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Temas y Debates

versión On-line ISSN 1853-984X

Temas debates (En línea)  no.26 Rosario dic. 2013

 

ARTÍCULOS

Relaciones y definiciones de pertenencia en los conjuntos oficialistas o bases de sustentación activa de Lula (2002-2006) y Kirchner (2003-2007): Principales argumentos

Relationships and definitions on belonging within government-actively supporting ensembles during Kirchner and Lula's administrations: main arguments

 

Dolores Rocca Rivarola

Dolores Rocca Rivarola es Becaria posdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, en el Instituto de Investigaciones Gino Germani de la Universidad de Buenos Aires, Argentina. E-mail: doloresrocca@gmail.com


resumen

A partir de un marco conceptual que postula un escenario político-electoral marcado por identidades políticas fluctuantes y transformaciones en los partidos políticos, este trabajo presenta distintos argumentos acerca de las definiciones de pertenencia, las dinámicas internas y las relaciones mutuas y con el gobierno que establecían distintas organizaciones integradas dentro de dos conjuntos oficialistas: los formados en torno a los presidentes Néstor Kirchner (2003-2007) y Luiz Inácio Lula Da Silva (primer mandato: 2002-2006). Dado que pensar a estas dos bases de sustentación activa y organizada en términos de partido oficial o coalición de partidos implicaría una reducción forzada de la amplia heterogeneidad de organizaciones y espacios que conformaban la órbita política organizada de ambos líderes, se propone un abordaje a través del concepto de oficialismo. A partir de la decisión de orientar el análisis a la cuestión de las definiciones identitarias y de pertenencia al conjunto oficialista para comprender su dinámica interna, se ha optado, asimismo, por no estudiar al oficialismo sobre la base de una perspectiva de funcionamiento institucionalizado de las coaliciones de gobierno -que además se perfilaría inadecuada para abordar los contextos de representación brasilero y argentino en esos años- sino guiándonos por otro propósito: el deseo de comprender en profundidad, y a través de un trabajo empírico, las características de las bases de sustentación organizada que se conformaron en torno a los presidentes Néstor Kirchner y Luiz Inácio Lula Da Silva, a través del testimonio de entrevistados pertenecientes a distintas organizaciones y espacios oficialistas. Se distinguen para su análisis tres sectores dentro del conjunto oficialista: organizaciones sociales, centrales sindicales, "espacio partidario".

palabras clave: Kirchner; Lula; Gobierno; Identidades; Partidos.

summary

Based on a conceptual frame that diagnoses a scenario of fluctuating political identities and transformed political parties, this paper presents some arguments about the ways organizations, networks and groups defined their belonging to a government supporting ensemble "oficialismo" in Lula's Brazil (2002-2006) and Néstor Kirchner's Argentina (2003-2007), the internal dynamics, the sort of relationships they established with other actors within the oficialismo, and how they bonded with the government. I argue that analyzing these two active and organized government supporting ensembles by using the terms party in office or partisan coalition would be to forcefully reduce the heterogeneous variety of organizations and groups that composed the organized political orbit of both leaders. Therefore, the paper proposes an approach through the concept of oficialismo. I have opted not to study these ensembles from a institutionalist perspective of how government coalitions function. Not only because such an approach would prove to be inadequate to understand the Brazilian and Argentinian political representation contexts in those years. But also because the thesis is guided by another purpose -it wishes to comprehend in depth, through empirical work and based on the testimony of their own actors, the prime features of two government supporting ensembles. Three government supporting sectors are defined in both cases: social organizations, national labor federations and what I have called the "partisan space".

keywords: Kirchner; Lula; Government; Identities; Parties.


 

Introducción

Alrededor de dos presidentes que, poco después de su asunción, exhibían altos niveles de popularidad personal se aglutinaban y consolidaban (desde 2002 en Brasil y desde 2003 en Argentina) bases de sustentación activa notablemente heterogéneas y no dirigidas por el partido de origen de estos líderes. Esas bases -que asumieron un carácter fragmentario y un funcionamiento informalizado- no eran fácilmente catalogables como una coalición de partidos, no sólo por el modo en que funcionaban y por el lugar que en ellas les cabía a las redes del Partido Justicialista (PJ)  y al Partido de los Trabajadores (PT) en relación con los demás actores del espacio partidario1 sino también porque incluían actores colectivos -con diferentes niveles de organicidad- novedosos, como organizaciones sociales que no habían sido antes parte integral de gobiernos nacionales y que ahora pasaban a tener una presencia clave. Y también tendría una presencia de peso otro sector que será analizado aquí: las centrales sindicales.
Tomando en cuenta tanto la composición como las dinámicas internas de ambos conjuntos, resulta de utilidad abordarlos a partir del concepto de oficialismo. De aquí en adelante esta noción referirá al conglomerado de sectores organizados (aunque con diferentes intensidades) que fueron confluyendo, alineándose y realineándose en torno de las figuras de Lula y Kirchner. En otros términos, la base de apoyo activo en la que se sostenían ambos presidentes. Varios de los argumentos que serán presentados aquí alimentan el propio concepto de oficialismo. Es decir, más allá de algunas particularidades de cada caso nacional que serán detalladas marcando los contrastes observados entre ambos, los oficialismos comparten algunas características que terminan definiéndolos. La noción no refiere a una coalición sino a un conjunto, a una base activa de sustentación del presidente, con actores sumamente heterogéneos, que presentan niveles diferentes de organicidad interna, y aglutinados centralmente por su apoyo a la figura presidencial (no por una identidad común constituida por los mismos símbolos identitarios). En escenarios, asimismo, de marcada volatilidad electoral y de identidades políticas en permanente fluctuación, las fronteras de estos conjuntos también se muestran permeables y fluctuantes. Y esas fronteras, por supuesto, van mucho más allá del partido político de origen del presidente (cuyo crecimiento en caudal electoral no se muestra proporcional a la evolución de la popularidad presidencial) e incluso de los actores partidarios históricamente aliados a aquél. Todas estas características integran la noción de oficialismo, que en los dos casos nacionales a tratar ha sido desglosada en tres sectores para su estudio: espacio partidario, organizaciones sociales y centrales sindicales.
Me propongo aquí, entonces, analizar distintos aspectos de estos dos conjuntos, todos relacionados con el modo en que diferentes actores colectivos (espacios políticos y organizaciones) de los tres sectores mencionados concebían y vivían la pertenencia al oficialismo.
El análisis se orientará, por lo tanto, a la cuestión de las definiciones de pertenencia en sentido amplio: vínculo con el gobierno, rol autoconcebido dentro del oficialismo, impacto de la pertenencia sobre la propia organización, coexistencia con otros actores dentro del conjunto, caracterización acerca de los mismos, identidades en tanto parte del conjunto y definición de pertenencia en sentido estricto, es decir, significado y ubicación del "nosotros". Con vistas a estos objetivos, se ha optado por no estudiar al oficialismo sobre la base de una perspectiva de funcionamiento institucionalizado (Lijphart, 1987; Giannetti y Benoit, 2009; Diermeier, 2005). Esa perspectiva privilegia la modelización y clasificación teórica, y con un objetivo a menudo predictivo del rol de las instituciones formales en el análisis de las coaliciones de gobierno. Coloca el foco, por ejemplo, en la formación y estabilidad de los gabinetes; la interacción legislativa entre el presidente y su propio bloque y aliados en el Parlamento; la estabilidad y viabilidad de los gobiernos de coalición según la cantidad de partidos que la integran. Todas ellas son temáticas que sin duda revisten interés para la Ciencia Política. Sin embargo, en vista de la fluctuación política y volatilidad electoral que serán mencionadas como propias del escenario político argentino y brasilero en los años que cubre este trabajo, ese tipo de abordajes difícilmente me permita aproximarme al modo de funcionamiento real de estos dos conjuntos oficialistas. Pero, además, la distancia respecto de esa perspectiva institucionalista está determinada en mayor medida por el propósito que motorizó la investigación: el deseo de comprender en profundidad, y a través de un trabajo empírico, las características de las bases de sustentación organizada que se conformaron en torno a los presidentes Néstor Kirchner y Luiz Inácio Lula Da Silva a través del testimonio de militantes, legisladores y dirigentes que componían esas bases.

