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Sociedad y religión

versión On-line ISSN 1853-7081

Soc. relig. vol.27 no.48 Ciudad Autónoma de Buenos Aires oct. 2017

 

ARTICULO

“Con la brújula de Francisco”: El Pacto de Padua como construcción político-religiosa en la Argentina pos-kirchnerista

"With the compass of Francisco": The Pact of Padua as a political-religious construction in the post-Kirchner Argentina

 

Juan Cruz Esquivel

CONICET-UBA

Saavedra 15, 4to piso

C1083ACA, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina

jesquivel@ceil-conicet.gov.ar

 

Recibido:  8.12.16

Aceptado:  25.05.17


Resumen

El artículo se focaliza en los fundamentos políticos y religiosos subyacentes al Pacto de Padua, por iniciativa de un conglomerado de intendentes bonaerenses del partido Justicialista orientada a implementar en sus gestiones municipales las principales directivas de la encíclica papal Laudato si.

Hay dos vectores analíticos que abordan la comprensión de un fenómeno portador de una dinámica político-religiosa indisoluble; por un lado, la figura de Francisco en el escenario político argentino en un contexto careciente de liderazgos; por el otro, las afinidades electivas y las cosmologías subsidiarias compartidas por el peronismo y el catolicismo que configuran un campo de solapamientos y sedimentación del lazo político-religioso.

En tanto construcción político-religiosa, el Pacto de Padua contribuye a reforzar la presencia pública de la Iglesia católica y a instituir “lo religioso” como herramienta complementaria para la acumulación política. El acuerdo reproduce así rasgos históricos que han marcado a la cultura política argentina, específicamente aquellos que han forjado una identidad y una praxis política apelando a referencias -institucionales y simbólicas- del mundo religioso.

Palabras clave: Religión; Política; Papa Francisco; Argentina.

 

Abstract

The article focuses on the political and religious foundations underlying the Pact of Padua, an initiative of a conglomerate of intendants from Buenos Aires province, Argentina. The agreement aims at implementing the main guidelines of the papal Encyclical Laudato si in their municipal administrations.

Two analytical vectors are approached to understand a phenomenon bearing an indissoluble political-religious dynamic. On the one hand, the role of Francis in the Argentine political scene in a lacking context of leadership. On the other hand, the elective affinities and subsidiary cosmologies between Peronism and Catholicism that form a field of overlap and sedimentation of the political-religious tie.

As a political-religious construction, the Pact of Padua contributes to reinforce the public presence of the Catholic Church and to institute “religious” as a complementary tool for political accumulation. In that sense, the covenant reproduces historical features that have marked the Argentine political culture, specifically those that have forged an identity and a political praxis invoking institutional and symbolic references of the religious world.

Key words: Religion; Politics; Pope Francis; Argentina.


Introducción

“En el año del Bicentenario de la Patria, suscribimos este Pacto haciendo una opción preferencial por los desamparados, por los pobres y la justicia social, bajo la guía espiritual del papa Francisco. Convento de la Hermandad Franciscana, San Antonio de Padua (…), Año del Jubileo de la Misericordia” (Pacto de Padua, 18 de enero de 2016).

El fragmento no pertenece a un documento pontificio. Tampoco a una declaración episcopal. Sintetiza el acuerdo alcanzado entre dirigentes políticos que gobiernan distintos municipios de la provincia de Buenos Aires. En el verano argentino de 2016, organizaron una reunión política en un escenario confesional ubicado en la localidad de San Antonio de Padua. Como corolario de la “congregación”, redactaron un texto con una marcada retórica religiosa y lo “bautizaron” el Pacto de Padua.

Es preciso recurrir a dos vectores analíticos para comprender, en términos sociológicos, un fenómeno portador de una dinámica político-religiosa indisoluble. Por un lado, la investidura de Jorge Bergoglio como máxima autoridad vaticana, que reactualizó y diseminó un repertorio de prácticas y discursos arraigados en la cultura política argentina que integra más que escinde las dimensiones políticas y religiosas.

Por otro lado, las afinidades electivas y las cosmologías subsidiarias son marcos referenciales compartidos por el peronismo y el catolicismo, espacios de socialización comunes, trayectorias convergentes, vasos comunicantes sin solución de continuidad que configuran un campo de solapamientos y sedimentación de un lazo político-religioso desafíando las aproximaciones conceptuales y normativas en procesos de diferenciación funcional entre ambas esferas1.

¿Qué adiciona el contexto religioso a una reunión política? ¿Qué motiva a líderes políticos a referenciarse con el papa Francisco y con su acervo de valores? ¿Se trata de un posicionamiento estratégico o de la búsqueda de marcos axiológicos que contengan e inspiren su praxis política? En el intento por descubrir un camino de reflexiones sobre estos interrogantes, nos proponemos aquí ahondar en un análisis que integre ambos vectores como línea interpretativa del pacto de Padua.

Repasaremos en primer lugar el lugar de relevancia que ocupa la máxima autoridad católica en el escenario político argentino, los fundamentos axiológicos y las implicancias en la praxis política de su encíclica Laudato si, para luego adentrarnos en el derrotero del pacto de Padua como espacio político-religioso en construcción. Las entrevistas en profundidad a sus referentes, el trabajo etnográfico en sus diferentes presentaciones públicas y la recolección y análisis de contenido de los documentos difundidos, delinearon la estrategia metodológica orientada a la construcción de los datos empíricos.

El papa Francisco, su figura para la política argentina y la encíclica Laudato si

En nuevo espacio se movió el tablero político argentino desde que el cónclave de cardenales eligió a Jorge Bergoglio como Sumo Pontífice, allá por marzo de 2013. La pieza religiosa, de tradicional relevancia, recobraría una inusitada centralidad. Si históricamente la Iglesia católica ha sido un actor gravitante en el entramado de poder nacional, la designación de un papa nacido en estas latitudes no haría más que potenciar un conjunto de dispositivos arraigados en la cultura política hegemónica. Nos estamos refiriendo a las representaciones, imaginarios y a un modus operandi presente en la dirigencia política que contempla a la Iglesia católica -a sus líderes, sus íconos, símbolos y discursos- como parte de sus herramientas cotidianas para la construcción política.

