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Argos

versão On-line ISSN 1853-6379

Argos vol.33 no.2 Bahía Blanca dez. 2010

 

RESEÑAS

Julián Gallego, El campesinado en la Grecia antigua. Una historia de la igualdad. Buenos Aires, EUDEBA, 2009, 288 págs.

 

El campesinado en la Grecia Antigua. Una historia de la igualdad de Julián Gallego nos propone un recorrido por la historia de los campesinos griegos y su influencia en el desarrollo de la pólis clásica. No es la primera vez que el autor encara estos temas. Como señala en el «Prefacio», los orígenes de este libro han de rastrearse hacia el año 2002 cuando sistematizó sus estudios en el área, motivado por la importancia que le asigna a la comunidad aldeana en la organización de la pólis y por la renovación historiográfica producida respecto del mundo rural griego. Desde entonces, además de numerosos artículos, ha publicado diversos libros que prefiguran los contenidos de este último trabajo y que contribuyen, sin lugar a dudas, a una puesta al día en cuanto a la discusión historiográfica y la reflexión sobre el tema.1

En este sentido, su última obra no constituye solamente una descripción o caracterización de los labradores griegos, sino que presenta dos líneas de reflexión íntimamente relacionadas y que atraviesan todo el escrito. Por un lado, se hace hincapié en el papel central que la aldea campesina como lugar a partir de la cual se organiza en gran medida la estructura socio-política de la ciudad-estado. Se presenta a la aldea como una instancia de intermediación entre el oîkos y la pólis, con sus relaciones de sociabilidad, reciprocidad y vecindad, que organiza el vínculo intercomunitario de los ciudadanos. Por otro lado, de dicha configuración emerge una impronta fuertemente igualitaria que le imprime a la pólis una de sus principales características: una igualdad que surge como expresión de prácticas y sentimientos «populares» en contraposición con el principio restrictivo de la «igualdad» aristocrática, y que consigue expresarse con mayor fuerza en los regímenes democráticos. En consecuencia, la propuesta que Gallego nos brinda es un recorrido particular de la historia de la ciudad-estado griega a partir del campesinado como sujeto de la historia, de la comunidad aldeana como emplazamiento de las prácticas que organizan la ciudad y de la emergencia de un principio igualitario que constituye su creación política.

Además de la «Introducción», el libro se organiza de una manera simétrica y segmentada en cuatro capítulos, con cuatro apartados cada uno a partir de los cuales se desarrolla: la importancia de la aldea en la definición, consolidación y estructuración de la pólis (cap. 1); las formas de sociabilidad aldeana basadas en el parentesco, los vínculos vecinales, las fiestas y celebraciones (cap. 2); las prácticas agrícolas tales como el usufructo de los campos, las estrategias de cultivo, la tecnología agraria y las representaciones simbólicas (cap. 3); por último, las lógicas de la economía doméstica y la definición social de los labradores (cap. 4). Finalmente, la obra cuenta con un apartado bibliográfico e índices de materias y nombres, así como una serie de figuras que ilustran diferentes aspectos de la explicación.

