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Cuaderno urbano

versión On-line ISSN 1853-3655

Cuad. urbano vol.17 no.17 Resistencia dic. 2014

 

ARTÍCULOS

De la localización a la movilidad: propuestas teórico-metodológicas para abordar la segregación espacial urbana

 

Gabriela Mera

Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Becaria posdoc-toral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), con sede en el Instituto de Investigaciones Gino Germani (Facultad de Ciencias Sociales, UBA). Docente de la Universidad de Buenos Aires, la Universidad Nacional de Avellaneda, la Universidad Nacional de Tres de Febrero y la Universidad Nacional de General Sarmiento. Miembro del Grupo de Estudios Población, Migración y Desarrollo, con sede en el Instituto de Investigaciones Gino Germani (UBA) y del Grupo de Estudios sobre Paraguay, con sede en el Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (UBA).

 


Resumen

La noción de segregación espacial es una categoría frecuentemente utilizada en el campo académico para analizar la distribución espacial de la población urbana. A pesar de su extensa aplicación y de los debates teóricos que, en los últimos años, se han desarrollado en torno a ella, han sido escasos los esfuerzos por trasladar estas problematizaciones a propuestas metodológicas críticas e integradoras. El presente artículo se propone constituir un aporte en este sentido. Por un lado, recuperando los principales debates entre los estudios especializados y en la sociología urbana para definir esta noción, y, por otro lado, retomando críticamente algunas herramientas metodológicas utilizadas para medirla. Se propone así una definición compuesta de segregación espacial que contemple tanto la distribución espacial (localización residencial) como las prácticas urbanas cotidianas, interacciones y dinámicas de accesibilidad-exclusión (movilidad), en el marco de las cuales las diferencias y distancias se construyen como tales.

Palabras clave Segregación espacial, distribución espacial, fronteras urbanas.

FROM ISOLATION TO MOBILITY: THEORETICAL- METHODOLOGICAL PROPOSALS TO UNDERSTAND URBAN SPATIAL SEGREGATION

Abstract

The notion of spatial segregation is a category often used by scholars to analyze the spatial distribution of urban populations. Despite its extensive application and the recent theoretical debates about it, there have been few efforts to translate these issues into critical and integrated methodological proposals. This article aims to make a contribution in this regard. On one hand, reviewing the major debates to define this notion, among specialized studies and urban sociology; and, on the other, critically revisiting some methodological tools used to measure it. It thus proposes a definition of spatial segregation, composed of spatial distribution (residential location) as well as daily urban practices, interactions and accessibility-exclusion dynamics (mobility), under which differences and distances are constructed.

Keywords Spatial segregation, spatial distribution, urban frontiers.


 

INTRODUCCIÓN

La noción de segregación espacial es una categoría utilizada con mucha frecuencia por los académicos que analizan la distribución de la población en las ciudades. Desde los primeros estudios de la Escuela de Chicago de comienzos del siglo XX, la producción ha sido cuantiosa, y si bien los mayores desarrollos se encuentran en el plano metodológico -en la propuesta de medidas e indicadores vinculados con estudios cuantitativos-, en los últimos años ha surgido un interesante debate teórico-conceptual que busca comprender las diversas aristas de este fenómeno, para abarcarlo en toda su complejidad. Sin embargo, han sido escasos los esfuerzos por trasladar estas problematizaciones a propuestas metodológicas críticas e integradoras, y la noción de segregación continúa siendo tratada para describir situaciones diversas, o incluso con frecuencia es aplicada sin definición.

En este marco, las investigaciones han trabajado con conceptos como distribución desigual, diferenciación espacial, concentración y segregación espacial, que en ocasiones son utilizados indistintamente, a veces se los considera como sinónimos, o se entiende que uno incluye o abarca a los otros. ¿Qué es, entonces, la "segregación espacial"? ¿Remite a una distribución desigual de los grupos en las ciudades, a pautas de localización diferenciales? ¿O hay otros factores involucrados? ¿Puede pensarse la noción de segregación espacial desde una perspectiva física? ¿O es un fenómeno atravesado por factores sociales, culturales y simbólicos?

El presente artículo se propone brindar algunos elementos teórico-conceptuales y metodológicos que contribuyan a este debate, recuperando para ello la vasta producción académica que, desde diversas disciplinas, tienen mucho que aportar para reflexionar en torno a esta cuestión.

En primer lugar, se realiza una breve reconstrucción de las principales perspectivas y definiciones de segregación espacial que se trabajan en los estudios especializados. En segundo lugar, se busca recuperar y articular algunos desarrollos teóricos de la sociología urbana que pueden contribuir a la construcción de un abordaje integral. A continuación, se centra en los desafíos metodológicos que se plantean para captar empíricamente los procesos de segregación espacial, retomando algunos métodos y técnicas utilizados por las investigaciones especializadas. Finalmente, se realizan algunas reflexiones que recuperan los principales puntos de la propuesta.

 

DEFINIENDO LA SEGREGACIÓN ESPACIAL: DEBATES Y PERSPECTIVAS

¿Distribución desigual o segregación espacial?

