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Argos

versión On-line ISSN 1853-6379

Argos vol.35 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires ene./jun. 2012

 

IN MEMORIAM

Géza Alföldy

De Roma a Europa, pasando por Hispania

El 6 de octubre de 2011 murió en Atenas, cuando realizaba una visita a la Acrópolis, Géza Alföldy. Era catedrático emérito de Historia Antigua en la Universidad de Heidelberg y seguramente el primer especialista del mundo en epigrafía latina e historia social de Roma. Alföldy había nacido en 1935 en Budapest, donde cursó sus estudios universitarios y donde se doctoró en 1959. Durante los años siguientes trabajó primero en el museo de la capital húngara, comenzando así una familiarización profesional con la arqueología que no decaería nunca, y más tarde entró en la Facultad de Letras como profesor ayudante de historia y arqueología romanas. Muchas cosas empezaron a cambiar para él, sin embargo, a partir del año 1965, en que tomó la gran decisión de su vida. Con treinta años abandonó Hungría, entonces bajo el dominio soviético, y emigró a la Alemania Occidental en busca de un clima político y científico más propicio para desarrollar su enorme capacidad investigadora. Se arriesgó y fue recompensado, porque en Alemania, como en los países de vanguardia, se valora al hombre de ciencia per se y se le brinda apoyo institucional en proporción a su valía. En Bonn obtuvo un puesto de inmediato, en el Museo Regional de Renania, y tres años después ya entraba como docente en la Facultad de Filosofía y Letras de la universidad capitalina. También en esa ciudad comenzó una nueva vida familiar, junto a su segunda esposa, Sigrid Alföldy-Thomas. En las universidades alemanas no basta con ser doctor para acreditar una plena capacitación científica a efectos académicos, y Alföldy hubo de habilitarse con un segundo trabajo de investigación (1966). Fueron sus Fasti Hispanienses, un estudio sobre los magistrados y funcionarios de rango senatorial destinados a las provincias hispanas, desde Augusto hasta Diocleciano, con el que el autor se consolidó como especialista en prosopografía e historia provincial1. En 1970 ganaba la cátedra de historia antigua en la Universidad de Bochum y en 1975, la de Heidelberg, sucediendo a Christian Habicht, quien acababa de ser llamado para ocupar la cátedra de historia de Grecia en el Instituto de Estudios Avanzados en Princeton. Es la lógica de la movilidad, la exogamia y la selección de los mejores, o sea, los principios de la universitas. Y sobre cuya vigencia, por cierto, quizá no vendría mal que hiciésemos un pequeño examen de conciencia en algunas universidades de Europa y quién sabe si también de fuera de este continente.           

Con la incorporación de Alföldy a la Universidad de Heidelberg, la Facultad de Ciencias de la Antigüedad y Orientalística iba a conocer un cuarto de siglo de esplendor, aunque ciertamente no sin el concurso de helenistas, latinistas, arqueólogos clásicos y egiptólogos de la talla de Albrecht Dihle, Fritz Gschnitzer, Tonio Hölscher, Jan Assmann o Michael von Albrecht. Siempre en un ambiente de relación interdisciplinar y apertura a la universalidad de los saberes, por no hablar de otros detalles de exquisitez intelectual muy de aquellas latitudes, como la cultura musical ampliamente compartida por alumnos y docentes. En concreto, el Seminario de Historia Antigua y Epigrafía (griega y latina) se convirtió en un punto de peregrinación de doctorandos e investigadores jóvenes y no tan jóvenes de todo el mundo, desde Australia y Argentina hasta los más diversos países europeos. Si Heidelberg ya es de por sí una ciudad universitaria de gran proyección internacional, Alföldy aportó desde el Seminario un grado más de extraterritorialidad a la enseñanza y a la práctica de los estudios. Algunos de los becarios extranjeros de aquel período pasarían después a ser profesores ayudantes del propio departamento y hoy son catedráticos en primeras universidades de Europa y Estados Unidos.           

El currículo de Alföldy suma cerca de seiscientas publicaciones en varias lenguas y sobre temas muy plurales, aunque podríamos destacar tres líneas de atención preferencial: la historia política a través de las élites gobernantes (senadores, caballeros y munícipes), la historia del ejército imperial, y la sociedad romana en su conjunto y en su evolución a lo largo de sus casi mil años de recorrido. Quizá podría añadirse una cuarta dedicación: historiografía latina e historiografía contemporánea.

