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Temas y Debates

versión On-line ISSN 1853-984X

Temas debates (En línea)  no.37 Rosario jun. 2019

 

COMUNICACIONES

¿Economía política o economía "a secas"? Elementos para un debate

Political economy or "just" economics. Elements for a debate.

 

Laura Golovanevsky

Laura Golovanevsky es Investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, en la Universidad Nacional de Jujuy, Argentina. E-mail: laugolo@gmail.com


Mariana Bernasconi

Mariana Bernasconi es Becaria del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, en la Universidad Nacional de Jujuy, Argentina. E-mail: maribernasconi@gmail.com


resumen

El presente artículo se propone discutir el objeto de estudio de la economía (política) a fin de intentar dar respuesta a algunas de las disyuntivas que se plantean para su enseñanza a nivel universitario. Entre ellas, si debe brindarse una formación amplia, que incluya en igual medida a todas las vertientes que se han ido desarrollando a lo largo de la historia del pensamiento económico, o si debe darse preeminencia a una mirada particular y formar a los estudiantes en ella. Se recorre de manera sucinta la historia del pensamiento económico, se discuten los aportes de diversos autores y se avanza en una propuesta a partir de la cual sentar las bases epistemológicas para el diseño de un plan de estudios universitarios en la materia. Se describe el modo en que el objeto de estudio ha ido mutando a lo largo del tiempo, producto de las discusiones surgidas en el interior de la disciplina y de la influencia inevitable del contexto. Finalmente, se discuten las implicancias que se derivan de las diferentes maneras de hacer economía, enfocándose sobre todo en los argumentos de los que se han valido las diferentes corrientes económicas a favor o en contra del carácter político de la economía.

palabras clave: Economía política; Economía; Historia del pensamiento económico

summary

The present article aims to discuss the object of study of (political) economy in order to try to give response to some of the dilemmas that appear for its teaching at university level. Between them, if there must be offered a wide formation, which includes in equal measure all the strands that have been developed along the history of economic thought, or if preeminence must be given to a particular school of thought and form the students in it. The article traces in a succinct way the history of the economic thought, discussing the contributions of different authors and presenting a proposal in which to lay the epistemologic foundations for the design of a plan of university studies in the matter. The way in which the object of study has been mutating throughout the time is described, changes which result both of the discussions that take place inside the discipline and of the unavoidable influence of the context. Finally, the implications that stem from the different ways of doing economy are discussed, focusing especially in the arguments used by different currents of economic thougth in favour or against the political character of the economy.

keywords: Political economy; Economics; History of economic thought


Introducción

Desde su surgimiento que, seguramente con algunas controversias, puede ser ubicado a mediados del siglo XVI, la economía política (como se denominaba usualmente en aquella época) ha abordado diversas temáticas, muchas veces con perspectivas antagónicas. Las miradas clásica, neoclásica, keynesiana, entre otras, en el intento de responder a las grandes preguntas que dieron impulso a la disciplina han ido construyendo un objeto de estudio de crucial importancia en nuestros días. La economía está llamada a resolver cuestiones prácticas y urgentes que atraviesan las más variadas esferas de nuestras vidas en sociedad.
Tal diversidad de perspectivas en el interior de la ciencia conlleva necesariamente que su enseñanza a nivel universitario plantee algunas disyuntivas. ¿Debe brindarse una formación amplia que incluya en igual medida a todas las vertientes que se han ido desarrollando a lo largo de la historia del pensamiento económico? ¿O debe darse preeminencia a una mirada particular (marxista, neoclásica, keynesiana, etc., según sea el caso) y formar a los estudiantes en ella?
En este sentido, el presente trabajo se propone discutir un posicionamiento específico a los fines de repensar y delinear el objeto de estudio de la economía (política) que permita, a su vez, ensayar algunas pistas que ayuden a resolver el interrogante planteado, pues creemos que en el conocimiento evolutivo del objeto de nuestra ciencia hallaremos la respuesta sobre la mejor manera de abordarlo. Para ello, se recorre de manera sucinta la historia del pensamiento económico, se discuten los aportes de diversos autores y se avanza en una propuesta a partir de la cual sentar las bases epistemológicas para el diseño de un plan de estudios universitarios en la materia.
En el primer apartado haremos referencia a los fundadores y precursores de la economía política como disciplina, apuntando los principales desarrollos teóricos que contribuyeron a su consolidación. Así, nos concentraremos especialmente en Adam Smith y David Ricardo, pero reconociendo al mismo tiempo los aportes precursores del escolasticismo, el mercantilismo y la fisiocracia. Seguidamente, señalaremos las corrientes continuadoras de la tradición económica clásica, distinguiendo las posturas optimistas y pesimistas que discurrieron a lo largo de su trayectoria. Nos enfocaremos principalmente en la crítica socialista que buscó, a través de distintas propuestas teóricas y empíricas, una alternativa que reparara las condiciones de vida de la creciente clase obrera de los países capitalistas avanzados de aquella época. Asimismo, marcaremos la postura de Karl Marx que, si bien partió de las mismas condiciones históricas y los mismos problemas económicos que habían servido para dar nacimiento al discurso de la economía política clásica, en su argumentación representó una clara ruptura con respecto a la corriente ortodoxa. Luego, trazaremos las claves de la escuela neoclásica, cuyas ideas se instalaron rápidamente como la corriente económica dominante en círculos académicos y universitarios, encontrando aún plena vigencia la mayoría de sus contribuciones. Sostendremos que es en este momento cuando cambia el objeto central de la disciplina y la economía política pasa a denominarse economía a secas. En la sección cuarta nos encargaremos de la revolución keynesiana, señalando los aportes que se conquistaron con el avance de esta disímil perspectiva. No obstante, también remarcaremos que si bien la teoría keynesiana representó una ruptura con los principios heredados, pronto fue acogida como un caso particular dentro de la teoría convencional, dando surgimiento a la denominada síntesis neoclásica y favoreciendo de este modo la posterior instauración del nuevo clasicismo como la corriente principal en la ciencia económica. Finalmente, describiremos el modo en que el objeto de estudio de nuestra disciplina ha ido mutando a lo largo del tiempo, producto de las discusiones surgidas en el interior de la misma y de la influencia que el contexto inevitablemente ha ejercido sobre sus desarrollos teóricos. Asimismo dejaremos asentadas las implicaciones que se derivan de las diferentes maneras de hacer economía, contribuyendo sobre todo a la discusión acerca de los argumentos de los que se han valido las diferentes corrientes económicas a favor o en contra del carácter político de nuestra ciencia.

