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Temas y Debates

versión On-line ISSN 1853-984X

Temas debates (En línea)  no.40 supl.1 Rosario dic. 2020

 

ARTÍCULOS

Teoría política y riesgo en contexto de pandemia. El aporte explicativo de la diferenciación social

Political Theory and Risk in the context of the Covid-19 Pandemic. The Explanatory Contribution of Social Differentiation

 

Esteban Kaipl

Esteban Kaipl es docente e investigador de la Escuela de Ciencia Política, Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de Rosario, Argentina. E-mail: kaiplesteban@hotmail.com


resumen

La crisis del coronavirus ha producido un proceso caracterizado por numerosas emergencias. Entre ellas, en primer lugar, pudimos ver cómo muchos pensadores se vieron compelidos a formular hipótesis que se van desacreditando y revisando conforme corren los meses. En segundo lugar, la crisis trajo aparejada la aceleración de diversos fenómenos que tienen que ver con el valor explicativo de los conceptos de riesgo, lo incierto, lo contingente, la necesidad de decisiones urgentes y la diferenciación funcional de la sociedad. Este artículo trae explícitamente a la discusión esos elementos propios de la sociología política, para responder consignas clásicas de la teoría política que recobran importancia en el momento de crisis.

palabras clave: Complejidad; Diferenciación social; Riesgo

summary

The coronavirus crisis has produced a process characterized by numerous emergences. First, in the academic field, we would like to mention that many thinkers were compelled to formulate hypotheses that were discredited and revised as the months were going by. Secondly, in the same field, this crisis exposed the acceleration of various phenomena that have to do with the explanatory value of concepts, such as risk, uncertainty, contingence, the unavoidable urgent decisions and the functional differentiation of society. This paper brings explicitly to light those elements coming from political sociology, to answer some classic questions of political theory that regain importance in periods of crisis.

keywords: Complexity; Social differentiation; Risk


“Complejidad (…) significa coacción a seleccionar. Coacción a seleccionar significa contingencia, y contingencia significa riesgo”
Luhmann (1998: 48)

En un contexto tan particular como el actual –a 5 meses de declarada la pandemia de enfermedad por Covid-19 por parte de la Organización Mundial de la Salud–, una pregunta se disparó para numerosos pensadores de diversas disciplinas alrededor del mundo: ¿cuál es el marco teórico más contundente para poder echar un poco de luz respecto del fenómeno de la pandemia, sus efectos, las medidas de confinamiento? ¿Es el fin del capitalismo? ¿Se refuerza la solidaridad como medio de comunicación primordial entre los humanos a nivel global? ¿Es todo un invento de la prensa para manipularnos? ¿Es un invento por parte de dueños de laboratorios o de líderes políticos? Estas preguntas parecían replicarse por todos lados, cobrar vitalidad; expresaban la necesidad de plasmar una interpretación sobre un fenómeno global y sus consecuencias. Posibles respuestas se multiplicarían aún más, con el acento puesto en pedidos puntuales: necesitamos más Estado; más libertad; mejor salud pública; dar un respiro al planeta; etcétera; afirmaciones probablemente sostenidas desde antes. Ahora todo pareciera volverse más explícito y con una velocidad inédita.
Nosotros intentaremos desandar el camino que sigue esa primera cuestión, recorrer el sentido inverso. Nuestra pregunta de base será: ¿fenómenos tales como la incertidumbre, el riesgo o la inseguridad, que se potencian en un momento de pandemia, aportan algún valor a los diversos marcos teóricos? Nuestro objetivo es el de darle relevancia a un punto original del diagnóstico sistémico de la modernidad,que no es enteramente nuevo pero que, por efecto de la pandemia misma, se vuelve más explícita su potencialidad. Esto no surge disparado exclusivamente por la pandemia. Venimos recorriendo un camino (Kaipl y Aramburu, 2013; Kaipl, 2017; Kaipl y Ríspolo, 2020) que queremos desandar, y tomamos como referencia diversas reflexiones provenientes de la sociología política, subdisciplina que señala desde hace décadas la alta volatilidad, la imprevisibilidad, la incertidumbre –con ello la liquidez también–, el riesgo, la globalización de la sociedad (Luhmann, 1992, 1997; Habermas, 1991, 2020; Beck; Bauman; Wallerstein; Lyotard). Se trata de nociones que cobran relevancia con la aceleración provocada por la crisis del coronavirus.
¿Qué nos aporta el fenómeno de la pandemia del coronavirus Covid-19, entonces? La posibilidad de exponer la vigencia de muchos conceptos de la sociología política –sistémica sobre todo–, con baja repercusión, probablemente (sobre todo en Argentina). Como dijera el propio Jürgen Habermas, al estallar la pandemia de Covid-19: “nunca ha habido tanto conocimiento sobre nuestra propia ignorancia” (Habermas, 2020). Nunca hubo tanta certeza de la incertidumbre; tanta seguridad de la inseguridad y el riesgo. Son elementos fundamentales para la sociología política de finales de siglo XX y principios del XXI. Así, alentando cruces polémicos, podemos remarcar que, en esta crisis, rápidamente fueron “cazados” muchos mitos, expuestas proclamas y falencias de proyectos filosófico-políticos (al comenzar la crisis del coronavirus se anunciaron el fin del capitalismo, el fin del populismo, el fin del liberalismo, la reducción de la desigualdad, la globalización de la solidaridad, la globalización de la manipulación, etcétera). 
Nuestra ambición es menor en relación con tales proclamas. Reconoceremos el valor que trajo aparejado el surgimiento de la pandemia para algunos marcos teóricos que no suelen gozar de mucha popularidad, por tratarse de propuestas sociológicas que se presentan como antinormativas antes que filosóficas o políticas con un horizonte normativo explícito. Se trata de planteos que reconocen abiertamente sus limitaciones en tanto proyectos políticos, influenciados principalmente por el pensamiento de Niklas Luhmann. Así, siguiendo un único patrón –“la contingencia avisa sobre la posibilidad de fallo aun en la formación más favorable” (Luhmann, 1998: 48)–, mantendremos nuestra atención en dos puntos de ese amplio repertorio teórico.
i) En tanto marco que reconoce que las sociedades contemporáneas se están construyendo dinámicamente todo el tiempo, pero sin poder definir el destino propio de esa construcción; y, ii) en tanto marco que reconoce la convergencia de numerosas aristas –diferenciación sistémica de la sociedad– en la emergencia de un fenómeno, y que ese tipo de complejidades no puede ser solucionado poniendo el acento en uno de los aspectos del problema, y en el desconocimiento de los demás.

