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Sociedad y religión

On-line version ISSN 1853-7081

Soc. relig. vol.28 no.50 Ciudad Autónoma de Buenos Aires Oct. 2018

 

DOSSIER

 

Pedagogías de la menarquía: espiritualidad, género y poder

Pedagogies of menarche: spirituality, gender and power

 

Karina Felitti

IIEGE CONICET / FFyL UBA

karinafelitti@gmail.com

 

Magdalena Rohatsch

Universidad de Buenos Aires

mrohatsch@hotmail.com


Resumen

Las consideraciones sociales sobre la menstruación están siendo transformadas a partir de su inclusión en la agenda académica, cultural y mediática, la actualización del mercado de productos de gestión del sangrado, la visibilidad de los activismos, y de un discurso espiritual que la relaciona con los ciclos naturales y lo sagrado. Este artículo indaga en las propuestas educativas, lúdicas y celebratorias de la menarquía que combinan elementos de espiritualidad Nueva Era y consignas feministas, a partir del relevamiento y análisis de libros dirigidos a niñas y de etnografías presenciales y virtuales de círculos/talleres para ellas y sus madres o cuidadoras. Los hallazgos muestran que estas propuestas de formación y acompañamiento rescatan los aspectos subjetivos y emocionales de la experiencia, refuerzan lazos de solidaridad con otras mujeres y priorizan el autoconocimiento como fuente de poder. Asimismo, complejiza las relaciones entre secularización, género y educación sexual, al destacar los aportes que provienen de un entramado espiritual.

Palabras clave: Menarquía; Pedagogía; Espiritualidad; Género; Poder.

 

Abstract

Social considerations on menstruation are being transformed from their inclusion in the agenda of the academy, cultural industry and the media; the update on the Fem Care marketplace, the visibility of activisms, and an spiritual discourse that relate menstruation with natural cycles and the sacred. This article explores the offer for celebrating menarche which combines elements of New Age spirituality and feminist slogans, from the survey and analysis of books addressed to girls and from on-site and virtual ethnographies of circles/workshops for girls and their mothers or caregivers. The findings show that this educative and accompaniment proposals rescue the subjective and emotional aspects of menstrual experience, reinforce bonds of solidarity among women and prioritize self-knowledge as a source of power. The dynamics this offer propose also complicate the relationships between secularization, gender and sexual education, highlighting the contributions that come from a spiritual framework.

Key words: Menarche; Pedagogy; Spirituality; Gender; Power.


Introducción

Desde hace más de medio siglo las empresas que producen y comercializan tampones y toallas “femeninas” sostienen campañas educativas como parte de sus estrategias de márketing y de compromiso social (Luker, 2007; Tarzibachi, 2017). Producen películas, cuadernillos y folletos, gestionan sitios de Internet y redes sociales, diseñan aplicaciones para teléfonos celulares y organizan campañas de donación para poblaciones con sus derechos vulnerados. Atienden así una necesidad de información no siempre satisfecha por el sistema educativo y las familias, y una falta de políticas en torno a la menstruación por parte de los estados.

Hasta hace muy poco, en la Argentina la menstruación estuvo fuera de los contenidos educativos, o reducida a sus aspectos biológicos y con un fuerte sesgo de género. En las publicaciones que comenzaron a circular en los años sesenta para ayudar a los padres en la educación sexual de su hijos/as (Felitti, 2009; Cosse, 2010), la menstruación fue presentada como el signo del “hacerse señorita”, un hecho que debía causar alegría en tanto acontecimiento “natural” del ser mujer y antesala de la maternidad biológica que necesitaba legitimarse con un matrimonio heterosexual previo (Tarzibachi, 2017). Durante la transición democrática de los años ochenta, y basándose en la importancia que tomó el discurso de derechos humanos, comenzaron a elaborarse políticas de familia, género, sexualidad y reproducción (Pecheny & Petracci, 2006), mientras se replanteaba el lugar de niños, niñas y adolescentes en la sociedad, no ya como objetos de tutela sino como sujetos de derecho (Llobet, 2001)1.

Estos cambios en las formas de pensar la infancia, el género y la sexualidad confluyeron en la configuración del derecho a la educación sexual. A las experiencias pioneras de los años sesenta fueron sumándose otras (Wainerman, Di Virgilio & Chami, 2008) y finalmente, luego de un período de intensos debates y fuerte oposición de la Iglesia Católica (Esquivel, 2013; Torres, 2016), en 2006 se sancionó la ley nacional 26.150 que estableció la obligatoriedad de la educación sexual integral (ESI) en todos los niveles educativos. Su enfoque integral propone ir más allá de los modelos biomédicos escindidos de sus contextos socio históricos, y de otros moralizantes asociados a determinados valores religiosos (Morgade, 2011), aunque las dificultades para instalar este modelo siguen siendo importantes (Morgade, Fainsod, González del Cerro & Busca, 2017). Por ejemplo, en uno de los materiales producidos por el Programa ESI para las familias se dice que la menstruación: es algo que no debe generar vergüenza, que debe hablarse de ella con los varones, que es “como muchos de los otros cambios que se dan en la vida de las nenas cuando dejan la infancia” (Marina, 2011: 19) y que tiene relación con la posibilidad de ser madres, aunque “eso no quiere decir que ‘ya’ sea momento” (ídem).

El Programa Nacional ESI insiste en que sean los propios agentes educativos quienes aborden los contenidos –en articulación con instituciones de salud, ONGs, familias– pero esto no ha impedido que las empresas de “cuidado femenino” continúen brindando charlas informativas que se enfocan en los aspectos biológicos del ciclo menstrual y en las formas más eficientes de contener el sangrado. En tanto el objetivo es promocionar una marca, la menstruación se asocia a un ritual económico (Brumberg, 1997).

En paralelo a la oferta educativa de las empresas de “cuidado femenino” y del Estado, desde la sociedad civil se impulsan propuestas de educación y acompañamiento para la menarquía –como libros y talleres–, enmarcadas en discursos sobre la espiritualidad femenina y la cultura de la Nueva Era. Esta oferta interactúa en un contexto de cambios en las formas de abordar la menstruación a partir de la disponibilidad de nuevos y renovados productos de “gestión menstrual” (toallas de tela, esponjas marinas, copas menstruales), aplicaciones para teléfonos celulares y calendarios que invitan a un seguimiento del propio ciclo, la revalorización del autoconocimiento corporal, y el contacto y la recolección de la sangre para utilizar como pintura, para riego o para la elaboración de tinturas madre. A esto se suma el crecimiento del “activismo menstrual” –que demanda visibilidad, exenciones impositivas, políticas educativas, distribución gratuita de productos y disociación del binomio mujer/menstruación (Bobel, 2010; Guillo Arakistain, 2014; Fahs, 2016)–, la mayor atención que recibe el tema por parte de la academia y los medios, el aggiornamiento de algunos discursos publicitarios (Tarzibachi, 2017; Thiébaut, 2017; Felitti, 2016) y la progresiva inclusión de la “terapia menstrual”2 como parte de la oferta terapéutica no convencional (Saizar & Bordes, 2014). Asimismo, ubicamos la circulación de libros sobre menarquía en un proceso de renovación de la literatura infantil hispanoamericana que integra a sus temas clásicos la diversidad sexual (Larralde, 2014) y la justicia social y de género3.

