1. Introducción
Los libros electrónicos o digitales, conocidos comúnmente como e-books (en la terminología anglosajona)1, tienen una presencia cada vez mayor en las ofertas de las editoriales y en las ferias de libros de distinto tipo (abiertas al público tanto como las de comercialización de derechos de autor), y en blogs y páginas web. Éstos han significado una de las mayores transformaciones en el mercado editorial de los últimos años, implicando el desarrollo y uso de tecnologías de la información y la comunicación (TIC) y soportes materiales adecuados para su consumo. De hecho, en la actualidad en las páginas de distintos organismos oficiales (ministerios y secretarías de cultura y educación, observatorios de industrias culturales, universidades y centros de investigación, organismos internacionales, entre otros) tienden cada vez más a mostrar a través de relevamientos, encuestas, estudios y análisis la incidencia de los consumos culturales digitales en distintos conjuntos sociales, a partir de diferentes producciones culturales y medios de comercialización, incluidos los digitales.
En este contexto, la construcción estética es ejercida en relación a los contenidos multimediales, y en particular a través de los formatos digitales, cuyos espacios, tiempos, diseños y puestas a través de las pantallas redefinen las representaciones simbólicas, las experiencias y las prácticas culturales. Estética y antropología nacen casi simultáneamente a partir del estudio de la alteridad, que ha caracterizado y caracteriza aún a esta disciplina, pues la estética configura significaciones sociales (García Canclini 2008a). Tal, y como ha mostrado la disciplina antropológica, los criterios estéticos para definir aquello que era considerado bello, apreciable y de excelencia se han centrado en gran medida en parámetros de las sociedades occidentales (Spadafora y Morano 2008). Esto, en gran medida, ha dado lugar a concepciones restringidas de cultura, centradas acerca de la “alta” cultura ligada a la excelencia artística -en las bellas artes, ópera y las letras- y “baja” cultura -que involucraba aquello que quedaba por fuera de ese recorte-, y de lo que se planteaba con estética. De la mano de las complejizaciones y ampliaciones del concepto de cultura, también se ha cuestionado una única mirada estética por sobre otras. De este modo, desde la perspectiva antropológica se considera que los bienes simbólicos, en este caso libros, vehiculizan en tanto producciones culturales, sentidos y significaciones construidos socialmente.
Si bien el propósito de este artículo no es dar cuenta de las vinculaciones entre libros y TIC a través de la estética en sí, el hecho de que detrás de toda producción cultural hay una mirada estética construida socioculturalmente, llevó a pensar que incluirla en este análisis podría aportar elementos para la comprensión del fenómeno de la relevancia de los libros digitales en la actualidad. En estas páginas se procura reflexionar acerca de esto en vinculación con la industria del libro2, a partir de la consideración de los e-book y las redefiniciones estéticas que suponen a la hora de situarse en relación con otros soportes materiales y tecnologías para favorecer la lectura.
2. Libros y mundo digital
La elección cada vez mayor de consumos culturales digitales, preocupa a la industria del libro porque en cierta medida estaría indicando el corrimiento de lugar de la lectura como uno de los elementos simbólicos fundamentales hacia otros más relacionados con las TIC. Esto, resulta una preocupación para actores y estudiosos del campo editorial, pues se considera una tendencia que afecta tanto de los sectores más desfavorecidos como de los sectores con altos niveles de instrucción (Argüelles 2003; Chartier en Brito y Finocchio 2009; Escalante Gonzalbo 2007, entre otros), lo cual, a su vez, se concibe como una de las principales expresiones de la “crisis” actual de la lectura. Esta crisis, en términos genera- les, tuvo y continúa teniendo significaciones diversas de acuerdo a los contextos en las que fue pensada y a la cual refería. Tomando en sus estudios como ejemplo la sociedad francesa, Chartier y Hèbrard (2002) plantean que entender la lectura desde la perspectiva de la crisis, implica plantear que ésta tuvo diferentes significaciones, pues si en un primer momento lo fue en concordancia con la escuela en relación a los medios masivos de comunicación como la TV (en los años ´60 y ´70); luego esta crisis estuvo aparejada a las condiciones socioeconómicos de la población, lo cual puso en evidencia que amplios sectores de desocupados eran iletrados (en los ´70 y ´80). En cambio, en la actualidad la crisis de lectura tiene como contracara el avance de las TIC y estaría afectando también a quiénes tienen estudios educativos de nivel superior (empresarios, dirigentes políticos) pues: “… no son para nada “lectores” en el sentido tradicional del término. Ellos saben leer y escribir muy bien ya que trabajan durante toda la jornada con pantallas…”” (Chartier en Brito y Finocchio, 2009, p. 32-33), realizando una lectura centrada prioritariamente en el entrenamiento.