Obtuvo, entre otras muchas distinciones, los premios Leibniz y Max Planck de investigación, y la Universidad Autónoma de Barcelona fue la primera en distinguirlo con un doctorado honorario. Puesto que era políglota, al mejor estilo centroeuropeo, se manejaba como conferenciante en al menos seis idiomas, sin contar el latín, que hablaba, y en el que además está escrita una parte nada desdeñable de su obra de edición crítica en epigrafía. Roma La Sapienza, la Escuela Práctica de Altos Estudios de París y Princeton lo tuvieron entre sus profesores invitados, aunque este maestro generoso no cicateó su presencia en centros e institutos mucho más modestos de todo el mundo. Eso lo saben muy bien sus alumnos y colegas españoles, por no hablar de los universitarios de los países centroeuropeos, empezando por Hungría, a los que venía prestando especial atención desde que recuperaron la libertad política2.             

De Hispania se interesó por prácticamente todas sus cosas: provincias, colonias, municipios, monumentos... Podremos encontrarnos a Alföldy tanto si leemos sobre los arcos romanos o el culto imperial, como si estudiamos la municipalización de la Meseta o las carreras políticas de los senadores que salieron de la Península o que vinieron a ella. Su corpus de las inscripciones de Tarraco (la capital de la provincia en un tiempo más extensa del Imperio) se convirtió desde su aparición en 1975 en una obra de referencia en la disciplina epigráfica. Permanecerá su huella indeleble como impulsor y editor de la segunda edición del Corpus Inscriptionum Latinarum (el CIL), en concreto los volúmenes dedicados a Hispania y a la Urbe. Ahí queda también su más que brillante propuesta de restitución de la gran inscripción del Acueducto de Segovia, en honor de Trajano, partiendo tan solo de los agujeros en la piedra en que iban ancladas las letras de bronce doradas. En julio de 1992 los segovianos pudieron contemplar durante dos días un espectáculo inédito: dos extranjeros suspendidos a veinte metros de altura, en la cesta de una grúa, atareados en dibujar y fotografiar de manera minuciosa las huellas de los epígrafes por las dos caras del monumento3. Aquellos dos intrépidos eran el fallecido y un técnico del Instituto Arqueológico Alemán de Madrid. Alföldy nos deja asimismo una preciosa aportación al conocimiento de la organización administrativa peninsular con la demostración de que la antigua Gallaecia (Galicia más el norte de Portugal hasta el Duero) llegó a convertirse en una cuarta provincia durante un corto periodo del Alto Imperio, con el nombre de Hispania Superior, junto a la Tarraconense, la Bética y la Lusitania4.

Las claves de tantos logros, que aquí tan solo apuntamos en lo tocante a la Península Ibérica, radicaron sin duda en su disciplina de trabajo, en su memoria y en su capacidad de análisis. Pero estas cualidades, con ser excelentes, no resultarían tan fructíferas sin una metodología realmente ejemplar. Que fue la aproximación comparatista al estudio del mundo grecolatino, reforzada por la interdisciplinariedad, es decir, por el manejo de los distintos registros de fuentes, con sus correspondientes tradiciones disciplinares. Alföldy tenía el Imperium Romanum en la cabeza, del Éufrates a la Muralla de Adriano, del limes danubiano a los últimos municipios y colonias en el norte de África. Él sí que controlaba, él sí que sabía conjugar lo particular y lo general, la historia local y la gran historia. Era un placer oír sus lecciones de cátedra (las Vorlesungen) en Heidelberg, por ejemplo sobre la crisis global del siglo III, de la cual el Principado salió transformado en Dominado; era un privilegio asistir a sus cursos de doctorado para iniciados, en el sanctasanctórum del Seminario, la sala de epigrafía; y, cuando organizaba excursiones al campo o viajes de estudios al extranjero, para visitar yacimientos y museos, qué estimulante explorar entre todos los participantes los caminos de la Antigüedad y comprobar cómo nuestro guía era capaz de hacer decir a las piedras hasta la última palabra.