La mayoría de los estudios definen a la segregación espacial como la distribución desigual de los grupos en el interior del espacio urbano. Brun (1994: 22) ofrece una de las definiciones más utilizadas, refiriéndose a la "distinción espacial entre las áreas de residencia de grupos de población que viven dentro de una misma aglomeración". Se trataría así de un concepto de carácter geográfico, que supone la posibilidad de identificar patrones de asentamiento asociados con los grupos de población, que pueden dar lugar a la diferenciación o segmentación del espacio urbano. Buscando clarificar el concepto, Rodríguez Vignüli (2001) señala que la segregación, sin "apellido", refiere a la existencia de diferencias dentro de un colectivo, y a la separación de sujetos en categorías con cierta distinción jerárquica/ valorativa. En este marco, la segregación residencial constituye una modalidad de segregación en la cual las categorías que separan a los individuos remiten a su localización. Para que haya segregación residencial, las disparidades deben tener expresión geográfica, es decir que distintos grupos deberán tener localizaciones diferentes.

Esta concepción de la segregación espacial como sinónimo de distribución desigual constituye la acepción más utilizada por los estudios especializados. En esta línea, en las últimas décadas los debates en torno a qué implica hablar de segregación -sus causas y consecuencias, así como los múltiples factores que la atraviesan- han cobrado creciente protagonismo en el campo académico.1 Algunos autores incorporan la dimensión del poder, entendiendo que la segregación se vincula con distribuciones residenciales resultado de medidas coercitivas (Marcuse, 2001; Duhau, 2003) y de restricciones en el acceso al suelo urbano (Rodríguez Merkel, 2014). Otros se han centrado en el papel de las políticas públicas en la estratificación del espacio urbano (AAVV, 2004), el rol del mercado inmobiliario (Sabatini, 2000), así como la vinculación entre segregación espacial, dinámicas ocupacionales, pobreza y exclusión (AAVV, 2004; Katzman y Retamoso, 2005), entendiendo a este fenómeno como un factor que puede potenciar la estratificación, obstaculizando las posibilidades de movilidad social (Mingione, 1996; Linares, 2013). Autores clásicos como Harvey (1977) o más contemporáneos como Smith (1996) han brindado interesantes elementos para entender estos procesos, estudiando la relación entre procesos de transformación urbana y dinámicas de acumulación de capital sobre el territorio. La bibliografía existente sobre este tema es innumerable, con líneas que incluso han problematizado esta cuestión en tanto discurso vinculado con la "construcción social de las representaciones de la cuestión social y urbana" (Préteceille, 2004: 20).

En el marco de este profuso debate, interesa rescatar los aportes de algunos trabajos que han buscado tomar distancia de la tendencia a concebir a la segregación espacial reducida a lo físico- residencial, para incorporar aspectos del habitar, como prácticas, representaciones y formas de apropiación del espacio urbano. Como han señalado diversos autores (Arriagada y Rodríguez Vignoli, 2003), entender a la segregación como sinónimo de distribución desigual se basa en supuestos discutibles. Por un lado, supone que distancia física y distancia sociocultural son equivalentes, cuando la cercanía geográfica no garantiza el intercambio ni asegura afinidad o armonía entre los grupos (Bond y Parker, 2000). Por otro lado, omite el hecho de que el espacio residencial no es el único donde interactúan los individuos, y que la eventual falta de contacto vecinal puede contrarrestarse por la existencia de otros ámbitos de interacción (CEPAL/CELADE, 2002). Asimismo, suele asumir que la segregación espacial es simple reflejo de las diferencias sociales, entendiendo que habría una relación "de espejo" entre desigualdades sociales y segregación residencial, en la cual el término segregación se hace equivaler con exclusión social (Sabatini, Cáceres y Cerda, 2001).

Un aporte esencial aquí proviene de White (1983), quien propone distinguir entre la segregación geográfica, que remite a la clásica definición de la segregación como una distribución desigual en un espacio físico, y la segregación sociológica, que alude a la ausencia de interacción y contacto entre los grupos. Si bien ambos tipos de segregación tienden a estar correlacionados, la presencia de un tipo no necesariamente implica al otro. Esta distinción de White invita a incorporar una mirada crítica sobre la acepción clásica de esta noción, considerando que puede haber discrepancias y tensiones entre distancias físicas y distancias sociales, y que la proximidad geográfica no necesariamente involucra interacción (ni la distancia física implica aislamiento).

En esta línea de estudios que han buscado complejizar la noción de segregación espacial, en el contexto latinoamericano, pueden mencionarse, por ejemplo, los trabajos de Sabatini (2003). Este autor propone considerar la existencia no solo de una dimensión objetiva de la segregación -que se vincula con la tendencia de un grupo a concentrarse en algunas zonas de la ciudad y la conformación de áreas socialmente homogéneas-, sino que incorpora también una dimensión subjetiva, que refiere a las percepciones, al prestigio (o desprestigio) social de las distintas áreas; es decir, a "las imágenes, reputación y estigmas territoriales asignados por la población de la ciudad a algunos de sus vecindarios" (Sabatini, 2003: 7).