Fundadores y precursores de la economía (política)

El momento fundacional de la disciplina es comúnmente atribuido a la obra de Adam Smith (Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones), lo que no implica desconocer la existencia de numerosos y valiosos antecedentes previos que brindaron a los economistas clásicos la posibilidad de sintetizar y profundizar las ideas económicas existentes en un único sistema coherente. En dicho texto, publicado originalmente en 1776, Smith se propone como primer objetivo "examinar la renta del gran cuerpo de la sociedad”. Y en este análisis aborda y define conceptos y categorías que marcarán una impronta perdurable en la disciplina que él está contribuyendo de manera decisiva a fundar.
Dentro de los elementos que Smith introdujo, la discusión acerca del valor es uno de los centrales, puesto que se constituye en hilo conductor de los avances en lo que puede denominarse la tradición de la economía política clásica. En la búsqueda de respuestas que permitan explicar qué determina el precio de un bien, Smith distinguió la existencia de dos dimensiones del valor: el valor de uso y el valor de cambio. Otro concepto central en Smith –aunque no original, ya que su raíz puede rastrearse hacia 1750 en los fisiócratas– tiene que ver con lo que él denominara "mano invisible”, aquella fuerza que guía a las personas de manera tal que, al buscar cada una su propia conveniencia, inintencionadamente terminan promoviendo fines sociales e incrementando la riqueza agregada al máximo posible. El desarrollo de este concepto, que no es otro que el de la autorregulación del mercado, es uno de los rasgos que permite caracterizar inequívocamente al pensamiento clásico y ha marcado una división entre perspectivas teóricas que aún perdura, puesto que de aquí se deriva la conclusión de que el Estado no debe intervenir en este proceso.
David Ricardo, su sucesor (no por coincidencia de ideas sino por su carácter precursor y por la relevancia y complejidad de los temas abordados), además de profundizar la discusión acerca del valor, planteó como principal problema de la economía política determinar "las leyes que regulan la distribución” y así lo manifestó en su obra Principios de Economía Política y Tributación (publicada en 1817). De esta manera, reorientó en cierta forma el objeto de la economía en tanto que el modo de abordar las cuestiones económicas que le interesaban se distanció del de su predecesor. Asimismo, la observación acerca  de  la  presencia de  conflictos  entre   diferentes   grupos    sociales –capitalistas y terratenientes en la época ricardiana– fue luego recuperada por Karl Marx en torno a la relación entre capitalistas y asalariados.
En síntesis, puede señalarse que es con los clásicos que surge formalmente la economía política, pues son ellos quienes definen las bases sobre las cuales se desarrollarán luego las distintas corrientes de pensamiento económico. Pese a que problemas económicos existieron siempre en la historia de la humanidad, fue solo bajo determinadas condiciones y en un cierto momento que tales problemas fueron abordados desde el conocimiento científico y con un discurso particular (Burkún & Spagnuolo, 1986). Este momento, mediados del siglo XVI, marca así el surgimiento de un tipo de reflexión particular y específica acerca de los problemas económicos, aunque esto no implica desconocer que tanto en la Antigüedad como en la Edad Media existieron escritos que abordaban cuestiones económicas, pero siempre ligadas a lo jurídico, lo ético y lo moral.
Así, las preguntas que dieron origen a la economía como ciencia se situaron en un momento específico, en el cual emergieron como categorías centrales la riqueza, el precio, la ganancia, el mercado y el Estado. Sobre ellos se construyeron discursos económicos diferentes, hasta antagónicos, pero con un origen compartido. Burkún y Spagnuolo, citando a Therborn, señalan que la economía política "constituye un caso muy especial y posiblemente único en la historia de la práctica científica [ya que] el discurso económico surge paralelamente a aquello sobre lo que el discurso versa: la economía capitalista” (Therborn, citado en Burkún y Spagnuolo, 1986: 22).
En este contexto, podría decirse que los clásicos plantearon de manera amplia la multiplicidad de problemas sobre los que la economía política tratará, en tanto que las corrientes posteriores irán desarrollando distintos aspectos de los mismos. Mientras que Marx profundizará la noción de trabajo como fuente de riqueza y el conflicto entre clases, los neoclásicos se recostarán sobre la idea de equilibrio y armonía. De esta manera, el pensamiento clásico dará lugar a dos vertientes teóricas claramente contrapuestas, aunque sólo una de ellas (la que siguieron los neoclásicos) fue la que logró imponerse entre los círculos académicos y, por ende, obtener un lugar preponderante en la formación de las futuras generaciones de economistas.
Para completar este rápido recorrido por la historia del pensamiento económico pueden mencionarse, además de los renombrados Adam Smith y David Ricardo, a otros teóricos, en algunos casos contemporáneos de aquellos, que también fueron destacados por diversos aportes. Entre los precursores más conocidos se encuentran las corrientes mercantilista y la fisiocracia. Mientras que los mercantilistas hicieron hincapié en la idea básica de que el oro y los metales preciosos son la esencia de la riqueza, los fisiócratas atribuyeron a la agricultura la cualidad de ser la única actividad capaz de generar producto neto genuino. Si bien en ambos casos las ideas acerca de la riqueza fueron luego desechadas, cada una de estas escuelas hizo importantes contribuciones a la teoría económica.
En el caso de los fisiócratas, su aporte más trascendente fue la formulación del denominado Tableau Economique por parte de François Quesnay (fundador y principal representante de esta escuela de pensamiento del siglo XVIII).1 Esta tabla permitía representar el flujo de circulación de bienes y dinero entre las diferentes clases en que se organizaba la sociedad. Pese a su simpleza, recién a mediados del siglo XX se desarrolló un instrumento analítico más sofisticado que cumpliera similares propósitos de esquematización (la matriz de insumo-producto desarrollada por Wassily Leontief).
Otros precursores no tan conocidos fueron el belga Leonhard Leys (conocido como Lessius) y los españoles Luis de Molina y Juan de Lugo, representantes de la denominada escolástica decadente de los siglos XIV y XV. Ellos observaron que el sostenimiento de una balanza de comercio permanentemente superavitaria, como pregonaban los mercantilistas, llevaría a un incremento de precios y posterior pérdida de competitividad, esbozando lo que luego sería el enfoque monetario del balance de pagos, vigente hasta nuestros días. Debido a que el latín había dejado de ser el idioma común, autores que no escribieron en inglés pasaron en muchos casos desapercibidos en sus aportes originarios. David Hume, más conocido por sus desarrollos en filosofía, tuvo más suerte en la difusión de sus ideas acerca del impacto del superávit del comercio exterior. A este grupo de precursores menos divulgados se suma William Petty, quien aportó a la disciplina una respuesta científica al problema del valor de cambio de los bienes y sembró, en una época tan temprana como el final del siglo XVII, la idea de medir las variables económicas, aspecto que se terminaría convirtiendo en uno de los pilares de la economía moderna.

