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Temas y Debates

versión On-line ISSN 1853-984X

Temas debates (En línea)  no.32 Rosario dic. 2016

 

ARTÍCULOS

En el comienzo de todo. Los orígenes constitutivos de la identidad kirchnerista durante el gobierno de Néstor Kirchner (2003-2007)

In the Beginning of Everything. The Constitutive Origins of Kirchnerist Identity Under the Government of Néstor Kirchner (2003-2007)

 

Andrés N. Funes

Andrés N. Funes es maestrando en Ciencia Política en el Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín, Argentina. E-mail: andrez_zero@hotmail.com


resumen

El artículo se propone analizar la constitución de la identidad política kirchnerista durante el gobierno de Néstor Kirchner (2003-2007). La hipótesis que guía esta investigación señala que en el período 2003-2007 el kirchnerismo constituyó su identidad en -al menos- tres aspectos: I) elaboró una cesura respecto a un pasado oprobioso ligado a la última dictadura cívico-militar y a la década de los noventa, identificando, además, como sus antagonistas principales a las "corporaciones"; II) erigió la imagen del "pueblo" a partir de la interpelación a la ciudadanía y a los "perdedores" de la reformas neoliberales de los años noventa; III) apeló a festividades y celebraciones típicas del acervo de la tradición peronista, en consonancia con las vicisitudes de la coyuntura política. También buscó incorporar dentro de su estructura política en formación al Partido Justicialista (PJ), a la Confederación General del Trabajo (CGT) y a la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA), a los fines de dotarse de poder político. El análisis estará basado en discursos pertinentemente seleccionados de Kirchner durante su presidencia, notas periodísticas útiles para iluminar la coyuntura y, por último, bibliografía teórica.

palabras clave: Kirchnerismo; Identidades políticas; Discurso; Tradición peronista.

summary

The article analyzes the constitution of the Kirchnerist political identity during the government of Nestor Kirchner (2003-2007). The hypothesis that guides this research shows that in the period 2003-2007 Kirchnerist identity was constituted in at least three aspects: I) developed a caesura respect to an ignominious past linked to the last civic-military dictatorship and the decade of the nineties, also identifying the "corporations" as its main antagonist; II) forming the image of the "people" by the interpellation to the citizens and the "losers" of the neoliberal reforms of the nineties; III) appealed to festivities and celebrations typical of the Peronist tradition, in line with the vicissitudes of the political situation. He also sought to incorporate into its forming political structure the Partido Justicialista (PJ), the Confederación General del Trabajo (CGT) and the Central de Trabajadores de la Argentina (CTA), in order to acquire political power. The analysis will be based on selected Kirchner's speeches during his presidency, useful newspaper articles to understand the current political situation and finally relevant theoretical literature.

keywords: Kirchnerism; Political identities; Discourse; Peronist tradition.


Introducción

Más de diez años han pasado desde el arribo a la presidencia de Néstor Kirchner, el 25 de mayo de 2003. Lógicamente, el transcurrir del tiempo y su indeleble gravitación como fenómeno político han dinamizado una pluralidad de interrogantes alrededor del kirchnerismo. Asimismo, numerosas han también sido las disciplinas a partir de las cuales se trató de explicar el fenómeno kirchnerista, sea la economía y su insistencia en el peso sustancial que tuvo la crisis de 2001 en el surgimiento o la politología y la crisis del sistema de partidos tradicionales a la que asistió la Argentina a comienzos del siglo XXI, por nombrar las más representativas.
En este marco, el trabajo aquí presentado pretende interrogar al kirchnerismo desde la sociología de las identidades políticas. Más precisamente, busca analizar la constitución de la identidad política kirchnerista durante el gobierno de Néstor Kirchner (2003-2007).
La hipótesis que guía esta investigación señala que en el período 2003-2007 el kirchnerismo constituyó su identidad en –al menos– tres aspectos: I) elaboró una cesura respecto a un pasado oprobioso ligado a la última dictadura cívico-militar y a la década de los noventa, identificando, además, como sus antagonistas principales a las "corporaciones"; II) erigió la imagen del "pueblo" a partir de la interpelación a la ciudadanía y a los "perdedores" de la reformas neoliberales de los años noventa; III) apeló a festividades y celebraciones típicas del acervo de la tradición peronista, en consonancia con las vicisitudes de la coyuntura política. También buscó incorporar dentro de su estructura política en formación al Partido Justicialista (PJ), a la Confederación General del Trabajo (CGT) y a la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA), a los fines de dotarse de poder político.
Para la comprobación de esta hipótesis, se utilizarán aquí los discursos más representativos emitidos por el ex presidente Néstor Kirchner entre los años 2003 y 2007. La apelación a estos discursos obedece a la intuición primordial que orienta el trabajo acerca de la característica eminentemente performativa del lenguaje, al hecho de que con las palabras no sólo se expresan sino que también se construyen mundos. Asimismo, en un fenómeno político fundamentalmente ligado al liderazgo carismático, las palabras a las que recurrió el propio Néstor Kirchner durante su período presidencial incrementan la relevancia de un acercamiento al kirchnerismo desde los discursos presidenciales. 
No cabrían dudas en sostener que el movimiento político que nace con la presidencia de Néstor Kirchner se constituyó en un actor clave de la vida política argentina posterior a la crisis de 2001. Tampoco podrían negarse las transformaciones que sufrió con el devenir de los años. Se considera aquí que un análisis de la constitución identitaria kirchnerista en sus albores puede arrojar algunas sugerentes pistas acerca de las trasformaciones posteriores a las que se verá sometida dicha identidad.

Apuntes para una teoría de las identidades socio-políticas

Una primera aproximación al concepto de identidades socio-políticas se refiere a éste como una forma imaginaria de construir la unidad de un grupo, a partir de la cual adquieren sentido las significaciones individuales y las colectivas. Se constituye como un tipo de construcción que se destaca por ser contingente, inacabada, temporalmente abierta, precaria y sujeta a tensiones y antagonismos (Yannuzzi, 2002; Restrepo, 2007; Arfuch, 2005).
No obstante, para abordar fenómenos identitarios específicos se necesita un concepto que sea operacionalizable. Esto es lo que sucede, por ejemplo, con el trabajo de Gerardo Aboy Carlés, Las dos fronteras de la democracia Argentina (2001), en el que se ofrecen precisiones teóricas y metodológicas. Siguiendo sus aportes, se definirá aquí por identidad política a aquellas prácticas sedimentadas, que configuran sentido y establecen, a partir de un doble mecanismo de diferenciación externa y homogenización interna, solidaridades estables, con capacidad para definir, a través de unidades de nominación, orientaciones gregarias de la acción, en relación con la definición de asuntos públicos. Además, se asume que toda identidad política se constituye en referencia a un sistema temporal en el que la interpretación del pasado y la construcción de un futuro deseado se conjugan para otorgar sentido a las acciones del presente.
De esta definición se desprenderán tres dimensiones analíticas:
- En primer lugar, la alteridad.1 La configuración de las identidades precisa de la edificación de fronteras de exclusión –límites intrínsecos a partir de los cuales se definen las identidades–, constituyéndose la demarcación de la diferencia como una instancia elemental del proceso de constitución identitario. No puede haber identidad política por fuera de un sistema de diferencias. La presencia de un Otro implica la imposibilidad de constitución de identidades plenas. El antagonismo se erige como un "exterior constitutivo", una otredad que funciona doblemente como fundamento de toda identidad y, a su vez, como imposibilidad de cierre en-sí-misma de toda identidad. La cuestión fundamental será definir y delimitar aquellos antagonismos centrales que definen límites, que constituyen un sistema de diferencias o de identidades como tal (Laclau, 1996; Laclau y Mouffe, 2010; Mouffe, 2011).
- En segundo lugar, la representatividad. Hablar de identidades es referirse al proceso de representación, ya que toda presencia es en definitiva una re-presentación. El proceso representativo consiste en un juego presencia-ausencia que –en términos derridianos– recibe el nombre de lógica del suplemento o suplementariedad (Derrida, 2008). Este concepto alude a la falta inscripta en toda identidad que requiere, para ser tal, de una alteridad. El suplemento se erige como principio esencial de toda lógica representativa y, también, como constitutivo de toda identidad, siendo imposible pensar la política, y por tanto la identidad, por fuera de la representación (Rancière, 1996; Laclau, 2009).
- En tercer lugar, la perspectiva de la tradición. La constitución de una identidad política se produce en referencia a un sistema temporal donde se (re)interpreta el pasado y se construye un futuro deseado, en el cual ambas dimensiones se conjugan para dotar de sentido al presente. La historia se escribe para y desde el presente. Si un actor político se sirve del pasado es para dar a los que se dirige explícitamente un conjunto de seguridades y conocimientos, quiénes fueron y quiénes son. Esta re-escritura del pasado se constituye como un arma fundamental a la hora de polemizar y descalificar al adversario político (Hobsbawn, 1983; Halbwachs, 2004; Pollak, 2006; Renan, 2006).