Frente a la falta de estudios centrados en las experiencias cotidianas del ciclo menstrual –y ya no solo en las “patologías de la menstruación”– (Blázquez Rodríguez & Bolaños Gallardo, 2017), este artículo propone analizar las significaciones de la menarquía en relación con procesos más amplios de subjetivación y empoderamiento, y en entornos festivos. Consideramos que este conjunto de materiales permite profundizar el conocimiento de las relaciones que establecen las mujeres con las creencias, objetos y ceremonias de la cultura de la Nueva Era, así como las modalidades de transmisión intergeneracional entre mujeres sobre temas relacionados con el cuerpo, las identidades de género, la sexualidad, el autoconocimiento y el poder.

Nuestras fuentes de análisis son libros infantiles que tienen como tema central la menarquía; y seis propuestas de talleres de reflexión y ritual sobre las “primeras lunas” para niñas y mujeres adultas (madres, abuelas, “guardianas”, “ancestras”, etc.). Tres libros fueron editados en la Argentina, cuatro en el exterior4, la mayoría de forma autogestionada5. En dos de los talleres se realizaron observaciones participantes (1 y 2) y en los otros (3 a 6) se analizaron las convocatorias, fotos e historias publicadas en Facebook. Además, se realizó una entrevista a Ramirez Vásquez (2017), organizadora de un taller y autora de uno de los libros.

El marco conceptual propone el cruce entre los estudios de género y sexualidad con los estudios de religión y espiritualidades, para abordar desde allí las relaciones entre secularización, género y derechos sexuales y (no) reproductivos. Los casos fueron seleccionados de manera inductiva, siguiendo criterios teóricos (Vasilachis, 2006). Utilizamos estrategias de investigación cualitativa: observación participante, análisis documental, producción de entrevistas y conversaciones informales con participantes. Los datos primarios del trabajo de campo fueron obtenidos con autorización y consentimiento de las personas involucradas, previa comunicación de los objetivos de nuestra presencia en los eventos, entre ellos, la publicación de resultados en un artículo científico. Trabajamos con cinco ejes que recuperan categorías comunes a los talleres y los libros y que fueron construidas inductivamente: a) Linaje/Legado; b) Naturaleza y lo sagrado; c) Celebración; d) Conocimiento y poder; e) Género.

 

Antecedentes

El estudio pionero de Carozzi (2000) definió al movimiento Nueva Era como una combinación de disciplinas y discursos que sostienen una concepción holística de la persona, impulsan la transformación personal a partir del autoconocimiento, y priorizan lo emocional e intuitivo por encima de lo racional, recuperando una tradición de autonomía de las clases medias urbanas. Otras características son la combinación no conflictiva de religiones orientales, terapias alternativas y prácticas espirituales, a las que adhieren individuos que mayoritariamente comparten modos de sociabilidad y una comprensión de la realidad atravesada por lenguajes de la energía, la filosofía positiva, la ecología y el crecimiento personal (Semán & Viotti, 2015).

Muchos elementos de este movimiento se encuentran en productos de la industria cultural, actividades de recursos humanos de las empresas, exposiciones que ofrecen productos para el desarrollo de una vida sana y saludable para el cuerpo y el alma (Funes, 2016) y en la oferta terapéutica dentro y fuera del sistema de salud (Krmpotic & Saizar, 2016). Muchas veces la oferta sobrepasa los mercados esotéricos y llega a centros comerciales donde la clase media puede comprar sahumerios, atrapa-sueños, velas, libros sobre ángeles y diosas, cartas de tarot, etc. (De La Torre & Gutiérrez Zúñiga, 2005). Para estas autoras el new age dejó de ser un movimiento contra-cultural alternativo para ser una exitosa industria cultural, un estilo de vida basado en un tipo de consumo alternativo (De la Torre, 2012), principalmente sostenido por mujeres (Crowley, 2011). Consideramos que los bienes (libros) y servicios (talleres) aquí analizados son parte de esta transformación.

Por otro lado, el discurso de género de este movimiento presenta a mujeres y varones como seres diferentes en esencia, que actúan de acuerdo con sus diferencias biológicas, aunque ambos necesitan integrar sus lados masculinos y femeninos para ser un todo “divino andrógino”6. En esta puesta en valor del cuerpo como signo de identidad, la reunión de bio mujeres –y en menor medida de bio varones– es una práctica frecuente. Ramírez Morales (2016, 2014) estudió las dinámicas de estos círculos en México y sus modos de abordar la menstruación7. En la Argentina se han estudiado los círculos de duelo gestacional (Felitti e Irrazabal, 2018), de sexualidad, ginecología natural, fertilidad consciente y menstruación consciente (Felitti, 2017a y 2017b) y de usuarias de la piedra de obsidiana (Elizalde, 2016). Estos trabajos muestran que si bien la espiritualidad Nueva Era prioriza la transformación personal, extiende redes de conexión a partir de una utopía compartida que, en el caso de las mujeres, incluye el fin de las violencias, el respeto por sus decisiones, el apoyo a sus planes y creaciones, etc. En ese sentido, a partir de dos estudios cualitativos en el Reino Unido, Sointu y Woodhead (2008) indagan qué puede representar para las mujeres el “giro subjetivo”, en tanto estas creencias apoyan y alientan el desplazamiento de una individualidad desinteresada (selfless) a una expresiva (expressive selfhood), que implica también cuestionar la disyuntiva entre vivir para otros y vivir para una misma.

