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Temas y Debates

versión On-line ISSN 1853-984X

Temas debates (En línea)  no.23 Rosario jun. 2012

 

RESEÑAS

Libro: Conversaciones con Foucault. Pensamientos, obras, omisiones del último maître-à-penser
Duccio Trombadori
Amorrortu Editores, Buenos Aires, 2010 (147 pp.)

 

Martín Carné

Becario CONICET, doctorando y docente en la Facultad de Ciencia Política y RRII de la Universidad Nacional de Rosario, Argentina. E-mail: carnetes@hotmail.com

Situémonos en París hacia fines de los setenta, año 1978 precisamente. En plena crisis con la doctrina marxista (nutrida por las Brigadas Rojas y Aldo Moro y que parecería anticipar la que pocos años después sobrevendría con los socialismos reales), un joven militante del comunismo italiano, malherido intelectualmente, que busca orientarse frente a un mar de deserciones y conversiones liberales, viaja - financiado por el propio PCI- a la ciudad de las luces con la misión de entrevistar nada más ni nada menos que al viejo Michel Foucault, lúcido orador, experimentado conocedor de diatribas y contrapuntos, peleador de mil batallas.
Son tiempos para los que la Comisión Trilateralrecientemente anunció, cual oráculo contemporáneo, una crisis de gobernabilidad que corroería los cimientos de cualquier estabilidad democrática y cuyo antídoto propuesto frente a ella consiste en desactivar las demandas sociales que tienen por destinatario a caros e ineficientes leviatanes; tiempos que preludian, en consecuencia, un nuevo gobierno de lo social, regido por otra lógica, por otros cálculos y que no tardará en desplegarse a ambos lados del Atlántico, sea en Inglaterra, sea en sus ex colonias.
Duccio Trombadori, tal el nombre del contrariado emisario, reúne en la obra reseñada los frutos de la charla que mantuvo con el "último maestro" francés, charla que inevitablemente transluce la simultánea admiración, descolocación y malestar que -propia de todo proceso de descubrimiento-, en él despertó Foucault: su rechazo a las posiciones teóricas y prácticas del comunismo en su tarea redentora de construir una nueva y mejor sociedad (léanse gulags, purgas, censuras, etcétera), su inclinación por los hechos y personajes ocluidos arbitrariamente por un arbitrario discurso de la razón, su rechazo al par "poder-saber", sobre el que reposa la cultura de Occidente, el segundo plano al que remite al Estado, reducido a una institución parasitada por una nuevas estrategias de poder, entre otros aspectos. El hoy director de la revista Quadri y Sculture nos presenta un Foucault que, en su cátedra de "Historia de los Sistemas de Pensamiento" del Collège de France, ha concluido las clases que hoy conocemos publicadas bajo el título de Seguridad, territorio, población; un Foucault en pleno desarrollo de sus nociones de gubernamentalidad, poder pastoral, biopoder, que recibe a nuestro amigo italiano en su casa dispuesto a responder los interrogantes que -según este último- habitaban su mente todavía en busca de respuestas a un Mayo francés que ya había consumido diez años. Un Foucault, por último, dispuesto a hacer una genealogía de su trayectoria, de indicar el telón de fondo histórico y los climas de época sobre los que levantó su colosal obra.
El libro, bajo la forma conversacional, se presenta desmenuzado en seis apartados: "Cómo nace un libro experiencia", "El sujeto, el saber, la historia de la verdad", "En realidad el estructuralismo no era una invención francesa", "Adorno, Horkheimer, Marcuse: ¿quien es `negador de la historia´?", "Entre palabras y cosas del Mayo francés" y last but not least, "El discurso acerca del poder". En ellos, a modo de constante, puede notarse la tensión entre las propuestas del entrevistador y los ágiles movimientos del entrevistado para corregir preguntas, contra-argumentar, rebatir planteos y disparar, en el primero, los ajustes que estos recursos acarrean.
