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Temas y Debates

versión On-line ISSN 1853-984X

Temas debates (En línea)  no.39 Rosario jun. 2020

 

ARTÍCULOS

Espejos espejados, espejos cruzados. Maquiavelo y Erasmo de Rotterdam en perspectiva comparada

Reflective Mirrors, Crossed Mirrors. Machiavelli and Erasmus in Comparative Perspective

 

Corina Branda

Corina Branda es docente de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales en la Universidad Nacional de Rosario, Argentina. E-mail: corinaines13@yahoo.com.ar


resumen

El objetivo de este trabajo consiste en analizar el pensamiento político de dos hombres del Renacimiento europeo en perspectiva comparada. Maquiavelo y Erasmo son autores coetáneos, ubicados en la corriente del humanismo que devinieron espejos de una época de enormes cambios. A partir de un sustancial clivaje respecto de la concepción de la política, se desprenden otros puntos de desencuentro entre ambos autores. No obstante, es posible identificar algunas convergencias interesantes. Para Maquiavelo, la política se concibe como una esfera autonomizada de la ética religiosa, mientras que, para Erasmo, gobernar un reino es inconcebible sin una perspectiva de sentido y finalidad ético-religiosa. La política para el florentino constituye una praxis con un fin propio: conquistar, sostener y acrecentar el poder político en aras de la convergente gloria principesca y estatal. Se trata de un objetivo al que hay que abrazar desde una perspectiva realista, centrada en la veritá effetuale de los hechos, pasados y presentes, que se presentan a los ojos del agudo observador. La política es para Erasmo una esfera que, aunque tenga una especificidad en materia de administración de los asuntos públicos, no está escindida de una finalidad ética superior. La política está, en definitiva, al servicio del reino espiritual.

palabras clave: Política; Ética; Fortuna; Locura

summary

This article analyzes the political thought of two European Renaissance men, Machiavelli and Erasmus. The work of these two humanist authors reflects a time of enormous changes. While for Machiavelli, politics is autonomous with respect to religion, for Erasmus a religious meaning and a religious purpose are essential to the act of governing. In Machiavelli’s perspective, politics is a praxis guided by a pragmatic goal to conquer, sustain and increase political power in order to achieve state glory. For Erasmus, politics cannot be separated from a higher ethical purpose. In his view, politics is ultimately at the service of the spiritual realm.

keywords: Politics; Ethics; Fortune; Folly


Introducción

El propósito central de este trabajo consiste en cotejar el pensamiento político de dos hombres pertenecientes a un mismo tiempo, escritores de espejos de príncipes que, aunque fueron testigos europeos del advenimiento de importantes cambios, no convergieron siempre en una misma y parecida interpretación de dichos cambios. Explorar la mirada de ambos en perspectiva comparada, además de constituirse en un interesante ejercicio de identificación de convergencias y contrastes de alcance insospechado, es un modo de ahondar en el pensamiento de cada uno de estos autores. ¿Qué espejan estos humanistas con sus espejos de príncipes? En el cruce de sus miradas, en sus intersecciones y bifurcaciones, se sitúa el trabajo. ¿Por qué estos autores? Porque tanto uno como otro constituyen un manantial de discurso y porque el abordaje de su pensamiento en claves principalmente políticas es un asunto de escasa exploración en la literatura existente.
Maquiavelo y Erasmo son dos autores coetáneos que devinieron nítidos espejos de una época. Ambos aportaron al género de libros espejos de príncipes. Ambos son hijos del humanismo, el florentino de un humanismo afincado en una novedosa forma de concebir la vida activa y su participación en ella (Skinner, 1985: 93); el otro, por su parte, abrevó en un humanismo cristiano. Ambos destinaron su pluma, tanto en El Príncipe (1989)como en Educación del príncipe cristiano (2012), a elaborar orientaciones para el hombre de Estado, siendo estos ejemplares dedicados a estadistas –al sobrino del Papa León X y al joven Carlos V, futuro emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, respectivamente–. Ambos conciben la necesidad de un príncipe virtuoso en el manejo del poder público, un príncipe ilustrado, hombre extraordinario entre los mortales que asuma, merced a sus cualidades y pericia, las riendas del Estado.
Sin embargo, más allá de coincidencias y afinidades, muchas de las cuales se exploran en este trabajo, entre estos autores de espejos políticos se ubican grandes hiatos. El florentino ubica a su príncipe en un contexto político visto desde una perspectiva realista, producto de una aguzada observación empírica de los hechos de su tiempo y del estudio de la historia. El holandés concibe al gobernante desde una perspectiva idealizada que da la espalda a la realidad caída que el escritor observa. Maquiavelo asume una perspectiva descriptiva del escenario político, mientras que Erasmo adopta una perspectiva de índole normativa. El ángulo maquiaveliano de abordaje de la realidad política se ve plasmado en el capítulo XV de El Príncipe. Maquiavelo deja en claro allí que abraza una perspectiva de la política situada en el orden del ser y no del deber ser –apariencia–, haciendo pie en la verdad efectiva de las cosas. En otras palabras, y al decir de Viroli, el autor se enfoca en brindar consejos basados en la realidad y no en la imaginación (2002: 188). “Defender medidas ideales, adecuada a los ángeles, como le parece a él que han hecho previamente muchos escritores políticos, es visionario e irresponsable, y conduce a la ruina” (Berlin, 2009: 106). La adopción de este enfoque es la vía regia a la impotencia política.
El Príncipe de Maquiavelo parece constituirse en uno de los blancos de lanzamiento de fechas del príncipe cristiano de Erasmo en un contexto epocal en el cual las relaciones internacionales y el arte militar asumían un lugar destacado en las agendas de Estado y la forma de la política adoptaba semblantes amorales. Se afirma que parece constituirse en uno de estos blancos porque Erasmo publica su Educación del príncipe cristiano varios años antes de que Maquiavelo publicara su Príncipe. La preocupación por el acrecentamiento de poder por parte de los Estados se volvía un fin en sí mismo, desdibujándose la ética y la ética cristiana como el horizonte de sentido de la acción política, como el límite y el fin de dicha acción. La anteposición de lo político a lo religioso se volvía clave para salvaguardar el poder público. La Paz de Westfalia da testimonio de ello. Por este motivo, Erasmo asume la tarea de brindar una respuesta cristiana a la política, de inundar de valores cristianos al ejercicio del poder público, mientras que Maquiavelo asume la tarea de brindar una respuesta política a la política. En este sentido, el ejemplo encomiado de acción virtuosa que estos autores renacentistas presentan a sus príncipes, César Borgia y Cristo, da cuenta de la distancia entre ellos. El príncipe cristiano es menos modesto que el príncipe maquiaveliano, puesto que apunta a constituirse en ejemplo/espejo para todos, teniendo a Cristo como paradigma de virtud e, incluso, de buen gobierno. En Educación del príncipe cristiano, Erasmo afirma lo siguiente: “El modelo ideal del buen gobierno debe tomarse de dios y del que es Hombre y dios, Cristo, de cuyos dogmas deberán derivarse principalmente los preceptos de un buen gobierno” (Erasmo, 2012: 71-72). “Obre y viva de tal manera el buen príncipe que su conducta los demás nobles y plebeyos puedan aprender el ejemplo de su sobriedad y frugalidad” (Idem: 108). Por el contrario, el príncipe de Maquiavelo solo aspira a ser ejemplo para hombres de su misma naturaleza y ambición. El modelo erasmiano de príncipe ejemplar no se dirige solo a aspirantes a príncipe, sino que pretende penetrar en todos los hombres del cuerpo social.

