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Estudios Socioterritoriales

versión On-line ISSN 1853-4392

Estudios Socioterritoriales vol.22  Tandil dic. 2017

 

ARTÍCULO CIENTÍFICO

Entre el mapa y el croquis: problematizando la segregación espacial de los migrantes paraguayos en la Ciudad de Buenos Aires

Between the map and the sketch: a problematization of the spatial segregation of Paraguayans in Buenos Aires city

Gabriela Mera(*)

* Doctora en Ciencias Sociales. Instituto de Investigaciones Gino Germani, Universidad de Buenos Aires, CONICET. Pte J. E. Uriburu 950, 6to piso, oficina 9 (CP1114) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina, gabsmera@yahoo.com

Recibido: 3 de julio 2017
Aprobado: 11 de septiembre 2017


Resumen

En el marco de la pregunta por la segregación espacial de los inmigrantes en las ciudades, el presente artículo se propone estudiar cómo se distribuyen los paraguayos en la Ciudad de Buenos Aires, indagando en cómo se articula la concentración de este colectivo en determinadas zonas del espacio urbano con las interacciones cotidianas que desarrollan. Partiendo de una mirada crítica respecto de la noción de segregación espacial entendida como sinónimo de distribución desigual, se trabaja desde una articulación de métodos cuantitativos y cualitativos, buscando brindar elementos conceptuales, metodológicos y empíricos para problematizar la relación entre distancias físicas y distancias sociales; entre la concentración espacial de los paraguayos en la ciudad y la construcción de fronteras sociales y simbólicas, en cuyo marco las diferencias y distancias se construyen como tales.

Palabras clave: Distribución espacial; Segregación espacial; Migración paraguaya

Abstract

In order to contribute to the academical concern about the spatial segregation of immigrants in the cities, this paper aims to study how the immigrants from Paraguay are spatially distributed in Buenos Aires City, inquiring in how the residential concentration of this collective in certain areas of the urban space are related to the day-to-day interactions that they develop. Taking as a starting point a critical view regard to the notion of "spatial segregation" defined in terms of uneven distribution, the paper articulates qualitative and quantitative methods, seeking to provide conceptual, methodological and empirical elements to problematize the relationship between physical distance and social distance; between the spatial concentration of paraguayans in the city and the construction of social and symbolic boundaries, within which differences and distances are constructed as such.

Key words: Spatial distribution; Spatial segregation; Paraguayan migration


Introducción

El presente artículo se inscribe en una línea de investigación que ha tenido una extensa presencia en el ámbito de las ciencias sociales: el problema de la segregación espacial de los inmigrantes en las ciudades. Desde los primeros estudios desarrollados por la Escuela de Chicago a comienzos del siglo XX, esta temática ha cobrado creciente protagonismo científico y social, al tiempo que fue abriendo un profuso debate tanto para los estudios migratorios como para la sociología urbana en general.

El asentamiento e inserción residencial de los migrantes en las ciudades constituye un proceso complejo —”en el cual intervienen factores vinculados tanto a la existencia de redes sociales y estrategias de acceso a la vivienda, como a las condiciones socioeconómicas, políticas y culturales de la sociedad de recepción—”, donde el espacio juega un rol de producto y productor de las relaciones y conflictos sociales que en él se dirimen. En ese marco, la cuestión de la distribución diferencial devino en una preocupación (social, política y científica) y, en tanto tal, adquirió una serie de connotaciones simbólicas intensas, que exigen ser repensadas y puestas en cuestión. Y una categoría particularmente marcada en este sentido, sin duda, es la de segregación espacial.

La noción de segregación espacial habitualmente es trabajada en el campo académico como sinónimo de diferenciación o distribución desigual de los grupos sociales en el espacio urbano. Sin embargo, se trata de un concepto cargado de sentidos negativos: alude a una idea de separación, aislacionismo o exclusión respecto de un algo que funciona de referencia; y su utilización como sinónimo de distribución desigual conlleva un reduccionismo tanto de la dimensión del espacio (urbano) como de los grupos (migratorios) en cuestión. Si, por un lado, reduce el espacio a la localización —”asumiendo la presencia de grupos "segregados" solo en función de su distribución residencial—”, por el otro reduce la heterogeneidad de los actores sociales suponiendo que existen grupos nacionales portadores de un comportamiento común.

En la presente investigación se considera que, entre la distribución espacial desigual en términos geográficos y el desarrollo de procesos de segregación espacial, existe un complejo entramado de factores sociales, culturales y simbólicos que van más allá de lo físico y lo residencial. Desde esta perspectiva, para hablar de "segregación" debe verse no solo la distribución espacial de los individuos, sino también cómo se articulan las interrelaciones entre las diferencias en el espacio urbano —”la circulación y el intercambio, los ámbitos de encuentro y simultaneidad—” que tienen efectos concretos en las formas de acceso a la ciudad.

En este sentido, partiendo de una mirada crítica respecto a la noción de segregación espacial restringida a lo residencial, y considerando que el territorio se encuentra atravesado por múltiples fronteras de carácter social y simbólico, este artículo se plantea como objetivo estudiar la distribución espacial de los migrantes paraguayos en la Ciudad de Buenos Aires, indagando en cómo se articula la concentración de este colectivo en determinadas zonas del espacio urbano con las interacciones cotidianas que desarrollan. De esta manera, se espera problematizar la relación entre distancias físicas y distancias sociales, así como ir más allá de las categorías estadísticas, para dar cuenta de los procesos de construcción de las diferencias sociales.

Para ello se trabaja a partir de la complementación de dos abordajes metodológicos, cuya articulación permita abordar el fenómeno de un modo integral. Por un lado, para dar cuenta de las formas que adopta la distribución espacial de los paraguayos en la Ciudad de Buenos Aires, se trabaja desde un abordaje cuantitativo, tomando como fuente de datos el Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas 2010, y se realiza un análisis socioespacial con la integración de los datos censales georeferenciados mediante Sistemas de Información Geográfica (SIG). Por otro lado, para indagar en las interacciones, itinerarios, fronteras simbólicas y relaciones con el entorno vecinal de los actores, se trabaja desde un abordaje cualitativo, mediante la construcción de un estudio de caso —”tomando al barrio de La Boca, ubicado al sur de la ciudad—”, y el desarrollo de entrevistas en profundidad, dirigidas a la comprensión de las perspectivas que los actores tienen respecto de sus experiencias e interacciones socioespaciales.

Entre la distribución residencial y la segregación espacial

La segregación espacial como "problema": perspectivas y supuestos

El problema de la distribución espacial de los inmigrantes en las ciudades ha tenido una larga historia en las ciencias sociales del último siglo. Los primeros estudios que pusieron en evidencia esta cuestión como una preocupación científica provienen del campo académico norteamericano de principios del siglo, en los modelos llevados a cabo por la Escuela de Chicago y lo que se denominó ecología urbana. Estos trabajos inauguraron toda una serie de teorizaciones y categorías en torno a la existencia de patrones residenciales de los inmigrantes en las ciudades, en el marco del problema de su asimilación a la sociedad de recepción.

