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Temas y Debates

versión On-line ISSN 1853-984X

Temas debates (En línea)  no.25 Rosario jun. 2013

 

ARTÍCULOS

Entre Perón y Alfonsín: Notas sobre la Renovación peronista (1983-1988)

In between Perón and Alfonsín: Notes on the peronist renewal (1983-1988)

 

Martina Garategaray

Martina Garategaray es Doctora en Ciencias Sociales. Se desempeña en la Universidad Nacional de Quilmes y en la Universidad de Buenos Aires, Argentina. E-mail: martugarategaray@yahoo.com.ar


Resumen

La Renovación peronista surgió como corriente interna en el peronismo a partir de la derrota electoral de 1983 pero se constituyó formalmente en 1985 al publicar su manifiesto fundacional firmado por sus líderes nacionales: Antonio Cafiero, Carlos Grosso y Carlos Menem. Para 1987, con su victoria en las elecciones, se consolidó como corriente hegemónica dentro del peronismo perfilándose hacia afuera del movimiento como una alternativa políticamente válida. Sin embargo, en las internas justicialistas de 1988 el ala cafierista fue derrotada por el ala menemista que se identificaba con los sectores menos renovadores del peronismo. A pesar de su corta vida la Renovación representó una particular articulación de los valores nacional-populares y los democráticos liberales. Este artículo busca dar cuenta del modo en el que entre 1983 y 1988 se articularon valores como el consenso, la deliberación, la democracia representativa y el estado de derecho con los valores asociados a la nación, la unidad, el liderazgo y el pueblo. Creemos que estos modos de articulación, cambiantes y en tensión, no sólo condicionaron la experiencia renovadora sino que manifestaron la persistente tensión entre el "país liberal" y "la patria peronista".

Palabras clave: Renovación peronista; Democracia; Discurso; Cafiero; Menem.

Summary

Peronist Renovation appeared as an internal current after Peronist electoral defeat in 1983, but it constituted itself formally by publishing its Foundational Manifest in 1985 signed by its national leaders: Cafiero, Menem and Grosso. By 1987, with its victory in elections, the Renovation consolidated itself as the hegemonic current in peronism becoming a valid political alternative to radicalism. Nevertheless, in the justicialist internal elections in 1988, the cafierist wing was defeated by the menemist wing, identified with the less renewed sectors of peronism. In spite of its short life, the Renovation represented a particular articulation on the national and popular values with the democratic and liberal ones. This article aims to reconstruct the way consensus, deliberation, representative democracy on a hand, and nation, unity, leadership and people on the other, were articulated between 1983 and 1988. The way in which this changing and in tension articulation took place not only conditioned the Renovation experience, but made manifest the persistent tension between the "liberal country" and the "peronist nation".

Keywords: Peronist renovation; Democracy; Discourse; Cafiero; Menem.


 

El 30 de octubre de 1983 fue una fecha emblemática para el peronismo. Por primera vez en su historia, y en elecciones libres, fue derrotado por el radicalismo de la mano de Raúl Alfonsín. La derrota cristalizó los conflictos que se manifestaban en el justicialismo desde la muerte de Perón, y dio lugar a un proceso de cambios del que emergió la Renovación peronista como polo de agregación al interior del movimiento.
La Renovación fue una experiencia que despertó mayores expectativas entre peronistas y no peronistas que su corta existencia. Surgió después de la derrota pero recién en 1985 se erigió en corriente interna, se consolidó en 1987 y encontró en las internas partidarias de 1988 su fin con la derrota de Antonio Cafiero frente a Carlos Menem, paradójicamente, también un renovador.
Desde un análisis organizacional, resultó una formación política positiva para la estabilización o consolidación democrática (McGuire, 1997; Gutiérrez, 2001 y 2003; Levitsky, 2004) y, desde un análisis ideológico, fue caracterizada como una peculiar articulación de los tópicos nuevos establecidos por el alfonsinismo y el legado nacional y popular del peronismo (De Ípola, 1987; Aboy Carlés, 2001; Barros, 2002; Altamirano, 2004; Halperín Donghi, 1994; Ques, Podetti y Sagol, 1988). En esta segunda dimensión, supo afirmar de Ípola que la particularidad de la Renovación consistió, entonces, en ser "el esfuerzo más serio de fundar y consolidar un peronismo democrático en toda la historia de esa fuerza política", y fue caracterizada como "una síntesis creativa de los valores democráticos y los valores nacional-populares presentes en el peronismo más allá de la expropiación autoritaria" (1987: 333). En palabras de Aboy Carlés, la Renovación fue "más allá de la tradición peronista", al desarrollar "una concepción positiva de la actividad política y del pluralismo partidario" (2001: 275 y 277).
En estas páginas la pretensión es acotada y puntual: dar cuenta de los diversos modos en los que el legado nacional y popular (que llevaba la marca de Perón), y los valores de la democracia liberal (que en los albores de la década del ´80 llevaban la marca de Alfonsín), fueron articulados por la Renovación. Creemos que estos modos de articulación, cambiantes y en tensión, no sólo condicionaron la experiencia renovadora sino que manifestaron la persistente tensión entre el "país liberal" y "la patria peronista".

Peronismo, democracia y derrota

El agónico Proceso de Reorganización Nacional debilitado en todos sus flancos (económico por la crisis, político por las divisiones en la Junta Militar, y militar por la guerra de Malvinas), llamó, a fines de 1982, a elecciones para octubre de 1983. Todas las fuerzas políticas se reposicionaron para dicha cita. El peronismo enfrentó una larga interna en la que muchas corrientes se disputaron el liderazgo.1 A la derecha del movimiento podemos ubicar a la "Coordinadora de Acción Justicialista" dirigida por Ángel Robledo con el respaldo de la Comisión Nacional del Trabajo, la fracción dialoguista que lideraba Jorge Triaca, y el grupo "Reafirmación Doctrinaria" de Raúl Matera que era el candidato del Grupo de los 20, ambas organizaciones sindicales pertenecientes a la CGT-Azopardo.2 A la izquierda, a la agrupación "Intransigencia y Movilización" dirigida por Vicente Leonidas Saadi, ex gobernador de Catamarca, que se oponía frontalmente al Proceso y a la conducción de Isabel Perón. Detrás de esta corriente se divisaba la imagen de Montoneros y contaba con el apoyo de la izquierda peronista en el exilio. No tenían mucha raigambre en las estructuras sindicales y su fuerte principal era la movilización de los grupos juveniles.
Las figuras más relevantes del centro eran Ítalo Luder, Antonio Cafiero y Deolindo Bittel. Ítalo Luder era el candidato de las 62 Organizaciones Peronistas3 y Antonio Cafiero era apoyado por el Grupo de los 25, ambas organizaciones enroladas en la CGT-Brasil. En esta corriente podía ubicarse el "Movimiento para la Unidad, la Solidaridad y la Organización" (MUSO).4 Creado en septiembre de 1982, impulsaba las candidaturas de Cafiero y Bittel, y contaba con el apoyo de Miguel Unamuno y delegados de la comisión de los 25; se definía como una corriente democrática que buscaba sustituir "definitivamente la violencia y la agresión por la idea" (Movimiento, 1983: 2).5
Finalmente, y sin la bendición del General, en el Congreso partidario en septiembre de 1983 se anunció la candidatura de Ítalo Luder a la presidencia y de Deolindo Bittel a la vicepresidencia. A pesar de los esfuerzos de Cafiero por lanzar su candidatura a gobernador de la Provincia de Buenos Aires, la fórmula de Iglesias fue proclamada en el Congreso Nacional junto a la de Luder.6 Para octubre de 1983, el peronismo se encontraba encolumnado detrás de estas figuras de unidad afirmando que "El PJ es la única alternativa históricamente válida" (Partido Justicialista, 1983: 109). Sin embargo, el 30 de octubre de 1983 el radicalismo obtuvo el 51,7% de los votos frente al 40,1% del justicialismo ubicando a la fórmula de Alfonsín-Martínez como ganadora. La derrota se convirtió en el punto de partida para un proceso de transformación en el peronismo.
En la tradición política justicialista, peronismo, Perón y pueblo se identificaron de modo circular; el peronismo era Perón, Perón era el pueblo y el pueblo era lógicamente peronista. Esta situación, en la que una imagen se remitía inexorablemente a la otra, encontró un límite en la derrota electoral de 1983. La derrota condensó los debates sobre el futuro del movimiento que el Proceso puso en suspenso. Para Miguel Unamuno, quien fuera Ministro de Trabajo del último gobierno justicialista, "En el peronismo de 1983 han salido a la luz los elementos de una crisis que el peronismo vive desde la desaparición física del general Juan Domingo Perón" (Unamuno, Bárbaro, Cafiero y otros, 1984: 36). La crisis podía sintetizarse en un problema de conducción, de liderazgo e institucionalización del carisma, en términos weberianos, pero no representaba sólo eso. Lo que comenzaba a vislumbrarse detrás de un aparente problema de conducción era el meollo de la cuestión: cómo reemplazar no sólo al líder, sino a aquello que Perón significaba. Perón significaba la unidad de todos los sectores, era garantía para todos los sectores internos por lo que, para Unamuno, su muerte "nos plantea un desafío: el mantenimiento de la unidad" (Unamuno, Bárbaro, Cafiero y otros, 1984: 15).
Ahora, ¿cómo recuperar esa unidad, que en Perón podía ser ensamble de contrarios, aún reconociendo que sin Perón, ese tipo de unidad, llevaba al achicamiento, a la derrota? La derrota había simbolizado para Cafiero el desafío mal resuelto, "reemplazamos la unidad y la solidaridad por ese peculiar 'espíritu de cuerpo' del que hacen gala los grupos tribales. El movimiento nacional peronista precisaba de unidad, pero no de cualquier unidad" (Unamuno, Bárbaro, Cafiero y otros, 1984: 27). Por ello la unidad no podía ser el "amuchamiento sin sentido" (Unamuno, Bárbaro, Cafiero y otros, 1984: 32). En la autocrítica publicada en el diario Clarín: "En qué nos equivocamos", Cafiero afirmaba:

"Yo mismo me reprocho por no haber sido más exigente, cuando cedí al impulso de la "unidad" teniendo la convicción de que estábamos equivocándonos. Porque la unidad formal de nada sirve. Sirve aquella que nace de la lucha por una comunión de ideas y que se cimenta en la solidaridad" (Unamuno, Bárbaro, Cafiero y otros, 1984: 150).

Perón podía unir lo impensable; Perón era la unidad porque daba sentido al abroquelamiento de protagonistas, de alguna manera daba entidad al entramado de actores y relaciones de poder constituidas bajo su ala. Dicho por de la Sota, "Perón era la síntesis de todos los argentinos" (Cafiero, de la Sota, Feinmann y Álvarez, 1986: 71). Su desaparición física, es dable esperar, difuminaría la validez de los viejos mandatos político-doctrinarios, dejando a la vista que la lucha era por la resignificación del legado de Perón en tanto nueva unidad.
Ante las preguntas de Mona Moncalvillo, de la Sota expresaba:

"creo que el continente del peronismo post Perón no abarca el contenido del peronismo de Perón, si se lo pretende conducir autoritariamente. Perón era la síntesis podía contrapesar, incluso, las contradicciones, irresolubles que permanentemente han existido dentro del peronismo. Esto hoy no puede pretender integrarse en una estructura que se quiera conducir mediante el arreglo dirigencial o la componenda. Esto no va más. Es una experiencia que está agotada. Lo que hay que buscar es un marco institucional que de garantías en la confrontación de proyectos. Para la carnadura de esos proyectos, dónde estén asentadas claras reglas de juego. Para mi la unidad es eso. La posibilidad de reinstalar la discusión por la idea política, el protagonismo y la decisión de los peronistas" (Cafiero, de la Sota, Feinmann y Álvarez, 1986: 82).

El líder cordobés reconoce que lo que Perón hacía, y significaba, es imposible sin Perón. Parece decir que la figura del General debe ser reemplazada por una nueva estructura institucional que posibilite el debate. En otras palabras, el peronismo post Perón debía superar la vieja instancia de ensamble, es decir a Perón, y debía construir una nueva instancia, que asumiendo distintas denominaciones -idea, marco institucional, sistema de pensamiento– debía ser definida.
Esta era la tarea que se proponía la incipiente Renovación. Carlos Grosso afirmaba que el peronismo se encontraba entre:

"nostalgia y actualización, gregarismo y organización, memoración litúrgica de Perón o recreación de los liderazgos. Y entonces, vemos que un sector está en la repetición mecánica de las frases de Perón, en la recordación automática de los hechos realizados, en la postulación del gregarismo inorgánico y en la recordación de Perón como liderazgo ahogando el surgimiento de las personalizaciones de los nuevos liderazgos. Y por otro lado, está el peronismo de la renovación que quiere tener postulación actualizada, que quiere orgánicas políticas en serio y que cree que el mejor homenaje al recuerdo de los padres fundadores del peronismo es que la gente diga "Juan Pérez, Jorge García, Jorge González". En ese marco estamos". (Grosso, 1985).

De la Sota afirmaba como modo de trascender al general que "Hoy hay unos cuantos nietos que, sin dejar de reconocer todo lo que Perón hizo, están dispuestos a hablar menos de Perón y hacer un poco más de las cosas que él hacía bien" (Cafiero, de la Sota, Feinmann, Álvarez, 1986: 71). Los renovadores se contaban entre ellos. En este sentido, podía leerse en las páginas de El Porteño que "el trasvasamiento generacional salvaría al peronismo", y, se mencionaba, a Julián Licastro, Carlos Ruckauf, Carlos Grosso, Celestino Blanco, Juan Magín, José María Vernet, José Manuel de la Sota, Envar el Kadri, Mazzei, Jorge Convoy, José Luis Manzano y Miguel Unamuno, como líderes que "coinciden en pertenecer a un frente generacional con sólido pasado y suficiente salud política como para formar parte de este estado mayor de rescate que pueda aspirar a cubrir el vacío de liderazgo" (Bornik, 1984: 3). Esta descripción, parecía poner a la otrora "juventud maravillosa" en el centro de la arena política como los "herederos de Perón".

Los albores de la Renovación

La derrota electoral tuvo dos correlatos inmediatos en las filas del peronismo que se vincularon con los avatares de la corriente renovadora. El primero fue, tal como venimos desarrollando, la necesidad de reivindicar la doctrina y a Perón, y erigirse en el peronismo verdadero; y el segundo, fue la revalorización de la democracia y la internalización de sus valores.
Los meses posteriores a la debacle electoral dieron lugar a un proceso turbulento en el interior del movimiento en el que se acusaba por los resultados electorales a los líderes identificados con la vieja guardia del movimiento, el entonces jefe de las "62 organizaciones" Lorenzo Miguel y el representante del Partido Justicialista bonaerense Herminio Iglesias (denominados "los mariscales de la derrota"). Para Cafiero:

"algo muy grave sucedió entre nosotros; se tiró por la borda el Movimiento y se lo reemplazó por la burocracia partidaria... cargos electivos de los más encumbrados se adjudicaron con fraude y violencia; el triunfalismo infantil, el oportunismo feroz, la declinación moral y la soberbia sectaria: he allí el sustituto de aquello de que primero la Patria y el Movimiento. Nadie es más ni menos peronista que otro. Pero es posible que en esta pérdida de rumbo muchos de los compañeros con quienes hemos compartido tantas horas de lucha hayan comenzado a expresar una imagen, un estilo de peronismo que amenaza con diferenciarnos definitivamente. Porque es imposible ser 'liberador' para afuera siendo autoritario para adentro; habitar el escenario de la democracia -que supone pluralismo político y negarlo a los propios compañeros; refugiarse en la gesticulación opositora para ocultar el vacío de ideas" (Unamuno, Bárbaro, Cafiero y otros, 1984: 150).

La derrota electoral y el contexto de revalorización de la democracia y las instituciones, eran las consignas que esta incipiente Renovación asumía para depurar al peronismo ya que si bien el "proyecto peronista es para todos", Cafiero ratificaba que "no se puede hacer con todos. Hay sectores irreductibles al pensamiento peronista: respetémoslos. Hay otros que se mimetizan con lo nuestro: desenmascarémoslos." Cafiero llamaba a refugiarse en "nuestra identidad esencial" para lo cual sólo había que reconocerse "herederos genuinos de Perón y Evita" (Maronese, Cafiero de Nazar y Waisman, 1985: 13). Así fue que el 9 de diciembre de 1984, se creó el Frente Renovador que abarcaba al MUSO de Cafiero (disuelto meses antes), a Convocatoria Peronista de Carlos Grosso7, a la Comisión de los 25, y a Lealtad y Unidad de Carlos Menem.
Si bien los valores de la naciente democracia fueron asimilados por los líderes renovadores como algo ajeno a la tradición peronista, manifestaban con la misma intensidad, la posibilidad del peronismo de asimilarlos. En palabras de Cafiero:

"Como buenos peronistas, creíamos que la verdad, y nada más que la verdad estaba de nuestra parte. Hoy entiendo que la verdad es una cosa plural y así la tenemos que aceptar. Como peronista de la época en la que ejercitábamos un alto grado de autoritarismo, digo que ésa es una etapa ya superada por la sociedad argentina, y se impone otra, en la que pueda convivir políticamente. Y si bien nuestros pecados autoritarios, pueden ser perdonados porque estábamos haciendo una verdadera revolución hoy el compromiso es hacer esa misma revolución en paz, en el disenso, y respetando todo cuánto fuere respetable en la sociedad argentina. Como peronista reniego de las ideas absolutistas, vengan de la derecha o de la izquierda" (Cafiero, de la Sota, Feinmann y Álvarez, 1986: 142).