Por su parte, Caprón y González Arellano (2006) señalan otros dos sentidos desde los que puede entenderse la segregación espacial, más allá de las distancias físicas. Por un lado, como acceso desigual a los servicios y equipamientos urbanos, es decir, como un fenómeno que remite a la movilidad y, por otro lado, como una forma de espacialización de la distancia social entre los grupos, en particular en términos de ajustes y conflictos sociales. Desde la antropología, Segura (2010, 2012) realiza un aporte cardinal, proponiendo incorporar en los estudios de la segregación residencial dos dimensiones esenciales: por un lado, el territorio barrial -cómo lo simbolizan los propios habitantes- y, por el otro, la territorialidad de las prácticas de los actores, lo que implica reconstruir sus redes de relaciones, dentro y fuera del espacio en cuestión. Esta perspectiva le permite discutir con "la idea generalizada de una total separación, aislamiento y exclusión de los espacios segregados, marginados y estigmatizados", para ver, en cambio, que si bien se producen procesos que empujan al aislamiento a los grupos que viven "tras las fronteras", constantemente tejen estrategias que establecen puentes y pasajes entre tales ámbitos separados.

En esta línea, algunos autores sostienen que solo puede hablarse de segregación cuando esta es "sentida y vivida" por los grupos que la padecen o la fomentan. Grafmeyer (1988) propone confrontar los usos de la ciudad con las construcciones subjetivas y experiencias vividas, es decir, con las representaciones que los propios habitantes tienen de las distancias y proximidades sociales. Brun (1994), por su parte, incorpora el papel de la discriminación, sosteniendo que la segregación se vincula con una intención discriminativa respecto de un grupo social, que se agrega a una situación de fuertes separaciones sociales en el espacio.

Estos autores abren un campo de problematización que este artículo invita a profundizar, retomando para ello algunos trabajos que brindan herramientas conceptuales sumamente ricas para el análisis social. Se entiende aquí que, tanto dirigir la mirada hacia la localización (y estudiar la existencia de formas de distribución desigual) como acercar la lupa a los sentidos y movilidades (y explorar las interrelaciones y la construcción social de las distancias y proximidades) aportan elementos muy interesantes para pensar la segregación espacial, entendida como un proceso complejo que abarca ambas dimensiones.

A continuación, se ponen en diálogo algunos desarrollos teóricos de la sociología urbana que pueden contribuir a comprender qué elementos se conjugan, por un lado, en la distribución desigual de la población y, por el otro, en lo que aquí se entiende como segregación espacial.

Focalizar la mirada en cómo se distribuyen los individuos y grupos en el espacio urbano permite comprender elementos fundamentales que hacen a la estructura social de la ciudad, y el lugar que en ella ocupan los diferentes actores. Como sostiene Bourdieu (1993), la apropiación de un hábitat determinado es producto de luchas en las cuales se apuestan los diversos capitales con los que cuentan los ocupantes; y en tal sentido, las estructuras espaciales resultantes constituyen expresión de las diferencias sociales. Pero los "efectos de lugar" funcionan también en sentido inverso y contribuyen a crear (o reforzar) las jerarquías, pues las estructuras y oposiciones del espacio físico "tienden a reproducirse en los espíritus y en el lenguaje en formas de oposiciones constitutivas de un principio de visión y división, en tanto categorías de percepción y evaluación o de estructuras mentales" (Bourdieu, 1993: 121). El espacio es uno de los lugares esenciales donde se afirma el poder y la violencia simbólica.

Si el espacio urbano puede pensarse como una expresión del espacio social, la distribución espacial de la población adquiere una importancia esencial, "convirtiéndose en un elemento clave a través del cual se aprehenden y, eventualmente, se solapan o reifican las relaciones sociales" (De la Haba y Santamaría, 2004: 126). En este proceso, el problema de la "localización" de la residencia se vuelve una cuestión ineludible, en tanto se considera que la vivienda no es solo una unidad particular, sino que implica todo el conjunto de servicios proporcionados por una estructura urbana que conlleva la accesibilidad relativa a los beneficios de otras unidades urbanas, es decir, a una serie de "externalidades" -servicios públicos, transporte, educación, cercanía a la fuente de trabajo-, en función de su ubicación en el espacio (üszlak, 1983).

Pero sobre esa estructura de distribución residencial se tejen las prácticas urbanas cotidianas; se produce ese cruzamiento de movilidades que De Certau (2000: 129) denomina espacio. En sus palabras, "espacio es el efecto producido por las operaciones que lo orientan, lo circunstendan, lo temporalizan y lo llevan a funcionar como una unidad polivalente de programas conflictuales o de proximidades contractuales"; es un lugar, en suma, practicado. Y esta perspectiva abre la puerta a un universo de sentidos que hacen a la vinculación entre espacio y sociedad, donde lo material y lo simbólico definen toda una estructura de usos del espacio urbano, y agregan una nueva dimensión a la noción de segregación espacial. Entender a la ciudad a partir de las "prácticas urbanas" de quienes la habitan permite concebir desde otro lugar la cuestión de las diferenciaciones socioes-paciales, y en particular la segregación espacial.

Esta perspectiva que considera a la movilidad y la interacción como elementos constitutivos de la noción de espacio complejiza la pregunta por la distribución espacial de los individuos en la ciudad, ya que exige pensar el problema de la separación o concentración en el espacio como una cuestión vinculada con los flujos, los intercambios y la sociabilidad, pues es precisamente en ese proceso que las diferencias, distancias y los límites socio-espaciales se construyen.

En palabras de Bericat Alastuey (1994: 18), la supuesta estaticidad del espacio solo es concebible en tanto campos de movilidad probable, donde el ordenamiento espacial del mundo de la vida cotidiana "presupone ad initio una determinada posibilidad o probabilidad de 'alcance', y es este juego de interacciones, diferente para cada una de las formas de sensibilidad, el que instituye en la conciencia el espacio mediante el concepto de límite". Pero la noción de límite no constituye una demarcación fija y estática, sino que se entiende en términos relativos y dinámicos, condicionando las probabilidades de circulación y movilidad de las partes.