Desde estos primeros trabajos hasta la actualidad se produjo una proliferación de investigaciones que han buscado identificar los factores que rodean el asentamiento y la distribución de estos grupos en las ciudades, así como las consecuencias que podrían acarrear tanto para los propios actores como para la sociedad de recepción. Si desde la mirada más asimilacionista, heredera de la ecología urbana, la persistencia de concentración espacial entre los grupos migratorios —”que se resisten a fundirse (o dispersarse) en el conjunto social—”, era considerada necesariamente como un "problema", en las últimas décadas esta cuestión ha sido abordada desde puntos de vista muy diferentes.
Para algunos autores (Simon, 1998; Sassone y Mera, 2006, entre otros) la concentración territorial puede tener efectos positivos para los mismos grupos, en la medida que la cercanía con paisanos y coterráneos genera una dinámica cultural económica positiva, favoreciendo la organización política, educativa o religiosa de los inmigrantes. Para estos autores, la posibilidad de residir en determinadas zonas de la ciudad puede beneficiar a la población inmigrada facilitándole la apropiación y el uso del espacio urbano, pudiendo propiciar el cultivo de sus relaciones y contactos sociales, y posibilitando la preservación de tradiciones y valores colectivos.

Por otro lado, numerosas investigaciones (Mingione, 1996; Schill, 1994, entre otros) se han centrado en las consecuencias negativas de esta concentración o segregación espacial. Reforzando aquella idea de que existe una correlación entre diferenciación social y espacial, estos enfoques consideran a la segregación residencial como un factor que puede contribuir a la perpetuación de la estratificación social, obstaculizando las posibilidades de movilidad. En tal sentido se entiende que la concentración de los grupos minoritarios en entornos marcados por características étnico-sociales puede convertirse en un factor potenciador de la exclusión, limitando sus oportunidades de participación y contacto con el resto de la sociedad.

Ambas perspectivas evidencian que la presencia espacial concentrada —”visible, palpable—” de determinados grupos migrantes en el espacio urbano, tiende a percibirse como un fenómeno "cargado" de connotaciones simbólicas, que el concepto mismo de segregación parece resumir. Pero, ¿qué implica hablar de "segregación espacial"? ¿Remite a una distribución desigual, a pautas de localización diferenciales? ¿O hay otros factores involucrados? ¿Puede pensarse esta noción desde una perspectiva puramente física? ¿O es un fenómeno atravesado por factores sociales, culturales y simbólicos?

Definiendo la segregación espacial

La noción de segregación espacial —”también llamada residencial, geográfica o urbana—” es una categoría utilizada con mucha frecuencia por los estudios que analizan la distribución de la población extranjera en las ciudades. En la mayoría de los trabajos académicos es definida como la existencia de una diferenciación o distribución desigual de los individuos al interior del espacio urbano. Brun (1994, p. 22) nos ofrece una de las definiciones más habitualmente utilizadas, refiriéndose a la "distinción espacial entre las áreas de residencia de grupos de población que viven dentro de una misma aglomeración". Se trataría así de un concepto de carácter espacial, que supone la posibilidad de identificar patrones territoriales de asentamiento asociados a alguna característica de los grupos de población, que pueden dar lugar a formas de diferenciación del espacio urbano.

Frente a esta definición más clásica (y extendida) de la segregación espacial en términos de distribución desigual, en las últimas décadas algunos autores han propuesto definiciones compuestas del fenómeno, buscando incorporar otras dimensiones que lo constituyen. Uno de los aportes esenciales proviene de White (1983), quien propone distinguir entre la segregación geográfica, que remite a la clásica definición de la segregación como una distribución desigual de los grupos en un espacio físico, y la segregación sociológica, que alude a la ausencia de interacción y contacto entre los grupos sociales. Esta distinción invita a incorporar una mirada crítica sobre la noción clásica de segregación, considerando que puede haber tensiones entre distancias físicas y distancias sociales, y que la proximidad geográfica no necesariamente involucra interacción social.

Otros análisis recientes han buscado tomar mayor distancia de aquellos abordajes que entienden a la segregación espacial como distribución desigual, para incorporar aspectos del habitar urbano, como prácticas y formas de apropiación del espacio. Caprón y González Arellano (2006) señalan otros dos sentidos desde los que puede entenderse la segregación espacial. Por un lado, como acceso desigual a los servicios y equipamientos urbanos, es decir, como un fenómeno que remite a la movilidad; y, por otro lado, como una forma de espacialización de la distancia social entre los grupos, en particular en términos de ajustes y conflictos sociales. Desde la antropología, Segura (2012) realiza un aporte cardinal, proponiendo incorporar dos dimensiones esenciales: el territorio barrial —”cómo simbolizan y otorgan sentido al entono los propios habitantes—” y, la territorialidad de las prácticas de los actores, lo que implica reconstruir sus redes de relaciones, tanto dentro como fuera del espacio en cuestión.

Estos autores abren un campo de problematización —”frecuentemente olvidado por muchos estudios especializados que aplican la categoría de segregación espacial de modo acrítico—”, que en este artículo se invita a profundizar. Se entiende aquí que, tanto el dirigir la mirada hacia la localización (y estudiar la existencia de formas de distribución desigual), como el acercar la lupa a los sentidos y movilidades (y explorar las interrelaciones y la construcción social de las distancias y proximidades) aportan elementos muy interesantes para pensar la segregación espacial, entendida como un proceso complejo que abarca ambas dimensiones. A continuación, se ponen en diálogo algunos desarrollos teóricos de la sociología urbana que pueden contribuir a comprender qué elementos se conjugan, por un lado, en la distribución desigual de la población y, por el otro, en lo que aquí se entiende como segregación espacial.

De la localización a la movilidad: algunos aportes teóricos

Focalizar la mirada en cómo se distribuyen los individuos en el espacio urbano permite comprender elementos fundamentales que hacen a la estructura social de la ciudad, y el lugar que en ella ocupan los diferentes actores. Como sostiene Bourdieu, la apropiación de un hábitat determinado es producto de luchas donde se apuestan los diversos capitales con los que cuentan los ocupantes, y en tal sentido las estructuras espaciales resultantes constituyen expresión de las diferencias sociales. Pero los 'efectos de lugar' funcionan también en sentido inverso y contribuyen a crear (o reforzar) las jerarquías, pues las estructuras y oposiciones del espacio físico "tienden a reproducirse en los espíritus y en el lenguaje en formas de oposiciones constitutivas de un principio de visión y división, en tanto categorías de percepción y evaluación o de estructuras mentales" (Bourdieu, 1993, p. 121). El espacio es uno de los lugares donde se afirma el poder y la violencia simbólica.