La finalidad de la política

A Maquiavelo le interesa que el príncipe se mantenga en el poder público. A Erasmo le interesa brindar orientaciones en materia de educación principesca conforme a preceptos cristianos que apuntan al bien del cuerpo político. El interés del príncipe de Maquiavelo se amalgama con el interés público; redunda en un interés de esta índole. “El deseo de una gloria tal es el lazo entre maldad y bondad, ya que mientras es en sí mismo egoísta no puede satisfacerse sino a través del más alto servicio posible a otros” (Hilb, 2005: 105). El príncipe de Erasmo es un servidor del reino que no persigue más que el bien público, abnegándose a sí mismo y dejando de lado cualquier motivación egoísta de gloria. En el pensamiento de Maquiavelo, el príncipe se presenta por fuera del Estado o, mejor dicho, se halla en una situación especial en tanto está por encima de la moral que debe imperar en su interior. La vida política no busca la perfección del orden natural ni la salvación álmica; más bien es interpretada en claves de mera necesidad vital. Por eso mismo, la moral cristiana y la moral que pretende hacer al hombre un obrador de acciones buenas es un expediente forastero en la propia formación del estadista.
Si para Erasmo la conservación del Estado depende de la probidad ético-religiosa e intelectual del príncipe, para Maquiavelo depende de la habilidad principesca en el manejo del poder, una habilidad que, si va atada a una moral, es a una moral de acción conforme a la necesidad. El príncipe cristiano debe ser la encarnación de la sabiduría, la justicia, la moderación, la templanza, la previsión, la integridad –dotes regias, según Erasmo–, y el celo del bien público constituye su irrenunciable meta por delante y encima de cualquier interés personal. “Antepón a tu vida la salud pública” (Erasmo, 2012: 32), exhorta Erasmo a su príncipe. La prioridad que reviste la dedicación al servicio de la utilidad pública no significa descuidar la vida privada del príncipe, malograr las virtudes que lo hacen un hombre bueno, justo y sabio. En este sentido, el autor le aconseja al gobernante en su Educación del príncipe cristiano afianzar su espíritu de modo que prefiera ser hombre justo que príncipe injusto (Idem: 33). El príncipe no se vale de su título público para alcanzar propósitos privados, pues de su virtud depende la felicidad del pueblo, a diferencia de Maquiavelo, cuyo príncipe conjuga en el arte de gobernar la gloria personal con la gloria estatal. Al respecto, en Discusión sobre el libre albedrío, Erasmo parece pronunciarse contra el florentino: “En verdad, no sé si quien se expone a peligros para salvar la patria por vanagloria realiza algo bueno en sí mismo o moralmente bueno” (Erasmo, 2012: 69).
El arte de gobernar es concebido como un servicio en Erasmo y como un manejo eficaz del poder en Maquiavelo. El príncipe del florentino debía ser la encarnación de la virtud política, de la eficacia en la administración del poder del Estado con el fin de su conservación y engrandecimiento, fin que es coincidente, conforme se afirmó, con su propia gloria. No hay desdoblamiento ético en el príncipe cristiano entre su vida privada y su vida pública, lo cual equivale a decir que la política no se constituye como un campo escindido de la vida humana. “No hay ningún príncipe bueno, sino es un buen hombre”, afirma en su Educación del príncipe cristiano (Erasmo, 2012: 79). En el príncipe de Maquiavelo, hay divorcio entre ambas vidas, puesto que la política es un campo secularizado, autónomo, que tiene sus propias directrices y requiere de un “actor” propiamente dicho que sepa transitarlo, asumiendo según las circunstancias adecuados ropajes morales –e inmorales, de ser necesario–. La política es concebida en tanto práctica en sí y por sí independiente de cualquier presupuesto o finalidad religiosa y moral (Chabod, 1984: 188). La política se desentiende en Maquiavelo de cualquier finalidad última trazada por una autoridad inteligente a quien adscribir un sustrato supramoral de la propia moral. El actor político se para sobre una naturaleza, en tanto arcilla maleable, hostil e imprevisible, despojada de un fin último. En virtud de su virtú, el estadistaes capaz de domeñar la naturaleza, sabiendo sujetar y conducir al resto de los mortales al someterlos al imperio de la necesidad.
El príncipe cristiano está sometido a las leyes; ellas demarcan su jurisdicción en el arte de gobernar. En la propia sujeción principesca a las leyes justas, Erasmo ubica lo opuesto a la esclavitud –¿la libertad política?– y la tranquilidad del pueblo. En un Estado cuyo pueblo vive sujeto a los vaivenes de los caprichos del príncipe en lugar de los dictámenes de las leyes es imposible encontrar paz y felicidad para el autor holandés. En estos términos lo expresa el autor en su Educación del príncipe cristiano:
Las mejores leyes bajo el mejor príncipe hacen feliz a una ciudad o a un reino y su situación es totalmente feliz cuando todos obedecen al príncipe y el príncipe obedece a las leyes, mientras que las leyes responden a un ideal de equidad y honestidad y no miran más que a mejorar los intereses de todos (Erasmo, 2012: 125).

El príncipe de Maquiavelo no está sujeto por las leyes, ya que el manejo eficaz del poder público no puede tener constricciones morales, religiosas y jurídicas, lo cual no significa afirmar que para el florentino las leyes civiles en un principado no deban brindar un marco para la regulación social. Las leyes son necesarias, solo que el príncipe está y se sabe por encima de ellas.

Las pasiones en política

El príncipe cristiano destierra el miedo en el ejercicio de sus funciones, y le opone el premio y la esperanza: “(...) y el miedo es el peor guardián de un mando duradero” (Erasmo, 2012: 80). Erasmo no duda de la supremacía del amor por sobre el temor. La aplicación de este último queda reducido a “criminales y malhechores” y aun con ellos debe mostrarse el príncipe piadoso y ofrecer alguna esperanza de perdón si son recuperables (Idem: 37). Es posible conjugar el amor con el ejercicio de la autoridad. “También procurará por todos los medios a su alcance, ser a su vez amado por los suyos, pero de tal manera que, sin embargo, goce de autoridad ante ellos” (Idem: 103). El amor del pueblo es el escudo protector del estadista. Para el florentino, el miedo, más allá de que vaya unido al amor –cosa difícil–, es una pasión más segura para el mando y obediencia política, y es preferible al lábil amor –“vínculo de gratitud”–, el cual se pierde cada vez que sea conveniente. El temor, por el contrario, es miedo al castigo, que no se pierde jamás (Maquiavelo, 1989: 107) y su eficacia es notablemente mayor en la evitación de desbordes, sublevaciones o estallidos sociales con intenciones destituyentes. El punto de convergencia entre ambos autores es que el odio debe mantenerse siempre a raya. Para Maquiavelo, el odio debe evitarse porque implica abandono, sublevación, desobediencia –deviene un problema puramente político–, mientras que para Erasmo debe evitarse, principalmente, porque es inmoral y no es propio de un buen cristiano provocarlo. Para el autor holandés, el odio genera un problema moral que termina teniendo efectos políticos. Para Maquiavelo, una de las cuestiones que el príncipe debe temer es que, en el interior, el pueblo se subleve. Es por ello que se debe evitar el odio que se desencadena a partir de políticas que afectan a los bienes y a mujeres de los súbditos. Para el humanista holandés de Educación de un príncipe cristiano el odio –contrario a la benevolencia– es causa de la ruina del Estado (Erasmo, 2012: 106) y el favor del pueblo no debe perderse jamás. “Créeme, queda desprotegido de su mejor escolta el príncipe que pierda el favor del pueblo” (Idem: 107). A diferencia del italiano, para Erasmo el favor del pueblo no se adquiere en la evitación de su opresión, sino en el alejamiento de la tiranía a través de la clemencia, benignidad, equidad, afabilidad, civilidad. (Idem: 107). En Maquiavelo, el príncipe evita el odio no haciendo –afectando el patrimonio de los súbditos–; en Erasmo lo evita siendo –clemente, benevolente, equitativo, afable, etcétera–.
Al recordar el ejemplo de manejo de la violencia política al que Maquiavelo apela en el capítulo VII de El Príncipe,es posible señalar otro punto de encuentro entre estos hombres del Renacimiento europeo; a saber, la violencia nunca debe ser en su ejecución asumida directamente por el príncipe, sino más bien delegada. Cito al escritor del espejo cristiano:
Y no debe pasarse por alto a este propósito el consejo de Aristóteles, según el cual el príncipe que quiere evitar el odio de sus súbditos y hacerse acreedor a su benevolencia, delegue en otros los asuntos odiosos y haga por sí mismo los dignos de aplausos. Obrando así gran parte de la odiosidad recaerá en los que se encargan de la administración, principalmente si son además odiosos al pueblo por otras razones (Idem: 109).

