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Temas y Debates

versão On-line ISSN 1853-984X

Temas debates (En línea)  no.38 Rosario dez. 2019

 

ARTÍCULOS

Empresarias de sí mismas. Individualización y vida pública en mujeres de un barrio popular del Conurbano Bonaerense

Entrepreneurs of themselves. Individualization and public life in women from a popular neighborhood of the Conurbano Bonaerense

 

Nicolás Aliano

Nicolás Aliano es Doctor en Ciencias Sociales y Becario Posdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, en el Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín, Argentina. E-mail: nicolasaliano@hotmail.com


resumen

El artículo tiene por objetivo analizar y caracterizar dinámicas de individuación específicas del mundo popular contemporáneo en un barrio del Conurbano Bonaerense. Las mismas articulan, de maneras singulares, procesos de autonomización personal y formas de gestión individualizada de la resolución de problemas en la vida pública local. Dicha exploración se realiza a partir de abordar la trayectoria de tres mujeres referentes locales de un barrio de la ciudad de Ensenada. El trabajo reconstruye desde una perspectiva etnográfica dos aspectos específicos de sus biografías: 1) Las trayectorias residenciales que las condujeron al barrio, y 2) la dimensión política de una práctica que organiza su cotidianeidad en el espacio local: la realización del comedor o merendero barrial. Desde este abordaje se analizan aspectos de la trama de relaciones y sentidos que marcan la vida en el barrio y se destaca la emergencia de dinámicas de individualización popular novedosas para el análisis.

palabras clave: Trayectorias residenciales; Individuación; Mujeres de sectores populares; Prácticas políticas

summary

The paper aims to analyze and characterize specific individuation dynamics of the contemporary popular world in a neighborhood of Argentina. They articulate, in singular ways, processes of personal autonomy and forms of individualized management of problem solving in local “public” life. This exploration is developed from the analysis of the trajectory of three women, local referents of a popular neighborhood in the town of Ensenada. From an ethnographic perspective, the article reconstructs two specific aspects of his biographies: 1) The residential trajectories that led them to the neighborhood, and 2) the political dimension of a practice that organizes their everyday life in the local space: the realization of the neighborhood dining. From this approach, it is proposed to analyze aspects of the network of relationships and meanings that mark life in the neighborhood, as well as to highlight the emergence of dynamics of novel dynamics of popular individualization.

keywords: Residential trajectories; Individuation; Women from popular sectors; Political practices


Introducción

En los últimos años los sectores populares en Argentina asisten a una creciente individualización de los lazos sociales, por la cual los proyectos de vida de inscripción colectiva ‒articulados en torno a las identidades laborales o territoriales‒ ceden preeminencia ante proyectos individuales de elección y construcción de la propia vida (Svampa, 2009). Se trata de un proceso con consecuencias gravitantes en el plano de las identidades sociales y los horizontes aspiracionales de las clases populares y sin embargo, no obstante esta importancia, constituye un problema parcialmente explorado. En este sentido, la experiencia popular, observan Kessler y Merklen, “combina de un modo insuficientemente claro formas de inscripción colectiva centradas en la familia, el barrio y el grupo de pares, con potentes dinámicas de individuación que están lejos de equivaler a formas de autonomía y de libertad personal” (2013: 15-16). Desde esta perspectiva, se ha delineado un panorama donde las formas de inscripción colectiva clásicas se tensionarían con dinámicas individualizantes vinculadas al consumo de masas, la privatización de los riesgos sociales y las exigencias de ‘activación’ que imponen las instituciones (Kessler y Merklen, 2013).
La especificidad de estas dinámicas es precisamente la que se busca aquí esclarecer, avanzando en su caracterización empírica y en su análisis como proceso en curso: captar y ponderar un proceso tendencial por el cual se constituyen proyectos individuales de vida, en interacción compleja con tramas sociopolíticas locales e interpelaciones institucionales que estimulan el “emprendedorismo” popular. En esta línea, este artículo procura describir dinámicas de individuación que se modelan en dimensiones de la vida afectiva, doméstica y política de la sociabilidad local de un barrio popular argentino. Atendiendo a estas dimensiones se analizarán aspectos de las experiencias biográficas de mujeres habitantes de dicho contexto urbano. ¿Cómo estas mujeres llegaron a ser lo que son? ¿Qué soportes colectivos e institucionales sustentan y modelan estas trayectorias? ¿Cómo se retraducen dichos soportes en proyectos “personales”? A la luz de sus biografías se propone dar respuesta a estos interrogantes, y con ello delinear la emergencia de formas de individualización popular en las que convergen procesos de autonomización ligados al mundo “privado” y de agenciamiento político en la vida “pública”1, derivados de formas de gestión individualizada de la resolución de problemas locales.
Para ello, me centraré sucesivamente en dos aspectos específicos de estas biografías: por un lado, en una caracterización de las trayectorias residenciales que condujeron a estas mujeres al barrio; por otro, en una exploración de las significaciones de una práctica que organiza buena parte de su cotidianeidad ‒pero también de sus aspiraciones personales‒ en el espacio local: la realización del “merendero”. Se trata de abordar estas trayectorias desde una perspectiva diacrónica y en interacción con los entramados de interdependencia (Elías, 1982) en las que se modelan y actúan. La aspiración de fondo es contribuir –informándola empíricamente y habilitando la mirada contrastada con otros universos sociales‒ a una pregunta de horizontes más amplios, en torno al perfil de “individuo” que se delinea actualmente en contextos de relegación social. Asimismo, busca contribuir a una agenda de investigación más vasta de los procesos de individuación específicos y diferenciales –en todo caso no reductibles a la experiencia de los países centrales‒ en segmentos de las sociedades latinoamericanas contemporáneas (Martuccelli, 2010).2
El trabajo de campo que sustenta este análisis se llevó a cabo en el transcurso de 20183; dicho trabajo ha priorizado un enfoque cualitativo, centrándose en la realización de experiencias de observación participante, entrevistas informales y en profundidad. Este trabajo, asimismo, forma parte de una fase de indagación cualitativa, que se integra a una etapa previa de relevamiento de carácter cuantitativo. La misma ha provisto, a partir de un relevamiento censal (Ortale et al., 2018), una caracterización y sistematización de las condiciones de vida del barrio y el contexto sociodemográfico en el que se sitúan las trayectorias analizadas aquí.