Si el espacio urbano puede pensarse como una expresión del espacio social, la distribución espacial de la población adquiere una importancia esencial, "convirtiéndose en un elemento clave a través del cual se aprehenden y, eventualmente, se solapan o reifican las relaciones sociales" (De la Haba y Santamaría, 2004, p. 126). En este proceso, el problema de la localización se vuelve una cuestión ineludible, en tanto se considera que la vivienda implica todo el conjunto de servicios proporcionados por una estructura urbana que conlleva la accesibilidad relativa a los beneficios de una serie de 'externalidades' —”servicios públicos, transporte, educación, trabajo—” en función de su ubicación en el espacio (Oszlak, 1983).

Pero sobre esa estructura de distribución residencial se tejen las prácticas urbanas cotidianas; se produce ese cruzamiento de movilidades que De Certau (2000) denomina espacio. Y esta perspectiva abre la puerta a un universo de sentidos que hacen a la vinculación entre espacio y sociedad, donde lo material y lo simbólico definen toda una estructura de usos del espacio urbano, y agregan una nueva dimensión a la noción de segregación espacial. Entender a la ciudad a partir de las 'prácticas urbanas' de quienes la habitan, exige pensar el problema de la separación o concentración en el espacio como una cuestión vinculada a los intercambios y la sociabilidad, pues es precisamente en ese proceso que las diferencias, distancias y límites socio-espaciales se construyen.

En palabras de Bericat Alastuey, la supuesta estaticidad del espacio solo es concebible en tanto campos de movilidad probable, donde el ordenamiento espacial de la vida cotidiana presupone una determinada posibilidad de alcance, diferente para cada uno, "que instituye en la conciencia el espacio mediante el concepto de límite" (1994, p. 18). Simmel, en su análisis de la dialéctica entre espacio y sociedad, plantea que "el límite no es un hecho espacial con efectos sociológicos, sino un hecho sociológico con una forma espacial"; pero "cuando se ha convertido en un producto espacial y sensible, en algo que dibujamos en la naturaleza con independencia de su sentido sociológico y práctico, esto ejerce una influencia retroactiva sobre la conciencia de la relación entre las partes" (Simmel, 1977, p. 652). Si el espacio es producto de un constante proceso de construcción social, esto parece adquirir particular claridad en el caso de las fronteras y límites cuya existencia misma cobra sentido en tanto producción social de las diferencias en el territorio.

En este marco resulta interesante la propuesta de Grimson (2002) de trasladar analógicamente instrumentos de análisis de las fronteras nacionales para pensar a las fronteras intraurbanas. Parte para ello de la concepción de Van Gennep, de frontera como ese "espacio liminal" o zona de indefinición cuyo cruce implica un acto de pasaje de un mundo a otro, donde los "nativos" devienen "extranjeros", y que, en tanto tal, se encuentra atravesado por una serie de prácticas y ritos de pasaje (Van Gennep citado por Grimson, 2002, p. 56). Siguiendo a Grimson (2009, p. 20), puede decirse que las fronteras devienen en parámetros cognitivos de la vida urbana; pues no solo la ciudad se encuentra llena de "aduaneros", que solicitan documentos o detienen pobres o migrantes, en particular cuando se encuentran en territorios ajenos, sino que los mismos habitantes tienden a recibir con extrañeza o sorpresa a los cuerpos intrusos que se hacen presentes en zonas impensadas para ellos. Pero esta construcción de territorios locales diversos al interior de los espacios urbanos, aún en su carácter simbólico, como sostiene Filc (2002), no puede entenderse por fuera de las condiciones materiales que reproducen el aislamiento de los sectores de menores recursos que se encuentran aislados en sus propios barrios. Desigualdades materiales y simbólicas conforman un entramado que se reproduce en términos espaciales delimitando territorios diferenciados.

El análisis de la construcción de las diferenciaciones espaciales requiere considerar cómo se articulan 'fronteras simbólicas' —”las distinciones de los propios actores en torno a los objetos, personas y prácticas, que separan a los grupos y generan sentimientos de pertenencia—”, y 'fronteras sociales', formas objetivadas de las diferencias sociales, que se manifiestan en accesos desiguales a recursos, y que pueden expresarse en términos de agrupamientos en el espacio o condicionar las formas de interacción (Lamont y Molnar, 2002, p. 169). La noción de frontera así entendida implica considerar cómo los recursos simbólicos también se ponen en juego en el proceso de crear, mantener, resistir o disolver las diferencias sociales institucionalizadas. Como sostiene Bourdieu, (1993), el sistema simbólico se organiza así según la lógica de la diferencia, de la separación, a través de la cual los grupos dominantes logran legitimar su propia cultura y estilo de vida.

La migración paraguaya

Los paraguayos constituyen el contingente migratorio que más ha crecido en la Argentina del último siglo: de ser la colectividad limítrofe de menor peso relativo en el Primer Censo Nacional de Población de 1869, su proporción ha crecido hasta convertirse en la preponderante. Su volumen y características han estado influidos por múltiples factores tanto en origen como en destino; pero con el tiempo esta dinámica se ha afianzado también en prácticas culturales y ha sido alimentada por intensas redes sociales. Paraguay ha vivido una historia política compleja, signada por "largos años de gobiernos autoritarios, combinados con períodos de inestabilidad política en los cuales los civiles gobernaron durante períodos de tiempo muy reducidos, lo que profundizó la crisis económica, política y social" (López, 2010, p. 5). Este contexto sociopolítico contribuyó a generar condiciones expulsivas para un importante número de paraguayos y paraguayas, en particular con la Guerra Civil de 1947, y la dictadura de Alfredo Stroessner Matiauda, que se extendió por 35 años (1954-1989).

Asimismo, Paraguay ha desarrollado un modelo socioeconómico excluyente, agravado por un sistema de explotación agraria que brinda escasas posibilidades a la población campesina. El sistema rural paraguayo se caracteriza por una alta concentración de la tierra y un régimen latifundista que ha generado la pauperización masiva del agricultor paraguayo. La desigualdad y la expulsión rural se conjugaron con un modelo económico que no crea empleo suficiente para que esa fuerza de trabajo excluida se incorpore al mercado urbano, colocando a miles de paraguayos ante la opción de emigrar como la única alternativa de vida.

En este contexto, Argentina devino una alternativa atractiva por una serie de elementos entre los que Halpern (2009) destaca: su capacidad de absorber esa fuerza de trabajo en los mercados locales, el desarrollo de una industrialización que por momentos supo brindar una opción de ascenso social, así como también el constituir un espacio que ofreció la posibilidad de escapar de las persecuciones políticas y actuar desde allí hacia el lugar de origen. Todo esto atravesado por redes sociales que articulan origen y destino, y operan como instancias para facilitar la incorporación de los migrantes a una sociedad ajena.

En la actualidad, los paraguayos en la Ciudad de Buenos Aires censados en el año 2010 alcanzan a ser 80.325 personas, pero apenas representan un 2,8—‰% del total de la población porteña. Difícilmente caracterizable de "antigua" o "reciente" —”pues está compuesta por individuos y familias que arribaron al país en momentos históricos diferentes y siguieron trayectorias heterogéneas dentro del territorio argentino, con numerosas idas, vueltas y re-migraciones—”, las dinámicas que asume la presencia paraguaya en la Ciudad de Buenos Aires conforman un universo con aún muchos elementos a descubrir. A continuación, se propone contribuir a este campo de conocimiento desde una perspectiva escasamente estudiada y sumamente rica para el análisis social: la dimensión territorial.