En este sentido, la cuestión de cómo se construyen determinadas "fronteras" entre los grupos que se asientan en la ciudad emerge como un eje de análisis esencial. Simmel, en su análisis de la dialéctica entre espacio y sociedad, plantea que "el límite no es un hecho espacial con efectos sociológicos, sino un hecho sociológico con una forma espacial"; pero "cuando se ha convertido en un producto espacial y sensible, en algo que dibujamos en la naturaleza con independencia de su sentido sociológico y práctico, esto ejerce una influencia retroactiva sobre la conciencia de la relación entre las partes" (Simmel, 1977: 652). Si el espacio es producto de un constante proceso de construcción social, esto parece adquirir particular claridad en el caso de las fronteras y límites, cuya existencia misma cobra sentido en tanto producción social de las diferencias en el territorio.

En este marco, resulta interesante la propuesta de Grimson (2000) de trasladar analógicamente instrumentos de análisis de las fronteras nacionales para pensar las fronteras intraurbanas. Parte para ello de la concepción de Van Gennep (1986: 30) de frontera como ese "espacio liminal" o zona de indefinición cuyo cruce implica un acto de pasaje de un mundo a otro, donde los "nativos" devienen "extranjeros", y que, en tanto tal, se encuentra atravesado por una serie de prácticas y ritos de pasaje. Siguiendo a Grimson (2009: 20), puede decirse que las fronteras devienen en parámetros cognitivos de la vida urbana, pues no solo la ciudad se encuentra llena de "aduaneros", que solicitan documentos o detienen a pobres o migrantes, en particular cuando se encuentran en territorios ajenos, sino que los mismos habitantes tienden a recibir con extrañeza o sorpresa a los cuerpos intrusos que se hacen presentes en zonas impensadas para ellos.

Al plantear una analogía entre fronteras nacionales y fronteras intraurbanas, la propuesta de Grimson permite pensar que la producción de espacialidad en contextos urbanos, como dirían Lefebvre (1969) y Soja (1989), es un proceso que implica una constante construcción de fronteras espaciales internas, las cuales generan que las distintas zonas de la ciudad adquieran sentidos y valores diferenciales. Pero que esta construcción de territorios locales diversos en el interior de los espacios urbanos, aun en su carácter simbólico, como sostiene Filc (2002), no puede entenderse por fuera de las condiciones materiales que reproducen el aislamiento de los sectores de menores recursos que se encuentran aislados en sus propios barrios. Las desigualdades materiales y las diferenciaciones simbólicas conforman un entramado que se verá reproducido en términos espaciales, delimitando territorios diferenciados.

El análisis de la construcción de las diferenciaciones espaciales requiere considerar cómo se articulan "fronteras simbólicas" -las distinciones de los propios actores en torno a los objetos, personas y prácticas, que separan a los grupos y generan sentimientos de pertenencia- y "fronteras sociales", formas objetivadas de las diferencias sociales, que se manifiestan en accesos desiguales a recursos, y que pueden expresarse en términos de agrupamientos en el espacio o condicionar las formas de interacción (Lamont y Molnar, 2002: 169). La noción de frontera así entendida implica considerar cómo los recursos simbólicos -las distinciones conceptuales, estrategias interpretativas, etc.- también se ponen en juego en el proceso de crear, mantener, resistir o disolver las diferencias sociales institucionalizadas. Como sostiene Bourdieu (1990), el sistema simbólico se organiza así según la lógica de la diferencia, de la separación, a través de la cual los grupos dominantes logran legitimar su propia cultura y estilo de vida.

MIDIENDO LA SEGREGACIÓN ESPACIAL

Preguntas teóricas y abordajes metodológicos: el desafío de la triangulación

¿Cómo se puede definir, entonces, a la segregación espacial? Por un lado, se entiende aquí que la segregación espacial se relaciona con la existencia de una distribución desigual en el espacio y la concentración en áreas específicas de la ciudad. Es decir que, por una parte, remite a la localización: a la existencia de patrones de asentamiento asociados con los grupos que pueden dar lugar a una configuración residencial diferencial en el interior de la ciudad. Y, en este sentido, se trata de una cuestión asociada con las condiciones de acceso a la vivienda, que da cuenta de la estructura socio-urbana y el lugar que ocupan los diferentes actores. Pero, por otro lado, se considera que la noción de segregación incorpora un conjunto de dinámicas socioespaciales que implica entrar en el terreno de la circulación y el intercambio. Y, en este marco, se vincula con la existencia de distancias sociales y simbólicas en las interacciones cotidianas, que delimitan territorios (y territorialidades) diferenciados.

En función de la perspectiva teórica planteada, la pregunta por la segregación espacial exige un abordaje mixto que combine estrategias y técnicas cuantitativas y cualitativas, en una triangulación de métodos que permita abordar este proceso de manera integral. A continuación, se desarrollan algunos métodos y técnicas que pueden resultar de utilidad para la captación empírica de los procesos de segregación espacial así entendidos: por un lado, la medición de la distribución (de los patrones de localización residencial) y, por el otro, de las interrelaciones, accesibilidades y fronteras simbólicas (de la movilidad y las prácticas urbanas cotidianas). Las diversas herramientas resumidas -de larga trayectoria entre los estudios especializados que suelen centrarse en una u otra dimensión- constituyen elementos que aquí se consideran como complementarios para dar cuenta de la segregación espacial en su complejidad.

