusiones dice: “Hablar bien es indicio y causa de pensar bien. Pensar bien significa también pesar los pro y los contra, confrontándose con los otros dialógicamente o polémicamente. Esto es, pensar bien es también argumentar y contraargumentar. Y la argumentación es el instrumento típico de la retórica y de la filosofía. En esta circularidad reside, reitero, la relación entre filosofía y retórica: argumentar es una operación que tiene naturaleza puramente retórica y tiene finalidad netamente filosófica” (2011, 130).

7 Sobre la posición imperante en Francia leemos en ese texto: “Nous nous rencontrons tous dans les doctrines spiritualistes qui, grâce à Dieu, sont aujourd’hui unanimement proclamées par toute la philosophie française: la souveraineté de la raison, la providence de Dieu, la liberté, l’immortalité de l’âme, la morale du devoir; et c’est en ce moment notre plus douce pensée, de sentir, qu’attachés de conviction et de cœur à cette noble cause, comme nous ne pouvons vivre et prospérer que par elle, il n’est pas non plus un de nos succès qui ne doive lui revenir”.  

8 Una crítica a las ideas pedagógicas de Jacques se hallará en: Puiggrós, A. 1990, 94 y ss.

9 Jacques, A. et al. 1846. Manuel de Philosophie à l’usage des collèges. Introduction et Psychologie par A. Jacques. Logique et Histoire de la Philosophie, par Jules Simon. Morale et Théodicée, par Émile Saisset. Paris: Joubert. Manual de Filosofía para el uso de los colejios. Versión española hecha de la segunda edición francesa por Martínez del Romero. Madrid: Calleja, 1848..

10 Sobre Jacotot puede verse: Rancière, Jacques. 2003.

11 Para una apreciación crítica de la concepción educativa del período, puede verse: Puiggrós, A. 1990.

12 La Escuela fue fundada por decreto presidencial el 21 de marzo de 1887 (Puiggrós, A. 1990, 65).

13 Traducción propia: “Sobre la educación el Estado tiene una doble obligación. Debe, mediante la Universidad, brindar una enseñanza normal, libre de la dominación de las familias, de los caprichos de la opinión y de los azares de la competencia. Debe, en las escuelas libres, combatir el charlatanismo y la codicia, y castigar toda enseñanza contraria a la moral y a las leyes del Estado. El deber de castigar implica el deber de vigilar. Se invoca a los gritos que el derecho de los padres de familia es sagrado, pero el del Estado no lo es menos. Se trata de formar a la vez ciudadanos y hombres”.

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