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Sociedad y religión

versión On-line ISSN 1853-7081

Soc. relig. vol.27 no.47 Ciudad Autónoma de Buenos Aires mayo 2017

 

ARTICULO

Terapéuticas católicas, males modernos. Procesos de sanación y exorcismo en La Argentina

Catholic therapies, modern discomforts. Healing processes and exorcism in Argentina

 

Verónica Giménez Béliveau

CEIL- CONICET/ UBA

Saavedra 15 (1083), Buenos Aires, Argentina

vgimenez@ceil-conicet.gov.ar

 

Recibido: 18.06.16

Aceptado: 18.10.16


Resumen

El exorcismo es una práctica conocida desde los orígenes del cristianismo. Se trata de hacer frente a una presencia demoníaca en el cuerpo del fiel. La intervención del especialista tiene el objetivo de expulsar el demonio invasor. En contextos católicos, el sacerdote tiene el monopolio del ritual, aunque a menudo un grupo de asistentes ayuda al exorcista. Pensado como una demanda legítima por algunos miembros de la Iglesia, como una expresión de trastornos psiquiátricos por otros, la práctica del exorcismo crece en ciertas parroquias de Buenos Aires y sus periferias.

En este artículo expondré los resultados de una investigación cualitativa llevada a cabo entre 2013 y 2015. Trabajé con tres grupos organizados por sacerdotes católicos que realizan, cada semana, rituales de exorcismo.

La posesión y el ritual de exorcismo, se alejan de la puesta en escena cinematográfica. Los participantes los comprenden como un proceso relacionado con la salud, la sanación y la liberación, y las prácticas son interpretadas en términos de búsqueda de bienestar. La posesión/ obsesión y las maneras de enfrentar la serie de síntomas relacionados con ellas, expresan malestares difusos que encuentran en estas prácticas un lenguaje para traducirlas.

Palabras clave: Exorcismo; Sanación; Malestar; Catolicismo; Argentina.

 

Abstract

The exorcism is a well-knownpractice since the origins of Christianity. It lies in facing the hostile presence of a spirit in the body of the faithful. The specialist’s intervention has the objective of chasing out the intruder spirit. In catholic contexts, the priest has the monopoly of this ritual. However, a group often supports the exorcist. Seen as a legitimate demand for some Church members, and an expression of psychiatric illness by others, the practice of the exorcism has found a way to grow in some parishes in Buenos Aires' suburbs.

I will expose here the development and results of a qualitative research accomplished in Buenos Aires between 2013 and 2015. I’ve worked with three groups created by catholic priests that carry out, every week, rituals of exorcism.

The possession, and the subsequent ritual of exorcism, lack of a cinematographic make in scene. The participants understand both possession and expulsion as a process related to health, healing and liberation, and the practices are lined up with the quest of wellbeing. The possession and the ways of facing this symptom express some unspecific discomfort which form is being constituted in the ritual sociability.

Keywords: Exorcism; Healing Process; Discomfort; Catholicism; Argentine.


Introducción: el diablo en el mundo, un campo difícil

Las representaciones sobre la acción de diversos principios del Mal en el mundo pueden ser rastreadas en distintas tradiciones religiosas y espirituales. Durante siglos la Iglesia católica alentó esta creencia en Europa occidental y América: juicios a brujas y a herejes, procesiones, autos da fe ponían en escena marcas públicas del control social basadas en la acción de la figura del Diablo y de sus secuaces, que instaban a cometer crímenes, hostigaban a sus víctimas y, en pocos pero espectaculares momentos, poseían a las personas elegidas.  La creencia en el Diablo como entidad definida y personalizada fue declinando en los ámbitos católicos, a tal el punto que los papas de la segunda mitad del siglo XX discutieron sobre los grados de personalización del mal en la figura de Satanás. Desde hace algunas décadas, sin embargo, observadores atentos registran, en contextos católicos en distintas partes del mundo, un crecimiento sostenido de la demanda y la práctica del exorcismo.

Una serie de procesos institucionales acompañaron este crecimiento: a mediados de 2014, la Iglesia Católica reconoció a la Asociación Internacional de Exorcistas como asociación privada internacional de fieles; desde los años dos mil los obispos de distintos países se esfuerzan por nombrar regularmente exorcistas diocesanos (incluso en algunas diócesis muy pobladas hay más de uno en funciones); desde hace alrededor de una década el Instituto Sacerdos, relacionado con los Legionarios de Cristo, ha puesto en funcionamiento un curso de formación para sacerdotes y laicos interesados en los fenómenos de exorcismo, que se realiza todos los años en el mes de abril en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum, en Roma. La XI edición se realizó en abril de 2016 y estuvo dedicada al “Exorcismo y la oración de liberación”.

Desde las ciencias sociales, la historia se ha interesado por el estudio de casos renombrados de posesión y exorcismo, como el de Loudun, analizado por Michel de Certeau (2005 [1970]), por el papel de distintos agentes de cura y liberación de demonios (Messana, 2007), y por el exorcismo como ritual privilegiado de la eficacia de la palabra en la Edad Media (Chave Mahir, 2011). En la actualidad, contamos con estudios sobre posesión y exorcismo en contextos determinados: Adelina Talamonti (2005) analizó el trabajo del más célebre de los exorcistas contemporáneos en el Vaticano, el padre Amorth, siguiendo la construcción social de la posesión y los rituales de sanación. Giovanna Charuty (2013) estudió los exorcismos públicos que el obispo africano Milingo realizaba en Italia durante los años 1980, siguiendo la huella de los estudios de Lanternari (1988). En la última década, Amiotte-Suchet (2016) estudió las prácticas de un exorcista en Suiza, destacando los procesos de articulación y negociación entre prácticas rituales y terapéuticas.

En América Latina, el exorcismo católico contemporáneo ha suscitado sin embargo escasa curiosidad en ambientes académicos. Distinta es la suerte de los fenómenos de posesión y exorcismo en contextos neo-pentecostales (especialmente en el caso de la Iglesia Universal del Reino de Dios), cuya publicidad y espectacularidad han atraído las miradas de antropólogos, sociólogos y lingüistas. En un número especial de Debates do NER dedicado al exorcismo en la Iglesia Universal, Ribeiro (2005) analiza los rituales de liberación y cura de la IURD en tanto dispositivos discursivos de construcción y marca de alteridad. La autora destaca los artefactos rituales y discursivos que oponen a la IURD con los grupos afrobrasileros, creando un esquema cosmológico binario que alinea a unos con el bien y a otros con el mal. De Almeida (2003) también analiza la posesión en la Iglesia Universal, destacando que la figura del Diablo, y el juego de oposiciones que despierta, es uno de los ejes que han permitido el espectacular crecimiento de la IURD. En la Argentina, Semán y Moreira (1998) trabajaron la transformación de las representaciones del demonio y del mal de la IURD en espacios nacionales distintos (Brasil y Argentina).