Pero Alföldy no fue un sabio encastillado en su torre meditativa, que eludiese el debate, como demostró cuando se declaro en contra de la funcionarización del gobierno universitario, en clave tecnocrática, y de la burocracia creciente5, y como puso de manifiesto al retornar a Hungría cuando pudo hacerlo, tras la caída del comunismo y la instauración de la Tercera República en 1989, para hablar de lo que tocaba. En 1997 la Academia de las Ciencias de Heidelberg publicó su monografía Hungría 1956: Levantamiento, Revolución, Lucha por la Libertad (en alemán), en la que ajustaba cuentas con la dictadura de su patria y daba a conocer su propio testimonio personal de juventud, señalando hasta qué punto su vocación de historiador se había afianzado al contemplar, según sus propias palabras, "cómo se hace la Historia". Siendo, por tanto, una persona que conoció de manera directa los efectos devastadores del totalitarismo, primero el nazi y luego el comunista, valoraba por encima de todo la libertad y la democracia. Quizá por ello nunca daba la impresión de conceder importancia a las opciones de partido, como si estas, siendo legítimas, resultasen secundarias respecto de la cuestión principal. Se intuía en su dedicación docente una cierta debilidad por los becarios extranjeros, seguramente porque él mismo como emigrado se veía reflejado en ellos. Pero en su escala de valores la democracia no era sinónimo de simple bienestar o de disfrute de derechos sin los correspondientes deberes. Sus colaboradores, que disponían de medios inmensos para la investigación, sabían lo que esperaba de ellos como director de tesis o de habilitación, de manera que, si se volvían perezosos o traicionaban su confianza, el Professor cortaba por lo sano. En un ambiente tan competitivo, nadie le pudo discutir que no predicase con el ejemplo ni reprocharle que malgastase las cantidades de dinero recibidas, que premios y proyectos ponían a su disposición y que él invirtió en fantásticas mejoras de la biblioteca departamental y en crear bases informáticas de datos epigráficos, en lo que fue pionero dentro de la comunidad científica6.           

No sería sorprendente que el nombre de Géza Alföldy quedase en la historiografía de Roma del siglo XX junto a los de Michael Rostovtzeff y Ronald Syme, solo por detrás de la figura tutelar de Mommsen, al que reverenciaba-sin "la angustia de la influencia" ni complicaciones freudianas−. Con los dos primeros, el ruso y el neozelandés, compartió un destino de emigrado y viajero, que tuvo mucho de exiliado. Nada nuevo en un historiador de raza, como ya supieron los primeros clásicos del oficio. Pero hay más, hay algo que quizá distinga a este húngaro nacionalizado alemán y devenido finalmente europeo sin más calificativos. Lejos de cobrarse ninguna prima de riesgo por implicarse en favor de los universitarios de los países periféricos, como ha sucedido y sucede con maestros demasiado pagados de su propia identidad, Alföldy no escatimó tiempo ni esfuerzos en ayudar a ese tipo de investigadores, hasta reconocerlos y citarlos después en sus respectivas lenguas, cuando de verdad lo merecían. Su personalidad cosmopolita, o mejor dicho, genuinamente universitaria, y la orientación general de sus intereses explican esa actitud de principio. Léase, si no, como legado casi póstumo, la segunda edición, completamente reescrita, de su Römische Sozialgeschichte (Berlín, 2011), que pronto aparecerá en español7, y que es también un homenaje a todas las corrientes historiográficas de nuestro tiempo.

La historiografía occidental ha perdido a una de sus figuras todavía capaces de encarnar la unidad de los estudios clásicos. Y los países de habla española, además, han perdido a un amigo.

Víctor Alonso Troncoso

Notas

1 Fasti Hispanienses. Senatorische Reichsbeamte und Offiziere in den spanishen Provinzen des römischen Reiches von Augustus bis Diocletian, Wiesbaden, 1969.         [ Links ]

2 Una información muy completa de sus publicaciones, trayectoria docente y distinciones recibidas se puede encontrar en la página del Departamento de Historia Antigua de la Universidad de Heidelberg: http://www.uni-heidelberg.de/fakultaeten/philosophie/zaw/sag/alfoeldy.html.         [ Links ] En ella también quedan recogidas sus vinculaciones al gran país austral: miembro del consejo editor de la revista De Rebus Antiquis, así como sus conferencias y cursos en Buenos Aires, Córdoba y La Plata.

3 Ver ahora la versión española de sus trabajos y resultados, con magníficas láminas e ilustraciones, en La inscripción del Acueducto de Segovia, Madrid, 2010.         [ Links ]

4 Sobre esta identificación se puede consultar, también en versión castellana, su monografía Provincia Hispania Superior, Universidade da Coruña, La Coruña, 2002.         [ Links ]

5 Para la confrontación entre Alföldy y el entonces Ministro de Ciencia, Investigación y Arte del Estado de Baden-Württemberg, Klaus von Trotha, ver "Professionalisierung der Leitungsstruktur?", Forschung und Lehre, 9, 1999, pp. 458-459.         [ Links ] Algunas de estas posiciones se pueden leer en la entrevista que pudimos hacerle, "Römische Geschichte und Altertumswissenschaften: Gespräch mit Géza Alföldy", Iberia, 4, 2001, pp. 7-16.         [ Links ]

6 Ver http://www.uni-heidelberg.de/institute/sonst/adw/edh/index.html.en, el Epigraphische Datenbank Heidelberg, que comenzó a financiarse con el Premio Leibniz concedido en 1986 al fallecido.         [ Links ]

7 Nueva historia social de Roma, versión española de Juan Manuel Abascal, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Sevilla (bajo la dirección de Antonio Caballos).         [ Links ]

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