Bases conceptuales y metodológicas

Los interrogantes antes formulados en torno al oficialismo parten, básicamente, de una doble vertiente teórica para pensar la construcción de las identidades oficialistas y las definiciones de pertenencia grupal entre los actores colectivos que integran estos conjuntos.
En primer lugar, el modo de funcionamiento de los oficialismos es abordado aquí en tanto fenómeno propio de un escenario político marcado por transformaciones en los formatos de representación (Manin, 1992), y que se observa en América latina pero también en otros continentes (Montero y Gunther, 2002). Una escena en la que los partidos políticos ya no se muestran capaces de configurar identidades políticas fieles al sello partidario en el electorado, o de condicionar eficazmente la autonomía de sus miembros. En otros términos, las mutaciones sufridas en los últimos años por los lazos políticos han sacudido los indicadores de lo que en el pasado eran identidades partidarias estables, un voto más o menos constante al partido de referencia a lo largo de distintos procesos electorales, la composición militante de esos partidos, etc. Han proliferado así electores que se niegan a identificarse con algún partido en particular, han caído los niveles de afiliación a los partidos y se han debilitado los vínculos estructurales y psicológicos entre los partidos y la ciudadanía (Montero y Gunther, 2002). En ese contexto, los partidos han devenido meros dispositivos electorales de los que se valen líderes de popularidad2 para competir en los comicios (Cheresky, 2006a); y los partidos exhiben una escasa capacidad para suscitar en el electorado lo que Veiga (2007) denomina "identidad partidaria" y que Paiva, Braga y Pimentel (2007) llamaron "sentimientos partidarios". Argentina y Brasil exhibían, en los años del recorte temporal de este trabajo, expresiones específicas de esas transformaciones, aunque con matices en torno a la historia de ambos países, dado que en Argentina ese fenómeno comenzó a perfilarse con la redemocratización y se consolidó luego de la crisis de 2001 (Pousadela y Cheresky, 2004; Pousadela, 2007), mientras que en Brasil se trataba de una característica más estructural del sistema (Mainwaring, 1999; Kinzo, 2005; Pousadela, 2007) que se habría visto profundizada en las últimas décadas (Carreirão, 2008; Hochstetler y Friedman, 2008; Paiva, Braga y Pimentel, 2007).
Para Argentina, Cheresky (2006a) afirma que los partidos políticos se han convertido en un recurso instrumental, en dispositivos electorales de los que se valen los líderes o las corrientes políticas emergentes para competir. Aunque un candidato siga necesitando un partido (o más bien un sello legal), cada vez menos éste concita la adhesión de la ciudadanía "per se". Y eso se traduce en volatilidad del voto entre cada elección y en la fluctuación de los propios dirigentes políticos y sus bases (Cheresky, 2006b: 14). A partir de Manin, el análisis de Cheresky explora, en Argentina, la pérdida, por parte de los partidos, de su capacidad de generar "la identificación ciudadana duradera que los constituía en el pasado en alternativas permanentes en la disputa por el poder" (2007: 26). En su lugar, el autor observa la multiplicación de redes y fracciones organizacionales que se articulan y rearticulan en torno a figuras con alto nivel de popularidad entre la opinión pública.
Además de Cheresky (2006a, 2006b y otros), otros autores han estudiado las transformaciones que han experimentado el escenario político-electoral y los lazos de representación en Argentina. Inés Pousadela (2007) ha sintetizado estos cambios reconstruyéndolos como un proceso de metamorfosis inaugurado por las elecciones de 1983 -momento en el que paradójicamente se reiniciaba la competencia política democrática de partidos en Argentina, a la vez que comenzaba la transformación de ese modelo tradicional de democracia de partidos fuertes y convocantes-3, y luego como una situación de crisis propiamente dicha a partir de 2001 e inicios de 2002 (Pousadela, 2007: 129). Es decir, la autora se inscribe en la lectura de Manin sobre la metamorfosis de la representación, pero a la vez considera que a ese proceso se le sobreimprimieron situaciones de crisis de representación, como la que tuvo lugar en 2001. Vicente Palermo y Marcos Novaro (1996), por su parte, observaban hacia fines de los años ochenta, un debilitamiento (expresado en las encuestas de opinión) de la confianza en los partidos y el agotamiento de la capacidad de éstos de generar una convocatoria e identificación partidaria en los ciudadanos. Así, hablan de un reflujo, en esa década, en los militantes, en la asistencia a actos públicos, y un creciente extrañamiento entre los dirigentes y la base social de los partidos (Palermo y Novaro, 1996: 99-100).
Dando cuenta de cambios en esa misma dirección, Gabriel Vommaro (2006) habla incluso de la construcción de una "nueva tradición democrática" a partir de las primeras elecciones presidenciales después de la dictadura, en 1983, con "la institucionalización de una nueva incertidumbre político-electoral producida por la existencia de "nuevos" ciudadanos [se refiere, por ejemplo, a la figura del "indeciso" o del "independiente" como categorías políticas] que, desvinculados de las pertenencias partidarias estables, definían y negociaban sus preferencias de voto en cada coyuntura" (Vommaro, 2006: 246).
Para Brasil, en cambio, Mainwaring (1999) hacía una descripción del contexto político en los primeros años desde la transición democrática como un sistema en el que los sellos partidarios cambiaban con frecuencia, los principales partidos desaparecían y otros entraban en escena, los políticos cambiaban de filiación partidaria sin repercusiones de peso, la disciplina partidaria era limitada y las alianzas electorales interpartidarias eran frecuentes pero no a nivel nacional, y tampoco eran duraderas.4 Los partidos, así, eran poco reconocidos por los votantes, de los cuales sólo una pequeña porción parecía sentirse vinculado a través de una identidad partidaria (Mainwaring y Torcal, 2005; Kinzo, 2005; Paiva, Braga y Pimentel, 2007). Es en ese sentido que Pousadela (2007) ha afirmado que la fisonomía de representación que Manin describía como "democracia de partidos" nunca llegó a materializarse en Brasil de la forma en que lo hizo en la Argentina en el pasado. Es decir, mientras que en Brasil esa debilidad en los lazos entre los partidos y el electorado no era algo novedoso (Kinzo, 2005; Mainwaring, 1999), en Argentina, las organizaciones partidarias, en palabras de Cheresky (2006b) se habían convertido en depositarias de lazos de identificación meramente circunstanciales, en meros dispositivos electorales funcionales a un candidato para competir en elecciones, luego de muchos años de comportamiento electoral estable y repartido entre los dos grandes partidos nacionales (Unión Cívica Radical y Partido Justicialista).
De todos modos, se ha observado desde la transición democrática en Brasil (1985) una progresiva profundización de esas tendencias. Distintos autores han afirmado que esos "sentimientos partidarios" o "identidades partidarias" continuaron disminuyendo durante el gobierno de Lula (Carreirão, 2008; Hochstetler y Friedman, 2008; Paiva, Braga y Pimentel, 2007; Veiga, 2007).5
Incluso hay tres elementos de diseño o funcionamiento institucional que podemos asociar con las características antes mencionadas para el caso brasilero: el sistema de lista abierta, que favorece una personalización de las campañas y de la votación6; la adaptación pragmática al mecanismo de "verticalización" impuesto en teoría para homogeneizar la oferta electoral a nivel nacional7, y las migraciones partidarias, especialmente de los legisladores.8
Ahora bien, distintos estudios han subrayado cierta singularidad del PT en contraste con el resto de las fuerzas políticas brasileras. Kinzo (2005) lo ha caracterizado como habiendo logrado una organización fuerte y "una imagen partidaria de izquierda bastante nítida" (Kinzo, 2005: 69) en un contexto pos-dictadura que ella consideraba difícil para la creación de lealtades partidarias. Para la autora, dos elementos que le permitieron al PT distinguirse de otros partidos fueron el resaltar una clara postura de oposición al gobierno a través de sus propios principios políticos y, por otro lado, su negación a formar alianzas con partidos muy diferentes de su tradición. Con la llegada al poder, según hemos visto, sin embargo, estos dos elementos sufrían algunos cambios. Freire de Lacerda (2002: 60) también le asignaba al PT un carácter particular dentro del escenario brasilero, sosteniendo que el partido poseía niveles considerables de identificación partidaria en el electorado en un contexto en el que la mayoría de los electorales no tenían "preferencia partidaria". Goldfrank y Wampler (2008: 246) también abonaban la idea del PT como único partido ideológico y con disciplina interna en Brasil. Por su parte, basándose en encuestas del Estudo Eleitoral Brasileiro (ESEB) en las que los encuestados debían decir primero si tenían o no identidad con un partido y luego decir con cual, Samuels (2004) establecía una identificación más fuerte de los electores con el PT que con los demás partidos brasileros. Aclaraba, sin embargo, que las "bases del petismo" se definían más por el personalismo (la opinión sobre la figura de Lula) que por la afinidad ideológica. La particularidad del petismo radicaba, según Samuels, entonces, en que ese factor ideológico (definido en términos de izquierda-derecha) tenía más peso en las bases del PT que en los encuestados identificados con otros partidos.
Aquí cabría, entonces, más allá del reconocimiento de la particularidad del PT en el escenario brasilero, una precisión sobre el liderazgo de Lula.
El largo proceso previo de transformaciones -tanto organizativas como discursivas y programáticas- llevadas a cabo en el PT durante la presidencia del partido de Dirceu9, por último, es central para entender la reconfiguración de la imagen pública de Lula en la campaña de 2002. Pero también lo es lo acontecido con el liderazgo de Lula durante esos años y en la campaña de 2002 (y luego, en el gobierno federal). Articulação no era sólo la tendencia mayoritaria dentro del partido, sino aquella organizada en torno a Lula. Y la figura de Lula no era la de un mero dirigente partidario o conductor de una tendencia, sino la de un líder que iba adquiriendo un caudal político propio que iba mucho más allá del partido, y que podía ser explotado para tejer una alianza amplia que se aglutinara centralmente en torno a su liderazgo, incluso con fuerzas reticentes al PT. En línea con esa situación, Lula dejaría la presidencia del partido -y era sucedido en 1995 por José Dirceu-, para convertirse en presidente honorario, cambio significativo en la relación líder-partido.
Volviendo, entonces, a los interrogantes que este trabajo presenta en torno a los oficialismos de Lula y Kirchner, es desde aquel diagnóstico, antes descripto, de estructuras partidarias carentes de su tradicional función de configuración y sostenimiento de identidades políticas afines estables, por un lado, y de fragmentos de construcción política (y territorial) fluctuando en torno a líderes populares, por otro, que este trabajo aborda los oficialismos de Lula y Kirchner. Toma ambos diagnósticos nacionales y la noción de una metamorfosis del lazo representativo para preguntarse cómo todo ello incide sobre las definiciones de pertenencia al oficialismo esbozadas por sus propios miembros.
Ahora bien, aquello que ha ocurrido con los vínculos de representación política portaba una relación con un fenómeno más amplio de contingencia, dislocación, fragmentación y fluctuación de las identidades en general (no sólo las políticas). Es decir, esas transformaciones en los partidos políticos y en las identidades políticas del electorado se inscribían en el propio carácter que asumían las identidades sociales. La segunda vertiente teórica de la que parte el trabajo es, por lo tanto, la compuesta por una serie de estudios que plantean una progresiva desestructuración de los antiguos marcos colectivos de socialización e identidades dislocadas, descentradas, fragmentadas, más fluidas y volátiles, y centradas en los significados que los actores van elaborando de sus propias experiencias (Arfuch, 2002; Castells, 1997; Elliot, 2001; Hall, 2000; Jenkins, 1996; Svampa, 2009).
En cuanto a la perspectiva epistemológica y metodológica que guió el estudio del que se deriva este trabajo, ésta involucra una noción del conocimiento como de naturaleza situada histórica, cultural, social e institucionalmente (Bryman, 2000; Meo, 2007). Las técnicas de recolección de datos utilizadas -sobre todo, el uso de las entrevistas y, de modo complementario, el análisis de documentos- se han fundado en la perspectiva de investigación cualitativa, que ha sido ampliamente utilizada por distintos campos disciplinarios, como la sociología, la historia y la antropología, pero que no ha sido el enfoque metodológico predominante en la Ciencia Política.10
Concibiendo la investigación cualitativa como emergente, inductiva e interpretativa, el diseño ha tenido un carácter flexible (Maxwell, 1996), estando así en permanente construcción y reformulación, y suponiendo una interacción continua entre la teoría y lo observado/recolectado en el campo. Así, la realización y análisis de entrevistas han servido para reformular la propia pregunta de investigación y los objetivos específicos (Dey, 1993). Las entrevistas de carácter semi-estructurado (Denscombe, 1999; Kvale, 1996) a dirigentes, militantes y legisladores oficialistas han tenido en esta investigación un papel fundamental en tanto métodos de recolección de datos, siendo complementadas con el análisis de documentos elaborados por las propias organizaciones. Las entrevistas no fueron utilizadas para proveernos de datos objetivos del pasado o del presente, sino interpretaciones subjetivas, basadas en la propia perspectiva de los entrevistados, sobre sus comportamientos, sus experiencias y sus identidades en tanto miembros de organizaciones o espacios oficialistas. Iba a comprenderse con ellas el modo en que los entrevistados concebían determinados acontecimientos y procesos, el sentido que les daban, y ello era precisamente lo que se buscaba, dado que se estudiaban las definiciones de pertenencia de los actores dentro del oficialismo.
En cuanto a la selección de casos, la investigación tomó, para mirar los conjuntos oficialistas, a Argentina y Brasil, y en dos períodos no sincrónicos. En Argentina, el gobierno de Néstor Kirchner, desde la campaña electoral de 2003 hasta el final de su mandato como presidente (2007). En Brasil, el primer gobierno de Lula, también desde la campaña que resultó en su elección (2002-2006). Como ya hemos visto, los casos de Brasil y Argentina presentaban pasados diferenciados en términos del carácter de las identidades políticas y del peso de los partidos políticos a la hora de delinearlas y sostenerlas en el electorado, pero, a la vez, exhibían similitudes en esa misma cuestión en los períodos tomados por la investigación. En primer lugar, un comportamiento electoral volátil, identidades políticas fluctuantes y partidos con escasa capacidad de suscitar en los votantes lo que Paiva, Braga y Pimentel (2007) han denominado "sentimientos partidarios". En segundo lugar, aun habiendo llegado al poder con legados organizativos muy disímiles, ambos líderes, Lula y Kirchner parecían haber generado una relación directa y sin mediaciones con la ciudadanía, una relación que incluso podía ser interpretada como una suerte de "desperonización" y una "despetización" de estos gobiernos. Estos puntos en común, junto con la composición y relaciones de fuerza dentro de ambos conjuntos oficialistas formados alrededor de estos presidentes, hacían a estos dos casos especialmente ricos para responder a la pregunta de investigación. Y esos mismos puntos fueron tenidos en cuenta para decidir abordar a las bases oficialistas de Lula y Kirchner no como partidos oficiales o como coaliciones de partidos sino como conglomerados de actores diversos que iban confluyendo, alejándose y realineándose en torno a la figura del presidente, es decir, como oficialismos.
Dentro de cada país tomado, las unidades de análisis no han sido individuos sino más bien organizaciones, redes y espacios de dirigentes y sus bases (para un detalle de esas unidades de análisis, ver Anexo I). A la hora de definir a los potenciales entrevistados, se optó por lo que Patton (2002) denomina un muestreo intencional, es decir conformar una muestra con casos ricos en información a partir de los cuales puede realizarse un estudio que busca la profundización y no la generalización. En este tipo de muestras, la representatividad no aparece asociada a la lógica cuantitativa sino más bien a lo representativo del caso, la riqueza de éste en relación con el objetivo de investigación. La selección de los distintos entrevistados (cantidad y quiénes) no fue una decisión establecida antes del trabajo de campo sino una definición gradual y abierta durante todo el proceso de investigación (Morse, 1994; Meo y Navarro, 2009), y que no sólo dependía de las necesidades de la investigación, sino también del acceso.
En Argentina, las entrevistas se hicieron entre 2005 y 2010, en la ciudad de Buenos Aires y en distintos municipios del conurbano bonaerense; y en Brasil, en dos viajes de trabajo de campo (San Pablo, 2008; Río de Janeiro, 2009).  Río de Janeiro y la ciudad de Buenos Aires son centros urbanos de peso en el país y distritos, a la vez,  tradicionalmente difíciles para el partido del que provenía el presidente (PT y PJ, respectivamente) en términos de apoyo electoral. Es decir, mientras que San Pablo (la capital del Estado y el cordón industrial que la rodea) y el conurbano bonaerense eran lugares especialmente importantes en la historia del PT y del PJ11, Río de Janeiro y la Capital Federal eran, en cambio, dos ciudades más adversas electoral y organizativamente para el PT y el PJ, y en las que Lula y Kirchner, sin embargo, fueron ganando más adeptos. Los argumentos que serán esbozados en este trabajo se circunscriben, en ese sentido, a las definiciones de pertenencia de los actores de estas localidades donde fue realizado el trabajo de campo, y no de otros lugares de Brasil y Argentina.