En el capítulo 1 (La imagen aldeana de la pólis) desarrolla el papel central que jugó la aldea en la configuración de la ciudad-estado. La pólis se estructura en relación a un centro urbano (ásty) circundado por los campos de labor (khóra) donde tenían sus parcelas (klêroi) los miembros reconocidos por la comunidad. En este sentido, la pólis se conforma como una unidad campo/ciudad donde la pertenencia a la comunidad es la que garantiza y permite el acceso a los recursos, particularmente la tierra. Pero entre la autoridad general de la pólis y la utilización privada de la tierra enmarcada en el oîkos se interpone la aldea, como elemento mediador y articulador de las relaciones sociales entre la esfera doméstica y el ámbito público de la ciudad. Siguiendo a Aristóteles y a Hesíodo, entre otros, Gallego analiza la importancia del proceso de sinecismo como elemento integrador de las aldeas en el proceso formativo de la pólis así como el carácter disruptivo que significó dicha integración. En este sentido, las prácticas que organizan el mundo aldeano (parentesco, reciprocidad, vecindad) se ven modificadas pero no anuladas por la aparición de la ciudad, que implica un nuevo espacio organizado por lo político. A través de Hesíodo, discute la novedad que significó la presencia del poder aristocrático y la incorporación de la aldea en el plano de la pólis. Lo que el poeta permite comprender es el funcionamiento de la aldea a partir de un sistema de valores que destaca la autonomía del oîkos, la autarquía y la obligatoriedad de las relaciones de reciprocidad entre vecinos, elementos que son puestos en tensión ante la aparición de ese poder externo que significaba la injerencia de los basileîs. Por otra parte, el esquema de agregación segmentada que Aristóteles presenta como derivación del proceso de devenir de la pólis le permite afirmar el carácter singular que tuvo la aparición de la ciudad. Mientras que el oîkos y la kóme se organizan de acuerdo con el parentesco, el pasaje de la kóme a la pólis supone una organización que se establece sobre un nuevo vínculo basado en la política. Sin embargo, este esquema segmentario de agrupaciones cada vez más amplias implica que la base de la ciudad deviene del encuentro aldeano, y éste a su vez de la agrupación de oikoí, lo cual permitiría pensar a la ciudad como un «gran oîkos». De esta manera, la aldea se convierte en una imagen de la ciudad, de la que constituye su base y fundamento.

Asimismo, la confrontación entre los campesinos y la aristocracia impulsora del proceso de sinecismo trajo consigo la subordinación de la aldea a un nuevo marco, pero también la posibilidad de la inclusión política de los aldeanos como sujetos de plenos derechos. El resultado fue la consolidación de una clase de labradores propietarios de sus tierras capaces de armarse como hoplitas e integrarse plenamente en el gobierno de la ciudad. Tanto las relaciones de propiedad como el ejercicio de la guerra remiten a las condiciones de la incorporación a la política y a su vinculación con las relaciones agrarias de las que emergen. En este sentido, la guerra de infantería muestra claramente la impronta agraria y aldeana del combate, en tanto se inscribe en la defensa del territorio y de la propiedad de la tierra. Por otra parte, la posibilidad del usufructo privado de la tierra no es pensada por Gallego como una contradicción entre lo comunal y lo privado, sino como una tensión que emerge de las condiciones particulares en las que se organiza la pólis. El ciudadano es propietario por su condición de miembro pleno de la comunidad, a partir de la cual puede beneficiarse de los bienes de la misma, lo que no supone un reparto igualitario de los recursos. Pero el principio de igualdad sobre el que se estableció la condición del ciudadano involucraba la posibilidad del uso de los recursos de la ciudad. De esta manera, las exigencias por repartos de tierras (y consignas similares) implicaban que los grupos que los reclamaban fueran miembros plenos de la comunidad, y esto los habilitaba para actuar políticamente. En consecuencia, el desarrollo de de la ciudad sobre un base aldeana permitió la construcción de un orden político fundamentado en una percepción igualitaria que confrontó como «contra-ideal» con el «igualitarismo» elitista de la aristocracia.

En el capítulo 2 (La sociabilidad aldeana) Gallego explica diferentes mecanismos de sociabilidad en los cuales se enmarcaban las conductas y prácticas de los campesinos ciudadanos. Principalmente, establece como marco general la importancia de los lazos de parentesco en el ordenamiento aldeano y su vinculación con formas de reciprocidad equilibrada, que constituyen las dos caras de una misma moneda. En este sentido, las prácticas matrimoniales, las bodas, los banquetes y las festividades religiosas dan cuenta de los mecanismos asociativos que involucran un accionar cara-a-cara, donde se evidencia la importancia de la proximidad y del vínculo aldeano. Las prácticas matrimoniales y las bodas confluyen en un esquema de intercambios conforme a una ritualidad específica que permitiría vislumbrar sus múltiples niveles significantes: reproducción, fecundidad y fertilidad, objetivos de clara significación agraria. Asimismo, las relaciones matrimoniales constituían un elemento central en tanto que configuraban la identidad ciudadana de los cónyuges y su progenie, así como la posibilidad de la construcción de un nuevo oîkos. En el mismo sentido, las prácticas religiosas constituían una forma de garantizar la cohesión social y política de la ciudad, en la medida en que los cultos agrarios no desaparecen sino que subsisten, de forma resignificada, incorporados a los calendarios de festividades de la pólis. Las Dionisias rurales festejadas con regularidad en los demos atenienses constituyen, para el autor, un ejemplo claro y largamente atestiguado de cómo se expresaban las relaciones entre los labradores así como su participación en un universo reglado por la naturaleza y los dioses. Finalmente, el capítulo estudia las relaciones conflictivas que podían suceder en el interior de las aldeas, sobre todo, por la propiedad desigual de la tierra, así como los vínculos de solidaridad intra-aldeanos que se expresaban a través de las relaciones de philía.2