1.Trayectorias residenciales: holismo, intimidad y proyección individual

Las trayectorias de Graciela, Mónica y Nancy comparten algunos rasgos que las vuelven comparables entre sí. Las mismas son el emergente de una red de relaciones locales que las sustenta pero que también ellas performan. Las tres mujeres, de entre 45 y 60 años de edad, tienen trayectorias residenciales similares: inmigrantes peruanas entre la década de 1990 y comienzos de 2000, transitaron diversas experiencias de precariedad habitacional hasta llegar al actual barrio de residencia.4 Las tres arribaron a Argentina a partir de búsquedas de un “cambio de vida” o experiencias de ruptura de proyectos conyugales, y en el transcurso de su propia trayectoria reelaboraron vínculos afectivos de nuevo tipo, a la vez que se constituyeron en un sostén económico fundamental de los ingresos totales del hogar y se volvieron referentes del barrio con reconocidas cualidades de liderazgo. En este sentido, sin definirse como referentes políticas ni aspirar a serlo, tienen una activa injerencia en el barrio y han tramado vínculos con diversas organizaciones ‒políticas, gubernamentales y no gubernamentales‒ desarrollando diversas prácticas de reparto de alimentos (accionar a raíz del cual mantienen relaciones de disputa o abierto conflicto entre ellas).
Al preguntar acerca de los motivos por los cuales decidieron venir a Argentina, en sus relatos se sitúan en primer plano motivos fundamentalmente de tipo personal. Si bien la motivación económica está presente, se ponen en relieve otros factores a la hora de explicar el giro biográfico (Bidart, 2006) que implicó la emigración: crisis familiares, “cambios de vida”, fracasos conyugales. En sus relatos se subrayan situaciones de maltrato y violencia por parte de sus cónyuges en Perú, como una situación que se tornaba crecientemente insoportable y que motorizaba un cambio. Destacan, en este sentido, que el principal motivo de conflicto e irritación en el seno de la pareja se suscitó por la decisión de ellas de comenzar a trabajarfuera del hogar.
Esta situación, motivada por la crisis económica y la necesidad de engrosar ingresos, es la que en los relatos de estas mujeres aparece en verdad como catalizador de cambios en relación con la vida familiar y un componente decisivo para un cambio de vida. En este sentido, como señala Bastos Amigo (2007), en escenarios de pobreza la vinculación entre jefatura y responsabilidad económica como sostén de la autoridad masculina puede resultar problemática. Esto debido a que, siguiendo al autor, “la necesidad de ingresos suele hacer necesaria la participación económica de la mujer, y ello puede ser percibido por el hombre como una forma de minar las fuentes de su poder” (2007: 104), derivando de este modo, en conflictos en el interior del hogar.5 En este cuadro, estas mujeres tomaron la decisión de emigrar.
¿Cómo fue y de qué sentidos se invistió la experiencia de la inmigración? Las tres mujeres presentan trayectorias residenciales complejas: inmigrantes peruanas que arribaron al país entre mediados de los noventa y los primeros años de la década siguiente, transitaron paralelamente diversas experiencias de precariedad habitacional, hasta confluir en el que actualmente es su barrio de residencia. Graciela fue la primera en llegar al barrio, hacia 1997, cuando el mismo apenas comenzaba a formarse, y tuvo un rol activo en dicho proceso. Nancy arribó al barrio unos meses después y Mónica fue la última en llegar, en el año 2006, ubicándose en lo que definen como “el fondo”. Sin embargo todas ellas llegaron a la Argentina algunos años antes de su instalación en el barrio, y transitaron por experiencias residenciales que marcaron en parte sus biografías: pensiones, trabajos con “cama adentro”, residencias transitorias en casas de familiares, parientes o conocidos. Sus trayectorias, en suma, están signadas por situaciones caracterizadas por la vulnerabilidad, la inestabilidad y la precariedad habitacional.
En su llegada a Argentina, Graciela se alojó en el cuarto de la pensión donde vivía una vecina peruana de su barrio de origen, en Lima. Luego de unos días allí, compartiendo habitación con su amiga y el marido de su amiga, Graciela consiguió un trabajo doméstico en una casa, en la que le asignaron una habitación que compartía con Igor, el perro de la familia. De allí Graciela se fue unos meses después, agobiada por lo que vivía como una situación de maltrato por parte de la familia. Se alojó transitoriamente en la casa de una familia peruana que se solidarizó con ella, en Los Hornos. Allí, nuevamente, compartió habitación con la pareja, hasta que, incómoda por la situación, se fue a un viejo colectivo que estas personas tenían en un galpón. Luego de unos meses Graciela consiguió un nuevo trabajo con “cama adentro” en el que por un tiempo estabilizó su situación: pasó algunos meses cuidando una casa quinta en las afueras de La Plata, y luego realizando tareas de cuidado en el departamento de una pareja de ancianos. Pasado algún tiempo, Graciela formó pareja y alquilaron juntos una habitación en una pensión. Luego de algunos años de derivas por situaciones y contextos sociales contrastantes, Graciela se mudó al barrio donde vive actualmente. Construyó una casilla con ayuda de los vecinos que fueron ocupando el barrio, y poco a poco fue edificando la que es su actual casa, con materiales de mejor calidad, y varias habitaciones construidas para los hijos, “que fue trayendo” de Perú.
Nancy llegó a la Argentina con su hija de un año, a mediados de la década de 1990. La esperaba aquí su marido, que había emigrado siete meses antes en busca de oportunidades laborales y un “cambio de vida”. Nancy vivió algún tiempo con su esposo, en una casilla que él había construido a medias con su primo, en un terreno igualmente compartido, en un barrio habitado mayoritariamente por inmigrantes peruanos. Luego de un tiempo de vivir allí, en una convivencia conflictiva tanto con su marido como con el primo, pudieron construir una casilla exclusiva para ellos. En ese barrio y en esa casilla vivieron un par de años y Nancy tuvo otro hijo, pero al tiempo se separó y se mudó al actual barrio, a un terreno que “le regaló” un vecino del lugar que estaba dejando. Allí, poco a poco, fue construyendo su actual casa, formó una nueva familia y “llevó” al barrio a su madre y a uno de sus hermanos, que viven en las casas contiguas. Hasta el año pasado, en su casa convivía su tercer (y actual) marido, sus tres hijos, dos de sus nietos y su yerno.     
Mónica llegó desde Perú a comienzos de la década de 2000, separada y en busca de trabajo. Cuando arribó a la Argentina, estuvo unos días en una pensión en La Plata, luego se mudó a la casa de unos conocidos de Perú e inició un curso de enfermería, hasta que se fue a vivir a Bragado, donde cuidaba a una persona mayor. Cuando ese trabajo terminó –la persona que cuidaba falleció– se quedó repentinamente y en simultáneo, sin trabajo y sin techo. Se tomó un colectivo a Buenos Aires y al llegar se comunicó con una familiar de Perú (la sobrina de su ex marido), en busca de un alojamiento transitorio. Mónica estuvo viviendo un tiempo con esta joven y su pareja, compartiendo habitación en la pensión donde estaban, en el barrio de Once. Luego, con algunos ahorros compró el terreno donde vive, y se empezó a construir la casa que actualmente habita. Llegó ahí por conocidos y familiares que ya vivían en el barrio. La casa de Mónica se sitúa “en el fondo” del barrio, mientras que las viviendas de Graciela y Nancy, de mejor calidad, se encuentran “en la parte de adelante” o “parte alta”. La casa de Mónica tiene un solo ambiente, con algunas subdivisiones realizadas con lienzos (para separar, por ejemplo, el “taller” de costura del sitio que funciona como comedor los fines de semana). Sobre su casa, su hijo y su nuera han colocado una casilla de chapa; también ellos, como en los otros casos, llegaron al barrio, incitados por Mónica cuando ella ya estaba instalada allí.
Más allá de las características singulares de cada caso, en este breve recorrido por las derivas previas de cada una de estas mujeres hasta llegar al actual barrio, se presentan algunos rasgos recurrentes, en torno a los sentidos de la experiencia del hábitat que aparecen en sus relatos.
Una de las cuestiones que atraviesa los relatos de sus trayectorias, es por un lado, la omnipresencia de una red de soportes colectivos que sustentan los primeros momentos del arribo: familiares y parientes, amigos, antiguos vecinos o simplemente compatriotas que otorgan alojamiento provisorio, brindan información sobre potenciales trabajos, etc. Paralelamente, se advierte la dificultad por tramitar espacios propios, momentos íntimos o instancias de retiro personal, al margen de otras relaciones y situaciones cotidianas compartidas. En este sentido, si bien en sus descripciones se identifica la presencia de valores holistas, que anteponen la inscripción de la persona en una red de relaciones (a diferencia del individualismo moderno, que prioriza valores como la intimidad y la introspección individual), dichas búsquedas personales no dejan de estar ausentes y las situaciones materiales que las provocan no se naturalizan. Algunos fragmentos dan cuenta de ello:
Cuando yo vine a la Argentina él [su esposo] vivía en una sola casa, en un terreno a medias con su primo, pero cuando tenían que construir la segunda casa el primo no le quiso devolver lo que habían puesto para la primera casilla, lo estafó. Entonces cuando yo llegué le decía: “pero yo no puedo estar acá metida, el mete una, otra mujer, y yo tengo que estar escuchando sus quejidos, yo no estoy acostumbrada a eso: como sea harás una casilla de 4 x 4 y nos metemos ahí” (Nancy).