Continuadores: optimistas y pesimistas. Las críticas socialistas

Como señalamos en el apartado anterior, la aparición de la obra de Smith es ampliamente aceptada como el punto de partida de la economía política. Algunos de sus contemporáneos o inmediatos continuadores fueron considerados "pesimistas”, dados los resultados poco prometedores a los que arribaron a partir de sus abordajes. Tal fue el caso de Thomas Malthus, reconocido por haber señalado el desequilibrio latente en el hecho de que la población crecía a tasas geométricas mientras que los recursos necesarios para sustentarla lo hacían a tasas aritméticas, lo cual implicaría en última instancia la puesta en funcionamiento de frenos sobre la población ante la dificultad de acceso a los alimentos necesarios para la vida. Menos difundido, pero no por ello menos perspicaz, fue su planteo acerca de las posibles crisis de sobreproducción, que luego tan bien analizara John Maynard Keynes.
De alguna manera, Ricardo fue también un pesimista, puesto que con su ley de los rendimientos decrecientes de la agricultura observaba el incremento de las rentas percibidas por los terratenientes y la reducción de la tasa de ganancia de los capitalistas, que según él no haría más que llevar al capitalismo a un estado estacionario. En este sentido, Smith también había hecho referencia a la disminución de la tasa de beneficios con el tiempo, pero como consecuencia de la competencia y el equilibrio del mercado, lo cual, en su entender, era positivo.
En contraposición a estas miradas desesperanzadoras, otros seguidores de Smith y Ricardo, como Jean-Baptiste Say en Francia o John Stuart Mill en Inglaterra, profundizaron las ideas de armonía y equilibrio esbozadas por Smith en su "mano invisible” y dieron pie a la construcción del edificio de la economía neoclásica, que sólo sería posible completar tiempo después al desarrollarse el principio de la utilidad marginal y su herramienta matemática, el cálculo diferencial.
Durante el siglo XIX, mientras que la economía política clásica era resumida y elegantemente expuesta por John Stuart Mill, la combinación de pauperismo y crisis dio lugar a las críticas socialistas, poco optimistas en cuanto a la realidad que les tocaba observar. Henri de Saint-Simon, Jean Charles Sismondi, Robert Owen, Charles Fourier, Louis Blanc y Pierre Joseph Proudhon fueron algunos de quienes buscaron, a través de distintas vías y modelos teóricos y empíricos, una alternativa socialista que contribuyera a reparar las condiciones de vida de la creciente clase obrera de los países capitalistas avanzados de aquella época. Entre ellos, sobresalen los pensamientos de Sismondi, para quien la economía se basa en la experiencia, la historia y la observación. Asignaba a los sentimientos un lugar importante en su sistema, considerando que todo lo que no se refiere a la felicidad humana no pertenece a esta ciencia; de hecho, para él, no es la riqueza sino el bienestar de las personas el objeto de la economía. Criticó de la economía clásica su impulso a la producción ilimitada y el crecimiento de los beneficios, su visión acerca de la armonía de intereses y el desaliento a la intervención del Estado en la economía. Se preocupó también por las crisis de sobreproducción (anticipando las ideas de Keynes), pues consideraba que el mercado no se autorregula y que si bien el equilibrio se restablece a lo largo del tiempo, lo hace a costa de grandes sufrimientos para importantes grupos de población. Su mérito radica en tratar de explicar algo que todos habían observado pero preferían ignorar: el padecimiento de los proletarios, particularmente en las fases de recuperación de una crisis.
Pero sin dudas la figura más importante, en términos de crítica, fue la de Karl Marx. Crítico de los discursos económicos instituidos y también del orden capitalista, Marx se constituyó en un continuador del pensamiento clásico, pero también en uno de los máximos exponentes de su ruptura.
Así como Smith y Ricardo habían aceptado la subordinación de la producción a la ganancia como una ley natural y, por tanto, no sujeta a discusión, Marx puso en cuestión este punto de partida del discurso económico. Objetó el concepto de riqueza, señalando que en la sociedad capitalista la riqueza toma la forma de valor de cambio, lo que no satisface de manera directa las necesidades de las personas. En este sentido, Marx consideraba que con el capitalismo se introdujo por primera vez en la historia de la humanidad la disociación entre producción y necesidades. Producto de ello, estas últimas resultan satisfechas siempre y cuando su realización implique una ganancia para quien produce, quedando en consecuencia las necesidades supeditadas al beneficio. De este modo, la ganancia, y ya no la satisfacción de necesidades, se convierte en el motor fundamental del sistema capitalista.
También fue Marx quien instituyó la idea de que el trabajador crea valor con su trabajo, pero es remunerado solo por el valor de su subsistencia. La diferencia entre ambos, que denominó plusvalía, es apropiada por el capitalista. Por tanto, el capitalismo es para Marx un sistema de explotación de la fuerza de trabajo por parte del capital. A partir de esta lectura llamó a los trabajadores de todo el mundo a unirse en contra de tal explotación.
Como puede verse, nada más alejado de la idea de equilibrio y armonía por la cual discurrían "los optimistas”, como J.S. Mill, y que profundizarán, hacia fines del siglo XIX, los marginalistas. Para Marx no existía un orden natural semejante al aceptado por la economía política clásica, en tanto desde su visión el orden capitalista era entendido, más bien, como un modo de organización social de la producción históricamente determinado y, por ende, transitorio. Así, las mismas condiciones históricas y los mismos problemas económicos que habían servido para dar nacimiento al discurso de la economía política clásica dieron origen también a la crítica hacia tal argumentación.