Ejes para observar las definiciones de pertenencia al oficialismo

Con vistas a una comparación entre ambos casos nacionales, podríamos organizar y sintetizar algunos argumentos derivados de la investigación que motivó este trabajo en distintos ejes que resultaron significativos. Todos ellos se asocian con el modo en que los miembros del oficialismo definían su pertenencia al conjunto. Cada uno de ellos tiene como base, como ya se ha aclarado, un trabajo empírico consistente fundamentalmente en entrevistas semi-estructuradas y relevamiento de documentos de las propias organizaciones. Aunque el mismo no puede ser volcado aquí, algunos fragmentos de entrevistas serán colocados de modo ilustrativo en torno a cada eje. 

Autodefinición del PT y del PJ
Analizar el modo en que los entrevistados del PT y del PJ definían a sus propias organizaciones durante el gobierno de Kirchner y el de Lula nos permite ubicarnos en el estado en que se encontraban ambos partidos en tanto actores dentro del oficialismo y cómo esa situación condicionaba otros aspectos de la pertenencia, como el rol dentro del conjunto y el vínculo con el gobierno y con los demás actores del espacio partidario.
Los contrastes entre estas autodefiniciones aparecían asociados con dos aspectos: cómo esos entrevistados interpretaban las transformaciones que había sufrido su partido en los años precedentes y el estado presente de esas organizaciones en términos de disciplina interna, por un lado, y de raigambre territorial, por otro. 
El primer aspecto, la disciplina interna, se perfilaba como una diferencia sustantiva entre el PJ y el PT, en términos de qué implicaba en la práctica, para legisladores, dirigentes y militantes, pertenecer al partido. En ambos casos, por supuesto, estamos ante fuerzas políticas de amplia heterogeneidad interna, en las que los grupos predominantes no necesariamente representaban las mismas ideas que el resto de las fracciones internas. Sin embargo, la disciplina interna, el mantenimiento de una unidad formal y práctica a lo largo de los años entre las distintas corrientes internas había sido una característica propia del PT. El PJ, en cambio, aparecía, en los propios relatos de los entrevistados, como una estructura oscilante en su relación de fuerzas y, por lo tanto, en las identidades públicas que había portado (peronismo ortodoxo, renovador, neoliberal, nacional y popular). Y en ese marco histórico, pertenecer al PJ tenía implicancias mucho más laxas que pertenecer al PT. Era impensable, por ejemplo, en el caso brasilero desarrollar una postura de oposición abierta y pública al gobierno de Lula y seguir perteneciendo al partido. En Argentina, en cambio, la confrontación pública con un gobierno cuyo presidente también provenía del PJ no sólo era posible sino que había sido moneda común durante años dentro del justicialismo, y el gobierno de Néstor Kirchner fue paradigmático en ese sentido, con diversos dirigentes pertenecientes al PJ desafiando abiertamente al presidente. Esto no significaba, cabe aclarar, que el PJ fuera más democrático y plural internamente que el PT. Era una manifestación, en cambio, de que la pertenencia formal al PJ (tener una unidad básica propia en el territorio, por ejemplo) significaba, hacía tiempo, muy poco en términos de obligaciones partidarias o de vida interna. Los dirigentes que se postulaban como opositores acérrimos al gobierno podían reivindicarse peronistas y permanecer formalmente en el PJ sin tener que militar en el marco de una estructura partidaria que funcionara como tal. En el PT, en cambio, la pertenencia al partido significaba la participación de elecciones de autoridades internas, el acatamiento de lo que esas autoridades decidieran, y la imposibilidad de constituirse como abiertos opositores, desde dentro del partido, a un gobierno petista.
Por otro lado, un núcleo recurrente de las definiciones de entrevistados del PJ y del PT sobre su propia organización era el énfasis en el gran peso propio de ésta. Pero ese énfasis se refería a modalidades distintas de gravitación. Y esa diferencia tenía que ver, a su vez, con la lectura que los entrevistados hacían sobre la historia de sus partidos, las transformaciones que habían sufrido y el estado de los mismos en el presente.
En el caso del PT, prevalecía entre los entrevistados la noción de un deterioro de la vida partidaria militante de base debido a las transformaciones del partido en los años previos. Esos cambios incluían la desaparición de muchos núcleos, que eran los círculos de organización basista del partido; la realización cada vez más esporádica de reuniones internas de la militancia de base; el desarrollo de campañas políticas cada vez menos protagonizadas por militantes y más orientadas a los medios de comunicación masiva y llevadas adelante con empleados pagos -cabos eleitorais-; laintroducción de las elecciones directas de autoridades, y de otros mecanismos que reducían el peso de los militantes politizados en la relación entre líderes y afiliados no militantes. Se perfilaba así una tensión entre lo que los petistas recordaban de la vida organizativa y de base tradicional e histórica de la organización, por un lado, y las nuevas lógicas políticas y de desarrollo de campañas electorales que lo caracterizaron desde 2002. Tan sólo a modo de ejemplo, Virgílio, un militante histórico en Río de Janeiro, y Baltasar, dirigente del mismo distrito, afirmaban:

Virgílio: Antiguamente había núcleos12, estaban los periódicos del PT, que eran como organismos de reunión, tenían una vida muy activa, muy activa. Hoy no hay nada. Las direcciones regionales [direcciones por región, por barrio] son un chiste, no funcionan.  [...] Entonces el PT es una inmensa cáscara vacía en tanto estructura orgánica. La dirección nacional, la dirección estadual, la dirección municipal, que funcionan mal, al menos funcionan. Son instancias de poder. Pero no hay vida orgánica de debate entre la militancia.
(Entrevista N º 27 en Brasil. Virgílio, militante histórico del PT de Río de Janeiro sin cargos en el partido al momento de la entrevista). 

Baltasar: En 2001 la elección de las direcciones partidarias, desde tener lugar en los Encuentros del partido, pasa a ser una elección directa. Entonces lo que tenías en la construcción...necesariamente el núcleo se tenía que reunir, hacer el debate, elegir los delegados en una instancia municipal, en fin, todo ese proceso desaparece. Lo que tenés ahora es una elección directa en un día en el que todos los afiliados aparecen. Obvio que eso no viene solo. Por un lado, incorporás en el proceso de decisión de la elección al conjunto de afiliados y no sólo a los delegados al Congreso. Pero por otro lado, alterás lo que era el perfil del afiliado al partido. Pasás a tener una porción muy significativa de afiliados cuyo compromiso es sólo cada dos años elegir a la dirección. Significa que pasás a tener cualquier tipo de afiliado. Es un proceso de estímulo a las afiliaciones en masa, hechas de formas absurdamente indiscriminadas. [...] Podés ir al PED [Processo de eleições diretas, interna electoral para definir las autoridades del partido] porque sos realmente una persona petista, socialista, etc. [...] Pero también podés ser del PT porque sos mi vecina o estás casada conmigo y yo te pedí que fueras al PED, y te llevo para que votes por mí, independientemente de cualquier debate político que puedas tener. Y sos electora del PT.
(Entrevista N º 24 en Brasil. Segunda entrevista a Baltasar, dirigente del PT-RJ).

En línea con esa lectura de un partido transformado, los entrevistados enfatizaban la grandeza del PT, pero no tanto en términos de presencia y funcionamiento del activismo de base sino como referente de la izquierda en América latina (e incluso más allá de la región), y como partido de izquierda que había sobrevivido, a diferencia de otros similares, a la crisis post-caída del socialismo real en Europa sin perder caudal electoral.
En Argentina, los entrevistados del PJ, por su parte, aparecían menos dispuestos a analizar los cambios internos sufridos por el partido en los años previos, y se limitaban a insinuar contrastes con el pasado en términos del compromiso y la participación de la gente en política.13 Convencidos del propio peso del PJ en comparación con el resto de los actores del espacio partidario oficialista (e incluso de fuerzas políticas opositoras), estos entrevistados -especialmente los del PJ de La Matanza- resaltaban el desarrollo territorial como el sello distintivo del partido, desarrollo visto por ellos como intacto con el paso del tiempo. Definían al PJ sistemáticamente en términos de un funcionamiento aceitado del trabajo político y territorial, y como el único garante efectivo de fiscales para una elección, de unidades básicas en los barrios para llegar a todo el electorado, etc. Sus otras definiciones (en torno a su rol dentro del oficialismo, que veremos más adelante, y en torno a otros actores oficialistas) aparecían incluso mediadas por esa visión del propio partido, y por ese criterio de desarrollo territorial, que podríamos ilustrar con el siguiente testimonio, cuyo argumento se reiteraba entre los entrevistados del PJ:

Javier: Creo que es una falta de responsabilidad, y una falta de organización de los [demás] partidos políticos, que pretenden tener... para ser gobierno, hacen falta ocho mil o diez mil funcionarios. Si no pueden poner un fiscal en cada escuela, uno, difícilmente puedan poner funcionarios.  
(Entrevista N º 16 en Argentina. Segunda entrevista a Javier, militante del PJ-La Matanza)

Condiciones de existencia dentro del oficialismo
Con la noción de condiciones de existencia, este trabajo se refiere no a requisitos para pertenecer, sino a condiciones prácticas en las cuales se encontraban las distintas organizaciones u espacios en tanto actores dentro del oficialismo. Este concepto refiere a un conjunto de dimensiones tales como el origen de la relación con el gobierno, el lugar que interpretaban como propio dentro del conjunto (rol) y el impacto que los entrevistados identificaban como derivado de la pertenencia al oficialismo sobre sus propias organizaciones.