Se inauguraría desde entonces una desenfrenada carrera por “apropiarse” del aura legitimadora de la máxima autoridad vaticana. Desde el amplio espectro político, se desplegaron acciones para posicionarse como los “representantes políticos” del papa. La participación en misas como una actividad militante cotidiana, el despliegue de un stand en la Feria del Libro con la cara de Francisco para promocionar sus enseñanzas, la decoración de edificios de gobierno con los colores argentinos y vaticanos y la movilización política en festividades religiosas como San Cayetano, patrono del pan y del trabajo, se inscriben en esa estrategia. Del mismo modo, los afiches en el espacio público con la frase “Francisco I: argentino y peronista” y la cara de Jorge Bergoglio se remiten a una matriz conceptual que integra lo popular y lo católico en tanto díada fundante de nuestra identidad como nación.

Desde 2013 a la actualidad, prácticamente la totalidad de la dirigencia política, sindical y empresarial, autoridades del poder Judicial y referentes de movimientos sociales se han trasladado a Roma y conseguido la ansiada foto con el Sumo Pontífice. La sobreactuación en torno a la proximidad papal se ancla en la pretensión de un mejor posicionamiento individual o colectivo en el campo de disputa específico. Cada uno a su modo pretende sacralizar en las manos de Francisco, la vara que dirima las correlaciones de fuerzas.

Al mismo tiempo, la recurrencia a la intermediación papal para dirimir conflictos locales comienza a replicarse sin solución de continuidad. En un contexto de tensión por el cambio de gobierno en diciembre de 2015 -luego de 12 años de gestión kirchnerista2- y de un giro radical en la dirección de las políticas de Estado3, la interrupción de diversos programas estatales ha generado controversias en el seno del espectro político, motivando la apelación al papa con la expectativa de un pronunciamiento sobre el tema en discordia4.

Por lo que la propia figura representa en la escala mundial, pero también por la dinámica y la historia de las relaciones entre la política y la religión, Francisco se posiciona en la geografía política local como un actor ineludible. El propio dispositivo político lo ubica como un protagonista inexorable. Sus mensajes son “traducidos” en clave política. Su potencial visita a la Argentina -o incluso la postergación de la misma- son motivo de especulaciones y cálculos. Y la propia institución religiosa analiza con los mismos registros cada una de sus decisiones y pronunciamientos. Los tiempos, los gestos y las palabras son decodificados desde múltiples aristas.

Es en este contexto que analizamos el impacto y la receptividad de la Encíclica Laudato Si, sobre el cuidado de la casa común en ciertos sectores de la dirigencia política argentina.

La misiva papal, presentada el 18 de junio de 2015, asume una perspectiva crítica del sistema económico, cultural y social en el nivel mundial5. El predominio de un capitalismo financiero y de la lógica del mercado ha profundizado las brechas económicas, las asimetrías sociales y degradado el medio ambiente. En esa desarmonía, la Encíclica entra a tallar y encuentra no solo una fundamentación discursiva, sino también un intersticio desde el cual re-legitimar el lugar del catolicismo en el espacio social contemporáneo. Desde un abordaje holístico, no escinde sino unifica los tres pilares que dan cuenta de un desarrollo sustentable: el económico, el social y el ambiental.

Considerada la crisis ambiental como otra faceta de la crisis económico-financiera, social y cultural que el capitalismo trajo aparejado en un primer momento y que con la globalización se vio profundizada tiempo después, las enseñanzas de la Iglesia católica son ofrecidas como vehículo para la armonización de un desarrollo sustentable y a largo plazo. La disociación entre la ley natural y la dinámica que el mundo contemporáneo ha adoptado, se visualiza como la causa de la disminución de las posibilidades de desarrollo humano.

Desde esta cosmovisión religiosa, la separación entre razón y ética, propia de la modernidad dominante, ha desembocado en un proceso de devaluación de la vida humana que se proyecta en la explotación y el uso destructivo del medio ambiente. El énfasis se coloca tanto en la denuncia de los modelos económicos dominantes, como en el impacto moral de su aplicación y en las consecuencias sociales y ambientales derivadas de un sistema desprovisto de toda ética religiosa.

Para Francisco, no es la lógica del mercado la que resolverá los problemas sociales y ambientales, habida cuenta de que la maximización de los beneficios motoriza su dinámica:

“En algunos círculos, se sostiene que la economía actual y la tecnología resolverán todos los problemas ambientales, del mismo modo que se afirma, que los problemas del hambre y la miseria en el mundo simplemente se resolverán con el crecimiento del mercado. Quienes no lo afirman con palabras, lo sostienen con los hechos, cuando no parece preocuparles una justa distribución de la riqueza, un cuidado responsable del ambiente (…). Con sus comportamientos expresan que el objetivo de maximizar los beneficios es suficiente” (Francisco, Laudato si [109], 2015).

Desde una cosmovisión integralista, Francisco enlaza la preocupación por la ecología con la cuestión social. Luego de advertir que la degradación ambiental no está escindida de la degradación humana y que el mayor impacto de los problemas ambientales -contaminación, ausencia de agua potable y redes cloacales, concentración de áreas insalubres- lo sufren las poblaciones carenciadas, esboza uno de los núcleos angulares de su pensamiento cuando esgrime que “hoy no podemos dejar de reconocer que un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres” (Francisco, Laudato si [49], 2015). Explícitamente, coloca a la pobreza y la exclusión como la otra cara de la fragilidad ambiental del planeta. Y contrasta “un superdesarrollo derrochador y consumista con situaciones persistentes de miseria deshumanizadora” (Francisco, Laudato si [109], 2015).

De allí la proclama para una conversión ecológica global y su apelación a un “desarrollo sostenible e integral”: sostenible, en términos de garantizar la inclusión de los sectores vulnerabilizados y no destruir el medio ambiente; integral, en clave de interpelación a todas las dimensiones del ser humano. Esa tarea, según Francisco, tiene “responsabilidades diversificadas”, dado que los países más pobres ven reducidas sus posibilidades de revertir el impacto ambiental.