Encastrando piezas: las dimensiones de las identidades políticas

A partir del aparato conceptual expuesto previamente, se procederá a continuación a analizar la constitución de la identidad política kirchnerista durante la presidencia de Néstor Kirchner. Para ello, se utilizarán los discursos presidenciales2 más relevantes del período 2003-2007, además de notas periodísticas alusivas a la coyuntura y artículos académicos pertinentes.

Rupturas, silencios y polémicas   
    

Como se precisó con anterioridad, existe una íntima imbricación entre identidad y diferencia, de tal forma que toda identidad precisa construir fronteras de exclusión o límites intrínsecos con respecto a un Otro. Esta otredad funciona simultáneamente como fundamento e imposibilidad de cierre de toda identidad. En la construcción de estas fronteras de exclusión, el pasado –entendido como una construcción en la que los protagonistas lo recortan, interpretan y reconstruyen desde el presente– representa una particularidad constante en la historia de las identidades socio-políticas argentinas.3
El kirchnerismo participó de esta tendencia heredada. Su discurso se caracterizó por proponer una ruptura con el pasado, que comenzó como una inevitable necesidad de cambio, y que paulatinamente se transformó en "una ruptura total, radical y acusatoria hacia personajes, conductas y sucesos del pasado" (Raiter, 2013: 102) en los campos político, económico y de los derechos humanos: la corporación militar y judicial, políticos y tecnócratas vinculados al pensamiento neoliberal.
En este sentido, el kirchnerismo elaboró distintas representaciones del pasado reciente. Dos de ellas son pertinentes a los fines de este trabajo: I) un pasado denostado, asociado a la última dictadura cívico-militar y a la década de los noventa, al que se le endilgó una continuidad política, económica e ideológica, que desembocó en los estallidos de 2001; y II) un pasado silenciado, referido al período de la transición democrática y al legado alfonsinista, al que se le criticó el carácter incompleto que adquirió la democracia, como también su visión en relación con las víctimas de la última dictadura cívico-militar (Montero, 2012).

El (objetivo) pasado denostado: el bloque histórico 1976-2003

El discurso kirchnerista  intentó  imprimirle  a  su análisis  del  pasado    reciente –comprendido entre la última dictadura cívico-militar y la llegada al gobierno de Néstor  Kirchner– una mirada "objetiva" (Montero, 2012), amparada en una cierta tradición científica-académica, ligada a la economía y a la historiografía política. A partir de ella, se intentó establecer una ligazón entre el quiebre del sistema constitucional acaecido el 24 de marzo del 1976 y el modelo económico de corte neoliberal que se implantó a partir de la primera presidencia de Carlos Menem, que eclosionó en diciembre de 2001.
El poder dictatorial pretendía así que el pueblo se rindiera a su arbitrariedad y su omnipotencia. Se buscaba una sociedad fraccionada, inmóvil, obediente (…). Sólo así podían imponer un proyecto político y económico que reemplazara al proceso de industrialización sustitutivo de importaciones por un nuevo modelo de valorización financiera y ajuste estructural con disminución del rol del Estado, endeudamiento externo con fuga de capitales y, sobre todo, con un disciplinamiento social que permitiera establecer un orden que el sistema democrático no les garantizaba (…). Lamentablemente, este modelo económico y social no terminó con la dictadura; se derramó hasta fines de los años 90, generando la situación social más aguda que recuerde la historia argentina (24 de marzo de 2006). 
Allí Kirchner contraponía al "proceso de industrialización sustitutivo de importaciones" –característico del modelo nacional-popular4–, el "proyecto político y económico" de la dictadura cívico-militar, vinculado a la "valorización financiera", la retracción del Estado, el endeudamiento externo y, por último, el "disciplinamiento social", que permitiría la implantación de las reformas sin inconvenientes.5 Explicitando el hilo conductor entre la dictadura de 1976 y la década de los noventa, el ex Presidente señalaba que el modelo económico y social implementado en la última dictadura había sobrevivido a la debacle castrense, derramándose y "generando la situación social más aguda que recuerde la historia argentina", cuyo epílogo fueron las jornadas de diciembre de 2001.
[L]a Argentina durante mucho tiempo fue un ejemplo de cohesión social, hasta que en 1976 vino la larga noche de la dictadura militar complementada con las políticas neoliberales de los años 90 (…). La Argentina llegó a índices desconocidos después haber sido un ejemplo de cohesión social, de leyes laborales de avanzada, de programas y leyes de formación educativas –ustedes saben el recurso humano que tiene la Argentina– que eran realmente un ejemplo. Bastaron unos 30 años de este tipo de políticas para colocarnos casi al límite (9 de noviembre de 2007).
Nuevamente se marcaba la cesura entre la Argentina que "fue un ejemplo de cohesión social" y la que resultó tras "30 años de este tipo de políticas" ligadas a la apertura comercial, al achicamiento del Estado, a las privatizaciones. De forma explícita, en el discurso kirchnerista las políticas neoliberales de los años noventa complementaron lo que se había iniciado con la dictadura cívico-militar.
Dos cuestiones pueden desprenderse de lo expuesto hasta aquí. En primer lugar, la íntima conexión entre el Proceso de Reorganización Nacional (PRN) y la década de los noventa que el discurso kirchnerista construye, desdibuja –pero no obtura de ningún modo– la dicotomía alfonsinista dictadura-democracia. Según esta visión, a la transición democrática acaecida en 1983 no le siguió un modelo económico diferente, sino más bien fue "la misma música pero con distintos intérpretes". En otras palabras, la dicotomía que el kirchnerismo intentó plasmar fue entre una democracia real, con calidad en sus instituciones y con un modelo de desarrollo económico inclusivo  frente a una mera democracia formal, en la que las grandes mayorías populares no fueron otra cosa que víctimas de los poderosos intereses internacionales y sus socios locales.
En segundo lugar, el año 2001 se erigió como el punto de quiebre de este régimen política y económicamente excluyente. Siguiendo el relato elaborado por Kirchner, el 2001 fue el momento en que el pueblo se sublevó contra la corrupción y negligencia de sus políticos, el desempleo y la pobreza. Esta fecha será complementada con la del 25 de mayo de 2003, cuando los anhelos de cambio encontraron –siempre permaneciendo fiel a la retórica kirchnerista– su salvoconducto en la figura de Néstor Kirchner.
[E]videntemente las cosas que pasaron en el 76 y durante toda la dictadura militar tampoco estaban separadas, cuando se procedía sobre determinados hermanos y hermanas era precisamente para consolidar la entrega, la exclusión, el desamparo y la destrucción de la Patria, no eran persecuciones individuales, era la persecución de un proyecto colectivo de país, con pluralidad, consenso y democracia (15 de diciembre de 2006).6
En palabras del ex presidente Kirchner, la larga noche del PRN se cernió sobre "un proyecto colectivo de país, con pluralidad, consenso y democracia", donde la persecución a los militantes políticos fue parte de un plan para echar por tierra ese proyecto y "consolidar la entrega, la exclusión, el desamparo y la destrucción" de la Argentina.
Aquí hay una operación discursiva sumamente interesante. En primer lugar, Kirchner rotuló el proyecto político de la juventud peronista como un proyecto plural y democrático, quebrado por el garrote de las fuerzas militares, detrás de las que se escondían los "sospechosos de siempre", enemigos de las causas populares y del peronismo.7 En segundo lugar, vinculado íntimamente con esto, es que soterradamente el ex Presidente intentó ofrecer un parangón entre los hechos pretéritos y la situación política presente. Para Kirchner, los mismos que en numerosas oportunidades habían quebrado el orden constitucional y diseñado políticas alejadas de los intereses del pueblo volvían a rondar. Sólo que ahora no golpeaban las puertas de los cuarteles, sino recurrían a los organismos multilaterales de crédito y a sus voceros económicos locales. Para Kirchner, el pensamiento castrense y el ideario neoliberal simbolizaban dos caras de una misma moneda: la represión de proyectos alternativos en pos de implementar un modelo político y económico único, uniforme y sin alternativas.