El hombre y su disposición natural

Maquiavelo no oculta ni disimula su pesimismo antropológico:
Porque de la generalidad de los hombres puede decirse esto: que son ingratos, volubles, simuladores, cobardes ante el peligro y ávidos de lucro. Mientras le haces el bien, son completamente tuyos, pues –como antes expliqué–, ninguna necesidad tienes de ello; pero cuando la necesidad se presenta se rebelan (Maquiavelo, 1989: 107).

Se asoma una concepción inalterable de la naturaleza humana en el hombre de Florencia, cuyas respuestas en los diferentes contextos epocales pueden ser determinadas. “No hay huella en el pensamiento de Maquiavelo de cualquier noción sobre la educación sistemática del individuo o de la sociedad, como entidades autotransformadoras” (Berlin, 2009: 101). En el humanista cristiano se dibuja, por el contrario, una mirada optimista respecto de la naturaleza humana, valorando la educación como la intervención necesaria para guiar o enderezar lo torcido. En Educación de un príncipe cristiano,el autor afirma: “(…) pero que el bien nacido no degenere o que el nacido torcido mejore con la educación, esto en parte está en nuestras manos” (Erasmo, 2012: 13). La principal tarea del príncipe es evitar ser malo (Idem: 14), puesto que la maldad principesca es la epidemia que se propaga con mayor celeridad y alcance (Idem: 35). El príncipe de Erasmo es él mismo el educador del pueblo; es la causa de su buena educación. Al respecto expresa: “(…) no hay camino más breve ni eficaz para corregir las costumbres del pueblo, que la vida incorrupta del príncipe” (Idem: 35). El vulgo se ve motivado a emular cuando el modelo es una figura de tamaña magnificencia pública. Para Erasmo entonces, en contraste con Maquiavelo y en consonancia con Platón, los hombres no son originariamente malos, sino que la mayoría de las veces se inclinan hacia el vicio por una mala o deficiente educación y no por disposición natural.
El príncipe de Maquiavelo no debe evitar la maldad ni la bondad; más bien debe actuar conforme la necesidad de una u otra. Si bien el florentino considera que el príncipe debe preferir mantenerse en la senda de las acciones morales –“el bien”–, no debe dudar si la necesidad requiere un viraje y debe adentrarse “en el mal”.  En el ejercicio de la política maquiaveliana, el criterio de eficacia de la acción se impone por sobre las consideraciones éticas. “Por lo cual es necesario que todo príncipe que quiera mantenerse aprenda a no ser bueno, y a practicarlo o no de acuerdo con la necesidad” (Maquiavelo, 1989: 101). Maquiavelo no ubica al príncipe en un lugar de ejemplaridad educativa ni moral para el pueblo. No constituye un objetivo del poder político educar moralmente al pueblo –se podría afirmar la tesis de su ineducabilidad–; más bien se lo sujeta en la medida en que se lo pueda llevar al terreno de la necesidad, terreno carente de mérito a los ojos del autor de la Discusión sobre el libre albedrío. En dicho texto, Erasmo afirma: “Ni la naturaleza ni la necesidad tienen mérito” (Erasmo, 2012: 89). “En verdad, donde existe una mera y perpetua necesidad no puede haber méritos ni obras buenas ni malas” (Idem: 117).
El hombre de Maquiavelo no actúa bien como resultado de una reflexión y toma de conciencia moral, es decir, por íntima convicción moral. El hombre actúa conforme al “bien” por mera necesidad, idea que hace resonar la tesis del Glaucón de la República de Platón. Si el hombre obra bien es por la intervención de buenas leyes, de un artilugio meramente humano. El temor al castigo, afirma Maquiavelo, mantiene a los hombres mejores y menos ambiciosos (Maquiavelo, 2003: 110).
Esto da fe de lo que comentaba anteriormente, cuando afirmaba que los hombres solo obran bien por necesidad, pero donde se puede elegir y hay libertad de acción se llena todo, inmediatamente, de confusión y desorden. Por eso se dice que el hambre y la pobreza hacen ingeniosos a los hombres y las leyes los hacen buenos (Idem: 41).

Que las leyes hagan “buenos” a los hombres no significa, a los ojos del autor, que provoquen una transformación de conciencia en ellos; las leyes hacen “buenos” a los hombres en la esfera de las acciones. Tanto el Glaucón platónico como el florentino coinciden en que la inclinación natural prevaleciente en el humano es el “mal”. Maquiavelo señala que  “los hombres son más inclinados al mal que al bien (…)” (Idem: 61). Por eso es fundamental que quien disponga un Estado y ordene sus leyes siga la tesis que ya anticipaba Glaucón, vale decir que todos los hombres son injustos –atravesados por ideas perversas, según Maquiavelo–, y que en la medida en que no tengan impedimentos revelarán su intrínseca naturaleza egoísta (Idem: 40). La mayoría de los hombres desea no ser dominado; la minoría, dominar. El deseo de no ser dominado es deseo de libertad, deseo que el autor visualiza en el pueblo.
Y, sin duda, observando los propósitos de los nobles y de los plebeyos, veremos en aquéllos un gran deseo de dominar, y en éstos tan solo el deseo de no ser dominados, y por consiguiente mayor voluntad de vivir libres, teniendo menos poder que los grandes para usurpar la libertad (Idem: 44).

¿Para que anhelan la libertad? Para vivir seguros (Idem: 84). Tanto para Maquiavelo y como para Hobbes la seguridad es un deseo humano fundamental. Se podría decir que es el genuino sustento de cualquier postura moral. En el caso del autor de Malmesbury, es el deseo principal que, junto con las pasiones del miedo y la esperanza, empuja al hombre a dejar atrás el estado de naturaleza y a someterse a la espada pública. Ahora bien, a diferencia del estado de naturaleza hobbesiano, en el cual la libertad natural –derecho natural– atenta contra la seguridad –la autopreservación–, el pueblo no percibe que la libertad vaya en desmedro de su seguridad. Por el contrario, solo un pueblo libre –no dominado– es capaz de vivir seguro y alejado de la corrupción que se expresa en la constante anteposición del interés privado al público. La búsqueda de seguridad mueve la búsqueda de libertad. Como sostiene Berlin (2009: 101), para Maquiavelo los hombres no tienen gran interés en la libertad y la ubican, conforme se afirmó, bien debajo de la seguridad.