En un sentido similar, Graciela evoca:
Mi amiga vivía con su hermano y su novio. El novio iba de noche a dormir y yo estaba ahí y no tenía donde dormir… ¡no me iba a ir con el hermano! Entonces fui a dormir a un colectivo que había dentro del galpón. Lo limpié y me fui ahí. Pero a la noche sentía los ratones caminando y no podía dormir. ¡Tenía que seguir sufriendo! Después de eso fuimos a comprar un colchón y lo pusimos en un rinconcito del galpón. Era julio, invierno, dormía en el suelo, sin ventana.

Del mismo modo, Mónica explica las condiciones en las que estuvo viviendo cuando llegó a Capital Federal, una vez que se quedó sin trabajo en Bragado:
Llegué de Bragado a la medianoche y le digo a ella [su familiar]: ¿dónde vamos a dormir ahora si la habitación es chiquitita?: tenía la cuna del bebé, una mesita al costado y nada más. Sacamos un colchón y bueno, a dormir. El día siguiente –yo estoy acostumbrada a levantarme temprano, a las 6– quiero ir al baño y no… Había que hacer fila. Tuvimos que esperar hasta las 10 de la mañana. Para hacer el desayuno lo mismo, compartido, todo compartido. Yo le digo: ¿cómo vas a vivir así? Hay una criatura… Si consigo un terreno allá [en La Plata] nos vamos, no podemos vivir así. Y justo al tiempo se dio la posibilidad de comprar un terrenito. Entonces le digo: “vamos” –“no, que no tengo dinero, que esto, que lo otro, me dice”. “Yo te presto, le digo, ¿piensan vivir toda una vida así?”. 