En este artículo proponemos una lectura de los primeros resultados de una investigación que llevamos a cabo entre enero de 2013 y diciembre de 2015 en las ciudades de Buenos Aires, La Plata y sus periferias. El trabajo de campo, basado en las estrategias de las entrevistas en profundidad y la etnografía, se desarrolló en tres escenarios diferentes: una parroquia de la ciudad de La Plata, una del conurbano bonaerense norte, y otra del conurbano sur. En estas tres locaciones trabajan sacerdotes que realizan exorcismos, y que desarrollan sistemas de atención de personas con ciertos tipos de demandas. Durante los años del trabajo de campo, seguí a los grupos, concurrí a las misas y celebraciones, asistí a sesiones de oración y de atención de personas, entrevisté a exorcistas (cuatro), asistentes (doce), psiquiatras (dos) y demandantes/ pacientes (cinco). Los rituales de exorcismo me fueron retaceados: los protagonistas son celosos de la apertura de las ceremonias, pues consideran que no es bueno que personas sin relación con los pacientes se acerquen a presenciar el ritual. Es un campo espinoso, que me obligó a desarrollar la imaginación y a seguir a las personas en distintas prácticas: comprender las demandas del ritual de exorcismo supone entender en qué redes de relaciones están insertas las personas que se sienten poseídas o molestadas por entidades maléficas, qué cosmovisiones permiten ciertas acciones e impiden otras, sobre todo qué dispositivos ponen en funcionamiento las instituciones para hacer frente a esa demanda creciente. Este punto será el tema central de nuestro artículo.

El artículo propone un recorrido en tres apartados: en el primero, seguiremos los procesos que recorren los fieles que se acercan a consultar con sacerdotes exorcistas; en el segundo, abordaremos las características de los agentes que, desde la Iglesia católica, responden a esta demanda; en el tercero propondremos algunos ejes analíticos que nos permitan comprender las prácticas del exorcismo en la actualidad, entre terapéuticas y males modernos.

 

1. Procesos: el camino del malestar al rito

Las personas que se acercan a los sacerdotes exorcistas no siempre definen sus problemas en relación directa con la posesión y el demonio. “No puedo dormir, me levanto a la noche y doy vueltas por la casa”, “me siento muy triste, y he tenido ideas de suicidio”, “perdí a mi madre y nada funciona”, “esto que me pasa no es normal”, “la ex de mi marido me hizo un daño”. Malestares de distinto tipo, procesos que no pueden explicar, sentimientos de soledad y desajuste en sus grupos sociales, problemas familiares y conflictos con parientes o amigos son los motivos más frecuentes de consulta. Muchos de los fieles recorren caminos largos, sin obtener las soluciones esperadas a su malestar: desde médicos, psicólogos y psiquiatras hasta curanderos, videntes y pastores, quienes consultan a un sacerdote exorcista han pasado por varias instancias. A continuación, veremos cómo organizan sus sistemas de atención los sacerdotes exorcistas, asistidos por equipos de laicos que se han ido especializando en el ministerio.

 

1.a. El padre B. en la parroquia María Madre del Pueblo1 (sur del conurbano bonaerense)

El padre B. llegó a su parroquia hace 18 años, luego de muchos años de misionar en el Chaco. Cuenta que en el campo tuvo algunas experiencias relacionadas con liberaciones de espíritus malignos. Una vez en la ciudad, se propuso armar un Grupo de Intercesión para atender la demanda creciente de personas que pedían oraciones especiales. El grupo se constituyó a mediados de la década del 2000, y funciona los martes a la noche desde hace más de 15 años. Como sostiene el padre B., “(E)sto no se hace solo, yo no voy de guapo, y solo arreglo todo, así no va, hay que estar apoyado, acompañado”2.Quienes lo acompañan forman parte del Grupo de Intercesión: se trata de laicos de práctica regular (Giménez Béliveau, 2016), formados en retiros y seminarios ligados a menudo a la renovación carismática católica. En las misas carismáticas para enfermos que se celebran un viernes por mes en la parroquia, los fieles que tienen interés se contactan con el grupo, cuya fama de tratar casos complejos se ha difundido entre la feligresía. Los integrantes del Grupo de Intercesión siempre están en las misas. Cuando ven ciertos síntomas, como llantos sin consuelo, gritos, ahogos, toses que no se detienen, se acercan a los fieles, rezan al lado de ellos, les hablan: se apresuran a contener, conocer, e integrar en grupos eclesiales a los fieles que muestran manifestaciones emocionales. A algunos de ellos les sugieren que concurran los martes para realizar oraciones de sanación y liberación. Pero también pueden presentarse casos que requieren una intervención inmediata: en el mes de marzo de 2013, asistí a una de las misas de sanación. Allí, durante la “pasada del Santísimo”, una mujer de alrededor de 20 años comenzó a toser, gritar “NO” con voz grave y profunda, reiteradamente, y agitarse en su silla. Los sacerdotes, que eran tres, reaccionaron de inmediato: sin interrumpir la ceremonia, se turnaban para asistir a la mujer. Rezaban sobre ella, le imponían las manos, susurraban oraciones imperativas subiendo progresivamente el tono de voz, le tocaban la cabeza con la estola, le apoyaban una cruz en la cabeza, la rociaban con el agua bendita de una botella que les proporcionó la madre de la muchacha. La chica seguía agitándose, cada vez más violentamente. El episodio duró alrededor de 20 minutos, en presencia de los más de 350 fieles que asistían a la misa. Cuando la hostia consagrada fue guardada por los sacerdotes, la muchacha empezó a calmarse, y cuando terminó la misa la vi sentada, cansada y tranquila, hablando serenamente con el padre B.

 

1.b. El padre C en la parroquia de la Merced (norte del conurbano bonaerense)

El padre C. comenzó a acompañar al sacerdote exorcista de su diócesis, y al cabo de algunos años, cuando éste se retiró, asumió la tarea con la anuencia de su obispo. El padre C comenzó atendiendo casos difíciles en la parroquia, acompañado por algunos laicos. Con el tiempo, y ante el aumento de la demanda, tuvieron que organizar el trabajo: en los primeros tiempos los miembros del equipo oraban por los fieles que asistían a la consulta mientras el padre C los entrevistaba, luego se organizaron para recibir a los demandantes, registrar sus síntomas y su vida de fe y evaluar la situación. Los miércoles a la tarde, desde las 15.00, miembros del equipo (una psicóloga, un psiquiatra, dos laicas) atienden junto con el padre C a los demandantes, que luego de haber tomado un turno con mucha anticipación (algunos de mis informantes me hablaron de varios meses de espera), acceden a la entrevista en la que se realiza un primer diagnóstico.