Distribución espacial de los paraguayos en la Ciudad de Buenos Aires

Para comenzar a explorar las formas que adquiere la distribución de los paraguayos en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires(1) (en adelante, CABA) resulta interesante comenzar con un único valor que permita dar cuenta de qué tan desigualmente distribuidos se encuentran. Y esta cuestión puede ser abordada a partir del cálculo de alguno de los numerosos indicadores estadísticos que han sido propuestos por la literatura especializada. En el presente artículo se aplicará uno de los más utilizados en este sentido: el denominado índice de Segregación Espacial (IS). Esta medida busca cuantificar el grado en que se produce una distribución desigual de los grupos a nivel intraurbano, comparando la composición social de las unidades espaciales que componen la ciudad con la composición de la ciudad(2) en su conjunto. Varía entre 0 y 1 —”cuanto mayor es el valor del indicador, mayor es la desigualdad en la distribución espacial—”, y al multiplicarlo por cien puede interpretarse como la proporción del grupo en cuestión que debería ser redistribuida para que cada área tenga la misma composición que el total de la ciudad.

Dado que no existe un consenso acerca de cuáles son los umbrales críticos de los indicadores de distribución —”es decir, a partir de qué valor puede concluirse que existe mucha o poca "segregación residencial" así entendida—” en el Cuadro 1 se presentan los valores que alcanzan los paraguayos en CABA, así como también de otros migrantes regionales (bolivianos, brasileros, chilenos, uruguayos y peruanos), con el fin de obtener un panorama general que permita una mirada comparativa.

De acuerdo al índice de Segregación, los migrantes paraguayos presentan patrones de distribución espacial bastante diferenciados: casi la mitad (48—‰%) debería cambiar de lugar de residencia para tener una representación equivalente en todas las unidades espaciales de la ciudad (IS=0,48). No se trata del grupo migratorio más desigualmente distribuido —”los oriundos de Bolivia presentan niveles mucho mayores (IS=0,65)—”, pero en el "ranking" de la desigualdad en la distribución espacial se encuentran en segundo lugar entre los migrantes de países limítrofes y el Perú.

Si los paraguayos no se encuentran distribuidos de manera homogénea, el interrogante que surge remite a qué características presentan las pautas de asentamiento de este grupo, en qué lugares tienden a residir. Las diferentes zonas de la ciudad se encuentran cargadas de sentidos no solo disímiles, sino eminentemente desiguales: mientras algunos sitios consagran simbólicamente a sus habitantes, otros los estigmatizan, brindando posibilidades diferenciales de accesibilidad (o exclusión) a los bienes y servicios urbanos.

Cuadro 1. Población en viviendas particulares nacidas en países limítrofes y Perú: índice de Segregación Residencial según país de nacimiento. CABA, 2010
Fuente: Elaboración en base a INDEC, Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas 2010

 

El Mapa 1 presenta los resultados de un cálculo porcentual, y manifiesta que los paraguayos en CABA presentan una distribución espacial signada por una marcada diferencia norte-sur: los individuos nacidos en este país vecino se encuentran fundamentalmente localizados en términos residenciales en el sur y este de la ciudad —”donde, en algunas unidades espaciales, llegan a constituir más de la mitad de la población del área en cuestión—”. En contraste, en el norte, centro y oeste de la ciudad, salvo algunas excepciones, el peso relativo de dichos migrantes es bajo o prácticamente nulo.


Mapa 1. Distribución espacial de la población paraguaya censada en viviendas particulares. CABA, 2010
Fuente: Elaboración en base a INDEC, Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas 2010

 

Es decir que, si bien los paraguayos son un pequeño porcentaje del total de la población de CABA, su distribución en ella los convierte en una presencia mucho más notoria —”en términos numéricos—” en algunas zonas específicas del sur y este de la ciudad.

Y lo que es importante señalar aquí es que esas zonas particulares donde muchos paraguayos han logrado asentarse, son los lugares históricamente más degradados de la ciudad, signados por un ambiente predominantemente industrial, déficit de infraestructuras y servicios, y fuerte presencia de urbanizaciones informales. Pues en el proceso de expansión de CABA —”que se desarrolló sobre los corredores norte y oeste—” el uso del suelo, las pautas de edificación resultantes de las condiciones del terreno y el transporte, y las políticas urbanas, fueron diferenciando profundamente el norte y el sur de la ciudad. Por un lado, toda la zona sudeste se fue convirtiendo en un ámbito vinculado con la actividad industrial y comercial portuaria, y como un espacio de residencia cercano a las fuentes de trabajo para numerosos trabajadores, tanto nativos como inmigrantes. Por su parte, el sudoeste se urbanizó en terrenos que conformaban grandes bañados y que habían sido destinados a basurales, consolidándose como un área signada por altos niveles de empobrecimiento y vulnerabilidad. En contraste con esto, el crecimiento de los barrios hacia el oeste fue protagonizado por las nacientes clases medias, y el corredor norte se consolidó como área de asentamiento de sectores altos, con buenos servicios de infraestructura y transporte (Pírez, 2009).

En este sentido, en una primera mirada sobre el dónde se manifiesta una mayor presencia residencial de migrantes paraguayos, surgen elementos para postular que la relativa concentración de estos individuos y familias se encuentra muy vinculada a cuestiones de índole socioeconómica, donde las desigualdades materiales y los factores étnico-nacionales se conjugan y dejan sus huellas en el territorio urbano. Pero esta cuestión, ¿supone un proceso de segregación espacial?

La pregunta por la segregación implica incorporar interrogantes muy diferentes, que no pasan solo por dónde residen estos actores, sino que exigen entrar en el terreno de las movilidades, de las interacciones y accesibilidades, de las distancias y fronteras sociales y simbólicas. Y tal abordaje requiere un cambio de escala (ir de lo messo a lo micro) y de perspectiva (de la vista "de arriba" a la mirada del caminante), que será abordado en el apartado siguiente.

De movilidades y fronteras urbanas: el caso de La Boca

La perspectiva trabajada en la sección previa, al analizar la distribución espacial de los paraguayos a nivel messo —”el de la ciudad en su conjunto—”, permitió identificar algunas tendencias que caracterizan a las dinámicas residenciales de este colectivo, y construir una cartografía de la presencia paraguaya en la urbe. A continuación, interesa 'acercar la lupa' al mundo del habitar, trascender la mirada y categorías estadísticas, para recuperar las relaciones e interacciones de los habitantes de este ámbito; los sentidos y significados que construyen; las movilidades, encuentros, accesibilidades y exclusiones que funcionan —”y producen—” en el mundo de la cotidianeidad. Dado el interés por realizar un estudio detallado de procesos sociales complejos, se parte de la construcción de un estudio de caso, es decir que la mirada se focaliza "en un número limitado de hechos y situaciones para poder abordarlos con la profundidad requerida para su comprensión holística y contextual" (Neiman y Quaranta, 2007, p. 218). Para ello se decidió trabajar con el barrio de La Boca: un entorno urbano ubicado en el extremo sudeste de la ciudad, con un peso relativo de paraguayos relativamente alto, y donde la presencia de este grupo migratorio tiene cierta heterogeneidad en términos de distribución residencial.