Algunos discursos y prácticas identificadas como espirituales ofrecen a las mujeres nuevos modos de conceptualizar sus cuerpos y visiones más positivas de procesos como la menstruación, la menopausia, el parto y la lactancia (Fedele, 2014). Sin embargo, el empoderamiento que ofrecen estas espiritualidades –según sostienen Fedele y Knibbe (2013) en base a los hallazgos de sus etnografías– no impide los estereotipos de género y la dominación. Es decir, aunque estas espiritualidades contengan una crítica implícita o explícita a las religiones establecidas por ser misóginas o patriarcales, esto no las exime de reproducir aquello que critican.Algunos estudios analizan las celebraciones de la menarquía en diferentes culturas: las de estilo New Age en circuitos urbanos (Houseman, 2007)8; como rito de paso para niñas indígenas de Brasil (Rangel, 1999); en los pueblos originarios de la Patagonia argentina (Hernández, 2015); las niñas tobas de Formosa (Gómez, 2006); y las guaraníes y otras mujeres indígenas (Hirsch & Fitte 2015). Los estudios sobre contextos urbanos latinoamericanos se centran en la reflexión sobre el enfoque médico-biológico de la información que reciben las chicas premenárquicas (González & Montero, 2008) y el modo en que esto perpetúa los tabúes (Fernández Oguín, 2012). Algunos destacan la importancia de entender la menarquía como una oportunidad de aprendizaje para las niñas (sobre sí mismas y sus cuerpos), y la importancia de abrir espacios de diálogo que las ayuden a sentirse más seguras respecto del ciclo menstrual (Da Silva Brêta, Cassia Tadini, Dias de Freitas & Goellner, 2012).

 

Análisis

Como ya señalamos, los libros sobre menarquía se inscriben en un proceso de aggiornamiento de la literatura infantil, que incorpora también contenidos relacionados con la ecología y las espiritualidades. Los libros y los talleres analizados presentan características comunes en cuanto a los temas y abordajes, y también se conectan y retroalimentan entre sí y con otras ofertas de estos circuitos. El taller 1, para “niñas” de 9 a 15 años y las mujeres que las acompañaban, fue facilitado por Victoria, de unos 30 años, madre de una niña pequeña, capacitadora en educación sexual, doula, facilitadora de círculos de mujeres adultas, y formada como “terapeuta menstrual”. Fue realizado en una librería ubicada en el barrio de Liniers, al sur de la ciudad de Buenos Aires, que se especializa –según su página de Facebook– en la venta de libros “inclusivos” y ofrece talleres creativos para “niñxs” acompañados con “merienda saludable”. Esta librería suele ofrecer sus productos en ferias y encuentros feministas y de mujeres.

El taller 2 fue facilitado por Clarisa, psicóloga, educadora, co-fundadora de Cíclica, la empresa que produce en la Argentina la copa menstrual Maggacup. Esta propuesta consistió en un ciclo de cuatro encuentros dirigidos a mujeres adultas que buscaban repensar sus propias menarquías y legar sus recorridos a otras niñas y jóvenes. Fue realizado en un salón de usos múltiples en el barrio porteño de Colegiales, al norte de la ciudad. Durante ese taller se recomendó el libro Las Lunas, que es parte de nuestro corpus y que en aquel momento, octubre de 2014, era pionero. Ese libro a su vez forma parte de un kit “lunitas” que ofrece el emprendimiento de mujeres Flor de Luna para regalar a niñas y adolescentes, que incluye además, una bitácora para registro del ciclo, un poster explicativo, toallitas de tela, entre otros elementos que celebran, generan la oportunidad de “charlar” y traen “buena energía”.

En ambos talleres las asistentes adultas pertenecían a la clase media, la mayoría con estudios universitarios o terciarios completos. El taller 1 se conformó con tres madres y sus tres hijas, y la dupla formada por una de nosotras y su propia hija. Las niñas tenían entre 8 y 13 años y sus madres entre 35 y 44. Al primer y tercer encuentro del taller 2 asistieron una dupla madre e hija de 50 y 20 años; la madre de la facilitadora de más de 50 años, otra mujer de la misma edad, la dueña del espacio, de aproximadamente 30 años, y una de las autoras.

 

Linaje/legado

Todas las propuestas –literarias y de taller– fueron diseñadas por mujeres, la mayoría ya madres y de niñas. En cada una de ellas, las madres -junto a tías, abuelas, madrinas, cuidadoras- son interpeladas como “guías”, “modelos”, “guardianas” (taller 5). “¿Qué quieres decirle? ¿Qué no quieres decirle? ¿Qué le habrás transmitido a través de tus acciones/emociones conscientes e inconscientes durante toda su infancia?” (Las Lunas, 2017, 23 de agosto). Los talleres ofrecen un “puente de comunicación y un espacio de contención” (taller 5) y una oportunidad para que las mujeres adultas revisen su propia historia menstrual, algo clave para ellas y su linaje. La invitación puede tornarse imperativa: “Amate, respetate, honrate. Demostrale a tu hija y a tu hijo que tu sangre es sagrada, que tu útero es bendito y que tu cuerpo es perfecto. Hoy, ahora. Es urgente. El patriarcado pisa fuerte y nos respira en la nuca (…)”. El cierre del texto reproducía la consigna “#vivasnosqueremos”, del movimiento Ni Una Menos iniciado en la Argentina en junio de 2015 (Las Lunas, 2017, 13 de abril).

En un sentido similar, la promoción del taller 2 difundida por Facebook, contenía una frase de Christiane Northrup –ginecóloga y obstetra estadounidense, autora de best sellers sobre salud y sexualidad femenina–: “la mejor herencia de una madre a una hija es haberse sanado como mujer”. Esta actividad, dirigida solamente a mujeres adultas, las invitaba a “resignificar” la propia ciclicidad para poder hacer un “acompañamiento responsable, de autocuidado y autoestima fundamentales para que [las niñas] sean más felices, y seguras de sí mismas”. En la difusión del taller 1 se citó a Casilda Rodrigañez Bustos –con la sola referencia “Casilda R.” asumiendo que no se necesitaban más datos para reconocerla–: “Las mujeres tenemos que contarnos muchas cosas… de mujer a mujer... de mujer a niña ... de vientre a vientre”. La feminidad aparecía asociada al cuerpo, a la cavidad en donde se gesta y donde se experimenta el ciclo.

Unos días antes del encuentro, la facilitadora del taller 1 pidió a la inscriptas algunos materiales para el desarrollo de la actividad: una tela roja, flores y algo rico para compartir en el cierre. Además, invitó a madres e hijas a llevar fotografías del “linaje femenino” de la familia, de las madres embarazadas de sus niñas –presumiendo la maternidad biológica de todas–; de las madres cuando eran niñas y otras que reflejaran que ambas “aman mucho de sí mismas”. En el taller 2 el legado para las niñas se plasmó en un cuaderno que la facilitadora entregó a cada asistente para que registrasen lo que iba sucediendo (en ese momento y en otros solas), con dibujos, pintando o escribiendo. Ese registro íntimo de las mujeres adultas podría luego obsequiarse a sus hijas, nietas o a alguna niña que estuviera atravesando la menarquía o próxima a estarlo.