Midiendo la localización

Con la mirada puesta en la variable espacial, en el "territorio" como ese factor mesurable y cuantificable donde sería posible identificar modos de inserción en la estructura urbana y comparar su evolución, desde las ciencias sociales se ha desarrollado un amplio arsenal de instrumentos para dar cuenta de las formas que adopta el asentamiento residencial de los individuos y grupos.

El desarrollo de diversas herramientas de "análisis espacial" abrió un campo de aplicaciones sumamente rico. En los últimos años, el crecimiento de los Sistemas de Información Geográfica (SIG) constituyó un pilar en este sentido, proporcionando una base para la interpretación de cómo factores sociales interactúan espacialmente. Un SIG es un sistema de información que trata datos georreferenciados, es decir, que procesa información de eventos o entidades geoespaciales con el fin de generar información nueva mediante operaciones de manipulación y análisis, que puede ilustrarse con mapas y resumirse en forma de registros (Vilchez, 2000). En palabras de Buzai (2005: 9), cuando se combinan las bases de datos alfanuméricas y gráficas, y se referencian espacialmente a un sistema de coordenadas geográficas, surge el concepto de SIG.

Una herramienta central para el análisis de la distribución espacial mediante SIG es la elaboración de mapas temáticos, los cuales, a diferencia de los denominados mapas topográficos, que representan las características del terreno, pretenden espacializar la distribución de datos estadísticos, es decir que "pone[n] en escena estructuras y fenómenos que comúnmente no son visibles" (Alvarez y Iulita, 2005: 3). Se toma como punto de partida una base cartográfica de polígonos -que a veces coinciden con unidades político-administrativas, y otras veces son unidades estadísticas-, y los datos suelen presentarse en forma de mapas coroplépticos, es decir, que se colorean esas unidades con una intensidad que hace referencia al valor que alcanza la variable en cada unidad espacial (Buzai y Baxendale, 2006: 231).

En el marco de los estudios especializados en la segregación espacial, numerosos autores han elaborado "mapas temáticos" para (re)presentar los patrones de asentamiento espacial de los individuos y grupos sociales. Sin duda, los mapas constituyen una herramienta irreemplazable en este sentido, ya que permiten identificar pautas y tendencias específicas (que no podrían ser captadas de otro modo) y llevar a cabo análisis espaciales complejos. Sin embargo, no pueden dejar de señalarse algunos peligros que encierra la interpretación acrítica de los datos así construidos.

Ante todo, hay que recordar que representar la distribución espacial de un grupo en un mapa temático produce efectos concretos en los modos de percibir ese fenómeno. Tanto la definición de los grupos que estudiar como la utilización de áreas espaciales predefinidas trae con ello sus propias "fronteras" -en el primer caso delimitando quién pertenece (y quién no) a este grupo; y, en el segundo caso, expresándose en líneas concretas dividiendo el mapa de la ciudad-, que el observador fácilmente puede confundir con diferencias taxativas, existentes como tales en el mundo social. Colorear tales unidades espaciales en función de la (mayor o menor) presencia relativa de tales individuos, con una paleta cromática que le otorga un pigmento más oscuro a las áreas que "encierran" los puntajes más altos, termina de construir la representación. No se trata de una imagen falsa (pues efectivamente en esas unidades hay mayor presencia del grupo estudiado, lo que en sí constituye un dato fundamental), pero no debe olvidarse que las divisiones construidas para representar este fenómeno son arbitrarias (en el sentido de fabricadas por quien nomina), por lo que deben ser criticadas y puestas en cuestión.

Junto con los mapas temáticos, otra herramienta analítica fundamental para medir las formas que adopta la distribución espacial de los grupos sociales son, sin duda, los indicadores estadísticos de segregación espacial.

La preocupación por desarrollar medidas cuantitativas para analizar la distribución de los grupos en el espacio urbano ha tenido una larga historia en las ciencias sociales. Los primeros estudios provienen del campo académico norteamericano de mediados del siglo XX: desde los estudios iniciales de Bell (1954) sobre los "índices de interacción" y los trabajos de Duncan (1955) sobre el "índice de disimilitud" -este último en particular instauró la que, por mucho tiempo, sería la medida clásica para calcular la segregación entre grupos sociales2-, pasando por el torrente de investigaciones que surgen en la década del 70, y que fueron proponiendo nuevas definiciones e indicadores, hasta el desarrollo de los denominados "índices espaciales" de segregación residencial (White, 1983; Wüng, 1993).

Los indicadores que han sido elaborados son innumerables, produciéndose incluso por momentos una verdadera "guerra de índices" en la literatura sociológica norteamericana por el medio más efectivo para medir la segregación (Peach, 1996). A fines de la década del 80, Massey y Dentón (1988) elaboraron una clasificación de las medidas elaboradas hasta entonces, proponiendo las -hoy clásicas- cinco dimensiones de la segregación espacial: igualdad, exposición, concentración, centralidad y clustering? Sobre esta base se desarrollaron numerosas innovaciones: nuevos indicadores para cuantificar otros aspectos de las dimensiones existentes, y propuestas para medir dimensiones que no habían sido estudiadas con anterioridad, como, por ejemplo, la cuestión de la accesibilidad a los bienes, equipamientos y servicios urbanos.