Locura, fortuna y mujer

En el pensamiento del florentino, el hombre está por naturaleza expuesto a los impactos del implacable azar o fortuna, noción que cobra un papel destacado en lo que al manejo del poder público se refiere. Erasmo de Rotterdam llevó adelante una empresa audaz e irónica que fue elogiar a quien nadie elogia: la Locura.1 En su Elogio de la locura, la propia Locura toma la palabra –y la del mismo Erasmo, quien escudándose en ella puede decir lo que no podría si hablara en nombre propio– y construye un altar de sí misma, como lo haría cualquiera que no encuentra quién lo elogie. También Erasmo se ocupó de la fortuna. A partir de las nociones de fortuna y locura, es posible advertir en ambos escritores, entre otras cuestiones, la irrupción de lo irracional, lo inescrutable en el campo de la política.
¿Locura o Estulticia? En este punto hay una disputa en materia de traducción del título original del texto. Stulticia debe traducirse para algunos traductores por estupidez, necedad, y no por locura. Si el autor hubiera querido significar locura, arguyen algunos traductores, Erasmo se hubiera servido del término insania, por ejemplo. Dado que esta querella escapa a los propósitos de este trabajo, aunque no se ignora ni se soslaya este desencuentro, se decidió utilizar el término locura por haber adquirido en las traducciones al castellano mayor preeminencia. Independientemente del uso de uno u otro término, la importancia estriba en el significado y el sentido que el autor le imputa en su Encomio a la estulticia o Elogio de la locura.2 Este libro, atravesado por ciertas ambigüedades y contrastes, no forma parte del género espejos de príncipes; no obstante, ha devenido un espejo de época para mirar a través de los ojos de Erasmo la corrupción de la iglesia católica, la insensatez de los hombres de culto religioso, de los hombres cultos –gramáticos, teólogos, filósofos, jurisconsultos–, de los reyes, nobles y, también, de las mujeres.
En el texto en cuestión se puede apreciar que, al igual que Maquiavelo, Erasmo no solo acepta el desembarco de lo irracional, del mundo de las pasiones en la vida del hombre, sino que se empeña en relevar los elementos positivos de una presencia irreversible. En la pulseada pasiones-razón, las primeras se llevan los laureles. “Los dioses relegaron la razón a un rincón del cerebro, y las pasiones imperan en el resto del cuerpo” (Erasmo, 2000: 35).
Erasmo invita a acercarnos a la Locura en claves lúdicas y satíricas; por ello mismo a veces para comprenderla hay que volver sus afirmaciones en negaciones. ¿Cómo se presenta la Locura a sí misma a través de la pluma de Erasmo? Al igual que la fortuna de Maquiavelo, la Locura es una diosa, es mujer. El hecho de otorgar beneficios y placeres a los mortales le confiere a la Locura este título divino bien ganado. Habla la Locura y dice: “(…) no puede negárseme el primer lugar entre los inmortales, por ser manantial de bienes. ¿Hay algo más placentero y gracioso que la vida? ¿No soy yo quien más contribuye a ampliar este beneficio?” (Idem: 28). Merced a los goces que ella provee, la existencia se exorciza de las penas y la vida se hace gratamente vivible. Locura es vida, pro-vida, porque cuanto más de ella se toma, más y mejor se vive. Por el contrario, la tristeza es tanática. De los inmortales, la Locura es quien más está del lado de los mortales. Ella es la acreedora de todas las dichas humanas y además es la causa del retorno en la vejez al mundo infantil, de la conexión entre el anciano y el niño. “Los dioses se complacen en aproximar a los seres que son semejantes” (Idem: 32), afirma el autor citando a poetas.
Para Erasmo, el loco es el reverso del sabio. El loco es de los dos quien está en contacto con la verdadera naturaleza del humano, siendo la ciencia un artificio al servicio de su deterioro e infelicidad. “Los hombres más felices rompen toda relación con la ciencia para dejar que los guíe la Naturaleza, que nunca perdió a nadie, salvo que se quiera sobrepasar los límites de la condición humana” (Idem: 54). Más adelante, afirma: “Del mismo modo que el caballo no es desgraciado por ignorar la gramática, el hombre no lo es por estar loco: su locura concuerda con su naturaleza” (Idem: 51). El loco está colmado de vitalidad, de juventud y de salud; es pura pulsión de vida. El sabio es el semblante tenso, pálido y acre de la vida. El primero es impulsado y hablado por las pasiones. El segundo, erigiéndose sobre su menoscabo, pretende guiarse por la razón. Qué ignorante es el sabio, piensa la Locura de Erasmo, que no comprende que las pasiones son el transporte a la sabiduría, son las musas que inspiran al pensamiento y la noble inclinación a practicar el bien. En este punto, despunta Rousseau –no exclusivamente, desde luego–, autor que, al igual que Erasmo, atribuye un invaluable papel a las pasiones en la ruta hacia el conocimiento. ¿Acaso no se conoce para gozar? ¿Acaso el deseo de ciertos gozos no son el acicate de las búsquedas intelectuales?
El loco es ingenuo –o está vacío de falso saber–; el sabio es retorcido. A su vez, en virtud de su ingenuidad o complacencia, el loco es capaz de extraerle fruición a la vida, a diferencia del sabio. El loco tiene como estímulo al amor propio que el sabio condena; procura satisfacción con lo que la naturaleza lo dotó. “¡Muy cierto es que cada uno debe acariciarse a sí mismo y darse su propia aquiescencia antes que esperar la de los otros” (Idem: 40). El sabio es improductivo, o mejor dicho, produce lo innecesario. “El sabio metido hasta el cuello en libros antiguos solo aprende vanas sutilezas; el loco, en el remolino de los negocios y sus peligros obtiene la prudencia verdadera” (Idem: 45). El loco está inmerso en la vida sensible, obtiene de ella deleite, y a partir de allí acopia experiencia e instrucción. Su locura ahuyenta los dos mayores obstáculos de la experiencia: la timidez y el temor. Como la vida es un teatro, una comedia, el loco, al igual que el actor, es el mejor dotado para representar diferentes papeles en la farsa teatral, pivoteando entre diferentes personajes al vaivén de las mudanzas de la vida. El sabio, que destinó sus mejores años al estudio científico, se compró una muerte prematura. Prematuramente el sabio se despide de Eros sin mortificación alguna. La muerte no significa mucho para quien no supo vivir. ¡Cómo va a poder este hombre temer la muerte si aún no logró zambullirse en la vida!
El árbol genealógico de la Locura que presenta Erasmo en su Elogio es el siguiente: ella nació del Caos, fue Plutón quien la engendró y su madre fue la ninfa de la juventud. Los besos del amor le dieron su ser. Nació en las Islas Afortunadas, en la cual prosperan los frutos más deliciosos y donde la vejez, el trabajo y la enfermedad no tienen pasaporte para ingresar. No conoció su propio llanto al nacer, sino la sonrisa. La hija de Baco, la Embriaguez, y la hija de Pan, la Ignorancia, fueron sus nodrizas. La Locura está acompañada de los dioses Morfeo y Como y del siguiente elenco: Amor Propio, Olvido, Adulación, Pereza, Voluptuosidad, Aturdimiento y Molicie. La Locura gobierna junto a ellos (Idem: 27). Pareciera ser, entonces, que desde esta perspectiva el príncipe gobierna junto a este séquito, es decir, la política está rodeada de ellos.
De esta manera, y en coincidencia con el autor de El Príncipe, pareciera que la política y la ética se desvinculan de la ética cristiana. Sin embargo, el humanista holandés deja en claro que el jefe de Estado debe actuar en miras del bien público y conforme a la ley, siendo conciente de que en él está la llave de la felicidad o la desgracia de sus súbditos. Ahora bien, ser y deber ser se desabrochan en el paisaje que Erasmo observa en su tiempo. Respecto de los príncipes, los sumos pontífices, cardenales y obispos, afirma Erasmo:
Ellos piensan que su oficio de reyes se reduce a cazar, montar, vender provechosamente sus cargos y hallar nuevos medios de apoderarse de la fortuna de sus súbditos. Para ello exhuman viejos títulos, a fin de tapar con la máscara del derecho sus monstruosas infamias (Idem: 105).