Antes de partir, les dan oraciones de sanación y liberación, medallas, estampitas. Si se presenta algún caso más difícil, si ven una “posible acción maligna”, lo derivan al padre C, que en otra salita atiende a fieles que ya han pasado por la entrevista con los asistentes. El padre reza oraciones de liberación: si aparece alguna sospecha de la presencia del mal, los cita los miércoles a la mañana, cuando acompañado por su equipo, “proclama exorcismos”. A este espacio acceden los fieles que han pasado por las otras instancias, y que son habitués: aquellos sobre los que se reza asisten sistemáticamente a estas sesiones: algunos concurren desde hace años.

Los martes a la tarde los integrantes del grupo han organizado un espacio de oración al Santísimo Sacramento, al que invitan a las personas que han atendido los miércoles. Bernadette, una de las laicas, afirma que es un espacio en el que las personas sienten consuelo, paz y liberación. A mediados de 2015 un laico de la parroquiatuvo la idea de armar un momento de adoración los miércoles, mientras el sacerdote y los otros ministros atendían a los fieles. Así, mientras el Padre C. y los laicos de su equipo atienden a los demandantes, en la capilla se adora la hostia consagrada en el Santísimo Sacramento, se cantan letanías a los santos, padrenuestros y avemarías. Para Mario, que tuvo la idea del encuentro, esto acompaña la labor de quienes atienden, les da fuerzas a través de la oración.

Un miércoles por mes se realiza en la parroquia de la Merced la misa de Sanación y Liberación, celebrada por el padre C. El sacerdote pide por la liberación de las personas de la acción del Maligno, y rocía a los presentes con agua y sal exorcizadas. Luego de la misa, el sacerdote y los miembros del Ministerio de Consolación imponen las manos, realizan lo que ellos definen como “una oración de intercesión”: vestidos con las albas blancas de los Ministros de la Eucaristía, se ubican en semicírculo en una pequeña capilla, y reciben a los asistentes. Los fieles pasan de a uno, una persona los dirige hacia uno u otro de los Ministros, que le preguntan el nombre, la razón por la que vinieron, y oran por ellos, las manos en la cabeza y en los hombros. Muchos de los fieles caen al suelo durante la oración, atrás de ellos hay un varón que los recibe y acompaña el cuerpo hasta el piso. La tarea del sacerdote y los ministros implica un compromiso importante del cuerpo. Es un momento de emoción intensa, en el que los asistentes lloran, tosen, algunos incluso tienen arcadas. En más de una ocasión, al final del proceso, el sacerdote cae sobre una silla, agotado. Los ministros entonces se acercan, le imponen las manos y rezan por él. Acompañamiento, cuidado, oración por los otros consolidan el grupo.

 

1.c. El padre A en la casa sacerdotal San José (La Plata)

El padre A y sus asistentes dedican a su tarea dos días fijos en la semana: los viernes y los martes, en la casa sacerdotal San José de La Plata. El primer encuentro con el sacerdote es, siempre, los viernes. Los fieles van a la mañana, y uno de los asistentes se encarga de entregar los números desde temprano. Julio, un policía retirado, alto y fornido, de alrededor de 70 años, es quien recibe a las personas, les da los números, y les pide a los fieles que vuelvan a las 4 de la tarde. Los números que se entregan son siempre escasos: entres las personas que quedan sin atender del viernes anterior, y los que sacaron turno para ese viernes, los quince turnos del padre A resultan escasos. Los asistentes lo saben, y gestionan las ansiedades de las personas, los contienen, los invitan a venir el martes siguiente.

A la tarde la parroquia abre sus puertas laterales hacia las 15:30. Uno de los asistentes revisa los números, y manda a los fieles a una sala de espera, donde vuelve cada tanto a llamarlos, y los lleva hacia la puerta donde atiende el padre A, en una oficina pequeña. Detrás de la puerta cerrada, Julio y otros dos asistentes más, dos varones de entre 25 y 30 años, montan guardia. Este es una de sus tareas: están atentos ante cualquier solicitud del sacerdote. En estos encuentros, el padre A entrevista a las personas, les pregunta sus síntomas y sus antecedentes, reza. Los asistentes conocen su rutina, y la observan tras la puerta vidriada: apenas perciben ciertos gestos del sacerdote, entran a la oficina y sostienen al paciente. En lo que el padre A llama “oraciones de diagnóstico”, los fieles pueden exteriorizar manifestaciones agresivas, y los asistentes están atentos para intervenir.

Los martes el padre A celebra el ritual del exorcismo. A la tarde, se convocan alrededor de cinco personas, que han sido diagnosticadas posesas o asediadas por el demonio en las entrevistas de los viernes por el padre A.

Las mujeres (se trata en su enorme mayoría de mujeres) se ubican en el piso, boca abajo. Mientras el padre A. realiza el ritual, hablando en latín, los asistentes sostienen a las “posesas”. Según el padre A, sus asistentes son

unas veinte personas... Los días que yo trabajo, ellos saben cuándo son, vienen y colaboran conmigo en mantener quieta a la persona en el suelo para que no se caiga... Ellos vienen con la frazada, se acuesta, cuatro de estos muchachos la sostienen y entonces hacemos la ceremonia. Lo único que hacen es gritar, berrear. Eso parece… un matadero de cerdos lo que se siente ahí. Entonces, bueno, nosotros dejamos que ellos insulten, que digan malas palabras… El diablo me mira y me dice: “¡maldito!”, y digo:“pero si ya me lo dijiste tantas veces…”, es repetitivo eso, y a mí no me afecta.

Los asistentes del padre A, todos varones, no tienen funciones de escucha, que se concentran en el sacerdote. Se dedican a realizar tareas de administración de los turnos, vigilancia y control. Como ellos dicen, a veces

el rito se pone bravo, [porque]…el diablo toma total control de la persona. Se escucha de todo…Insulta, tiene sus cosas. No se va a creer que porque sean mujeres no tienen [fuerza], hay que sostenerlas.