En estos fragmentos encontramos un rechazo a algunos de los efectos del hacinamiento, en términos de la búsqueda o gestión de momentos de intimidad personal. Asimismo, en sus historias, dichas situaciones tienen derivaciones potencialmente conflictivas, predisponiendo a situaciones de roce en la convivencia. A su vez, la presencia de condiciones habitacionales que limitan la utilización de los espacios con usos especializados, sin ser necesariamente vivenciada como una limitación a la autonomía personal, implica “negociaciones” de los espacios que dificultan o limitan la realización de ciertas actividades. Compartir el baño o la cocina con varias personas en la misma pensión, o –en sus actuales casas– intentar compatibilizar en el mismo ambiente el taller de costura, el espacio para que funcione el merendero, la cocina y las zonas de descanso, tal como les sucede a Nancy o a Mónica, implica limitaciones. Frente a ello, por ejemplo, Nancy expresa que no pueden servir la merienda a los niños en su casa, ya que el lugar está ocupado por sus máquinas de costura –y por ello ha pedido a los niños del barrio que vayan con sus tacitas para llevárselas llenas, junto a la vianda, a sus casas. (Justo mientras me explica eso, uno de sus nietos quiere tocar una máquina de coser, y ella me dice que no puede descuidarse con sus nietos, por miedo a que se lastimen con las máquinas...).
Hay, finalmente, una última dimensión subjetiva presente en sus relatos, asociada a la inestabilidad habitacional que caracteriza estas trayectorias; dicha inestabilidad se traduce también, en cierto punto, como una inestabilidad de la propia identidad. La búsqueda de una estabilización de la experiencia se proyecta en el ideal de “la casa propia” y –asociada a ella– a la posibilidad de proyectos personales y familiares que suponen otra temporalidad. En ese sentido, en relación a los habitantes de hoteles-pensión ocupados por migrantes internos en Buenos Aires, Marcus (2007) observa que las personas aprenden a vivir en la inestabilidad habitacional: “su ambiente fragmentado y transitorio se traduce en lazos sociales efímeros e inestables” (2007: 143). En contraste, observa la autora, la posibilidad de una vivienda en espacios como asentamientos o barrios populares, “son imaginados como una modalidad de habitación perdurable y sólida” (2007: 143).
Nuevamente el testimonio de Graciela es elocuente en este punto. Ella va pasando por diferentes experiencias –emplazadas en espacios sociales y relaciones heterogéneas y contrastantes– y ello es relatado, desde categorías de su religiosidad, como un martirio: se trataba de pruebas que le ponía Dios para su superación personal. En su relato, enfatiza que “todo lo que tenía”, era un pequeño bolso con escasas pertenencias, que hacía y deshacía en cada mudanza. Su énfasis apunta, no tanto a destacar su penuria económica, como a subrayar una sensación de desvalimiento, una falta de amarras existenciales con el cambiante entorno. Desde estas coordenadas hay que interpretar su relato de la decisión de mudarse al aun embrionario barrio actual:  
 Yo vine a este barrio el 3 de enero porque no quería seguir pagando pieza, porque nos cobraban 150 dólares. Era una casa, con varias habitaciones y un baño compartido con todos los que vivían ahí. Yo le dije [a su nueva pareja, Víctor]: “esto nunca va a ser tuyo, vamos a tener que pagar todos los meses”. Y Víctor me decía: “pero allá no hay luz, no hay agua”. No importa, le decía yo, todas las situaciones comienzan así: si tú quieres, me sigues, sino quédate, pero algo tengo que hacer. Esto era una selva… ratas, culebras, plantas, de todo había acá. El que quería un terreno había que limpiar.
-¿O sea que vos fuiste una de las primeras en llegar?
Sí. De acá atrás sí. Esto era un bosque. Juntamos basura, cortamos plantas, quemamos cosas y antes de pagar otro mes en la pensión, nos mudamos. No teníamos plata para comprar una casilla, pero nos fuimos a la de un vecino a cuidársela, y así también cuidábamos nuestro terreno de que lo ocuparan. Así nos íbamos cuidando. Ese día llovió torrencial y en la casilla se llovía todo. Esa noche la pase metida en un placard chiquitito que había, y Víctor tapado con un plástico. Víctor decía: “ves, para que hemos venido hasta acá…” “No importa, decía yo, de esto va a surgir algo. Esto va a ser otra cosa”.   

Por último, cabe destacar otro elemento ligado a las representaciones del espacio habitado, sobre todo al comenzar a estabilizar la cotidianeidad del hogar en sus nuevas casas. En este marco, la convivencia familiar intensiva no se asocia necesariamente o de manera mecánica con un sofocamiento de la individualidad. También algunas experiencias de dicha convivencia suelen valorarse positivamente, rescatando otras dimensiones ligadas a los soportes afectivos que las mismas otorgan. En esa clave, Nancy relata que vivió hasta el año pasado compartiendo su casa con sus tres hijos, dos de sus nietos y su yerno. Dicha convivencia intensiva ha dejado una huella en sus nietos, y ella, a su vez, la valora positivamente:
“Ellos [sus nietos] le dicen abuela a su bisabuela, y a mí me dicen mamá. Ellos se quieren quedar acá. Llega su mamá y se van llorando, los lleva de vuelta. Los dos nacieron acá, se criaron acá. Después se han mudado. Ella [la nena] sí pide su casa, pero él no, él dice ‘yo quiero mi casita vieja, no quiero mi casa nueva’. Yo quiero ir a lo de mi mamá Nancy”.
Del mismo modo Graciela, al evocar los cambios recurrentes de residencia me explica que pasó de vivir en pensiones y habitaciones compartidas con varias personas y en situaciones precarias, a cuidar una casa-quinta de varias habitaciones en la soledad del campo. Me explica eso evocando las reflexiones que le suscitaba el contraste: “yo reflexionaba… ahora tengo todo, pero no tengo con quien compartir. No tenía con quien hablar…”
Tras los relatos, en suma, advertimos la tensión señalada, en torno a las dificultades por gestionar espacios y momentos personales o conyugales en la vida cotidiana –que en ocasiones conduce a valorizar la “intimidad”, la “privacidad” o la “soledad” como instancias personales–, junto con el rescate de otras experiencias en las que se priorizan valores holistas, en torno a la vida familiar. Asimismo, estos “soportes afectivos” también funcionan como instancias de sostén de proyectos personales individuales de los miembros del grupo.
En suma, en los modos de habitar el espacio conseguido –con sus limitaciones, sus carencias, pero también con su horizonte de anhelos y expectativas– deben situarse los proyectos que emprenderán cada una de estas tres mujeres. Se trata de proyectos que emergen una vez que estabilizaron –desde sus recursos– su propia experiencia cotidiana.6 En este tránsito desplegaron proyectos conyugales de nuevo tipo, en los que elaboraron un proceso de autonomización personal. Una vez en el barrio y cuando sus mandatos ligados a la maternidad menguaron, han sabido redefinir sus vínculos familiares y conyugales, en marcos que priorizan las relaciones horizontales en la toma de decisiones y de afectividad entre los miembros de la familia. De modo que, luego de primeras experiencias conyugales conflictivas, estas mujeres reinventaron sus modos de vinculación. En este sentido, si bien Mónica no volvió a formar pareja, tanto Graciela como Nancy sí lo hicieron, aunque no tuvieron hijos con sus nuevos cónyuges. Ambas construyeron su nuevo vínculo conyugal por fuera del rol materno, y definen a su actual pareja como “un compañero”, destacando con ello el primado de los lazos de afectividad y la existencia de una distribución de roles y autoridad más ecuánimes y menos conflictivos.7
Estas tres mujeres, por otra parte, constituyen actualmente el principal sostén económico del hogar: alternativamente realizan trabajos de costura, cuidan personas, limpian casas, ponen inyecciones en el barrio, venden mercadería a sus vecinos o productos cosméticos por cartilla. “El que se muere de hambre –sintetiza Mónica como parte de un ethos compartido por las tres– es porque no quiere trabajar”. Son mujeres activas, emprendedoras, cuyo tiempo se reparte entre trabajos domésticos y diversas ocupaciones extradomésticas. Pero además, han comenzado a tener una participación activa como referentes del espacio habitado.