Sus infamias son camufladas y compensadas con la simpatía del pueblo, con quien busca aliarse a partir de algunos cumplidos (Idem: 105). Y la locura sale a su auxilio alejando temores, instándolos a gozar de una buena vida y a que solo les den cabida a los aduladores.
Para el humanista transalpino, la fortuna y la Locura están ligadas entre sí, pero divorciadas de la sabiduría. La primera de ellas está ligada a la felicidad y, al igual que la Locura, es contrincante de la sabiduría, de esa sabiduría de la que hacen alarde los hombres “doctos”. En palabras de Erasmo de Rotterdam: “No puede ser de otro modo porque la Fortuna, que siembra felicidad entre los humanos, comparte mis sentimientos de tal manera que siempre fue enemiga acérrima de los sabios y prodiga, hasta en sueños, beneficios a los locos” (Idem: 117). El mismo dios es quien pone bajo su amparo a la Locura y dispensa a los locos de sus empresas. Erasmo recuerda la afirmación de Cristo, quien crucificado imploró al Padre por sus verdugos verbalizando “Padre mío, perdónalos porque no saben lo que hacen”. La ignorancia excusa al loco y “obrar ignorantemente significa exactamente obrar con Locura y no por maldad. A los fines de obtener la misericordia de dios parece que alcanza recurrir al amparo de la Locura” (Idem: 136). El cristianismo primitivo guarda afinidad con la Locura, afirma Erasmo, y repele la sabiduría. “También observad inmediatamente que los fundadores de la religión, haciendo mucho caso de la simplicidad, fueron adversarios implacables de la ciencia” (Idem: 137). A partir de una cita de Pablo, el escritor holandés argumenta la buena acogida con la que cuentan los locos en el corazón de Cristo, a diferencia de los fariseos, escribas y jurisconsultos. La primera interdicción de dios a los primeros hombres del paraíso no fue la prohibición del incesto; fue la de no comer el fruto del árbol de la ciencia del mal y del bien. “Dios ha escogido lo que el mundo tiene de loco” (Idem: 132). Inmediatamente después, sostiene: “Dios ha querido que el mundo fuese liberado por la locura” (Idem: 132). El humanista agrega:
Por el contrario, la sabiduría es madre de la timidez y así vemos a los sabios bregando con la necesidad, el hambre y la miseria, viviendo en el olvido, la oscuridad y el odio. Mientras tanto, mis locos tienen dinero, participan en el gobierno del Estado y disfrutan de todas las ventajas posibles (Idem: 117).

La imprevisible e implacable fortuna de Maquiavelo asume la mitad del gobierno de la vida humana. La fortuna es una idea indeterminada y oscura que el florentino nunca llegó a precisar en una segura afirmación espiritual, concibiéndola más bien como agrupación misteriosa y trascendental de acontecimientos inescrutables para la mente humana (Chabod, 1984: 74). El gobernante de fuste para Maquiavelo no escapa a los embates de la fortuna en el ejercicio del poder público. El príncipe deberá vérselas con la diosa fortuna y afrontarla con eficacia, de modo tal de capitalizar tanto sus azotes como sus caricias. La fortuna es el material –ocasión propicia– al que se le debe dar forma (Maquiavelo, 1989: 59). Al no poder tener injerencia sobre la fortuna para impedir o torcer sus inescrutables designios, algunos hombres optan por dejarse administrar por ella, es decir, eligen ir al son de su corriente, devienen sus marionetas y capitulan en el afrontamiento activo y decidido ante las circunstancias que ella presenta.
¿Y el arquitecto del mundo? ¿En qué lugar es posicionado Dios por el autor de Florencia en el gobierno de los asuntos humanos? Es interesante volver al célebre capítulo XXV de El Príncipe para procurar dilucidar esta cuestión. Maquiavelo inicia el primer párrafo afirmando que él creyó que el gobierno del mundo tiene dos soberanos, a saber: la fortuna y Dios, citados en este orden por el florentino. Luego, el autor expresa que, con el fin de no hacer desvanecer el libre albedrío, la fortuna es juez de la mitad de las acciones, dejando así la otra mitad al gobierno humano. “Sin embargo, y a fin de que no se desvanezca nuestro libre albedrío, acepto por cierto que la fortuna sea juez de nuestras acciones, pero nos deja gobernar la otra mitad o poco menos” (Idem: 143). Si la fortuna rige la mitad del gobierno de nuestras acciones y ella en tanto diosa no es el brazo ejecutor de dios, sino una alter soberana que cogobierna junto a dios, entonces este último parece desdibujarse en la cosmología maquiaveliana como soberano primero, último y único en el ejercicio del gobierno del mundo. El autor, al afirmar su intención de no hacer desvanecer el libre albedrío, parece involucrar a dios, pero no lo hace de forma explícita. De lo expuesto podría entonces inferirse que la mitad de las acciones que no gobierna la fortuna es el campo indeterminado del libre albedrío, el campo propicio para el arbitrium humano. Si el libre albedrío es una concesión divina otorgada al mundo humano según el relato bíblico, pareciera que dios estaría presente en esa mitad dispensada al hombre. En este punto, Leo Strauss entiende que el florentino directamente reemplaza a dios por el cielo y a ambos por la fortuna (Hilb, 2005: 59). La interpretación straussiana se puede revisar, afirmando que no hay sustitución de dios por diosa; más bien se estaría frente a un autor que, en tanto es ambiguo en este punto, refleja tanto su admiración por la religión pagana en la formación del temple cívico, puesto que la idea de fortuna es pagana, como su reticencia a disparar a quemarropa contra el dios de los cristianos al desvincularlo por completo del mundo de los hombres.
La fortuna tiene una naturaleza voluble para Maquiavelo, mientras que los hombres propenden a obrar siempre del mismo modo. De ello se desprende que quien logre ajustar sus acciones a las circunstancias será eficaz y quien persista en un mismo modo de actuar edificará el fracaso. “Creo también que es feliz el que concilia su manera de obrar con la índole de las circunstancias, y que del mismo modo es desdichado el que no logra armonizar una cosa con la otra” (Maquiavelo, 1989: 144). En ello estriba la prudencia, la virtú. Si falta virtú, la fortuna muestra más su implacabilidad (Maquiavelo, 2003: 296). Lo escrutable de la fortuna es su naturaleza inescrutable, voluble e insegura. En este aspecto es dable hallar un punto de coincidencia entre ambos coetáneos. Con relación a la prudencia, afirma Erasmo en su Elogio de la locura: “Creedme, la sabiduría inoportuna es locura, y la prudencia desmañada es imprudencia. La verdadera prudencia consiste en ver la dosis de sabiduría que concuerde con la naturaleza humana y disimule su sentimiento respecto de los errores de la multitud, si no le fuere posible compartirlo” (Erasmo, 2000: 47).
Erasmo, al igual que Maquiavelo, en su Educación del príncipe cristiano concibe a la fortuna voluble y tornadiza. También, al igual que el florentino, la fortuna nunca debe hallar a un príncipe incauto y sin preparación intelectual (Erasmo, 2012: 133). Para un afrontamiento fecundo de la fortuna, el saber –que no ocupa lugar y nunca se acaba, al decir del holandés– hace a la habilidad principesca en la gestión de sus embates. Nuevamente, Erasmo y Maquiavelo se acercan. Cuando la fortuna muestre un rostro adverso al príncipe cristiano, será su formación intelectual y moral la mejor “fortuna”. 
En el tratamiento maquiaveliano de la fortuna se pueden visualizar algunas asociaciones entre fortuna y locura erasmiana. Respecto de la fortuna, afirma el florentino en su Príncipe:
Y la comparo con uno de esos ríos antiguos que, cuando se embravecen, inundan las llanuras, derriban los árboles y las casas y arrastran la tierra de un sitio para llevarla a otro; todo el mundo huye delante de ellos, todo el mundo, todo el mundo cede a su furor (Maquiavelo, 1989: 143).