El (disfónico) pasado silenciado: el legado alfonsinista

La edificación del bloque 1976-2003 oscurece el sexenio alfonsinista, correlato de la recuperación democrática. El discurso kirchnerista operó criticando la concepción democrática del alfonsinismo así como también su mirada respecto de las víctimas de la represión estatal durante la última dictadura cívico-militar. Estos dos puntos simbolizan –como muy bien lo muestra Sebastián Barros (2013)– la discrepancia fundamental entre el discurso alfonsinista y el kirchnerista.
Respecto de la primera de estas cuestiones, Kirchner en su discurso de asunción señalaba que:
A comienzos de los 80, se puso el acento en el mantenimiento de las reglas de la democracia y los objetivos planteados no iban más allá del aseguramiento de la subordinación real de las Fuerzas Armadas al poder político (25 de mayo de 2003).
Para Kirchner, el alfonsinismo no fue más allá del aseguramiento de las reglas procesuales democráticas, subordinando el poder militar al civil. Este "no ir más allá de" simbolizaba para el ex Presidente una deuda. La democracia, consideraba, no podía ser circunscripta simplemente al aseguramiento de las reglas del proceso democrático.             Asimismo, para la crítica kirchnerista, el alfonsinismo imaginó –con algún grado de ingenuidad– que el régimen democrático aseguraría por sí solo los frutos del bienestar material, la educación y la salud para la población. En cambio, para Kirchner la democracia era condición necesaria pero no suficiente. Su apuesta fue por trascender las reglas formales de la democracia, apuntando al núcleo duro del régimen y de los hombres, con vistas a la construcción de un "capitalismo nacional" y a la reintroducción de la "movilidad social ascendente".8
El otro punto en que discreparon alfonsinismo y kirchnerismo estuvo centrado en la calificación de las víctimas de la represión durante la dictadura. En el marco de una ética de las convicciones, el kirchnerismo rescató la memoria y los principios que guiaron a la juventud militante de los años setenta, lo que Montero (2012: 90) denominó el "pasado rememorado". Para Kirchner, aquellos jóvenes militantes políticos de los años setenta fueron perseguidos, torturados y asesinados debido a sus ideas políticas, por tener un proyecto político que discrepaba con el de las Fuerzas Armadas y los poderes económicos concentrados. Esto constituyó una ruptura con la mirada que primó durante los años ochenta y noventa, la llamada "teoría de los dos demonios". Este cambio de tónica respecto de los militantes setentistas y la represión estatal estuvo simbolizado en dos gestos, que suscitaron no pocas controversias: el retiro de los cuadros de Videla y Bignone9, y el nuevo prólogo al Nunca Más.10

Las corporaciones: Poder Judicial, militares y portavoces neoliberales nacionales y extranjeros

El discurso kirchnerista presentó una particularidad insoslayable a la hora de elaborar su alteridad discursiva: su polémica, cuando no indeterminada, se refería casi con exclusividad a las "corporaciones", término bajo el cual se englobaba a intereses financieros –políticos, tecnócratas y en ocasiones periodistas económicos–, militares y jurídicos (Dagatti, 2013: 93).
La constante adversarial en el primer cuatrienio kirchnerista será la contraposición entre las instituciones democráticamente electas –principalmente el Poder Ejecutivo, encarnado por Kirchner– y las corporaciones económicas, militares y jurídicas, a las que se les endilgó no sólo los problemas económicos y políticos por el que el país atravesó en décadas y años anteriores, sino que también se las vio como las grandes obstaculizadoras del presente.
En su polémica con el Poder Judicial, el kirchnerismo se presentó como el defensor de los intereses del pueblo encarnado en las instituciones de la democracia representativa, frente al poder y los intereses que real o imaginariamente representaban las corporaciones. Su prédica por una mejor, más eficiente e independiente Corte Suprema, un Consejo de la Magistratura que seleccione a los mejores jueces, y en pos del juzgamiento con celeridad y proceso a los partícipes responsables de la última dictadura cívico-militar debe verse como parte integral de la disputa que sostuvo el kirchnerismo con el poder oculto y soterrado de las corporaciones, que se negaban a cambiar el estado de cosas realmente existente.11 En este sentido, es necesario señalar la apuesta kirchnerista por erigirse como un punto de inflexión histórica. Esta apuesta tendrá en la revalorización de las instituciones un lugar fundamental.
En lo que respecta al adversario militar, el discurso kirchnerista, además de politizar y destacar el pasado militante de las víctimas y auto-posicionarse "como la única fuerza política capaz de encarar finalmente la lucha por los derechos humanos en la Argentina democrática" (Barros, 2009: 7), presentó la particularidad de nombrar concretamente a los personajes emblemáticos del terrorismo de Estado, en contraposición a la reticencia a explicitar individualmente a otros adversarios, como se mencionó más arriba. En sus menciones explícitas a militares golpistas –Jorge Rafael Videla, Luciano Benjamín Menéndez, Ernesto Barreiro, Leopoldo Galtieri, Roberto Viola y Reynaldo Bignone–, Kirchner los identificó con posicionamientos ideológicos fundamentalistas y mesiánicos y les negó su rango militar.12 Esta actitud se correspondía con la negativa kirchnerista de ver en Videla y demás militares golpistas la encarnación de las Fuerzas Armadas in toto.13 Para Kirchner, éstos simbolizaban simplemente una de las tendencias más violentas y antipopulares de las Fuerzas Armadas, que tuvo en la "Revolución Libertadora" de 1955 su bautismo de fuego.
La polémica que sostuvo Kirchner con el adversario neoliberal –políticos, tecnócratas y periodistas económicos vinculados a la doxa neoliberal– representó una de las características insoslayables del discurso kirchnerista: concatenar polémicas presentes con las pasadas. Para el kirchnerismo, no existían prácticamente diferencias entre los apóstoles neoliberales que tuvieron sus días de gloria durante la última dictadura cívico-militar y los años noventa, y los adversarios a los que las políticas del gobierno kirchnerista se estaba enfrentando. Es decir, los que polemizaban en la coyuntura con el gobierno de Kirchner eran los mismos que en el bloque histórico 1976-2003 se beneficiaron económica y políticamente.14
Sin embargo, esta similitud no es explicitada por los propios portavoces del neoliberalismo, sino que intentan mantenerla velada.15 Para Kirchner, las críticas que realizaban los tecnócratas y periodistas económicos ligados al pensamiento neoliberal eran tretas a partir de las cuales no pretendían "mejorar" el rumbo económico del país, sino volver al estado de cosas anterior a 2003. La palabra de Kirchner tenía por función desenmascararlos y recordar al "pueblo" que a ellos sólo les interesaba retornar al anterior estado de cosas.
Por último, se encontraban los organismos multilaterales de crédito, símbolo de las corporaciones internacionales. En la argumentación kirchnerista, el FMI, que apoyó y financió al régimen de convertibilidad de los años noventa hasta su colapso en 2001, en todo momento privaba al Gobierno nacional de ayuda en el proceso de recuperación económica y social encarado post-2003. Incluso más: merced al involucramiento de funcionarios burocráticos esta privación se convirtió con el tiempo en impedimento.16 Es por ello que el canje de la deuda significaba para Kirchner algo más que sortear el default. Simbolizaba alcanzar la mayoría de edad en términos de proyección, diseño e implementación de políticas económicas autónomas y –lógicamente– de signo contrario a las propuestas por el FMI.17

Aquel(los) pueblo(s) kirchnerista(s)

Tal y como se expuso más arriba, hablar de identidad es referirse a un proceso de representación. El proceso representativo es un juego indecible que organiza la pluralidad de relaciones sociales, que transita de una contingente y precaria suturación equivalencial, que da origen a identidades y las subvierte con nuevas identificaciones, y un momento de sedimentación de la identidad conformada previamente. Es debido al –opaco e impuro– proceso de representación que resulta imposible pensar la política –y por tanto, la identidad– por fuera de la representación. Aquí cobran importancia aquellos elementos que dan cohesión a una identidad y permiten su presencia, dentro de los que se destaca el significante "pueblo".
Como Ernesto Laclau indicó en La razón populista (2005), la construcción del "pueblo" es aquella operación a través de la cual se busca dar un nombre a un conjunto que experimenta una falta, que vivencia el surgimiento de una grieta en la continuidad armoniosa de lo social, vinculada a la frustración de reivindicaciones sociales y la explosión de demandas insatisfechas. Hay una plenitud de la comunidad que está ausente.18 El "pueblo" es una relación entre agentes sociales, que configura "una forma de construir la unidad del grupo" (2005: 97) en tanto intento de dar nombre a esa plenitud ausente.
En el discurso kirchnerista, el pueblo reconoce dos significados (Dagatti, 2013), que funcionarán como contraposiciones a la categoría de corporaciones. A continuación se analizarán estos dos significados. Este análisis permitirá discernir las diferentes interpelaciones que la palabra del ex Presidente realizó en sus discursos: hacia los ciudadanos y los "perdedores" de la década de los noventa.