Renegar de las ideas absolutistas era reconocer los varios interlocutores que la democracia había inaugurado y, junto a la victoria del radicalismo, reconocer también que el movimiento era una parte más del sistema político argentino; que ya no era automáticamente el pueblo y la nación, sino que representaba una parte tanto política como social. En palabras de Bárbaro "la política de la nación tiene al peronismo en su seno, pero no sólo al peronismo" (Unamuno, Bárbaro, Cafiero y otros, 1984: 117). En todo este proceso de revalorización democrática el peronismo renovador en la voz de Cafiero reconocía la voz de Alfonsín:

"El gobierno radical (...) sabe como mantener los pilares de la convivencia democrática, de los derechos humanos y de las libertades. Este es un valor, una idea fuerza si se quiere, que los peronistas debemos compartir como una condición necesaria pero no suficiente para que la sociedad argentina se desarrolle en plenitud" (Maronese, Cafiero de Nazar y Waisman, 1984: 13).

En esta "insuficiencia" Cafiero llamaba a "bucear nuevamente en el pensamiento de Perón, en su modelo argentino, en su proyecto nacional, en su visión de la democracia integrada y de la comunidad pluralmente organizada" (Maronese, Cafiero de Nazar y Waisman, 1984: 13). En otras palabras, si bien incorpora a la democracia como algo nuevo al peronismo, retoma el concepto peronista de democracia integrada, admite el pluralismo a la noción de comunidad organizada propia de su ideario y, por último afirma que la plenitud social no se agota en la plenitud democrática sino en ciertos rasgos del pensamiento de Perón y de su proyecto nacional. Estas palabras evidenciaban que la Renovación peronista se proponía negociar la tradición de pertenencia con los valores de la naciente democracia y lo hacía centrada en Perón. En ese cruce traza su singularidad, que no es otra que la posibilidad de disputarle, no sólo sentidos sino también electorado, al radicalismo.
Dice Cafiero diferenciándose del mensaje alfonsinista:

"Nuestro mensaje se dirige a la compleja dimensión del hombre más allá de su condición de ciudadano no sólo acreedor de derechos y garantías jurídicas sino también sujeto a necesidades básicas. Para los peronistas no es suficiente recordar el Preámbulo de 1853 sino que también hay que decir la Constitución de una Nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana (1949). El proyecto peronista es ambicioso: aspira a construir en el curso del tiempo un Estado de Justicia que supere, aunque lo supone, el Estado de Derecho
(...)
Para el justicialismo la sociedad no es necesariamente conflictiva sino posiblemente armónica. Descubrir y alentar tales armonías es parte de la faena política, aunque estas concepciones se tachen de corporativistas
" (Maronese, Cafiero de Nazar y Waisman, 1984: 14).

Para Cafiero, mientras el peronismo se mostraba pudiendo trascender su pasado abrazando el disenso, la tolerancia y la pluralidad, el radicalismo no podía mostrar esa flexibilidad. En otras palabras, si el peronismo podía entender a la democracia, el radicalismo "no entiende el problema obrero" (Cafiero, de la Sota, Feinmann y Álvarez, 1986: 134).8 En este tipo de afirmaciones el peronismo comenzó a transitar un camino que lo convertía en alternativa políticamente válida primero frente al peronismo "anacrónico", asociado a valores poco democráticos y por ello cercano a viejas modalidades del ejercicio político, y al radicalismo después.
En los Congresos partidarios, el incipiente peronismo renovador debió hacer manifiesta esta apertura democrática como símbolo del nuevo peronismo de los ochenta, frente a los "ortodoxos". El primero fue el Congreso del Teatro Odeón, realizado en Buenos Aires el 15 de diciembre de 1984.9 Estuvo liderado por los "mariscales de la derrota" devenidos "líderes ortodoxos": Lorenzo Miguel y Herminio Iglesias. En él, los sectores renovadores se vieron forzados a abandonar las deliberaciones al rechazarse el mecanismo del voto secreto en la elección de la Comisión de Poderes, que regularía la elección de la nueva conducción partidaria, y se estableció en su lugar el voto a mano levantada "para saber quiénes son los traidores". El Congreso, a pesar de no contar con quórum designó una nueva cúpula integrada por: María Estela Martínez de Perón en la presidencia del Consejo, el gobernador de Santa Fe, José Vernet, en la vicepresidencia primera, Lorenzo Miguel en la vicepresidencia segunda y Herminio Iglesias como Secretario General.10
Los disidentes realizaron, el 2 de febrero del '85 el Congreso de Río Hondo, en la provincia de Santiago del Estero. De los grupos sindicales, los presentes fueron los vinculados a la Comisión Nacional del Trabajo (Jorge Triaca, Délfor Gimenez, Armando Cavalieri y Andrés Rodríguez) y a los 25 (Roberto García, José Rodríguez, Víctor de Gennaro, Roberto Digón, José Ravitti y Osvaldo Borda) es decir, los opuestos a las 62 Organizaciones. La mayoría oficial de los congresistas le permitió a los disidentes aprobar la enmienda del voto directo por parte de los afiliados, la incorporación de una rama juvenil a las existentes (política, femenina y sindical) y elegir su propio Consejo Nacional. A pesar de la desprestigiada presidencia de Isabel, no se pronunciaron críticas significativas en su nombramiento y ambos sectores dejaron la presidencia partidaria en manos de la viuda de Perón. Para las primera y segunda vicepresidencias fueron nombrados Oraldo Britos y Roberto García de los 25 respectivamente, y la secretaría quedó en manos de José Manuel de la Sota. Se demostraba el nivel de representación interna logrado y se auspiciaba la esperanza de una renovación rápida del Justicialismo. Cafiero ubicaba las diferencias entre sectores en una nueva clave. Afirmaba que lo que estaba en juego no eran hombres o cargos sino "si el peronismo va a seguir siendo fiel a sus premisas históricas, conservando los valores nacionales y populares que le dieron origen" (Cafiero, 1995: 45).
La unidad capaz de garantizar victorias, llevó a la realización (el 6 de julio de 1985 en la ciudad de Santa Rosa), del Congreso de La Pampa, también conocido como el congreso de la unidad. El dirigente catamarqueño Vicente Saadi se erigió como el mediador entre Lorenzo Miguel y el titular del Consejo disidente, Oraldo Britos, resultando de las negociaciones una lista de unidad en la que se eligió un nuevo Consejo Nacional. Isabel fue nuevamente ratificada como Presidenta (a pesar de haber rechazado tanto la presidencia ofrecida en el Odeón como en Río Hondo), Saadi en la vicepresidencia primera, Triaca en la segunda y Herminio Iglesias como Secretario General. Esa unión implicó el triunfo del sector odeonista con el apoyo de las 62 Organizaciones y el llamado de algunos peronistas a romper para expulsar definitivamente a los ortodoxos y verticalistas de la identidad peronista. Para Juan Pablo Feinmann:

"La ruptura se necesita como un gesto de clarificación política; como voluntad de los peronistas de transformarse en un partido coherente. El peronismo no puede contener ni siquiera como minoría a los ortodoxos y verticalistas, porque son el peligro latente de su retorno" (Cafiero, de la Sota, Feinmann y Álvarez, 1986: 167).