En síntesis, la última producción vaticana sobre medio ambiente resume, amplía y profundiza el histórico posicionamiento católico de condena al modelo económico, social y cultural imperante. Denuncia la primacía de una economía de mercado desprovista de valores humanitarios, plantea que la crisis ambiental no está escindida de la crisis social, así tampoco como la degradación ecológica de la degradación humana. La desaprobación de la situación medioambiental se remite a una crítica más amplia al sistema de acumulación capitalista y a las asimetrías sociales que éste genera. Como trasfondo, subyace una disputa por hegemonizar los principios rectores que regulan los comportamientos humanos. Una contienda que no resulta novedosa desde el advenimiento de la modernidad.Si la encíclica Laudato Si representa la visión más acabada del papa sobre el devenir del sistema económico en el nivel planetario y sus implicancias en el plano social y ambiental, tres consignas resumirían su mensaje: “tierra, techo y trabajo”. Las “tres T” de Francisco se erigirían rápidamente como ejes de su convocatoria a diversos movimientos sociales (Carbonelli y Giménez Béliveau, 2015). El sumo pontífice profundizó sobre el derecho humano a las “tres T” en los sucesivos encuentros mundiales de los movimientos populares 6 -en el Vaticano en 2014; en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, en 2015 y nuevamente en Roma en 2016-; así como en los discursos pronunciados durante sus visitas a Kenia en 2015 y a México en 2016.

“La deuda social, la deuda ambiental con los pobres de las ciudades se paga haciendo efectivo el derecho sagrado a las «tres T»: tierra, techo y trabajo. No es filantropía, es una obligación de todos” (Francisco, discurso en el barrio de Kangemi, Nairobi, 27/11/2015).

“¿Qué quiere dejar México a sus hijos? ¿Quiere dejarles una memoria de explotación, de salarios insuficientes, de acoso laboral? ¿O quiere dejarles la cultura de la memoria de trabajo digno, del techo decoroso y de la tierra para trabajar? Tres T. Trabajo, techo y tierra. ¿En qué cultura queremos ver nacer a los que nos seguirán? ¿Qué atmósfera van a respirar? ¿Un aire viciado por la corrupción, la violencia, la inseguridad y desconfianza o, por el contrario, un aire capaz de generar alternativas, generar renovación o cambio?” (Francisco, Encuentro con el mundo del trabajo. Ciudad Juárez, 17/02/2016).

Con la organización de los encuentros mundiales de los movimientos populares, el papa se propone no solo visibilizar a los sectores excluidos del capitalismo financiero global, sino también generar espacios de articulación que tiendan a construir un actor colectivo de transformación social. Pero más allá de sus iniciativas, interesa detenernos en las representaciones que los distintos actores sociales y políticos construyen en torno a la figura de Francisco y cómo esas percepciones orientan sus propias praxis. La voz de Francisco denunciando al “reino del dinero” como pilar estructurante de las relaciones humanas y la reivindicación de un desarrollo sustentable con inclusión social, son recepcionadas por diversos sujetos sociales y políticos que sintonizan con esa mirada global, como un faro en la disputa por la definición de los principios que regulan nuestra vida en sociedad; y como un anclaje desde el cual potenciar sus estrategias de acumulación política y/o social cotidiana. Tener presente las afinidades electivas de dichos sectores con la línea discursiva enhebrada por el papa, servirá de guía analítica para comprender los fundamentos del pacto de Padua.

El pacto de Padua: génesis y acumulación político-religiosa

El peronismo, luego de 12 años en el poder, perdió las elecciones presidenciales y de la provincia de Buenos Aires7 en 2015. El revés en las urnas generó un estado de efervescencia interna y de cuestionamientos al ininterrumpido liderazgo kirchnerista. En tanto movimiento cuya construcción política giró desde su origen en torno a una figura excluyente, la acefalia en la conducción y la necesidad de reflexionar acerca del resultado electoral y de posicionar al partido en el espacio de la oposición, produjo diversos movimientos internos. Cuestionado el esquema que dirimía las correlaciones de fuerza dentro del peronismo en base a la decisión de la entonces presidenta Cristina Kirchner que ungía candidatos, la derrota en las últimas elecciones constriuyó un escenario de “barajar y dar de nuevo”. Imperaba no solo recomponer al peronismo de cara a la sociedad; también definir los criterios o las reglas de juego para la política interna.

¿Cómo transitar ese camino? ¿Cómo recomponer legitimidades sociales? ¿Desde qué espacios reactivar los engranajes de la acumulación política? Los lazos anudados entre lo político y lo religioso se ven reforzados en momentos en que la política atraviesa una crisis de legitimidad o de liderazgos en discusión. Es allí donde lo religioso gana un espacio como “mecanismo de compensación”. La presencia social, cultural y política de los actores religiosos instituye “lo religioso” como productor de sociabilidad y como herramienta complementaria para la construcción política y la interpelación a la sociedad desde otros escenarios.

En las entrañas de esa cosmología y en el marco de un revés electoral que impulsó la rediscusión sobre la conducción político-partidaria, debemos emplazar al pacto de Padua.El 18 de enero de 2016, en el convento de la Hermandad Franciscana de San Antonio de Padua, Merlo, provincia de Buenos Aires, nueve intendentes del partido Justicialista8, mayoritariamente autoridades de municipios que pertenecen a la periferia de la capital argentina, se convocaron para articular estrategias de gestión comunes y proyectar un espacio de visibilidad en el seno del partido.

Por sus notorias inserciones en el mundo religioso -en gran medida son actores socializados en espacios católicos y/o sus trayectorias como militantes incluyeron acciones sociales y comunitarias organizadas desde parroquias- y por corporizar ese lazo vertebrado entre la política y la religión, no debe interpretarse como extraordinario que el encuentro se haya realizado en un ambiente confesional. En otras palabras, la geografía religiosa del evento no respondió a una solicitud formal, sino a la fluidez de los vasos comunicantes entre jefes municipales y líderes religiosos. La coincidencia en el territorio local basada en gestiones complementarias en el campo educativo, social, sanitario y habitacional, entre otros, expresa la cotidianeidad de un vínculo que los protagonistas definen como virtuoso.

Los intendentes Gustavo Menéndez (Merlo), Gabriel Katopodis (San Martín), Verónica Magario (La Matanza), Martín Insaurralde (Lomas de Zamora), Fernando Gray (Esteban Echeverría), Juan Zabaleta (Hurlingham), Leandro Nardini (Malvinas Argentinas), Ariel Sujarchuk (Escobar) y Eduardo Bucca (Bolívar), fueron de la partida y como cierre del encuentro, elaboraron un documento que sería fundacional del Pacto de Padua -PdP. Firmaron allí un acta de compromiso de trabajo sobre diversas problemáticas de la vida social, abordadas por el papa Francisco en la Encíclica Laudato Si.