 

2. Los agentes: el exorcista y su equipo de asistentes

En los estudios sobre el exorcismo católico la figura del exorcista asume una centralidad particular (Talamonti, 2005;Chave-Mahir, 2011; Amiotte-Suchet, 2016). El exorcismo es definido por la Iglesia católica como un sacramental, es decir, un signo sagrado de menor jerarquía que los sacramentos. El código de derecho canónico no define el exorcismo como potestad exclusiva del sacerdote3, pero sí lo coloca bajo la exclusiva autoridad del obispo; mientras que el catecismo de la Iglesia Católica destaca que “«el gran exorcismo» sólo puede ser practicado por un sacerdote y con el permiso del obispo. En estos casos es preciso proceder con prudencia, observando estrictamente las reglas establecidas por la Iglesia (Catecismo de la Iglesia Católica, segunda parte, segunda sección, capítulo cuarto, artículo 1, 1673)”. Como podemos apreciar, el ritual del “gran exorcismo” es puesto bajo el estricto control institucional, y de la autoridad episcopal directa. Así como los laicos no pueden realizar “grandes exorcismos”, tampoco pueden hacerlo los sacerdotes que no hayan sido autorizados por sus obispos, ya sea de manera permanente o para un caso particular (ad casum).

 

2.a. Los exorcistas

Ahora bien, ¿cómo llega un sacerdote a ser exorcista? El recorrido de los exorcistas en la Argentina parece tener más que ver con llamados vocacionales, encuentros con maestros o con experiencias durante el ejercicio del sacerdocio que, con razones ligadas a la obediencia, es decir, a la nominación episcopal, como sí parece ser el caso en otras latitudes4. Es decir que la vocación aparece como un factor determinante, incluso más allá del factor generacional. El Padre A, 80 años, sacerdote diocesano de la arquidiócesis de La Plata, nos cuenta sus inicios:

…yo empecé a trabajar por mi cuenta. En la curia se enteraron, entonces así, en forma oficiosa, me enviaban de vez en cuando algún caso. Cuando viene el arzobispo actual, que sabía lo que yo estaba haciendo, directamente me llamó y me dio la facultad de exorcista5.

El padre A se sintió atraído desde siempre por los temas relacionados con el ocultismo y por la psiquiatría, en las que se formó como autodidacta: “Me gusta la psiquiatría, la psicología, la parapsicología. Todas esas cosas he leído por mi cuenta”. Su formación como exorcista la realizó en la práctica, observando exorcismos de un sacerdote mayor. De hecho, el padre A considera que su ministerio tiene que ver más con la práctica que con la ciencia. Durante más de 30 años realizó exorcismos en La Plata: ha recibido fieles de todo el país, y llegó a llevar casos a la distancia, un paciente en Rio de Janeiro y otra en Madrid, que ya no sigue.

El Padre C, 46 años, conoció el ministerio en un retiro para sacerdotes de la Renovación Carismática Católica, cuando compartió charlas con otro sacerdote de su diócesis que realizaba exorcismos desde hacía años. Se interesó, y comenzó a acompañarlo. Cuando su maestro se retiró por cuestiones de salud, el padre C obtuvo el permiso del obispo para seguir con la tarea, a la que dedica parte de su trabajo como sacerdote. Interesado por el estudio y el intercambio en relación con su ministerio, el padre C asiste a congresos internacionales y cuenta entre sus referentes al padre Gabriele Amorth, quien fue durante muchos años el exorcista del Vaticano, a los padres Salvucci y Baamonde, presidente de la Asociación Internacional de Exorcistas, al padre Fortea, quien fuera exorcista diocesano en Alcalá de Henares, y ha publicado varios libros en la materia.

El padre B, 79 años6, realizó su primer exorcismo sin permiso del obispo, ni posibilidades de tramitarlo: estaba misionando en el norte chaqueño, cuando lo llamaron para atender a una niña de su parroquia que presentaba síntomas de posesión. Él fue descreído, y los gestos y las palabras de la chica lo convencieron de que estaba ante algo fuera de lo corriente: la chica, su alumna de los domingos en catequesis, gritaba, insultaba, y llegó a romperle los anteojos de un manotazo. Recurrió a lo que recordaba de su formación sacerdotal, y realizó el rito de expulsión de demonios. La niña, cuenta el padre B, se calmó luego de un rato, y le preguntó qué le había pasado en la cara. Luego de aquel primer exorcismo, el antes descreído padre B se fue convirtiendo en especialista en expulsar demonios. Cuando, muchos años más tarde, se hizo cargo de una parroquia en el sur del conurbano bonaerense, comenzó a formar un “grupo de intercesión” para rezar por casos difíciles y acompañarlo en su labor de exorcista.

El padre I, 88 años7, fue uno de los sacerdotes que introdujeron a la Argentina la Renovación Carismática Católica, a fines de los años setenta. En su ministerio también se encontró con casos de posesión a los que, en lugar de derivar, decidió hacer frente. Como sostiene el padre I:

en distintas ocasiones me vi en la necesidad de manejar esas cosas, si bien el individuo con esa clase de perturbaciones tiene derecho a que hagamos para él lo que se pueda por ayudarlo.

Dejó de hacer exorcismos porque consideraba que ese no era su carisma, pero guardaba aún el recuerdo de los casos en los que actuó, y siguió convencido de la acción del demonio en el mundo: durante el año 2013, dio conferencias de formación para sacerdotes sobre exorcismos junto con el padre C.

 

2.b. Los asistentes del exorcista

Los exorcistas, contrariamente a la imagen cinematográfica del rito, no trabajan solos. Un cuerpo de católicos practicantes lo asisten en los ritos y en la atención de los demandantes. Cada exorcista ejerce su ministerio imprimiéndole su impronta, y esto se nota particularmente en las distintas formas que asumen los cuerpos de asistentes. Constituidos por laicos formados, católicos de carrera (Giménez Béliveau 2007 y 2016), con práctica regular de los sacramentos, los cuerpos de asistentes asumen, sin embargo, tareas diferentes según el exorcista con el que trabajen.

Los asistentes del padre B reciben a los fieles, escuchan sus relatos y sus pedidos, y rezan por ellos. Luego la persona por la que oran se sienta en una silla, en el centro de un círculo: el grupo la rodea, a veces le imponen las manos. Llegar a ser asistente de un exorcista exige un compromiso en tiempo y formación. Como sostiene Marta:

Igual no es que nosotros venimos cada uno de su mundo y nos juntamos ahí y nos ponemos a rezar, no, hay una preparación previa. Nosotros primero nos juntamos con el sacerdote, como equipo oramos, pedimos a Dios la asistencia.

Cuando no atienden a los fieles, los participantes del grupo de intercesión intercambian con el sacerdote, se fortalecen en la oración, les dedican a las prácticas sacramentales tiempo y energías. También se cuidan entre ellos: cuenta el padre B que un día fue a una visita pastoral en un barrio, a ver a una señora “que el ex marido está en todas, con todas las otras iglesias”. Cuando salió, le dolía la cabeza, pero “por suerte” tenía reunión del grupo de intercesión. Los asistentes le confirmaron el diagnóstico: “eh, padre, donde estuviste que estás lleno de bichos?”, y acto seguido se sentó en el medio del círculo, y oraron por él.