2. Los merenderos: individualización y autogestión de la resolución de problemas

Como señalamos previamente, más allá de sus trayectorias “privadas”, las tres mujeres tienen un rol clave y activo en la vida pública del barrio. Con base en los comedores o merenderos, estas mujeres tienen una proyección más amplia, hacia la “resolución de problemas” diversos; éstos van desde conseguir y distribuir mercaderías varias, gestionar la realización de pluviales en la municipalidad, realizar tareas de enfermería en el barrio u organizar charla o eventos, hasta otras menos visibles, como resguardar el dinero de mujeres que temen que sus maridos les roben el dinero... Llegados a este punto, cabe preguntarse: ¿Cómo se conectan las biografías aquí presentadas con una práctica que todas ellas impulsan y que las vincula con una dimensión pública de su accionar en el barrio, a saber, la realización de merenderos o comedores populares? ¿Qué conexión establecen estas mujeres entre su biografía privada y su accionar público en el barrio?  A continuación describiré cómo cada una de ellas ensaya una respuesta a estas preguntas.
Mónica tiene un relato cristalizado del inicio del merendero, que los integrantes de su círculo próximo (Juan, su hijo; Melisa, su nuera) repiten casi sin variaciones. Ella señala como momento determinante un incendio de casas próximas a la suya, que la condujo a sensibilizarse con esos vecinos y con la situación del barrio en general:
¿Por qué fue que empezamos a hacer el comedor? Yo estaba trabajando en el taller, viene mi hijo a hablarme y le digo: “pará Juan, que tengo que terminar de trabajar”, y miro para arriba y se quemaban las casillas. Hace dos años. Se incendiaron. Fue por un niño que estaba jugando con un fósforo. De una casa pasó a otra y a otra. Entonces salgo y vi todo eso vi todo lo que se perdió, fue terrible. Se quedaron sin nada. Gracias a dios que no hubo víctimas. A base de eso la Facultad nos apoyó un montón. Y de ahí empecé a conversar con los vecinos y a involucrarme. ¿Dónde iban a dormir esas mamás? Mamás con hijos… eran seis familias. Yo traje dos acá, que esto no era todavía comedor, era mi taller. Y acá estuvieron más de seis meses. Y aparte de eso, al trayecto me conozco con Lalo, que es de Octubre, de los políticos… Y hicimos la copa de leche. Ahí es que me empiezo a involucrar con los vecinos, porque yo antes vivía del trabajo a mi casa. Y de ahí empecé a empaparme. Pero también empecé a formar a los chicos, porque los chicos eran de la calle, vivían como… abrían la puerta, se peleaban, era un caos. Ahí empecé a hacer mi trabajo social. Y empecé, y empecé, y hasta ahora que sigo.

Graciela también tiene ya listo un relato de “los inicios del merendero”, que se remonta a sus primeros tiempos en el barrio ‒donde “todo estaba por hacerse” ‒ y que relata orgullosa:
 Un día, estaba sentada en la puerta de la casilla y veo muchos niñitos en la calle, sentados, llorando… “no está mi mamá…” la mamá trabajando. Y yo me puse a pensar, estaría bueno hacer algo para que los niños coman, entonces me junté con cuatro vecinas y les dije: “que les parece si hacemos algo para los niños de los papás que van a trabajar” Podemos cocinar algo, darles una sopa. “¿de dónde sacamos víveres?” me decían; “vamos a ir de casa en casa pidiendo. Algo vamos a juntar”. Y así fue, juntamos, juntamos, e hicimos nuestra primera olla, ahí en el fondo, y la sacamos afuera. A mí me dio tanto gusto ver eso… Ahí dije: “todos los días voy a hacer”. Mañana vengan que voy a hacer… y después comencé a buscar gente que me dé. Una señora me contactó con el Banco de Alimentos y me empezaron a mandar alimentos. Después se enteró la agrupación de Residentes Peruanos y querían hacer de esto un local comunal. Yo dije: no, “esto es mi casa”. Por eso el local después se hizo en otro lado, pero eso es otro cantar. Que el local comunal sea “del pueblo pal pueblo”. Porque si hay gente que se le incendió la casa puede ir al local comunal, yo no voy a traer gente a dormir a mi casa.

En ambos casos el énfasis en el relato sobre el merendero está puesto, no tanto en la resolución de una situación de necesidad vinculada con el “hambre” de los niños del barrio, sino en factores morales: “formar a los niños”, brindarles una contención ante la ausencia de los padres. El merendero es pensado como un modelo e instancia de cuidado y formación comunitaria. En eso radica buena parte de su “trabajo social”. Graciela, asimismo, se esfuerza por destacar una separación entre ese rol social suyo y cualquier tipo de vinculación con la política, y la alusión velada a la historia de Mónica es clara en ese punto.
La historia del merendero de Nancy, al ser la más reciente (hace apenas un par de meses que comenzó), se encuentra también por ello menos cristalizada como “mito fundacional”:
Esto yo lo hice porque mi prima me vino a hablar… Ella me conecta con este movimiento [me señala un pequeño sticker pegado en su puerta, en el que se lee MUP ‒Movimiento de Unidad Popular‒], para hacer el merendero. Ella vino con el referente, me dijo “te vamos a apoyar en esto, en esto…” Martelli se llama el que se está lanzando... no sé si para intendente o que es… La copa de leche iba a hacerse el jueves, pero para no coincidir con Graciela, que ya había organizado para ese día, la cambié para el viernes. (…) Yo me fui del merendero de Graciela porque hubo altercados, como en todo grupo humano. Igual me fui en buenos términos. Todas las cositas (la cocina, y las otras cosas) quedaron con Graciela. Yo era la secretaria. La presidenta era Graciela. Después me comentaron que había vuelto a abrir, pero no sé si con el mismo nombre, y ahí yo ya no me integré más… y como a mí me gusta estar en esto también, así apoyando el barrio, comencé por mi cuenta.