La fortuna irrumpe, toma por asalto y asume un semblante irracional. La fortuna, semejante a Pandora, esparce en el mundo sus influjos –no son todos males los que dispensa, como ocurre en el caso de la mujer creada por Hefesto­–. A diferencia de esta mujer primigenia, la fortuna es una diosa que tiene una participación constante en la vida del humano. Otro punto en común se da con relación a la esperanza.
Pandora levanta la tapa de la jarra oculta y en ese momento todos los males salen al universo. Cuando Pandora vuelve a colocar la tapa, aún permanece en el interior elpis, la esperanza, la espera de lo que sucederá, que no ha tenido tiempo para salir (Vernant, 2002: 75).

La esperanza era el último contenido del ánfora que quedó en ella retenido, que no se esparció, el cual, conforme a la intención de Zeus, no debía salir. Es por ello que el dios le susurra al oído de Pandora que coloque sin demora la tapa después de haberla sacado. De acuerdo con Maquiavelo, la esperanza también debe estar presente frente a los designios de la fortuna. Así lo expresa el autor de Florencia:
Sin embargo, jamás deben abandonarse, pues, como desconocen su fin, y como la fortuna emplea caminos oblicuos y desconocidos, siempre hay esperanza, y así, esperando, no tienen que abandonarse, cualquiera que sea su suerte y por duros que sean sus trabajos (Maquiavelo, 2003: 292).

El autor florentino vincula la fortuna con el género femenino, la concibe con esta naturaleza de género:
Sin embargo, considero que es preferible ser impetuoso y no cauto, porque la fortuna es mujer y se hace preciso, si se la quiere tener sumisa, golpearla y zaherirla. Y se ve que se deja dominar por éstos antes que por los que actúan con tibieza. En tanto mujer, la fortuna es amiga de los jóvenes, porque éstos son menos prudentes y más fogosos y se imponen con más audacia (Maquiavelo, 1989: 146).

La fortuna sería semejante a la locura erasmiana: impredecible, cambiante, que requiere para su afrontamiento una dosis de fuerza, firmeza y osadía. Ante la tibieza de espíritu, la fortuna, al igual que la locura de Erasmo, avanza y se impone. Erasmo parece acordar con Maquiavelo en cuanto a la actitud que hay que asumir frente a la fortuna. En estos términos se expresa el amigo de Tomás Moro: “La Fortuna gusta de la gente poco sensata, de los osados, de los que no tienen temor de decir: ‘La suerte está echada’” (Erasmo, 2000: 117). La fortuna, al igual que en el pensamiento del florentino, es amiga de los espíritus impetuosos y decididos.
La Locura erasmiana es mujer y está del lado de los locos. Afirma Erasmo: “De amar el placer se tiene que estar consciente de que las mujeres hermosas, que son como su alma, se brindan totalmente a los locos y se horrorizan del sabio. Por decirlo así, quien desee vivir con algo de deleite y alegría, debe comenzar por sacar al sabio de su lado” (Idem: 118). Más adelante, el autor expresa lo siguiente: “Si creéis que digo disparates o hablo de más, recordad que soy la Locura y mujer, que es peor aún” (Idem: 147). La mujer está, a los ojos del humanista holandés, despojada de nobleza. Al respecto, estas son sus palabras: “No es cristiano devolver mal por mal, ni tampoco es de corazones nobles vengar sus resentimientos con insultos, tal como lo hacen las mujeres” (Idem: 153). Ahora bien, si la mujer es por este motivo innoble, inclinada a sus caprichos, al morbo y a la adulación, y la Locura es mujer, entonces la Locura es de esta misma o similar naturaleza. La mujer de carne y hueso fue el phármakon –remedio y veneno– que la Locura le prescribió a Júpiter cuando este dios le consultó para prevenir los excesos de la razón en los hombres de negocio. “Este animal inepto y loco, complaciente y gracioso, cuya compañía atempera en la intimidad lo que el hombre tiene de austero” (Idem: 35), son los términos con los que la Locura alude a la mujer –y en parte a sí misma–. Al igual que el loco, la mujer tiene a la juventud de su lado y, como su anhelo es agradar al varón, la Locura es la mejor indicación para el género femenino. El hombre es capaz de tolerar lo imposible a cambio de la voluptuosidad y ¿no es acaso la voluptuosidad una locura? (Idem: 36). La Locura ingresa en la vida humana con la ayuda de algunos miembros de su séquito –indulgencia, chiste, disimulo, ilusión– y al matrimonio, facilitando la vida en común entre el varón y la mujer. Gracias a ella se evitan las rupturas conyugales.

Conocimiento y verdad

Para Maquiavelo, la fortuna requiere de cierta probidad intelectual y emocional que se nutre de una combinación de observación aguda de la realidad presente y de estudio del pasado. Respecto de la vinculación entre fortuna y sabiduría, Maquiavelo alude a ella en El Príncipe al referirse a la virtud: “Así sucede con la fortuna, que se manifiesta con todo su poder allí donde no hay virtud preparada para resistirle y dirige sus ímpetus allí donde sabe que no se han hecho diques ni reparos para contenerla”. (Maquiavelo, 1989: 143). En consonancia con lo expresado, el autor afirma que el príncipe que deposite su confianza ciegamente en la mudable fortuna causa su propia ruina en cuanto ella vira. Esta confianza ciega puede ser leída como una actitud despojada de “reparos”, de “diques”, es decir de preparación orientada por la astucia. La sabiduría –astucia– es concebida por el florentino como la capacidad mental de anticipación a los hechos desfavorables. “Por lo tanto aquel que en un principado no descubre los males sino una vez nacidos, no es verdaderamente sabio; pero ésta es virtud que tienen pocos” (Idem: 97). Como bien afirma Skinner (1985: 145-146), el concepto de virtú, al igual que en el caso de los demás humanistas,es aplicado para dar cuenta de la cualidad que faculta al príncipe para eludir los golpes adversos de la fortuna y abrazar la gloria. No está ausente la sabiduría de la arena política en Maquiavelo. La impronta novedosa que le imprime a este concepto tal vez proceda, siguiendo a Strauss, de un olvido –que a Erasmo no lo alcanza–, el de la necesaria combinación de sabiduría y moderación (Hilb, 2005: 39). No solo quien deposita su confianza ciega en la fortuna causa su propia ruina, sino también quien la deposita en sus consejeros. La elección de los consejeros del gobernante es el primer indicador de su reputación de hombre sabio y prudente. Sabiduría y prudencia son utilizadas como términos intercambiables. En el capítulo de El Príncipe sobre la elección de los secretarios, Maquiavelo expresa lo siguiente:
La primera opinión que se tiene del juicio de un príncipe se funda en los hombres que lo rodean, si son capaces y fieles, podrá reputárselo por sabio, pues supo hallarlos capaces y mantenerlos fieles, pero cuando no lo son, no podrá considerarse prudente a un príncipe que el primer error que comete lo comete en esta elección (Maquiavelo, 1989: 135-136).