Los neoclásicos

Con una concepción diametralmente opuesta a la planteada por Marx, los denominados neoclásicos reconocen al orden capitalista como la forma natural y más apropiada para la organización económica. Si bien esta corriente se desarrolló de manera paralela a la obra de Marx, en general, los teóricos que la integraron ignoraron deliberadamente al marxismo. En relación con la economía política clásica, los neoclásicos se ubican como una versión moderna, sistematizada y madura, pero toman como base de su construcción algunos principios fundamentales planteados por los fundadores. Lentamente sus ideas se instalaron como la corriente económica dominante en círculos académicos y universitarios, llegando a ser consideradas como las únicas válidas en economía.
Puede decirse que la escuela neoclásica, en su esencia, cambia el objeto de la economía. Tanto para los clásicos como para el marxismo, el objeto de la economía está basado en la Teoría del valor-trabajo objetivo; en cambio, dicho objeto fue reemplazado por la Teoría subjetiva del valor con el neoclasicismo, pasando a predominar en el análisis económico los estudios con perspectivas utilitaristas y marginalistas.
Tomando como base la denominada "Ley de Say” (resumida como la identidad entre producción y consumo), los neoclásicos construyeron modelos abstractos de equilibrio, entre los que destacan el modelo de Léon Walras. Postulan que, sin la intervención del Estado, la igualdad entre cantidades ofrecidas y demandadas permitirá a cada individuo alcanzar la máxima satisfacción, logrando un nivel óptimo de eficiencia para el sistema en su conjunto. Reaparece así el concepto de la "mano invisible” y se da forma a una proposición teórica fundamental: el mercado es quien asigna de manera óptima los recursos, sin intervención del Estado. De esta manera el liberalismo de los clásicos vuelve a escena, pero ya no inspirado en una situación histórica particular (en tiempos de Smith, enfrentar al orden feudal en sus postrimerías) sino como único modo de organizar el sistema económico en general.
Los neoclásicos recuperan también la doctrina utilitarista, expuesta por Jeremy Bentham a fines del siglo XVIII. Basado en el cálculo hedonista, los neoclásicos encuentran que el principio de utilidad podía ocupar en las ciencias sociales el mismo rol que el principio de la gravedad tenía en el modelo newtoniano de la física. En una época en que las nacientes ciencias sociales admiraban y buscaban emular los avances de las ya consolidadas ciencias naturales, una de las ambiciones de la economía, como disciplina en formación, era encontrar las leyes de los fenómenos sociales. Pero no fue sino hasta mediados del siglo XIX en que este empeño por deducir leyes en economía llevó al uso de aparatos teóricos formalizados (Méda, 1998). Los avances matemáticos hicieron esto posible, y el principio de utilidad –derivado de las nociones de placer y dolor de Bentham– se prestaba para la aplicación del recién desarrollado cálculo diferencial.
Distintos economistas llegan, trabajando por separado y sin intercambios entre sí, a las ideas de utilidad marginal y productividad marginal, que serán básicas en el edificio de la economía neoclásica. Antoine Cournot, Jules Dupuit y Hermann Gossen, como precursores, y William Jevons, Carl Menger y Léon Walras, perfeccionándolo, son quienes desarrollan, en distintos aspectos y desde diferentes lugares, pero casi en simultáneo, el principio de la utilidad marginal. Johann Von Thünen y Samuel Longfield, por su parte, aportan en la formulación del principio de la productividad marginal.
Con los neoclásicos y su prolífero recurso, el utilitarismo, también se modifica el concepto mismo de riqueza, que pasa a tener una connotación subjetiva. De la dicotomía valor de uso / valor de cambio, planteada en los orígenes por Adam Smith, los neoclásicos privilegian absolutamente la idea de que es la utilidad subjetivamente considerada la que le da valor a las cosas. A esto se suman dos condiciones: los bienes deben ser escasos y útiles. Así, se construye la definición de economía como "... el estudio del comportamiento humano en cuanto a relación entre finalidades y medios escasos que tienen usos alternativos...” (Robbins, 1952 [1932]: 15). En esta concepción pasan a ser el individuo y su comportamiento los objetivos primordiales de la economía, abandonando las problemáticas vinculadas a la riqueza, el valor o la distribución. Las clases sociales, los conflictos entre ellas, el rol de la ganancia, preocupaciones que habían dominado el pensamiento clásico e incluso el marxista, directamente desaparecieron de la consideración del discurso económico con los neoclásicos. Es también en este momento cuando la economía política pasa a ser economía a secas, ya que se aparta del estudio del crecimiento económico y del desarrollo histórico y se enfoca en el funcionamiento del mercado y en el problema de la escasez.
El rol protagónico de esta corriente de pensamiento y su peso en los círculos académicos dio lugar a que prácticamente todos los economistas se formaran en estas ideas de orden natural, armonía, equilibrio, maximización, no intervención del Estado, combinadas con el uso de abundante formalización matemática. Una de las excepciones a esta tradición en formación fue la Escuela Histórica Alemana, uno de cuyos representantes más destacados, Gustav Schmoller, tuvo una célebre polémica con Carl Menger (conocida como Methodenstreit, conflicto sobre el método). Esta escuela consideraba que la teoría económica clásica no era válida para todas las épocas y culturas y, ciertamente, sus conclusiones no eran aplicables a Alemania (agrícola), aunque sí podían serlo en Inglaterra (país en vías de industrialización). Para ellos, las ciencias sociales, en general, y la economía, en particular, debían utilizar una metodología basada en la historia, ya que las regularidades económicas –en caso de que puedan ser descubiertas– existen solo en referencia a un tiempo y un espacio concretos (Landreth y Colander, 2006). Además, argumentaban que la realidad de la que se pretende dar cuenta es muy compleja, ya que actúan una multitud de factores (culturales, psicológicos, sociológicos, económicos, etc.), por lo tanto, la labor del economista está llamada a ser plenamente interdisciplinar y no de carácter específico y autónomo, basada en modelos abstractos muy alejados de la realidad social (Perdices de Blas, 2004).
Será Alfred Marshall quien en su obra Principios de Economía, publicada por primera vez en 1890, resuma los avances de la teoría neoclásica. Y será también uno de sus más brillantes discípulos, John Maynard Keynes, quien protagonizará la mayor reacción contra la escuela neoclásica, irónicamente, desde su propio seno.