El grupo de intercesión que el padre B organizó en la parroquia María Madre del Pueblo está formado por entre 8 y 10 personas, con distintos carismas. La mayoría se dedica a las plegarias, con fuertes lazos con la oración carismática, otros ayudan al sacerdote a discernir. Este punto es central en el proceso: como veremos más adelante, descubrir si una persona está poseída o es acosada por demonios, distinguir las manifestaciones de posibles enfermedades mentales es uno de los ejes del trabajo del exorcista y su grupo. En el grupo del padre B una de las asistentes “es vidente”, y complementa así las habilidades de comprensión del sacerdote:

una de las cosas más difíciles del exorcismo es discernir… Generalmente cuando hay una entidad, cuando hay algo sobrenatural, o preternatural, orando, hay personas que intuyen, que pescan eso. Yo no: tengo una señora que es vidente, que ve cuál es el problema, si es una enfermedad mental, o un hechizo, o un espíritu. Hemos tenido casos de posesión por almas no salvas. Y muchas veces ella y los del grupo me dicen qué hacer.

A Marta no le gusta que la llamen vidente: hace años, en oración ella pidió a Dios el carisma de la videncia, y considera que ha sido escuchada. En el grupo de intercesión se encarga de identificar qué mal tiene la persona, y en qué parte del cuerpo se ubica este mal: el padre B dice que ella lo ve, Marta describe el proceso de la siguiente manera:

Vos rezando, Dios te va dando indicios, como dijo él, al Demonio no le gusta que vos ores, entonces nos ponemos a orar, y aunque se quiera esconder, hay una sensación de que acá hay algo de que se quiere esconder. Entonces vos seguís con la oración y llega un momento que aflora.

El padre C define al cuerpo de laicos que trabaja con él como “un equipo de profesionales, psiquiatras, psicólogos, counselors, médicos, etcétera”8. El sacerdote considera que esta especialización es necesaria para responder a las exigencias de la Iglesia, que pide que antes de proceder al exorcismo se descarten otros problemas de tipo psíquico, físico o psicológico. Además de este grupo de profesionales a los que el padre C recurre en caso de necesidad, los miembros del Ministerio de Consolación asisten cotidianamente al padre C en su tarea como exorcista. El grupo se fue conformando a partir de católicos comprometidos de zona norte, no sólo de la parroquia de la Merced: el sacerdote conoció a algunos asistentes en el equipo del exorcista diocesano con el que se formó, y contactó a otros mediante sus relaciones parroquiales y familiares. El equipo está compuesto por nueve personas, los que atienden los miércoles son cuatro, el sacerdote, una psicóloga, un psiquiatra y dos laicas.

Bernadette, laica de 45 años, define su trabajo como “un ministerio de la escucha”, y describe horas de charlas con personas sufrientes, con problemas que a los asistentes les resultan a menudo difíciles de manejar.

Tratamos de hacer toda una catequesis, de llevar a la persona, si puede, a los sacramentos, la vida de fe, la palabra, ir a misa. Les explicamos que, en su situación, lo más importante es acercarse a Jesús9.

En este proceso, la oración es central: Bernadette sabe que “acá lo nuestro es rezar, así que nosotros nos dedicamos, confiando en que es Dios, él el que libera, nosotros rezamos”.

El grupo de asistentes que hoy trabaja con el padre A se consolidó alrededor de la segunda mitad de la década del 2000. Antes el exorcista había trabajado con otros asistentes, que por distintas razones habían dejado de hacerlo: los nuevos vinieron convocados por otros asistentes, o por la fama del padre A, que de vez en cuando da entrevistas en los medios de comunicación. El cuerpo de asistentes está compuesto por alrededor de cuarenta hombres, veinte de ellos están presentes cada martes, otros cuatro o cinco, cada viernes.

Pablo tiene aproximadamente 30 años, y comenzó a trabajar como asistente de otro exorcista, en su Tucumán natal:

El padre Carlos… nos daba formación católica, el magisterio de la Iglesia, la doctrina social, catecismo, y bueno, hasta que me dijo un día: “yo soy exorcista y me gustaría que me ayudés, que seas asistente mío, vienen otras personas más”. Y bueno, así empecé. Porque uno siempre tiene ese… Más cuando es católico de formación tradicional, uno siempre tiene ese… El demonio, cómo será sentirlo, tenerlo cerca… Te da curiosidad… saber qué es. Y bueno, más por una cuestión de cuando uno recibe dirección espiritual y formación de un sacerdote, uno le hace caso a los consejos que él da. Me recomendó que sea su asistente y así empecé. Las primeras veces, sí, es fuerte, quedás shockeado, pero después ya te acostumbras [risas], es como… no sé, ir a jugar al fútbol con amigos.

Como vimos con los ayudantes de los padres C y B, los asistentes del padre A son católicos practicantes, con años de compromiso en grupos parroquiales o eclesiásticos. Además, su actividad actual como asistentes de exorcista los lleva a establecer espacios de formación. Los asistentes del padre A lo acompañan a sus conferencias, realizan cursos especializados promocionados por la AICA, y comparten con él espacios informales de intercambio y estudio. El sacerdote además es el director espiritual de Julio. Esta preparación continua les permite realizar un diagnóstico rápido, cuando ven a las personas. Julio me dijo, una vez, mientras seguía con la mirada a uno de los fieles que se alejaba: “te das cuenta de qué tipo de caso es”.

El equipo de ayudantes son personas que se consideran fuertes en su fe, que junto con la práctica sacramental, son su escudo contra el mal. La actividad que han elegido es pensada en términos de apostolado, y la definen como ardua y difícil, a la que pocos se animan. Julio sostiene que:

En general todos los que estamos acá ayudándole al padre A, creo que la mayoría… no creo, la mayoría, está bien, espiritualmente bien. Si no, no puede estar, no aguanta, ¿se da cuenta? No aguanta.

Y Pablo, 30 años, universitario, describe su tarea de la siguiente manera:

Es un testimonio. Nosotros somos católicos practicantes, la mayoría, y es un testimonio más que uno da. Es un apostolado grande que no muchos católicos incluso se animan a darlo… Y aparte del testimonio y todo lo demás, es una gran obra de caridad. Caridad es el prójimo, ¿no? O sea, las personas que tienen esta clase de problemas espirituales, uno siente una gran pena, porque los católicos estamos principalmente para salvar a las almas. Y bueno, a mí… Por eso me comprometo a venir siempre y estoy firme acá, es por convicción propia, es por una cuestión de formación católica, por una cuestión de caridad.

El trabajo de los asistentes de exorcista se apoya en tareas de atención a los fieles. La atención es personalizada, y se desarrolla tanto por medio de la escucha como por medio de la imposición de manos y la oración. Para desarrollar estas tareas que consideran un servicio, los asistentes se forman.