Circulaciones, fronteras y distancias sociales/simbólicas

En su libro "Imaginarios Urbanos", Silva (2000) propone distinguir al "mapa", que corresponde a la cartografía levantada por el Estado o personas especializadas, y representa en el plano los límites oficiales de un ámbito espacial, de lo que denomina la cartografía simbólica, y que sintetiza en el concepto de "croquis". Este último es el que representa al territorio que "se nombra, se muestra o se materializa en una imagen dentro de un juego de operaciones simbólicas en las que, por su propia naturaleza, ubica sus contenidos y marca los límites" (Silva, 2000, p. 28).

Cuando se acerca la lupa al mundo del habitar —”que es también circular y transitar—”, el espacio cobra nuevas dimensiones, que resultan imperceptibles desde la mirada messo y desde una perspectiva cuantitativa. No se trata solo de trabajar a otro nivel de desagregación geográfica, sino que se plantea una diferencia de perspectiva radical entre la mirada cartográfica —”el sobrevolar la ciudad, que se plasma en el mapa—” y la mirada del caminante, del habitante del espacio. Desde este abordaje que parte de la experiencia de los actores, se dirigió el foco analítico hacia el mundo de las significaciones y prácticas cotidianas, indagando en cómo los sujetos simbolizan, segmentan y otorgan sentido al territorio, así como también en las dinámicas que asumen sus interacciones concretas.

Los relatos de los actores (paraguayos y no paraguayos)(3) pusieron sobre la mesa y obligaron a cuestionar algunos sentidos habitualmente asociados al concepto de segregación espacial: la idea de exclusión/separación del conjunto urbano y social, las implicancias (positivas y negativas) que se suele asociar a la presencia inmigrante en el barrio, y las tensiones entre la proximidad espacial y la interacción, dando cuenta de la existencia de fronteras sociales y simbólicas, que pasan inadvertidas desde la mirada "de arriba".

De cercanías y accesibilidades

Representar la distribución espacial de un grupo en un mapa temático produce efectos concretos en los modos de percibir ese fenómeno. Tanto la definición de la unidad de análisis como la utilización de áreas espaciales predefinidas trae con ello sus propias fronteras —”en el primer caso delimitando quién pertenece (y quién no) a este grupo; y, en el segundo, expresándose en líneas concretas dividiendo el plano de la ciudad—” que el observador fácilmente puede confundir con diferencias taxativas, existentes en el mundo social. El colorear tales unidades espaciales en función de la (mayor o menor) presencia relativa de dichos individuos, con una rampa de colores que le otorga un pigmento más oscuro a las áreas que "contienen" los puntajes más altos, termina de construir la representación. No se trata de una imagen falsa (pues efectivamente en esas unidades hay mayor cantidad de paraguayos residiendo), pero no debe olvidarse que las divisiones construidas para representar este fenómeno son arbitrarias (en el sentido de fabricadas por quien nomina), y que las distancias y proximidades son parámetros relativos que se construyen en la circulación.

Como se mencionaba previamente, un planteo muy frecuente en ámbitos académicos y políticos es el que vincula la presencia de grupos concentrados en el espacio urbano con la tendencia al aislamiento (espacial y social). Es decir, la idea de que la concentración residencial de un grupo migratorio puede promover que socialicen en espacios homogéneos, y que se vean excluidos de los bienes valorados, obstaculizando las posibilidades de movilidad, participación y contacto con el resto de la sociedad.

Pero si se aborda esta cuestión ya no desde la mirada puesta en el plano (que permite identificar paraguayos concentrados en algunas zonas de la ciudad), sino focalizándose en el croquis, en el territorio practicado, surgen elementos para problematizar estos sentidos comúnmente asociados al concepto de segregación espacial. En las entrevistas a los vecinos paraguayos de La Boca uno de los principales factores que destacan sobre su vida en el barrio se resume en una frase, muy recurrente en los relatos: "está todo cerca".

Esta cuestión de la cercanía y la accesibilidad es una percepción que, sin duda, atraviesa la dimensión de lo barrial en general. Pero lo llamativo en el caso de los paraguayos en La Boca es que ese elemento aparecía con mucha mayor intensidad (a diferencia de los argentinos boquenses entrevistados); al punto de convertirse en la primera (y a veces única) virtud que resaltaban del barrio. "Acá tenés todas las conexiones con los otros barrios con un solo colectivo. Imaginate que yo con el tema del laburo ando por todos lados, y acá me queda bien" (Víctor, 45 años). "Acá tengo todo. Tengo el hospital, tengo, qué sé yo, farmacia, colectivo; todo a mano tengo acá" (Patricia, 52 años). "Es una bendición porque tenemos todo acá: tenés panadería, carnicería y supermercado. Y los colectivos; salimos sentados, yo salgo sentada y casi vuelvo sentada. Y en varios lugares ando yo" (Norma, 57 años). Para los paraguayos, La Boca se configura como puerta de acceso tanto a las centralidades locales (como puede ser la zona comercial del barrio, el hospital, la escuela), así como también a otros barrios y centralidades del conjunto urbano.

En este sentido puede verse que para los paraguayos entrevistados, la percepción misma del espacio barrial (y su valoración) se vincula con las posibilidades de acceso a servicios y equipamientos urbanos, es decir, a las posibilidades de movilidad dentro y fuera del barrio. Y entrar en tal terreno —”en cómo se articulan el residir (los lugares habitados) y el circular (los lugares practicados)—”, constituye un elemento esencial para pensar la segregación espacial. Pues si la noción de segregación espacial parece vincularse con una idea de exclusión, separación o aislamiento respecto del conjunto urbano (o social), los relatos de los vecinos paraguayos hablan, por el contrario, de un acceso a lo urbano muy palpable.

Implicancias de la presencia paraguaya en el barrio

Así como suele haber un sentido común que vincula la presencia de grupos concentrados en el espacio urbano con la tendencia al aislamiento (espacial y social), otros sentidos que atraviesan estos procesos son los que tienden a pensarlos a partir de sus consecuencias positivas (en tanto elemento constructor de pertenencia para los mismos grupos inmigrados), o negativas (vinculadas a situaciones de conflictividad social).