Aunque luego diversas personalidades del mundo político, sindical y judicial adhirieron al documento, se trató de un acuerdo entre autoridades municipales. El bloque fundacional lo integran los “12 apóstoles”, como se auto-denominan: los 9 firmantes del acta celebrada en San Antonio de Padua y los intendentes Mariano Cascallares (Almirante Brown), Alberto Descalzo (Ituzaingó) y Juan Pablo de Jesús (Partido de la Costa).

En varios pasajes del texto, los signatarios del pacto explicitaron su inspiración en el liderazgo del papa Francisco y referenciaron el documento basado en el pensamiento de Juan Domingo Perón y en los lineamientos doctrinales de la mencionada misiva papal. En ese sentido, se pronunciaron a favor del combate al narcotráfico; la prevención de la drogodependencia; la lucha contra el hambre; el combate contra la violencia de género; la defensa de la familia y rechazo al aborto; el impulso a las energías renovables; la lucha contra la pobreza; el acceso universal a la salud, la educación y el agua potable; la erradicación del abuso infantil y la trata de personas; y la creación de observatorios para garantizar el cambio de los comportamientos individuales y colectivos9.

Los intendentes cerraron el escrito afirmando que suscribían el Pacto “en el Año del Bicentenario de la Patria (…), haciendo una opción preferencial por los desamparados, por los pobres y la justicia social, bajo la guía espiritual del papa Francisco”, en el “Año del Jubileo de la Misericordia” (Pacto de Padua, 18/01/2016). Finalmente, Fernando Maletti, obispo de la diócesis de Merlo-Moreno, jurisdicción del evento, elevó una oración, bendiciendo la iniciativa.

Inicialmente, la gestualidad del encuentro de los intendentes fue interpretada políticamente como la conformación de un nuevo espacio dentro del partido Justicialista. Pero el devenir del PdeP trascendería largamente esa lectura.

Otros dos momentos delinearían el perfil de la iniciativa. El 29 de febrero de 2016, se relanzó el PdP nuevamente en un contexto religioso. En la Basílica Papal San Francisco de Asís -Convento de la Orden Franciscana- de la ciudad de Buenos Aires, luego de una oración religiosa, se ratificó el Pacto con la adhesión de intendentes de diversas fuerzas políticas de todo el país y con la presencia de referentes políticos que ocupaban cargos legislativos, dirigentes sindicales, así como de líderes de distintas confesiones religiosas. Por el ambiente, el lenguaje y los protagonistas, el acto tuvo una marcada impronta de transversalidad política e interreligiosa. Habida cuenta de la cantidad y la representatividad de la dirigencia que asistió a la casa religiosa, el PdP emergía como un espacio de construcción político-religiosa con una proyección aún difícil de dimensionar (registro de campo, 29/02/2016).

Apenas dos semanas después, el 16 de marzo, frente al palacio de Justicia de la Nación, se realizó un acto público que contó nuevamente con referentes de todo el arco político. Los impulsores del PdP hicieron entrega de un petitorio al presidente de la Corte Suprema de Justicia, Ricardo Lorenzetti, solicitando agilizar los procedimientos en las causas sobre narcotráfico mediante la figura del per saltum. Básicamente, los intendentes solicitaron poder ser ellos mismos querellantes ante denuncias de ciudadanos de sus jurisdicciones y que las mismas fueran gestionadas inicialmente por la Corte Suprema, salteando la instancia del Juzgado Federal (registro de campo, 16/03/2016). De ese modo, buscaban sortear la parálisis que los jefes comunales advierten en sus diagnósticos, fundada en cierta connivencia entre sectores policiales, del Poder Judicial y el narcotráfico.

El acto fundacional, su relanzamiento con nuevas y diversas adhesiones y la presentación de la solicitud ante el Poder Judicial componen tres secuencias articuladas y de significativa visibilidad pública en el derrotero del pacto de Padua. Si bien su proyección e impacto en el mapa político resultan imprevisibles, la intencionalidad de los actores comprometidos pone de relieve diversos elementos para el análisis: en primer lugar, el propósito de “traducir” en las gestiones de gobierno, las directivas formuladas por el papa Francisco en la Laudato si. La trama discursiva del PdP evoca permanentemente las producciones escritas del Sumo Pontífice. La denuncia al capitalismo salvaje y a la economía deshumanizada en la encíclica papal sirven de fundamentos conceptuales para la retórica peronista, reactualizándose así las afinidades electivas entre catolicismo y peronismo10 (Caimari, 1994; Di Stéfano y Zanatta, 2009).

La convocatoria papal a subordinar la economía a una ética universal solidaria y protectora de lo que denomina la “casa común de todos” es recepcionada por los intendentes del PdP que proponen en sus gestiones municipales desplegar acciones que sintonicen con los postulados pontificios.

“Nosotros pretendemos ser un Estado presente y vamos a trabajar mucho con las 3 T [tierra, techo y trabajo] que viene impulsando nuestro Santo Padre, el papa Francisco” (Gustavo Menéndez, Intendente de Merlo, entrevista realizada el 08/05/16).

Ese proceso de apropiación de los lineamientos papales, resignificados como ética político-religiosa que orienta la praxis cotidiana, responde a dispositivos naturalizados en la idiosincrasia política, sin registro en ni tensión con los supuestos de un Estado laico. En ese sentido, la laicidad se presenta como un “significante vacío” (Laclau, 2005). Para una cosmología que fusiona elementos de la política y de la religión en un único universo de sentido, la autonomía de lo político y de lo religioso o la separación entre el Estado y la esfera religiosa, se percibe en términos de ajenidad respecto de la tradición y la cultura nacional.