Como advertimos tras estos relatos, las tres mujeres están en procesos distintos. Graciela se encuentra consolidada como referente barrial a partir de su accionar de larga duración, mientras que Mónica está en camino de acumulación de poder y Nancy acaba de comenzar su propio trayecto. Resulta evidente asimismo, a la luz de estos relatos, que entre las tres existen relaciones de competencia más o menos velada (entre Nancy y Graciela) o abiertas, entre estas dos y Mónica. Mónica pertenece “al fondo”8 y ha sido recientemente acusada de lucrar personalmente con mercadería que tenía como destino la ayuda social.
Asimismo, en sus relatos se evidencia lo que Auyero (2001) denomina una “compatibilidad sagrada” entre ellas y sus trabajos, debido a la existencia de una misión o vocación en sus vidas hacia la ayuda social. Mónica por ejemplo sitúa su “vocación” en una experiencia temprana: el hecho de que a los 5 años murió su madre y ella se tuvo que criar “por todos lados”, “aprovechando las oportunidades que gracias a Dios tuvo”. Pero es Graciela la que, nuevamente, condensa de manera más elocuente esta forma de articular la biografía individual con su “rol social”:
¿Sabes por qué tengo yo ese don para esto…? Porque mi mamá trabajaba en la casa de unos millonarios en Perú, mi mamá trabajaba para una familia de presidentes. Ellos tenían de donaciones, y yo así de chiquitita, como mi mamá trabajó años con esa familia, yo me crié con ellos, yo veía lo solidario, yo aprendí de ahí. Por eso soy así (…). Todos venimos a este mundo con una misión. Y bueno, yo creo que esta es mi misión. Es lo que me gusta, es lo que hago, es mi misión. Dios me lo ha dado, y me lo ha puesto en bandeja, porque si no fuera así, no se me darían las cosas, se me van abriendo las cosas.

Graciela inviste su práctica de un sentido no solo moral sino religioso: la misma reverbera con su religiosidad, como parte de la afirmación de una misión personal. De este modo, estas mujeres parecen estar destinadas a su trabajo social, y en tal carácter, nadie podría reemplazarlas. Se han ganado ese lugar a fuerza de lo que ellas visualizan como esfuerzo personal, sacrificio y perseverancia, que a su vez leen retrospectivamente como pruebas de una “vocación” y un “destino” revelados. Llegados a este punto, resulta más claro que el proceso de agenciamiento personal e individualización referido en la sección anterior, es la condición de posibilidad de los proyectos ligados a lo que Mónica sintetiza como el “trabajo social” en el barrio. En este sentido, reconvirtiendo su modelo de “madres” en la esfera privada, performan un modelo de “madre pública” que, en sus casas, están dejando de encarnar. 
Nuevamente aquí el paralelo con el trabajo de Auyero resulta esclarecedor. En su etnografía sobre prácticas clientelares del peronismo en una villa del conurbano bonaerense, Auyero (2001) observaba que las performances de las mujeres de sectores populares que participaban como “mediadoras” en política se identificaban con el rol materno.9 Nuestro autor encontraba que esta retórica maternal incluía, entre otras dimensiones, que estas mediadoras identificaban su práctica con una práctica maternal: “nutrir y orientar moralmente” (2001: 153), o que, “el amor por los niños y las niñas es la base –el sentimiento fundacional– para las carreras políticas” (2001: 140), que las convertía en “madres de los pobres”.
Difícil es no observar similares sentidos en los relatos de las prácticas de estas mujeres: en la apelación al bienestar de los “niños” como sustento y soporte moral del accionar más amplio de cada una de ellas; en el énfasis de Mónica por señalar que no sólo da de comer a estos niños sino que también los “forma” (algo observable tanto en su relato como en los modos en que inculca gestos de cortesía, agradecimiento y comportamiento cuando éstos acuden al comedor: saludar a los adultos presentes, hacer correcto uso de los utensilios y mantener una adecuada postura corporal, etc.). En suma: lejos de tratarse de una suspicacia interpretativa, la imbricación entre sus prácticas sociales y el “rol materno” es omnipresente, al punto que Graciela fue declarada en dos ocasiones, “madre de La Plata” y recientemente, “madre de Ensenada”, por las respectivas municipalidades, en reconocimiento de dicha labor. De este modo, en resumen, las tres encarnan y performan en su vida pública esta figura, como rol socialmente disponible en sus repertorios.
Hay sin embargo un punto –clave– en el que el paralelo con el trabajo de Auyero deja de funcionar y la comparación no solo pierde potencia heurística sino que empieza a volverse un obstáculo epistemológico: el punto es que no podemos reducir las prácticas políticas que llevan a cabo estas mujeres (incluso más allá de la conciencia que ellas tengan de su politicidad), a una única forma, identificable como “clientelismo”. En este sentido, la observación de Gabriel Noel (2006) es particularmente pertinente. Bajo la idea de que el clientelismo ha solido funcionar –no solo en los discursos de sentido común, sino también en el discurso académico– como sinécdoque de “prácticas políticas de los sectores populares”, el autor encuentra que “la pregunta por la organización de las redes de distribución de ayuda social es una pregunta que solo puede admitir respuestas locales, variables y contingentes” (Noel, 2006: 171).
Situados en este plano, advertimos que las prácticas de estas mujeres son a la vez mas ubicuas e indeterminadas, con mecanismos más plurales, que son irreductibles a una única forma ‒el “clientelismo” ‒ caracterizada por “el monopolio o cuasimonopolio de la asistencia estatal en la distribución de recursos destinados a la asistencia” (Noel, 2006: 168). Estas mujeres se mueven en un escenario actual más complejo y fragmentado, que Noel describe sin embargo con precisión. A riesgo de abusar de la glosa, el autor encuentra que:
[el monopolio estatal en la asistencia] es reemplazado por una proliferación de “planes”, “proyectos” e iniciativas de distinto origen y financiamiento diverso. Aquí se rompe la exclusividad de la “resolución de problemas mediante la intervención política personalizada”, que será reemplazada por una individualización y una creciente autogestión de la resolución de problemas mediante la combinación de recursos plurales y diversos, lo cual cristalizará en ese conjunto de prácticas al que Denis Merklen (2000) se ha referido con la iluminadora metáfora de “la lógica del cazador” y que implica, a la hora de resolver un problema concreto, el reemplazo del recurso habitual (cuando no exclusivo) a un “puntero” vinculado a las estructuras político-partidarias por formas variables y autogestionadas de acceder a recursos diversos por vías múltiples, alternativas y suplementarias (2006: 169, cursivas del autor).   

