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Cuaderno urbano

versión On-line ISSN 1853-3655

Cuad. urbano vol.8 no.8 Resistencia dic. 2009

 

ARTÍCULOS ARBITRADOS

Paisajes del miedo en la ciudad. Miedo y ciudadanía en el espacio urbano de la ciudad de La Plata

 

Ramiro Segura

Licenciado en Antropología (UNLP). Doctorando del Programa de Posgrado en Ciencias Sociales (UNGS - iDES). Docente Investigador del Núcleo de Estudios Socioculturales de la Universidad Nacional de La Plata (NES / UNLP) y del Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín (IDAES / UNSAM).

La antropología urbana es el campo principal en el cual ha desarrollado sus investigaciones como becario y miembro de equipos de investigación, así como el campo en el cual desarrolla su tesis doctoral. Entre los resultados de sus investigaciones se encuentran múltiples presentaciones a congresos nacionales e internacionales, así como diversas publicaciones en capítulos de libros y en revistas nacionales y extranjeras. Ha compilado recientemente junto con Alejandro Grimson y Cecilia Ferraudi Curto el libro La vida política en los barrios populares de Buenos Aires (Prometeo, 2009). E-mail: segura ramiro@hotmail.com

Recibido: 31-03-09 - Aceptado: 21-05-09

 


Resumen

El presente artículo busca reflexionar acerca de ciertas problemáticas que se producen en las intersecciones entre miedo, ciudadanía y espacio urbano a partir de datos obtenidos en una investigación desarrollada en la ciudad de La Plata. ¿Cómo se vive en la ciudad con miedo? ¿Qué papel juega el miedo en la configuración de los modos de pertenecer a un determinado colectivo? En última instancia, ¿qué relación existe entre miedo y ciudadanía? El miedo en la ciudad plantea dilemas de difícil solución a la ciudadanía: genera prácticas que la socavan o directamente la niegan, motiva formas de "participación ciudadana" cuando menos ambivalentes, transforma a los iguales en otros a quienes, según la intensidad, se les teme, se los mantiene a distancia, se los evita, se los expulsa. En definitiva, el miedo en la ciudad configura cierto tipo específico de ciudadanía, por momentos paradójica, en tanto supondría su negación.

Palabras claves Miedo, ciudadanía, ciudad.

Abstract

This article seeks to reflect on certain issues that occur at the intersections between fear, citizenship and urban space from data obtained from research in the city of La Plata. How do people live in the city with fear? What is the role of fear in shaping the modes of belonging to a particular group? Ultimately, what is the relationship between fear and citizenship? The fear in the city poses difficult dilemmas for citizenship: the practices that generates directly undermine or deny motivates forms of "citizen participation" is at least ambivalent, transforms the same to others who, according to the intensity, they fears are kept at a distance, are avoided, were ejected. Ultimately, fear in the city set a specific type of citizenship, at times paradoxical, as would their denial.

Key words Fear, citizenship,city.


 

introducción

El presente artículo busca reflexionar acerca de ciertas problemáticas que se producen en las intersecciones entre miedo, ciudadanía y espacio urbano1. Se trata, en efecto, de tres términos que se encuentran íntimamente ligados, aunque sus vínculos presenten temporalidades diferenciales.

De muy larga data en el pensamiento occidental es la relación entre ciudad y ciudadanía, el ciudadano como habitante de la ciudad, con derechos y deberes en tanto pertenece a ella. Vínculo que si bien hoy, debido a las transformaciones del espacio público, nos parece mucho más problemático y complejo que en la antigua Grecia, no deja de tener una carga simbólica y práctica fundamental: acceder a la ciudad, luchar por lo que Lefebvre llamó "el derecho a la ciudad", puede verse —y es visto por diferentes actores sociales— como la traducción territorial del acceso a la ciudadanía.

Por el contrario, en comparación con el par ciudad-ciudadano, la relación entre miedo y ciudad, aunque identificable en distintas coyunturas históricas, ha adquirido relevancia en las últimas décadas del siglo XX, con la preocupación omnipresente por el delito y la seguridad urbanos. Esta preocupación se traduce actualmente en múltiples posiciones y debates, y se enmarca en una problemática mayor: el diagnóstico de la "crisis urbana" y las consecuentes alternativas para paliarla, que van desde la huida del espacio urbano en un extremo hasta su rehabilitación en el otro.

Por último, ciudadanía y miedo tienen también una larga historia, que se remonta a Hobbes: un estado de naturaleza, carente de ley, derecho e instituciones, caracterizado como "una guerra de todos contra todos", y el miedo que esta situación genera son el punto de partida para su fundamentación del Estado, en tanto institución que brinda protección y seguridad. Se abre así un largo debate acerca de la relación entre seguridad y libertad, fundamentalmente sobre la visión dicotómica de dicha relación.

El trabajo busca pensar, entonces, la relación entre los tres términos: miedo y ciudadanía en el espacio urbano de la ciudad de La Plata2. ¿Cómo se vive en la ciudad con miedo?