La ciudadanía y la calidad institucional

El primero de los significados de pueblo estuvo relacionado con la equiparación del populus (el todo o la totalidad) a la ciudadanía, víctimas del desapego y la desazón hacia la política, que anhelaban la normalización institucional y política del país. Este pueblo tendrá en el Poder Judicial y en los militares golpistas –examinados anteriormente– su contrapartida exacta: frente a la corrupción y la impunidad de jueces y militares acusados de crímenes de lesa humanidad, el kirchnerismo prometía bajo el término "calidad institucional": gobernabilidad, gestión transparente, restablecimiento de la confianza en las instituciones y en la política. En otras palabras, un "país normal" que incursionase en reformas institucionales a fin de garantizar transparencia, "lucha contra la corrupción y la impunidad".
La tarea fundamental que se adjudicó el gobierno de Kirchner fue relegitimar y reinstitucionalizar a la política, renovar la confianza de los ciudadanos para con los políticos y las instituciones de la democracia representativa, así como también devolverles a las instituciones formales de ésta –Congreso, votos, urnas, partidos políticos, etc..– el monopolio de la representación política.
Hay que reconciliar a la política, a las instituciones y al Gobierno con la sociedad (…). Cambio responsable, calidad institucional, fortalecimiento del rol de las instituciones con apego a la Constitución y a la ley y fuerte lucha contra la impunidad y la corrupción. [D]ebemos asegurar la existencia de un país normal, sin sobresaltos (25 de marzo de 2003).
Este extracto del mensaje de asunción de Kirchner avala lo que se dijo respecto de las tareas que debía asumir el nuevo gobierno en el climax de la crisis de 2001-2002. Como sostiene explícitamente el ex Presidente, se buscaba "reconciliar a la política, a las instituciones y al Gobierno con la sociedad" y así como fortalecer "el rol de las instituciones", lo que se traducía en luchar contra "la impunidad y la corrupción", significantes asociados al primado de las corporaciones locales, jueces y militares golpistas. Es por ello que acontecimientos como la renovación de la Corte Suprema, la reforma del Consejo de la Magistratura, la derogación de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida y los indultos, el inicio de los juicios contra los militares acusados de delitos de lesa humanidad, así como también los comicios de 2005 y 2007 deben ser vistos no sólo como el cumplimiento de la promesa de normalizar a la Argentina –haciendo de ésta "un país normal", previsible y "sin sobresaltos", como pregonaba el discurso kirchnerista–, sino, más aún, como acciones concretas y opuestas que polemizaron con el accionar de jueces y militares.
[D]esde el 25 de mayo de 2003 ha sido nuestro propósito trabajar decididamente en el mejoramiento de la calidad institucional de la República (…). [L]a calidad de las instituciones debe medirse en función de las capacidades que tengan para representar la voluntad popular y construir un Estado de Derecho (1 de marzo de 2006).
Es central que incrementemos drásticamente la calidad de nuestras instituciones, de modo que el ciudadano vea concretamente fortalecidos sus derechos (…). A eso debe apuntar el incremento de la calidad institucional: cada vez mejores instituciones, cada vez más derechos ciudadanos (11 de diciembre de 2003).
Aquí nuevamente el ex Presidente exponía que desde los comienzos de su gestión en 2003 el objetivo fundamental había sido el mejoramiento de la "calidad institucional", una apuesta por "cada vez mejores instituciones, cada vez más derechos ciudadanos". Existía en la palabra de Kirchner una íntima conexión entre calidad institucional y derechos. Éstos no debían pensarse simplemente en términos legalistas. Recurriendo a la célebre explicación marshalliana (1998)19, el fortalecimiento de los derechos debía involucrar no solamente el sostenimiento de los derechos civiles y políticos, sino también el aseguramiento de los derechos sociales. Para el kirchnerismo, sólo la concreción de estos tres tipos de derechos permitiría hablar de una ciudadanía plena.
La tarea fundamental en la que se encaramó Kirchner fue la de relegitimizar la política, devolviéndoles a los ciudadanos la confianza en ella y en sus políticos. En esta tarea, el discurso kirchnerista polemizó contra las corporaciones judicial y militar, no encontrando en ellas otra cosa que corrupción e impunidad. En relación con estos dos tópicos debe entenderse su apuesta por dotar de calidad a las instituciones, y devolverles a éstas su rol primordial en una sociedad plural y democrática. En esta primera acepción de pueblo que realizó el kirchnerismo, las nociones de instituciones y derechos ciudadanos están íntimamente vinculadas.

Los "perdedores" del neoliberalismo y el capitalismo nacional

En el segundo de los significado, el kirchnerismo equiparó al pueblo con la plebs, (una parte, una parcialidad), esa que formó parte el basamento fundamental de la tónica peronista –los trabajadores– pero que con la reformas neoliberales se tradujo en desempleados o subempleados, cayendo en la pobreza y la exclusión. La contracara de éstos fueron aquellos que el kirchnerismo identificó como portavoces del neoliberalismo, políticos, tecnócratas y periodistas económicos ligados al pensamiento neoliberal. Frente a ellos, el discurso kirchnerista propuso "sustentabilidad económica", la construcción de un "capitalismo nacional" que se inclinase hacia un "desarrollo inclusivo", la erradicación de la pobreza, la exclusión y el desempleo. 
En nuestro proyecto ubicamos en un lugar central la idea de reconstruir un capitalismo nacional que genere las alternativas que permitan reinstalar la movilidad social ascendente (…). [E]s preciso promover políticas activas que permitan el desarrollo y el crecimiento económico del país, la generación de nuevos puestos de trabajo y la mejor y más justa distribución del ingreso (25 de marzo de 2003).
El ex Presidente apostaba por la construcción de un "capitalismo nacional" cuyos basamentos fundamentales fuesen el desarrollo de "nuevos puestos de trabajo" y una más equitativa "distribución del ingreso"; proponía recurrir al "desarrollo y al crecimiento económico del país", apostando a la generación de puestos de trabajo. Aquí la palabra kirchnerista volvía a trazar una diferencia con respecto a la década de los noventa: cuando durante el menemismo se hablaba de crecimiento y desarrollo, dichos términos sólo le cabían a una parte pequeñísima de la sociedad, reservando para la mayoría desempleo, pobreza y exclusión. 
Estos tres componentes redundaron en las jornadas de diciembre de 2001. Frente al diagnóstico de una sociedad desintegrada, atravesada por conflictos sociales, donde la pobreza y el desempleo constituían los flagelos diarios para toda la población, Kirchner proponía "reinstalar la movilidad social ascendente". Hay que recordar que la movilidad social ascendente constituyó –como muy bien lo han subrayado Martuccelli y Svampa (1997)– uno de los rasgos principales de la sociedad argentina, prácticamente desde su génesis; simbolizó no sólo un elemento constitutivo del lazo social, sino también un componente fundamental de la identidad de los sectores medios, a través del imaginario de una sociedad integrada. Esta recuperación que realizó el kirchnerismo del concepto de la movilidad social ascendente –y del imaginario inscripto en él– encarnó una de las primeras referencias implícitas al imaginario social peronista.20
Queremos construir un capitalismo serio (…) con reglas claras y explícitas donde los organismos de control cumplan su rol. Capitalismo serio que cuente con un Estado inteligente que pueda estar presente para corregir los males que el mercado por sí no repara. Capitalismo donde se valore la inclusión social (22 de septiembre de 2004).
Frente a lo que sería un capitalismo que privilegió a los sectores concentrados, orientado a la valorización financiera y asociado, según la construcción argumental kirchnerista, a la década de los noventa, el capitalismo imaginado por Kirchner debía tener "reglas claras y explicitas", "organismos de control" que regulasen el desenvolvimiento del mercado, así como también un "Estado inteligente" que funcionase como compensador social frente al mercado.
Frente al descrédito del que fue víctima el Estado durante el PRN y en los albores de la década del 90, en el ciclo kirchnerista éste tuvo un papel fundamental, en la teoría y en la práctica.Se convirtió en un pilar de importantes tópicos dentro del andamiaje argumental kirchnerista. Por un lado, en cuanto a los derechos humanos, el Estado se convirtió en el garante de la lucha contra la impunidad y la corrupción. Por el otro, en el plano económico, el Estado fue visto como uno de los dinamizadores principales de las actividades económicas, convirtiendo al "mercado interno" en el eje fundamental del ciclo virtuoso del consumo y de la economía.
[La] gobernabilidad democrática está definitivamente vinculada con viabilidad económica e inclusión social (…). En ningún país ningún programa puede convivir mucho tiempo con altas tasas de pobreza, desempleo e informalidad (13 de enero de 2004). 
Aquí puede percibirse la íntima conexión que existía para Kirchner entre un régimen democrático y un modelo económico viable e inclusivo socialmente. Era consciente de que la estabilidad de un gobierno dependía del correcto desempeño económico que tuviese. Sabía que habiendo llegado con un magro 22% de votos a la primera magistratura, el desempeño que mostrase la economía en la disminución de la desocupación y la pobreza resultaría fundamental para la estabilidad de su gobierno.
El kirchnerismo buscó interpelar a los que fueron los "perdedores" de las transformaciones neoliberales: trabajadores y pobres. Recuperando las nociones de movilidad social ascendente y del Estado promotor de actividades económicas –un mercado interno fuerte y políticas sociales compensatorias activas–, desde el discurso kirchnerista se buscó integrar a estos excluidos en un proyecto político con un modelo económico diferente al que había primado en décadas anteriores. En esta interpelación, la polémica se produjo con aquellos sectores corporativos que eran identificados por el kirchnerismo como portavoces de ideas neoliberales y que en la coyuntura, como en el pasado, volvían a querer imponerse.