Tal como sucede con los mapas temáticos, los estudios especializados han hecho una amplia utilización de estos indicadores estadísticos para dar cuenta de algunas o todas las dimensiones mencionadas. Las posibilidades analíticas que brindan estos indicadores son indiscutibles: desde las medidas "globales" que brindan valores resumen, es decir, que sintetizan en un único valor la situación del conjunto urbano, hasta las medidas "locales" que proporcionan un valor por cada área de la ciudad, permitiendo localizar los valores extremos y, a través de su representación cartográfica, observar también la contigüidad (o no) de las áreas de concentración espacial de los grupos estudiados.

Pero la posibilidad de obtener un panorama macro sobre la distribución espacial de los individuos y grupos en el espacio, y resumir su forma en un valor numérico, tiene como contraparte la existencia de limitaciones metodológico-conceptuales, que no les restan valor ni sentido como herramientas analíticas, pero sí exigen una mirada cuidadosa del investigador que las use.

Estas limitaciones se vinculan tanto con las características de las unidades espaciales con las que se trabaja -en tanto su tamaño y composición pueden afectar los valores que asuma el indicador-, como con el tratamiento estadístico que estas medidas hacen de las áreas y grupos, como partir de considerar a las unidades espaciales como compartimentos independientes o la necesidad de trabajar con una clasificación dicotómica de los grupos, simplificando así dinámicas sociales que exceden en complejidad a cualquier dicotomía o recorte espacial (Marcos y Mera, 2011). Pero fundamentalmente, estos indicadores tienen la restricción propia de todo enfoque limitado a lo geográfico-estadístico: la dificultad de captar las dimensiones sociales y simbólicas de la espacialidad, que no pueden reducirse a un valor o una tendencia numérica.

Las dos herramientas analíticas desarrolladas en este apartado -los mapas temáticos e indicadores estadísticos- son simplemente eso: herramientas para responder a preguntas de investigación. La pregunta por la distribución espacial, sin duda, encuentra en ellas grandes aliadas (con los cuidados que exige su aplicación). Sin embargo, la pregunta por la segregación espacial incorpora interrogantes vinculados ya no con la localización, sino con la movilidad, y en ese sentido, exige complementarlas con otras miradas y herramientas metodológicas, que se desarrollan en el apartado siguiente.

Midiendo la movilidad

Así como la pregunta por la localización encuentra interesantes herramientas analíticas en una perspectiva cuantitativa que permita identificar patrones de distribución espacial a nivel messo, la pregunta por la movilidad implica "acercar la lupa" hacia el mundo del habitar, buscando trascender la mirada y las categorías estadísticas, para recuperar las interacciones de los actores, los significados que construyen, las accesibilidades y exclusiones que funcionan en el mundo de la cotidianidad. No se trata solo de trabajar a otro nivel de desagregación geográfica (el ir a lo más micro), sino que se plantea una diferencia de perspectiva radical entre la mirada cartográfica -el sobrevolar la ciudad, que se plasma en el plano- y la mirada del caminante, del habitante del espacio. Bajo esta lupa adquieren otro sentido tanto el espacio, las distancias y fronteras urbanas, como las divisiones, clasificaciones y diferencias que se atribuyen (y construyen en torno a) su población.

Estos interrogantes nos sitúan ante la importancia de la mirada cualitativa; perspectiva que, siguiendo a Denzin y Lincoln (1994: 5), implica un énfasis por captar procesos que no son medibles en términos de cantidad, monto, intensidad o frecuencia, para centrarse, en cambio, en la construcción social de la realidad, en cómo se produce la experiencia social y con qué sentidos, entendiendo que existe una íntima relación entre el investigador, lo que estudia y el contexto que condiciona la investigación.

Si se parte de considerar que lo real "se compone no sólo de fenómenos observables, sino también de la significación que los actores le asignan a su entorno y a la trama de acciones que los involucra" (Guber, 1991: 84), una dimensión central del análisis debe dirigirse a los sentidos que los actores dan a los sucesos y situaciones, lo que relatan de sus experiencias, y cómo esta comprensión influye en su comportamiento (Maxwell, 1996: 4); cuestiones que aquí se vinculan con lo socioterritorial: cómo construyen los actores su relación con el entorno social, y cómo estas construcciones condicionan sus interacciones cotidianas, itinerarios y formas de sociabilidad.