La Iglesia católica pone a disposición de sus laicos un amplio espectro de actividades de formación. Así como Zapata (2005: 26), en su trabajo sobre las voluntarias de Caritas, menciona la asistencia a “misas, reuniones de capacitación y evaluación de programas sociales, reuniones del voluntariado de la diócesis y retiros espirituales”, y Cabrera (2001: 131) muestra la centralidad que adquiere para los católicos carismáticos el estudio, que debe sostenerse “por medio de la asistencia a cursos y seminarios bíblicos y a la escuela de servidores en las comunidades que la posean”, el equipo de laicos católicos que asisten al exorcista concurren a retiros, seminarios y congresos, leen y recomiendan libros, intercambian información sobre páginas web especializadas.

Los equipos de exorcistas, surgidos a partir de los años 2000, se dedican a la atención y la escucha de los fieles que traen demandas múltiples y expresan malestares inespecíficos. Este proceso se encuadra en las estructuras comunitarias y formativas de la Iglesia católica. Las condiciones de posibilidad de las demandas de exorcismos en la actualidad se relacionan con la circulación de lenguajes, discursos y prácticas de sensibilidad carismática. La centralidad del cuerpo en las prácticas religiosas, la pregnancia de la oración, la introducción de música instrumental en la liturgia, son prácticas extendidas en la Iglesia contemporánea, el contacto directo con manifestaciones divinas son prácticas muy extendidas entre las parroquias católicas argentinas, que se articulan significativamente con los discursos sobre la personalización del mal y con las posibilidades rituales y terapéuticas de enfrentarlo.

 

3. Pensar el exorcismo contemporáneo

La descripción del camino que siguen los fieles y los agentes que intervienen en la oferta nos habla de una de las características del exorcismo en el catolicismo contemporáneo: éste es concebido por los agentes que lo practican como un proceso. Con una sesión ritual no alcanza, hay que seguir a las personas, continuar con los rituales, hasta que se liberen. Esto depende no sólo de la entidad que posee, sino también del tipo de procedimiento por el cual entró al cuerpo de su víctima. El padre C afirma que:

Por supuesto que de acuerdo al tipo de ritual que se hubiera hecho sobre la persona… y el tiempo que hubiera transcurrido entre la participación de esa persona en aquellos rituales y que llega al sacerdote exorcista, debíamos decir que hay que recorrer todo un camino. Que raramente, difícilmente, la oración de un exorcismo ponga fin a la presencia del Maligno en la vida de una persona…Es un proceso, en general es un proceso.

Los sacerdotes exorcistas llevan varios casos, el padre A dice que “yo tengo ahora más o menos unas cuarenta y dos que estamos exorcizando en forma rotativa”. Esto supone no sólo la repetición de rituales sino también la continuidad del proceso de vigilancia frente al peligro de nuevos episodios. El padre B me cuenta, en una de las entrevistas, que “justo hoy nos juntamos a comer unas empanadas con una persona que ya está casi liberada”. Las visitas y los momentos rituales buscan que las personas adopten prácticas sacramentales regulares y se integren a comunidades de fe. Explicaciones entre teológicas y de práctica ritual sustentan la idea de proceso: el padre B afirma que la realización de exorcismos sucesivos debilita a las entidades maléficas que poseen a la persona: “No es un día y se van, es algo que va pasando, va pasando y lo va trabajando, va debilitando a los demonios”10. Bernadette, al tiempo que afirma la efectividad de los exorcismos, considera que éstos fueron atenuando su eficacia desde el tiempo de Cristo:“todo exorcismo es efectivo, lo que pasa es que no es como en la época de Jesús, que con un exorcismo era suficiente”11.

El proceso de expulsión de los demonios es gradual, y así suele relatarse también el proceso de infestación. El contacto con lo demoníaco puede ser voluntario o involuntario: las personas pueden ser infestadas a partir de un “trabajo”, un “mal” hecho contra ellas por agentes humanos en consonancia con agentes demoníacos, sin desearlo, o puede mediar un acto de voluntad. Según los exorcistas, este segundo caso suele ser más complicado, porque las personas entran por su propia voluntad en contacto con agentes del mal: hacen rituales, se comprometen a realizar acciones, invocan entidades. El amplio imaginario relacionado con el ocultismo aparece citado por nuestros informantes: desde juegos de la copa y tablas ouijas, hasta pactos con entidades supuestamente demoníacas del panteón afrobrasilero y visitas a curanderos y brujas, el contacto con el mundo oculto tiene muchas puertas, y es un camino que se suele extender en el tiempo.

De modo que tanto la infestación como la expulsión de entidades maléficas del cuerpo de los fieles toma tiempo, implica la sucesión de operaciones litúrgicas, y pone en funcionamiento un dispositivo de seguimiento que se hace cargo de los males de los consultantes y crea lazos comunitarios.

Ahora bien, no todos los fieles llegan a completar el camino hacia el exorcismo: muchos se sienten aliviados luego de una charla, otros después que se les dirige una oración de liberación. En todos los casos, tanto los que llegan a ser exorcizados como los que no completan el camino, pasan por un momento clave: el diagnóstico. Tal vez distinguir si la persona está poseída o no sea la pregunta central en la práctica del exorcismo contemporáneo. En el catecismo de la Iglesia Católica, ésta advierte la necesaria identificación de los diferentes tipos de problemas:

Muy distinto es el caso de las enfermedades, sobre todo psíquicas, cuyo cuidado pertenece a la ciencia médica. Por tanto,es importante, asegurarse, antes de celebrar el exorcismo, de que se trata de una presencia del Maligno y no de una enfermedad (Catecismo de la Iglesia Católica, Segunda parte, Segunda Sección, Capítulo Cuarto, Artículo 1, 1673).

Conscientes de que la demanda de los fieles excede ampliamente lo que ellos definen como el asedio/ obsesión/ posesión demoníaca, los exorcistas y sus equipos dedican tiempo, esfuerzo y reflexión a determinar si las personas están bajo la influencia del Diablo o se trata de algún otro problema. De hecho, la distinción entre síntomas de enfermedades psicológicas o psiquiátricas e indicios de presencias sobrenaturales es el dilema cotidiano con el que lidian quienes reciben a los fieles.

En la primera entrevista con alguien que integraba el equipo, el fiel cuenta las razones de la consulta. El sacerdote reza: los padres exorcistas coinciden en que esta oración es central para un primer diagnóstico:

nosotros empezamos por lo básico. Lo básico es saber lo que tiene. A mí me traen un individuo, lo pongo ahí en una silla y se zamarrea para todos lados. “¿Y qué tiene esta señora?”, “y, tiene ataques” “¿Ataques de qué?”, pueden ser ataques de pánico, de convulsión, no sé. Entonces cuando empiezo la oración empieza a convulsionar. Termino la oración o la dejo sin terminar… y le digo “Llévensela, y un día que yo le digo, usted la trae que vamos a hacer la ceremonia pertinente, la exorcizamos”12.