En este clima rupturista se pronunció también un grupo de "intelectuales peronistas". El 19 de agosto de 1985 se publicó el documento "Por qué nos vamos" firmado por 26 intelectuales peronistas.11 En el documento se profundizaba la crítica a las estructuras partidaria y sindical, acusándolas de no adaptarse a los nuevos aires democráticos. El diagnóstico, en plena disputa entre el sector ortodoxo y el renovador, era la crisis y descomposición del Movimiento desde "la frustración revolucionaria del ´73". Afirmaban la necesidad de recuperar la esperanza política de esos años, "los sentidos profundos que engarzaron ese tiempo de los ´70 con antiguos tiempos de la política popular argentina", reconociendo que el peronismo que había sobrevivido, estaba lejos de la liberación. Si bien también reconocían que contra esta situación se había erigido la Renovación, el gesto no era suficiente dado el alto grado de "contaminación del peronismo" y por ello se apartaban "en forma definitiva" (Documento, 1985). Los intelectuales renunciaban a la afiliación al Partido Justicialista, a las estructuras orgánicas, pero no a la identidad peronista.
El sector liderado por Cafiero cambió completamente el escenario suscitando nuevas expectativas. El 6 de septiembre de 1985 lanzó el Frente de Renovación para la Justicia, la Democracia y la Participación (FREJUDEPA), junto a un sector de la Democracia Cristiana y la Izquierda Nacional. El Frente se presentó el 3 de noviembre de ese año en las elecciones a diputados y legisladores por la provincia de Buenos Aires, y lo hizo al margen de la estructura oficial del Partido. Aunque perdió con los radicales, triplicó la lista oficialista de Herminio Iglesias consagrando 11 diputados contra 3 de la lista justicialista.12
Cafiero, explicó los hechos de este modo:

 "yo nunca he querido fragmentar al peronismo. Si me presenté en un frente fue porque me cortaron todas las vías de acceso a un comicio interno. Por supuesto que esas dilaciones podían ser un motivo valedero para romper, pero yo quisiera tener otro, aún más claro, contundente, irrefutable...Lo cierto es que venimos luchan do hace tres años por tener los símbolos del partido. El aparato, el prestigio que significa el Partido Justicialista, no es a mi modo de ver, nada despreciable. Esto no quiere decir que posterguemos nuestra vocación frentista. Pero haremos el frente, dios mediante después de que aseamos el Partido Justicialista sin discusión posible" (Cafiero, 1986: 14).

Ponía claro que su acto no había significado una ruptura sino que pretendía mantenerse dentro de las estructuras partidarias. La unidad era un bien muy preciado en el peronismo, era el modo de mantenerse fiel a Perón y a los símbolos. También es cierto que con miras a las elecciones de 1987, los líderes renovadores se preocupaban por mantener a su corriente dentro del peronismo. Para Grosso, la Renovación era una "corriente interna, y a partir de eso buscamos obtener la mayoría" no "estamos en el armado del partido renovador" ya que eso significaría que "hay dos partidos, que hay una fractura institucional y de ninguna manera nosotros estamos en esa tesitura" (Montenegro y García, 1988: 76).13 Y el propio Cafiero planteaba sus miedos con respecto a la posible fractura en el contexto electoral. Si bien, rememorando la unidad del ´83 afirmaba que "yo le temo a la unidad, si la unidad significa el amuchamiento, el revoltijo, la unidad formal de los aparatos", más decía temerle a la ruptura "porque la ruptura, frente a las próximas elecciones, que van a tener un alto nivel de polarización, sería una ventaja excesiva que le brindaríamos a los radicales en el ´87" (Cafiero, de la Sota, Feinmann, Álvarez, 1986: 122).

¿La unidad renovadora?

La Renovación Peronista se constituyó formalmente el 21 de diciembre de 1985.14 Las figuras referenciales de la renovación, a nivel nacional, eran Menem, Cafiero y Grosso, pero entre los renovadores pueden destacarse también las figuras de José Luis Manzano, Luis Macaya, Oraldo Britos, José Octavio Bordón, Eduardo Vaca, Roberto García, Carlos Ruckauf, Olga Riutort de Flores, Julio Guillán, Esteban Righi, Marcos Raijter, José Arguello, Manuel Torres, Juan Carlos Dante Gullo, Julio Bárbaro, Claudia Bello, Oscar Massei, Fernando Melillo, José Manuel de la Sota. Una heterogeneidad de figuras que se sostenía en cierta homogeneidad.
Para Bárbaro, los Renovadores eran los compañeros de los ´70, aquellos que no se habían metido en la guerrilla, y que dieron un salto económico importante durante el Proceso porque tenían buena relación con las empresas.15 Desde las páginas de El Porteño los renovadores eran definidos en estos términos:

"La mayoría proviene de organizaciones de cuadros, ya desaparecidas o en extinción, con fuerte presencia en el panorama político en la década del ´70. Esto es, integraron grupos que tuvieron siempre bastante autonomía de decisión respecto del principal aparato político del peronismo: el sindical. (...) La excepción que confirma la regla es Antonio Cafiero, un hombre del riñón "vandorista" que, a partir de 1983, aparece paradójicamente enfrentado al gremialismo tradicional" (Maly, 1987: 69).

Sin embargo, para los renovadores no se trataba solamente de un pasado compartido, sino más bien de una unidad de significado. En su Manifiesto Fundacional podía leerse:

"La Renovación es un momento de nuestro desarrollo movimientista, un tiempo de cambios, de rupturas, de fidelidades creativas y de heterodoxias audaces. Renovar al peronismo es también reencauzarlo en su senda, recuperar su insolencia, no claudicar frente a los poderosos, volver a sensibilizarnos en el amor a los humildes" (Renovación Peronista, 1985).

Ser un "momento" era reconocer un estado de transición y de excepcionalidad en el que se ponían en juego rupturas y fidelidades. Entre lo que el peronismo fue y lo que será, entre el pasado y el futuro, entre la mayoría y el presente de oposición en democracia. Si bien toda identidad se funda en esta dialéctica, al buscar romper con una tradición al mismo tiempo que recuperarla, resulta interesante precisar esos momentos que dotan de sentido a la Renovación.
Para Cafiero: "La Renovación es etimológicamente hablando, volver al punto de partida", pero no a un peronismo viejo y vetusto ya que "Perón fue un gran renovador que estuvo siempre actualizando su pensamiento y la posición ideológica y doctrinaria del movimiento" (Gordillo y Lavagno, 1987: 15), pero volver, como había afirmado en otras oportunidades, a sus esencias.
Carlos "Chacho" Álvarez, quien fuera tanto director de la Revista Unidos, que acompañó el devenir de la Renovación, como colaborador de Cafiero en la redacción de los discursos, refinaba el argumento: "la gran tarea de la renovación es justamente encontrar esas señas de identidad que tiene que ver con la esencia del peronismo" (Álvarez, 1987: 23).16 Y aclaraba (para no caer en un esencialismo) que sería "buscar las líneas de continuidad con lo que significó el peronismo como propuesta, como respuesta a la especificidad nacional" (Álvarez, 1987: 23). Curiosamente lo que se presentaba como una invocación a lo existente, "encontrar", es el acto por el que ese sustrato se estaba inventado o, mejor dicho, reinventando.
En este acto de reinvención del pasado, Álvarez identificaba muchos Perón: uno era el Coronel de los trabajadores, el General de los grasitas o el Conductor de la Nueva Argentina, otro, el General exiliado y guerrero, el conductor de la resistencia, el de la correspondencia con Cooke, el de la guerra de movimientos y posiciones y un último, era el estadista ecuménico de la última etapa, el líder desencarnado que intenta refundar un nuevo sistema político. Por ello afirma que:

"Perón fue el primer heterodoxo del peronismo, o para decirlo en términos contemporáneos, el primer renovador. El último Perón, el estadista, es devorado por el Perón filósofo de la guerra. ...Lo que los peronistas todavía nos negamos a decir es que esa lógica incluía a su creador, es decir al propio Perón" (Cafiero, de la Sota, Feinmann, Álvarez, 1986: 177).

Álvarez afirmaba la existencia de muchos Perón, pero sólo uno, el estadista, podía ser el punto de partida para pensar la Renovación. Sin embargo, también pareciera decir que la empresa renovadora no debía cerrarse en su persona. Si la lógica se come al propio Perón, entonces ¿cómo fundar un nuevo peronismo a partir de este Perón pero capaz de escapar de esa suerte?
En un diálogo imaginario podemos decir que Menem ofrecía una respuesta a la encrucijada al enfatizar el momento de la ruptura: "La renovación del justicialismo supone volver a las fuentes y, al mismo tiempo, volver a comenzar":

"el justicialismo renovado significa una remodelación y una ruptura con el pasado muy profundas. Es remodelación y ruptura, porque el justicialismo no puede utilizar más una metodología pensada para una argentina muy diferente a la actual y, sobre todo, con la enorme capacidad de conducción del general Perón. La demora en comprender lo anterior introdujo en el movimiento prácticas autoritarias y elitistas, dirigentes mediocres y una gran confusión ideológica y programática" (Menem, 1988: 44-46, la cursiva es nuestra).