El análisis de la experiencia urbana de los individuos y grupos desde esta perspectiva epistemológica -con el fin de rescatar los sentidos asociados con su habitar la ciudad, la construcción social de distancias y cercanías en sus desplazamientos cotidianos y en las interacciones con otros actores- puede implementarse desde diversas técnicas y métodos, algunos más tradicionales dentro de la investigación cualitativa, y otros más novedosos y específicos de la problemática planteada. Entre estos últimos, puede mencionarse el estudio de los sentidos y las experiencias urbanas mediante el análisis de dibujos de la ciudad realizados por sus pobladores. Esta técnica se inscribe en una línea de estudios de extensa trayectoria, y que se encuentra atravesada por profundos debates en torno a los posibles modos de interpretar los trazos obtenidos. Estos debates -que Segura (2010) resume en dos grandes puntos de discusión: por un lado, en qué medida los dibujos de la ciudad nos acercan a los procesos cognitivos implicados en la práctica del espacio, y, por el otro, en qué medida los dibujos de una persona sobre un espacio determinado son expresión de sus prácticas espaciales- abren un campo de análisis sumamente rico para pensar la cuestión de la segregación espacial. Desde los trabajos más clásicos de las décadas del 60 y 70, que acuñaron conceptos centrales en este sentido, como imagen de ciudad (Lynch, 1960), mapa mental (Gould, 1966) y mapa cognitivo (Lowenthal, 1967), hasta los estudios más actuales en torno a los croquis y cartografías simbólicas (Silva, 2000), representaciones e imágenes de la ciudad (De Alba, 2004), y los dibujos de la ciudad como indicios de experiencias urbanas disímiles (Segura, 2010), entre otros.

Este tipo de herramientas puede constituir un interesante punto de abordaje para captar los aspectos sociales y simbólicos que atraviesan los procesos de segregación espacial, tal como se los entiende aquí. Al correr la mirada de la representación cartográfica oficial para recuperar los modos de representar, concebir, sentir y vivir la ciudad que trazan sus habitantes, las nociones de diferencia y desigualdad, de distancia y cercanía, de accesos y exclusiones cobran nueva vida. Por ejemplo, en las investigaciones de Segura (2010, 2012) -quien implementa esta técnica en articulación con la pregunta por la segregación espacial-, el trabajo con dibujos de la ciudad le permitió al autor reconstruir los diversos escenarios de desplazamientos de los actores, los itinerarios territoriales construidos en su circulación cotidiana, identificando las tensiones entre límites y circuitos, entre fronteras y pasajes; dando cuenta, en definitiva, de los diversos modos de experimentar y acceder a la ciudad de los actores concretos. Y, en este marco, discute con la noción clásica de segregación espacial como fenómeno residencial, para entender que "la ciudad no es un mosaico de mundos homogéneos (raciales, étnicos o de clase), sino que la producción de diferencias y desigualdades en el espacio urbano resulta de una dinámica de intercambios, encuentros y trayectos más o menos conflictivos" (Segura, 2012: 109).

Junto con estas técnicas específicamente orientadas a captar fenómenos vinculados con lo sociourbano, otros métodos de vasta utilización en los estudios cualitativos orientados a las temáticas más diversas tienen amplia utilidad para trabajar esta cuestión. Tal es el caso, por supuesto, de las entrevistas en profundidad.

Las entrevistas en profundidad basan su quehacer en la recuperación del testimonio del otro, y que Arfuch (2002) ubica dentro del universo del espacio biográfico: la narración de experiencias y vivencias del ser (individual y social), que se fundamenta en la proximidad entre el sujeto investigador y el sujeto entrevistado. La recuperación de los relatos de vida de las personas -si constituyen narraciones de prácticas en situación, como los denomina Bertaux (2005)- permite trascender los testimonios individuales para generar conocimiento sobre fenómenos y relaciones sociales más amplias.

El trabajo a partir de los relatos de los actores, a través de entrevistas en profundidad, permite acceder a aspectos de la experiencia urbana esenciales para pensar los procesos de segregación espacial. En investigaciones previas4, la aplicación de esta técnica posibilitó recuperar dos dimensiones consideradas fundamentales en este sentido: por un lado, las imágenes, percepciones y estigmas territoriales construidos en torno al espacio de residencia y sus ocupantes y, por otro lado, las dinámicas socioterritoriales, movilidades, interacciones sociales y fronteras simbólicas que se desarrollan. Y, en este proceso, se pusieron en tensión algunos sentidos comúnmente asociados a la noción de segregación espacial, en particular la tendencia a vincular la existencia de concentración espacial (residencial) de ciertos grupos sociales con dinámicas de exclusión, aislacionismo y estigmatización. Los relatos de los actores, en este sentido, permitieron rescatar los múltiples matices que atraviesan estos procesos, donde la diferencias (y desigualdades) se producen y reproducen de manera situacional y relativa.

Este método -así como muchos otros que, desde diversas perspectivas disciplinares, metodológicas y epistemológicas, se han utilizado para dar cuenta de la experiencia de los actores en situación- constituye así una herramienta sumamente rica para reconstruir el conjunto (articulado y contradictorio) de interacciones sociales de (y entre) los individuos y grupos que conviven en el espacio, así como las fronteras simbólicas que recortan o condicionan los flujos de intercambio y accesibilidad: elementos centrales que conforman la otra pata constitutiva de los procesos de segregación espacial urbana.

REFLEXIONES FINALES

El presente artículo se propuso brindar algunos elementos teórico-conceptuales y metodológicos para problematizar una categoría muy utilizada en el campo de los estudios urbanos: la noción de segregación espacial. Tradicionalmente trabajada como sinónimo de distribución desigual en el espacio (y vinculada con estudios cuantitativos), en las últimas décadas algunos autores han propuesto incorporar aspectos del habitar urbano, como prácticas, movilidades, representaciones y dinámicas de apropiación del territorio.