Espectros peronistas. Liturgias y símbolos en el discurso kirchnerista

La historia se escribe para y desde el presente. Al permanecer como un sustrato maleable, abierto e indeterminado a priori, el pasado está siempre al alcance de las luchas políticas del presente. Como se pudo apreciar más arriba, en la construcción de una identidad socio-política el pasado es interpretado en vistas a la construcción de un futuro deseado. Toda narración del pasado tiene una significativa capacidad política disruptiva y transformadora. En otras palabras, el sentido del pasado debe entenderse como "producto de una lucha por la interpretación y hegemonización de los acontecimientos pretéritos" (Montero, 2012: 79), a partir de los cuales surgen otras narraciones o interpretaciones cuyos efectos políticos repercuten en el tiempo presente.
El kirchnerismo, presentándose como un punto de inflexión en la historia de argentina de los últimos treinta años, no sólo se reivindicó heredero de la tradición peronista, sino que, más aún, reactivó un imaginario peronista diferente al que había primado con anterioridad a su llegada al gobierno. Esta reactivación será un importante mojón en lo que sigue. A continuación se pretende el examen de un conjunto representativo de liturgias y símbolos pertenecientes al acervo de memorias del movimiento peronista. En primer lugar, los alegóricos días festivos del peronismo como son el Día del Trabajador y el Día de la Lealtad. Y luego, se observará el lugar del Partido Justicialista, la CGT y la CTA en la construcción política kirchnerista.21 

Rituales políticos peronistas: El Día del Trabajador y de la Lealtad

La utilización de rituales y liturgias políticas tienen la función de forjar sentimientos de pertenencia entre los participantes de una comunidad en particular. Apuntan a la generación de fuentes de legitimidad y consenso en un régimen político. En el intento crear la ilusión de la existencia de un consenso –prácticamente unánime– respecto de su gobierno, en su primer mandato, Perón se valió de un sofisticado imaginario político. En la creación de este imaginario, los rituales políticos implementados por el régimen –El Día del Trabajador y el Día de la Lealtad– tuvieron una escena y una función fundamental: celebrándose en el marco de la Plaza de Mayo, debajo del balcón de la Casa Rosada, funcionaron como instancias en las que Perón y su pueblo renovaban su vínculo (Plotkin, 2013).
Lo que se desprende del examen de los diarios Clarín, La Nación y Página/12 a lo largo del período 2003-2007 es que durante el gobierno de Kirchner las conmemoraciones del Día del Trabajador no tuvieron el lugar que otrora representaron en el imaginario peronista. A la hora de explicar esta cuestión, es necesario sopesar dos cuestiones. Primero, debe ponerse la lupa en las reformas neoliberales ocurridas en la Argentina durante la década del setenta y –principalmente– durante la del noventa, que operaron "desperonizando"22 la celebración, fundamentalmente disminuyendo el número de trabajadores y, similarmente, su importancia específica en la estructura política "pejotista". Luego, vinculado con lo anterior, el kirchnerismo buscó interpelar a un sector del pueblo al que más arriba se ha calificado como los "perdedores" del neoliberalismo: principalmente desocupados y excluidos, víctimas de las reformas neoliberales. 
En la renuencia del kirchnerismo a hacer suyo el Día del Trabajador habría que ver tanto una imposibilidad como un desinterés. Imposibilidad derivada de las lógicas propias de la desestructuración a la que se vio sometido el modelo nacional-popular, de la pérdida del peso de los trabajadores en la estructura política peronista y del quiebre del imaginario de una sociedad argentina integrada. El desinterés, por su parte, se revela reparando en los elementos que fueron utilizados por el kirchnerismo en su articulación político-discursiva: desempleados, pobres y marginados. No necesitó apelar al imaginario que sobre el Día del Trabajador había creado el peronismo, por cuanto no era a los trabajadores a los que apuntó su discurso sino a los "no-trabajadores".
En relación con el Día de la Lealtad, durante el gobierno de Kirchner se atravesó por dos períodos. El primero de ellos, desde la asunción de Kirchner en 2003 hasta 2004, estuvo caracterizado por una notable relegación de la máxima festividad del imaginario peronista y por la renuencia de Kirchner a celebrar el 17 de octubre.23 La celebración fue concebida más como un escollo que como un rito político que pudiese rendirle beneficios.Este alejamiento debe examinarse conjuntamente con la estrategia transversal por la que Kirchner apostó a comienzos de su gobierno. También  junto con el hecho de que la mayor parte de la ciudadanía se mostraba desconfiada –60% y 53% en los años 2003 y 2004, respectivamente (Latinobarómetro, 2015)– con respecto a los partidos y sus figuras tradicionales por aquellos años. Por tanto, resulta lógica la ausencia de celebraciones oficiales de parte de Kirchner si su objetivo era mostrarse como "lo nuevo" y "el cambio", apuntando a la construcción de un espacio político progresista independiente de la estructura "pejotista". En la transversalidad, no había lugar para el Día de la Lealtad.
El segundo de estos períodos transcurrió entre las campañas electorales de 2005 y 2007, Legislativas y Presidenciales respectivamente. La característica principal fue la revalorización kirchnerista del Día de la Lealtad y su celebración, con todos los símbolos de la liturgia peronista, antes patrimonio exclusivo de los contrincantes de turno. Esta revaloración surgió merced al descubrimiento de Kirchner en torno a la necesidad de incorporar a aquellos dirigentes ligados al justicialismo que habían quedado por fuera de la transversalidad, necesarios en el establecimiento de una sólida base política de cara, en primer lugar, a la compulsa con el aparato de poder bonaerense de Duhalde en 2005 y, en segundo, para el apuntalamiento de la candidatura de Cristina Fernández a la Presidencia de la Nación en 2007. 

La seducción del aparato del PJ

Desde el inicio de su gestión, el ex presidente Kirchner intentó acumular capital político a partir de dos estrategias si no antagónicas, al menos contradictorias. De un lado, "la cohesión del Partido Justicialista mediante el liderazgo presidencial", ya que Kirchner necesitaba el apoyo del justicialismo en el Congreso para gobernar. Por el otro, mediante un "armado transversal de un territorio progresista que aglutinase a todos aquellos que no participaban en la estructura justicialista o de la cultura política peronista" (Quiroga, 2010: 48).    
La transversalidad significó la construcción de un nuevo espacio de poder y consenso, y una apuesta por parte de Kirchner para afianzar su poder presidencial con el apoyo y la incorporación de organismos de derechos humanos, tendencias políticas centroizquierdistas y piqueteras. Supuso también la constitución de una alternativa de representación frente a la fragmentación del electorado y a la crisis de legitimidad de los partidos tradicionales y de sus dirigencias políticas (Gómez y Recio, 2007).24
Sin embargo, para mediados de 2004 la estrategia de construcción política transversal fue paulatinamente abandonada por Kirchner. El ex Presidente se fue inclinando progresivamente hacia la CGT y hacia los "Barones del Conurbano". Las elecciones legislativas de 2005 reflejaron con exactitud esto. En su competencia palmo a palmo con el aparato duhaldista, el kirchnerismo se vio obligado a establecer arreglos territoriales con dirigentes peronistas que anteriormente no formaban parte del armado transversal.
Las elecciones legislativas de 2005 significaron una victoria importante para Kirchner y un golpe de efecto para sus detractores dentro del justicialismo.25 En el transcurso de dos elecciones, Kirchner no sólo fue capaz de contrarrestar su escasa legitimidad electoral de origen, sino que también logró hacerse con el control de PJ de la Provincia de Buenos Aires. Para fines de 2005, mientras el aparato justicialista bonaerense se "kirchnerizaba", el kirchnerismo comenzaba a abrazar –como se vio más arriba– los símbolos peronistas, es decir, se "peronizaba".
Una vez convertido en el único líder del partido peronista luego de derrotar sucesivamente a Menem, a Rodriguez Saá y a Duhalde, Kirchner inició un proceso de acumulación de fuerzas políticas: tendencias políticas y sindicales peronistas –ex menemistas y duhaldistas–, así como también gobernadores, dirigentes y figuras políticas provinciales adeptas a colaborar con los oficialismos de turno. Con un Kirchner fortalecido y un aparato justicialista disciplinado tras su figura, el kirchnerismo se preparó para su segunda prueba y la continuidad del ciclo político: las Elecciones Presidenciales de 2007.