En el primero de dichos apartados, la conversación gira sobre lo que Foucault entiende por "experiencia", esto es, la posibilidad para un sujeto de poder "arrancarse sí mismo", llegar a ser completamente otro de sí, exponerse a experiencias que permitan una subjetivización diferente, que lo deslocalicen de los lugares comunes que sujetan su auto-comprensión y la del mundo. Hay aquí un distanciamiento de la fenomenología y del modo en que ella concibe al sujeto en tanto fundador de la realidad que lo circunda. Es esta "experiencia" la que Foucault procura, con sus investigaciones, clases y libros, poner al alcance del público; la posibilidad de que su producción transforme a aquéllos al señalar, por ejemplo, las implicancias que el par saber-poder tiene sobre sus conductas cotidianas. "Una experiencia no es `verdadera´ ni `falsa´: es siempre una ficción, algo que se construye, que sólo existe una vez que se la tuvo". Es ese el momento en el que, "dentro de ciertos límites", esa verdad se destruye y la relación que tenemos con nosotros mismos, cambia. Ahora bien, Foucault dobla la apuesta, en términos políticos, con las consecuencias que se derivan de esta práctica ya que la misma debe ser el punto de partida no sólo para un cambio individual sino un cambio a nivel de las prácticas y racionalidades colectivas.
A continuación, la conversación da cuenta de la llegada de Foucault a Blanchot, Bataille, Nietzsche, sus principales inspiraciones intelectuales. Ella tuvo lugar por su disconformidad con la enseñanza canónica francesa de filosofía, la cual, terminada la Segunda Guerra, daba a este trauma claves de comprensión y respuestas no satisfactorias con su impronta hegeliana, existencialista y fenomenológica. Las diferencias con Sartre, la mirada sobre la obra de Merleau-Ponty, su deseo no convertirse en profesor de esa filosofía, lo aproximaron a los autores mencionados, buscando no sólo afinar su concepción sobre el sujeto sino también procurando cambiar una sociedad que no lograba explicarse del todo bien qué había pasado en ella, con ella, para que los acontecimientos de la Guerra hayan tenido lugar.
En este momento de la conversación Foucault reconstruye su fugaz paso por el PC francés a comienzos de los ´50, influenciado por Althusser, "sin conocer bien a Marx" y sintiendo a la par una contradictoria admiración por Nietzsche, paso que justifica como una manera de "experimentar", en el sentido antes definido, esto es, "ser otro" disociado consigo mismo a partir de seguir los dictados de una organización en la cual no creía.
También se hacen presentes aquí las referencias epistemológicas a Canghilhem y Bachelard, a la ciencia como saber que simultáneamente constituye al hombre como objeto y sujeto, una ciencia que forma su dominio de conocimiento a partir de contingencias histórica y socialmente ancladas.
El tópico que organiza el tercer capítulo remite, en primera instancia, al estructuralismo y la polémica que suscitó hacia los sesenta en la intelectualidad mundial: la diatriba que enfrentó a marxistas, fenomenólogos, existencialistas y un difuso grupo de investigadores que hacían del sujeto una posición en el marco de una estructura (Lacan, Lévi-Strauss, Barthes, entre otros). Aquí, Foucault no sólo se corre del mote de estructuralista sino que además marca los antecedentes soviéticos del estructuralismo (desarrollado particularmente en el campo de la lingüística rusa), los cuales fueron aplanados por un estalinismo que veía en él un peligroso desafío a las prescripciones doctrinarias. Esta actitud se habría trasladado a Francia, donde el marxismo procuraba no contar con una propuesta competidora que le discuta los criterios de cientificidad que se abrogaba.
En segundo lugar, el capítulo remite al también polémico Las palabras y las cosas: su paradójico éxito de ventas, su concepción inicial como ejercicio de formalización conceptual, la osadía de considerar la economía política de Marx como parte de la misma episteme que organizó la producción de David Ricardo. Palabras y cosas que, hacia los ´60 estaban en proceso de disociación, no perfilándose un nuevo vocabulario que organice las experiencias de la Guerra de Argelia, la Primavera de Praga aplastada por las tropas de la URSS y las protestas del Mayo francés.