¿Qué papel juega el miedo en la configuración de los modos de pertenecer a un determinado colectivo? En última instancia, ¿qué relación existe entre miedo y ciudadanía? Seguimos aquí cierta productiva intuición propuesta por Susana Rotker: la ciudadanía del miedo como "la nueva subjetividad, la nueva forma de relación comunitaria" (2000: 23). El miedo en la ciudad plantea dilemas de difícil solución a la ciudadanía: genera prácticas que la socavan; motiva formas de "participación ciudadana" cuando menos ambivalentes; transforma a los iguales en otros a quienes, según la intensidad, se les teme, se los mantiene a distancia, se los evita, se los expulsa. En definitiva, el miedo en la ciudad configura cierto tipo específico de ciudadanía, por momentos paradójica, en tanto supondría su negación.

Los casos en esta dirección se multiplican. La conjunción y retroalimentación de procesos de fragmentación social, segregación espacial e incremento de la sensación de inseguridad en Santiago de Chile está llevando, en palabras de Lucía Dammert (2004), a una "ciudad sin ciudadanos", legible en el abandono de los espacios públicos, la falta de interacción entre distintos sectores sociales, la retracción en lo privado. La paradoja brasilera es clara según Roberto Da Matta (1997): se es "superciudadano" en la casa y "subciudadano" en la calle, ámbito por antonomasia del ejercicio ciudadano. Por su parte Caldeira (2000), a partir de su trabajo en San Pablo, señala un desplazamiento desde un espacio público moderno y democrático hacia otro que niega ambos valores, en tanto ámbito en el cual se refuerzan y valorizan las desigualdades y las separaciones, contradiciendo explícitamente los ideales de heterogeneidad, accesibilidad e igualdad.

(iN) CERTiDUMBRES, (DES) PROTECCiONES, (iN) SEGURiDADES

Ante la creciente y generalizada preocupación de diversos agentes sociales —gobiernos, medios, ONG y sectores de la sociedad civil— por la seguridad, varios intelectuales llamaron la atención sobre la inflación de los riesgos y la constitución de una mayor sensibilidad hacia la inseguridad. Así, Giddens (1993) habló de la existencia de una "cultura del riesgo" y Beck (1998) sostuvo que en la modernidad reflexiva estamos transitando de una comunidad de la miseria propia de la sociedad de clases, definida por una lógica de distribución de bienes —y las consecuentes luchas redistributivas—, a una comunidad del miedo propia de la "sociedad del riesgo" donde "las líneas de fractura vienen definidas cada vez más por la distribución de los 'males': azares y riesgos" (Lash y Urry, 1998: 55).

Aunque tales posiciones no sean aceptables en su totalidad, llaman la atención sobre un dato verificado por muchos analistas: el incremento de la sensación de inseguridad. Y este fenómeno no puede ser menospreciado en tanto "estructura en gran medida nuestra experiencia social" (Castel, 2004: 12).

¿De dónde provienen, entonces, las sensaciones de inseguridad, de desprotección, de miedo? Una de las paradojas de las sociedades modernas señalada por Castel consiste en que a pesar de estar rodeadas y atravesadas por protecciones, las preocupaciones sobre la seguridad permanecen omnipresentes.

Dos han sido las protecciones que en el curso de los últimos siglos han desarrollado las sociedades occidentales. Por un lado, las protecciones civiles, que garantizan las libertades fundamentales y la seguridad de los bienes y de las personas en el marco de un Estado de derecho. Por otro lado, las protecciones sociales, que cubren contra los principales riesgos capaces de entrañar una degradación de la situación de los individuos, como la enfermedad, el accidente, el desempleo, la vejez empobrecida, implicando la construcción de un Estado social. Así, desde la perspectiva de Castel, en lugar de oponer inseguridad y protecciones como registros distintos de la experiencia cotidiana, cabría pensar la inseguridad moderna no como la ausencia de protecciones sino como "su reverso, su sombra llevada a un universo social que se ha organizado alrededor de la búsqueda sin fin de protecciones o de una búsqueda desenfrenada de seguridad' (Castel, 2004: 12).

La hipótesis de Castel no deja de ser sugerente. La inseguridad y el miedo serían, antes que causas, efectos de una trama social constituida históricamente sobre el establecimiento de protecciones. Sin embargo, la pregunta se mantiene: ¿de dónde proviene esta exacerbación del sentimiento de inseguridad que caracteriza a las sociedades contemporáneas y que moviliza múltiples respuestas, como la seguridad privada, la tenencia de armas, las urbanizaciones cerradas, la estigmatización de los otros, la privatización del espacio público?

Creemos que debemos situar la nueva problemática de la inseguridad en un contexto histórico específico producto de la conjunción de tres series de transformaciones:

a) El incremento de la sensación de inseguridad civil debido a la interacción de una serie de factores y procesos que se refuerzan mutuamente: sostenido aumento de los índices delictivos durante las últimas décadas, crisis de legitimidad de las instituciones públicas encargadas de la seguridad y la justicia, papel de los medios masivos, expertos en seguridad y ciertos agentes políticos en proponer escenarios de pánico moral.

b) La dificultad creciente a partir de la década del 80 para estar asegurado contra los riesgos sociales (accidente, enfermedad, desempleo, etc), producto de la expansión del neoliberalismo y la desarticulación del Estado social. Como sostiene Castel, la sensación de inseguridad es el uefecto de un desfase entre una expectativa socialmente construida deprotecciones y las capacidades efectivas de una sociedad dada para ponerlas en funcionamiento" (2004: 13).

c) La emergencia de nuevos riesgos: industriales, tecnológicos, sanitarios, naturales ecológicos (Castel, 2004); es decir, aquellos riesgos que Beck (1998) califica como propios de la "sociedad del riesgo" —pero que a nuestro entender no son los únicos—, en la cual ya no es el progreso sino la incertidumbre el principio general que gobierna el porvenir.