Este es el escenario en el que tienen lugar las prácticas de estas mujeres; la otra cara de sus procesos de “empoderamiento” personal. Todas ellas se convierten, apelando a sus redes, en autogestoras de su propia acumulación política, sin ser del todo conscientes de que lo que están haciendo es “política”, de hecho Graciela, por ejemplo, prefiere mantenerse siempre a distancia de “la política”. Las tres apelan alternativa e invariantemente al “apoyo” de organismos e instancias heteróclitas: organizaciones políticas de signo diverso, ONG‘s como el Banco de Alimentos, movimientos sociales, Facultades, iglesias evangélicas… (Mónica por ejemplo, organizó recientemente el festejo de la primavera gracias a la ayuda de la Iglesia Universal, a la cual Melisa, su nuera, asiste regularmente). Se trata, en suma, de un escenario en el cual las fuentes de “la ayuda” se fragmentan y pluralizan, a la vez que ellas ofrecen un “apoyo” circunscripto. Nancy plantea el mecanismo de este modo:
Nosotros al que estamos apoyando ahora es de La Plata. Nosotros acá al que siempre apoyamos, como todo vecino de acá, es a Mario Méndez. Siempre votamos a Mario Méndez para las elecciones y siempre que hay elecciones viene, caminan, arreglan así un poquito y se van… Por ahora yo me siento cómoda acá, y hay cosas que no me mienten, entonces bueno, seguimos. Pero cuando hay cosas que no me gustan yo digo: “hasta acá”, y me retiro. El día que ya no haya [ayuda], voy a ser sincera con mis vecinos, con los chicos que vienen a llevar la copa de leche y les diré “bueno ya no me apoya este movimiento”. Es así, lo justo, porque yo después no voy a tener dinero para darles, y eso.

Como vemos “el apoyo” que consiguió Nancy se limita a un arreglo que pareciera contingente y circunscripto a que “la ayuda” se mantenga. Mientras tanto, se exploran otras fuentes de ayuda y no se descarta apelar a ellas alternativa o suplementariamente. Del mismo modo, Graciela da cuenta de esta forma de autogestión de la mediación cuando explica como “volvió a empezar” con el merendero luego de un tiempo en el cual, por falta de recursos, tuvo que abandonarlo:
Volví a empezar por un chico que se llama Gabriel, que es de la Asociación Peruana. Ese chico un día viene y me dice si tenía ganas de volver a empezar. Así me contacta con una chica que está en una agrupación política, “La Lealtad”, una agrupación política de Cristina, pero con otros nombres, ¿viste? Me comenzó a dar víveres, pero ella quería que yo los vaya a buscar a un lugar muy lejos, que me cobraban mil pesos el flete, y no me convenía. Y gracias a Dios apareció Corina –ella es medio familia conmigo– ella es presidenta de los trans. Ella me dijo que iba a gestionarme los víveres. En la Facultad de Periodismo, ahí llegan los alimentos. Ella es la que me está dando la mercadería, entonces yo le tengo que mandar las fotos.   
 
Como en el caso de Nancy, Graciela “resuelve problemas” autogestionando las formas de acceso a la ayuda, apelando a una combinación contingente de recursos diversos. Asimismo, el vínculo que estabilizan ellas con las instancias que proveen la ayuda, no se traduce en un compromiso o contraprestación ‒explícita o implícita‒ con dichas instancias por parte de los receptores últimos de la ayuda. Pareciera como si el vínculo de mediación se sustentara en su totalidad en la capacidad de gestión individualizada de cada una de estas mujeres, sostenida en el esfuerzo personal. Apuntando a ello Nancy afirma: “yo tengo mi camionetita, tengo que pagar seguro, y yo la uso para traer mercadería, y eso no me lo reconocen: ellos me dan y listo. Ellos me dan pan, jamón, queso y la leche y así, y algunas cositas que les dan a algunos compañeros que también van así ‘de onda’, también les dan su bolsita, y a mí también, entonces por lo menos ayuda de algo…” Graciela, por su parte, cuando me cuenta que la van a homenajear como “madre de Ensenada”, lo expresa del siguiente modo, reconstruyendo las palabras que le dijo su hija: “ves mamá, esas son bendiciones de Dios, por tu trabajo sin sueldo”. Graciela dice que le contestó: “hay que saber esperar, y viste como soy yo… constante”.
De manera que, tras la constancia de este “trabajo sin sueldo”, estas mujeres se vuelven autogestoras de su propia acumulación política: una “bendición de Dios”. Apelando a los roles socialmente disponibles (el rol materno) y a los recursos culturalmente disponibles ‒su religiosidad‒, mujeres como Graciela hacen un nuevo uso de ellos en función de sus aspiraciones. Se trata de un uso de estos guiones culturales, desligado sin embargo de los mandatos asociados a los mismos, y articulado a procesos de individualización y agenciamiento político que las posiciona en nuevos roles.
En suma, es evidente que, a la luz de este accionar personal, estas mujeres acumulan un capital simbólico que se refleja en su propia constitución como referentes locales y se expresa en homenajes como los que recibió Graciela. Asimismo, el subyacente entramado de disputas y competencias entre ellas y sus respectivos círculos, da cuenta de que, en todo ello, no hay precisamente “desinterés”, sino una illusio que vuelve su accionar –por mezclar dos referencias clásicas‒ un juego profundo. En este punto, más allá de la pregunta empírica por el modo en el que dicho capital pueda reconvertirse en otras formas de capital, se propuso poner el foco no tanto en los efectos de la práctica como en su morfología, así como en su articulación con los sentidos de persona encarnados en las trayectorias.  

3. Reflexiones Finales

Norbert Elías (2000) contrapone dos dinámicas de individuación, tratándose de “grupos endógenos reducidos” (poco diferenciados y firmemente entretejidos) o de “sociedades estatales más diferenciadas” (industrializadas, urbanas y densamente pobladas). En los primeros, señala, “el aspecto más importante para la regulación del comportamiento individual se encuentra aún en el constante depender de otros” (2000: 151). En estos agrupamientos, afirma, “el ser humano particular no tiene ni la posibilidad ni la necesidad de estar solo, ni es capaz de estarlo. La persona singular apenas tiene la posibilidad, o el deseo y la capacidad, de tomar decisiones por sí misma o de reflexionar sin hacer una constante referencia a su grupo” (2000: 151-152). En el segundo tipo de agrupación, en cambio, “es mucho mayor no solo la posibilidad, sino también la capacidad, y bastante a menudo la necesidad, que tiene un adulto de estar solo –o, en todo caso, de estar sola una pareja” (2000: 151-152). Dentro de esta lógica social diferenciada, concluye Elías, “elegir por uno mismo entre las múltiples opciones es algo imprescindible, que muy pronto se convirtió en costumbre, necesidad e ideal” (2000: 151-152).
En nuestro caso, las trayectorias de las mujeres presentadas expresan un sentido de la individualidad “relacional”, que no responde plenamente a ninguno de los “modelos” de Elías. Se trata de un tipo de individuación cercano a lo que Martuccelli (2010) conceptualiza como “individualismo de la socialidad”: una figura de individuo “que trama redes a la vez que es moldeado por ellas”, y se afirma “en un juego entre personalidad y dependencia” (2010: 275). Estas mujeres, sostenidas en redes sociales y soportes afectivos (ligados al acceso a la vivienda o el trabajo, a la conformación de determinadas relaciones vinculares, etc.), pudieron estabilizar su experiencia ‒al menos parcialmente‒ y desplegar “proyectos” propios: procesos específicos de autonomización y acumulación de agencia personal y política.
El entramado social descripto ‒mirando ahora los casos desde cierta perspectiva‒ da cuenta de un doble resultado: a la vez, de un horizonte de individualización de la trama social colectiva en la que se desenvuelven ‒y contribuyen a recrear‒ estas trayectorias, junto con el sostenimiento de espacios de microholismo (Bastos Amigo, 2007), en torno a las redes familiares y los comedores populares como forma de resolver la cotidianeidad de los hogares. Se trata, esta última, de una forma de organización comunitaria ‒aunque restringida al círculo de influencia de cada una de estas mujeres‒ de algunos servicios y mecanismos de resolución de problemas.
En este marco, como deriva final, una doble pregunta parece imponerse: estas construcciones “desde abajo” –estos agenciamientos individualizados y por autogestión, por fuera de las organizaciones, aunque haciendo uso de ellas‒ ¿están torciendo una relación de fuerzas socialmente desventajosa para estos sectores? ¿O, por el contrario, contribuyen a un engrosamiento de los mecanismos de reproducción de las desigualdades heredadas, enlazados ahora en construcciones hegemónicas aggiornadas “desde arriba”, bajo la lógica del “emprendedorismo”? La respuesta a esta doble pregunta, en todo caso, pareciera situarse en algún entrelugar a constituirse en el proceso en curso.