En uno de los ejercicios de este taller, las participantes fuimos invitadas a visualizar una situación biológica desde un enfoque histórico social y emotivo. La facilitadora explicó que desde la novena semana de gestación el feto femenino comienza a producir óvulos. Esta situación hacía posible que, en caso de una descendencia biológica, la abuela, la madre y la hija estuvieran todas conectadas en un momento. La consigna fue que cada una se pensara dentro del cuerpo de su madre (que estaba, a su vez, dentro del cuerpo de su abuela), y que pudiera imaginar, recordar, pensar, sentir, qué significaba ser mujer en cada época.

En el cuento de Mallagray (2016) abuelas y madres se presentan también unidas en pos de la formación de las nuevas generaciones: “cuenta la leyenda [que] cuando todos vivíamos en el bosque sabíamos escuchar a nuestras guías y guardianas: la abuela luna y la madre tierra. Ellas eran las encargadas de mostrarnos la naturaleza cíclica de la vida con respeto y amor”. Este linaje femenino tiene una tarea formativa, de acompañamiento. A la fiesta de celebración de la menarquía que organiza la mamá de la protagonista en el cuento de Serrano (2015), asisten la abuela, las tías, las primas, la vecina y la mejor amiga de la niña. Una reunión femenina que genera pertenencia y confianza: “Todas cantan mientras se acercan a besarme y a abrazarme. SOY una más del círculo” [destacado en el original]. Ella sabe que “en la reunión de mujeres podr[á] preguntar todo lo que quiera”.

A diferencia de lo que proponen en sus talleres y sitios de Internet empresas de “cuidado femenino” como Nosotras y Johnson & Johnson, aquí no son profesionales de la salud quienes contestan las preguntas de las niñas y adolescentes sino otras mujeres, que refrendan su saber en la experiencia. Se activan modos de transmisión intergeneracional en un contexto de erosión de otros espacios de relación entre niños/jóvenes y adultos –como las instituciones educativas y de crianza– (Carli, 2006). De ahí que la respuesta de las niñas en los talleres fuera entusiasta, según se observó en el taller 1 y confirmó su facilitadora respecto de otros anteriores, lo mismo que sostuvo Ramirez Vásquez en la entrevista (2017).

Este tipo de propuestas –recuperar la genealogía de mujeres dentro de cada familia y en la historia y trabajar sobre las relaciones entre madres e hijas– tienen singular importancia para el feminismo de la diferencia. Irigaray, una de sus referentes, propone una emancipación para las mujeres que tome como punto de partida la diferencia sexual, alegato que ha generado fuertes críticas por su supuesto “esencialismo” (Femenías, 2012). En un texto originalmente publicado en 1985 afirmó: “es importante que conservemos nuestros cuerpos al mismo tiempo que los sacamos del silencio y la servidumbre. Históricamente somos las guardianas de lo corporal, no debemos abandonar esta guardia, sino identificarla como nuestra (…)” (Irigaray, 2016: 41). La valorización del linaje femenino, la conexión con algo propio de la femineidad, el rol de “guardiana”, están presentes en una tradición feminista. Sin embargo, esto se ignora o queda poco visible para muchas mujeres ligadas a la espiritualidad que identifican al feminismo con la “lucha” y la negación de las diferencias entre hombres y mujeres, y que por eso lo rechazan o mantienen distancia de sus propuestas. Del mismo modo, algunas feministas minimizan las coincidencias que las espirituales tienen con autoras clásicas.

 

La naturaleza y lo sagrado

En uno de los cuentos, la abuela le explica a su nieta que “somos cíclicas. Como el año, nosotras también tenemos estaciones y cada mes vamos atravesando distintas etapas” (Serrano, 2015). En otro, la mamá le dice a su hija que la menarquía es “nuestra propia naturaleza, es la puerta al universo femenino” (Del Río, 2015). En Mallagray (2016), son la luna y la tierra las que depositan su sabiduría ancestral en el útero de cada mujer, que es en sí mismo un amuleto. También en los talleres la menstruación se presenta como algo “natural” relacionado con los ciclos de la naturaleza.

En el cuento de Ramirez Vásquez (2016) cuando la niña Blancanieves crece y deja de ir a jugar al bosque, este se entristece y todo se vuelve oscuro. La aparición de Artemisa “la Diosa de los bosques y de la fertilidad” reacomoda la situación cuando le dice “te entrego el más bello jardín, las mariposas y las flores en tu vientre” (p.13). La menarca es entonces el regalo de una diosa, que además le concede siete virtudes: “la fuerza de la niña, la creatividad de la maga, la nutrición de la madre, la sabiduría de la anciana”, y otras tres que Blancanieves elige sin explicitarlas. Finalmente ella comprende que “todas las niñas tienen en su vientre un jardín, un bosque interior y dos capullos que guardan muchas semillas, y cuando estos florecen, hacen que brote de entre sus piernas una miel roja que nutre la tierra” (p.27)9.

Si en este cuento los cambios de la pubertad son los que alejan a la niña de su conexión con la Naturaleza y con el juego, en Mallagray (2016) es la urbanización –“el cemento”, “los edificios”– lo que trastoca un mundo idílico en donde las mujeres “danzaban, fecundas, en luna llena y menstruaban en calma, en luna nueva”10. Con la ciudad lo que llega es también el capitalismo: “los frutos y cultivos, podían ahora comprarse. La velocidad le quitó lugar al ritmo y el descanso quedó reservado a los domingos...”. La posibilidad de revertir esto se coloca en las mujeres, en su capacidad de conexión: “Y así, cuenta la leyenda, que con cada mujer que despierta, otras miles se dan cuenta”. Ellas tienen el amuleto de la salvación, sus úteros.

Los talleres tienen una forma ritualizada que también conecta con la naturaleza, lo trascedente y una historia mítica. Como en los círculos de mujeres adultas, el inicio y el cierre de la reunión se realiza en ronda, tomadas de las manos, con alguna meditación corta que permita “bajar” la aceleración cotidiana y “conectarse”. En el taller 1, la facilitadora armó un “altar” con diferentes elementos: velitas, colgantes con piedras, un títere vulva, aceites esenciales, una ocarina con forma de vulva, flores y cartas de tarot que rodeaban la mesa circular baja. Cada una de las presentes fue invitada a sacar una carta que la facilitadora interpretó. Para las niñas, las cartas se asemejaban a sus juegos de naipes. De hecho, el tipo de tarot elegido fue uno con imágenes coloridas. Al final de los talleres, cuando se comparten los alimentos que llevan las participantes –generalmente “saludables”, frutas, productos sin TACC o de harinas integrales, frutos secos– se agradece la “abundancia” con la que provee la naturaleza. Durante la actividad, se desarrollan reflexiones y acciones (danzas, cantos, dibujos, meditaciones, estiramientos, respiraciones, juegos). La descripción del taller 4 explica que: “recuperar el aspecto ritual en cada uno de estos tránsitos es muy importante para potenciar la fuerza y la energía vital de la mujer, un momento en el que las mujeres se enfrentan a nuevos retos…”.