"Toda clasificación es superior al caos" Claude Lévi-Strauss

En los trabajos sobre miedo e inseguridad es habitual distinguir entre la inseguridad objetiva, que remite a la probabilidad que existe de que una persona sufra un delito, y la inseguridad subjetiva, que refiere al miedo de ser víctima de un delito (Pegoraro, 2000). Además, hay cierto consenso acerca de que la segunda no es el efecto reflejo de la primera y que, por el contrario, la inseguridad subjetiva (término poco feliz3) goza de una relativa autonomía (Kessler, 2006) en relación con los índices delictivos4. Si esto es así, la tasa de delito y su evolución son necesarias pero insuficientes para entender el generalizado sentimiento de inseguridad y las configuraciones que el mismo adquiere.

Entendemos al miedo como uuna experiencia individualmente experimentada, socialmente construida y culturalmente compartida" (Reguillo, 2000: 189). Es decir, una forma de respuesta ligada a lo individual, a lo subjetivo, donde, sin embargo, es la sociedad la que construye las nociones de riesgo, amenaza, peligro y genera modos de respuesta estandarizada, que el individuo incorpora en su socialización. En efecto, como sostiene Sherry Ortner, subjetividad remite tanto "al conjunto de modos de percepción, afecto, pensamiento, deseo, temor, etc., que animan a los sujetos actuantes" como "a las formaciones culturales y sociales que modelan, organizan y generan determinadas 'estructuras de sentimiento'". (2005: 22). De esta manera, la cultura como proceso simbólico (y político) es "un conjunto de formas simbólicas públicas, que expresan y a la vez configuran el significado para los actores inmersos en el flujo constante de la vida social" (Ortner, 2005: 32-33). Comprender la ciudadanía del miedo como una nueva forma de subjetividad implica dar cuenta de dicho proceso.

La hipótesis que manejamos, retomando algunas ideas de Jesús Martín Barbero (2000), es que subyace a la configuración actual de los miedos una profunda angustia cultural producto de las múltiples transformaciones de la vida social que se dieron en las últimas décadas a nivel global5, proceso que adquiere modulaciones particulares en los distintos lugares.

La angustia carece de objeto, el miedo no: recorta, delimita, define objetos. Es sintomático que Lévi-Strauss y Geertz, más allá de sus diferencias, hayan identificado en el caos conceptual el punto de partida —y la razón de ser— de todo proceso de simbolización. Nuestra hipótesis es, entonces, que la actual configuración de los miedos es producto del proceso social que atravesó la sociedad argentina en las últimas dos décadas, vivido y sentido como desintegración, fragmentación y crisis. Esa nueva forma de subjetividad que es la ciudadanía del miedo no es sólo un discurso acerca de la sociedad, sino también un modo de vivir en ella, que remite a sistemas de clasificación socialmente construidos que orientan y regulan las prácticas sociales. La construcción de tales sistemas de clasificación es un proceso conflictivo, donde participan distintos y desiguales actores sociales.

En nuestro trabajo los miedos constituyen un vector (entre otros) desde donde mirar y analizar las representaciones y las prácticas del espacio urbano en la ciudad de La Plata, intentando responder a las siguientes preguntas: ¿qué representaciones y cartografías del miedo existen en la ciudad? ¿Dónde, cuándo y a quiénes se teme? ¿Qué papel tienen los miedos en la sociabilidad en el espacio urbano? ¿Cómo orientan las prácticas en la ciudad? Se desprende de estas preguntas que los miedos no sólo son un modo de hablar del mundo sino también una forma de estar en él, de vivir en la ciudad y de relacionarse con las demás personas.

Retomando un concepto propuesto por Gabriel Kessler, podríamos decir que lo aquí se esboza es una cultura local de seguridad, es decir, el establecimiento de un consenso más o menos compartido por los habitantes de la ciudad "que comprende un nivel de aceptación —y eventualmente naturalización— de ciertos niveles de inseguridad objetiva, concernientes a ciertos delitos (pero no a otros); que promueve ciertas acciones para controlar el sentimiento de inseguridad (desde restricciones de movimientos hasta la adopción de dispositivos como rejas y alarmas) y está conformada por narrativas locales descriptivas, atributivas a personas y explicativas del delito (de sus causas y soluciones) y, de este modo, se articula con determinadas demandas políticas" (2006: 14).

La finalidad es delinear un modo de representar y vivir la ciudad que necesariamente implica abstraer ciertos matices y diferencias que efectivamente existen si se analizan detalladamente la edad, el género, la clase, el lugar de residencia y las posiciones ideológicas.