  • De acuerdo con el primer punto, es imposible creer que cualquier intento de observación omnicomprensivo de lo social pueda brindar respuestas definitivas a las cuestiones acercadas por el alto grado de complejidad e incertidumbre. La complejidad real supera la posibilidad teórica de un observador para poder determinar el sentido que cobra la realidad en un momento dado. El sentido que decida dar el observador a la observación reducirá la complejidad para poder interpretar un recorte de la realidad en el momento en el que realiza una selección, pero abrirá numerosas posibilidades teóricas nuevas. La complejidad de lo social, siguiendo a Luhmann, implica la imposibilidad de poder determinar el sentido de la vida colectiva: “complejidad reducida no significa complejidad excluida, sino complejidad elevada” (Luhmann, 1998: 10). Ante tal complejidad, la decisión se hace obligatoria en cuanto a su forma, pero no en cuanto a su sustancia: hay que tomar una decisión, aunque no conozcamos las dimensiones de sus consecuencias (no tomar la decisión es también tomar una decisión). Ya parecía imposible la determinación íntegra del futuro y del riesgo en los términos del teórico político, del sociólogo político o del observador de la sociedad. Con la pandemia, esto se vuelve explícito para todos. Hasta algunas propuestas de la Organización Mundial de la Salud, de los científicos más reputados o de los pensadores más célebres del mundo contemporáneo se han visto declinadas después de algún tiempo, al intentar formular ideas certeras sobre los efectos de la crisis del coronavirus. Pareciera que todos nos hemos visto expuestos a reformular y cuestionar nuestras certezas con el correr de un corto período de crisis.
  • En cuanto al segundo punto, es imposible evitar que diversos aspectos tomen centralidad para los diferentes observadores del fenómeno en un momento dado. Una propuesta compleja debe considerar una pluralidad de aspectos de relevancia relativa. En ese sentido, frente al alto nivel de incertidumbre al que nos expone la pandemia, una decisión metodológica que subraye la exclusividad de un aspecto específico de la realidad puede encontrar como obstáculo principal esa misma decisión. Los sistemas sociales coevolucionan y, por lo mismo, cada decisión debería tener en cuenta la pluralidad de aristas que pueden entrar en tensión (lo sanitario, lo económico, lo jurídico, lo científico, etcétera). Si se otorga preponderancia excluyente a un sistema por sobre los demás, podrían generarse consecuencias que terminen por multiplicar riesgos y la incertidumbre a los ojos de los ciudadanos y, a la postre, conflictos que terminen minando la legitimidad de los decisores en el sistema político, por ser el sistema vinculante por excelencia.