Referencias

1 En este sentido, si bien existe previamente una serie de trabajos que han abordado casos similares ‒de mujeres de sectores populares en este tipo de actividad barrial‒ dicha indagación ha estado frecuentemente polarizada, pendulando entre la preocupación por la significación política de sus prácticas (Auyero, 2001; Ferraudi Curto, 2006) y la caracterización de las pautas culturales que organizan sus biografías (Margulis, 2007).

2 En las últimas décadas se han desarrollado una serie de análisis, con epicentro en la sociología francesa, que advierten un proceso de individualización de los lazos sociales en las sociedades contemporáneas (Rosanvallon, 1997; Castel, 1997). Siguiendo esta perspectiva, diversos autores en el contexto latinoamericano (Merklen, 2005; Garcia Canclini, 2008; Martucelli, 2010) han señalado que estos procesos, sin embargo, se desarrollarían de modos específicos y diferenciales en las sociedades latinoamericanas contemporáneas, habilitando por ello dinámicas de individuación que no pueden ser explicadas traspasando mecánicamente modelos normativos basados en la experiencia europea.

3 El mismo se realizó en el marco de una investigación posdoctoral financiada por el CONICET, y de la participación en el proyecto colectivo: “Desigualdad social, pobreza y políticas sociales. Reflexiones teórico-metodológicas a partir de estudios de caso en el Gran La Plata” (IdICHS - UNLP).

4 El barrio en cuestión fue poblado hace aproximadamente unos 20 años, cuando un grupo de familias inicia la toma de las tierras, pertenecientes al Puerto de La Plata (Peyró y Rausky, 2018). El barrio ha sido objeto de un relevamiento censal en el marco del proyecto “Desigualdad social, pobreza y políticas sociales. Reflexiones teórico-metodológicas a partir de estudios de caso en el Gran La Plata” (IdICHS, UNLP/CONICET), producto del cual se puede contar con una caracterización sociodemográfica precisa del mismo. En el informe del censo (Ortale, et al., 2018) se destaca que en los 191 hogares censados se registraron un total de 666 personas; de ellas, una importante proporción es  inmigrante: 6 de cada 10 personas provienen del extranjero. A su vez, la inmigración proveniente de Perú es la más importante, ya que concentra el 93,6% de los casos. Asimismo, se señala que los inmigrantes llegaron mayormente a partir de la década del ´90. Todos los nombres de personas incluidos en el artículo han sido modificados.

5 Asimismo, el ingreso al mercado laboral de estas mujeres tampoco debe traducirse mecánicamente en una situación de aumento de la autonomía personal. Si bien en los tres casos dicho ingreso les permitió posicionarse en un lugar de mayor independencia económica, en simultáneo persistió una “presión de rol” (De Singly y Cicchelli, 2004) sobre ellas, que condujo a que, mientras los hijos fueron pequeños, debieran compatibilizar actividades de cuidado y trabajo doméstico, con actividades laborales fuera de la casa. Por ello, en los tres casos, la ruptura y reversión de determinada estructura de roles y distribución de poder en el seno de la pareja se potenció cuando los hijos crecieron.

6 En este sentido, Martuccelli (2010), encuentra que el “individuo latinoamericano”, es un actor socialmente agónico, configurándose como un individuo “preso de un combate permanente –agon– contra las vicisitudes de la existencia (la muerte, la angustia, el bonheur…), pero sobre todo frente a las contingencias de la misma vida social” (2010: 291).

7 En un trabajo que analizaba familias de liderazgo femenino en sectores populares, en la década del ’90, Geldstein (1996: 177) registraba esta lógica vincular:
“(…) otras mujeres prefirieron incorporar un nuevo compañero al hogar, a quien no reprochan el incumplimiento del rol de proveedor –que no está en condiciones de desempeñar– pues no es el padre de sus hijos. De él valoran la colaboración doméstica, el buen trato a ellas y a los hijos (opuesto a la actitud violenta o indiferente del padre biológico, que precedió a la separación), el respeto a su condición preexistente de jefas y la seguridad y el “respeto de los otros” que otorga la presencia de un hombre en la casa”.

8 “El fondo” del barrio, como ha observado Segura (2015) para otros barrios populares, se representa como un espacio social moralmente degradado. Graciela localiza allí a los “drogadictos” y lo concibe como el foco local de la inseguridad. Nancy, por su parte, afirma que se distanció de Rosa, “la presidenta del barrio”, porque apoyaba a “los que invadieron el fondo”, y tanto ella –Nancy– como el intendente no estaban de acuerdo con esa decisión.

9 En ello a su vez advertía una división del trabajo político generizada, sintetizable en la fórmula: “el trabajo político es masculino, el trabajo social femenino”, de modo que, concluye, “al mismo tiempo que hacen política, las referentes ‘hacen género’” (2001: 162).

Bibliografía

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Recibido: 15/02/2019.
Aceptado: 15/05/2019.

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