Los lazos teóricos de Foucault con la Escuela de Frankfurt -a la que Trombadori atribuye un cierto lugar de vanguardia intelectual tras dichas protestas- es el siguiente eje del encuentro. Allí el entrevistado reconoce su tardía llegada a Marcuse, Horkheimer, Adorno, el aporte retrospectivo que ellos significaron, y presenta sus afinidades y diferencias. Entre las primeras, el reconocimiento hacia ellos por haber recortado como principal problema contemporáneo el de una racionalidad heredada del Iluminismo que, lejos de emancipar al hombre, le oprime. Entre las segundas, declina por un lado en aceptar a la historia como algo dado, indiscutible, en la que los acontecimientos se suceden por alguna necesariedad que los explicaría a priori. Por otro, Foucault tampoco acuerda con que es preciso recuperar una "esencia" humana alienada por el capitalismo; en su lugar, la tarea a emprender consistiría en producir algo totalmente nuevo con ese sujeto, que él llegue a ser algo diferente de lo que fue y es.
El preludio del final viene dado por las explicaciones de Foucault acerca de su distancia con hechos relevantes para la vida de su país como fueron la Guerra de Argelia y el Mayo francés, los que lo encontraron en Suecia y Túnez respectivamente. El cierto reproche implícito que entre líneas le hace Trombadori por no participar directamente de ellos, mueve al entrevistado a reforzar la relevancia de la lucha de la juventud marxista tunecina, no envuelta en los refinamientos intelectuales característicos de la juventud marxista francesa y dispuesta a arriesgar su vida más de lo que lo hicieron los jóvenes del ´68. La "experiencia" política que no había logrado con el PC francés pudo sí alcanzarla colaborando con la juventud tunecina, antecedente de su posterior trabajo en el Groupe d´Information sur les Prisons.
Los últimos momentos de la entrevista se dedican a rebatir las críticas que le llegan a partir de sus trabajos sobre las relaciones de poder. Críticas basadas en "lo local" de sus investigaciones (instituciones de secuestro como prisiones, hospitales, manicomios) y en su falta de propuestas de solución frente a los problemas que lúcidamente saca a luz. Las respuestas de Foucault pasan por señalar cuan solidarios son sus problemas localizados con los problemas esenciales de una sociedad: qué le confiere poder a la ley, por qué en nombre de la razón se puede ejercer poder sobre otros, etcétera. Además, atribuye a una opción política su práctica de no sugerir o proponer soluciones dado que no es esa la tarea del intelectual; ella sí consiste en precisar y mostrar de modo riguroso y eficaz los problemas que aquejan a una sociedad, los mecanismos de poder que operan en su seno, mas no en prescribir leyes, profetizar o moralizar, ya que ello reproduciría las situaciones de poder que deben ser criticadas, ello anularía la voz de los directamente implicados, los confinaría a una pasividad contraria al movimiento intelectual que su trabajo supone. La apuesta de Foucault pasa por actuar "desde abajo" y a largo plazo con los silenciados, con quienes buscan resistir, no para volverse su portavoz sino para que ellos mismos puedan hacerse oír por los múltiples medios que pueden aprender a darse sin tutelas.
A modo de cierre, la entrevista es un aporte práctico tanto para foucaultianos declarados como para aquellos que nunca se aproximaron a esta obra o bien lo hicieron sin mayor sistematicidad: en ella no sólo encontrarán desarrolladas las líneas que estructuraron las investigaciones de Foucault hasta ese momento y sus tomas de posición política e intelectual, con argumentos que -independientemente de ser compartidos- no pierden vigencia y nos interpelan desde nuestra posición académica, sino también la posibilidad de reconstruir el clima de los debates que forjaron las ciencias sociales y de los que, décadas después, aún somos agradecidos tributarios.

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