La simbolización del espacio es un proceso que remite al establecimiento de límites, fronteras y umbrales, proceso íntimamente ligado a la identidad y a la diferencia, a la relación del sí mismo/ nosotros con los otros (Augé, 1995). En relación con el miedo podríamos decir que existe una topología que va, en términos generales, desde la intimidad y seguridad del espacio privado de la casa hacia la inseguridad generalizada y anónima del espacio público de la ciudad, pasando por el barrio como ámbito mediador de ambos polos.

Más allá de las diferencias de clase, género y edad, la casa aparece como el espacio de la seguridad, repitiendo su lugar central en cualquier topofilia (Bachelard, 1996). Las sociedades occidentales se han constituido a partir del establecimiento de un límite o frontera entre el espacio privado y el espacio público. Límite o frontera que, como tal, separa y al mismo tiempo une, siendo precisamente la puerta el dispositivo que permite o impide atravesar dicho límite. A toda frontera, sin embargo, hay que historizarla, analizar su comportamiento a lo largo del tiempo. Así, los testimonios muestran el "endurecimiento" de una frontera preexistente: la que existe entre lo público y lo privado, entre la calle y la casa, proceso que se ve en la obturación por medio de rejas, alarmas y perros de las estructuras destinadas a la comunicación entre ambas esferas6.

Por su parte, el barrio fue nombrado por muchos como un ámbito que brinda seguridad, "porción conocida del espacio urbano en la que, más o menos, se sabe reconocido" (Mayol, 1999: 8). Así, todos los testimonios recogidos sobre este tópico remarcan acerca del barrio las dimensiones del conocimiento del territorio y el reconocimiento de la persona, construidos a partir de la práctica cotidiana del espacio barrial como fuentes de seguridad (lo que no supone la ausencia de conflictos).

Varios sostuvieron, en cambio, no sentirse seguros en ningún lugar de la ciudad. Estos testimonios hablan de un miedo generalizado, "del exilio en la propia ciudad", la cual asume el rostro de "la inevitabilidad de la violencia" (Reguillo, 1996: 4). De hecho, en una encuesta realizada en la ciudad el 80 % de los encuestados sostuvo que la vía pública era el lugar más inseguro de la ciudad (Diario Hoy, 28/11/2004).

Sin embargo, salvo excepciones, la ciudad no es significada como peligrosa en su totalidad. Y, aun en el caso de que lo fuera, esto no supone la abolición de viejos estigmas territoriales. La ciudad es segmentada y se señalan las zonas peligrosas, se construyen cartografías del miedo y se despliegan "manuales de sobrevivencia urbana" a base de las mismas. La mayoría de los espacios a los que se les teme fueron ubicados en "el afuera" de la ciudad, topofobia que remite así tanto a la periferia urbana como a zonas específicas —villas y barrios estigmatizados— ubicadas dentro de esa periferia altamente heterogénea en términos socioeconómicos. Se teme a lo desconocido, se teme a lo estigmatizado, y estos dos temores se conjugan a la hora de identificar tales lugares como peligrosos. De hecho, la mayoría de las personas no tiene un conocimiento directo de tales sitios (algunos nunca han pasado por los mismos), ya que no forman parte de sus circuitos cotidianos por la ciudad.

Así como se le asignan territorios, al miedo también se le asigna un tiempo. Y aquí existe unanimidad: la noche es el tiempo del miedo. "No salgo de noche", nos dice un ama de casa. No sale, pero le teme. O, también, le teme y por eso no sale. Y del mismo modo que muchos entrevistados aseveran que ciertas zonas de la ciudad son peligrosas aunque nunca han ido, esta mujer sostiene que tiene miedo "a la noche, cuando entrada la tarde ya... y bueno, la gente mala se empieza a juntar a esa hora". Frase en la que se condensa una asociación estable, una constante antropológica, entre la noche y "el mal"7. La noche es un tiempo en el cual la ciudad se resignifica, aparecen otros actores y otras prácticas y, para aquellos que transitan a esas horas, la ciudad supone otras precauciones. La noche refuerza el miedo a ciertos espacios y expande el miedo a lugares que a la luz del día no son temidos.

Al igual que con los espacios y los tiempos, se construyen "otros" calificados como peligrosos, y este reconocimiento influye en los modos de sociabilidad en el espacio urbano, cuando el temor y la sospecha se establecen como constante de las relaciones en la ciudad. Los miedos se condensaron inicialmente en dos figuras. Por un lado, la policía, y la gran mayoría de quienes sostuvieron tener miedo a la policía eran jóvenes de distintos sectores sociales. Por el otro, la delincuencia fue la otra figura que genera temor. La figura del delincuente y la emergencia del delito se asociaron con ciertas condiciones de vida (la pobreza), un período específico de la vida (la juventud) y ciertos consumos (alcohol y drogas). Se delimita así al otro temido en la figura del pobre y, específicamente, del joven marginal asociado casi como sinónimo al delito y los vicios. El reconocimiento en el espacio público de personas que coincidan con tal estereotipo lleva inmediatamente al despliegue de prácticas de distanciamiento y evitación: no frecuentan los lugares donde se los puede encontrar (y aquí aparece el vínculo con espacios estigmatizados de la ciudad), los evitan, ya sea tomando un taxi, cruzando la calle o doblando al llegar a la esquina.