En el taller 5, los temas anunciados eran “sexualidad sagrada”, “la menstruación como algo sagrado y transformador” y “los ciclos lunares y la posibilidad de crear realidad”. Para Fahs (2016), la asociación entre la luna y el ciclo menstrual permite a las mujeres sentir que tienen una relación única, especial, sagrada con la naturaleza; una relación que no pueden establecer los cuerpos masculinos. De este modo, lo particular en lugar de excluir empodera.

El espacio del taller de Ramirez Vásquez (2017) era una “carpa roja”: un departamento en el barrio porteño de Boedo, con poco mobiliario, mucha luz natural y predominio del color rojo (almohadones, pintura de las paredes, cuadros, tazas, platos, etc.). Las fotos subidas a su Facebook luego de la celebración muestran a las madres vestidas de rojo y a las niñas de blanco, con una corona de flores y otros accesorios confeccionados durante el taller. Se las ve cruzando un camino de tela rojo, cubiertas con una gasa roja, y a sus madres esperándolas para abrazarse (Princesas menstruantes, 2018). Una tela roja también sirvió para envolver a cada dupla de madre e hija durante el taller 1 y así evocar la menarquía y facilitar la expresión de sentimientos en un entorno de resguardo. Entre los susurros se escuchaba nítidamente el llanto de las cuatro madres y de la niña más grande (13) que había asistido al taller. La atmósfera habilitaba la conexión entre madres e hijas y de ellas consigo mismas.

 

Celebración

En contraposición a la vergüenza que surge del tabú y que da lugar al silencio, los textos y talleres no solo proponen hablar de la menstruación, de la sangre, de las sensaciones que despierta, sino que invitan a celebrar cada ciclo y especialmente la menarquía.

En este sentido, estas propuestas se diferencian de otras educativas o comerciales que priorizan el conocimiento del proceso biológico –con ocasional espacio para lo emocional– y que incitan a tomarlo como algo natural –incluso reconociendo su aspecto de “pasaje” de niña a mujer–, pero sin que esto implique una fiesta. El ritual secular son algunas palabras informativas, la compra de productos (toallitas, analgésicos) e instrucciones sobre su uso. En cambio, el lenguaje que emplean las propuestas Nueva Era combina razón y emoción: se trata de “sentir pensar” la experiencia de la menarquía, las expectativas, temores, dudas, deseos, sin darles mucho espacio (o ninguno) a las explicaciones biomédicas. En el taller 4 lo lúdico apareció con un títere en forma de vulva, un juego de dados con un tablero dividido en zonas (útero, trompas, cuello) y con la invitación a escribir y dibujar con colores.

Entre las creadoras de estas propuestas, una lectura común es Luna Roja de Miranda Gray (2010) –que se presenta como terapista menstrual y maestra espiritual–. En este libro la menarquía aparece como un ritual de transición –de niña a mujer cíclica– que como tal debe estar acompañado de un acto simbólico que permita a la niña comprender y aceptar positivamente la transformación que experimenta. Con esta premisa se invita a festejar la primera menstruación que significa el ingreso a un círculo de hermandad femenina y el inicio de un proceso de empoderamiento a partir de conocer el propio cuerpo cíclico. En el cuento de Del Río (2015), la mamá le dice a su hija: “Hoy es un gran día, hermosa Ana. ¡Es un día para celebrar! (…) Todas las mujeres somos hermanas de sangre. Bienvenida, hija”. En Serrano (2015) la niña no se asusta cuando ve por primera vez la mancha amarronada en su ropa interior porque “sabía que pasaría y que sería motivo de ALEGRÍA” [destacado en el original]. En De Aboitiz (2014) se relatan celebraciones de la menarquía en distintas culturas, se proponen ideas para festejar –como hacer un viaje de mujeres o salir a algún lugar especial– y se ofrecen a los/as adultos recomendaciones de acompañamiento.

En el taller 1 madres e hijas bailaron alrededor del altar cuatro temas musicales elegidos por la facilitadora para representar las fases del ciclo menstrual en relación con los arquetipos que explica Gray (2010): luna nueva, “La Bruja”; luna creciente, “La Virgen”; luna llena, “La Madre”; y luna menguante, “La Hechicera”. Para la fase de Hechicera sonó “A la luz de la risa de las mujeres” de la catalana Rosa Zaragoza, “la creadora de la banda sonora que expresa el sentir del movimiento de humanización del nacimiento y crianza en todo el mundo”, según dice su sitio web. Las duplas bailaron –con bastante ritmo ya que la música es frenética-, cantaron, y al final aullaron “como lobas”. Se trata de un tema conocido en el ambiente de la espiritualidad femenina Nueva Era, incluido en las playlist “Círculo de mujeres” de YouTube y Spotify. Su letra reafirma la idea de linaje, hermandad y vínculo con la naturaleza: “(C)anto a las mujeres, que como las lobas bailan y aúllan a la luna. Juntas y salvajes van por las montañas, van en libertad y son hermanas. Recogiendo todos los logros de nuestras antepasadas, continuando con conciencia y usando nuevas palabras”.

 

Conocimiento y poder

Tanto los cuentos como los talleres consideran clave el acceso al conocimiento: “Comprender lo que te pasa durante estos cambios [físicos de la pubertad] y durante tu ciclo te va a dar fuerza y confianza. ¡Bienvenida!”, les dice De Aboitiz (2014) a sus lectoras. A diferencia de otros manuales de educación sexual, lo distintivo de estas propuestas es la invitación a observar(se), a reconocerse, a aprender de la experiencia propia y de otras mujeres. Esta práctica retoma postulados del movimiento por la salud de las mujeres –que en los setenta usaban un espéculo y un espejo para conocer su cérvix, su vagina– reforzándolos con elementos espirituales y/o sagrados. Se trata de comunicar un “conocimiento psico-bio-físico-espiritual” (taller 6). De Aboitz (2014) invita a las niñas a explorarse y reconocerse con un espejo y con el tacto. Romero y Marín (2016) sugieren “conecta de nuevo contigo y con lo que de verdad te importa y necesitas. Y, por encima de todo, obedécete”. Del Río (2015), usando la voz de la mamá de Ana, le dice: “(E)s importante que anotes en tu cuaderno la fecha en la que llega tu sangre cada mes. Vos tenés que empezar a conocer tu ciclo”. Al final de este libro hay páginas diseñadas como un diario menstrual, con espacio para que las lectoras anoten características de sus ciclos menstruales11. También en las últimas páginas del libro de Ramirez Vásquez (2016) se deja un espacio para que cada niña dibuje su jardín interior, escriba sus tres virtudes, apunte la fecha en que “la miel roja, la menstruación” fluyó entre sus piernas, registre sus sentimientos y comience a escribir su propia historia.