 Además, para dejarse influir por un consejo o rechazarlo, el príncipe debe ser sabio (Idem: 139). Dicho en otros términos, el buen consejo debe nacer de la prudencia y no en sentido inverso, la prudencia del consejo (Idem: 140).
A los fines de desarrollar la virtú, se le impone al príncipe de Maquiavelo la necesidad del estudio de la historia. “En cuanto al ejercicio de la mente, el príncipe debe estudiar la historia, examinar las acciones de los hombres ilustres, ver cómo se han conducido en la guerra, analizar el por qué de sus victorias y derrotas para evitar éstas y tratar de lograr aquéllas” (Idem: 100). La historia, conforme lo hace saber el florentino en Los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, aporta un conocimiento útil para la acción política, al cual se le pueden extraer fecundas lecciones para mantener al Estado y acrecentar su poder, juzgar a los ciudadanos y sentar las bases del orden en una república en el presente de sus lectores (Maquiavelo, 2003: 28-29). La historia no está al servicio de la mera admiración de las proezas de los hombres del pasado; la historia dota al príncipe de las enseñanzas necesarias para la resistencia de los golpes de la fortuna. Cuando asome la adversidad, el príncipe hará uso de los aportes del pasado que supo acopiar en tiempos de paz. El ocio no es amigo del príncipe prudente, quien siempre deberá permanecer activo. Pero la historia, más allá de sus aportes en materia de enseñanza, es también una experiencia de la grandeza. La historia aporta la posibilidad aproximarse a grandes experiencias pasadas. Cuando la comedia de la vida hastía, desalienta o atribula, es hora de la historia, y una buena manera de sostener la vida es una alternancia entre una y otra (Viroli, 2002: 211).
De esta manera, queda en evidencia que Maquiavelo, en consonancia con Platón, filósofo al cual el mismo Erasmo cita generosamente en los textos mencionados, considera que la política es cuestión de conocimiento. La distancia con respecto al discípulo de Sócrates está en el tipo de conocimiento vinculado a la política: un conocimiento experiencial, empírico, para el autor de Florencia; un conocimiento de tipo epistémico, teorético, dialéctico, para el autor de Atenas. Platón expresó en su República
En tanto que los filósofos –expliqué– no reinen en las ciudades, o en tanto que los que ahora se llaman reyes y soberanos no sean verdadera y seriamente filósofos, en tanto que la autoridad política y la filosofía no coincidan en el mismo sujeto, de modo que se aparte por la fuerza del gobierno a la multitud de individuos que hoy se dedican en forma exclusiva a la una o a la otra, no habrán de cesar, Glaucón, los males de las ciudades, ni tampoco, a mi juicio, los del género humano, y esa organización política cuyo plan hemos expuesto no habrá de realizarse, en la medida de lo posible, ni verá jamás la luz del sol (Platón, 1988: 473d).

A los ojos de Erasmo, la política también es cuestión de conocimiento, de una educación fundada en buenos consejos que apunten a forjar el carácter moral del gobernante.
Erasmo, apelando a uno de los conocimientos clave de la política para Maquiavelo como es la historia –una de sus artes auxiliares–, parece refutar a Platón. “Interrogad a la Historia y veréis cómo sufrieron los Estados siempre que el poder estuvo en manos de un filósofo o un literato” (Erasmo, 2000: 42). Los filósofos fracasan en las cosas del mundo y la naturaleza, dando señales de prudencia, impidió que la filosofía invada a los hombres. La filosofía es una lepra que despoja al alma de la alegría de vivir (Idem: 43). Ahora bien, en su Educación del príncipe cristiano, Erasmo elogia la presencia de la sabiduría en la formación del príncipe. La sabiduría que enseña a formar el carácter de un príncipe es la más excelsa de todas. Es más, el autor equipara al príncipe cristiano con el sabio y lo opone al tirano, la gangrena misma del cuerpo político. En palabras de Erasmo: “Si no fueras filósofo, tú no podrías ser príncipe, sino tirano” (Erasmo, 2012: 26). El autor holandés no incurre en una contradicción entre ambos textos, sino que su crítica mordaz a los filósofos en Elogio de la locura está apuntando a los hombres doctos de la escolástica enquistados en las universidades y en la estructura eclesiástica, aquellos que habían dejado de beber de la fuente de la religión, es decir, del cristianismo primitivo, asumiendo una vida inauténtica, disociada de una genuina vivencia espiritual. En Discusión sobre el libre albedrío,Erasmoalude a ellos con una cita de Pedro: “indoctos y poco estables, que tuercen las Escrituras para su propia perdición” (Erasmo, 2012: 27). En sintonía con Platón, en los siguientes términos concibe Erasmo al filósofo, al filósofo de veras:
Más filósofo no es éste que conoce a fondo la dialéctica o la física sino el que, despreciando las falsas apariencias de las cosas e intacto su pecho, reconoce los verdaderos bienes y los sigue. Ser filósofo y ser cristiano es diferente en los términos, pero en la realidad es lo mismo (Idem: 26).

El bautismo no confiere el título de cristiano, sino la actitud de quien abraza a Cristo con afecto sincero y copia sus actos justos, afirma el holandés en su Educación del príncipe cristiano (2012: 30).
El príncipe de Maquiavelo requiere de la verdad, claro que no de la misma verdad que el filósofo-rey de Platón. El príncipe del florentino se ciñe a la veritá effetuale de las cosas, a los efectos de verdad, a la verdad confirmada por la experiencia, la cual pese a su crudeza y violencia es en todos los casos preferible a las idealizaciones, por su menor potencial dañino. Se trata de la verdad efectiva en y del mundo fáctico y que las lecciones de la historia muestran a quien de ella se sirva con una actitud de aprendizaje. Para Erasmo la verdad es la verdad conforme al evangelio, conforme a la palabra divina, prístina, no tergiversada por los mercaderes de la curia romana. El príncipe que Erasmo ve, no el que debería ser, detesta le verdad, cualquier verdad: solo la acepta si proviene de los locos. El loco es quien puede decir la verdad política sin provocar resistencia o rechazo; el loco es el instrumento de su llegada al oído del hombre de Estado. Al respecto, el autor pone en evidencia la ventaja para la política de rodearse de la Locura. La Locura tiene el don de la penetración, la de penetrar la conciencia sin lesiones, sin agravios ni escándalos. Si la verdad, afirma Erasmo, que es per se austera, se ornamenta con cierto sentido del placer, es más fácilmente acogida por los hombres (Idem: 154). Es por ello que los príncipes son gustosos de rodearse de locos y bufones, como una vía de entrar en contacto con sus debilidades y aspectos sombríos, merced a un lenguaje jocoso, no ofensivo, que dice lúdicamente sin mancillar la estima del destinatario. Con este mismo sentido fueron también pensadas según Erasmo las parábolas cristianas. Por ello mismo, en su Elogio de la locura el escritor, a través del personaje de la Locura, se transforma él mismo en un bufón inofensivo a quien, en tanto se asume así, se le dispensa el contenido mordaz y filoso de su palabra.