Keynes

Luego de la Primera Guerra Mundial, y tras los intentos de recuperar la situación de preguerra, la economía mundial se vio envuelta en la Gran Depresión. Justo en ese momento, en el cual la teoría económica dominante (la neoclásica) no contaba con respuestas para explicar la crisis, Keynes publica la Teoría general de la renta, el interés y el dinero. Su pertinencia le aseguró un éxito inmediato.
Entre 1929 (año en que explota la crisis) y la aparición de la "Teoría general” (1936), la situación era angustiante. Ante tal escenario, los economistas neoclásicos insistían con la autorregulación del mercado, es decir, había que dejar que el mercado hiciera su trabajo y la recuperación en algún momento llegaría. La principal alternativa a los economistas ortodoxos eran los marxistas, quienes interpretaban que la Gran Depresión era en realidad la confirmación de que el capitalismo es inherentemente inestable. Así, tanto desde la ortodoxia neoclásica como desde la heterodoxia marxista, la conclusión era la misma: "en una economía capitalista no había nada efectivo que hacer para contrarrestar las depresiones” (Minsky, 1987: 18).
Frente a esta situación, la obra de Keynes ofrecía una opción teórica que generaba recomendaciones de política en base a un análisis que mostraba que los ciclos económicos, aunque inevitables, podían regularse. Si bien su carácter era revolucionario y representaba una ruptura con los principios heredados, su autor marcaba en su persona una continuidad con el análisis económico tradicional (Minsky, 1987). Hijo de académicos, discípulo de Marshall, inspiraba ciertamente más confianza que otros economistas con ideas similares. Esto ayudó a la difusión de su trabajo.
En la "Teoría General” se plantea que "la trayectoria básica de una economía capitalista es cíclica” (Minsky, 1987: 21); pero, frente a esta concepción, Keynes está en completo desacuerdo con quedarse de brazos cruzados.2 Más aún, en la Teoría General implícitamente se acepta que "una economía capitalista es fundamentalmente imperfecta” (Minsky, 1987: 23) porque el rol central de la inversión, apoyada en el sistema financiero, se basa en las expectativas de los empresarios y en su visión acerca del futuro, lo cual es volátil. Para contrarrestar esta inestabilidad, Keynes propone la intervención del Estado a través de la política monetaria y fiscal, contradiciendo en este acto las arraigadas ideas acerca de la autorregulación del mercado.
Sostenemos que la "Teoría General” de Keynes significó un cambio revolucionario en la teoría económica, no obstante, esa revolución terminó siendo abortada cuando lo que se popularizó y se acogió dentro de la teoría convencional fue solo una parte del argumento de Keynes, dando surgimiento a la denominada síntesis neoclásica. En ella se termina defendiendo la validez general de la teoría clásica, considerándose el "caso keynesiano” solo como un caso especial, interesante y esporádicamente pertinente, de aquella teoría más general. Economistas como John Hicks, Paul Samuelson, Don Patinkin o Franco Modigliani desarrollaron diferentes herramientas analíticas que dieron lugar a un modelo según el cual, a largo plazo, se tiende al pleno empleo (resultado neoclásico), pero, a corto plazo, es muy posible que existan imperfecciones en el mercado que impidan a la economía volver a su nivel de equilibrio (resultado keynesiano). En esta instancia, la intervención del gobierno mediante los instrumentos de política económica será más eficiente que confiar en la libre iniciativa de los participantes del mercado.
Debido a esta apropiación conceptual, la "Teoría General” ha sufrido un proceso de desvalorización de sus aportes, pese al éxito suscitado en tiempos de su aparición. No obstante, Keynes tuvo colegas y seguidores incondicionales con quienes incluso discutió partes de la obra antes de su publicación, discípulos en los que ha recaído la difícil labor de intentar defender lo que Keynes realmente quiso decir. Entre ellos se destacan Joan Robinson y Piero Sraffa. En todo caso, lo que importa es subrayar los temas que Keynes introdujo y que hasta entonces no estaban presentes en la teoría neoclásica: la toma de decisiones en condiciones de incertidumbre (frente a lo que se supone un conocimiento perfecto), el carácter cíclico del proceso capitalista (frente a una economía en permanente equilibrio) y las relaciones financieras en una economía capitalista avanzada.
Pese a todo ello, una vez que sus aportes fueron incorporados bajo la forma de la Síntesis Neoclásica, la teoría dominante continuó circulando por senderos de equilibrio, con información perfecta y agentes racionales. Posteriormente, con la crisis del petróleo que sacudió al mundo entero, los aportes de Milton Friedman y la Escuela de Chicago lograron acentuar el descrédito en que las principales recomendaciones de política económica keynesianas habían caído, reafirmando la preeminencia del neo-neoclasicismo en la ortodoxia económica.