Como ya señalamos, en el taller 2 se proponía completar un cuaderno con dibujos, frases, sensaciones como legado para una niña. En el taller 1 se pidió a las participantes –madres y niñas– que dibujaran su ciclo. La facilitadora indicó trazar un círculo, dividirlo en cuatro y escribir alrededor los nombres del linaje (hija, madre, abuela, bisabuela) para luego registrar los gustos, disgustos, sensaciones, sentimientos, de cada momento. La niña de 13 años –que ya menstruaba y tenía un trabajo previo de registro incentivado por su madre– dibujó, en la fase premenstrual, chocolates, helados y una carita con lágrimas. Representó la fase menstrual con un caldero con sangre, una escoba de bruja y el ícono de WiFi como señal de conexión. En la fase de la niña dibujó una flor junto a las palabras “aventura” y “libertad”; y para la fase de la madre, un trofeo con las palabras “creatividad” y “poder”.

En Romero y Marín (2014) el poder de las mujeres no aparece con la menstruación sino desde el inicio: “Las niñas somos poderosas. Tú misma eres una niña poderosa. (…) Nuestro poder es silencioso e invisible y palpita desde siempre en tu interior (…)”. Se trata de un poder ligado a la capacidad de crear vida –“en nuestro interior llevamos la semilla del nuevo mundo”–, pero también vinculado a la destreza de las mujeres en el cuidado y el respeto por la vida. Con la menarquía “este gran poder se activará intensamente en ti”, mientras que la sangre menstrual se convierte en la expresión material de ese poder: “es la sangre de la vida”, es una forma de renacer cada mes tal como “renace la Naturaleza de la que tú formas parte”. Las opciones para gestionar el sangrado menstrual son también presentadas en los libros y talleres, pero no ocupan un lugar preponderante. En el taller 2, la facilitadora no presentó la copa menstrual como una solución al “problema del sangrado”, sino como una vía de conexión con la propia sangre, con el ciclo, con una misma. Además, recomendó que, antes de usarla, las niñas tuvieran momentos de autoexploración, que estuvieran ya familiarizadas con sus cuerpos, que conocieran sus cavidades. En sus talleres, Ramirez Vásquez presenta la amplia oferta de productos menstruales –industriales y ecológicos– y lleva también algodón sin procesar para que las asistentes puedan notar la diferencia y dimensionar el proceso de blanqueamiento. De ese modo, las niñas –y sus acompañantes– adquieren conocimientos sobre procesos industriales y sus efectos en la salud. En el libro De Aboitiz (2014) y en Menarquía, mi primera menstruación, publicado como zine, se incluye la descripción de los órganos sexuales femeninos internos y externos, con invitación a la autoexploración, y la explicación biomédica del ciclo menstrual, junto con elementos espirituales, información sobre plantas medicinales para aliviar dolores y una guía para confeccionar toallas reutilizables de tela12.

Cuando se pone esta información en circulación en los talleres las respuestas son variadas. Ramirez Vásquez (2017) contó que, durante un encuentro en Guatemala, una madre –usando el títere vulva– le explicó a su hija dónde estaba el clítoris y agregó: “es un órgano que tiene la única función de dar placer, pero solo cuando se es adulta”. “Pero si la niña ya siente –agrega Ramirez Vásquez (2017)– y dice que no puede montarse en la bici porque está haciendo algo malo porque no es adulta, ahí hay algo castrante, que genera culpa”. Con este ejemplo, confirmaba la importancia de trabajar con adultas y no solo con niñas, para desarmar creencias y alentar la libertad. 

 

Género

Algunos feminismos han criticado las propuestas de “espiritualidad femenina” por la importancia que dan al cuerpo biológico en la construcción de la identidad y su rechazo a los activismos (no quieren estar en “lucha” o “marchar”). Sin embargo, algunas de estas posiciones atraviesan un proceso de cambio. Por ejemplo, si bien en la mayoría de los libros y talleres se habla en femenino, y la menarquía se asocia a ser mujer, el uso de “mujeres”, en plural, es cada vez más frecuente, como también lo es la inclusión de temas ligados a la niñez trans. El taller 1 se realizó en una librería “inclusiva”13 y su facilitadora contaba con experiencia en talleres sobre niñez trans, pero fue en la respuesta a la convocatoria donde se dio un giro a la invitación pensada para bio mujeres (madres e hijas). Una de las asistentes, de 8 años, se identificaba como niña pero prefería usar “ropa de varón” y llevar el cabello muy corto. Contó que le había regalado sus vestidos a una amiga –presente en el taller junto con su madre–, que había recibido un tratamiento hormonal para retrasar la menarquía –aunque no explicó los motivos–, y que sufría cuando la identificaban como varón. La facilitadora, entonces, afirmó que también una persona identificada como varón podría transitar la menarquía. Esto generó un clima de confianza que habilitó a que las adultas expresaran sus dudas, temores y sentimientos. Una de ellas contó que su hija mayor “salía” con una “chica”, que ella estaba preparada para informarle sobre anticoncepción para una relación heterosexual, pero no para esta.

Los talleres de Ramírez Vásquez están dirigidos a niñas y madres y forman parte del proyecto Princesas menstruantes que promueve el “derecho de las mujeres a habitar y celebrar su propio cuerpo”14. No son “anti princesas” como las de la colección argentina, pero su caracterización es disruptiva respecto de lo que se esperaba tradicionalmente de una princesa: estas sangran orgullosamente. En ese sentido forman parte de un giro del que tampoco escapa la cultura de masas con las nuevas princesas de Disney Pixar (indígenas, latinas, solteras, afroamericanas). Respecto de la niñez trans –y en referencia al caso argentino donde existe desde 2012 una ley de identidad de género–15 Ramirez Vásquez (2017) señaló que “en Colombia no es posible que una niña decida ser niño (…) Cuando se legisla se abre un camino. Creo que es la mentalidad de la gente. La ciudad donde yo vivo es súper conservadora”. Ella conocía el caso de Luana, la primera niña trans del mundo en tener un DNI acorde a su identidad de género autopercibida. Había visto el documental dirigido por Aramburú y Paván en base al libro Yo nena, yo princesa (Mansilla, 2016) escrito por la madre de Luana. Incluso había conversado sobre el tema con sus compañeras de la formación de terapia menstrual, entre ellas la facilitadora del taller 1.