La emergencia del fenómeno es compleja, y por ello cuenta con diversas aristas que convergen en un momento dado. No reconocer la diferenciación funcional de la sociedad moderna puede ser un acto de negligencia por parte de un observador (por parte de un decisor podría convertirse en algo más grave). Cada arista o sistema de abordaje del fenómeno tiene una semántica específica, una temporalidad y una lógica propias de funcionamiento y de reproducción. Lo económico no puede explicar la semántica vinculante de la política; lo sanitario no puede resolver las circunstancias críticas de la economía; la familia no puede resolver íntegramente los problemas que surgen en el sistema educativo durante el confinamiento, entre otros aspectos. La segunda cuestión es la del reconocimiento de la complejidad y la validación de la diferenciación social, para una comprensión de la complejidad que conlleva cada decisión.

Inquietudes tradicionales. Conceptos modernos. Validez conceptual del riesgo

Hay aún poco material (Stichweh, 2020a, 2020b; Pignuoli Ocampo, 2020; Habermas, 2020) proveniente de los autores propuestos que ponga el foco de manera directa sobre el fenómeno de la pandemia y sus efectos. Nuestra contribución busca hacer más sonoro ese aporte, en una vinculación con aspectos largamente tematizados, pero con pertinencia en el marco actual de la crisis del coronavirus. Articulamos tres variables que resaltan la pertinencia del análisis sistémico:

  • Inquietudes teóricas propias de la tradición de discurso de la teoría política en torno a la legitimidad de la decisión política, en el marco de una Democracia representativa en el mundo contemporáneo.
  • Conceptos provenientes de la sociología política, tales como riesgo, inseguridad, incertidumbre, constructivismo, sin dejar de lado el trasfondo fundamental de la diferenciación sistémica de la sociedad.
  • Proceso de aceleración de validez que cobran dichas nociones en el contexto actual de pandemia de Covid-19.
Se pueden remarcar inquietudes clásicas –que nunca terminan de ser respondidas, siguiendo a Italo Calvino– de la teoría política, que darían la pauta de pertenencia a una tradición de discurso (Wolin), que hunden raíces en la antigua Grecia, que atraviesan la modernidad y recobran una nueva fuerza en el mundo contemporáneo. Son inquietudes que nos siguen interpelando, cuestiones teóricas que nacen con las reflexiones sobre la vida común en la polis, acerca del lugar en el que se asienta la legitimidad de una decisión vinculante en un contexto que, por momentos, se vuelve desconcertante. ¿Gobierno de los hombres o gobierno de las leyes? (Bobbio, Platón o Aristóteles) ¿Quién debe tomar la decisión vinculante? ¿A través de qué medios canalizarla? (Maquiavelo). Dejamos simplemente asentadas algunas inquietudes tradicionales, cómo mantienen vigencia y pueden ser revisitadas de una manera explícita en un contexto como el actual.
La propuesta teórica sistémica cobra fuerza en la segunda mitad del siglo XX, con la premisa de la diferenciación funcional, teniendo en cuenta algunos pasajes de los padres de la sociología –Parsons; Marx y la economía; Weber y la burocracia; Kelsen y la ley–, y se construye en paralelo y en oposición a la propuesta deliberativa de Habermas. Expone la validez del trinomio complejidad, contingencia y riesgo; acuerda con la imposibilidad de proyectar un horizonte normativo que explique el sentido que transita la humanidad; revisa –sin desechar– la inseguridad, la incertidumbre y lo incierto. Son conceptos que le otorgan validez para pensar el mundo contemporáneo y sus fenómenos; reflexionar acerca de la mundialización de la sociedad, del riesgo global; de los sistemas que se diferencian funcionalmente –economía, política, religión, moral, arte, etcétera–; la parcialidad de cada observación y decisión, y su potencial para condicionar sin llegar a determinar el futuro.
El tercer elemento a articular es la validez que trajo aparejada la pandemia de Covid-19, en forma de potencialidad explicativa a la sociología del riesgo: el confinamiento, la cuarentena, la existencia de un riesgo latente y que no podemos observar con precisión –un virus–, la esperanza depositada en una vacuna. Respecto de dicha vacuna, cuestiones acerca de su fabricante, su fecha de llegada masiva a la población, todos elementos que acrecientan la incertidumbre y achican más y más los márgenes de certeza a la hora de tomar cualquier decisión. Al mismo tiempo, el sistema político democrático enfrenta los factores de riesgo propios del mundo moderno, con el agravante del reconocimiento del acecho de laincertidumbre y la necesidad de decidir de manera urgente a tientas. En un contexto de alta volatilidad, de desencantamiento del mundo (Weber), la sacralización se traslada de un objeto a otro con más velocidad: de un político a otro, de la República a la vacuna, de los científicos a los divulgadores a través de las redes sociales, y así sucesivamente. En el mundo contemporáneo, parecemos pedirles respuestas a los científicos más que a entidades metafísicas, pero solemos depositar la fe en comunicadores que refuerzan ideas que ya concebíamos.
Es así como, en la sociedad del conocimiento, la información y las comunicaciones, se gesta paradójicamente una abundancia de datos que parecen abrumar a los individuos que buscan depositar su fe en algún lugar, confirmar creencias y representaciones, estimuladas muchas veces por prejuicios. Con el confinamiento, la tecnología acelera una situación que los algoritmos venían certificando: las comunicaciones virtuales y las redes sociales nos encierran en una burbuja de información, en la cual ratificamos nuestra propia cosmovisión. Finalmente, descifrar el tejido que certifica el viejo vínculo entre creencia y legitimidad, entre saber y poder, entre la complejidad y la decisión, se ve más actual que nunca antes, en la sociedad del riesgo global (Beck).