¿Economía política o economía "a secas”?

Hemos planteado hasta aquí los rasgos característicos de las grandes corrientes de la economía. A partir de este recorrido queda claro que el estado del arte actual no es fruto de la evolución de ideas, en un sentido lineal de acercamiento a la verdad, sino más bien el resultado de avances y retrocesos, expresados muchas veces en forma de crisis o revoluciones al interior de la ciencia. Queda esbozado, a su vez, el rol que el contexto externo ha jugado y juega en el desarrollo de la teoría económica.
A lo largo de la trayectoria señalada, la corriente principal ha perdido y/o desechado ciertas tradiciones que oportunamente algunos sectores de la heterodoxia se han encargado de conservar. Destaca en este sentido la pérdida del componente político de la economía, en lo que ha sido la conversión de la economía política a economía a secas, cuestión que no se trata simplemente de dos maneras diferentes de llamar a una misma cosa. Tal desenlace puede leerse, en primer lugar, como el decidido desentendimiento de los orígenes mismos de la disciplina: lo económicamente ideal de la filosofía griega, lo ética y moralmente correcto de los escolásticos, lo geopolíticamente conveniente de los mercantilistas, cuestiones todas imbricadas en aspectos políticos y, por lo tanto, normativos de la esfera económica.
Desde sus inicios, a partir del desarrollo del pensamiento económico en la Antigüedad hasta la Edad Media, puede entenderse a las reflexiones económicas en torno a las relaciones sociales de producción y distribución, es decir, las primeras elaboraciones de lo que luego se llamó economía se referían a los diferentes modos en que las sociedades se organizaban para satisfacer sus necesidades y deseos. En rigor, los análisis iniciales sobre economía los podemos rastrear en los aportes filosóficos de los griegos. Luego, Aristóteles ejerció una notable influencia en la doctrina económica durante el ciclo del escolasticismo, ya que fueron las ideas de este pensador a las que reaccionaron Santo Tomás de Aquino y otros clérigos durante el período comprendido entre los años previos a la caída del Imperio Romano hasta los comienzos del mercantilismo en Europa occidental, es decir, entre 1300 y 1500, aproximadamente. Fueron estos monjes cultos quienes adaptaron el pensamiento aristotélico e iniciaron el análisis de la creciente actividad económica de la época, no tanto por el interés por el conocimiento en sí mismo sino más bien con el fin de prescribir algunas normas de conducta económica compatibles con el dogma religioso que ellos profesaban3 (Landreth y Colander, 2006).
Aunque es posible pensar que la cuestión ética fue dejada de lado en los análisis económicos para dar paso a la cientificidad a partir de la fundación de la economía como nueva disciplina, basta recordar que la economía se consideró durante largos años como una rama de la ética, en tanto que el mismo Adam Smith, padre de la economía moderna, fue en realidad catedrático nada más ni nada menos que de Filosofía Moral en la Universidad de Glasgow (Sen, 1989). Por su parte, la razón de ser del mercantilismo sin dudas puede ser resumida como la de la defensa de ciertas políticas económicas que los autores pretendían promover en pos de sus intereses particulares (dado que la literatura económica procedente de esta doctrina es obra, principalmente, de hombres de negocios), en tanto la escuela clásica no se caracterizó precisamente por la abstracción de los argumentos teóricos sino más bien por la planificación de medidas económicas contextuales derivadas de los análisis emprendidos, sobre todo en cuanto a lo que Adam Smith refiere.
No obstante, el progreso del mercantilismo y los posteriores aportes clásicos que resultaron instituyentes para la disciplina sí han significado un desplazamiento de las principales preocupaciones en torno al ámbito de la economía. Ciertamente, el objeto de estudio de la economía se fue inclinando cada vez más hacia los aspectos materiales de la producción y distribución de bienes y servicios, en aras de impulsar el crecimiento de la riqueza de los Estados/naciones, cualquiera sea el modo en que la riqueza haya sido entendida en cada coyuntura. Asimismo, con el auge ulterior de la escuela neoclásica, el individuo y su comportamiento pasaron a ser los objetivos primordiales de la economía, abandonando las problemáticas vinculadas a las clases sociales, los conflictos entre ellas, el rol de la ganancia, el valor, entre otras cuestiones, que habían dominado el pensamiento clásico y el marxista, como señaláramos en líneas anteriores.
De este modo, y como herencia de la enunciación brindada en 1951 por Robbins acerca de la naturaleza y significación de la ciencia económica, en la actualidad es un lugar común referirse a la economía como la ciencia de la escasez, por encargarse del estudio de la asignación de recursos limitados a necesidades ilimitadas (Landreth y Colander, 2006). En consecuencia, no sólo las cuestiones materiales de las relaciones económicas se han convertido en el aspecto central a estudiar, sino que, al mismo tiempo, el papel del individuo aparece cada vez más exacerbado. Por consiguiente, se entiende a la sociedad como la mera agregación de individuos y a la economía como una serie de relaciones interdependientes entre personas y bienes económicos, y ya no como la suma de la producción total de la sociedad y su reparto o distribución (Sweezy, 1981).
Dicha conceptualización de economía puede resultar algo inapropiada, dado que, como señala Sweezy (Ibíd.), la sociedad es algo más que un número determinado de individuos; entre tales individuos existen relaciones sociales concretas, más o menos estables en cierto período de tiempo, que condicionan la forma que adopta la sociedad y, por lo tanto, deben ser tenidas en cuenta en los análisis económicos. En oposición a la tesis ortodoxa, según dicho autor, "las ciencias sociales abarcan todas aquellas ramas del conocimiento que tienen por fin el estudio y la comprensión de estas relaciones y de sus cambios en el curso del tiempo” en tanto, particularmente, "la economía política estudia las relaciones sociales (interpersonales) de la producción y distribución” (p. 13).
Precisamente, la moderna reconceptualización de la economía trae aparejado el riesgo de que el objeto de estudio se desplace desde las relaciones sociales (relación persona-persona) hacia la mera relación de los individuos con las cosas materiales, los bienes económicos. Ello significaría de cierta manera despojar de contenido social a la teoría económica, lo que traería como consecuencia perder de vista el fin último de toda materia social, la comprensión de ciertas relaciones sociales específicas. En este nuevo contexto, el equilibrio al que aspira llegar toda sociedad no sería fruto del exclusivo carácter social tipificante de las personas sino que sería entendido como una mera consecuencia de la combinación autorregulada de los intercambios económicos entre éstas, en los cuales los precios constituyen el factor decisivo que permite ordenar las preferencias y combinarlas desde una lógica puramente individualista, hedonista, utilitarista y de racionalidad (Méda, 1998), escenario que resulta a todas luces excesivamente simplificado.