     I) Vínculo con el gobierno
Podemos identificar, en los oficialismos de Lula y Kirchner, tres tipos de vínculo establecido por los actores oficialistas con el gobierno: un vínculo histórico y que involucraba a las organizaciones de pertenencia de los entrevistados (entre organizaciones como el PT, PCdoB, CUT, MST y algunas fuerzas menores); otro que podríamos denominar por coyuntura -forjado para la elección presidencial o durante el gobierno, y en torno al presidente, no necesariamente a su partido- (transversales, organizaciones sociales kirchneristas, CTA oficialista, sellos partidarios aliados a Lula); y otro híbrido, forjado, en la práctica, en la coyuntura pero con un componente de lógica organizacional histórica presente en los relatos (CGT y redes del PJ).
Mirando tanto a la Argentina de Kirchner como al Brasil de Lula, la relación entre la lectura que los entrevistados hacían sobre el gobierno y el tipo de vínculo que tenían con éste se presentaba, en un aspecto, inversa. Es decir, por un lado, en Brasil, el vínculo de Lula con varias organizaciones oficialistas (PcdoB, PSB, MST, CUT, PT) era previo a la llegada al poder, se inscribía en trayectorias comunes de lucha social, sindical y política. Y, en un marco de altas expectativas por parte de esas organizaciones sobre la orientación que podía asumir un gobierno liderado por Lula, este vínculo aparecía tensado (aunque no roto) por el rumbo finalmente encarado en la primera etapa de gobierno (2003-2006). En Argentina, en cambio, en un marco de expectativas "ultra-bajas" (como las denominaba Jaime, uno de los entrevistados, proveniente del Frente Grande) después de la crisis de 2001, Kirchner lograba generar un vínculo con distintas organizaciones y actores individuales luego de llegado al poder, tanto a partir de una convocatoria concreta por parte del gobierno como de la lectura, por parte de esos actores colectivos e individuales, de un rumbo inesperado y deseable.
Se perfilaban así dos evoluciones inversas y, por lo tanto, dos modalidades diferentes de apoyo al gobierno: la de un apoyo decidido en la propia coyuntura, a partir del rumbo inicial seguido por el gobierno (Argentina), y la de un apoyo histórico mantenido a pesar de lo hecho por el gobierno, y tensado por ese rumbo (Brasil).
Por un lado, entonces, existía en Brasil un vínculo con el gobierno por trayectoria histórica común entre las organizaciones: el PT (con el presidente, que había sido su líder histórico), la CUT, el MST, el PcdoB (aliado del PT en elecciones previas desde 1989) y, parcialmente, el PSB. Era, entonces, un vínculo que se mostraba fuerte, aunque no carente de tensiones. Y era un vínculo en el que la trayectoria histórica común con el presidente y el PT aparecían indisociables una de la otra. En el caso de la CUT y del MST, a partir del rumbo asumido por el gobierno de Lula, se configuraba un vínculo de "absoluta identidad" (término usado por un entrevistado) de la CUT con Lula (el presidente era su líder sindical histórico, uno de ellos), aun a pesar de las medidas del gobierno desfavorables a la base de la central; y en el MST, un "apoyo crítico" (término de los propios entrevistados) a un presidente "amigo de los Sin Tierra" (y que, al reunirse con ellos, por ejemplo, se colocaba la gorra típica del movimiento ante la prensa), que no cumplía sus expectativas en materia de reforma agraria y de resistencia al agronegocio, pero que lideraba un gobierno al que había que defender y proteger. Ese vínculo histórico y entre organizaciones era el que predominaba en Brasil, excepto en los sellos partidarios que confluyeron en la base oficialista a partir de las elecciones de 2002 (PTB, PL, parte del PMDB, etc.) y que no habían tenido una relación histórica con el PT.
El segundo tipo de vínculo, forjado en la propia coyuntura del triunfo electoral y del gobierno, y establecido en torno al presidente y no en términos de relaciones entre organizaciones de pertenencia, era el que caracterizaba el origen de la relación de la mayoría de los actores del oficialismo kirchnerista con el gobierno: las organizaciones sociales14, la CTA y hasta parte del espacio partidario (transversales). Sólo un pequeño entorno de Kirchner (con funcionarios de su provincia, algunas pocas redes del PJ y unos pocos legisladores) tenía con el dirigente una relación previa a la llegada al poder y a la selección de Kirchner como candidato a la presidencia.
Ese vínculo por coyuntura se iba estableciendo luego de la llegada al poder, y se observaba en ese lazo una desconfianza por parte de muchos entrevistados, no respecto del presidente, sino más bien del partido del que éste provenía, y justamente la confianza en el presidente parecía derivar de la creencia de que éste no dependía de su partido de  origen para  definir el rumbo  de gobierno, que  había logrado desprenderse -impedir que el partido lo condicionara- y trascenderlo en su convocatoria.
En Brasil, ese vínculo por coyuntura y esa desconfianza del partido del que provenía el presidente sólo se observaba entre los entrevistados de sellos partidarios que se habían ido incorporando a la base oficialista durante el proceso electoral y luego de asumir Lula la presidencia. Así lo manifestaba Reinaldo, un entrevistado que se insertó en la base oficialista recién en la elección de 2006, al decir que Lula había podido abandonar "esa cara de PT, de huelgas y protestas".
 En Argentina, esa misma noción de desconfianza hacia el partido de origen del presidente era encontrada, en el espacio partidario, entre los entrevistados transversales, tanto los que no pertenecían formalmente a ninguna fuerza política, como los que integraban el Frente Grande, un sector del Partido Socialista, dirigentes individuales provenientes del ARI, etc.  Y también en las organizaciones sociales (salvo en el Movimiento Evita, que no dirigía explícitamente sus críticas al PJ) y en los grupos más oficialistas dentro de la CTA. Se reiteraba en esas entrevistas, así, la interpretación de un vínculo generado y decidido a partir de un rumbo de gobierno inesperado y de un presidente que se presentaba diferente a los anteriores, con una fuerte retórica basada en banderas que esas organizaciones consideraban también propias, pero que no eran banderas partidarias. Es decir, predominaba la noción de banderas históricas recuperadas por Kirchner desde 2003, conformándose así una suerte de vínculo nuevo pero que se pretendía basado en reivindicaciones históricas comunes con el líder (que no las había sostenido, sin embargo, antes de su mandato).
Por otro lado, un elemento fundamental para caracterizar el vínculo de las organizaciones sociales con el gobierno en Argentina es que no sólo se había producido una lectura positiva en las organizaciones sobre el gobierno, sino que había habido, por parte de éste, una convocatoria concreta y dirigida a esas organizaciones, convocatoria de la que daban cuenta los entrevistados, en términos de la necesidad de "ganar la calle" a otras organizaciones sociales y políticas no oficialistas. Ese tipo de convocatoria no aparecía de modo explícito entre los entrevistados de la CUT y del MST en Brasil, aunque luego efectivamente participaran, en 2005 y 2006, de movilizaciones en defensa del gobierno. Estas dos organizaciones no eran "convocadas" por el líder, sino que ya tenían con él y su partido un vínculo histórico.
Y, en el caso argentino, aparecía un tercer vínculo de carácter híbrido: el forjado en la coyuntura con el gobierno por la mayor parte de las redes del propio PJ y de la CGT pero reivindicado como histórico, a partir de la fuerza política de la que provenía Kirchner. Una porción del PJ había apoyado públicamente a Kirchner durante el proceso electoral, dado que era el candidato promovido por Eduardo Duhalde, entonces presidente interino y dirigente con gravitación en una porción considerable de las redes del PJ. Y otros sectores irían incorporándose luego de su llegada al poder, luego de haber apoyado a Carlos Menem o a Adolfo Rodríguez Saá. Este vínculo, entonces, aparecía planteado en muchas entrevistas en torno al partido de proveniencia de Kirchner, más que en torno a las apelaciones identitarias y medidas del presidente. Aparecía como una decisión de alineamiento con quien había asumido la presidencia y provenía del PJ, aunque no hubiese sido su candidato deseable en las elecciones de 2003. Asimismo, este vínculo presentaba cierta fragilidad, que se advertiría en distintas ocasiones, especialmente en las elecciones legislativas de 2005, en las que una parte de las redes del PJ bonaerense enfrentó al presidente en las urnas. El vínculo de la CGT con el gobierno de Kirchner, por otro lado, también era forjado en la coyuntura y era asociado, en los entrevistados, a la fuerza política de la que provenía el presidente (como lo expresaba Nicolás, en ese sentido, que veía a Kirchner como "uno de los candidatos del peronismo" en 2003). Y aunque las interpretaciones sobre el origen de ese vínculo eran diversas dentro de la confederación, entrevistados que pertenecían a sindicatos seguidores de Moyano dentro de la CGT planteaban un vínculo con el gobierno que no consistía explícitamente en banderas compartidas con el presidente, sino en una suerte de reconocimiento mutuo (de Kirchner y la CGT), de la necesidad de un acuerdo que colocase a la CGT como un actor oficialista. Asimismo, las lecturas sobre el pasado, por ejemplo, eran muy heterogéneas dentro de la confederación, habiendo entrevistados que, por ejemplo, reivindicaban los años de Menem, el mismo período que Kirchner denostaba.

     II) Rol dentro del oficialismo
Es posible esbozar tres acepciones del rol de los actores oficialistas, advertidas en el relato de los entrevistados: a) la protección al gobierno (garantizar la gobernabilidad), b) la posibilidad de incidir sobre su rumbo, y c) el espacio que le cabía a estos actores dentro del oficialismo en términos políticos (su gravitación relativa en comparación con otros actores oficialistas) e institucionales (cargos legislativos, manejo de recursos estatales). Estas acepciones aparecían combinadas y hasta superpuestas en los entrevistados. Veamos, entonces, las tres acepciones del propio rol en las organizaciones oficialistas de ambos países.
La noción del propio rol en términos de una debida protección y sustentación del gobierno era un punto clave en los relatos de varios actores oficialistas en Argentina y Brasil: PT, PcdoB, CUT, kirchneristas transversales, fracción oficialista de la CTA, organizaciones sociales kirchneristas. Estas últimas, por ejemplo, acordaban un documento común en 2004, a partir de una iniciativa que, según los propios entrevistados, había tenido el gobierno. En ese documento sostenían:
No nos cabe actuar como observadores ni fiscales, sino que nos asumimos como constructores de la acumulación de fuerzas sociales y políticas a favor del nuevo rumbo emprendido. No queremos ocupar un lugar aséptico y equidistante del oficialismo y la oposición, sino profundizar nuestro compromiso con las políticas a favor del pueblo y la defensa del interés nacional, para enfrentar el único hegemonismo peligroso: el de los grupos de poder económico que manejaron durante décadas el destino del país, en contra del pueblo y la nación (Frente Patria para Todos, 2004).

En otros actores colectivos, la noción del propio rol como de sustentación y movilización en defensa del gobierno no aparecía con la misma intensidad (MST, PJ y CGT).
Aquella idea de proteger al gobierno, no obstante, no significaba, en quienes la enfatizaban que éstos supusieran que su organización podía asegurar esa gobernabilidad. Los petistas, por ejemplo, planteaban esa necesidad de defender al gobierno pero a la vez reconocían que no eran ellos quienes eran vistos por el presidente y su entorno como garantes de la gobernabilidad.
En las centrales sindicales y las organizaciones sociales de ambos casos nacionales, la protección del gobierno siempre estaba concebida a través de la movilización, vista, como ya fue anticipado, como parte de un rol específico que estas organizaciones consideraban propio. Era esa capacidad de movilización y demostración de fuerza propia lo que los distinguía de otros actores, aquello que ellos podían aportar para sustentar al gobierno, mucho más que la tracción de votos (atribuida a los actores del espacio partidario y aún más al propio presidente en términos individuales). En el espacio partidario, la movilización aclamatoria o para defender al gobierno no era, de todos modos, una cuestión ausente. En Brasil, ese tipo de movilización aparecía, en los entrevistados petistas y de fuerzas políticas aliadas históricamente al PT (como el PCdoB) como delimitando la pertenencia: para ellos, eran sólo los actores más afines y leales al gobierno los que se movilizaban. Y es que efectivamente, los sellos partidarios que se habían ido integrando a la base parlamentaria oficialista con la llegada de Lula al poder (o en las elecciones previas) -PL, parte oficialista del PMDB, PTB, etc.- no se movilizaban en defensa del gobierno. En Argentina, en cambio, la movilización aclamatoria no demarcaba el vínculo, dado que todos los actores oficialistas se movilizaban, pero se hacía presente como escenario de un fenómeno que podríamos denominar de "suspensión fallida", siguiendo el concepto de Hermanowicz y Morgan (1999) de que durante los rituales se produce una "suspensión" de las tensiones intragrupales. La movilización aclamatoria kirchnerista en tanto ritual no podía neutralizar la tensión, sino que agudizaba la competencia entre los distintos actores por mostrar su propia fuerza y peso respectivo ante el presidente.
En segundo lugar, el rol concebido en términos de incidencia sobre el rumbo del gobierno era un elemento en el que también podían observarse contrastes entre las distintas organizaciones. En Argentina, aun en mayor medida y en forma más explícita que en Brasil, los entrevistados asumían la imposibilidad de tener, como organizaciones oficialistas, una incidencia efectiva en las medidas y políticas generales del gobierno. Entre los entrevistados argentinos (del PJ, de la transversalidad y de las organizaciones sociales), incluso, algunos se quejaban de un fenómeno muy común en la dinámica del kirchnerismo: enterarse de las medidas del gobierno a través de la prensa, sin haber podido participar de su discusión, y teniendo luego que elaborar (o reproducir) un argumento a favor de las mismas ante sus bases. En ese marco de decisiones que se veían como tomadas desde arriba (y por un entorno pequeño de funcionarios y amigos de Kirchner), la movilización crítica como modo de intentar incidir sobre el rumbo del gobierno se encontraba ausente en los miembros del oficialismo kirchnerista. En Brasil, aunque no se hablase de decisiones tomadas en un entorno tan pequeño como el de Kirchner, en muchos entrevistados del PT se advertía una frustración común: el sentir que no habían podido condicionar el rumbo del gobierno, incidir de modo de evitar algunas reformas o medidas y promover otras. El rol asociado con la incidencia sobre el rumbo del gobierno se manifestaba, entre los entrevistados de la CUT y el MST, por otro lado, a través de la idea de una necesaria movilización crítica de presión. Era éste un núcleo fundamental en los entrevistados del MST, que enfatizaban la necesidad de seguir movilizados aún en un gobierno afín. Y estaba presente en la CUT a nivel de lo que consideraban deseable pero no tanto en las prácticas que reconocían habían tenido durante el gobierno.  A modo de ejemplo, Jonás, dirigente de la CUT, recordaba:

Jonás: Decíamos que iba a ser un gobierno lleno de contradicciones. Que exigiría de nosotros, del movimiento sindical de izquierda, una  disposición de estar presionando al gobierno para que se decidiese por la izquierda. Y una manera de hacer esa presión sería colocando a la masa en la calle. [...] Te voy a hablar de cosas muy personales. Tengo una evaluación crítica de la CUT en esos años, muy dura. Creo que perdíamos tiempo, en un momento de la historia que nos era muy rico. No supimos comportarnos... en el plenario de 2002 teóricamente hablábamos de ese tema y sacamos una resolución teórica buena: "vamos a sacar las masas a la calle para presionar al gobierno por izquierda y hacer una disputa por la hegemonía". Perfecto, pero llevó un año preparar la primera manifestación. Peor, tuvimos aquella primera y nos llevó un año hacer la segunda. Me incomoda el grado de timidez con que hicimos todo eso. [...] desde ese punto de vista, creo que estamos perdiendo un tiempo enorme. Ya van seis años de gobierno de Lula e hicimos mucho menos de que lo podíamos hacer. [...] creíamos que estábamos agrediendo al gobierno si hacíamos eso, porque tenemos una tradición de movilizar, de presionar insultando.
(Entrevista N ° 19 en Brasil. Jonás, dirigente de la CUT en Río de Janeiro).