El discurso de la crisis de lectura, pone justamente en evidencia que la conjunción de lectura-escritura cobró su encarnación a través del libro como soporte y herramienta prioritaria. Entonces, la desaparición o no del libro, como el que conocemos en papel y tinta, ha sido y continúa siendo un debate que lejos de agotarse sigue generando opiniones diversas, por ser durante un período prolongado de tiempo el objeto por excelencia3 de la cultura escrita. En efecto, el libro es una de las formas de acumulación y almacenamiento de la información colectiva, pues “somos incapaces de almacenar dentro del cráneo toda la información, narrativas y sensaciones poéticas de la sociedad” (Bartra, 2009, p. 165), junto con museos, archivos documentales, mapas, monumentos, fotografías, entre otras. Ahora bien, la incidencia de la digitalización está transformando esos modos de almacenamiento, pero también de preservación de la información, lo cual reestructura y resignifican también instituciones como las bibliotecas (Mihal 2009) dado que éstas pasan a estar constituidas por bienes patrimoniales que incluyen textos digitalizados, como ser- vicios relacionados con las TIC. Asimismo, la articulación de estas distintas formas de producción, circulación y apropiación de estos textos escritos (Chartier 2007)4 muestra que la coexistencia es quizás más segura que el desplazamiento de los libros en papel por los libros en dispositivos electrónicos de distinto tipo pues los pergaminos coexisten con los libros, a la par que las tecnologías cambian constantemente de formato y se vuelven obsoletas. Por ejemplo el disco blando fue reemplazado por otro, luego el CD comenzó a ser desplazado por la memoria USB; con lo cual cambian los formatos tecnológicos más rápidamente que la lectura en papel (Eco 2012). Pero además los textos necesitan estar disponibles en formatos que les permitan ser leídos en diferentes dispositivos electrónicos -hasta ahora los más utilizados son los e-readers, tablets, computadoras de escritorios, netbooks, y teléfonos móviles-, que pueden tener distintas funciones o inclusive ser utilizados para finalidades y necesidades diferenciadas, inclusive en algunos casos requieren la conectividad simultánea en internet cuando las lecturas son de carácter on-line.
En esa convivencia entre la impresión y lo digital, es preciso distinguir además a la distinción de este último con lo digitalizado. Como es sabido, la distinción entre lo digitalizado y lo digital, radica principalmente como sostiene Doueihi (2010) en si lo digitalizado fue concebido y construido a partir de la materialidad de la cultura impresa, o si son “objetos que se transforman realmente en otra cosa cuando se los transfiere al entorno digital…” (Doueihi, 2010, p. 192), y por ende se constituyen como digitales.
Es suma, la coexistencia entre lo digital y lo impreso se ha acentuado en los últimos años, los formatos impresos coexisten con otros cuyos soportes cambian, como lo son los textos digitalizados, y los e-books. Pero, sobre todo, la digitalización transforma a los libros como producciones, como sostiene Kaufman (2007) actualmente las condiciones de producción, reproducción y edición de los libros son digitales, es en el nivel de la circulación donde los textos mayoritariamente continúan utilizando el papel como principal recurso. Aunque como destaca Rivero (2013), las editoriales requieren también de una plataforma digital para su oferta, venta y promoción. En efecto, Gómez Escalonilla (2004) plantea que cambia el soporte de los libros con la incorporación de productos multimedia y la utilización de la red tanto para la producción, comercialización y distribución de los e-books, como para “escaparate de la producción editorial convencional” (Gómez Escalonilla, 2004, p. 54) de libros en papel. De hecho, el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y Caribe (CERLALC), uno de los organismos internacionales con mayor incidencia en el ámbito del fomento de políticas ligadas al libro y la lectura en distintos países incluidos el nuestro 5, ha planteado en un documento titulado Hacia un manifiesto sobre el libro electrónico. Producción y Circulación del Libro (2014), que aunque los mecanismos de producción y circulación tradicionales de libro sigan predominando, es necesario fortalecer políticas orientadas al libro y la lectura que preparan a los países “para un escenario de predominio de las tecnologías digitales”, de modo tal de identificar, entre otras cuestiones, las necesidades de distintos actores, la creación y reorientación de las instituciones y, repensar las normativas (principalmente de los derechos de autor) vinculadas con el sector editorial.