Decadencia política y religión

¿Cuál era la causa principal por la cual el pueblo de la antigua Roma daba muestras de voluntad de poder, de ansias de gloria mundana, de amor a la libertad, y eran arrojados en sus actos, según Maquiavelo? La religión antigua es la respuesta. Cito al autor:
Nuestra religión ha glorificado más a los hombres contemplativos que a los activos. A esto se añade que ha puesto el mayor bien en la humildad, la abyección y el desprecio de las cosas mundanas, mientras que la otra lo ponía en la grandeza de ánimo, en la fortaleza corporal y en todas las cosas adecuadas para hacer fuertes a los hombres. Y cuando nuestra religión te pide que tengas fortaleza, quiere decir que seas capaz de soportar, no de hacer un acto de fuerza. Este modo de vivir parece que ha debilitado al mundo, convirtiéndolo en presa de los hombres malvados, los cuales lo pueden manejar con plena seguridad, viendo que la totalidad de los hombres, con tal de ir al paraíso, prefiere soportar sus opresiones que vengarse de ellas (Maquiavelo, 2003: 199).

El desvanecimiento de los valores que la religión cristiana promueve, que a los ojos del florentino colaboró con la decadencia cívico-política de Roma, constituye a los ojos de Erasmo una de las causas principales de la inmoralidad y el pesimismo que ha penetrado en la política europea de su tiempo, cuyo fin último es el engrandecimiento material de los Estados, apelando a la razón de Estado en magnitudes abusivas (Jiménez Guijarro, 2012: XI). Aquello que Maquiavelo ve como debilidad cívica, Erasmo lo ve como fortaleza. El remedio para la política que uno prescribe es el veneno letal que el otro proscribe.
En ambos escritores de espejos es harto visible la crítica a la institución eclesiástica, alejada del cristianismo primitivo. No obstante, una gran diferencia está en que la crítica que despliega el holandés es más bien de carácter moral que político. Con tono sarcástico e irónico, Erasmo no escatima palabras gravosas contra la iglesia cristiana, quien utiliza la palabra de Cristo conforme con sus propios intereses mezquinos, “crucificándolo nuevamente con su conducta impúdica” (Erasmo, 2000: 113). Erasmo coincide con Maquiavelo en el fundamento mismo de la iglesia: la sangre, la que se esparce a diestra y siniestra para conservar su patrimonio, encontrando que “clavar el hierro asesino en las entrañas de su hermano sin faltar al precepto de caridad de Cristo, es posible” (Idem: 114).

Algunas palabras finales

Un mismo tiempo reunió a dos hombres, dos humanistas que realizaron interesantes aportes a un género literario, propio de esa época, denominado espejo de príncipes. La intención de ambos fue la misma, a saber: elaborar un abanico de consejos que sirva de orientación al hombre de Estado. Sin embargo, aunque es dable hallar algunos puntos de convergencia como los identificados en este trabajo, sus distancias son notablemente acentuadas.
Respecto del pensamiento político, la principal diferencia reside en que, en Maquiavelo, la política se concibe como un campo autonomizado de la ética religiosa, mientras que para Erasmo es inconcebible que ambas esferas se encuentren divorciadas. La política en el florentino es praxis y, en tanto esfera independiente, requiere un abordaje realista, centrado en la veritá effetuale de los hechos que allí se despliegan y es preciso que se despoje de elementos imaginarios y normativos. La política es para Erasmo una esfera que, aunque tenga una especificidad en materia de servicio público, no está separada de la ética religiosa, es decir, de una finalidad de esta naturaleza. La política está, en definitiva, al servicio del reino espiritual. A partir de este gran desencuentro se pueden ubicar otros tantos.
El príncipe erasmiano es pensado como parte del reino, sujeto a él y al propósito de servir al bien público. Si el destino del Estado le debe algo al príncipe, es la orientación que él le imprime en aras de la utilidad pública. En manos del príncipe está la felicidad o la infelicidad estatal. El príncipe es modelo de virtud, es el ejemplo más perfecto de educación moral para el pueblo a partir de sus actos y palabras. El gobernante erasmiano no se sirve del Estado para realizar alguna aspiración personal. Por el contrario, el príncipe es un servidor público. Si alberga un interés personal, es servir a dios a través del servicio al Estado. Sería erróneo afirmar que, para Maquiavelo, el Estado queda reducido a un mero instrumento al servicio de un fin personal, como también lo sería afirmar que el propio príncipe es un medio instrumental al servicio del Estado. Para el florentino hay confluencia de intereses. El interés del príncipe es su grandeza y gloria, solo alcanzable en la gloria y grandeza del Estado. Desde luego, su interés es particular, su propia gloria, pero en la medida en que dicha gloria se realiza en el espacio público, haciendo fuerte y poderoso al Estado, se purga de un contenido egoísta divorciado del interés general. El príncipe da un ejemplo de moral, pero de una moral meramente aparencial, de una moral pública. Él aparenta ser bueno, clemente, justo, piadoso y religioso, en aras de contar con el apoyo de los súbitos. El príncipe no aparenta cualidades morales para propiciar su emulación en los sujetos de la obediencia con un fin educativo; más bien lo hace mientras convenga, conforme la necesidad, siendo dúctil para torcer el timón si las circunstancias así lo requieren. Por ende, el príncipe no es un educador, aunque sepa manipular al pueblo para llevarlo al plano de la obediencia, sujetándolo a través del miedo al castigo. La naturaleza humana es inalterable, no se puede perfeccionar, pero sí se pueden dominar y conducir los actos humanos. El príncipe cristiano se apoya en el amor más que en el temor y, para ambos humanistas, el odio debe ser evitado. El motivo de evitación del odio, sin embargo, difiere entre ellos. En Maquiavelo, es un motivo estrictamente político, puesto que el odio aleja al pueblo del príncipe, mientras en Erasmo constituye un motivo de carácter moral, en tanto es impropio de un servidor público que se precie de modelo de virtud propiciar una pasión tan abyecta en el pueblo, pasión que, a la sazón, termina redundando en la propia ruina del Estado.

La fortuna es un contenido presente en ambos escritores, el cual da cuenta de la presencia de un elemento suprahumano, impredecible, solo afrontable con probidad. Por su parte, la fortuna maquiaveliana y la Locura erasmiana son diosas femeninas y de ellas se rescatan elementos positivos, pese a las consideraciones negativas presentes en ambos autores respecto de la naturaleza femenina. En el terreno político, gracias a la fortuna, a sus golpes intempestivos y desafiantes, el hombre de Estado tiene la oportunidad de poner a prueba y desarrollar su virtú. La fortuna en Erasmo está del lado de la Locura, siembra felicidad en los locos y les prodiga beneficios. Por su parte, la Locura está del lado de la verdad en política. La verdad, ornamentada con jocosidad e ironía, puede ser dicha y escuchada por el estadista. En virtud de ella, cuando toma la palabra, espeja la insensatez del mundo. La fortuna de Maquiavelo y la Locura de Erasmo valoran lo mismo, y esto es la impetuosidad, pero una impetuosidad que abreva al mismo tiempo en la preparación. La preparación del príncipe es esencialmente técnica en el florentino, mientras que en el holandés, conforme su inclusión de la política en un universo religioso más vasto, es por sobre todas las cosas moral.

Referencias

1 Se respeta la mayúscula del nombre puesto que así se encuentra en el texto erasmiano.

2 En este trabajo se utilizaron dos versiones de Elogio de la locura. Un ejemplar editado por Errepar-Longseller, del cual se extrajeron las citas, y una versión de la editorial Espasa-Calpe, con la cual se cotejó la otra versión mencionada.

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Recibido: 23/04/2019.
Aceptado: 20/09/2019.

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