En este marco, ¿qué implicancias tiene la presencia paraguaya en La Boca?, ¿constituye un problema para la sociedad de recepción?, ¿se convierte en un elemento positivo para los paraguayos, que favorece la ayuda mutua, la conservación de costumbres y tradiciones? Estas significaciones, esperables por un sentido común nutrido por la literatura especializada, en el caso en estudio se vieron puestas en cuestión. Dichos supuestos se encontraron frente a una realidad social intensamente heterogénea, que se resiste a ser encasillada bajo dicotomías nosotros/ellos, inmigrantes/sociedad receptora.

Por un lado, la "sociedad de recepción" se compone de un universo de miradas que solo resulta definible en su heterogeneidad. Si bien los relatos dejan entrever la existencia de un núcleo duro de discriminación hacia los inmigrantes limítrofes en general (y los paraguayos en particular), las percepciones sobre estos vecinos adquieren sentidos sumamente diversos. Para algunos vecinos, la presencia paraguaya es codificada en términos de distancias y lejanías, como una realidad remota que pertenece al pasado ("la cosa histórica que venían todos los italianos y los españoles"(4), en palabras de Leticia, 40 años) o como algo que pertenece a otra zona distante del barrio, a un "allá" lejano y más o menos difuso ("no s闦 acá no hay, están de [la calle] Necochea para allá, para el otro lado", dice Marisa, de 71 años, refiriéndose a la calle que separa la parte 'fea' del barrio).

Para otros vecinos, en cambio la inmigración es visualizada como un elemento cercano, parte integrante de los sentidos barriales. Pero aún en este último caso, la sensación de proximidad cobra implicancias diversas, que van desde su valorización positiva ("es barrio de laburantes—¦ es un barrio de tanos, también de españoles, como todo el país en su porcentaje, sino que después están las otras olas inmigratorias, hablamos de los países limítrofes que en La Boca hay muchos", dice Federico, de 28 años, nacido y criado en La Boca), hasta la estigmatización y el desprecio palpable ("ahora está lleno de paraguayos, uruguayos, peruanos, bolivianos—¦. vino todo lo peor, toda la lacra de los países latinoamericanos [risas]", dice Martha, de 62 años). Las múltiples miradas de esta "sociedad receptora" local ponen en evidencia el peligro de las clasificaciones maniqueas y los supuestos homogeneizadores, invitando a reconciliarse con la idea de un mundo social que tiende a rebasar todo encasillamiento conceptual.

Por otro lado, entre los paraguayos, los sentidos atribuidos a la presencia de compatriotas en el espacio barrial conforman un conglomerado igualmente heterogéneo. La presencia de muchos paraguayos a nivel barrial, así percibida por sus protagonistas, no parece generar una vida social y cultural ligada al origen común (o recreación de la "paraguayidad"), sino que ésta se encuentra atravesada por otras dinámicas, donde lo socioeconómico, lo familiar, el género y lo migratorio se entrecruzan de formas diversas.

Muchas veces los lazos familiares primarios prevalecen sobre el vínculo nacional; y este proceso aparece muy cruzado por el género. Para las mujeres —”en particular de sectores bajos—” el valor de tener por vecinos a parientes cercanos supera las implicancias de la presencia de compatriotas en sentido amplio, en un marco de sentido donde lo doméstico (la casa-habitación y lo familiar) deviene en el principal factor de cohesión y pertenencia ("Yo más me muevo por acá, en lo de mi hermana—¦ que tengo un sobrinito que tiene 4 años, y Marquitos quiere jugar con el primito, y me voy hasta allá", dice Patricia, 52 años; "Si yo salgo, voy a la casa de mi hermano, así fin de semana, un sábado o un domingo, sino yo no voy a otros lados", señala Emilia, de 43 años). En contraposición, la figura del hombre se encuentra más asociada a lo público y (ahora sí) a relaciones de paisanazgo. En los relatos de las mujeres frecuentemente aparecen expresiones como "A él le gusta juntarse"; "Él es más amiguero"; "Él es más conocido" en contraste con la posición femenina reivindicada como más tranquila, callada y ligada al hogar ("siempre digo que hay que mantener bien unida la familia y nadie más. Él [el esposo] es más abierto con los amigos. A él le gusta juntarse con los paisanos", dice Norma, de 59 años). Los relatos de los hombres retratan un universo de relaciones sociales menos asociadas al marco de la familia, donde los compatriotas sí ocupan un lugar más destacado. Cuesta hablar de vínculos fuertes, pero sí se tejen tramas de relaciones a nivel barrial, donde el paisanazgo constituye un elemento no menor: "Como hay muchos paraguayos, siempre nos encontramos y vamos al asadito juntos; compartimos así siempre. Yo pongo 5 pesos, él 5 pesos y—¦ hacemos el asado", apunta Isidoro (61 años). "Nosotros habíamos hecho un grupo que nos juntábamos, hacíamos fiestas—¦ un grupo de carapegueños, y juntábamos fondos para mandar a construir algo allá en el barrio", rememora Víctor, 45 años).

Los relatos de los paraguayos sobre sus dinámicas barriales brindan nuevos elementos para comprender qué sucede al interior de las áreas coloreadas de los mapas, al mismo tiempo que obliga a relativizar muchas de las prenociones que se filtran cuando se los analizan. Una de las primeras fronteras de las que se parte para estudiar estos procesos (la frontera que delimita al grupo en cuestión, esto es, el lugar de nacimiento) se vuelve porosa cuando se la confronta con las prácticas concretas. La perspectiva de encontrar grupos nacionales portadores de un comportamiento específico ligado al origen común se desarma ante la evidencia de una diversidad manifiesta, en la que el componente migratorio (o "lo étnico") es solo una de sus múltiples dimensiones. En La Boca, así, no parece haber una percepción o comportamiento asociado a los paraguayos en su conjunto (como "colectividad" o "grupo étnico"), sino una multiplicidad de percepciones y comportamientos etnicizados, influidos por el género y la clase social, atravesando la experiencia vivida de los sujetos.

Cercanías físicas, distancias sociales. Fronteras simbólicas a nivel barrial

Ahora bien, la proximidad espacial no necesariamente implica cercanía e interacción cotidiana. Cuando se aborda al espacio ya no desde la localización, sino como un entrecruzamiento de movilidades, se evidencia que las distancias y proximidades no son sino categorías relacionales que se construyen en la interacción. El espacio vivido de los sujetos se encuentra profundamente atravesado por barreras de carácter simbólico, que recortan "mundos" con sentidos diferenciados. Y todo un conjunto de consensos sociales en relación al territorio y sus habitantes, asigna roles y comportamientos esperados, sanciona transgresiones y construye membrecías y extranjeridades.

El barrio de La Boca se encuentra fuertemente marcado por fronteras simbólicas y espacios "territorializados", significados en términos de diferencias y lejanías (sociales), a pesar de que el mapa manifiesta una evidente contigüidad (física). Algunos de estos límites y barreras surgen de manera reiterada en los relatos, dando cuenta de sentidos compartidos y apropiados colectivamente ("Ya se hizo un—¦ claro, algo invisible que nadie va para allá. Porque vos sabías que ibas a [la avenida] Almirante Brown(5), situación límite, y ahí te robaban. Entonces uno dejó de ir allá", señala Gloria, de 50 años. "Es un mundo aparte cruzando Almirante Brown", dice Víctor, 45 años). Pero estas fronteras no constituyen límites únicos ni absolutos; lo que se configura es un múltiple juego de distinciones relacionales, como ejes ordenadores del espacio vivido.