Por último, teniendo en cuenta estas consideraciones es preciso subrayar que sumado al discurso sobre la crisis de la lectura y a las nuevas formas de edición digital, otra persistencia que es la de la discusión de si los e-books puedan ser entendidos o no como libros, por sus características y formatos. Al respecto Rivero (2013) plantea que no constituyen un libro sino una unidad de comercialización de obras (sean éstas intelectuales, artísticas, y/o científicas), “…pero de ninguna manera transporta todos los sentidos, valores y usos del libro tal como lo conocemos” (Rivero, 2013, p. 95). En esta clave se obtura la posibilidad de pensar los consumos culturales digitales vinculados a la lectura, porque se soslaya las transformaciones de las prácticas culturales, las elecciones y disposiciones generales respecto al mundo digital. Pero, sobre todo, se soslaya un aspecto fundamental del libro, que es el que es también un soporte de contenidos, como sostiene Esteves (2014), es decir, la transformación, reemplazo, convivencia de un soporte por otros no es lo prioritario. Si bien puede entenderse que los libros digitales pueden no tener o transportar todos las significaciones de un libro impreso, lo cierto es que en tanto elemento simbólico es portador de sentidos y resignificaciones de la lectura, que nos llevan a considerar su dimensión estética, a la vez que a pensar las redefiniciones de los lectores.
3. Estéticas, lecturas y libros digitales
“Además, hay una gran diferencia entre la experiencia de sostener y hojear un libro leído hace años, descubrir los pasajes subrayados y las notas que uno anotó en los márgenes -una experiencia que transporta al lector y le permite revivir viejas emociones- y la de leer la misma obra en la pantalla de una computadora, en tipo Times New Roman de 12 puntos” (Eco, Diario El Espectador, 08/04/2012).
La variedad de dispositivos y su continua transformación y reemplazo, tanto como el estar online, expone y enfrenta a la experiencia de leer con el atravesamiento de las TIC, en tanto ya no permite experimentar texturas, olores, gramajes, sentidos específicos de la lectura en impresa. En este sentido, las relaciones con respecto a los libros impresos continúan presentes, el contacto directo con dicho objeto, experimentado a través del tacto, olor, y experimentación mediante los distintos gramajes e ilustraciones -como se observa en el párrafo citado- van dando lugar también a otras experimentaciones. De hecho, como señala Hutnik (2011) el aspecto estético de los libros digitales, esa imposibilidad de abordar texturas por ejemplo, puede ser considerado como una desventaja en relación con los soportes de papel.
Sin embargo esta desventaja, a su vez, es generadora de otras significaciones, en tanto la experiencia estética, lo que se encuentran son distintas formas de experimentar y comunicarse con los bienes simbólicos. Estas últimas se dan de la mano de las transformaciones de distinto orden en relación a los libros, respecto a la propia industria editorial, en cuanto a los consumos culturales digitales, y en concordancia con los propios objetos a través de lecturas en pantallas a través de la diversificación de textos disponibles, tanto de libros digitalizados y, particularmente de los e-books.
Al respecto, Chartier (en González et. al. 2007) sostiene que en éstos las operaciones intelectuales y categorías estéticas son distintas a las que suponen los libros impresos porque implican otra inscripción en relación con los textos, y otras formas de aproximación a ellos. Pues según su perspectiva, los lectores se encuentran con los textos inscriptos en objetos, en materialidades concretas que guían o imponen, de cierta manera, la producción de sentido. Los modos de leer y los soportes que le dan materialidad se transforman en el transcurso del tiempo, tanto como las formas de entender a la lectura, sin esas transfiguraciones esta última consistiría solamente en una abstracción (Chartier 2003,1993, 1991). Así puede decirse que el concepto de lectura es dinámico y variable, no opera teniendo en cuenta las mismas dimensiones en todos los tiempos.