Sindicalismo y kirchnerismo: CGT y CTA, viejos y nuevos conocidos

Con el arribo de Néstor Kirchner a la presidencia, el sindicalismo peronista volvió a recobrar el protagonismo perdido luego de los dos golpes de knock out  acusados entre la década del ochenta –relegación de los cuadros sindicales dentro de la estructura del Partido Justicialista a partir de la institucionalización del justicialismo–    y noventa, pérdida tanto de afiliados como de recursos económicos.
Al decir de Sebastián Etchemendy (2012), el kirchnerismo emprendió acciones que beneficiaron concretamente al movimiento obrero26, negociaciones colectivas, nueva ley laboral, priorización de la negociación por rama, consolidación del control sindical sobre las obras sociales, entre otras. Aunque también debe destacarse que, con las mejoras reales en las condiciones laborales, retornaron a la palestra viejos vicios del sindicalismo argentino como la malversación de fondos y la resolución violenta de los conflictos internos en las organizaciones gremiales, en gran parte dinamizados por la enorme cantidad de recursos que los sindicatos se encontraron manejando.
La alianza entre Kirchner y el movimiento sindical organizado tuvo en la CGT y en la CTA sus componentes fundamentales. En el caso de la CGT, a su llegada, Kirchner se encontró con la simpatía del Movimiento de Trabajadores Argentinos (MTA) liderado por Hugo Moyano, mientras que la CGT in toto se mantenía reticente a brindarle apoyo, ubicándose al lado de Duhalde. Frente a la frialdad con la que Kirchner trataba a esta última, la apuesta moyanista por reunificar la CGT, hecho que se produciría en 2005, se encontró con reales ventajas. Luego de su reunificación, la alianza entre la Confederación y el Gobierno Nacional se sostuvo desde los sectores del transporte (específicamente camioneros), construcción e industria (tanto metalúrgicos como autopartistas).
En el caso CTA, el Gobierno nacional desde un principio la convirtió en un interlocutor válido.27 En primer lugar, manteniendo buenas relaciones con la Central de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (CTERA), el sindicato mayoritario dentro de la CTA, que se transformó en un interlocutor válido y actor con peso propio en la conformación de las políticas educativas durante el kirchnerismo (la Ley de Financiamiento Educativo de 2005, la Ley General de Educación de 2006 y la creación de la Paritaria Nacional Docente, por ejemplo). En segundo lugar, relacionado con la no criminalización de la protesta social, dialogó con el sector más moderado de las organizaciones piqueteras pertenecientes a la CTA –Federación de Tierra, Vivienda y Hábitat (FTV) y Barrios de Pie–, tratando de excluir a los más radicales, como el Movimiento Independiente de Jubilados y Desocupados (MIJP) y el Polo Obrero. Los moderados recibieron en términos reales la mayor cantidad de Planes Jefes y Jefas de Hogar, así como también planes para la construcción de viviendas. Éstos se convirtieron en un importante aliado político del Gobierno Nacional, tanto por su capacidad de movilización como por su arraigo territorial en los sectores más marginales (Lucca, 2011).
Mediante incrementos importantes de salarios y posibilidades organizacionales para pelear por mejores salarios, así como también a partir de la facultad de incidir en las obras sociales y en la dirección de las fábricas renacionalizadas, el kirchnerismo se hizo con un importante apoyo de parte del sector gremial. Es a la luz de estos beneficios que debe entenderse que por primera vez desde el regreso de la democracia ni la CGT ni la CTA promovieron huelgas de alcance nacional contra el Gobierno Nacional. Más aún, ambas apoyaron la continuidad del kirchnerismo, convirtiéndose en activas promotoras en la candidatura Presidencial de Cristina Fernández de Kirchner en la campaña de 2007.