Un elemento significativo en este marco es que, en el caso de La Boca, el principal factor de diferenciación que se condensa en torno a las fronteras territoriales debe leerse en clave socioeconómica, más que étnico-nacional. Así como las zonas estigmatizadas se vinculan con la presencia barrial de la pobreza y los miedos que genera su vinculación con historias de delincuencia y transgresión ("Esa zona es brava, porque detrás, de aquel lado, está una villa. Y de ahí se vuelcan, son los que salen a manotear", dice Marina, de 55 años. "De ese lado son gente que se vienen a instalar y se enganchan de esto, y hay de todo. Yo no me voy para allá, pero sé", apunta Saúl, un vecino histórico de La Boca, de 77 años. "Son casas tomadas, son casas, locales ocupados", señala Marisa, de 71 años), y el prestigio espacial recurrentemente retoma al poder adquisitivo como factor de distinción ("Esa zona de allá es palabra mayor. La parte más cara es ésa: Martín García—¦ Yo estoy ahí a 100 metros", dice con orgullo Mario, que vivió sus 75 años en distintas zonas del barrio).

La presencia territorial de fronteras, que recortan los imaginarios y prácticas de los actores en movimiento —”en particular cuando remiten a zonas cargadas de atributos negativos—” pone en el centro del debate la cuestión de la segregación espacial. Esas zonas estigmatizadas y separadas del barrio por límites simbólicos, ¿constituyen espacios segregados?, ¿qué "efectos de lugar" producen en la vida cotidiana de sus habitantes?

Los relatos de los paraguayos que viven "tras las fronteras" dan cuenta de algunas características que asumen estas barreras. Para algunos vecinos, el estigma que pesa sobre su zona de residencia tiene efectos muy concretos, que ven condicionadas sus conexiones por la existencia de esa frontera que los ubica "del otro lado" ("Ahí en esa calle no quiere entrar, por ejemplo, el teléfono. Vos pedís y no te entran; pedís cable y no te entran. Te dicen: «no, ahí no entramos». «No, esa zona, no»", se lamenta Cecilia de 53 años, oriunda de Ciudad del Este), excluyéndolos de un circuito de accesos que debería tener garantizado por su pertenencia a la ciudad. Sin embargo, la porosidad de estos límites (el hecho de que no solo separan ámbitos y prácticas, sino que se tejen pasajes entre los territorios así definidos) parece funcionar en un solo sentido: si bien "los de afuera" procuran no "entrar" a la zona estigmatizada, "los de adentro" se mueven y circulan con fluidez, al punto que su acceso a las centralidades urbanas no parece afectado por la presencia del límite simbólico ("Nosotros salimos del pasillo donde vivimos y tomamos el colectivo, y de ahí venimos y bajamos ahí, al frente de la casa", dice Lena de 41 años; "Ella [Noelia, la nieta] tiene acá todos los colectivos cerca, no tiene que caminar mucho; tiene el hospital cerca, tiene el colegio cerca, tengo un lugar donde llevar a la nena, cerca; tiene teatro, está cerquita; tiene dibujo, está cerca", comenta Cecilia). La posibilidad de acceso a los bienes y servicios que ofrece el barrio, así como el resto de la ciudad, no parece afectado por la presencia de la frontera. Los vecinos sí trazan, como todos los actores sociales, sus propios itinerarios para movilizarse por el barrio: su conocimiento sobre qué calles son las más "difíciles" hace a la construcción de ciertos senderos, que tienden a repetir.

En el barrio de La Boca se producen (y reproducen) una serie de mecanismos simbólicos de marcación de límites y fronteras, que separan imaginarios y prácticas concretas: zonas (más o menos) estigmatizadas y zonas (más o menos) prestigiosas se definen de manera relacional, conformando un entramado dinámico de territorios diferenciados. Pero como observa Segura (2009, p. 47), junto con estos procesos sociales que tienden a la separación y al aislamiento aparece todo un "conjunto de operaciones que se dirigen en sentido opuesto, estableciendo puentes y pasajes entre tales ámbitos separados y diferenciados". Es en torno a estas oposiciones y tensiones que la experiencia urbana de los sujetos se va entretejiendo en su carácter diferencial (a veces, incluso, segregativo).

Reflexiones finales

El presente artículo se propuso brindar elementos para problematizar una categoría muy utilizada en el campo de los estudios urbanos: la noción de segregación espacial. Tradicionalmente trabajada como sinónimo de distribución desigual, en las últimas décadas, algunos autores han propuesto incorporar aspectos del habitar urbano, como prácticas, movilidades, representaciones y dinámicas de apropiación del territorio. La propuesta desarrollada aquí pasa por partir de una definición de segregación espacial que integre y ponga en diálogo ambas cuestiones, en tanto dimensiones de un concepto complejo que las engloba. Y, así, problematizar la relación entre distancias físicas y distancias sociales; entre la concentración de los grupos en la ciudad y la construcción de fronteras sociales y simbólicas, en cuyo marco las diferencias y distancias se construyen como tales.

¿Cómo se puede definir, entonces, a la segregación espacial? Por un lado, se entiende aquí que la segregación espacial se relaciona con la existencia de una distribución desigual en el espacio y la concentración en áreas específicas de la ciudad. Es decir que, por una parte, remite a la localización: a la existencia de patrones de asentamiento asociados a los grupos que pueden dar lugar a una configuración residencial diferencial al interior de la ciudad. Y, en este sentido, se trata de una cuestión asociada a las condiciones de acceso a la vivienda, que da cuenta de la estructura socio-urbana y el lugar que ocupan los diferentes actores. Pero, por otro lado, se considera que la noción de segregación incorpora un conjunto de dinámicas socioespaciales que implica entrar en el terreno de la circulación y el intercambio. Y, en este marco, se vincula con la existencia de distancias sociales y simbólicas en las interacciones, que delimitan territorios (y territorialidades) diferenciados.

Por un lado, la pregunta por la distribución espacial de estos individuos que tienen en común el haber nacido en Paraguay y decidido establecerse en CABA, permite echar luz sobre procesos complejos. La distribución espacial física —”esa configuración de posiciones residenciales que puede sintetizarse en un mapa—”, da cuenta de la estructura urbana y las condiciones de acceso al suelo y la vivienda que brinda el mercado y el Estado a los distintos sujetos, así como de las estrategias (individuales, familiares y sociales) de asentamiento realizadas por actores desigualmente posicionados en el campo social. En un territorio marcado por relaciones de poder, localizaciones espaciales diferenciales dan cuenta de jerarquías y distancias sociales.