Ahora bien, si se transforman las formas de leer en relación a los cambios que se dan en las formas en que éstos se presenten, también cambian las valorizaciones y apreciaciones esté- ticas asociadas a ellos. En efecto, para quienes fueron socializados a través de la oralidad y la escritura, el libro impreso fue el eje de organización sociocultural en la conformación de los Estados modernos como vía privilegiada para el acceso y formación educativa y cultural. Dicha propuesta formativa en lectura (y escritura) se daba de la mano de instituciones centrales como eran la escuela y las bibliotecas en los consumos culturales (Pietro 2006; Gutiérrez y Romero 2007; Sarlo 1998) y principales referentes en el fomento de la lectura6. Por medio de ellas se apuntaba a unificar y homogeneizar a la ciudadanía constituida por identidades diversas e incluso antagónicas (Miller y Yúdice 2004), lo cual se asociaba a la necesidad de regular el comportamiento de los sujetos incorporándolos a la alfabetización, procurando desterrar los saberes heredados de la oralidad7, que eran considerados negativos, y promoviendo la cultura letrada.
En este sentido la escuela actuó como una “máquina estetizante”, según Pineau (2013) para unificar las prácticas, costumbres y valores de esa ciudadanía que se pretendía homogeneizar, en la que la formación de lectores a través de libros y otras publicaciones impresas (Sarlo 1994) era el elemento simbólico distintivo y principal. A este papel en formación de las valorizaciones y apreciaciones estéticas se sumaron otros ámbitos -bibliotecas, museos, entre otros- que cumplieron también su papel en priorizar ciertos sentidos y, a la vez, invisibilizar otros, si justamente éstos no se adecuaban a los parámetros hegemónicos de la estética. En este sentido, no sólo la forma y función de los libros se vinculan con los modelos que cada época enfatiza, socializa y transmite a través de los aparatos institucionales, sino también su estatus simbólico, y como afirma Leyva (2005) éstos generan y modelan prácticas y representacionales sociales respecto a su producción, comunicación y consumos.
No obstante en el presente, la organización sociocultural involucra al desarrollo mediático a través de la conjunción de la lectoescritura con lo audiovisual, lo oral y también lo digital, generándose a partir de la digitalización no sólo el intercambio de libros y otros textos sino también la posibilidad de crear formatos y contenidos (García Canclini 2007, 2008b). Es en esa vinculación donde se redefinen los sentidos estéticos y políticos, las sensibilidades a través de un nuevo tipo de experiencia cultural que genera, a su vez, mayores interacciones entre escritores y lectores, creadores y espectadores, como señala Barbero (2008). Entonces, en la actualidad la construcción de juicios de valor, sensibilidades estéticas son también parte de un proceso dinámico, y si ya la lectura implica otras materialidades y soportes además del papel, es en esa interrelación que los e-books como formato de libro y otras lecturas en pantallas de distintos dispositivos electrónicos, se vayan configurando con mayor presencia en los consumos culturales. De hecho, “el poder de la forma digital de inscripción y transmisión es sin par en la historia de la humanidad. Es lo que la hace fascinante e inquietante…” (Chartier en Swinburn, 2009, s/r). En suma, la inscripción de los textos no se da en un vacío, sino a partir y con las experiencias de lectura que involucran distintos modos de leer, conviviendo en muchos casos la lectura en papel con lo digital. De hecho, en esa combinación también entran a jugar imágenes, inclusive como plantea García Canclini (2008b) se puede ser lector, espectador e internauta a la vez, siendo esa imbricación otra forma de leer distinta a la lectura en papel a través de las lecturas en pantallas. Desde hace ya algunos años viene enfatizándose los usos diferenciales que “nativos digita- les” e “inmigrantes digitales” (Prensky 2001)8 hacen de las TIC, tanto como de las lecturas y escrituras en pantallas. Básicamente los nativos digitales son niños, jóvenes y adultos jóvenes que han nacido bajo el abrigo de las tecnologías de la información y la comunicación, mientras que los inmigrantes digitales vieron llegar la instalación de éstas en la sociedad. Si bien existen desigualdades y brechas de otro tipo, esos nativos leen y escriben (Ferreyra 2009), aunque dichas prácticas se realizan online. Al respecto Albarello (2011) sostiene que muchas veces un mismo lector complementa libros impresos y lecturas en pantallas, como cuando un texto se lee superficialmente en pantalla y luego se lo imprime para ser leído más detenidamente. Asimismo plantea que las estrategias de lectura en pan- tallas no son tan novedosas, ya que algunas de ellas son heredadas de la lectura en papel, sin embargo los “nativos digitales” las realizan más frecuentemente en la interacción de la lectura/navegación.