Conclusiones

En este trabajo se apeló a la definición de identidades políticas desarrollada por Gerardo Aboy Carlés: prácticas sedimentadas, configuradoras de sentido, que establecen, a partir de un mecanismo doble de diferenciación externa y homogenización interna, solidaridades estables, capaces de definir, a través de unidades de nominación,  orientaciones gregarias de la acción, en relación con la definición de asuntos públicos.
Esta definición resultó operativa a los fines de este trabajo, desprendiéndose de ella tres dimensiones analíticas útiles para el estudio de las identidades socio-políticas:
I) Alteridad – No puede haber identidades sin alteridad y antagonismo.
Sin vacilaciones, el discurso kirchnerista construyó un bloque histórico entre 1976 y 2003, marcado por la continuidad en el modo de gestionar el Estado, en las políticas económicas desarrolladas e implementadas, como también en su insensibilidad/desinterés por las consecuencias sociales que estas políticas generaron.
Frente a este bloque, el kirchnerismo erigió al 25 de mayo de 2003 como el símbolo de la refundación de la "Nueva Argentina". Instituyó una frontera con respecto al pasado, que devino en dos representaciones de éste, íntimamente ligadas. La primera de ellas se refirió a un pasado denostado, vinculado a la última dictadura cívico-militar y a los años noventa. El discurso kirchnerista observó continuidad y complementariedad histórica entre la última dictadura cívico-militar y el régimen neoliberal noventista. Existía una continuación entre el modelo económico implementado durante la dictadura y el de los años noventa. La segunda representación se refiere a un pasado silenciado, ligado al período de la transición democrática y al alfonsinismo. Pese a sus exiguas menciones durante el período analizado, ello no obturó las críticas kirchneristas respecto del modo alfonsinista de pensar la democracia y de hacer frente a los crímenes perpetrados por la dictadura.
Este trazado de fronteras entre un pasado oprobioso –el ciclo histórico 1976-2003– y el futuro prometido –que inauguraba la llegada de Kirchner al poder en 2003– articuló una nueva frontera antagónica, donde el kirchnerismo polemizó con determinados antagonistas: jueces y el Poder Judicial, los militares acusados de crímenes de lesa humanidad, y políticos y tecnócratas vinculados al pensamiento neoliberal.
La polémica con la corporación judicial giró en derredor del significante "calidad institucional". Frente a una Corte Suprema al que se calificó como "adicta" al menemismo, a un Consejo de la Magistratura cuyo criterio de selección de jueces se consideró sospechoso de "amiguismo" y a la lentitud en el juzgamiento de militares acusados de crímenes de lesa humanidad, el kirchnerismo pretendió erigirse como una inflexión histórica, devolviéndole la credibilidad a la "Justicia" e inclinándola hacia los sectores más desfavorecidos, víctimas –según la interpretación kirchnerista– de este poder oculto, soterrado y egoísta de las corporaciones.
El adversario militar fue uno de los pocos que estuvo individualizado por el kirchnerismo, en el cual los militares golpistas serían señalados con nombre y apellido en los discursos presidenciales. El hecho de haberles negado el grado militar simbolizó la apuesta kirchnerista por construir un modelo de Fuerzas Armadas diferente al que identificaba con Videla, Galtieri, Bignone, a los que se calificaba como mesiánicos y fundamentalistas. Frente a ellos, Kirchner aspiraba a devolver a las Fuerzas Armadas los honores perdidos, recuperando el legado militar heredado por San Martín y Belgrano.
En el caso del adversario neoliberal –políticos, periodistas y tecnócratas ligados al neoliberalismo–, se los identificó con aquellos que se oponían a las políticas que el kirchnerismo buscaba implementar. Se los concibió como "partidarios del pasado" que operaban en el presente. Kirchner establecía una vinculación entre políticos opositores y sectores neoliberales, en la cual los primeros no resultaban ser otra cosa que personeros de los intereses ligados al neoliberalismo. 
Por último, las corporaciones internacionales tuvieron, aseguraba el kirchnerismo, grandes responsabilidades en la implementación del modelo neoliberal y en la crisis económica en el que éste derivó en 2001. Aún más, estos organismos internacionales seguían pretendiendo inmiscuirse en la política argentina, no sólo mediante sus personeros –tecnócratas y periodistas económicos– sino principalmente a partir de la cuestión de la deuda argentina y del default. Por ello, Kirchner veía en la salida del default un mojón indispensable para llevar adelante políticas económicas de carácter autónomo.
Las corporaciones fueron identificadas por la retórica kirchnerista como las principales responsables del caos económico, político y social de 2001-2002. También, y quizás aún más importante, se las entendía también como las grandes "operadoras del presente", "poderes fácticos" que no sólo se oponían a las transformaciones que el kirchnerismo anunciaba, sino que también aspiraban a regresar al pasado, a la primacía del modelo neoliberal. El kirchnerismo buscó polemizar con estas corporaciones y develar al público sus veladas intenciones. Trazando una línea demarcatoria entre las corporaciones y el pueblo, el kirchnerismo se posicionó como defensor de éste. El exitoso eslogan kirchnerista "Patria o corporaciones" tuvo aquí su génesis.
II) Representatividad – La identidad referencia ineludiblemente al proceso representativo, entendido como cierre parcial y precario de toda identidad.
El discurso kirchnerista buscó interpelar a dos diferentes sujetos políticos bajo el significante de "pueblo". En primer lugar al populus de ciudadanos descontentos y desanimados para con la política y los políticos. Según la interpretación kirchnerista, la dictadura militar y el menemismo habían decantado en desesperanza, escepticismo y descontento ciudadano. Para estos ciudadanos descontentos, las instituciones no eran otra cosa que un dispositivo que perpetuaba la impunidad y aseguraba la corrupción. El kirchnerismo apostó a relegitimar la política, devolverles la confianza a los ciudadanos y mejorar la calidad de las instituciones, frente a los efectos perversos que resultaron del laissez faire de las corporaciones judicial y militar. Luego, la plebs de desocupados y pobres que hizo visible la explosión de 2001. Con la desestructuración del modelo nacional-popular entre los años setenta y noventa, sus principales beneficiarios –principalmente trabajadores y sectores carenciados– fueron víctimas del desempleo, sucumbiendo a la pobreza y la exclusión. En su interpelación a estos "perdedores", el kirchnerismo polemizó con políticos, tecnócratas y periodistas económicos ligados a la doxa neoliberal. El kirchnerismo se encomendó a la tarea de construir un modelo económico alternativo al que primó en las décadas anteriores, donde la creación de empleo, la redistribución de la riqueza y la inclusión social, junto con la reactivación del imaginario asociado la movilidad social ascendente, serían sus pilares fundamentales.
III) Perspectiva de la tradición – Toda identidad se configura referenciándose en un pasado, proponiendo la constitución de un futuro deseado, conjugándose ambas dimensiones para dotar de sentido al presente.
El fenómeno peronista presenta una pluralidad de símbolos. De este rico entramado simbólico, se optó aquí por analizar, por un lado, a los alegóricos días festivos del peronismo, como son el Día del Trabajador y el Día de la Lealtad, y, por el otro, el lugar del Partido Justicialista, de la CGT y CTA en el kirchnerismo. 
En lo que hace al Día del Trabajador, no se registraron celebraciones de parte del kirchnerismo durante el período considerado. La ausencia de estas celebraciones obedeció, por un lado, a la "desperonización" del Día del Trabajador, debido a las reformas neoliberales de la década de los noventa, y por el otro, a los elementos hacia donde dirigió su interpelación discursiva el kirchnerismo: desempleados, marginados y pobres, sectores en los que la famosa "cultura del trabajo" se convertía más en un eslogan que una realidad fáctica. Para el kirchnerismo resultó difícil y, a su vez, irrelevante la recuperación litúrgica del 1º de Mayo.
En referencia al Día de la Lealtad, se pudieron advertir dos momentos. El primero va desde 2003 hasta mediados de 2004, caracterizado por la renuencia de Kirchner a celebrar el Día de la Lealtad, mientras que el segundo, desde 2005 hasta 2007, encarnó tanto el vuelco de Kirchner hacia el peronismo como la celebración del 17 de Octubre. El paso de la relegación a la revalorización del Día de la Lealtad obedeció a la apuesta política de Kirchner por hacerse con el apoyo de sectores peronistas tradicionales de cara, en primer lugar, a la compulsa electoral con el duhaldismo en 2005 y, en segundo, a la posibilidad de un nuevo período de kirchnerismo en el poder de cara a las Elecciones Presidenciales de 2007.
En relación con en el lugar del PJ durante el kirchnerismo, se observó cómo, a comienzos de su gobierno, la relación de Kirchner con la estructura del PJ fue decididamente confrontativa, como lo demostró su apuesta por construir un armado de fuerzas progresistas, de corte transversal, por fuera del tradicional aparato justicialista. No obstante, las vicisitudes políticas de la coyuntura mostraron al ex Presidente la necesidad de recurrir al aparato del PJ para fortalecer su gobierno y acumular fuerzas para enfrentar al duhaldismo en la Provincia de Buenos Aires. Esto sepultó la apuesta transversal, junto con la esperanza de muchos "antipejotistas" de un armado político fuerte, autónomo y progresista por fuera de la estructura del PJ.
Diferente fue la relación que mantuvo Kirchner con un sector del movimiento obrero organizado. En el caso de la CGT, el kirchnerismo apoyó decididamente la reunificación de ésta detrás del MTA moyanista, que se convirtió en una aliado fundamental en el período y también más allá, proveyendo apoyo simbólico y capacidad de movilización. En lo que se refiere a la CTA, pasó a convertirse en un interlocutor altamente valorado por el kirchnerismo, como mostró la participación de la CTERA en el diseño de política educativa o el acercamiento del kirchnerismo hacia organizaciones piqueteras moderadas pertenecientes a la CTA, la Federación de Tierra, Vivienda y Hábitat o Barrios de Pie. Nuevas leyes, beneficios materiales y simbólicos hacia las dos organizaciones pueden explicar por qué por primera vez desde el regreso a la democracia ninguna de las dos Centrales realizó un paro general durante el gobierno de Kirchner.
Las dimensiones analizadas a lo largo trabajo, además de ayudar a comprender los cortes históricos y los antagonistas con los que polemizó y las representaciones de lo popular que elaboró, de qué manera el kirchnerismo retrabajó la tradición peronista en el período de estudio seleccionado. A la luz de estas reflexiones, es posible observar que, en esta primera etapa, en el kirchnerismo convivieron dos herencias, nutridas ambas del manantial peronista. La primera de ellas se refiere específicamente a la pertenencia generacional del propio Néstor Kirchner: la de los jóvenes militantes peronistas de los años setenta, transgresores, idealistas, populares y heroicos. Esto le imprimió un carácter decididamente innovador, en comparación con los anteriores peronismos (menemismo o duhaldismo, por ejemplo). La segunda, adquirida, hace alusión a la Renovación Peronista de la década de los ochenta, que con la democratización interna del partido, su prédica por la recuperación del verdadero peronismo y por separar a las agrupaciones sindicalistas de la cúpula del partido, influyó necesariamente en todas las tendencias justicialistas posteriores a ella.

Referencias

1 El concepto de alteridad ha sido trabajado –explícita o implícitamente– por numerosos autores a lo largo de la extensa historia de la filosofía. Desde Platón, Descartes y Hegel hasta autores más recientes como Cornelius Castoriadis, Emmanuel Lévinas, Stuart Hall y el propio Ernesto Laclau. La opción tomada por el concepto laclauniano de alteridad se fundamenta en la compatibilidad que éste posee con respecto a las demás dimensiones de la identidad desarrolladas en este trabajo. Como toda decisión teórica, ofrece posibilidades aunque también oscurece otras aristas del fenómeno. Aquí se asume ese riesgo. Para pensar otros modos de trabajar la alteridad, ver Ruíz de la Presa (2005).

2 Los discursos del ex presidente Kirchner citados pertenecen al volumen de discursos citado en la bibliografía. La referencia está dada por la fecha de pronunciación.

3 Aboy Carlés (2001) reparó en este carácter que tuvieron las formaciones identitarias en la Argentina. Desde el yrigoyenismo hasta el menemismo, pasando por el peronismo y el alfonsinismo, todas las identidades políticas argentinas recurrieron al pasado para la conformación de sus fronteras de exclusión.

4 El modelo nacional-popular refiere al "sistema político propio de una época de industrialización que, buscaba hacer viable el crecimiento hacia adentro, a través de la incorporación política de los sectores populares y el esfuerzo por movilizar las masas de manera ‘organizada'" (Martucelli y Svampa, 1997: 25), canalizando las demandas a través del aparato institucional del Estado.

5 La novedad que presentó la Argentina de mediados de los 70 estuvo dada por la mutua imbricación entre el ideario liberal y el pensamiento castrense. Para los liberales se hacía menester erradicar toda forma de movilización popular, contestación al estado de cosas y a la autoridad, además de dar por finalizado el industrialismo ligado al modelo nacional-popular. En este último punto la acción del complejo militar resultaba fundamental: disciplinar al sector trabajo –destruyendo los sindicatos y las estructuras de representación de los obreros en las plantas– y al empresariado, mediante la apertura a la competencia externa (Cavarozzi, 1997).

6 Palabras del presidente Néstor Kirchner al entregar el premio "Azucena Villaflor" a la doctora Sonia Torres [En línea] [Disponible en: www.presidencia.gob.ar/discursosnk/25011-blank-23394102].

7 Aserción no del todo descabellada. Es conocido que para los militares golpistas la sociedad argentina se encontraba enferma, lo que se urgía producir un cambio de raíz rápido y letal. La causa de esta enfermedad se remontaba a finales de la década de 1930 y principios de 1940, propiamente identificada con un tipo de Estado, un modelo económico a fin: el modelo nacional-popular.

8 El politólogo Javier Zelaznik sostiene que para el imaginario kirchnerista el 2003 marcó el momento de "la transición a una democracia real o democracia con inclusión social" mientras que el gobierno de Alfonsín –como el de Menem y la experiencia de la Alianza– representó una fallida democracia, que mantuvo incólumes los restos de la dictadura cívico-militar: "implementando política neoliberales que perjudicaban a los sectores populares o siendo cómplices con ellas" y "obstaculizando los juicios contra quienes habían violado los derechos humanos" (2012: 96).