El discurso de Menem parecía decir aquello que Abós había anunciado como "enterrar al Perón mito" para que el peronismo siga viviendo.17 Y una forma de sobrevivir a Perón, tal como venimos desarrollando, era trazar una nueva unidad. Su discurso de Plaza Once, en mayo de 1986, resulta emblemático en este sentido. El gobernador riojano llamaba a "hacer la unidad total del movimiento" y a que participen de ella todos los justicialistas. Convocaba a aquellos que la renovación había expulsado en su momento y llamaba a imitar aquello que Perón había hecho en el '73, "convoquemos a todos los argentinos de bien que quieran colaborar en esta tarea de recuperación de nuestra dignidad, de nuestra soberanía y de nuestra libertad" (Menem, 1986).
Este discurso trazó un tipo de resignificación de las claves de unidad, que le permitió a Menem ganar apoyo de todos los sectores peronistas previamente excluidos de la Renovación, y de aquellos que tibiamente la apoyaban buscando ir más allá con el trasvasamiento generacional y la reactualización doctrinaria. Menem definía a la Juventud como "la savia revitalizadora del viejo tronco del gran movimiento nacional" (Menem, 1986) y afirmaba que como en el pasado había sido "la receptora de todas las represiones y persecuciones ha sido la juventud, debemos convertirla en la cuarta rama del Movimiento Nacional Justicialista." (Montenegro y García, 1988: 104). En la vereda opuesta Cafiero se refería a aquellos años como de "penetración de la juventud en el peronismo" afirmaba que los jóvenes "idealizaban el fenómeno peronista mucho más allá de aquellos que habíamos sido sus protagonistas reales, válidos" (Montenegro, y García, 1988: 22 y 23, la cursiva es nuestra).
Reafirmando una tradición peronista de la que, en tanto funcionario del primer peronismo, se sentía parte, Cafiero afirmaba que "nosotros no queremos hacer un nuevo peronismo: queremos hacer el peronismo de todos los tiempos" (Montenegro, y García, 1988: 42). Mientras el líder bonaerense se erigía como referente de la Renovación, del movimiento que se presentaba como "un nuevo peronismo", en los contextos de disputa interna lo hacía desde un lugar de legitimidad asentado en el pasado, y este era su modo de reencauzar al peronismo.
El 6 de septiembre de 1987 se realizaron las elecciones legislativas y provinciales, donde se renovó la mitad de la cámara de Diputados de la Nación y todos los gobernadores, entre otros cargos a nivel provincial y municipal. En la elección para el Congreso, el peronismo obtuvo el 41% de los votos y 60 bancas, y triunfó en 17 provincias. La Renovación reconocía, con esta victoria, haber desplazado a los "ortodoxos" y se erigía como impulsora de la democratización del movimiento.

"Nosotros hemos institucionalizado la lucha por la idea; hemos suprimido la violencia, el patoterismo y el matonismo como fuente para el ejercicio del poder. Ahora peleamos por las ideas: bienvenida la confrontación. Dentro de esta gran unidad que componemos, también somos y demostramos ser capaces de respetar el pluralismo interno, que necesariamente se da en una conformación masiva, como la que caracteriza la existencia del peronismo" (Renovación Peronista, 1987).

La consolidación de la Renovación Peronista fue de la mano con el declive de la popularidad radical.18 El año 1987 fue fundamental en este proceso. Significó la recuperación de las mayorías, del apoyo popular, y no menos significativo, representó la derrota electoral del radicalismo; 1987 se convirtió en la marca que le dio sentido a las transformaciones previas y consolidó nuevos vínculos entre los tradicionales partidos opositores.
La Renovación aparecía en el imaginario de la época como la única posibilidad del peronismo para sobrevivir, pero también, como la opción política que supo canalizar el cambio de la cultura política argentina. Es así que la transformación del peronismo, asumiendo el diálogo y abandonando la deslegitimación del adversario, inauguró, junto al planteo alfonsinista, la era de la "consolidación democrática". Compromiso, responsabilidad, cogobierno, aparecían como las adjetivaciones de la democracia en vías de consolidación, y los peronistas participaban de estas adjetivaciones. Eran ideas que, en buena medida, no podían remitirse al acervo peronista ni a "las 20 verdades", sino que eran el resultado de la práctica democrática y del cambio operado en el movimiento. Pero, que no se desembarazaban del legado de Perón.
En el Plenario de la Renovación Justicialista, el acto político posterior a la derrota del radicalismo y símbolo de la consolidación renovadora, la convocatoria de Alfonsín, de compromiso y concertación, era referida de este modo:

 "Perón nos dejó el mensaje de la democracia integrada. (...) Se trata de disolver las dicotomías políticas en homenaje a un proyecto de unión nacional. Pero Perón convocaba al proyecto desde su inicio, no pedía simplemente una adhesión; pedía un compromiso, y nosotros, si de esto se trata, que sepa el gobierno, que sepan las fuerzas políticas, que sepan los actores sociales que el peronismo, fiel a esta tradición, está dispuesto al diálogo y a la concertación. Pero que no le vengan a traer papeles para firmar. Que vengan y abran el escenario en el cual mano a mano, identidad por identidad, proyecto por proyecto, visión por visión, anudemos todo aquello que nos puede hacer más fácil el tránsito de la crisis" (Renovación Peronista, 1987).

Explicitaban un nuevo contexto político en el que el peronismo estaba posicionado positivamente y se presentaba un paso más allá del radicalismo alfonsinista en materia democrática. Perón aparecía, una vez más, como aquel que había trazado el camino del "verdadero peronismo", el peronismo democrático.
Este triunfo fue seguido del nombramiento de Antonio Cafiero como presidente del Partido Justicialista y de Carlos Menem como vicepresidente el 15 de septiembre de 1987. Fueron aclamados en lista única el 31 de diciembre y ratificados en el Congreso Nacional el 10 de enero de 1988. En el Congreso se resolvió: 1) acordar una lista de unidad para el Consejo nacional que sería integrada por Cafiero y Menem, cuyos miembros provendrían en su mayoría de la corriente renovadora19 y 2) incluir en la Carta Orgánica del partido un artículo destinado a reglamentar la participación sindical.20 A diferencia de los tradicionales reclamos de las 62 Organizaciones la nueva carta, en vez de otorgarles un tercio de los cargos y la facultad de nominar a los representantes sindicales, establecería que sólo 17 de los 110 miembros del Consejo corresponderían al movimiento obrero (Gutiérrez, 2003).21 Se cerraba un ciclo y bajo la "unidad renovadora", el peronismo se posicionó como una alternativa válida frente al alfonsinismo, y Antonio Cafiero se coronó como el líder de dicho proceso poniendo la unidad en esta clave:

"Conozco el peronismo y creo que, una vez que cumplió su rol una renovación intransigente y confrontadora, ahora tiene que abrir un espacio mayor hacia otros sectores que están próximos a la renovación y que no se sienten enemigos de ella. Simplemente, no se subieron al vagón en el momento adecuado y bueno, se quedaron atrás. Hay que hacerles lugar y decirles que suban, pero claro, tiene que empezar desde atrás. Esto es lo que hacía Perón. Claro que tenía mucho más talento y fuerza que yo. Se que el viejo, en mi caso, haría esto" (Página 12, 13 de diciembre de 1987, citado por Ciria, 1988: 25).

Fundándose nuevamente en Perón, Cafiero parecía llamar a la recomposición del espacio político y a la ampliación del espacio renovador. Sin embargo, no fue el líder político que logró estamparle su marca al proceso de regeneración en el peronismo.