Estas cuestiones que se plantean respecto a las lecturas en pantallas posibilitan pensar la lectura a través de los e-books, puesto que si bien éstos son dispositivos específicamente originados para ser leídos electrónicamente en primer lugar, favorecen la lectura de niños y jóvenes que nacieron con las TIC ya instaladas en un entorno más próximo que los inmigrantes digitales. Pero también porque aún para aquellos no socializados con las TIC, la lectura de estos libros digitales puede ser una vía elegida para dicha práctica. Al respecto, Hutnik (2011) plantea que los dispositivos de lectura (independientemente de que sean Kindle, Reader, Ipad, etc.) se destinan principalmente a los “…migrantes digitales, ya que intentan copiar la experiencia lectora de un libro físico mediante el uso de la e-ink o tinta electrónica” (Hutnik, 2011, p. 320). Quizás la riqueza del formato radique en los usos potenciales que pueden llegar a tener en el entrecruzamiento de las formas de leer, algunas más relacionadas con el impreso, otras surgidas de las condiciones y transformaciones generadas a partir de este tipo concreto de materialidad, y/o de libros digitalizados.
De hecho, Igarza (2011) sostiene que el “enriquecimiento de los contenidos y puesta en común de la experiencia de los lectores son dos factores clave de éxito en el devenir de la lectura digital” (Igarza, 2011, p. 86). En la coexistencia de los e-books con otras tecnologías, se generan y configuran nuevas relaciones estéticas que atraviesan la lectura. De este modo, si la dimensión estética implica una mirada subjetiva, cargada de juicios, supuestos y valoraciones, producto de un proceso social continuamente cambiante, en el que la lectura en e-books, son generadoras de sensaciones y nuevas experiencias.
4. Reflexiones finales
En este artículo, la discusión se ha concentrado en las redefiniciones y nuevas valorizaciones estéticas que traen aparejadas las TIC en relación con la lectura, teniendo como eje de análisis el caso de los e-books. En este sentido se han abordado algunas especificaciones conceptuales respecto de los e-books que han apuntado a esclarecer tanto algunos aspectos que los diferencian de textos digitalizados como otros aspectos que los vinculan con los libros impresos.
Sin embargo, lo que está atravesando esas consideraciones es la categoría misma de lectura, que aunque no ha sido objeto de este trabajo presentar una profundización acerca de la misma, ha estado como marco articulador desde el cual pensar los e-books de la mano de las configuraciones estéticas. De tal modo, el concepto de lectura como parte de una construcción social dinámica sigue siendo clave para conocer y reflexionar acerca de las transformaciones de los libros en papel como objetos y soportes impresos; tanto como respecto de ciertos cambios y modalidades de lectura. Así como también de la mano de estas transformaciones en las formas de entender la lectura, surge que la categoría “lectores” si ya resultaba incómoda para definir a quiénes leen o escogen entre sus consumos culturales leer -discusión que se escapa a los objetivos de este trabajo, pero de la cual dan larga cuenta los estudios en antropología y sociología de la lectura-, lo es aún más sobre todo teniendo estas combinaciones que planteaba García Canclini (2008) de lectores, espectadores e internautas, o los lectores/navegadores de pantallas de los que daba cuenta Albarello (2011).
Como se ha intentado mostrar, las articulaciones entre las prácticas y sentidos respecto a lo digital y lo digitalizado, implican que aunque lo importante son los contenidos que hacen que los e-books sean considerados libros, ampliar la mirada sobre las modalidades de lec- tura posibilita vincularla con los soportes y materialidades en las que éstas se asientan. Por ello, aunque aún su uso no es mayormente generalizado en los consumos culturales digitales, en relación con otros dispositivos electrónicos como el teléfono celular por ejemplo, es posible avanzar en el análisis de los e-books, puesto que éstos en tanto tales constituyen un producto cultural específico de la industria del libro, son generados a través de procesos creativos que se redefinen constantemente en el marco de la sociedad actual.
A su vez, atravesados por las transformaciones que se apuntaron con respecto a los e-books también se reconfiguran no sólo la mirada estética a través de la perspectiva de quién lee y/o sus manera del leer sino también la propuesta estética. Es decir, están cambiando las aproximaciones hacia esos e-books, tanto como las propuestas del libro como producto y sus particularidades. La portabilidad, su capacidad de almacenaje, entre otras características de los e-books hace que éstos sean plausibles de ser investigados, dado lo reciente del proceso, atendiendo a que pueden llegar a marcar en esta transformación del papel a lo digital en palabras de Maquet (1999) un nuevo “locus estético”, que si bien aún no puede ser claramente identificable si está marcando la construcción de ciertas tendencias y puede ser objeto de futuros análisis.