De Aboitiz (2014) define Las lunas como “un libro de bienvenida al ciclo femenino para niñas, niños, ma/padres, ties”: hay un lenguaje inclusivo y, al mismo tiempo, se sostiene la idea de un ciclo femenino. En el cuento de Ramirez Vásquez hay muchas mujeres cuidando de Blancanieves, pero el administrador del cuidado es el padre: “(C)ada tarde [él] enviaba a las cuidadoras para traer de regreso a la casa a Blancanieves…” (2016: 6). En Serrano (2015) el papá y el hermanito de la protagonista se alegran por la llegaba de la menarquía pero no participan de la celebración. En Del Río (2015) Ana no quiere aún compartir la noticia con el padre y los hermanos, pero la mamá le dice “(N)o hay nada que ocultar, lo que hoy sucedió es una celebración. (…) Cada uno tiene su tiempo para compartirlo”. Ramirez Vásquez (2017) contó sobre un padre que quiso participar de su taller pero, suponiendo que las demás niñas se sentirían incómodas dado que algunas no tenían papá, su colectivo le ofreció trabajar individualmente con la familia.

Los varones adolescentes oscilan entre la burla y la curiosidad. Es una experiencia a la que no pueden acceder. Esto podría colocar a las chicas (por lo menos momentáneamente) en un lugar de privilegio (Fingerson, 2006) y reforzar desde la experiencia los lazos del linaje femenino. Las chicas se sienten unidas entre sí por una experiencia que les pertenece. La frase “te chorrea el churrasco” (Rohatsch, 2013) puede resultar desagradable, pero la construcción –por y para los varones– de la frase “a nosotros nos chorrea del sachet [de leche]”, puede pensarse como una necesidad de equipararse.

En estas propuestas lo central es la construcción del linaje femenino, de un círculo de mujeres, de una hermandad femenina, pero también se entiende que esta tarea no puede realizarse sin una nueva masculinidad. Romero y Marín publicaron El libro dorado de los niños (2016), que deconstruye los valores de la masculinidad hegemónica, y El libro violeta más allá del rosa y azul (2018), sobre la diversidad sexual y la imposición de roles. Como dice la letra de “A la Luz de la Risa de las Mujeres”: “y que vivan con nosotras los nuevos hombres del mundo, que se inventan como nosotras para poder sembrar juntos”.

 

Conclusiones

Desde hace décadas las empresas de “cuidado femenino” ofrecen información sobre el ciclo menstrual con un enfoque biomédico, centrado en [la gestión de] el sangrado. En la Argentina, el reconocimiento de derechos sexuales y (no) reproductivos, junto con nuevas concepciones sobre la niñez y adolescencia llevaron, no sin resistencias, a la sanción de una Ley Nacional de Educación Sexual Integral (2006) que garantiza el acceso a la información en todos los niveles educativos. La menstruación forma parte de los contenidos curriculares y si bien el objetivo es presentarla como algo “natural”, corriéndola del lugar negativo del tabú, sigue enfocándose en sus aspectos biológicos y la asociación con la maternidad y las bio mujeres. Los aspectos emocionales quedan circunscriptos a los cambios hormonales y las consideraciones espirituales ni siquiera son mencionadas, en una consideración de la educación laica que aloja sin embargo distintos elementos religiosos (católicos).

En la confluencia de los estudios de género y sexualidades con la sociología de la religión, analizamos aquí otras formas de abordar la menstruación –en particular la menarquía– a partir del relevamiento de libros infantiles y la etnografía en talleres para niñas y sus madres (o cuidadoras). Ubicamos esta oferta en un contexto global y local de visibilización de los reclamos feministas en general –y del activismo menstrual en particular– y de difusión de elementos de la cultura de la Nueva Era y sus propuestas de espiritualidad femenina entre los sectores medios urbanos, la cultura de masas y el mercado en sentido amplio.

El movimiento de la Nueva Era reconoce la importancia del autoconocimiento como medio para la transformación y el empoderamiento personal, y de lo emocional/intuitivo por sobre lo racional y lo espiritual. Los libros y talleres aquí analizados conciben la menstruación como un evento que conecta a las mujeres con la naturaleza y con su linaje femenino. El despertar de la “naturaleza cíclica” de las niñas es interpretado como una oportunidad para “empoderarse” a partir de conocer las fases del ciclo menstrual y hacer un registro de ellas. En ambas ofertas encontramos actividades destinadas a este fin, por ejemplo las propuestas aplicaciones para celulares como Lunar, ama tu propio ritmo y los calendarios y agendas lunares que se venden en las ferias y eventos feministas y/o de mujeres.

La autoexploración corporal, las prácticas de autocuidado y autoconocimiento tienen antecedentes en el movimiento de salud de las mujeres y en tradiciones ancestrales de mujeres en tribus, usuarias de plantas medicinales, que se reunían en carpas rojas. Parte de este legado se retoma en los talleres armando carpas rojas en un departamento de un barrio porteño o usando una tela roja para cubrir a una madre y su hija en un ejercicio de intercambio de experiencias.

En la oferta analizada, el vínculo femenino primario es el de madre-cuidadora/hija, en el que la primera guía a la segunda en un proceso de aprendizaje del ser mujer cíclica. Al ocupar el rol de referente de las más jóvenes, se activan lazos de transmisión intergeneracional, solapados en otros ámbitos. Las adultas logran muchas veces resignificar y “sanar” sus propias trayectorias menstruales y heredarles a las niñas un legado que las fortalezca. El saber que emana de la medicina alopática se reemplaza con otros saberes y con agentes de transmisión que se reafirman en la propia experiencia y en formaciones complementarias/alternativas como “terapista menstrual”.