Las líneas internas y la interna

En 1983, después de la derrota y en los albores de la Renovación, Unamuno había afirmado que "el peronismo, debe estar unido detrás de un programa. Después, si encontramos un hombre que lo exprese, que lo gratifique y lo sintetice con nitidez, mucho mejor. Pero la historia, a veces, reconoce períodos sin caudillos" (Unamuno, Bárbaro, Cafiero y otros, 1984: 39). Y de este modo ponía en evidencia la dificultad del peronismo, más allá de sus apuestas por una conducción colegiada y fuertemente institucional, de despojarse totalmente del personalismo.
Al poco tiempo, a pesar de "la búsqueda de coherencia y unidad en la propuesta" (Cafiero, de la Sota, Feinmann, Álvarez, 1986: 82) las líneas internas en la Renovación comenzaron a aflorar. Tal como había afirmado Unamuno, los peronistas estaban dispuestos a buscar al hombre capaz de expresar al movimiento; entonces, la interna de 1988 fue la disputa entre los caudillos de Buenos Aires y La Rioja por "gratificar y sintetizar al peronismo" (Unamuno, Bárbaro Cafiero y otros, 1984: 39).
Si Antonio Cafiero perfiló su estrategia política en tres etapas: primero el Partido, después la gobernación de la Provincia de Buenos Aires y, por último, la Presidencia, Menem hizo lo suyo. En julio de 1986 lanzó la corriente Federalismo y Liberación para instalar su candidatura y fue construyendo, de la mano de esta fuerza, su liderazgo. Bajo la presidencia de Saadi, el 4 de noviembre de 1986 se realizó en Tucumán un nuevo Congreso de unidad. Iglesias y sus seguidores se retiraron en medio de duras negociaciones, junto a un grupo de renovadores. No obstante, un sector encabezado por aquellos dirigentes de La Rioja y algunos de Santa Fe, y Buenos Aires permanecieron en el recinto para negociar la democratización de las elecciones internas. Esta permanencia tuvo tres consecuencias importantes. En primer lugar, la incorporación en la Carta Orgánica del voto directo por distrito único para todas las elecciones partidarias, una de las banderas de la renovación. En segundo lugar, le aseguraba a Menem, quien ya había manifestado sus intenciones de competir por la presidencia, mayores probabilidades de ganarle a Cafiero en las internas a pesar de provenir de la pequeña provincia de La Rioja. Por último, esa permanencia era un modo estratégico de articular apoyos por fuera del sector renovador y acercarse a los "ortodoxos".22
En ese mismo emblemático año se realizaron las elecciones en el PJ bonaerense. Cafiero, quien venía construyendo su poder político en la provincia, era el candidato natural a la presidencia del PJ de Buenos Aires, sin embargo Menem desembarcó con su corriente interna para disputarle la presidencia a Cafiero recogiendo los restos de los sectores que respondían a Herminio Iglesias. El 16 de noviembre se realizaron las elecciones. Cafiero y su lista blanca, el Frente Renovador, obtuvieron el 64,2% de los votos mientras que la línea Federalismo y Liberación de Menem alcanzó el 27,5%. El triunfo de Cafiero lo consolidó como referente principal de la Renovación en el ámbito nacional, pero el no desdeñable porcentaje obtenido por Menem fue un termómetro para medir su popularidad más allá de La Rioja.
Frente a las elecciones de 1987, el Congreso realizado por el justicialismo en la ciudad de Bariloche los días 22 y 23 de junio de 1987, fue una cita importante. Es dable tener en cuenta que a pesar de la hegemonía renovadora, la presencia de la ortodoxia no había desaparecido y que a pesar de la pretendida unidad renovadora, era manifiesta la rivalidad entre Cafiero y Menem. Sin embargo, en este encuentro, el peronismo se propuso suspender sus disputas internas hasta después de las elecciones, legitimando las fórmulas consolidadas en cada distrito. Esto significó la marginación de candidatos renovadores que, como en los casos de San Luis y Corrientes, buscaban en el congreso la bendición de sus fórmulas extrapartidarias frente a sus rivales locales. Bajo el lema "el 6 de septiembre votamos todos juntos", se cerraron las disputas. Menem y Cafiero se perfilaron como los líderes indiscutidos del peronismo, pero como ninguno de los dos aceptaría el cargo de vicepresidente, y ambos manifestaban sus intenciones de liderar al movimiento justicialista para las elecciones presidenciales de 1989, se enfrentaron en las internas partidarias del 9 de julio de 1988. El grupo más allegado a Cafiero estaba integrado por Carlos Grosso, José Luis Manzano y José Manuel de la Sota. Y como posibles candidatos a la vicepresidencia se barajaban los nombres de Grosso, de la Sota (quien se había negado a conformar el binomio), y José Vernet. Vernet además de haber sido elegido primer vicepresidente del Partido en enero, había ocupado ese cargo en el Congreso "ortodoxo" del Odeón y mantenía buenas relaciones y apoyos con Lorenzo Miguel y las 62 Organizaciones.
Si bien la Renovación se había propuesto democratizar todos los ámbitos y conducir a una mayor institucionalización del partido, lo que suponía el progresivo reemplazo de la preeminencia sindical por la conducción política, también contaba con su apoyo dentro de los sindicatos, en las '25. No obstante, esta organización no movilizaba ni los recursos ni la cantidad de afiliados de las '62, por ello contar con su bendición y el apoyo de Miguel, era importante.
El 8 de marzo Cafiero debía dar a conocer su compañero de fórmula. Como de la Sota había rechazado el ofrecimiento, Cafiero se había decidido por Vernet, hombre del interior (ex gobernador de Santa Fe) y le había comunicado la decisión a Lorenzo Miguel, que se había mostrado afín a la misma. En el acto en el que la misma se haría pública, Grosso tomó la palabra y buscando evitar que Vernet fuera el candidato a vicepresidente por sus conocidos vínculos con el sector ortodoxo, anunció que el hombre elegido era José Manuel de la Sota.23 Frente a la presión de Carlos Grosso, de la Sota aceptó la candidatura. La posición del cordobés era una de las más intransigentes: había buscado instituir a la Renovación como el único Partido Justicialista y criticado fervientemente a las '62.24 Tampoco despertaba simpatías en la Juventud Peronista. De la Sota había condenado la violencia en todas sus formas25 y supo trazar diferencias notables con la juventud que planteaba "la patria socialista". 26
Con respecto a los representantes sindicales, el cambio de planes, y el rechazo de Vernet, fue un desplante muy grave para Miguel y los sindicatos, quienes habían alentado la fórmula Cafiero-Vernet y no veían con simpatía a de la Sota. Mientras Vernet manifestaba su abierta y reconocida afinidad con los sectores "ortodoxos", de la Sota manifestaba una actitud sectaria y excluyente. El desenlace de la situación fue que las huestes de Saúl Ubaldini apoyaron la candidatura de Cafiero, mientras que las de Lorenzo Miguel y Jorge Triaca se inclinaron por Menem. T
entar a Vicente Saadi había sido parte de una estrategia en la que habían aunado esfuerzos los cafieristas, pero Saadi estaba más convencido de la victoria de Menem. Menem contaba entre sus apoyos con Juan Carlos Rousselot, su hermano Eduardo, Mera Figueroa (cuñado de Saadi y jefe de campaña) y Eduardo Duhalde habiéndose volcado por este último para que lo acompañara en la fórmula.
Con la compañía de Duhalde, Menem podía sortear las críticas de Cafiero que lo acusaba de ser un "renodoxo" y de contar en sus filas con ex Montoneros y lopezrreguistas. Era innegable que Duhalde era un renovador de la primera hora y el desaire sufrido por parte de Cafiero lo había acercado a Menem. En las elecciones de 1987 no sólo Cafiero había preferido como compañero de fórmula a Luis Macaya y no a Duhalde, sino que después de haberle ofrecido el primer lugar en la lista de diputados, lo había reemplazado, sin previo aviso, por Ítalo Luder. Esta situación había deteriorado notablemente la relación entre ambos.

Algunas decisiones por parte de Cafiero, tampoco lo beneficiaron. Cuanto más cercanas las elecciones a la contienda electoral de 1987, le habrían dado mejores posibilidades al binomio Cafiero-de la Sota, pero fueron atrasadas, a pedido del menemismo, del 26 de junio al 9 de julio (fecha con resemblanzas liberadoras para la fracción que Menem representaba: Federalismo y Liberación). Cafiero, como presidente del Partido, propuso separar las elecciones de presidente y vicepresidente del resto de las candidaturas para las elecciones nacionales. Esta medida estaba en consonancia con la democratización del movimiento pero indudablemente evitaba, a diferencia de la boleta completa, cualquier tipo de compromiso por parte de intendentes y gobernadores.
La campaña electoral hizo lo suyo. Mientras Cafiero intentaba mostrarse como el candidato más renovador, Menem utilizó esto, junto a su cercanía con Alfonsín, en su contra. El apoyo de Cafiero a las leyes impulsadas por el radicalismo, frente a la grave crisis económica, fue utilizado para demostrar que Menem era la única alternativa y que el candidato bonaerense era "más de lo mismo". En los prolegómenos de la interna partidaria, el gobernador riojano activó una dicotomización del espacio electoral, muy arraigada en la historia argentina, que le permitió simplificar los proyectos políticos en dos grandes alternativas. Frente al centralismo avasallador de Buenos Aires, impulsaba el federalismo y los intereses del interior (creíble en palabras del gobernador, tres veces electo, de la pobre y pequeña provincia de La Rioja); frente al carácter intelectual de Cafiero, contraponía el carácter plebeyo del peronismo y su persona como un representante del pueblo; frente a la razón, su carisma; frente a la institucionalización del movimiento en partido, defendía el carácter movimientista del peronismo. Decía Menem:

"Es un tiempo para las sanas rebeldías, la recreación de esperanzas, las audaces utopías....se trata de escuchar la voz del Pueblo que siempre es la voz de Dios. (...)
Los argentinos, exhiben muestras de una madurez política que, a menudo, supera largamente la evidenciada por su clase dirigencial... El hombre argentino ha señalado un camino....Quienes se resisten a ver esta esencia, con la excusa de asumir posturas pseudomodernistas o intelectualoides, están faltando a una responsabilidad histórica y pretenden convertir al justicialismo en un simple partidito liberal
".27