Y todo empieza con una entrevista, unas entrevistas, hablamos, y yo voy rezando en silencio, es el poder de la oración, y entonces si yo veo que la persona se pone loca, entonces es que tiene un espíritu o entidad adentro, porque reconoce la oración, el poder de la oración13.

Entonces primero se escucha a la persona, se le pregunta a la persona a qué tipo de situaciones anómalas están viviendo, que la han visto como limitada a acercarse a pedir un diagnóstico. Entonces, sobre la persona rezamos una oración de liberación, pidiéndole a Dios que libere a esa persona, y si durante el transcurso de la oración la persona manifiesta determinados trastornos, suele aparecer o nombres, o especificidades de ritos, realizados, ¿no?14.

La oración que despierta manifestaciones corporales constituye entonces el primer elemento del diagnóstico. A esto se agregan otra serie de signos, que se centran básicamente en la aversión a los objetos o símbolos sagrados: las personas rehúyen la mirada del sacerdote, se ponen nerviosas frente a imágenes de Jesucristo o la Virgen María, rompen estampitas benditas, sienten que el agua bendita y los óleos consagrados los queman y les hacen daño. Los sacerdotes relatan también la presencia de gestos en los que se apoyan sus diagnósticos: “las pupilas de la persona suelen expandirse y contraerse con una cierta celeridad…, los ojos se ponen blancos” (padre C), las manos de los consultantes se ponen frías al contacto con la cruz, las personas tosen, eructan, escupen al sacerdote y pueden llegar a atacarlo físicamente.

La Iglesia católica, en el ritual de 1614, define tres síntomas que permiten diagnosticar claramente la posesión: la “fuerza sansónica”, cuando la persona manifiesta energías corporales supuestamente superiores a sus posibilidades, el manejo de lenguas nunca aprendidas, el conocimiento de hechos que la persona no puede conocer. En la reforma del ritual de exorcismo realizada durante el papado de Juan Pablo II en 1999, estos síntomas son considerados indicios (y ya no síntomas), y se agrega la aversión a los objetos sagrados como otro signo a considerar (Talamonti, 2005: 130).

Cuando se trata de un diagnóstico en la práctica del exorcismo católico actual en la Argentina, notamos que los síntomas de posesión u obsesión dialogan con las normas institucionales, pero mantienen un palier de baja intensidad: no se mencionan los síntomas más espectaculares (conocimiento de hechos imposibles de conocer, por ejemplo) y se destacan otros cuya identificación es más ambigua: movimientos convulsos, ataque a objetos considerados sagrados, respuestas en voces graves, distintas a la que la persona usa en su vida cotidiana, toses, gestos. Lo que resulta claro es que tanto para los exorcistas y su equipo como para los fieles que consultan, los síntomas remiten a una causa clara: el Diablo ronda a la persona.  Esta distancia y a la vez referencia permanente respecto de las normativas de la Iglesia es destacada también por Talamonti (2005: 101, traducción del autor), quien insiste en los desplazamientos entre los rituales practicados y los códices:

Si [las codificaciones teológicas] constituyen los presupuestos obligatorios, su carácter prescriptivo no impide que la praxis efectiva se diferencie de la ideología “oficial” admitiendo elementos originariamente espurios y adaptándose a los contextos específicos.

Así como se dio históricamente en las grandes polémicas sobre casos de exorcismo público, como fue el caso de Loudun, en Francia, analizado por de Certeau(2005), el diálogo con el mundo médico y psiquiátrico no está ausente en el diagnóstico. El padre A comenta que siempre le gustó la psicología y la psiquiatría, y que él es capaz de identificar casos de esquizofrenia:

La esquizofrenia es la enfermedad mental más rápida de discernir, porque es la única que tiene locuciones auditivas que dicen lo que tiene que hacer: “matá a tu mamá, tirate debajo del tren”. Todas cosas poco recomendables. Ese es el esquizofrénico. El que oye voces es esquizofrénico, y el otro, el paranoico, es el que tiene delirios de persecución sistematizada.

El padre A trabajó muchos años con un reconocido psiquiatra de Buenos Aires. El padre B intercambia opiniones y recibe casos de una psiquiatra que atiende en el centro de la localidad de la parroquia; el padre C sostiene un discurso cuidadoso y racional de las maneras de realizar diagnósticos a partir de informes psicológicos y consultas a psiquiatras. Este diálogo entre el campo médico y los espacios rituales en la práctica del exorcismo católico contemporáneo en Europa ha sido destacado por Amiotte-Suchet (2016), que constata el abordaje híbrido que realiza un exorcista diocesano del este de Francia, combinando las perspectivas espiritual y psiquiátrica.

Ahora bien, si el diagnóstico es un momento decisivo en el proceso de atención a los fieles, todo el camino está basado en una actividad que aparece en segundo plano, y que sin embargo es central: la escucha. La puesta en funcionamiento de dispositivos de atención y escucha frente a solicitudes que combinan malestares espirituales y relacionales con problemas de salud física y psíquica caracteriza la práctica del exorcismo contemporáneo: sacerdotes y asistentes le dedican la mayor parte de su tiempo a lo que denominan “un ministerio de la escucha”15.La asistencia a personas enfermas, dolidas, angustiadas, es realizada por especialistas católicos: laicos formados en seminarios y retiros católicos, con años de práctica en la escucha de personas en dificultad, sacerdotes que combinan consejos sobre la vida de fe y sobre las formas de relacionarse con las personas cercanas. El trabajo de gestión de la comunicación con los fieles parece ser el eje. De esta manera el padre A describe su tarea:

Atender lleva mucho tiempo porque hay que comunicarse con la gente, discernir por teléfono si conviene que venga o conviene que no venga. Porque como acá somos muy pocos, la gente viene de distintas provincias -a veces de otro país han venido-, y yo tengo que atenderlas, escucharlas y discernir si conviene que vengan o no… ¿No le digo que hay una que perdió el marido, la otra que los hijos están peleados, la otra que no le quieren dar la herencia? Qué sé yo, por cualquier cosa vienen. Yo tengo que saber de todo.