Francisco es erigido como el líder político-religioso, como “el faro que va marcando el norte a seguir para el cambio bueno”, en palabras de uno de los protagonistas del Pacto de Padua (entrevista realizada el 05/05/2016). La proximidad con el papa y el anhelo de convertirse en “sus” representantes en la arena política, se enlaza con la apuesta por convertir a la máxima autoridad de la Iglesia católica en uno de los árbitros de los posicionamientos internos dentro del partido Justicialista. Sin desconocer la dinámica política del poder territorial y la “medición” electoral como factores ineludibles para la conformación de las listas; en no pocos segmentos del micro-clima político peronista, prevalece la convicción de que será el papa quien termine de ordenar el tablero político en el futuro cercano. Ante la ausencia de liderazgos indiscutidos, se actúa para ubicar la figura de Francisco en ese espacio de vacancia.

Es pertinente precisar que no sólo se trata de un posicionamiento político estratégico. Los propulsores del PdP están imbuidos de la cultura católica y conciben a la Iglesia como un reservorio moral. Al mismo tiempo, encuentran en la palabra condenatoria de Francisco hacia el orden económico global, un basamento ético y conceptual que otorga sentido a sus acciones al frente de los gobiernos municipales. Y conciben la Laudato Si como un manual de referencia en una doble dirección. Por un lado, es considerado como un marco conceptual para contrarrestar la lógica del dinero y sus consecuencias degradantes en la economía (capitalismo), en la naturaleza (medio ambiente), en la sociedad (pobreza) y en la política (corrupción). Por otro, la encíclica es decodificada empíricamente, al señalar sus orientaciones prácticas para la gestión local. En ambos casos, el lenguaje y el sentido interpretativo dan cuenta de cómo la ascendencia cristiana permea y se funde en la idiosincrasia política.

“Es tal vez la mayor denuncia de la Iglesia en la historia (…). Da una especie de manual didáctico para que los dirigentes salvemos el mundo, nos dice perfectamente qué es lo que hay que hacer para salir de esta situación” (Gustavo Menéndez, Intendente de Merlo, entrevista realizada el 08/05/16).

En un horizonte sin grandes líderes políticos mundiales, la voz de Francisco emerge como “una brújula cuando hace tiempo que no la había”, según uno de los fundadores del PdP (entrevista realizada el 05/05/2016). El escenario de sus alocuciones, distantes geográficamente de la Argentina, es interpretado a partir de signos medulares de la memoria histórica peronista. Se construye a partir de esa secuencia, una analogía con los mensajes de Perón desde el exilio11.

“El papa Francisco viene a significar eso, un Perón en el exilio, un Perón que no va a venir pero que hay que escucharlo y que dice cada día cosas más picantes” (Mariano Mera, Apoderado de la Provincia Franciscana de la Asunción de la Santísima Virgen del Río de la Plata, entrevista realizada el 05/05/2016).

La idea de la brújula refuerza la centralidad de Francisco para guiar la praxis de quienes asumen la política como profesión. Si la Iglesia católica, conducida por el papa, es un faro que ilumina al mundo, los jefes comunales que impulsaron el PdP apuestan a ser otros faros de luz que enciendan la esperanza de sus comunidades. Al sintetizar el significado del PdP, su principal impulsor, Gustavo Menéndez, alude a las fuentes que son religiosas y políticas en simultáneo y al imperativo de traducir en acciones políticas las enseñanzas de Francisco.

“No queríamos ser estatuas de sal, queríamos ser partícipes desde nuestro lugar. Desde nuestro humilde lugar decidimos organizarnos para poner la palabra en acción. Por eso, basado en ese núcleo central de la doctrina de Francisco y también con muchas reminiscencias de un trabajo al respecto que había realizado en General Perón allá por 1972, decidimos primero entre algunos intendentes, compañeros, arrancar con estos conceptos para transformarlos en acción, es decir, generar políticas de Estado de cada uno de estos puntos del Pacto” (Gustavo Menéndez, Intendente de Merlo, entrevista realizada el 08/05/16).

Aunque el PdP ha sido impulsado desde el interior del peronismo en un contexto político particular, su devenir no es ajeno a las lógicas de construcción del poder religioso que han caracterizado a la Iglesia católica (Esquivel, 2004). Intenta posicionarse por encima del arco partidario, diseminando un repertorio de valores emanados de la encíclica Laudato si para que permee la praxis política e indique la orientación de las políticas de gobierno.

“El proceso que hemos iniciado no es partidocrático, es de profunda visión sobre lo que hace falta hacer. El Dios del dinero no puede mandar más. La adhesión de los intendentes de un lado y de otro ha generado una toma de conciencia” (Mariano Mera, Apoderado de la Provincia Franciscana de la Asunción de la Santísima Virgen del Río de la Plata, entrevista realizada el 05/05/2016).

Así las cosas, el PdP ha sumado nuevos apoyos en la segunda mitad de 2016. Más de 400 referentes políticos, intendentes de municipios de diversas provincias, dirigentes sindicales, movimientos sociales e incluso líderes de distintas confesiones religiosas lo suscribieron. Su impacto como hecho político-religioso ha trascendido el ámbito nacional. También la Organización Paraguaya de Cooperación Internacional comprometió la adhesión de sus jefes comunales.

La confluencia de actores de procedencias políticas, sindicales y sociales diversas se fundamenta en la coincidencia de los valores que deben imponer a la gestión institucional y del liderazgo de Francisco como eje vertebrador para la conformación del espacio político. Al mismo tiempo, el acercamiento a determinados obispos y el involucramiento de algunos prelados12 en el crecimiento del PdP no es ajena a la construcción de poder religioso dentro de la Iglesia católica argentina. En ese sentido, el Pacto expresa una herramienta de acumulación que es política y religiosa en simultáneo. La cosmovisión de la política y la religión como un campo integrado (Mallimaci y Esquivel, 2014), vehiculiza un proceso de retroalimentación que potencia la construcción de poder y la ocupación de espacios institucionales. La designación del Intendente de Merlo como secretario de Culto y Doctrina Social de la Iglesia Católica en el marco del partido Justicialista13 debe leerse desde ese enfoque analítico. Su rol protagónico como impulsor del PdP y su proximidad al papa Francisco han sido elementos de relevancia para su inserción en las estructuras partidarias de poder.