La distribución de los paraguayos en la CABA habla de un proceso de asentamiento que fue consolidando pautas diferenciales: algunas zonas de la ciudad se han convertido en receptoras privilegiadas, mientras que en otras la presencia de estas personas es muy baja o casi nula. ¿Qué tan diferenciales son estos "patrones" de distribución? Este interrogante constituye algo difícil de mesurar: más marcados que los observados en otros grupos migratorios (como los uruguayos, brasileros o chilenos), pero no tanto como, por ejemplo, los oriundos de Bolivia. El caso paraguayo da cuenta de una dinámica donde se manifiesta una concentración a la vez que una dispersión espacial.

No interesa aquí solo la pregunta por la magnitud cuantitativa de la concentración espacial (qué tan desiguales son esos patrones de asentamiento; el dato que puede brindar un indicador resumen) sino que los fenómenos más interesantes surgen al analizar en qué lugares de la ciudad han logrado asentarse estos individuos. Ya desde una primera mirada sobre el dónde (en qué sitios) se manifiesta una mayor presencia residencial de estos individuos y familias, surgen elementos para postular que esa relativa concentración de los paraguayos se encuentra muy vinculada a factores socioeconómicos. Las áreas de mayor concentración de este grupo se ubican en el sur y este de la ciudad, la zona históricamente más degradada y signada por un déficit de infraestructuras y servicios públicos. Esta cuestión obliga a concluir que, más que una dinámica de diferenciación espacial, el caso de estos paraguayos está manifestando situaciones de marcada (y preocupante) desigualdad.

Pero este proceso, ¿supone el desarrollo de un proceso de segregación espacial? La noción de segregación espacial de un grupo migratorio es una categoría profundamente cargada de sentidos, que exigen ser interpelados antes que dados por supuesto. La idea de separación, de exclusión, de aislacionismo, de estigmatización; la idea de "grupos étnicos" por un lado, y de una "sociedad receptora" por el otro; la idea de comportamientos y prácticas esperables a partir de un lugar de nacimiento común. Nociones todas que se filtran con gran facilidad en las interpretaciones (sociológicas y del sentido común) en torno a estos procesos. Y solo la mirada cualitativa, la búsqueda por rescatar las percepciones y experiencias de sus protagonistas, puede brindar elementos para (re)pensarlos y ponerlos en cuestión.

Los relatos de los paraguayos en La Boca dan cuenta, por un lado, de dinámicas de movilidad y circulación que los incluyen al conjunto urbano, donde el asentamiento en el barrio se configura como puerta de entrada tanto a centralidades locales como a otros barrios y centralidades urbanas, es decir, como posibilidad misma de acceso a la ciudad. Por otro lado, pudo verse que la presencia de paraguayos en el entorno barrial genera formas de percepción entre la sociedad receptora que solo puede definirse en su multiplicidad: desde la construcción de distancias y lejanías, hasta la visualización de la inmigración como un elemento cercano, parte de los sentidos barriales. Y si la perspectiva de la "sociedad de recepción" constituye un heterogéneo conglomerado de sentidos, las percepciones de los propios paraguayos respecto a la presencia de compatriotas cercanos en el espacio, conforman un entramado igualmente complejo. Lo que desde el sentido común (más o menos pulido por lecturas) se esperaría encontrar en este tipo de situaciones —”desde ventajas vinculadas al cultivo de las redes sociales, hasta problemas asociados con estigmatizaciones por parte de otros vecinos—”, se ve trascendido por una dinámica social que se resiste a ser encasillada en lógicas maniqueas del nosotros (nacional) frente al otro (extranjero). Lejos de encontrar un relato (más o menos homogéneo) vinculado a "lo étnico", los sentidos atribuidos por los paraguayos a su presencia barrial constituyen construcciones diversas, donde lo socioeconómico, lo familiar, el género (y, por supuesto, lo migratorio) se entrecruzan de diferentes maneras.

Finalmente, cuando se aborda la cuestión de la segregación espacial desde la mirada del mapa, éste exige tomar como base una estructura de polígonos que divida a la ciudad, y permita ubicar a los individuos (localizarlos) bajo diferentes criterios. Pero la cercanía espacial no siempre implica una cercanía social: lugares próximos en el plano pueden encontrarse profundamente separados por barreras de otro tipo: fronteras simbólicas, más o menos porosas, que recortan "mundos" con sentidos y valores diferenciados, y que solo pueden percibirse con la mirada puesta en el croquis que trazan los protagonistas en su andar por la ciudad.

En el barrio de La Boca abundan los territorios diferenciado(re)s. Más allá de las divisiones en función del uso de los distintos espacios (la existencia de zonas comerciales, zonas de paseo y esparcimiento, zonas fabriles, zonas residenciales), se erigen una serie de fronteras simbólicas, fuertemente cargadas de sentido (en términos tanto de valor como de estigma), que fraccionan el espacio de vida de sus habitantes. Y en este sentido hay dos elementos interesantes a destacar: por un lado, que las diferenciaciones que se articulan en el imaginario de los vecinos remiten a cuestiones de tinte socioeconómico, más que étnico-nacional; y, por otro lado, que aún en las zonas del barrio donde se erigen fronteras sociales y simbólicas, el límite es sumamente poroso, y si bien funciona y produce efectos negativos en la experiencia vivida de los sujetos que habitan tras sus fronteras, ello no impide que constantemente se tejan pasajes que garantizan a sus habitantes el acceso a los bienes y servicios de la ciudad.

La pregunta empírica, concreta, en torno a la segregación espacial de los paraguayos en la CABA solo puede responderse diciendo que no existe una, sino múltiples segregaciones, microbianas y relacionales, atravesando el espacio vivido de estos (así como de otros) sujetos. La incesante búsqueda de regularidades muchas veces oculta el valor y la riqueza de la heterogeneidad. Ése es un camino que merece seguir siendo explorado. Y ése es también el desafío pendiente.

Notas

(1) La Ciudad de Buenos Aires puede denominarse también Ciudad Autónoma de Buenos Aires a partir del año 1996, cuando se sanciona la Constitución de la ciudad y establece un régimen de gobierno autónomo para este distrito.

(2) Corresponden a los "radios censales", las unidades espaciales más pequeñas para las que se publica información censal.

(3) Se realizaron entrevistas en profundidad tanto a paraguayos como a no-paraguayos residentes en el barrio de La Boca (se llevaron a cabo 27 entrevistas: 15 a paraguayos y 12 a no-paraguayos); pues si se parte de una perspectiva que entiende las dinámicas espaciales y sociales en su carácter relacional, no puede comprenderse la situación de un grupo concreto sin considerar cómo ésta se construye en constante diálogo (o disputa) con los restantes grupos con los que interactúa. Los nombres mencionados en el análisis fueron cambiados para resguardar el anonimato de los entrevistados.

(4) Haciendo referencia a la inmigración europea masiva de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, de la cual el barrio de La Boca fue receptor privilegiado.

(5) En referencia a la Av. Almirante Brown, antiguo eje comercial del barrio, devenida en frontera simbólica del mundo que se extiende entre ella y el río.

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