El peligro de la simplificación de lo social


El reconocimiento de la complejidad, del riesgo, de la vitalidad de la diferenciación de la sociedad, nos conduce a evitar la simplificación (Stichweh, 2020a) de algunos discursos observadores de lo social. La evolución social se produce, entonces, a través de un proceso de diferenciación funcional en diversos sistemas con semánticas específicas: lo político, lo económico, lo deportivo, lo sanitario, lo educativo, lo religioso, lo massmediático, lo jurídico, lo científico, etcétera. Esos sistemas co-evolucionan, irritándose unos a otros. La crisis del coronavirus puede afectar de diferente manera cada uno de esos sistemas. Tanto los fenómenos como las personas participan de forma selectiva de cada sistema social (a todos nos afectan de diversas maneras las medidas económicas que se tomen –rescate de empresas para salvar el empleo, exoneraciones impositivas, inyección monetaria para el consumo–, las medidas sanitarias –diversas fases de confinamiento–, lo que se resuelva en términos del sistema educativo –turnos de asistencia para algunos niveles de educación–, entre otros).
La crisis del coronavirus es una problemática sanitaria global. La particularidad de esta pandemia es la velocidad con la que ha sido transportada y la manera en la que puede afectar organismos humanos en cualquier lugar del mundo. La pandemia, como fenómeno global, nos ha igualado de alguna manera. Las autoridades de diversos países tomarán decisiones que probablemente no sean exactamente las mismas, pero se compararán entre sí; las peronas reaccionarán de manera diferente a las decisiones de sus dirigentes; los laboratorios tendrán diversas capacidades de generar investigaciones para confrontar al virus. Repentinamente, en todo el mundo se comenzó a hablar de la “curva” de contagios, de la dinámica de la infección a nivel social; se ha lanzado la competencia por obtener la vacuna; se debate acerca de su precio y del proceso viral al que debería afectar; se debate si la vacuna será mejor con vectores replicativos o no; del ADN, del ARN o del virus inactivado; si se siguen leyes del mercado y se respeta cuál marco jurídico; si los Estados nacionales deben intervenir; el rol de la OMS; etcétera. De golpe, nos vemos envueltos en debates en torno a las decisiones acerca de la provisión de respiradores, camas, terapias, y el procesamiento de una enfermedad de la que nadie pareciera estar libre a priori.
La pandemia pareciera remarcar un costado igualitario y horizontal de nuestra sociedad mundial llena de desigualdades y jerarquías. Además, expone la importancia de un sistema con el que se suele ser negligente, el sistema sanitario. Es allí que la co-evolución se hace más explícita, en el acoplamiento de los sistemas diferenciados. La marcha de la economía, la vuelta a las instituciones educativas, la práctica deportiva, las industrias, las definiciones sobre el transporte público, las libertas de tránsito, todo debe ser acoplado con medidas de seguridad sanitaria como si fuera un factor igualador y reivindicativo de la diferenciación social. Iguala porque los organismos que se infectan, las personas que se enferman, participan de los otros sistemas. Si todas las personas fueran afectadas seriamente, los otros sistemas correrían riesgo de cesar su reproducción. El mecanismo social para frenar el virus es el aislamiento, y así darle respiro a los sistemas sanitarios para poder salvar a la mayor cantidad de personas. La imbricación de los sistemas sociales se vuelve inevitable, debido a que la co-evolución es mediada por la participación de las personas.
Esto afecta a los actores del sistema político, ya que tienen la particularidad de tomar decisiones vinculantes para que los conflictos no desgarren el orden social. De esa manera, marca normativas generales, y depende, al mismo tiempo, de la imagen expuesta a una alta volatilidad. Los plazos parecieran desdibujarse con una población encerrada. Las decisiones se toman teniendo en cuenta las opiniones de los especialistas en cada sistema, cuyos intereses suelen entrar en contradicción. Los inmunólogos, epidemiólogos y virólogos dan pautas relativas sobre la enfermedad; los economistas llaman la atención sobre la crisis económica global; los juristas hablan de las libertades de los ciudadanos, y así sucesivamente. Ahora bien, nadie puede contar con respaldo de la experiencia, sino más bien con la comparación con autoridades de otros lugares, obligados a llevar a cabo operaciones similares.