Lo urbano nos remite así al problema de la accesibilidad y la diversidad. Como sostuvo Hannerz, "la gente reacciona no sólo al hecho de estar cerca, sino a estar cerca de tipos particulares de personas" (1986: 117). Estas relaciones en el espacio público exceden la relación entre extraños, entre anónimos. Superan la experiencia de la pluralidad, poniéndose en juego mecanismos de alteridad / identidad. Marcas o atributos funcionan como indicios de la edad, el género, la etnicidad, la clase y la ocupación (entre otras) promoviendo, según los casos, el acercamiento, la indiferencia, el rechazo, la evitación.

Al analizar el miedo nos encontramos, pues, ante el dilema de la alteridad y la (des) igualdad. Cuestión central para la ciudadanía: si los hombres son iguales ¿por qué se les teme a algunos y a otros no? Como sostiene Kessler, más allá de que la alteridad no es dicotómica, "siempre se teme a otro, que en algún punto se considera no-igual, por razones morales, étnicas, etarias, de origen o más bien algunas de estas combinadas" (2006: 17). Y en esta dirección vemos en la "cultura local de seguridad" campos de sentido específicos que se relacionan entre sí: villas, afuera, noche, pobreza, juventud, adicciones.

Del análisis se desprende que el miedo no es una propiedad de ciertos grupos, así como tampoco es un sentimiento constante y permanente. Por el contrario, es claramente situacional / contextual y, por ende, temporal y discontinuo.

La ciudad es interacción, flujos, intercambios. Sin embargo, los relatos trabajan en la dirección opuesta, reterritorializando el miedo y el peligro, circunscribiéndolos, reestableciendo una ecología urbana con lugares buenos y malos, seguros e inseguros, transitables e intransitables. Y aquí no podemos ignorar el papel de los medios, ofertando discursos e imágenes como categorías para pensar el miedo, ni el uso político de tales miedos, proceso que Castel denominó retorno de las clases peligrosas, es decir, "la cristalización en grupos particulares, situados en los márgenes, de todas las amenazas que entraña en sí una sociedad" (2004: 70).

Surge, entonces, la pregunta: ¿cómo hacer compatibles los requerimientos de flujos, intercambios y diálogos que la vida urbana supone con los dispositivos para fijar, circunscribir, territorializar lo peligroso, lo temido, lo desconocido, lo diferente? ¿Es posible, a nivel práctico, resolver esta tensión?

Tomaremos para reflexionar sobre estas cuestiones un caso de nuestro trabajo de campo. Se trata de un comerciante de 29 años, propietario de un ciber en un barrio de la ciudad. No pensamos que éste sea un caso paradigmático o prototípico de resolver tales tensiones, o de vivir con ellas. Muestra precisamente lo contrario: el modo singular en que un sujeto situado —social y contextualmente— resuelve la tensión entre la necesidad de intercambios (central en el caso de un comercio) y los miedos y estereotipos que lo empujan en la dirección opuesta. Muestra, además, que el sujeto no se reduce a efecto, categoría o lugar producido por la formación social. Por el contrario, "es un ser existencialmente complejo, que siente, piensa y reflexiona, que da y busca sentido" (Ortner, 2005: 28), por lo cual puede reflexionar acerca de sus propias condiciones y no reproducir necesariamente los sentidos dominantes.

En primer lugar nos narra los criterios para localizar su comercio. "Lo primero que intentamos encontrar era una zona donde no hubiera el negocio, hubiera movimiento y que relativamente nos diera la idea de... de qué séyo... te acercas a la zona de 32y corrés mucho riesgo por el lado de la villa, si te acercas a... pasas 25ya tenés otro perfil socioeconómico en el cual un ciber no sabes cuánta vida útil podía llegar a tener, entonces tratábamos de encontrar algo en el medio, siempre apuntando al barrio, nunca en el centro!" Vemos así cómo actualiza cierta cartografía de la ciudad. Adentro, no afuera, por el peligro de la villa. Y, en ese adentro, barrio, no centro, pero barrio con movimiento.

Luego, una vez hallado un local que cumpliera con los criterios establecidos, señala irónicamente que tales criterios no fueron suficientes (o no eran totalmente válidos) para evitar el peligro. "Después nos dimos cuenta... alquilamos a mediados de septiembre, y los primeros días de octubre —es cómico— sale toda una página en Trama urbana del Diario Hoy donde habla de las zonas de mayor riesgo de robo... era el sector comprendido por la comisaría segunda, que es esta zona". Y la profecía mediática se cumplió. "Nos metimos directamente en la boca del lobo. Y en ese momento así fue, porque a los 20 días nos robaron; después de esos 20 días pasó un mes y nos volvieron a robar; y a los 6 días nos volvieron a robar... En ese momento todos dijimos 'bueno, si pasamos una semana y nos vuelven a robar, cerramos la persiana'."

Los robos cesaron —previa instalación de un sistema de alarmas y el pago mensual, junto a comerciantes cercanos, a la policía— pero la tensión persiste: "con la inseguridad tenés que aprender a convivir, más cuando tenés un negocio", nos dice. Y enumera las situaciones que reactualizan su temor cotidiano: "en estos últimos 15 días han intentado robar la veterinaria, el domingo robaron en el video, entonces vos sabés... estás esperando que la tercera o la cuarta te caiga a vos. Entonces ya empezás con la paranoia, empezáás a pensar que hacés, abrís la puerta, no abrís la puerta, de última tenés un negocio".