Por último, el rol concebido en términos del espacio institucional y político que le cabía a las distintas organizaciones o espacios en tanto actores oficialistas también exhibía contrastes según el actor colectivo, aunque se observaba en la mayoría de los casos una insatisfacción con el rol/espacio que les reconocía el presidente. Los entrevistados en los que esa insatisfacción era más visible eran los de los PJ locales. En ellos, el rol concebido para su propio partido era planteado en relación con la gobernabilidad pero no tanto postulando la idea de que su rol era sustentar al gobierno. Se describía, en cambio, al PJ como la fuerza de mayor desarrollo territorial, la que podía contar con redes lo suficientemente arraigadas como para definir una elección y para garantizar gobernabilidad. Y esa característica que los entrevistados del PJ le atribuían a éste lo colocaba, en su visión, como un actor al que el gobierno debería haberle reconocido mayor centralidad dentro del armado oficialista. Es decir, esos entrevistados del PJ lo concebían como un actor central pero que no ocupaba un lugar acorde dentro del conjunto oficialista, y exhibían cierta frustración por no haberlo podido erigir como un actor partidario organizado que pudiera negociar un mayor espacio institucional en tanto partido dentro del oficialismo. Aparecía incluso la idea de que el PJ era "escondido" por el gobierno dentro del oficialismo, de cara a la opinión pública. Y era común observar en estas entrevistas lecturas mediadas por la tensión y la competencia con otros actores oficialistas. Uno de esos otros actores era, en el espacio partidario, la denominada "transversalidad". En la práctica, y en relación con la cuestión de su propio rol/espacio dentro del oficialismo, los entrevistados transversales se veían como portadores de una debilidad organizativa, no sólo como dato de origen sino también como escenario resultante de las propias dinámicas oficialistas (no habían logrado estructurarse como fuerza organizada). En contraste con los entrevistados del PJ, los entrevistados de la transversalidad creían haber representado otro rol: el de los "presentables" ante  la opinión pública, aquellos que el gobierno pretendía exhibir como signo de amplitud política y de convocatoria al progresismo.
En Brasil, en el PT, no había -a diferencia del PJ- un énfasis en la competencia interna con otras fuerzas políticas a la hora de hablar sobre su propio rol o espacio dentro del oficialismo, y predominaba una concepción del partido como parte del núcleo duro del gobierno. Sin embargo, también se mostraban frustrados ante su propio rol en términos de gravitación política dentro del oficialismo: el mismo, sostenían, había quedado algo desdibujado por un liderazgo sin mediaciones, por un vínculo directo del presidente con la ciudadanía en el que el PT no era ya un intermediario político, y no recogía los frutos de la popularidad de Lula. A diferencia de los entrevistados del PJ, los petistas no exhibían la idea de que hubiesen quedado "escondidos" dentro del armado oficialista, incluso después de las denuncias del Mensalão, proceso que afectó al PT mucho más que a la figura de Lula y por el cual varios dirigentes y funcionarios del partido debieron renunciar a sus cargos.
En cuanto a las organizaciones sociales y las centrales sindicales, las interpretaciones de sus entrevistados en relación con el rol/espacio que les cabía dentro del oficialismo eran divergentes según la organización. Ese espacio (pensado especialmente en términos de tamaño relativo, de presencia en el Estado y en listas electorales oficialistas) era visto como minoritario en las organizaciones sociales kirchneristas, especialmente al compararse con el PJ y la CGT, y como progresivamente reducido hacia 2007. Era una cuestión no relevante, por otro lado, en la CTA (sus entrevistados no consideraban que la central tuviera un espacio político e institucional dentro del oficialismo, dado que quienes abogaban por un apoyo más explícito y por participación en el gobierno eran grupos -aunque numerosos- y no la central en tanto tal). Era un elemento importante en la CGT, aunque ese espacio de la confederación en el gobierno y el oficialismo se expresara en lugares menos públicos (direcciones de empresas, gestión de recursos), pero no era resaltado especialmente por los entrevistados. En la CUT, en Brasil, la cuestión del espacio institucional había adquirido mucha relevancia, especialmente a partir del ingreso de muchos dirigentes sindicales al gobierno. Ese fenómeno, sin embargo, postulaba, según los entrevistados, dos problemas: En primer lugar, el rol de la central  como proveedora de cuadros sindicales para el Estado había terminado opacando su rol histórico, el de la movilización reivindicativa. Y, en segundo lugar, ese espacio institucional no había sido finalmente "de la central", no se había regido por una lógica en la que la CUT pudiera señalar dirigentes a los que enviar al Estado y que la representarían allí, sino más bien por convocatorias individuales desde el gobierno a dirigentes bajo criterios personales y sin la incidencia de la central. Para el MST, por último, la cuestión del espacio institucional estaba directamente ausente en las entrevistas: no se referían a cargos en el Estado (aunque hubiera algunos miembros del movimiento ocupándolos), no reclamaban más espacio ni tampoco una participación de candidatos propios en la chapa oficialista en las elecciones.

     III)  Impacto de la pertenencia al oficialismo sobre la propia organización
En el análisis de las interpretaciones de los entrevistados sobre esa cuestión se ha hallado una variedad de impactos derivados de la pertenencia al oficialismo más allá de un crecimiento (también presente en algunas entrevistas) de estas organizaciones en términos de fuerza, presencia y recursos. 
En Argentina, entre los entrevistados del PJ predominaba la idea de que éste aparecía, luego del gobierno de Kirchner, más desorganizado y desestructurado que antes, más debilitado y fraccionado, y que esos aspectos estaban asociados al modo de funcionamiento del oficialismo kirchnerista, caracterizado por vínculos radiales del presidente (o de algún interlocutor) con distintos actores individuales del PJ. Esos mismos vínculos radiales y la dinámica oficialista del kirchnerismo de no organizar a los actores no PJ dispersos como una fuerza propia (alternativa o complementaria al PJ en tanto actor oficialista) era la que, para los entrevistados de la transversalidad, había configurado una situación en la que ese espacio seguía siendo inorgánico, seguía siendo convocado "para la foto" (palabras de un entrevistado) y quedaba diluido dentro del kirchnerismo sin lograr una fisonomía y un formato organizativo propio.
En Brasil, en el PT, predominaba, por otro lado, la lectura de que el partido había sufrido distintas transformaciones organizativas -erosionando algunas de sus cualidades históricas- antes del gobierno de Lula (moderación del discurso político, flexibilización de la política de alianzas, transformación del perfil social de la base del PT, autonomización de los liderazgos ejecutivos y legislativos respecto del partido, entre otros fenómenos), y que éste sólo las había profundizado. Sí aparecían como impactos directos de la pertenencia al oficialismo un intenso conflicto interno en los primeros años de gobierno; una pérdida de cuadros partidarios que habían ingresado al Estado; y la dificultad de traducir la popularidad personal de Lula en votos para candidatos del PT en el nivel local (dificultad de transferencia de la popularidad presidencial a su propio partido), asociada a la afirmación de que el "petismo", aunque había crecido, no lo había hecho proporcionalmente al crecimiento del "lulismo".
Considerando también, en el análisis, a las organizaciones sociales y centrales sindicales, fueron identificados, en los relatos de los entrevistados, diferentes impactos sobre sus organizaciones a partir de pertenecer al oficialismo, a partir del vínculo mantenido con el gobierno: a) el crecimiento y transformación del carácter de la organización, que debía ampliar sus criterios de construcción (trascender su carácter de organizaciones de desocupados), y reformular sus objetivos previos a la asunción del gobierno (organizaciones sociales kirchneristas); b) nuevos problemas para la organización, especialmente derivados de la participación en el Estado (organizaciones sociales kirchneristas, PT y CUT) -por ejemplo, cómo lidiar con cuadros que habían ingresado a cargos estatales, cómo seguir generando cuadros que pudieran ocuparse de construir la organización mientras los otros habían ido al Estado-; c) una crisis interna (PT, PJ, CTA y CUT; CGT, en menor medida), que incluyó, en los casos brasileros, desprendimientos y, en los argentinos, sólo conflicto interno (luego, en los años posteriores al gobierno de Kirchner, tanto la CTA como la CGT se partirían formalmente).
En el MST, no aparecía una identificación del impacto de la pertenencia al oficialismo porque los entrevistados no reconocían esa pertenencia. Sí surgían razonamientos diversos en torno al impacto de la existencia de un gobierno como el de Lula sobre la propia organización. A modo de ejemplo, los entrevistados manifestaban que la política lulista de no represión al MST significaba un respiro para el movimiento, parcial, porque en algunos Estados sí se los perseguía desde los gobiernos locales del PSDB. O que, por primera vez habían sido recibidos y reconocidos por un gobierno nacional como un actor legítimo. Y, por otro lado, que la llegada de Lula había suscitado muchas expectativas que luego no fueron cumplidas, generando un problema con las bases del movimiento.

Coexistencia dentro del oficialismo

Dentro del paraguas de las relaciones intraoficialistas, es decir, de las modalidades y características de la coexistencia entre los distintos actores colectivos del conjunto, podríamos organizar los argumentos en torno a dos cuestiones: I) la caracterización de la política de alianzas, y II) las caracterizaciones sobre y relaciones con los demás actores dentro del oficialismo.

      I) Caracterización de la política de alianzas
En el caso argentino, los entrevistados del PJ se mostraban disgustados y aprensivos ante la estrategia de ampliación de la base oficialista impulsada por el presidente (y vista como una estrategia en la que el PJ no tenía ninguna incidencia). En el modo de caracterización de esa estrategia por parte de estos entrevistados aparecía primero un intento de enmarcar la política de alianzas de Kirchner en una tradición frentista histórica típica del peronismo. Sin embargo, esa descripción era seguida, en esas mismas entrevistas, de otra que postulaba a esos nuevos aliados como circunstanciales y hasta artificiales, como difíciles de digerir para el militante tradicional del PJ.
En Brasil, mientras que los entrevistados de otros sellos partidarios (PCdoB, PTB, PSB) elogiaban la amplitud de la política de alianzas iniciada en 2002, los petistas exhibían sensaciones diferentes. Algunos, aun sosteniendo que había sido necesaria una amplia política de alianzas, se mostraban críticos o cuestionaban el modo en que había sido desarrollada (habiendo carecido de criterios programáticos, o habiendo apelado por ejemplo, a sellos partidarios relativamente débiles, como el PL, y al acercamiento de algunos legisladores específicos y dirigentes locales del PMDB, en vez de apuntar a una alianza plena con la totalidad de los directorios estaduales de aquel sello), y recordando el nivel de conflicto interno que suscitó en el interior del partido. Para otros, en cambio, había sido un signo de madurez del PT, un gran logro luego de años de derrotas electorales. Pero todos coincidían en su necesidad, en que se trataba de un paso táctico para llegar al poder y sostenerse en él. Y, en contraste con Argentina, la política de alianzas era definida en las entrevistas como una política del propio PT, no del presidente por fuera de éste.
Ahora bien, ¿condicionaba esa política de alianzas al presidente y al gobierno? En el PT, nuevamente asistíamos a una visión dividida. Esa divergencia expresaba dos modos distintos de concebir al PT en el presente y a sus transformaciones previas. Es decir, para algunos, la política de alianzas efectivamente condicionaba al PT (y al gobierno), que tenía que hacer concesiones y evitar promover ciertas medidas transformadoras para no perder a sus aliados. Para otros, era el PT el que había cambiado mucho en los últimos años; era el mismo partido (y no sus aliados) el que no estaba dispuesto a llevar adelante un programa de gobierno más radical o transformador.
En Argentina, por otro lado, ningún entrevistado veía un fenómeno de condicionamiento al presidente por parte de los actores oficialistas. Prevalecía, en cambio, la imagen de un líder despojado de condicionamientos por parte de su base, que definía el rumbo del gobierno con un entorno muy pequeño a su alrededor. E incluso, aquel momento en que se evaluaba que Kirchner se había sentido condicionado había sido resuelto, según los entrevistados, a través de la confrontación con el duhaldismo en las elecciones legislativas de 2005 (vista por distintos entrevistados de los PJ locales como una puja que no debió haberse dado).
Un aspecto de la política de alianzas en el que se observaba un contraste notorio entre Argentina y Brasil era en la relación, en el relato de los entrevistados, entre aquella política y la gobernabilidad. Veamos dos fragmentos de testimonios, en Brasil y Argentina, que ilustran nuestro posterior argumento:

Gaspar: Los otros partidos que componían, y que componen hoy la alianza de gobierno, la mayoría del gobierno...yo sólo veo una única razón por la que están ahí: la estabilidad del gobierno, la estabilidad política. No existe, a mi entender, compromiso programático -y ni siquiera un compromiso pragmático- con el PMDB o con el PP o con el PTB. Son partidos de centro o de centro-derecha. No existe compromiso programático con ellos. Lo que existe la verdad es un mero intercambio de intereses. El gobierno precisa de mayoría parlamentaria y entonces les abre espacio en el gobierno.
(Entrevista N º 17 en Brasil. Gaspar, dirigente del PT de Río de Janeiro).