La aceleración del riesgo que vuelve necesaria una decisión urgente puede diluir las capacidades y potencialidades de las instituciones deliberativas, que son vitales para las democracias representativas. Las figuras del Ejecutivo –a diversas escalas– se refuerzan, pero esa misma visibilidad los coloca en el ojo de la tormenta si las cosas no salen como eran esperadas. La decisión parece más necesaria que la deliberación, por la aceleración que provoca la crisis misma del coronavirus: el enemigo invisible parece avanzar sin dar descanso. Hasta llegó a surgir una gramática de la guerra silenciosa en los discursos, como metáfora del alto riesgo.
Respecto de los acoplamientos de los sistemas sociales que co-evolucionan irritándose unos a otros, el sistema científico también es interpelado por la crisis del coronavirus, por la necesidad de descubrimientos que favorezcan la prolongación de la vida humana frente a la enfermedad. De golpe, muchísimos fondos son destinados no solo a ciencias duras para encontrar formas de erradicación de la enfermedad, sino también a ciencias sociales para reflexionar acerca de los impactos de la enfermedad y las medidas tomadas en la sociedad. La política se ve llevada a decidir nuevamente acerca de la participación de los Estados en la ciencia, mediante presupuestos, contratos de investigación y financiamiento.
Respecto de los medios masivos de comunicación, lo noticiable fue monopolizado por este tema, con información sobre las pautas y conductas más o menos exitosas en otros lugares. El confinamiento dio una potencia particular a la ventana digital que puede mostrarnos experiencias diversas en torno a la pandemia, a través de una noticia global, con un enemigo invisible universalizable. En cada dispositivo móvil podemos recibir imágenes sobre la enfermedad o sus consecuencias desde cualquier lado y en todo momento (ciudades abarrotadas de camas de terapia intensiva, cadáveres, entre otros ejemplos). El sistema educativo comezó a volcarse hacia el espacio familiar, y resideñó las estructuras de vida del sistema de las relaciones íntimas y filiales. La articulación con los sistemas de salud a través de los protocolos permitirán la vuelta a la presencialidad de los cursos o no (infraestructura de las instituciones, transporte público, etcétera).
Respecto de actividades con público, el sistema del deporte resultó inmovilizado un tiempo. Poco a poco se protocolizan y retoman actividades, ajustándose al tutelaje sanitario y quitándole la fuerte impronta marcada por los designios de la economía. El deporte tiene un vínculo muy fuerte con el organismo y esto genera una mirada especial. Las instituciones deportivas necesitan de cuidados especiales respecto de la presencialidad, más que los que se requieren en la ciencia, el trabajo virtual o los massmedia, por ejemplo. La cobertura global de actividades deportivas sirve para aflojar tensiones, pero la situación problemática se acentúa cuando se piensa en quienes trabajan del deporte. Nuevamente, del acoplamiento múltiple de sistemas se tomarán decisiones para hacer frente a esta situación. En el arte, hubo una modificación de la idea de la performance en vivo, así como de la presencialidad en los museos o cines. La alternativa ha sido la de llevar a cabo estas actividades de manera digital, y accesibles globalmente. La ventaja es que estas actividades adquieren noticiabilidad desde y hasta lugares que nunca hubieran podido ser globalizables en el mundo pre-pandemia.
La crisis del coronavirus vino a acelerar la hipótesis de la alta complejidad y de la contingencia, así como la imposibilidad de erradicar el riesgo y la incertidumbre. Nos pone atentos a los planteos que afirman poder controlarlo todo. También nos lleva a reconocer la irritación permanente y dinámica entre los diversos sistemas sociales funcionalmente diferenciados. El marco teórico que se prefiere antinormativo no es de lo más novedoso, pero es probable que nos toque darle otro tipo de atención, precipitados por la pandemia misma.

Bibliografía

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