Tal disociación entre lo económico y lo social encarna al mismo tiempo el peligro de despojar a la economía del relativismo que justificó el nacimiento de la disciplina. Como ejemplifica Boyer (2001), la economía no emergió descontextualizada en tiempo ni espacio sino, más bien, su origen puede ser descripto como una reacción a los problemas planteados en las sociedades de cada momento, que la teoría económica intentaba, con o sin éxito, resolver.4
Es decir que la pretensión de abstracción de gran parte de la teoría económica moderna, que niega toda relevancia a la historicidad y a la espacialidad en los estudios económicos, si bien ha aportado rigurosidad al terreno económico, lo ha hecho en detrimento de la tradición de investigación originaria, lo que trae corolarios anexos no menores para la interpretación de la realidad social. En este sentido, son varias las posturas que entienden que la economía ortodoxa, es decir, la corriente económica principal o mainstream, no es capaz de interpretar satisfactoriamente la realidad económica dada su reticencia a tener en cuenta las relaciones de clases, las instituciones y la acción política, con perspectiva histórica, en sus abordajes5 (Brenner y Glick, 1991), lo que se ha puesto en evidencia ante la falta de previsión y explicación de cada una de las grandes crisis del siglo XX e inicios del XXI.
El ala crítica de la economía argumenta que el carácter abstracto, y por lo tanto, ineficaz, de gran parte de la teoría económica deriva de los insuficientes lazos entre la teoría y el análisis empírico, al mismo tiempo que niega que la realidad económica actual pueda entenderse como un conjunto de leyes invariables, de modo similar a lo que acontece en la física o en las demás ciencias de la naturaleza. En definitiva, el principal reproche a la forma dominante de hacer economía hoy se dirige hacia su difundida pretensión de abstraer los aspectos económicos de la complejidad del mundo real, ofreciéndose como alternativa válida la construcción de modos intermedios de interpretación que permitan hacer la teoría históricamente más concreta y empíricamente más contrastable, convirtiendo de esta manera a la economía en una herramienta más útil para la sociedad (Boyer, 1992).
Pero una de las consecuencias de mayor impacto que la redefinición de la economía ha encarnado se refiere a la desposesión de las capacidades de acción, introspección y crítica que ha caracterizado a nuestra disciplina desde sus anales. La economía nació con el calificativo de política, en el sentido de que los estudios en esta área se emprendían con el fin último de proponer medidas económicas al príncipe6, es decir, a quien haya tenido el poder de ponerlas en marcha. Sin embargo, con el avance del neoclasicismo en el terreno de la disciplina, la tradición de incorporar recomendaciones políticas al análisis económico, así como la de recurrir a principios éticos, fue rotundamente descalificada por parte de la ortodoxia científica, recomendándose la separación de la praxis de la teoría, o, lo que es lo mismo, la distinción entre la economía pura y la economía política, entre lo positivo y lo normativo.
Es decir, fue en la etapa de desarrollo de la escuela neoclásica cuando la economía política perdió ‘lo político’ y la disciplina fue rebautizada con el nombre de economía (a secas), habiendo esta aséptica postura reafirmado su supremacía con el advenimiento de la nueva escuela clásica, tras el abandono del keynesianismo. La preferencia por la anulación de los juicios de valor en la economía, así como de las recomendaciones de política económica, se ha fundamentado a partir del principio del armónico funcionamiento de la economía sin necesidad de intervención estatal alguna (la ya aludida mano invisible), bajo el entendimiento de que la mejor política económica es aquella que no existe. Según Álvarez y Hurtado (2010), ello se ha derivado del desafío liberal de instalar la premisa de viabilidad "de una organización social basada en la libre elección individual y en el interés propio de sus miembros, sin necesidad de una coordinación externa o de un diseño común explícito” (p. 295). Sin embargo, consideramos oportuno advertir que la aspiración de una ciencia positiva, libre de juicios normativos, no deja de ser una opinión valorativa e intenta instalar una ideología económica al servicio de una concepción específica del mundo que niega el rol de la disciplina como herramienta capaz de transformar la realidad social.
No somos pocos los que creemos que, no obstante la importancia de contar con un cuerpo teórico e instrumentos matemáticos que permitan entender y explicar el funcionamiento económico, la razón de ser de la economía ha sido, es y será la de potencial herramienta de transformación de la realidad social a través de acciones concretas. En este sentido, Blaug (2002) señala que la economía moderna está enferma ya que "se ha venido convirtiendo en un juego intelectual que se juega para propósito propio y no por sus consecuencias prácticas para entender el mundo económico” (p. 3). Por su parte, Krugman (2009) cuestiona profundamente el estado actual de la teoría económica y el papel de los economistas, objetando esencialmente la confianza ciega en la autorregulación de los mercados y el comportamiento racional, por entender que estos postulados imposibilitan que los economistas puedan predecir las crisis y, mucho menos, formular recomendaciones de política económica adecuadas para evitarlas y/o contrarrestarlas. En este contexto resulta también imposible que desde la economía se puedan solucionar fallas de mercado, tales como el desempleo involuntario, ya que al tomar como punto de partida la premisa de un mercado en perfecto equilibrio (si bien, con un mínimo desempleo natural), la única explicación posible para la desocupación laboral es la falta de voluntad para el trabajo. En otras palabras, el ganador del Premio Nobel critica la ausencia de un cabal entendimiento de la realidad por parte de los economistas (en donde los mercados son imperfectos, las crisis y depresiones, recurrentes, y los agentes económicos, poco racionales) y su obsesión de trabajar en el perfeccionamiento de los elegantes modelos matemáticos, que de poco sirven a la hora de la verdad.
Incluso algunos de los más emblemáticos representantes del pensamiento riguroso y abstracto han subrayado la importancia de reconocer el verdadero valor de nuestra disciplina, esto es, la capacidad de contribuir al bienestar social, lo que no es posible sino a través de recomendaciones basadas en ciertos valores morales compartidos y principios políticos y éticos. Por ejemplo, Ronald H. Coase relata las motivaciones que tuvo Alfred Marshall para dedicarse a los estudios económicos: "Alfred Marshall había llegado a la economía porque quería ayudar a eliminar la pobreza y mejorar la calidad del hombre y de la vida humana” (Coase, 2009: 187). Del mismo modo, Pigou (1920) afirmó que el principal motivo del análisis económico es contribuir a la mejora social, en contraposición a cualquier postura que pretenda defender el conocimiento por el conocimiento mismo.
En consonancia con Cuadrado Roura (2010), reivindicar el aspecto político de la economía significa entonces reconocer la importancia de que los economistas se comprometan con la sociedad de su tiempo –y no con un modelo abstracto o con leyes naturales– y con unos principios éticos propios de los que no deben –ni pueden– prescindir.