Desde la visión de los actores confesionales que han sido partícipes, el PdP es un emblema de un amplio compromiso nacional para adoptar políticas y recursos en materia social. Considerando que la encíclica papal focaliza significativamente la cuestión ecológica en un sentido integral, son promotores del acercamiento de referentes y de sectores políticos a las propuestas religiosas de cuidado de la naturaleza. El escenario franciscano no respondió a un factor azaroso: San Francisco es valorado por su respeto profundo de la naturaleza y ha sido nombrado patrono de la ecología por Juan Pablo II. Por otro lado, el ambiente religioso resultó propicio para refrendar en la memoria histórica el lugar del catolicismo en la génesis de la nación: se conmemoraban los 200 años de la participación del fraile Cayetano Rodríguez como diputado del Congreso de la Independencia de 1816.

La eclesiología de los religiosos que, con distintos niveles de visibilidad, han acompañado el desarrollo del PdP fundamenta esa disposición. La construcción del reino de Dios se corporiza en el mundo cotidiano, entablando vínculos y participando de proyectos orientados a la promoción humana. No se contempla una disociación, sino una integración entre las dimensiones espirituales y sociales para cumplir con la misión divina. Es en el territorio donde se vivencia ese trabajo indisoluble, cuando la organización de un proyecto comunitario reproduce el testimonio y la palabra de Dios. La percepción de los componentes de la cosmología popular rubrica esa línea pastoral: “las honduras más profundas que hay en el corazón de nuestro pueblo: la fe, las devociones y el compromiso con los demás” (monseñor Fernando Maletti, obispo de Merlo-Moreno, entrevista realizada el 17/02/16).

Del compromiso de obispos y religiosos en el acompañamiento y promoción del PdP, así como del papel que juega y le asignan al papa en la política doméstica, surgen interrogantes sobre las lecturas y valoraciones que circulan dentro de la jerarquía eclesiástica argentina y que se podrán indagar y analizar en una futura investigación.

Entre afinidades electivas y cosmologías subsidiarias: ontología del lazo político-religioso

La génesis, la geografía de la conformación, la retórica de las proclamas y el devenir del pacto de Padua evocan las afinidades electivas y las cosmologías subsidiarias que enmarcan el lazo político-religioso en la Argentina. Retomando el concepto con el que Max Weber relacionó la ética protestante con la lógica del capitalismo moderno, Michael Löwy define la afinidad electiva como “el proceso por el cual dos formas culturales -religiosas, intelectuales, políticas, económicas- entran, a partir de ciertas analogías significativas, en un parentesco íntimo o afinidad de sentido, en una relación de atracción e influencia recíproca, elección mutua, convergencia activa y reforzamiento mutuo” (Löwy, 2008: 101).

Cada uno de los componentes enumerados por Löwy son constitutivos del PdP. Lejos de nominarlo como una iniciativa política, los propios protagonistas le imprimen un significado con una alta carga simbólica confesional. La referencia omnipresente de la figura de Francisco refuerza la amalgama político-religiosa del fenómeno. Amalgama que se remite y a la vez revitaliza los fundamentos históricamente compartidos entre peronismo y catolicismo.

Recordemos que los principios fundantes del peronismo, explicitados en la “Comunidad Organizada”, se nutrieron de las enseñanzas de la Doctrina Social de la Iglesia14. El énfasis en la justicia social, la defensa de los sectores más postergados de la sociedad, el rol del Estado para garantizar una concertación entre el capital y el trabajo, el papel de la familia como núcleo primordial de la sociedad y el perfil nacionalista y antiimperialista distanciado del capitalismo y del socialismo por igual, confluían en análogos modelos de sociedad reivindicados tanto por el peronismo como por el catolicismo. Asimismo, inspirado en las encíclicas papales “Non abbiamo bisogno”, “Mit Brennender Sorge”, “Divini redemptoris” y “Rerum novarum”, Perón contornó la idea de la “tercera posición” y diseñó los planes gubernamentales en el área social.

Por otro lado, la cosmología subsidiaria hace referencia a un conjunto de representaciones colectivas que se plasman en un abanico de usos y costumbres arraigados y que moldean el modus operandi de dicho colectivo. En este caso, se refiere a los imaginarios y praxis que despliegan actores políticos y católicos, quienes conciben la relación entre Estado, política y religión en términos de subsidiariedad y complementariedad. El modo de pensar la política y la construcción del poder apunta al eslabón religioso como un engranaje primordial. La forma de diseñar la gestión estatal incluye la intermediación de las estructuras religiosas presentes en el territorio. De allí que la política pública canalice sus programas de gobierno a través de la extensa red que el catolicismo dispone y que se ve reforzada merced al soporte estatal. Tanto las escuelas confesionales como los comedores de Caritas, las organizaciones católicas que construyen viviendas y las pastorales de la salud de cada diócesis que distribuyen kit sanitarios, reciben financiamiento público y son parte de los dispositivos con que cuenta el Estado para “bajar” la política pública a la ciudadanía15. En tanto inmersos en una lógica relacional, también los agentes religiosos interpelan las estructuras estatales desde la misma lógica vincular y sus estrategias de presencia pública dependen en buena medida de esos mecanismos de interacción.

Sea por la cultura católica en que buena parte de la clase política ha sido socializada, por la firme percepción del rédito extra-político que los propios actores suponen que el vínculo con la religión les proporciona, o por la matriz integral que históricamente ha predominado en la dirigencia católica nacional (Mallimaci, 1988), las afinidades electivas y las cosmologías subsidiarias funcionan como dos polos de atracción que sellan y funden la relación entre religión y política en la Argentina.

En este marco interpretativo, emplazamos la dinámica del PdP cuyos protagonistas naturalizan y reactualizan un vínculo de larga data pero que adiciona nuevos ingredientes a la memoria histórica compartida entre religión y política en la Argentina.

Tanto en momentos de crisis sistémicas16, como en contextos de carencia de liderazgos -recordemos la vigencia en el siglo XX de figuras como Juan Domingo Perón, Salvador Allende, Martin Luther King, Indira Ghandi, Nelson Mandela, Mao Tse Tung y Fidel Castro, entre otros-, lo religioso parece asumir una mayor gravitación en la arena política, desairando las pretensiones normativas que auguraban su desplazamiento del espacio público.

Las ciencias sociales han reflexionado largamente sobre el papel de la religión en el binomio público-privado, revisando incluso sus profecías a la luz de los procesos históricos.

