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Argos

versión On-line ISSN 1853-6379

Argos vol.33 no.2 Bahía Blanca dic. 2010

 

IN MEMORIAM

Prof. Dr. Alberto José Vaccaro (1920-2010)

 

Nacido en Avellaneda, partido de la Provincia de Buenos Aires, el 21 de mayo de 1920, Alberto Vaccaro habría cumplido noventa años. Su figura, que evocamos aquí, es sin duda la de un gran maestro, pues a lo largo de su extensa carrera, dedicada a la docencia e investigación en el campo de la Filología Latina, supo forjar vocaciones firmes y duraderas que lo constituyen en un magíster, es decir, aquel que descubre y confiere mayor brillo a las potencialidades de sus discípulos. Estas afirmaciones, ajenas a los numerosos avatares políticos e ideológicos que empequeñecieron nuestra historia institucional y académica, se originan en el hecho cierto de que Vaccaro fue un referente de la intelectualidad argentina que, surgida de una pujante universidad pública, se consagró a la formación de las futuras generaciones de profesores e investigadores.

Por su parte, el Dr. Vaccaro recordaba con admiración su paso por la legendaria Facultad de Filosofía y Letras de la calle Viamonte, de la que egresó, en 1944, como Profesor de Enseñanza Media, Normal y Especial en Letras, alcanzando además el Diploma de Honor. Pero, por encima de ello, se ufanaba de pertenecer a las "huestes" del Colegio Nacional "Buenos Aires" que evocaba, en nostálgica Juvenilia, a través de un profuso y risueño anecdotario del que formaban parte entrañables amistades, como la que lo unía al recientemente desaparecido Carlos Ronchi March.

De sus años estudiantiles, Vaccaro heredó la solidez académica que transmitió en numerosos ámbitos pedagógicos: fue docente de su añorado "Colegio" en las asignaturas de Castellano y Latín, desde 1947 hasta 1965; Profesor Titular en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata, en la cual se había graduado como Doctor en Letras; se desempeñó en cargos docentes y directivos en la Universidad Nacional del Sur y en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, de la que se retiró en el año 1998 como Profesor Honorario.

Además de su compromiso con la enseñanza, famoso entre los alumnos por su rigor y severidad, Vaccaro fue un incansable defensor de los estudios clásicos a los que se consagró sin claudicaciones. A comienzos de la década del '70, propulsó la creación de la Asociación Argentina de Estudios Clásicos (AADEC), institución asociada a la Federación Internacional de Estudios Clásicos (FIEC), en cuyos congresos participó en numerosas ocasiones, trasladándose a diversas partes del mundo (España, Francia, Finlandia, Grecia, Hungría, entre otras). Tal como era de esperar de un "viajero", según la consideración que él hacía de sí mismo, la revista de la AADEC, que contribuyó a fundar, tiene por nombre Argos, homónimo de la mítica nave que llevó a Jasón y sus compañeros hacia lejanos horizontes.

Asimismo la curiositas itinerante, que tanto apasionó a Vaccaro, lo encaminó hacia la investigación y la difusión de textos clásicos; como fruto de estos afanes dirigió las colecciones "Birreme" y "Mar Jónico" de la Editorial Columba, en la que también desarrolló su pasión por la corrección estilística. Entre sus aportes a la Filología Latina se cuentan las siguientes publicaciones: Horacio y los poetas de su tiempo (1960), La numeración latina. Aspectos y problemas (1969), Introducción al teatro clásico (1971) y Ejercicios de sintaxis latina (1971). Su último trabajo consagrado a la metricología grecolatina, La interpalabra triple masculina en el hexámetro dactílico hasta el siglo IV. Textos & Estudios (Anales de Filología Clásica, Facultad de Filosofía y Letras, UBA, 1998), fue elogiado por la reconocida investigadora francesa Jacqueline Dangel, hecho que lo enorgulleció como a todos los que participamos de ese labor.

No obstante sus logros científicos y académicos, esta semblanza no estaría completa si no recordamos al Dr. Vaccaro como un hombre de gran sensibilidad artística, amante de la música, la ópera y, fundamentalmente, de las representaciones teatrales a las que había concurrido desde muy joven. Conocedor de la "buena mesa" y degustador de animosos vinos, como Horacio, el poeta, tenía la certeza de que el hoy es transitorio y, al igual que el de Venusia, hacía gala de una urbana ironía que, por momentos, se transformaba en el acre acumen latino.

También sabía aconsejar a sus alumnos y colaboradores, y lo hacía con la ternura del padre severo que la ocasión requería, exhibiendo su vasta experiencia como ejemplo con el fin de impedir que cayeran en el desánimo. Tal vez, por esta virtud perseverante, es que insistimos en el camino elegido, el de los estudios clásicos, tan devaluados hoy frente a otros saberes; y, sin embargo, tan necesarios a la hora de reconocernos como parte integrante de la humanitas que se mira en el espejo para enfrentarse a sus propias ideas y tradiciones.

Alberto Vaccaro falleció el 20 de febrero pasado y, hasta poco tiempo antes de que eso ocurriera, Cicerón, al que tantas veces había acudido en la preparación de sus clases, en su tarea sin descanso de traductor e investigador, lo seguía acompañando en su preclara sabiduría.

Dra. Liliana Pégolo

Presidenta del Ateneo II-Buenos Aires

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