El capítulo 3 (Las prácticas agrarias) está dedicado al análisis de las representaciones simbólicas del trabajo agrario, las formas de roturación y ocupación del suelo, la tecnología y las estrategias de cultivo. En cuanto a la representación del trabajo agrícola, Gallego retoma las posiciones de Gernet, Detienne y Vernant para señalar la ausencia de una visión secular de la labranza. Por el contrario, el trabajo agrícola se encontraría en una relación inmanente con lo religioso, siendo la labranza en sí misma una actividad «cultual». En este sentido, hablar de «trabajo agrícola» sería de hecho un anacronismo, puesto que la propia actividad del labrador estaría dirigida como ofrenda ritual a las divinidades que, en última instancia, eran las causantes del crecimiento y prodigalidad de los cultivos. Esta consideración del trabajo agrícola como actividad religiosa, señala Gallego, constituye lo específico de la forma en que los labradores griegos vivieron su relación con la agricultura, forma singular que permite diferenciarlos de otras sociedades campesinas. Por otro lado, el autor comenta los avances en las prospecciones arqueológicas que han permitido una mayor comprensión del paisaje rural griego. Así se comprueba la existencia de parcelas geométricamente regulares y de tamaño similar, lo cual es considerado como una señal de la igualdad existente en las póleis. También se ha establecido la existencia de una fragmentación en la tenencia del suelo que hizo posible la ocupación de diversos nichos ecológicos, permitiendo una mejor situación para enfrentar los riesgos de subsistencia. Asimismo, repasa el debate sobre las pautas de asentamiento rural, lo cual le permite reposicionar la importancia de la aldea como centro de articulación social y económica. Aunque las evidencias no son conclusivas, la existencia de diversas pautas de ocupación, dispersas o nucleadas, no tienen por qué considerarse como excluyentes. La existencia de la aldea no supone, necesariamente, que los labradores vivieran todos juntos, solo exige un espacio de referencia a partir del cual los granjeros asumían una identidad común.

Gallego señala también las características de la stásis arcaica como elemento producido por la aparición de una clase de labradores intensivos, provocada por un crecimiento demográfico pero, sobre todo, por la lucha entre los granjeros y la aristocracia en la apropiación del territorio. Finalmente, el triunfo de los primeros significó la imposición de un modelo agrícola igualitario, basado en el trabajo familiar, intensivo y en parcelas relativamente iguales que repercutió de manera estructural en el desarrollo de la pólis. A partir de los trabajos de Amouretti y Sallares, entre otros, Gallego cuestiona las ideas tradicionales acerca del bloqueo y estancamiento de la producción antigua. La evidencia demuestra que tal estancamiento no existió y que el mundo rural supo de innovaciones y cambios tecnológicos. Máquinas para moler granos, molinos de agua, selección de semillas, estrategias de multi e intercosechado, etc., constituyeron los mecanismos a través de los cuales los labradores buscaron mejorar el rendimiento de su producción. Por último, el autor analiza las condiciones de movilidad de la tierra, basadas en la alienabilidad de los lotes y la dinámica del ciclo familiar, así como el uso de diferentes cultivos (cereales, hortalizas, leguminosas, etc.), la articulación de la labranza con la cría de ganado, la rotación y el barbecho.