En una atmósfera donde se respira inseguridad, la experiencia urbana se encuentra tensada entre el requerimiento de intercambios y diálogos necesarios para reproducir la vida y las estrategias para fijar, circunscribir, territorializar lo peligroso, lo temido, lo desconocido, lo diferente. Estas estrategias son ambivalentes y no siempre eficaces. Por un lado, se señalan los otros: jóvenes, pobres, villas, drogas y las cartografías que, al distribuirlos en ecologías urbanas, orientan los modos de vivir y transitar la ciudad, cada vez más reducida. Por otro lado, no impiden que, en ciertas situaciones, emerjan el miedo y la incertidumbre, en tanto la vida en la ciudad y sus requerimientos pone en contacto aquello que tales operaciones pretendían circunscribir a ciertos espacios, ciertos tiempos, ciertos rostros.

El miedo disuelve lazos sociales, obstaculiza vínculos y, en las situaciones (que son muchas y variadas) donde la disolución no es totalmente posible y los obstáculos al vínculo con el otro resultan infructuosos, el miedo construye una sociabilidad basada en el temor y la desconfianza. Pero el miedo no es únicamente negatividad y destrucción de los lazos sociales. Visto desde su positividad, el miedo cumple un papel central en la regulación de las prácticas sociales8 en la ciudad: establece horarios, rutinas y circuitos, prescribe y proscribe acciones, espacios y tiempos. "Tanto simbólica como materialmente estas estrategias operan deforma semejante: establecen diferencias, imponen divisiones y distancias, construyen separaciones, multiplican reglas de evitación y exclusión,y restringen los movimientos" (Caldeira, 2000: 9; traducción mía).

Ahora bien ¿qué sucede cuando de la demanda de seguridad por parte de los ciudadanos hacia el Estado pasamos a la participación activa de los ciudadanos en las políticas de seguridad? Trataremos brevemente aquí algunos dilemas que se observan en los "Foros Vecinales de Seguridad". Estos surgen en el año 1998, con la sanción de la Ley 12.154, en la que al mismo tiempo que se reconoce que el gobierno tiene la responsabilidad primaria de la Seguridad Pública en todos sus niveles, se sostiene que es necesario que la comunidad participe activamente en la construcción de la seguridad pública como bien común. La democratización del funcionamiento del Estado, la superación de la crisis de legitimidad de muchas de sus instituciones (específicamente aquellas vinculadas con la seguridad y la justicia) y el mejoramiento de la seguridad ciudadana a través de la participación (centrada en el control de la policía y la prevención del delito) son los fundamentos que la ley esgrime. Para esto la ley establece la creación de Foros Vecinales de Seguridad donde participen representantes de las distintas instituciones asentadas en la jurisdicción de cada comisaría.

En términos de Kymlicka y Norman (1997) es una política que se enmarca en la crítica a la ciudadanía pasiva, en tanto además de derechos la nueva ley supone el ejercicio activo de las responsabilidades y virtudes ciudadanas. Nos desplazamos de "la ciudadanía como condición legal, es decir, la plena pertenencia a una comunidad política particular" a "la ciudadanía como actividad deseable, según la cual la extensióny calidad de mi propia ciudadanía depende de mi participación en aquella comunidad" (p. 7).

La paradoja estriba en saber en qué medida el ejercicio de la ciudadanía en esta cuestión implica su consolidación o, por el contrario, supone su negación. ¿Ejercicio ciudadano que mina las bases de la ciudadanía?

En el caso de la ciudad de La Plata existen 18 comisarías y no en los ámbitos de todas ellas se han constituido foros. En aquellos lugares donde han tenido continuidad existen, además, peculiaridades locales, que remiten a diversas cuestiones: características socioeconómicas, problemáticas específicas del lugar, orientaciones ideológicas de quienes los sostienen. Sin embargo, es factible identificar en los foros ciertos elementos de la "cultura local de seguridad" que hemos delineado en este trabajo.

Nos centraremos aquí en los foros de las localidades de City Bell y Altos de San Lorenzo, ambas ubicadas fuera del casco urbano de la ciudad de La Plata. Mientras la primera se encuentra en el eje que comunica a La Plata con Buenos Aires y se caracteriza por ser una zona residencial de clase media y media-alta (aunque con bolsones de pobreza que se encuentran dentro del ámbito territorial del foro), la segunda se ubica en el extremo opuesto del casco, es una zona de clase media-baja y baja, y en el imaginario de la ciudad aparece como una de las áreas más peligrosas.

Durante 2005 los foros se abocaron a una tarea solicitada desde el Ministerio de Seguridad: la elaboración de un mapa vecinal de prevención del delito. Tres eran las categorías ("conflictos de seguridad") que se solicitaba a los foristas identificar en el mapa: acciones tipificadas como delitos (desde robos y hurtos hasta homicidios), espacios públicos inseguros (baldíos, edificios abandonados, espacios considerados peligrosos, problemas de iluminación, etc.) y conflictos de índole social (violencia familiar, consumo de drogas, disturbios callejeros, amenazas, etc.).