Reflexiones finales

A la hora de responder a nuestros cuestionamientos iniciales acerca de la conveniencia de una formación amplia de los economistas en sus estudios universitarios o, por el contrario, la profundización en una corriente particular, entendemos que este rápido recorrido por algunas de las ideas centrales de la historia del pensamiento económico abonan la relevancia de conocer los fundamentos de las diferentes corrientes, tanto para poder poner en tensión y diálogo ideas contrapuestas, como para permitir al estudiante su propia elección en base a sus creencias y disposiciones. Si bien esta opción puede conspirar contra la profundización de algunas temáticas más en vigencia, entendemos que tales conocimientos pueden luego ser adquiridos y aprehendidos con mayor pertinencia al tener una formación más amplia y conducente al debate dentro de la disciplina.
Para terminar, en el origen de la economía política "se encuentra siempre un problema planteado por la actualidad y que las teorías del pasado no llegan a explicar bien” (Boyer, 2001: 4). A partir de este origen común se plantean "dos programas de investigación que [se han vuelto] algo antagónicos con el curso del tiempo” (Ibíd.). Economistas como Thomas Malthus, Adam Smith, David Ricardo, Karl Marx, Joseph Schumpeter, John Maynard Keynes, por citar algunos, se inscriben "en la gran tradición clásica que hace de la pertinencia teórica el criterio esencial” (Ibíd.), mientras que el programa alternativo se apoya en fundamentos lógicos y axiomáticos y en el desarrollo de modelos, sin cuestionarse demasiado la validez de los supuestos que utiliza ni la pertinencia de sus desarrollos (motivo por el cual se hablaba entonces de economía "pura”). Teóricos como Léon Walras, Vilfredo Pareto, Arthur Pigou o Alfred Marshall llevan a cabo importantes desarrollos, en general, basándose en la racionalidad de los comportamientos y las expectativas, el equilibrio de mercado y el carácter invariante de las relaciones involucradas.
Es en este sentido que la propuesta de la Economía Política pretende recuperar el espíritu de los fundadores, insistiendo en el carácter históricamente determinado de las regularidades que se observan y en el vínculo indisoluble entre lo económico y lo político. Ello significaría retomar el énfasis en el carácter histórico de la economía política, en la mirada hacia la problemática concreta de la realidad que enfrenta y en la búsqueda de posibles respuestas de política a las mismas. Todo ello sin desconocer los aportes que se han ido generando a lo largo de su existencia e incorporando la utilización de la matemática, siempre en el carácter de ciencia auxiliar. Parafraseando a Boyer, "la economía será política o no será” (Boyer, 2001: 9).

Referencias

1 También debe reconocerse a los fisiócratas la concepción de la riqueza como un flujo y no como un stock.

2 En su Tratado sobre la Reforma Monetaria critica a los economistas que piensan solo en el largo plazo, argumentando que se debe actuar en el corto plazo puesto que, "a la larga” estaremos todos muertos.

3 Aquí, las valoraciones sobre la pobreza, el justo precio, la usura y la propiedad privada fueron centrales.

4 Con referencia a ello, el autor menciona, a modo de ejemplo, que la teoría cuantitativa de la moneda surgió como consecuencia de los problemas creados por el flujo de oro desde América latina hacia España; que los fisiócratas desarrollaron sus teorías como respuesta al interrogante del Príncipe sobre la mejor manera de cobrar impuestos en una sociedad dominada por la producción rural y agrícola; que David Ricardo estudió la distribución del ingreso dado el incremento de las manufacturas y argumentó a favor del librecambio, etc.

5 En este flanco podemos ubicar a la tradición marxista, la keynesiana, la historicista, la institucionalista y la regulacionista.

6 En sentido maquiavélico.

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Recibido: 13/12/2017.
Aceptado: 10/07/2018.

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