Dolores: Y más allá de lo que sería el radicalismo K, este proyecto de Kirchner de la transversalidad, ¿cómo lo veían ustedes en su momento desde el peronismo de [su distrito]?
Salvador: ¿Qué significa la transversalidad? [estrategia de ampliación del oficialismo por parte de Kirchner desde 2004] Depende de qué signifique. [...] Si la transversalidad significa que los partidos políticos -peronismo o cualquiera que sea- estén cruzados por las distintas relaciones de intereses, sociales, políticos, yo creo que eso existe per se. Sino alguien diría que el Partido Justicialista es de izquierda o derecha. No tiene sentido ninguna de las dos [...]. Siempre hubo acuerdos partidarios. Ahora, si la transversalidad significaba acuerdos interpartidarios en función de un objetivo coyuntural que era retener o consolidar poder, bueno, ahí hay que hacer disquisiciones. [...] Yo, en términos políticos, entregar al peronismo, que dentro de 6 meses lo vas a necesitar para que fiscalice la elección... ¿en función de cuál objetivo? Que fue lo que sucedió en muchos distritos.
(Entrevista N º 32 en Argentina. Salvador, dirigente del PJ en la zona norte del conurbano bonaerense).

En términos comparativos, si la gobernabilidad era un factor que llevaba a la política de alianzas aún más lejos en Brasil, que la ampliaba mucho más allá de los aliados históricos del PT; en el caso argentino, en cambio, la gobernabilidad era empleada como argumento para insinuar o sugerir un límite a la política de alianzas del presidente (o al peso y reconocimiento que el presidente podía darle a actores nuevos que no estaban en condiciones de garantizar la gobernabilidad como los transversales o las organizaciones sociales): no sólo Kirchner no rompía con varias redes tradicionales y cuestionadas del PJ sino que en 2008, ya terminado su gobierno, se disponía a encabezarlo, para evitar reagrupamientos peronistas por fuera del oficialismo, aunque los mismos se darían de todos modos y aunque Kirchner luego mantendría esa estrategia inicial en una suerte de impasse.

     II)   Caracterización de y relación con los demás actores
 A la hora de caracterizar a los distintos actores oficialistas y de relacionarse con ellos, los entrevistados de los distintos sectores en ambos países identificaban subgrupos de afinidad con los cuales consideraban compartir una identidad dentro del oficialismo, y establecían, por otro lado, mecanismos de diferenciación respecto de otros actores, con los cuales el único eje articulador era la propia figura presidencial. Tanto en Argentina como en Brasil, se delineaba entre los entrevistados una reiterada diferenciación respecto de otros actores, con caracterizaciones negativas que cambiaban según la organización. Entre ellas, la acusación de oportunismo y la definición del vínculo de esos otros actores con el gobierno como instrumental en vez de identitario (PJ sobre organizaciones sociales; varios grupos del PT, el PCdoB y la CUT sobre otros sellos partidarios aliados a Lula considerados por ellos "fisiológicos"; transversales sobre algunas redes del PJ, etc.). En el caso del PJ, por otro lado, la diferenciación respecto de otros actores oficialistas (la mayoría, salvo la CGT) aparecía frecuentemente mediada por una descalificación de su peso territorial y organizativo.
De manera paralela a esas caracterizaciones que enfatizaban la diferenciación y hasta recurrían a la descalificación, los entrevistados de las distintas organizaciones iban demarcando subgrupos de afinidad, incluyendo en los mismos a actores con los cuales consideraban compartir una identidad (transversales con CTA oficialista, algunas organizaciones sociales kirchneristas entre sí, PT y CUT, PJ y CGT oficialistas). Pero esa afinidad no redundaba en formas de cooperación u organización conjunta duraderas sino que se mantenía como mera identificación de quienes eran actores afines o considerados cercanos.
Con el resto de actores, en cambio, era la figura del presidente -y no dispositivos institucionalizados u organizados de interacción dentro del oficialismo, por ejemplo- el eje aglutinador de toda la diversidad de actores que se encontraba en tensión y que portaba identidades diferentes y hasta antagónicas.
Estos dos mecanismos (diferenciación y descalificación, por un lado, e identificación de  actores afines, por otro) establecían entonces suertes de identidades parciales dentro del oficialismo -cuestión sobre la que volveremos más adelante- y evidenciaban, asimismo, la ausencia de una identidad compartida por todo el conjunto, que fuera operante para todos sus actores.
Por otro lado, la coexistencia entre los distintos sectores del oficialismo (organizaciones sociales kirchneristas con CGT y PJ, en Argentina; y MST con PT y CUT) era planteada por los entrevistados en el caso argentino de modo mucho más conflictivo y antagónico que en Brasil, donde, aunque se advertían relaciones y caracterizaciones mutuas no carentes de tensiones, éstas aparecían marcadas por trayectorias comunes y una relación de mutuo respeto.
Para comprender las relaciones en el interior del oficialismo, hay algunas relaciones y caracterizaciones intersectores especialmente significativas: en Argentina, las del PJ y la CGT con las organizaciones sociales -que se concebían mutuamente como "otros" dentro del oficialismo-; y, en Brasil, las de la CUT y el PT con el MST, tensadas, luego de orígenes comunes, a partir de las transformaciones del PT y especialmente del rumbo del gobierno de Lula.
Las organizaciones sociales kirchneristas y muchos de los entrevistados del PJ, especialmente los del PJ de la Matanza, representaban, unas para el otro, y viceversa, el actor menos deseable del armado oficialista nacional. Prevalecía en los entrevistados de los PJ locales, al caracterizar a las organizaciones sociales kirchneristas, la visión de un "otro" dentro del propio oficialismo, de actores con los que los entrevistados decían no compartir propósitos, símbolos, modos de construcción de la organización, pero que a la vez eran vistos como un actor necesario dentro del conjunto. Un "otro" dentro del oficialismo que, si estuviera fuera, sería una amenaza al gobierno, y que, por lo tanto, se lo requería cerca. Esta misma lectura se daba a la inversa, cuando desde las organizaciones sociales se referían a varias redes del PJ y gran parte de la CGT. Asimismo, se perfilaban entre entrevistados del PJ, por un lado, y de organizaciones sociales y transversales, por otro, lecturas antagónicas sobre el significado y repercusiones de la crisis de 2001 y el lugar que, a partir de ese acontecimiento, le correspondía a las organizaciones sociales en la representación política. Es decir, los entrevistados de los PJ locales veían a las organizaciones sociales ("los piqueteros") como producto de la crisis de 2001, como actores propios de un momento excepcional y que ya estaba siendo superado. Por lo tanto, sostenían, esas organizaciones irían perdiendo gravitación dentro del oficialismo en un contexto de recuperación económica y de normalización política. Para las organizaciones sociales y la CTA oficialista, en cambio, la crisis de 2001 había tenido repercusiones irreversibles sobre la representación política, y esas organizaciones, que se concebían como nuevos protagonistas de la organización popular, habían llegado para quedarse.
La coexistencia entre los distintos sectores del oficialismo se planteaba en el caso brasilero de modo menos conflictivo y antagónico que en Argentina, aunque las caracterizaciones mutuas exhibían no pocas dificultades en los modos de relacionarse unos sectores con otros, y críticas mutuas, como la idea de un excesivo oficialismo por parte de la CUT, en la visión del MST; o la imagen de un MST que se había vuelto demasiado crítico con el gobierno, en la visión de la CUT y del PT. También se reiteraba una idea entre los entrevistados de la CUT y del PT: la de una composición del MST mucho más influida por la identidad petista de lo que su dirigencia deseaba reconocer. Como último elemento a resaltar de la coexistencia intersectorial en el oficialismo brasilero, podríamos argumentar que las tres organizaciones (la CUT, el PT y el MST) desplegaban una cooperación difícil y esporádica, pero garantizada en momentos clave en los que peligraba la estabilidad del gobierno, y sustentada en trayectorias históricas -del PT, la CUT y el MST- íntimamente vinculadas.

Identidades parciales contrastantes entre Argentina y Brasil e implicancias del "nosotros" en las definiciones de pertenencia al oficialismo 

Uno de los elementos que caracterizaba a ambos oficialismos era la ausencia de una identidad compartida por el conjunto. En otros términos, la existencia de distintas identidades oficialistas parciales, en tanto no aglutinaban o representaban a todos los actores dentro del conjunto. Identidades que, en algunos casos, se asemejaban más o podían coexistir sin tensión, mientras que en otros portaban elementos antagónicos unas con otras. Dos de esas identidades parciales portaban especial riqueza para establecer un contraste entre ambos oficialismos, el de Lula y el de Kirchner. En el caso brasilero, había una identidad compartida por actores que se consideraban a sí mismos el núcleo oficialista más leal al presidente (el propio PT, y aliados históricos de éste, como el PCdoB, la CUT y el MST).  Esa identidad se presentaba como asociada a la trayectoria de lucha sindical, social y política de Lula y del PT (y no se disociaba a Lula del PT en la vinculación identitaria de estos actores con el gobierno) mucho más que a la coyuntura del primer gobierno en sus medidas concretas (que eran, por otro lado, criticadas por varios de esos actores). Es decir, se perfilaba como una identidad en términos de la relación histórica entre las organizaciones de pertenencia de los entrevistados. En Argentina, en cambio, aquello con lo que los transversales, las organizaciones sociales y los grupos oficialistas dentro de la CTA se identificaban era el Kirchner pos-llegada al poder, su propia figura una vez que asumió, aquel que desarrollaba medidas inesperadas y por las cuales se habían sentido convocados. No su partido de origen ni tampoco la trayectoria política del líder, sino los símbolos que, como ya vimos, éste movilizó recién después de asumir su cargo.
Se ha argumentado, entonces, un contraste entre Brasil y Argentina en torno a dos identidades parciales que se delineaban dentro de estos oficialismos. Una definida por trayectorias comunes entre las organizaciones de pertenencia de los entrevistados, en Brasil. Y otra basada en apelaciones políticas del líder con posterioridad a su llegada al poder más que en lazos con organizaciones, y que no derivaba tampoco en nuevos lazos organizativos concretos entre esos actores que consideraban parte de una misma identidad parcial, en Argentina. Pero también se hacían presentes identidades muy diferentes a éstas dentro del oficialismo, con lecturas sobre el pasado (sobre los años setenta y noventa, en Argentina; o sobre el gobierno de Fernando Henrique Cardoso, en Brasil) y sobre el presente que estaban en directo antagonismo con esas apelaciones antes analizadas.
Por otro lado, también eran diversos, entre los distintos actores del oficialismo y en ambos países, además de las identidades, los modos de definir el "nosotros" en la pertenencia al conjunto y de entender así lo que ser oficialista implicaba para la propia organización o para el actor individual.
En el espacio partidario en Argentina, los entrevistados del PJ exhibían la noción de  una pertenencia primaria  al  peronismo  muy  por encima  de  la pertenencia -considerada más circunstancial- al oficialismo. El "nosotros", entonces, era la red local -o conjunto de redes territoriales y estatales- a la que pertenecían los entrevistados, y que respondía al intendente, y no el gobierno nacional, que era visto como otro actor separado. Por eso, utilizaban términos como "jugar" en el Frente para la Victoria, o "acompañar" al presidente Kirchner. La pertenencia era al peronismo, y a su organización formal, el PJ.
En los kirchneristas que no estaban dentro del PJ (transversales del espacio partidario), la definición de pertenencia adquiría, en cambio, un carácter identitario con la figura de Kirchner mismo y con los símbolos que éste había promovido, y no en términos de una relación entre las organizaciones de pertenencia de los entrevistados y la del presidente.15
Para los entrevistados petistas en Brasil, pertenecer al oficialismo era definido explícitamente a partir de una pertenencia partidaria al propio PT. Pertenecer al oficialismo implicaba, para ellos, haber entendido la necesidad de gobernabilidad y sus consecuencias no deseadas para el perfil y la identidad del PT. Y esa definición de pertenencia se establecía, además, en explícito contraste con lo que estos entrevistados consideraban que era el modo de definir la pertenencia por parte de los aliados circunstanciales, de los sellos partidarios vistos como "fisiológicos": así, el acuerdo programático e histórico era ungido como opuesto al oportunismo de esos "otros" dentro del oficialismo; la identidad política, como opuesta  al intercambio instrumental en el marco del poder del Estado. Ese mismo contraste era expresado por los entrevistados de la CUT y de aliados autoconcebidos como leales e históricos, que también presentaban definiciones de pertenencia al oficialismo mediadas por sus propias organizaciones de origen.
En las centrales sindicales y organizaciones sociales de ambos países, asimismo, el "nosotros" también tenía un alcance diverso: si, en algunos actores, ese "nosotros" equivalía a la propia organización (Barrios de Pie, CGT, MST, por ejemplo), ubicando al gobierno como un actor separado con el que negociar; en otros, esa primera persona plural era el gobierno, en el cual ellos mismos se incluían (Frente Transversal, Movimiento Evita, CUT). Esos "nosotros" diferenciados expresaban simultáneamente vínculos disímiles con el gobierno. En el caso del MST y de Barrios de Pie, por ejemplo, implicaba la noción entre sus entrevistados, de ser portadoras, esas dos organizaciones, de un proyecto propio, que podía o no coincidir circunstancialmente con el del gobierno. En cambio, en la CUT, el Evita y el Frente Transversal, no había dos proyectos (el de las organizaciones, por un lado, y el del gobierno, por otro) en momentánea coincidencia, sino, en términos de un entrevistado de la CUT, una "absoluta identidad" con el gobierno, como ya fue mencionado antes en este trabajo. 
En síntesis, podríamos organizar los hallazgos en torno a las definiciones de pertenencia (en sentido amplio) de los distintos actores colectivos dentro del oficialismo en la siguiente matriz de análisis:

¿Y dónde iría el PJ, uno de los actores fundamentales en este estudio? Las redes del PJ, paralizado en tanto unidad política nacional desde 2005 a 2008, parecían dividirse en dos partes. Una que podría ir junto al PT, en el grupo A, compuesta por funcionarios, legisladores y algunos dirigentes que postulaban una pertenencia en términos claramente identitarios en torno a la figura del presidente (Agustín Rossi, Carlos Kunkel, Aníbal Fernández, etc.) y que eran parte del PJ. Sin embargo, esas figuras no estaban entre los entrevistados de esta investigación. Estos últimos, tanto quienes habían apoyado a Kirchner en 2005 contra el duhaldismo, como quienes habían integrado las filas de este último grupo, definían su pertenencia al oficialismo nacional en términos menos intensos, y exhibían algunos símbolos identitarios y lecturas disímiles a los que movilizaba el presidente, lo cual los colocaría más bien en el grupo B.

Dinámicas oficialistas
Al igual que las definiciones de pertenencia, las dinámicas en el interior del oficialismo también aparecían incididas por el escenario político de identidades fluctuantes y de partidos con escasa capacidad de suscitar un voto estable y un electorado identificado de modo duradero con los mismos.
En Argentina, en el espacio partidario, el modo más común de incorporación al oficialismo se producía, no a través de una convocatoria del gobierno y de una negociación con las organizaciones como tales, sino de convocatorias o designaciones para cargos estatales a figuras individuales, que podían estar vinculadas a esas fuerzas políticas pero que no eran convocadas en tanto representantes de las mismas. El Frente Grande era el ejemplo paradigmático de ese tipo de dinámica del oficialismo kirchnerista, de ese modo personalizado de convocatoria política que salteaba la instancia partidaria. Con ello, se generaba un vínculo de carácter ambiguo del gobierno con la organización, dado que luego esa fuerza no sabía cuánto podía reclamar (por ejemplo, para la presencia de sus miembros en una lista electoral oficialista) o cuán orgánicamente debían o podían actuar esos funcionarios que provenían de la organización. Y una vez adentro, como ilustraban los entrevistados, no había ningún ámbito formal u organizativo en el que se dirimieran las condiciones y posibilidades para quienes formaban parte del oficialismo. Se reiteraba, asimismo, la idea, en los tres sectores, de que el kirchnerismo no se constituía como fuerza organizada, de que Kirchner había decidido mantener a todo el conjunto atomizado, sin estructurarlo como una coalición o como una fuerza política propia organizada. Una dinámica advertida por los entrevistados dentro del conjunto kirchnerista era la de un modo de articulación política del presidente desarrollado a través de relaciones "radiales" (con él mismo o con interlocutores específicos de su entorno), sin una construcción horizontal sostenida entre las distintas organizaciones y sectores. El relato de Salvador, dirigente de redes locales del PJ en el conurbano bonaerense, iba en esa misma línea:
Salvador: Kirchner conduce con una estructura radial. Es él con todo el mundo bilateralmente. Nunca con todo el mundo sentado. Y además trabajó mucho para que eso sea así. [...] Kirchner construyó en función de su propia existencia inicial. Si él daba horizontalidad corría los riesgos que no le eran favorables para gobernar. Y efectivamente trabajó mucho para esa división. Yo [Kirchner] me siento con dirigentes del conurbano, con dirigentes partidarios de la primera sección del conurbano. Los fue fraccionando y [...] fue construyendo relaciones bilaterales que fueron paralelamente destruyendo la confianza horizontal. Hay una relación de confianza vertical porque efectivamente Kirchner conduce, bien o mal pero conduce.
(Entrevista N º 32 en Argentina. Salvador, dirigente del PJ en la zona norte del conurbano bonaerense).

En Brasil, aun en el caso de esas fuerzas políticas y organizaciones que se consideraban a sí mismas el núcleo más leal a Lula, se reiteraba aquel elemento mencionado antes para Argentina: la noción entre los entrevistados de la ausencia de un espacio estratégico de articulación y coordinación entre esas fuerzas en el marco del gobierno, de un mecanismo que organizara de ese modo la dinámica interna del oficialismo.
Dolores: En la práctica, ¿cómo son los espacios de coordinación, de esfuerzo común, entre el PT y el PcdoB, por ejemplo?
Vítor: La verdad no existen. No hay de verdad una coordinación de Estado Mayor entre las fuerzas políticas que constituyen el núcleo del "bloque democrático popular" [noción aparecida en los documentos del PT, que incluía a organizaciones que el PT consideraba más afines]. El PT, el PcdoB, el PSB, el PDT y las organizaciones de masas que esos partidos influyen no tienen hoy un espacio, un vínculo de construcción estratégica. [...] Hay diversos niveles de articulación más puntuales, pero no existe un espacio estratégico general [con esos partidos]. Y hay una diferencia que hace al caso más grave. El grado de desarticulación de los partidos políticos en Argentina es mucho mayor que aquí. Cosas como el "kirchnerismo" no existen aquí. El PT no se siente "lulista" sino petista. Aquí no es que los partidos no existan. Existe una tentativa [desde el gobierno] de no darles un papel importante. Es más grave. Este problema tiene que ver con el estilo de liderazgo de Lula. Es un estilo pasivo. Los espacios que él controla... no los convoca, no interfiere [...] Ese estilo de Lula, en mi opinión, echa a perder, desperdicia, no potencia una de las ventajas comparativas que nosotros tenemos, que es un nivel alto de organicidad en comparación con otros países de América latina.
Dolores: ¿Por qué lo desperdicia?
Vítor: Porque podría aprovechar mucho más el hecho de tener un partido.
(Entrevista N º 15 en Brasil. Vítor, dirigente del PT de San Pablo).

En el caso brasilero, entonces, también se observaba la dinámica descripta por los entrevistados argentinos de un oficialismo funcionando sin un espacio de articulación permanente entre los distintos actores, y con organizaciones políticas que no lograban incidir en tanto tales sobre la orientación del gobierno, aunque no descrito en ese país bajo la imagen de relaciones radiales con el presidente.
Había un contraste, por otro lado, entre ambos casos nacionales en términos de esas dinámicas propias del vínculo entre el gobierno y los distintos actores del espacio partidario oficialista. Como ya vimos, en Argentina, la convocatoria y el tratamiento kirchnerista a los distintos actores del espacio partidario asumía a éstos en tanto conglomerados de actores individuales a los que podía acercarse. En relación con las organizaciones sociales, aunque su convocatoria sí era planteada en tanto tales, su tratamiento posterior no siempre lo era. Así, en determinados momentos clave, como por ejemplo, la conformación de las listas a diputados nacionales, la incorporación de miembros de esas organizaciones no era un proceso que siguiese un mecanismo organizacional (o coalicional) sino que era guiado por otros criterios.
En Brasil, en cambio, sí había una convocatoria a las fuerzas políticas en tanto partidos y un posterior tratamiento también de ese carácter. En la definición de la composición del gabinete, por ejemplo, se los tomaba en cuenta de ese modo, asignándose ministerios a representantes de los distintos sellos partidarios del oficialismo de acuerdo con su presencia en el parlamento. De todos modos, esa dinámica no caracterizaba a todos los casos de actores oficialistas. El PMDB constituía el ejemplo más evidente de la negociación individual de Lula o de interlocutores con dirigentes, legisladores y figuras del partido pero que no estaban representándolo como totalidad al incorporarse a la base oficialista en el primer mandato de Lula. Y, en varios otros casos, un legislador negociaba su incorporación al oficialismo y, como correlato, protagonizaba la denominada migración partidaria (cambiaba de partido en el medio del mandato), por lo cual su incorporación había sido en términos más individuales que partidarios.
Un punto en común entre las dinámicas de ambos oficialismos, según los entrevistados, era el tipo de lazo representativo que generaban ambos presidentes con el electorado. Tanto en Brasil como en Argentina, asistíamos, como ya fue afirmado, a un liderazgo que creaba y sostenía con la ciudadanía un vínculo directo, no mediado por el partido del que provenía, y que derivaba en una relación muy diferenciada de la opinión pública con él y, por otro lado, con el PT y el PJ.

Observaciones finales

Formulemos, por último, algunas observaciones generales para ambos conjuntos oficialistas en relación con la pregunta central detrás de esta investigación, es decir, de qué modo el escenario de fluctuación de las identidades, de compromisos políticos más parciales, y de partidos menos capaces de configurar y sostener identidades afines a sí mismos en el electorado incidía sobre las definiciones de pertenencia al oficialismo y las relaciones en el interior del conjunto.
En primer lugar, la pertenencia al oficialismo en tanto conjunto era planteada por los entrevistados de ambos países de modo diferente a como se asumía en el pasado la identidad partidaria. Por supuesto, en algunos entrevistados se advertía una noción de pertenencia primaria a la propia organización (aunque en el caso de los actores del espacio partidario brasilero ello no significase una permanencia duradera dentro de la misma) y una pertenencia más circunstancial y frágil al oficialismo. Pero en otros, que ni siquiera tenían una fuerza estructurada u organización primaria, la pertenencia al oficialismo aparecía como un vínculo directo con el presidente (aunque fuera en sentido figurativo y no involucrase una relación personal) que no se traducía en la conformación de una fuerza oficialista organizada y con una vida interna permanente. Todo ello no significaba, cabe aclarar, que las definiciones de pertenencia al oficialismo en los gobiernos de Lula y Kirchner tuvieran, por regla general, menos intensidad que las que en el pasado se habían formulado en torno a líderes presidenciales. Pero se trataba de definiciones cargadas de incertidumbre en distintos sentidos como, por ejemplo, en relación con el lugar que le cabía a cada organización o espacio dentro del oficialismo.
En segundo lugar, ambos conjuntos se caracterizaban por fronteras fluctuantes (en términos de quiénes integraban el oficialismo) y una composición heterogénea y definida por múltiples tensiones, tanto en términos de postulados políticos e identidades atomizadas como en torno a la relación de fuerzas dentro del conjunto. También, por la ausencia de una identidad compartida que permitiera definiciones de pertenencia con un núcleo común. En el caso del kirchnerismo, había una propuesta identitaria movilizada por el presidente a través de símbolos (setentismo, demonización del neoliberalismo, interpretación de la crisis de 2001 como un punto de inflexión en los lazos de representación del país). Pero esa propuesta no se traducía, en el conjunto oficialista, en una nueva fuerza organizada y estructurada de sustentación del presidente, ni tampoco en una identidad mínima que fuera operante para todos los actores del conjunto, sino que permanecía como una identidad parcial (compartida, por ejemplo, por los transversales kirchneristas, y por las organizaciones sociales, pero no por una gran parte de la dirigencia cegetista y de las redes locales del PJ) dentro de un conglomerado de actores portadores de otras identidades, otros símbolos, otras lecturas sobre el pasado reciente. En Brasil, por otro lado, la estrategia de ampliación de la base oficialista en las cámaras legislativas y en los Estados había sumado tal diversidad de actores que se volvía dificultosa cualquier demarcación política. Se configuraba así un oficialismo de múltiples identidades en tensión y sobre las cuales no se erigía una identidad sustituta "lulista" que abarcara a todos los actores (aunque efectivamente existiesen actores lulistas que no eran del PT). En ese sentido, el líder terminaba siendo el único eje articulador de la unidad y el catalizador de nuevos alineamientos (él mismo, a través de su popularidad, y no su fuerza política de origen).
Tanto en Brasil como en Argentina, asimismo, el tipo de lazo representativo que generaban ambos presidentes con el electorado se definía como vínculo directo, no mediado por el partido de origen del líder, y que derivaba en una relación muy diferenciada de la opinión pública con Lula y Kirchner, por un lado, y con el PT y el PJ, por otro. 
Los hallazgos presentados en este trabajo en torno a las definiciones de pertenencia y dinámicas internas o modo de funcionamiento del oficialismo en el gobierno de Néstor Kirchner y el primer gobierno de Lula arrojan luz sobre los lazos políticos que pueden generarse entre un presidente y su base de sustentación activa (y también entre los distintos actores en el interior de la misma) en dos contextos de identidades políticas y alineamientos fluctuantes, y de partidos transformados en meros dispositivos electorales para esos líderes populares que, sin embargo, prescinden de los mismos en términos simbólicos para su apelación al electorado. También sobre el modo en que esas identidades políticas se configuran entre las organizaciones que se integran a esa base, y sobre los problemas y experiencias que esas organizaciones viven en tanto actores dentro del oficialismo. 