Cuando uno se encuentra con los resultados, un cartografiado del territorio al que corresponde cada foro en el cual se espacializan los tres tipos de conflictos con un color distintivo para cada uno —violeta para los delitos, celeste para los espacios públicos peligrosos, rosa para los conflictos de índole social—, y los pone en relación con los objetivos explícitos de la política, surgen múltiples preguntas: ¿Control ciudadano de la policía o "policización" de las relaciones entre los ciudadanos? ¿Prevención del delito o control de sus causas y persecución de los supuestos causantes? ¿Se trata del delito o incluye múltiples prácticas no delictivas consideradas como "desviadas"? ¿Autonomía del foro respecto de la policía o instrumento para la realización de denuncias por parte de ciertos ciudadanos?

El sentido que los participantes del foro atribuyen a ciertas categorías nos puede brindar algunas claves interpretativas. Desde la perspectiva de los actores, el foro es de los "vecinos" y la categoría vecino —varios analistas han señalado este desplazamiento en la política argentina de las últimas décadas— supone la superación —o al menos la suspensión— de las orientaciones políticas: "acá todos somos vecinos", "esto no es político", "acá no hay partidos". Los vecinos que participan en el Foro dicen trabajar para el barrio y para mejorar la vida de los demás vecinos, a quienes a veces critican por su escasa o nula participación. ¿Cómo, entonces, denunciar a los propios vecinos? Lo que observamos en ambos foros es que no todos los residentes de un barrio son considerados vecinos por los foristas. Además de un criterio de localización —necesario, pero insuficiente— la categoría nativa 9 vecino remite a ciertas "dimensiones morales" y de reconocimiento. Así, muchos residentes del barrio no son vecinos y, por ende, parecerían no ser ciudadanos.

Aparecen nuevamente los espacios, tiempos y figuras del miedo ya analizados: miedo a lo diferente, a lo desconocido, a lo estigmatizado10. En este punto se torna muy claro que lo que se teme y se marca, dando lugar a evitaciones, distanciamientos y exclusiones, excede al delito, ya que no necesariamente tienen relación con éste. Y por lo mismo, las políticas que potencialmente pueden impactar sobre el número de delitos no suponen necesariamente la disminución de la sensación de inseguridad.

Reencontramos aquí el imaginario de lo que Sennett (2001) denominó comunidades purificadas, productos de una nueva ética puritana que al igual que aquella estudiada por Weber supone miedo, un sistema contradictorio de ideas y autorrepresión, que se constituyen alrededor de un "ideal del nosotros" que, además de reducir el marco de la experiencia, implica la negación y exclusión de los otros. De más estar de decir que este tipo de imaginario acerca de lo que es o debería ser la propia comunidad excede al fenómeno más evidente al que en la actualidad se encuentra explícita o implícitamente vinculado: los barrios cerrados.

Los foros nos remiten, así, a un dilema ineludible: se ejerce la ciudadanía para cercenar la ciudadanía de aquellos que, en la medida en que son vistos como diferentes, pasan a ser no iguales.

A MODO DE CiERRE

El miedo excede el delito. El miedo nos habla de un proceso más complejo. Ésa ha sido la hipótesis aquí esgrimida. El miedo expresa una angustia más profunda, mezcla de inseguridad, desprotección, incertidumbre. Ante el caos y la desestabilización de viejas certezas surge la necesidad de poner en orden al mundo y el miedo es un artilugio que responde de modo insuficiente y problemático a tal necesidad.

Retomando a Michel de Certeau, Rotker (2000) ha puesto en el centro del debate la pregunta por las credibilidades, en tanto hacen actuar a los creyentes. Cuando ciertas certezas colapsan "¿qué tipo de imaginarios, de relaciones, de subjetividades lo sustituirán?" (p. 20).

Hemos intentado mostrar cómo ciertos imaginarios modelan un tipo de vínculo con los demás y orientan las prácticas en el espacio urbano que, incluso hablando el lenguaje de la ciudadanía, ponen en cuestión derechos ciudadanos, en tanto niegan la accesibilidad, la heterogeneidad y la igualdad en el espacio público.

Por esto, debemos reiterar la pregunta que desde hace tiempo viene haciendo Rossana Reguillo: ¿quién domina nuestros miedos? No es un proceso cerrado y es factible construir otras credibilidades. El miedo, producto social, está en el centro del debate, es de hecho un objeto de disputa, y creemos que es posible existan (o se inventen) otras formas de nombrarlo y de lidiar con él, para finalmente vencerlo.

Notas

1-El autor desea agradecer la lectura y las recomendaciones realizadas a una versión anterior del presente artículo por los dos evaluadores anónimos propuestos por el Comité Editorial de Cuaderno Urbano.

2-Las reflexiones presentadas aquí se basan en datos producidos en el marco de dos investigaciones antropológicas desarrolladas en la ciudad de La Plata. Una, individual y finalizada, realizada por medio de una beca de investigación de la UNLP, que tuvo por objetivo indagar los miedos en la ciudad; la segunda, grupal y en curso, acerca de los Foros de Seguridad Vecinal, desarrollada en el marco del proyecto "Seguridad / Inseguridad y Violencia en la provincia de Buenos Aires. Un estudio de las representaciones sociales y de las políticas de seguridad" del Programa de Incentivos del Ministerio de Educación de la Nación.