El trabajo de recepción y contención de personas que los mismos agentes consideran fragilizadas no es original en los grupos que se dedican al exorcismo: tiene una larga tradición en el catolicismo. Desde las voluntarias de Caritas que dedican horas a atender personas y repartir ropa y alimentos (Zapata, 2005), hasta los grupos carismáticos que se especializan en la asistencia a ciertas categorías de personas (alcohólicos, personas frágiles psicológicamente, (Landron, 2004), el catolicismo cuenta con una larga historia y un nutrido presente de asistencia a personas y grupos con problemas. Los laicos que asisten al exorcista, y el sacerdote, se inscriben en esta tradición, y de hecho nutren su actividad actual a partir de experiencias previas de escucha y asistencia en el marco de su activismo en la Iglesia. Amiotte-Suchet (2016: 116) destaca el armado de un auténtico “dispositivo terapéutico” en el que los exorcistas se hacen cargo de malestares (“enfermedades crónicas, mala suerte duradera”) que resulta difícil de abordar para médicos, psicólogos y psiquiatras.

El proceso de atención/ contención tiene además una clara direccionalidad: lograr que el consultante restablezca lazos con la fe y con la práctica regular, y se integre a una comunidad parroquial. El padre C describe de esta manera el recorrido:

difícilmente un diagnóstico se haga en un solo encuentro, o en una sola entrevista, hay que recorrer un camino, eh, entonces en este camino que se va recorriendo con la persona se trata de escuchar primero, de escuchar a su entorno, de acompañar, de contener, de brindar caminos ya inmediatamente de acompañamiento si hiciera falta, en eso también tengo que decir que muchas personas vienen de lejos, vienen de otros lados, y entonces no siempre es tan sencillo invitar a las personas a que se acerquen a celebrar su fe, a que hagan un camino de catequesis, o de formación.

Los dispositivos de contención que la Iglesia católica prepara para recibir a sus fieles combinan rituales generales (misas) y recorridos de formación regulares (bautismo, primera comunión, confirmación) con estructuras específicas para grupos singulares, con intereses, búsquedas o problemas determinados: grupos de estudio y de oración, grupos juveniles y de asistencia a los excluidos, Alcohólicos Anónimos, núcleos de asistencia a drogadependientes. La diversidad y extensión de la oferta, que atraviesa distancias geográficas y clases sociales, permite responder a una feligresía también diversa y extendida en todos los sectores sociales. Como afirman Bourdieu y de Saint Martin (1982: 30), esta amplitud ofrece a cada sector “sus organismos y agentes propios y apropiados”. Los recorridos organizados por los exorcistas y sus cuerpos de asistentes responden a una demanda creciente de personas y familias que encuentran el lenguaje de la posesión demoníaca apropiado para expresar sus malestares amplios y a menudo inespecíficos.

 

Conclusiones: malestares modernos, respuestas rituales/religiosas

Las prácticas del exorcismo en contextos católicos en la sociedad contemporánea se desarrollan en pequeños grupos ligados a sacerdotes que las llevan a cabo. Los actores constatan un crecimiento de la demanda del ritual, que se caracteriza por la amplitud y por el carácter inespecífico: los fieles consultan por malestares espirituales, pero también psicológicos, físicos, de inadecuaciones sociales. La institución, mediante sus agentes especializados, el sacerdote y los laicos que los asisten, intentan canalizar esa demanda hacia una integración sacramental y social en las diferentes instancias que la Iglesia católica pone a disposición de los fieles.

La posesión por entidades maléficas y el diagnóstico realizado por los exorcistas carecen de la espectacularidad cinematográfica: los participantes entienden la posesión y la expulsión como un proceso relacionado con la salud y la sanación. El exorcismo se ubica en un continuum de prácticas que incrementan su intensidad a medida que los síntomas no ceden: a las oraciones de sanación siguen las oraciones de liberación, el exorcismo mayor sólo se realiza en contadas ocasiones.

La superación del momento de obsesión o posesión no es automática ni milagrosa, requiere de un proceso y un trabajo sobre sí al que los asistentes y el exorcista invitan a la persona: práctica de la oración, cumplimiento de los sacramentos, integración a la vida parroquial suelen ser, en el relato de los asistentes y los exorcistas, las vías de solución al problema de la consulta. Este proceso se basa en la tarea de atención y escucha de los problemas de los consultantes a que los exorcistas y sus asistentes dedican la mayor parte de su tiempo. Los sacerdotes organizan dispositivos de atención que trascienden la territorialidad de las parroquias y convocan a personas de localidades alejadas.

Proceso, diagnóstico, escucha, constituyen las bases de una terapéutica que trata de llevar al paciente a un trabajo interior que lo conduzca de vuelta a la integración ritual. En este diseño terapéutico el exorcista dialoga con la medicina y la psiquiatría. El lenguaje psiquiátrico y psicológico impregna los relatos de los exorcistas y sus asistentes: muchos de ellos son de hecho expertos entre dos mundos, psiquiatras católicos, sacerdotes con estudios de psicología. En este mundo no se lucha contra la ciencia, se dialoga con ella, se actúa en sus límites, se llega a lugares a los que los dispositivos médicos no llegan. Los exorcistas y sus asistentes se erigen así como un dispositivo de escucha frente a los males modernos que la vida urbana relega a los márgenes.

 

Referencias bibliográficas

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Fuentes

Catecismo de la Iglesia Católica, URL: www.vatican.va

Código de derecho canónico, URL:www.vatican.va

 

Notas

1. Los nombres de las parroquias han sido cambiados para preservar el anonimato de los sacerdotes.

2. Entrevista con el padre B., 28 de enero de 2013.

3. En su artículo 1172 § 1, el código de derecho canónico sostiene que “Sin licencia peculiar y expresa del Ordinario del lugar, nadie puede realizar legítimamente exorcismos sobre los posesos”.

4. En Francia, por ejemplo, hacia 2015 cada diócesis ha nombrado un exorcista, como mínimo. Esto genera que muchas veces el nombramiento recaiga sobre sacerdotes que no habían sentido antes el llamado a ejercer este ministerio. A menudo los obispos buscan perfiles de sacerdotes menos interesados en el combate contra el Demonio que en la atención a sectores vulnerables (Amiotte-Suchet, 2016).

5. Entrevista del 2 de agosto de 2013, La Plata.

6. El padre B falleció en Vincenza, Italia, el 3 de diciembre de 2015.

7. El padre I falleció en Buenos Aires, el 8 de septiembre de 2015.

8. Entrevista del 13 de febrero de 2015, Buenos Aires.

9. Entrevista del 25 de noviembre de 2015.

10. Entrevista del 19 de noviembre de 2014.

11. Entrevista del 25 de noviembre de 2015.

12. Entrevista al Padre A, 2 de agosto de 2013.

13. Entrevista al Padre B, 19 de noviembre de 2014.

14. Entrevista al Padre C, 13 de febrero de 2015.

15. Entrevista a Bernadette, 25 de noviembre de 2015.

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