Finalmente, en el capítulo 4 (La economía agraria familiar) repasa las discusiones conceptuales acerca de cómo conviene definir a los georgoí antiguos: si como campesinos (peasants) o granjeros (farmers). El punto central de la controversia gira en torno a la definición de «campesino» dado que, además de ser pequeños cultivadores que usan trabajo doméstico y tienen una cultura común, una de sus características principales consistiría en que suelen sostener con su trabajo a los terratenientes y/o al Estado mediante el traspaso regular de excedentes. La presencia de esclavos en las unidades domésticas, los vínculos con una producción para el mercado y la ausencia del pago de rentas regulares a terceros han sido algunos de los argumentos esgrimidos contra el uso de la categoría de campesino. Por otra parte, la categoría de farmer no correría mejor suerte si la aplicamos de acuerdo con los parámetros modernos, basados en el desarrollo de una agricultura familiar integrada en los mercados capitalistas. Por estas razones Gallego prefiere la noción de campesino, con los matices pertinentes y propios de la lógica social y productiva del mundo griego. Con estos fines, el autor repasa los diferentes aspectos en cuanto a cómo se organizaba la lógica de funcionamiento del oîkos: el trabajo familiar, el uso de dependientes, la producción para el mercado, la búsqueda de la autarquía, el crecimiento del hogar, etc. En este sentido, el autor concluye que no hay manera de establecer un único modelo de granjero o campesino griego típico. Por el contrario, la diversidad de situaciones podría ir desde el campesino pobre sin tierras suficientes que producía para subsistir, y que incluso debía conchabarse como trabajador temporario, hasta el agricultor prospero que poseía esclavos y producía para los mercados especializando su producción. De todas maneras, lo común a toda esta gama de situaciones sería la inexistencia de una explotación regular y sistemática, lo cual significó para los labradores no tener que producir excedentes para terceros. En este sentido, cabe señalar, dada la importancia de la esclavitud en la historiografía sobre el mundo griego, que no estaríamos en presencia de un modo de producción esclavista. La existencia y el uso de los esclavos en la unidad doméstica no tienen como objetivo sostener hacer del conjunto de los campesinos una clase ociosa. En rigor, los esclavos trabajaban a la par de los jefes de oikoí y tenían por función completar las necesidades de trabajo del hogar campesino. Siguiendo a Meillassoux, Gallego concluye que estaríamos en presencia de una sociedad doméstica en la que los dependientes se sumarían a la familia para producir la subsistencia.

Para concluir, considero que este último libro de Julián Gallego constituye un gran aporte al estudio del campesinado y su papel en el mundo griego antiguo. Un libro erudito pero de ágil lectura, que predispone al lector a interiorizarse aún más en las problemáticas agrarias y su influencia en la estructuración de la pólis. Completo por donde se lo mire, el autor conjuga con solvencia la discusión historiográfica y teórica con el análisis de las fuentes. Un gran aporte y una herramienta valiosa no solo para los especialistas sino también para los estudiosos de la problemática agraria en general.

Mariano Requena-UBA

mrequena@gmail.com

 

Notas

1 Nos referimos a los siguientes títulos: Gallego, J. (2003). El mundo rural en la Grecia antigua (editor). Madrid. Akal;         [ Links ] Gallego, J. (2005). Campesinos en la ciudad. Bases agrarias de la pólis griega y la infantería hoplita. Buenos Aires. Del Signo-Universidad de Buenos Aires;         [ Links ] Gallego, J. (2007). La ciudad en el Mediterráneo antiguo (editor, en colaboración con C.G. García Mac Gaw). Buenos Aires. Del Signo-Universidad de Buenos Aires;         [ Links ] Gallego, J. (2008). Habitar, producir, pensar el espacio rural. De la Antigüedad al Mundo Moderno. (editor, en colaboración con P. Miceli). Buenos Aires. Miño y Dávila.         [ Links ]

2 En su análisis de la philía el autor deja en claro que excluye las relaciones asimétricas, como el patronazgo, las cuales también se expresaban con el mismo lenguaje (p. 129, n. 76).

Recibida: 9-06-010
Aceptada: 29-06-010

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