3- La tajante separación entre objetivo y subjetivo reintroduce oposiciones y dualismos que necesariamente habría que superar fundamentalmente el de sociedad e individuo (Williams, 1997). Como intentaremos mostrar en estas páginas, lo que habitual-mente se conoce por "inseguridad subjetiva" remite a un proceso de simbolización y clasificación social, no al desfase que el individuo introduce respecto de su situación "real". En última instancia, precisamente para intentar superar dualismos como objetivo - subjetivo y sociedad - individuo, además de la distinción analítica entre los dos tipos de inseguridades, habría que intentar comprender sus relaciones. En lo que sigue del trabajo se proponen algunas hipótesis.

4- Existen múltiples problemas en relación con las tasas de delito, desde la "cifra negra" (que hace alusión a la tendencia a no denunciar muchos delitos y, por ende, a la falta de confianza en las instituciones públicas vinculadas con el problema de la inseguridad) hasta la manipulación de los datos en distintos contextos políticos. Sin embargo, aun teniendo presente estos problemas, hay consenso en que el delito ha aumentado en las últimas décadas en toda América Latina, fundamentalmente en los centros urbanos (Concha-Eastman, 2000; Kessler, 2004; Portes y Roberts, 2005). La Argentina no escapa a esta tendencia. La relativa autonomía de la inseguridad subjetiva queda de manifiesto en que mientras entre los años 2000 y 2004 la inseguridad registró un pico de 75 % en la preocupación colectiva, el delito comenzó a disminuir desde 2003.

5 Con una intención semejante — no quedar encerrado únicamente en señalar el desfase entre los dos tipos de inseguridades y pensar que quizás las causas de la inseguridad subjetiva no se encuentran únicamente en el aumento del delitoKessler, retomando a Lefort, ha formulado recientemente la hipótesis de que las posiciones frente al delito se vincularían con la in-certidumbre intrínseca a la sociedad democrática. Por su parte Caldeira (2000) también entiende que el crimen proporciona imágenes para expresar las transformaciones de la sociedad brasilera (por un lado, democratización; por otro, crisis de un modelo económico) y, a la vez, legitima las acciones que se están adoptando: segregación, seguridad privada, distanciamien-to de aquellos considerados peligrosos.

6- No podemos pasar por alto que la institución de ambas esferas en la sociedad occidental implicó una asignación diferencial de roles según el género: lo masculino, lo público y la producción por un lado, lo femenino, lo doméstico y la reproducción por otro.

7- Edad y género son dimensiones centrales para comprender la relación con la noche. Lajuventud es el actor principal de la ciudad en la noche (los adultos salen mucho menos) y las precauciones de las jóvenes son mayores a las de los jóvenes para andar de noche.

8- Resulta relevante indagar la relación entre los procesos de desregulación estatal y la autorregulación social (Svampa, 2005). Kessler (2004; 2006) ha remarcado el lugar central que el miedo tiene en la regulación de la vida microsocial. Su hipótesis es que la desestabilización del mundo popular implicó la desregulación de la vida social y que la sensación de inseguridad llenó ese vacío. Portal (2002) ha interpretado el miedo en los sectores populares de ciudad de México como "organizador cultural", estrategia simbólica para enfrentar lo urbano.

9- Es necesario distinguir analíticamente entre una "categoría externa" a los actores y relevante para el investigador como residente en el barrio, es decir todas las personas que habitan en el territorio que corresponde a un barrio, y una "categoría de la práctica", propia de los actores sociales estudiados, como vecino. Esta última es utilizada por los actores en sus interacciones cotidianas y su sentido práctico es generalmente implícito. Lo que intentamos es precisamente captar el sentido que la misma tiene para los actores involucrados en la acción. Así, según nuestro análisis, la categoría nativa vecino trabaja en dos direcciones complementarias. Por un lado, su uso en contextos políticos busca precisamente disolver o suspender las diferencias políticas de los actores involucrados: "acá somos todos vecinos". Por otro lado, su uso marca una diferencia relativa al reconocimiento y posición social de los actores. En nuestro caso, no todas las personas que habitan en un mismo territorio son consideradas vecinos. Dicho de otro modo: vivir en el barrio es un requisito necesario pero no suficiente para ser considerado vecino, siendo relevantes también otras dimensiones como el tiempo de residencia, la posición social y ciertas cualidades morales. Para más información ver Sarmiento, Telloy Segura (2007).

10- Una diferencia relevante entre ambos foros radica en la capacidad diferencial para denunciar, vinculada a la distancia existente con la alteridad señalada como peligrosa. Mientras para los participantes en el foro de City Bell los delitos provenían tanto de la periferia pobre del distrito, recientemente poblada, como del exterior de la localidad (La Plata, partidos cercanos como Berazategui, el tren que atraviesa toda la localidad), en Altos de San Lorenzo los foristas localizaban el peligro en el interior barrio, entre sus residentes, generando tanto temor a participar del foro como conflictos al interior de la trama de sociabilidad barrial.

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