Si Menem acusaba a Cafiero de un "sectarismo ilustrado", de sus vínculos con "los socialdemócratas y socialcristianos", Cafiero buscaba asociarlo con una actitud caudillesca alejada de los valores de la Argentina moderna, y cercana a las peores características y referentes del peronismo como los Montoneros, López Rega, y Herminio Iglesias. Podemos decir que Cafiero utilizaba la estrategia que el alfonsinismo había desplegado en 1983, pero ahora en el interior del peronismo. Y ambos se disputaban la tradición y el legado del General.
El voto directo, y el país considerado distrito único fueron las consignas que habían resultado banderas de la democratización renovadora y, que terminaron por otorgarle la victoria con el 53.4% de los votos al sector menemista. Cafiero aceptó el triunfo de Menem y desde su lugar como presidente del Partido, se comprometió a colaborar presentando una lista de unidad desde el Consejo Nacional.28 De este modo finalizaba la experiencia renovadora para dar comienzo a otra experiencia que supuso nuevas articulaciones.
Para finalizar, podemos afirmar que las estrategias políticas y electorales de Cafiero y de Menem se fundaron en un tipo distinto de construcción política. El modo en el que procesaron el legado de Perón, entendido como símbolo de unidad, fue importante a la hora de definir apoyos. Mientras Menem puso el énfasis en un peronismo de unidad que minimizaba las diferencias en aras de la homogeneidad del movimiento y planteaba la integración de los vestigios antes expulsados del movimiento, Cafiero hizo hincapié en el diálogo con el alfonsinismo y la necesidad de un "pacto de gobernabilidad". Sin ánimos de explicar razones ni de la victoria o la derrota, es innegable afirmar como parte del movimiento renovador, que el líder riojano fue aquel que avanzó resignificando el mensaje de Perón, apropiándose del legado que ya había sido resignificado después de octubre de 1983, y, como es sabido, reconvirtiendo a viejos líderes y grupos que la Renovación había buscado marginar de la nueva unidad significante. Y, de este modo, se erigió en el nuevo nombre del ensamble, en el nuevo "mito de unidad" (Barros, 2002), el nuevo líder, símbolo de la tradición peronista.

Referencias

1 En una mirada esquemática Maronese, Waisman y Cafiero de Nazar (1985), identifican grupos de derecha, izquierda y centro. Retomamos su clasificación.

2 Cabe aclarar que durante el Proceso los sindicatos adoptaron dos posiciones: colaborar o no con el gobierno militar, originando la fractura de la CGT. En 1979 se formaron la Comisión Nacional de Trabajo, bajo el lema de Jorge Triaca "todo diálogo es constructivo", y la Comisión Nacional de los 25 fuertemente confrontadora con el gobierno. En 1981, Miguel, después de romper con Triaca, se sumó a los 25. Integraron así la CGT disidente o CGT Brasil a cargo de Saúl Ubaldini, de los cerveceros. A partir de la denuncia de Alfonsín conocida como el pacto militar-sindical y leída como un golpe al riñón del peronismo y, más específicamente, como un ataque a la vieja guardia sindical, en abril de 1983 los 25 se separaron de la CGT Brasil objetando el diálogo iniciado por Miguel, Ibáñez e Iglesias con los militares Nicolaides y Suárez Mason.

3 Las ´62, surgieron como resultado del Congreso de la CGT en agosto del ´57, constituyéndose como la oposición sindical al gobierno de Aramburu. Desde un primer momento la Unión Obrera Metalúrgica ocupó el papel central por medio de sus líderes más emblemáticos: Augusto Vandor y Lorenzo Miguel.

4 Entre sus miembros: Oscar Albrieu, Miguel Unamuno, Armando Caro, Ricardo Guardo, Antonio Benítez, Julio Palarea, Roberto García, José María Castiñeira de Dios, Oraldo Britos, José Rodríguez, Dardo Blanc, Carlos Farizzano, Osvaldo Pérez Pardo, Dante Tapia Brancamonte, Roberto Digón, Mario González, Miguel Gazzera, Alberto Iribarne, Eladio Martínez, Carlos Corach, Ángel Estévez, Carlos Álvarez, José Pico, Oscar Carrari, Lorenzo Pepe, Juan Puigbó, Eleuterio Cardozo, Carlos Holubica, Vicente Roque, Julio D`Amato, Ricardo Pérez, Juan Carlos Gómez, Horacio Alonso, Darío Alessandro, Nicolás Heredia, Libertad Demitrópulos, Luis Santos Casale, Eduardo López, Alejandro Peyrou, Norberto Ivancich, Dámaso Sierra, Osvaldo Borda, Eduardo Moreno, Raúl Ravitti, Roberto Lavagna, Carlos Cabrera, Jorge Vázquez, Omar Marinucci, Gustavo Carballo, José Azcurra, Carlos Hogan, Ovnis D´Angelo, Torcuato Fino, Avelino Fernández, Luis Alberto Murray, Vicente Di Leo, Fermín Chávez, Monona de Pérez Pardo, Juan Carlos Vidal, Hugo del Carril, Irma Parentela, Ernesto Tenembaum, Salvador Timpanaro, Lilia Saralegui, Pedro Agostini, Duilio Brunillo, Juan Unzueta, Pablo Tonelli, Irma Roy, María Cecilia Ustarroz, Francisco Grillo, Oscar Orlando Velásquez, Graciela Rojana, Silvia Chiapetta, Ada Ruiz Huidobro, María Ortega, Néstor Bilancieri, Abel Fatala, Jorge Benalcázar, Carlos Tuozzo, Alfredo Carballeda y Ángel Costa.

5 A estas palabras adherían: Oscar Albrieu, Darío Alessandro, Dardo Blanc, Oraldo Britos, Armando Caro, José María Castiñeira de Dios, Roberto Digón, Roberto García, Héctor Maya (h), José Rodríguez, Lilia Saralegui y Miguel Unamuno. Estas definiciones le permitieron a Cafiero años después identificar al MUSO como precursor de la Renovación.

6 El 25 de agosto en el Congreso Provincial de Buenos Aires en La Plata tuvo lugar la contienda por la gobernación entre las fórmulas de Iglesias-Carmelo Amerise y Cafiero-Manuel Torres. A pesar de los apoyos iniciales por parte de Lorenzo Miguel hacia Cafiero, Miguel cedió antes las presiones de Herminio Iglesias, líder sindical del peronismo tradicional, para evitar un fraccionamiento en las 62 Organizaciones y terminó apoyando a este último. La importancia del sector sindical en la movilización de recursos electorales se debía a que tanto la elección de autoridades partidarias como de las candidaturas se realizaba por vía indirecta, a través del Congreso Nacional del partido, que se componía por agregación de los distritos, dependiendo el número de delegados de cada uno de los distritos de su masa de afiliados. Por esta razón pesaba de forma contundente la cantidad de afiliados de cada sector interno. Y era esta la tarea en la que el sindicalismo se destacaba por excelencia. Contaban con un acceso privilegiado a los sectores trabajadores y disponían de una organización a nivel nacional realmente importante.

7 Convocatoria Peronista que nucleaba a quienes habían estado unidos en el Comando Tecnológico Peronista CTP en la década del '70 pero que aparecía como proyecto novedoso por su discurso adecuado a los nuevos aires democráticos. Reunía a protagonistas como Carlos Grosso y Miguel Ángel Toma Capital Federal, Roberto Carignano Santa Fe, José Octavio Bordón Mendoza, Remo Constanzo Río Negro y otros dirigentes. El CTP había sido un grupo conducido por el Teniente Julián Licastro durante los primeros años de la década del '70; nucleó a sectores provenientes del catolicismo que se habían volcado al peronismo como es el caso de los ex seminaristas Grosso y Toma o dirigentes estudiantiles de la Universidad del Salvador como Bordón y Jorge Cabodeassi. Los principales dirigentes del grupo se habían quedado en el país, no siendo el caso de Licastro; por eso, a principios de la década del '80, Grosso asume la conducción del grupo y se desvincula del dirigente exiliado, dándole una impronta muy particular a la nueva agrupación. Otra característica de algunos dirigentes de Convocatoria Peronista será su vinculación al grupo SOCMA, de Franco Macri. Algunos de ellos serán gerentes del conglomerado del empresario mencionado, sobre todo su máximo dirigente, y Bordón en Mendoza. Véase Grosso (2007).

8 En la misma línea pueden leerse estas palabras de Grosso: "(el peronismo no cree) en la democracia liberal, como no creemos que la sociedad es una mera suma de individuos y como no creemos que la democracia es un ejercicio político de una estructura dirigencial sino que es una participación plena del pueblo en una comunidad organizada, nosotros somos movimientistas". Véase Grosso (1985).

9 Si bien en este análisis nos centraremos en el plano nacional puede mencionarse el Congreso provincial del 6 de octubre de 1984 en el Club Wilson de Valentín Alsina como un antecedente. Véase Ferrari, 2008.