En lugar de ocultar la menstruación/menarquía se invita a celebrarla, con mujeres y también con varones, cuya participación es incentivada pero resguardando el rol principal que les cabe a las mujeres. La menstruación tiene algo de misterioso, de saber femenino que es bueno conservar en tanto sirve para tener algo propio, inaccesible para los varones biológicos. Algunos libros y talleres han problematizado la distinción binaria entre mujeres y varones, presentando distintos modelos de masculinidad y a la niñez trans, lo que habilita a pensar cuerpos menstruantes y no solo a bio mujeres que menstrúan. Este enfoque es más reciente, asentado en la Argentina con la ley de Identidad de Género (2012) y con la mayor participación del activismo queer y LGBTI en espacios políticos y académicos, y en el acercamiento de algunxs militantes a prácticas espirituales que a su vez habilitan el intercambio.

La superación del silencio y la vergüenza, la celebración del cuerpo y sus procesos, la autoexploración sin culpas, el diálogo y la construcción de linajes con sus madres-cuidadoras y con otras mujeres; compartir con sus padres y otros varones lo que moviliza la menarquía, cuidar la salud a partir de conocer alternativas de gestión del sangrado ecológicas y autogestionadas –incluso aprender a hacer sus propias toallitas– son algunas prácticas que posicionan a las niñas como sujetos de derechos. Que esto quede aun ligado a una definición de niña en sentido biológico marca una limitación que está en proceso de cambio en un contexto de diseminación de prácticas holísticas y espirituales, cuestionamientos al sistema biomédico, a los binarismos de género y al avance del movimiento de mujeres y feminista. El objetivo político de formar infancias y adolescencias libres de prejuicios y con equidad de género encuentra en esta oferta herramientas de ayuda que invitan a pensar en las relaciones entre secularización, sexualidad y derechos de maneras menos unívocas. 

 

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Entrevistas

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2. Victoria De Aboitiz. 2017. Entrevista de Radio Garabato. San Marcos Sierras, 20 de julio. Disponible en https://drive.google.com/file/d/0B-3TTv8VGNPOeWJFNDYtaklSdlE/view

 

Notas

1. En 1994 se incorporó a la Constitución Nacional la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño de la Organización de las Naciones Unidas (1989) y en 2005 se sancionó la ley nacional N° 26.061 de Protección Integral de los Derechos de las niñas, niños y adolescentes.

2. Zulma Moreyra de MadreTierra se presenta en su sitio web como “creadora de la Formación en Terapia Menstrual”. Tres de las mujeres al frente de la oferta aquí analizada se han formado con ella. Según describe su página, esta formación implica, entre otras reflexiones, “concienciar” el respeto por lo sagrado ancestral de la sangre lunar y sostener un eco-sangrado-sagrado entrando en comunión y ciclicidad con la naturaleza. Ver http://terapiamenstrual.com/terapia-menstrual/

3. Por ejemplo, la colección argentina de libros Antiprincesas (escritos por Nadia Fink y coeditados por la revista Sudestada y el sello Chirimbote) sobre la vida de Frida Khalo, Eva Perón, Violeta Parra, Juana Azurduy, el movimiento Ni Una Menos, entre otros títulos.

4. En el mercado local también pueden conseguirse –con cierta dificultad– El tesoro de Lilith. Un cuento sobre la sexualidad, el placer y el ciclo menstrual, de Carla Trepat Casanovas, con la guía didáctica de Anna Salvia Ribera y Menstrupedia Comic. La guía simple sobre la menstruación para niñas, producido por Menstrupedia y Eco-Ser.

5. Las Lunas es presentado en su página de Facebook como “un libro independiente de editoriales: se consigue por aquí (haz tu pedido y lo enviamos por correo)…”; Mi primer libro rojo pudo imprimirse luego de una preventa organizada también porFacebook; Princesas Menstruantes fue publicado gracias a un préstamo de dinero que la autora obtuvo de sus familiares.

6. Como veremos en el análisis, algunas propuestas han comenzado a cuestionar esta distinción binaria y el esencialismo biológico que la sostiene.

7. Ramirez Morales (2016) define los círculos de mujeres como formas organizativas que en su interior construyen nociones que permiten un acercamiento personal con lo sagrado y una concepción del cuerpo en conexión con la naturaleza, lo que propicia nuevos modos de relaciones sociales y el reconocimiento de las potencialidades femeninas.

8. Por fuera de la academia científica, el documental Monthlies de Diana Fabiánová, pensado para un público adolescente, presenta historias animadas y testimonios de niñas y púberes sobre sus experiencias menstruales y algunos rituales. En 2014, Hello Flo –empresa estadounidense que comercializa kits personalizados de productos menstruales– lanzó un anuncio en el que ironiza sobre las fiestas de la primera luna en las clases medias y su mercado: piñata con forma de útero, decoración en rojo, comida con colorantes de este mismo tono, etc. Disponible en https://www.youtube.com/watch?v=uxImhp1vF_o.

9. De Aboitiz (2012) aborda el tema de la lactancia en El misterio de la teta. Lejos de la explicación médica o procedimental, el “dar la teta” se vincula con el amor, lo trascedente y la naturaleza: la leche de mamá es una “pócima mágica”, “un río blanco”.

10. Las cuatro fases que la medicina estableció para el ciclo menstrual son asociadas a las cuatro fases de la luna: la menstrual está representada por la luna nueva; la preovulatoria por la creciente; la ovulatoria por la luna llena; y la premenstrual por la menguante. Paralelamente, las variaciones hormonales son interpretadas en términos de energía. Por ejemplo, el aumento del estradiol en la fase preovulatoria provoca sensación de potencia, de fuerza (Irusta, 2016).

11. La aplicación para teléfonos celulares Lunar, ama tu propio ritmo, creada por Ania Fukelman e Irina Corusunsky en la Argentina también fomenta la autobservación y el registro personal del ciclo, incluyendo estados emocionales, pensamientos recurrentes, antojos, actividades, vínculos, ocupaciones, etc.

12. En una entrevista, De Aboitiz (2017) contó que fue una “bendición” haber conocido, a los 18 años, las toallas de tela. Una compañera de San Marcos Sierra –un lugar de la provincia argentina de Córdoba donde viven o se reúnen personas que comparten creencias y prácticas vinculadas con la espiritualidad Nueva Era–, se las “presentó” y eso le “abrió un camino”. Comenzó a lavar y a tocar su sangre menstrual, a sacarla de lo oscuro y con ese contacto fue empoderándose, casi sin darse cuenta.

13. En una parte del salón se exhibieron varios de los libros que aquí citados. 

14. https://www.facebook.com/events/173411636599349/

15. La ley 26.743 establece que “toda persona tiene derecho a (…) ser tratada de acuerdo con su identidad de género y, en particular, a ser identificada de ese modo en los instrumentos que acreditan su identidad respecto de el/los nombre/s de pila, imagen y sexo con los que allí es registrada”.

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