Si en una primera instancia la teoría de la secularización auguró la privatización de la religión y su retraimiento de la arena pública (Berger, 1967), la innegable presencia de instituciones, actores, manifestaciones y discursos religiosos en los más diversos planos de la vida social han llevado a repensar aquel presagio declinante de lo religioso. Surgieron nuevos debates a partir de las argumentaciones que esgrimían una “revancha de Dios”, un “retorno de lo sagrado” o la “permanencia de la religión”, inadvertida por los especialistas, habida cuenta del encuadre paradigmático de sus interpretaciones. El propio Berger volvería sobre sus ideas e incorporaría el concepto de des-secularización para describir la visibilidad de lo religioso en la política, en la cultura y en la vida cotidiana de los individuos (Berger, 1999). El sociólogo norteamericano revisaría sus postulados y, con un tono autocrítico, refutaría los preceptos que asociaban la modernidad con la declinación de la religión. Modificando sus premisas, reconoció que la modernidad no produjo una menor religiosidad, sino una mayor pluralidad de creencias, valores y estilos de vida (Berger, 2012).

En el mismo sentido, José Casanova haría referencia a la noción de des-privatización para dar cuenta de la presencia pública de las religiones en el mundo moderno.

“Lo nuevo e inesperado de los “80 no fue la aparición de “movimientos religiosos nuevos”, “la experimentación religiosa” o “la conciencia religiosa nueva” (…)  sino la revitalización y la asunción de papeles públicos por precisamente aquellas tradiciones religiosas que tanto las teorías de la secularización como las teorías cíclicas del renacer religioso habían dado por hecho que se iban tornando marginales e irrelevantes en el mundo moderno” (Casanova, 1994: 17).

En la Argentina en particular, pero en América Latina en general, no encuentra potencial heurístico la referencia a una declinación o regreso de la religión a la esfera pública, cuando en buena parte de los países de la región ese espacio ha sido históricamente una de las áreas de actuación privilegiada de grupos y actores religiosos en sus estrategias de construcción de identidades y de posicionamiento institucional. Desde una mirada retrospectiva, el lazo vertebrador entre religión, política y sociedad, aunque con signos y componentes en transformación, ha continuado proyectándose sin solución de continuidad.El pacto de Padua reproduce rasgos históricos que han marcado a la cultura política argentina. Nos estamos refiriendo a la construcción de una identidad, símbolos y cohesión social apelando a la institución católica, a sus agentes, sus lenguajes y sus referencias de sentido. No resulta entonces novedosa la naturalización de la presencia de la institución católica en la sociedad política, el auspicio de su injerencia en la esfera pública, la promoción de su participación en la gestión de políticas públicas y en la discusión legislativa (Esquivel, 2009). En todo caso, la particularidad del PdP radica en el lugar central asignado al papa. No estamos frente a una interpelación en tanto mediador17, sino en tanto conductor. La carencia de liderazgos indiscutidos, sumada a la naturalización del lazo político-religioso y a la lectura en clave política del perfil pastoral y de la trayectoria de Francisco, confluyen para investirlo con una función inédita: la de constituirse en el referente de un espacio en formación. La percepción de que la máxima autoridad de la Iglesia católica incidirá en el corto o mediano plazo para “resolver” la política interna -o la interna política- del peronismo, alimentada diariamente por un sinnúmero de anécdotas con alta significación política -llamados personales de Francisco, avales y apoyos del papa a determinadas decisiones o iniciativas de grupos y movimientos, etc.- funciona como reaseguro de la legitimación mediante su figura.

Paralelamente, el PdP condensa y visibiliza con nitidez la trama vincular que cristaliza un campo político-religioso integrado en la Argentina. No resulta necesaria aquí una pericia etnográfica para identificar instancias de solapamientos. La configuración del fenómeno, la escenificación y fundamentalmente el sentido que sus protagonistas le imprimen al espacio que han fundado en el verano de 2016, tornan estéril toda pretensión de marcar fronteras entre la religión y la política e inadecuado abordar el acontecimiento intentando clasificarlo en una u otra esfera.

La continuidad del PdP aporta a la de la vigencia del papel de la Iglesia católica en la arena pública. Su vitalidad obligará a reorientar las preguntas de investigación planteadas por los sociólogos de la religión especializados en la temática. Si mayoritariamente los estudios dirigen la mirada analítica hacia el mundo religioso y las influencias de las instituciones confesionales en la sociedad política para profundizar los argumentos explicativos; ha sido menos explorado el sendero que focaliza la política y que se propone desentrañar cómo sus actores contribuyen a consolidar el lugar público que detentan las religiones -principalmente el catolicismo-, a partir de que lo religioso funciona como un dador medular de sentido subyacente a la praxis política.

El pacto de Padua nos brinda un escenario propicio para recorrer ese camino investigativo y profundizar en las transferencias, legitimidades y dislocaciones mutuas imbricadas en este proceso de construcción político y religioso. Nos advierte de su potencial para el análisis sociológico y, en simultáneo, nos desafía a la formulación de nuevas categorías emergentes con capacidades heurísticas para su interpretación.

 

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Documentos Pontificios

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3. ___________ (1999). Exhortación Apostólica “Ecclesia in America”.

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5. Bendedicto XVI. (2009). Encíclica “Caritas in veritate”.

6. Francisco. (2015). Encíclica “Laudato Si”.

 

Fuentes

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2. Discurso del papa Francisco en el barrio de Kangemi, Nairobi, 27/11/2015. http://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2015/november/documents/papa-francesco_20151127_kenya-kangemi.html

3. Discurso del papa Francisco en el encuentro con representantes del mundo del trabajo, Ciudad Juárez, 17/02/2016. https://www.aciprensa.com/noticias/encuentro-con-el-mundo-del-trabajo-en-el-colegio-bachilleres-del-estado-de-chihuahua-85807/

4. Registros de campo, 29/02/2016, 16/03/2016, 07/05/2016.

5. Entrevista a Gustavo Menéndez, Intendente de Merlo, realizada el 08/05/16.

6. Entrevista a Mariano Mera, Apoderado de la Provincia Franciscana de la Asunción de la Santísima Virgen del Río de la Plata, realizada el 05/05/2016.