9 El retiro de los cuadros de Videla y Bignone, en el marco de la creación del espacio para la Memoria y para la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos en la ex Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), representó un acto simbólico cargado de tónica fundacional. Allí Kirchner, "como compañero y también Presidente de la Nación Argentina", pidió perdón en nombre del Estado Nacional por haber hecho silencio respecto a los crímenes y vejaciones ocurridas durante la dictadura cívico-militar (24 de marzo de 2004).

10 En el año 2006, al cumplirse 30 años del último golpe cívico-militar, el simbólico Nunca Más fue engalanado con un nuevo prólogo. Emilio Crenzel (2007) señala que éste presentó importantes diferencias respecto del original, entre las que pueden nombrarse: I) la concepción del pasado como materia de debate constante y el rol fundamental del Estado en dicho debate; II) la denuncia a la equiparación entre la violencia guerrillera y estatal que primó desde 1983 y que sirvió para para justificar el accionar de la dictadura cívico-militar; y III) la conexión entre la represión militar y la implantación de un modelo económico excluyente, más arriba mencionados en este trabajo (24 de marzo de 2006).

11 En su mensaje de apertura a las sesiones ordinarias del Congreso el 1 de marzo de 2006, Kirchner sostenía: "No resulta ocioso destacar que, sumadas, la oposición y las corporaciones, mantienen la mayoría absoluta (…). [C]reemos que esta Nación, este país, ha estado sometido a la pseudo moral de estas corporaciones que permanentemente han sido cómplices de los sistemas que impidieron que llegue la justicia a nuestro pueblo" (1 de marzo de 2006). Aquí se puede observar el carácter obstaculizante que percibía Kirchner en el accionar de las corporaciones.

12 Por ejemplo: "Señor Videla, porque no merece que lo llame general, hay treinta mil argentinos que fueron desaparecidos de distintas ideas y hay cuarenta millones de argentinos que fuimos agredidos y ofendidos por su pensamiento fundamentalista y mesiánico" (24 de marzo de 2006), o "Desde acá, desde Córdoba, a ese general, que lo voy a nombrar como Presidente de la Nación que soy, señor… No te voy a llamar general porque ni eso mereces. Señor Lucio Benjamín Menéndez: tené en claro que sos un cobarde, tené en claro que los argentinos saben quién sos y que estás escondido en tu casa" (24 de marzo de 2007).

13 Es el caso del famoso discurso en el Colegio Militar, donde Kirchner enfatizaba que "[q]ueremos el Ejército de San Martín, Belgrano, Mosconi y Savio, y no de aquellos que asesinaron a sus propios hermanos, que fue el de Videla, Galtieri, Viola y Bignone" (29 de mayo de 2006).

14 Por ejemplo, Kirchner señalaba que: "No hay otro país en el mundo que lo haya endeudado así. Y los que lo endeudaron, los que fueron símbolos intelectuales de ese endeudamiento todavía nos quieren decir qué es lo que tenemos que hacer (…). Nosotros los conocemos porque lo vimos, nos dijeron durante toda la década del 90" (11 de marzo de 2004). También argumentaba que: "Los mismos que desguazaron el Estado en función de sus intereses y negocios, los que se favorecieron con la pérdida y el retroceso del poder público, los mismo que se enriquecieron favorecidos por la permisividad de otros tiempos, se quejan por la ausencia del Estado, intentando nuevamente llevar agua para su molino a costa de los demás" (1 de marzo de 2005).

15 Según Kirchner, "tienen que sacar enseñanza aquellos gurúes del mercado (…) que fueron parte del problema, que responden –algunos- a lineamientos políticos e ideológicos, que muchas veces no dejan ver, pero que trascienden en sus recomendaciones y que nos llevaron o contribuyeron a llevarnos hacia el infierno de dónde venimos" (3 de marzo de 2005).

16 Véase lo que señalaba Kirchner: "Lamentablemente, en ese proceso de recuperación, expansión y transformación no contamos con la ayuda del FMI, que sí apoyó y financió, hasta semanas antes del colapso, el régimen de convertibilidad" (14 de septiembre de 2005).

17 De acuerdo con el ex Presidente, "[d]ecidimos cancelar al Fondo Monetario Internacional, porque era imposible llevar la economía con la intervención de funcionarios burocráticos del Fondo, que no tenían una comprensión real del país" (21 de septiembre de 2006).

18 Esta es la experiencia de una fractura en la totalidad armoniosa de lo social, a partir de la cual se vivencia el antagonismo, los efectos de frontera y la construcción del "pueblo": de un lado demandas sociales insatisfechas y del otro un poder sordo a ellas.  La plebs –lesionada debido al silencio del poder frente a su reivindicaciones– se percibe a sí misma como el populus: "como plenitud de la comunidad es precisamente el reverso imaginario de una situación vivida como ser deficiente, aquellos responsables de esta situación no pueden ser una parte legítima de la comunidad; la brecha entre ellos es insalvable" (Laclau, 2005: 113).

19 A riesgo de prevenir malinterpretaciones, debe aclararse que la referencia a la triple dimensión de los derechos que envuelve la ciudadanía plena propuesta por Marshall tiene una función simplemente didáctica, tendiente a facilitar las reflexiones acerca del concepto de ciudadanía que Kirchner estaba mentando en sus discursos. El autor de este trabajo es consciente de que las etapas del desarrollo de la ciudadanía propuestas por Marshall no se dieron de ese modo en América latina ni en Argentina.

20 Las sucesivas crisis económicas y sociales por las que atravesó Argentina con posterioridad a la Revolución Libertadora intensificaron un imaginario que asociaba el período peronista con el bienestar material de la población. Kirchner participó de este imaginario. Por ello debe leerse su pretensión de construir un capitalismo que contemplase la creación de empleo y la redistribución de la riqueza, reinstalando también la movilidad social ascendente, como un retorno a un cierto bagaje heredado del imaginario social construido por el peronismo.

21 El acercamiento que se propone aquí hacia los rituales, festividades y dispositivos de poder no versa en los discursos del ex Presidente Kirchner sino, en gran medida, en notas periodísticas y bibliografía académica pertinente. Este modo diferente de acercarse a la cuestión obedece a la inexistencia de discursos sobre el Día del Trabajador, el de la Lealtad, el PJ, la CGT o CTA que produjo Kirchner durante el período analizado. Esta inexistencia de ninguna manera puede obliterar el examen del lugar que éstos ocuparon en el kirchnerismo.

22 Con la Confederación General del Trabajo (CGT) también ausente de las conmemoraciones, los actos estuvieron monopolizados por el amplio océano de la izquierda combativa argentina: Partido Obrero (PO), Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS), Partido Comunista Revolucionario (PCR), Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST).

23 En contrapartida, los antagonistas peronistas de turno, primero Carlos Menem y luego Eduardo Duhalde, no sólo llevaron adelante festejos en sus bastiones –La Rioja y la Provincia de Buenos Aires, respectivamente– sino también se hicieron con toda la parafernalia peronista: la Marcha, el Escudo, las figuras de Perón y de Evita, y la presencia de los "Gordos" de la CGT.

24 En este marco debe leerse, por ejemplo, el llamado a Aníbal Ibarra, Luís Juez, Miguel Lifschitz y a Hermes Binner y la propuesta de articular un polo progresista, que transcendiese los agrupamientos político-partidarios tradicionales; hombres e ideas sobre banderías políticas.

25 Mientras la mayoría de los distritos provinciales se alinearon detrás de Kirchner, sólo seis de éstos presentaron listas peronistas alternativas: Buenos Aires (duhaldismo), Catamarca, Santiago del Estero (juarismo), La Rioja (menemismo), San Luís (saáismo) y Misiones (bastión de Puerta).

26 Sin embargo, a la hora de sopesar el auge del sindicalismo en el gobierno de Kirchner debe trascenderse el plano de los meros beneficios materiales. Para  Eugenia Mediavilla (2006) debe tenerse en cuenta también los juegos de intereses simbólicos y políticos; de un lado, el paso de un rol sindical subordinado –como en los años noventa– al hecho de tener un lugar central tanto en la coalición de gobierno como en la conformación de los actores dominantes dentro del movimiento obrero.

27 Maristella Svampa (2007) recalcó como Néstor Kirchner logró seducir a muchos dirigentes de la CTA, vinculados a la tradición nacional-popular, ocasionando numerosos conflictos en la Central entre aquellos con simpatías con el Gobierno Nacional y los que, bregando por la tan ansiada personería jurídica –negada por el Gobierno en 2005–, sostenían una posición más distante y crítica para con el kirchnerismo.

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Fuentes

Diarios Clarín, La Nación y Página/12.

Recibido: 12/09/2015.
Aceptado: 20/03/2016.

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