La propuesta desarrollada aquí pasa por partir de una definición de segregación espacial que integre y ponga en diálogo ambas cuestiones, en tanto dimensiones de un concepto complejo que las engloba. Y, de este modo, problematizar la relación entre distancias físicas y distancias sociales, entre la concentración espacial de los grupos sociales en la ciudad y la construcción de fronteras sociales y simbólicas, en cuyo marco diferencias y distancias se construyen como tales.

Se entiende aquí que la distribución espacial de los grupos -esa configuración de posiciones residenciales que puede sintetizarse en un mapa- da cuenta de la estructura urbana y las condiciones de acceso al suelo que brindan el mercado y el Estado a los distintos sujetos, así como de las estrategias (individuales, familiares y sociales) de asentamiento realizadas por actores desigualmente posicionados en el campo social.

Pero la pregunta por la segregación implica incorporar interrogantes diferentes, que exigen entrar en el terreno de los sentidos, percepciones e imaginarios sociales; en el universo de las movilidades y circulaciones, las interacciones y accesibilidades, las distancias y fronteras simbólicas. Cuando se aborda al espacio ya no desde la localización residencial, sino como un entrecruzamiento de prácticas, se evidencia que las distancias y proximidades son categorías relacionales que se construyen en la interacción y la circulación.

La multidimensionalidad de un fenómeno como la "segregación espacial" así definida exige un abordaje metodológico mixto -escasamente aplicado por los estudios especializados-, que combine abordajes diferentes: un análisis macroanalítico y cuantitativo, que permita dar cuenta de la existencia (o no) de formas de desigualdad o concentración espacial en los patrones de asentamiento de los grupos a nivel intraurbano, y un abordaje microsocial y cualitativo, centrado en la experiencia e interacción social, en el marco de la cual se construyen fronteras simbólicas que condicionan las dinámicas socioespaciales.


Figura 1. Propuesta teórico-metodológicapara abordar la segregación espacial Fuente: elaboración personal

 

La combinación de estas dos metodologías constituye una tarea compleja pero indispensable. Por un lado, las herramientas cuantitativas permiten identificar pautas, regularidades y tendencias respecto de las dinámicas residenciales de cientos de miles de individuos en ámbitos espaciales de gran tamaño, y posibilitan construir un mapa de la distribución espacial urbana. Pero, por otro lado, solo desde una perspectiva cualitativa se puede dar cuenta de las relaciones e interacciones sociales de los habitantes de este ámbito, los sentidos y significados que construyen, las movilidades, accesibilidades y exclusiones que funcionan en el mundo cotidiano del habitar la ciudad.

En este sentido, el desafío metodológico se plantea no solo a nivel de la utilización de técnicas adecuadas para dar cuenta de ambas dimensiones de la segregación espacial, sino también (y fundamentalmente) en la puesta en diálogo de ambos abordajes. Este tipo de triangulación metodológica requiere, ante todo, un cambio de escala (ir de lo messo a lo micro) y de perspectiva (de la vista "de arriba" a la mirada del caminante). Pero la dicotomización entre lo que es una perspectiva macro y microanalítica implica una simplificación de los múltiples niveles intermedios que atraviesan los procesos sociales, y no deben perderse de vista las interconexiones mutuas: cómo se articulan las lógicas y procesos producidos a nivel macro -el Estado, el mercado inmobiliario, el contexto socioeconómico y cultural global-, que se proyectan produciendo efectos concretos sobre el espacio, con las dinámicas propias del nivel messo -las interacciones sociales, las estructuras de clase, género, etnia-, y con el nivel más microsocial de las experiencias y prácticas cotidianas de los actores en pugna por la apropiación y el uso de los espacios, donde se termina de definir la dinámica de (re)producción de la ciudad. Es precisamente a partir de este entramado de relaciones, prácticas y dinámicas sociales que el espacio urbano se construye y reconstruye en su carácter diferencial (y en ocasiones, segregativo) en cada momento histórico concreto.

Notas

1- Se han publicado, incluso, números especiales de revistas especializadas. Por ejemplo, la revista Espago & Debates en su N.° 45 (2004)^ se dedica al tema "Segregación urbana", reuniendo aportes y reflexiones de diversos autores latinoamericanos sobre el fenómeno de la segregación en el espacio urbano.

2- Este indicador, así como los restantes indicadores "no espaciales" de segregación (como el Índice de Aislamiento e Interacción), ha sido objeto de numerosas críticas por su carácter no espacial, su incapacidad para explorar lo que ocurre en el interior de la ciudad, su falta de solidez estadística, etc. (Véase Garrcchc y Campos-Alanís, 2013, entre otros).

3- La igualdad, que refiere a la distribución diferencial de los grupos sociales en las áreas espaciales de una ciudad; la exposición, que apunta al grado de contacto potencial o posibilidad de interacción entre los miembros de los grupos; la concentración, que considera la cantidad relativa de espacio físico ocupado por el grupo minoritario; la centralidad, que da cuenta del grado en que un grupo está espacial-mente localizado cerca del centro de un área urbana; y finalmente el clustering, que implica el grado en que las áreas habitadas por miembros del grupo minoritario lindan una con la otra en el espacio.

4- Se utilizó esta técnica en una investigación sobre la segregación espacial de migrantes paraguayos en la Ciudad de Buenos Aires. En este trabajo se utilizó un abordaje metodológico mixto, triangulando técnicas cuantitativas y cualitativas. Para el abordaje cualitativo se trabajó con un estudio de caso en el barrio de La Boca (Mera, 2012).

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