7. Entrevista a Fernando Maletti, obispo de Merlo-Moreno, realizada el 17/02/16.

 

Notas

1. Diversos autores, clásicos y contemporáneos, han reflexionado sobre las implicancias de los procesos de modernización en la autonomización/intersección entre las diferentes esferas sociales (Weber, 1984; Asad, 2003; Habermas, 2006; Taylor, 2007; Casanova, 1999 y 2009; Oro, 1996; Pierucci, 2003; Blancarte, 2008; Michel y Pace, 2011; Mallimaci, 2015; Esquivel y Vaggione, 2015).

2. En 2003, Néstor Kirchner asumió la presidencia de la Nación. En 2007, Cristina Fernández de Kirchner, su esposa, lo sucedió, siendo reelecta en 2011 por otros 4 años.

3. Mientras que el kirchnerismo privilegió el desarrollo de la industria nacional, el actual gobierno de Mauricio Macri apuesta por el fortalecimiento de las exportaciones provenientes del sector agropecuario. Si el kirchnerismo potenció el fortalecimiento del vínculo regional en el marco del Mercosur, aunque resulta prematuro afirmarlo, las primeras acciones en la política internacional de Macri parecerían inclinarse por los acuerdos bilaterales más allá de la integración regional.

4. A modo de ejemplo, luego de que el gobierno de Macri cancelara el ‘Plan Qunita’, un programa ejecutado durante la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner orientado a la distribución de cunas para todos los bebés, el juez federal Claudio Bonadío ordenó la destrucción de 60.000 cunitas por considerarlas inseguras. La disposición generó un debate áspero en el que intervinieron incluso especialistas de la salud. En ese marco, trabajadores de la salud organizaron un petitorio de firmas dirigido al papa Francisco para que interceda y logre la revocación de la medida judicial. Recuperado de https://es.surveymonkey.com/r/trabajadoresdesalud Consultado el 15/12/2016.

5. Recuperado de https://www.aciprensa.com/noticias/texto-completo-la-enciclica-laudato-si-del-papa-francisco-en-pdf-y-version-web-64718/ Consultado el 11/10/2015.

6. Provenientes de más de 60 países, campesinos, recicladores urbanos, cooperativistas, trabajadores informales y sin tierra agrupados en organizaciones sociales, han confluido a partir de la iniciativa vaticana, impulsada por Juan Grabois, fundador de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) y del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) y designado por el papa como consultor en el Pontificio Consejo de Justicia y Paz.

7. Desde 1987, el peronismo gobernó ininterrumpidamente la provincia de Buenos Aires, la jurisdicción con mayor peso electoral.

8. El peronismo como movimiento político se expresa partidariamente como justicialismo, dado su proclamado compromiso por la justicia social.

9. Recuperado de http://www.pactodepadua.com.ar/ Consultado el 16/12/2016.

10.  El fuerte sesgo humanista y cristiano con que Perón definía a su gobierno y al modelo de sociedad que proyectaba en la segunda mitad de la década del cuarenta del siglo pasado, basado en la justicia social y en la solidaridad como valores supremos y con referencias recurrentes a la Doctrina Social de la Iglesia, certificaba la ascendencia católica en el universo simbólico peronista. Recuérdese la centralidad de la figura del sacerdote Hernán Benítez, confesor de Eva Perón y consejero espiritual de la Fundación que ella misma presidía.

11. En 1955, un golpe de Estado destituyó al entonces presidente Juan Domingo Perón, quien debió exiliarse primero en Paraguay, luego en República Dominicana y finalmente en España. Desde Puerta de Hierro, en Madrid, Perón se pronunció en diversas ocasiones, orientando el accionar de la llamada resistencia peronista, que bregaba por el retorno de su líder.

12. A la mencionada contribución del obispo Fernando Maletti, quien participó del cónclave de apertura, debe añadirse la disposición de Gustavo Help, titular de la diócesis de Venado Tuerto, provincia de Santa Fe. A través de su gestión, el intendente local, José Luis Freyre, adhirió al Pacto de Padua. El 7 de mayo de 2016, en el Colegio Sagrado Corazón de Jesús de dicha localidad, el jefe comunal rubricó su incorporación al PdP, ante la presencia del obispo, legisladores nacionales, provinciales y funcionarios locales. Previamente, se plantó un olivo en las instalaciones del colegio religioso, como señal de paz (registro de campo, 07/05/2016).

13. El 16 de junio de 2016 en la sede partidaria, fue presentada la mencionada secretaría por el Presidente del Partido Justicialista, José Luis Gioja. Gioja y Menéndez destacaron entre los principales objetivos de la labor de la secretaría, la aplicación del “magisterio conceptual de la Doctrina Social de la Iglesia”.

14. En la Comunidad Organizada, Perón trazó las principales líneas de la Doctrina Nacional Justicialista. La concepción de la política, de la economía, de la sociedad, de la familia y del ser humano, estaban contempladas en ese revelador libro de la ideología peronista. El fuerte tinte filosófico dejó entrever la influencia en la redacción de Hernán Benítez de Aldama, sacerdote peronista por excelencia.

15. Para una descripción ampliada del concepto de subsidiariedad, en clave de un particular tipo de laicidad en la Argentina, véase: Esquivel, 2016.

16. Por ejemplo, a fines de 2001, cuando la Argentina atravesó por un proceso de resquebrajamiento de su tejido social ante una crisis política, económica e institucional, la Iglesia católica se convirtió en el eje central de la convocatoria a una Mesa del Diálogo que incluyó a representantes religiosos, estatales, de la sociedad civil y del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, con el objetivo de definir medidas de emergencia tendientes a paliar la delicada situación social.

17. Ha sido recurrente en las últimas décadas el papel de mediación que líderes católicos ejercieron ante conflictos sociales y/o diplomáticos. En la última década, se destacan las intervenciones de los obispos de la Patagonia (Neuquén, Viedma, Alto Valle y Santa Cruz), por cuestiones gremiales, sociales y ambientales; de Iguazú, Misiones, ante problemas políticos; y de Gualeguaychú, Entre Ríos, ante las diferencias diplomáticas entre Argentina y Uruguay por la instalación de una fábrica de pasta de celulosa en el margen del Río Uruguay y la probable contaminación ambiental de la región. Sin olvidar la intervención del papa Juan Pablo II a través del cardenal Samoré en el conflicto con Chile por el canal de Beagle hacia fines de los años setenta del siglo pasado.

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