Anexo I

Los actores oficialistas (actores colectivos que, en algunos casos, eran organizaciones, y en otros, no habían logrado estructurarse como tales) han sido agrupados en tres sectores dentro del oficialismo: espacio partidario, organizaciones sociales y centrales sindicales. Ni la selección de organizaciones ni tampoco la formulación de los tres sectores ha pretendido exhaustividad en el sentido de cubrir todo el espectro oficialista, es decir, toda la base de sustentación activa y organizada detrás de ambos presidentes, base que, por otro lado, exhibía fronteras borrosas e inestables en su composición. Por otro lado, la decisión de abordar ambos conjuntos oficialistas a través de tres sectores no ha implicado ignorar el hecho de que había varias intersecciones o superposiciones entre esos tres subconjuntos (sectores) y que éstos no significaban fronteras operantes necesariamente para todos los actores (aunque para muchos, sí). El agrupamiento y distinción, sin embargo, tuvo como propósito deshilvanar conjuntos oficialistas heterogéneos y complejos, y el agrupamiento en sectores ciertamente facilitaba el desarrollo de comparaciones y la búsqueda de regularidades dentro de sus relatos.

Cuadro A: Argentina



Cuadro B: Brasil
 

Referencias

1 La idea de "espacio partidario" no surge como un mero reemplazo pretendidamente innovador pero semejante en su implicancia de la noción de coalición de partidos, sino que aparece como referencia más adecuada para un ámbito, el de los partidos políticos, que ha sufrido transformaciones sustantivas que derivan en un escenario con multiplicidad de condiciones. La proliferación de espacios políticos no orgánicos, meros sellos electorales que luego de una elección desaparecen, redes territoriales fluctuantes en su adhesión y composición, aglutinamientos nacionales de partidos locales durante el período electoral, todo ello configura una situación heterogénea en la que la categoría partidos ya no necesariamente sirve para describir todo lo existente con propiedad.

2 Cheresky (2004) se refiere, con el concepto de liderazgos de popularidad, a "un estilo político novedoso. Aunque puede compararse con el liderazgo populista tradicional [...], lo cierto es que en este caso no se trata del pueblo movilizado -fuente plebiscitaria de poder en su reunión multitudinaria en la Plaza de Mayo y sostenido en dispositivos organizacionales permanentes-, en competencia con o en detrimento de los partidos políticos democráticamente organizados, sino de una ciudadanía frecuentemente confinada a un rol de opinión pública de presencia virtual en el espacio público". Se trata entonces de liderazgos sustentados en una relación directa pero virtual con la opinión pública, que a la vez es cada vez más autónoma y cambiante, según el autor. "Los líderes de popularidad pueden, en el contacto 'directo' con la ciudadanía, constituir un lazo representativo que subordina a la estructura partidaria" (Cheresky, 2006b).

3 La autora reconoce que antes del '83 había habido muchos años de intervalos autoritarios en los que las elecciones y actividad partidaria quedaban en impasse, pero afirma que aún así los partidos estaban enraizados en la sociedad y contaban con bases sociales definidas y estables.

4 Pero Mainwaring caracterizaba ese contexto como de "subdesarrollo partidario", conceptualización discutible, porque hace difícil entender otros contextos como el argentino, en el que esos fenómenos antes descriptos tuvieron lugar después de un período de identidades políticas más estables, y no antes. Los rasgos de las fuerzas políticas brasileras han sido asumidos con los años por las de otros países, con lo cual hablar de un continuo de subdesarrollo-desarrollo genera más confusión que comprensión.

5 Veiga incluso enmarca esa disminución de la identidad partidaria en un fenómeno más general, citando a Dalton (2002), que observó una caída de esa identidad en países desarrollados y con sistemas democráticos estables a partir de los años ochenta. Santos y Vilarouca (2008) discutirán esa idea de disminución de la identidad partidaria en Brasil, afirmando, en cambio, que el sistema político brasilero presentaba en 2008 signos importantes de institucionalización. Para ello distinguen dos nociones: "volatilidad partidaria" y "volatilidad ideológica". Su objetivo es   mostrar que la  volatilidad  ideológica -calculada considerando a los partidos que pertenecen, en la visión de los autores, a una misma ideología- es menor que la partidaria. Así, sostienen que habría una coexistencia de una relativamente alta volatilidad partidaria-electoral y una relativamente baja volatilidad ideológica-electoral. Cabe comentar, en torno a esas conclusiones, que si aceptamos, junto con otros autores, que gran parte del electorado brasilero no vota "sellos" sino personas, y que incluso, en muchos casos, no hay una identificación clara de cuáles son partidos brasileros, esa distinción entre volatilidad ideológica y partidaria se perfila como un argumento dudoso. Especialmente teniendo en cuenta que son los mismos autores los que definieron, para su estudio, qué partidos compartían una determinada ideología.

6 El sistema de lista abierta o de voto nominal para los comicios legislativos, a través del cual es cada candidato -y no una lista ya definida- quien recibe el voto de los electores -despojando así a los partidos del control sobre la clasificación e instalación de sus propios candidatos-, ha sido sindicado como delineador de una disputa electoral marcada por el personalismo, y en la que queda potenciada la competencia intrapartidaria, y por lo tanto, la campaña gira en torno a las características individuales de los postulantes y la identidad entre partidos y electores se ve reducida (Telles, 2006). Para Hochstetler y Friedman (2008), el sistema representativo proporcional de lista abierta crea y recrea atributos como el fisiologismo y vínculos débiles entre partidos y ciudadanos, y todo ello conduce a un contexto en el que "la mayor parte de los brasileros no se considera adepta de algún partido" (Hochstetler y Friedman, 2008: 59). Incluso, señalan las autoras, la única categoría que fue en ascenso, en las encuestas de Datafolha, entre 2005 y 2006 fue la de "sin preferencia partidaria" (60).

7 El mecanismo impuesto desde el Tribunal Supremo Electoral en 2002, la denominada "verticalización", parecía, en principio, un intento de nacionalizar las elecciones y fortalecer a los directorios nacionales de los partidos frente a las autoridades estaduales de los mismos. La ley obligaba a los partidos que apoyaban a un mismo candidato presidencial a replicar esa alianza a nivel estadual o, de lo contrario, a competir solos (les prohibía hacer alianzas locales con partidos que apoyaran a otro candidato presidencial). Sin embargo, Santos y Vilarouca (2008) sostienen que la medida fracasó en su objetivo, dado que, en la práctica la decisión de nominar un candidato nacional terminó siendo rehén de las estrategias de los directorios subnacionales (estaduales) de los partidos. Además, los partidos aprendieron a eludir los efectos de la ley en los Estados, dándole apoyo informal a candidatos de otros partidos (Santos y Vilarouca, 2008: 60. Traducción propia).

8 En el período legislativo 1999-2002, 154 diputados nacionales (30% de la cámara) habían cambiado de sello partidario, una cifra incluso mayor que en el período previo (Santos y Vilarouca, 2008: 77). Existían incluso casos de legisladores que habían cambiado más de una vez de partido en un mismo período legislativo. Y dentro de ese fenómeno de migraciones partidarias, Santos y Vilarouca advertían una tendencia a que esos movimientos se produjeran hacia la coalición gobernante (2008: 77). En 2008 la Justicia determinó, a través de la regla de fidelidad partidaria, que los mandatos pertenecían al partido, con lo cual si el candidato electo cambiaba de sello partidario luego de asumir, perdía su mandato (aunque contemplaba diversas excepciones, como, por ejemplo, si el diputado creaba un nuevo sello partidario, y también dependía del tiempo requerido por el Tribunal Superior Electoral o TSE para decidir sobre el destino del diputado en cuestión). De todos modos, el único que hasta ahora fue afectado por esa regla y perdió su mandato fue el ex diputado Walter Brito. Cabe agregar que desde febrero de 2011 a junio de 2013, hubo 71 migraciones partidarias (y sólo 10 no fueron a nuevos sellos partidarios).

9 Varios trabajos (Palermo, 2003; Power, 2008; Guidry, 2003; Freire de Lacerda, 2002; Coggiola, 2003; Ottmann, 2006; Meneguello y Amaral, 2008) han analizado el proceso previo de viraje y transformación interna del PT ya desde la década del noventa, identificando una moderación del discurso político, una flexibilización de la política de alianzas, una transformación del perfil social de la base del PT, una autonomización de los liderazgos ejecutivos y legislativos respecto del partido, entre otros fenómenos.

10 De todos modos, numerosos estudios cualitativos han proliferado dentro de la Ciencia Política o han sido tomados por esta disciplina como referencias de reconocido valor y de rigurosidad para la comprensión de fenómenos como los movimientos sociales, el clientelismo o la vida interna de los partidos en América latina (Gay, 1990; Tarrow, 1993; Auyero, 2001; Levistky, 2003; Merklen, 2005; Svampa, 2009, entre otros). 

11 En el caso brasilero, no sólo era el lugar de génesis del PT sino una sede que por muchos años había colocado a dirigentes locales en los directorios nacionales del PT (según algunos militantes, esa tendencia había cambiado recién a partir del escándalo desatado por el llamado Mensalão, que había afectado especialmente a numerosos dirigentes de San Pablo).

12 Los núcleos de base empezaron como pequeños grupos de personas (desde 21) que podían organizarse por barrio, por lugar de trabajo, por categoría de trabajo, o por movimiento social. Según John Guidry (2003) no funcionaban como células de un partido de izquierda, trasmitiendo las directivas de las autoridades a la base sino que se convirtieron en cuerpos consultivos, discutiendo -aunque sin posibilidad de imponer desde abajo- asuntos de relevancia para el partido (Guidry, 2003: 91) y concibiéndose como una forma de ligar al partido con la sociedad y con los movimientos sociales (Amaral, 2010; Roma, 2006).

13 Esa omisión podría explicarse, en los relatos de los entrevistados del PJ, por la tendencia a hablar poco de la década del noventa (años en los que muchos de ellos también habían sido oficialistas, y que Kirchner había demonizado en su gobierno), pero también se relaciona, en el caso de los entrevistados de La Matanza (donde se hizo la mayor cantidad de entrevistas a militantes y dirigentes del conurbano bonaerense) con la concepción que los entrevistados tenían respecto del PJ de su localidad, La Matanza. Para ellos el PJ en el distrito había funcionado en forma aceitada todos esos años y con mecanismos de proselitismo bien consolidados, casi sin cambios. Los entrevistados del PT, en cambio, introducían ellos mismos como tema en las entrevistas las transformaciones del PT desde los noventa, como intuyendo que ese proceso era un tema de interés para los académicos.

14 Entre las organizaciones sociales argentinas había, dentro de ese vínculo por coyuntura, matices entre los distintos actores. Mientras que Barrios de Pie y la FTV presentaban su decisión de incorporarse al oficialismo como fruto de una decisión interna, otras organizaciones -Movimiento Evita y Frente Transversal Nacional y Popular- se construían al calor del desarrollo del mismo gobierno. Al fundarse más tarde, entonces, estas organizaciones no establecían un vínculo con Kirchner sino que nacían ya con ese vínculo, y por lo tanto, con un propósito explícito, en tanto organización, de defender al gobierno, de desarrollarse en el territorio para sustentarlo.

15 En torno al conjunto como totalidad, en cambio, algunos de esos transversales exhibían una definición de pertenencia más pragmática, enfatizando la existencia de actores indeseables dentro del oficialismo, y la posibilidad de que en el futuro el oficialismo se convirtiera en un conjunto dominado por esos "otros". Otros transversales, como Román, que no pertenecía formalmente a una fuerza partidaria pero se inscribía a sí mismo en el sello "Frente para la Victoria", presentaban una noción estricta, y hasta prescriptiva, de pertenencia al "proyecto". Una definición paradójicamente similar, en un entrevistado sin pertenencia partidaria, a la de los petistas más ortodoxos en términos de disciplina interna del partido.

Bibliografía

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Recibido: 18/12/2012.
Aceptado: 26/06/2013.

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