10 El Congreso Nacional era la autoridad máxima del partido. Se convocaba anualmente con la función ‒hasta la reforma renovadora de diciembre de 1987‒ de designar a los miembros del Consejo Nacional del Partido. El Consejo es el único órgano nacional de carácter permanente, teniendo a su cargo las funciones ejecutivas de la organización. Los mecanismos para la selección de los integrantes del Consejo y de las candidaturas generales, y los criterios han sido los puntos principales de las disputas entre renovadores y ortodoxos; en Gutiérrez (2003).

11 El mismo fue firmado por: Álvaro Abós, Ana María Amado, Alcira Argumedo, Dora Barrancos, Jorge Luis Bernetti, Cristina Bertolucci, Jorge Carpio, Nicolás Casullo, Susana Checa, Bibiana Del Bruto, José Pablo Feinmann, Liliana Furlong, Mempo Giardinelli, Horacio González, Pedro Krotsch, Roberto Marafioti, Eduardo Moon, Vicente Palermo, Víctor Pesce, Adriana Puiggrós, Jorge Ramos, Patricia Terrero, Carlos Trillo, Aída Quintar, Héctor Verde y Mario Wainfeld. Carlos Álvarez participó activamente en la redacción pero finalmente, en esta actitud entre política e intelectual, no firmó el documento.

12 Una nueva derrota que se sumaba al paupérrimo papel de Vicente Leonidas Saadi en el debate televisivo frente al canciller Dante Caputo y la posterior derrota del "No" en la consulta acerca del Beagle. Teniendo en cuenta que los sectores renovadores estaban a favor del Tratado de Paz.

13 En esta línea, Unamuno había afirmado, en la introducción del libro publicado a poco de la derrota electoral que, "quienes (escriben) propician una renovación de ideas y postulaciones pero no desean impulsar una fractura del movimiento" (Unamuno, Bárbaro, Cafiero y otros, 1984: 10).

14 En esa fecha se publicó su Manifiesto Fundacional firmado por Carlos Grosso, Antonio Cafiero y Carlos Menem y en cuya redacción colaboró Carlos "Chacho" Álvarez.

15 "Ninguno había caído en el error de caer en la guerrilla. Y eran exitosos empresarialmente" (Bárbaro, 2005).

16 La revista Unidos apareció en mayo de 1983 y su último número, el 23, fue de agosto de 1991. Dirigida por Carlos "Chacho" Álvarez su consejo de dirección estaba integrado en todos o algunos de sus números por Arturo Armada, Pablo Bergel, Hugo Chumbita, Cecilia Delpech, Salvador Ferla, Horacio González, Norberto Ivancich, Oscar Landi, Roberto Marafioti, Mona Moncalvillo, Diana Dukelsky, Enrique Martínez, Claudio Lozano, Ernesto López, Vicente Palermo, Víctor Pesce, Felipe Solá y Mario Wainfeld. Entre los colaboradores figuraban: José Pablo Feinmann, Álvaro Abós, Nicolás Casullo, Artemio López, Julio Godio, Daniel García Delgado y Alcira Argumedo. La revista, en tanto proyecto político y cultural, acompañó los avatares del peronismo durante esos años. Mientras buscaba reponer al peronismo en la Argentina posdictadura y llamaba a su transformación, se convirtió en un espacio fundamental de la Renovación Peronista y del peronismo crítico a Carlos Menem. Sobre Unidos y la Renovación véase Garategaray (2011).

17 En palabras del intelectual peronista, "el peronismo tal como lo hemos conocido, ese fenómeno político que protagonizó las décadas que van desde 1946 a 1976, ha caducado", por ello es necesario enterrar al Perón mito, al Perón del exilio, que si bien tuvo fuerza para operar en los años '70, una vez muerto el General, debía ser abandonado (Abós, 1986: 11).

18 Entre los sucesos que determinaron la crisis del alfonsinismo podemos mencionar los acontecimientos en torno al levantamiento carapintada en Semana Santa, y la ley de Obediencia Debida, la escalada de huelgas por parte de la CGT de Ubaldini, frente a la crisis económica. Puede verse al respecto, Pucciarelli (2006).

19 Antonio Cafiero fue electo presidente del Consejo Nacional del Partido Justicialista triunfando en todos los distritos menos en Capital Federal, Córdoba y Río Negro. Había presentado una lista de unidad que encabezaba y reunía a toda la dirigencia peronista del país: Carlos Menem en la vicepresidencia, José María Vernet (vicepresidente primero), Roberto García (vicepresidente segundo), Carlos Grosso (secretario general), José Manuel de la Sota (secretario político) y Jorge Busti, José Bordón, Rubén Marín, José Luis Lingeri, Olga Riutort, Remo Constanzo, José Luis Manzano, Luis Rubeo, Eduardo Menem, Juan José Zanola, Juan Carlos Rousselot, Julio Corzo, Rubén Cardozo, Alberto Kohan, César Arias, Alberto Conca y José Azcurra en las diferentes secretarías.

20 La importancia del sector sindical en la movilización de recursos electorales se debía a que tanto la elección de autoridades partidarias como de las candidaturas se realizaba por vía indirecta, a través del Congreso Nacional del partido, que se componía por agregación de los distritos, dependiendo el número de delegados de cada uno de su masa de afiliados. Por esta razón pesaba de forma contundente la cantidad de afiliados de cada sector interno. Y era esta la tarea en la que el sindicalismo se destacaba por excelencia. Contaban con un acceso privilegiado a los sectores trabajadores y disponían de una organización a nivel nacional realmente importante.

21 De este modo se realizaba, tal como sostiene Levitsky, el desplazamiento de la cúpula partidaria de los dirigentes ortodoxos y de su brazo sindical, las 62 Organizaciones: "Los renovadores confluyeron en torno de dos objetivos que implicaban una arremetida contra los sindicatos. En primer lugar, querían ampliar los alcances electorales del PJ atrayendo a sectores de clase media e independiente (...) En segundo lugar, pretendían imponer en el PJ la democracia interna, lo cual implicaba reemplazar el sistema corporativista del tercio por elecciones directas de los dirigentes y candidatos" (Levitsky, 2004: 13).

22 Esta actitud fue la que le valió a Menem el mote de "renodoxo" por parte de sus adversarios.

23 A ello se sumaba que de la Sota provenía de Córdoba y, como era muy probable que el candidato de los radicales fuese de esa provincia, como eventualmente sucedió, era un candidato más fuerte para disputar las elecciones nacionales. Véase Cerruti (1993).

24 En el Congreso en Parque Norte el 22 y 23 de marzo de 1986 dos posiciones se hicieron patentes en su interior: los moderados (encabezados por Menem, Cafiero y Bittel) que buscaban acercarse a los ortodoxos, y los sectores más intransigentes (acaudillados por Manzano, de la Sota y Vaca) que buscaban instituir a la Renovación como el único partido justicialista expulsando definitivamente a los sectores "ortodoxos".

25 En respuesta a estos dichos podía leerse en la revista Jotapé que "Avergüenza que desde las filas del propio peronismo se emitan juicios deformantes sobre la historia del movimiento nacional y popular. Primero, porque lo de la violencia como método inadmisible nos tiene que llevar a suponer que De la Sota reniega de los compañeros que hicieron la primera resistencia bajo la conducción de Perón. ¿O creerá que depositaban flores en vez de caños? ¿Y el luche y vuelve, cómo cree que se hizo? ¿Se olvida que Perón dijo "si yo tuviera 50 años menos estaría poniendo bombas, en un reportaje del diario Mayoría del año 72? ¿Cómo cree de la Sota que después de 18 años de lucha se logró por fin arrancar a la dictadura elecciones libres? En segundo lugar, todos los peronistas sabemos que la violencia empezó desde arriba, y que no hicieron falta excusas para reprimir al pueblo con bombardeos, cárcel, tortura, desapariciones, fusilamientos o proscripciones" (Jotapé, 1988: 26).

26 "Hasta ese entonces yo había militado un poco en el MJP, que era el Movimiento de Juventud Peronista, ligado al sindicalismo (...) Para el '73 los cargos fueron para los muchachos de la Tendencia... con una relación muy contradictoria con nosotros que éramos la historia del peronismo" (Cafiero, de la Sota, Feinmann, Álvarez, 1986: 47 y 48).

27 En junio de 1988 sale el primer y único número de la revista El Proyecto Nacional, que con el epígrafe "Sólo la idea vence al tiempo" y dirigida por Carlos Menem anunciaba que el Proyecto Nacional buscaba ser "el reflejo de una visión profundamente nacional, comprometida y sensible" (Menem, 1988: 5).

28 Entre las elecciones partidarias y las elecciones nacionales muchos antiguos integrantes de la renovación se fueron reposicionando acercándose a la nueva coalición menemista. Entre ellos Grosso y Manzano.

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Recibido: 21/09/11.
Aceptado: 27/06/12.

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