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Temas y Debates

versión On-line ISSN 1853-984X

Temas debates (En línea)  no.41 Rosario jun. 2021

 

ARTÍCULOS

Cinco presidentes: ¿una sola crisis? Articulaciones tópicas y ethos en los discursos presidenciales de fines de 2001 en Argentina

Five Presidents: A Single Crisis? Topic Articulations and Ethos in Presidential Speeches of Late 2001 in Argentina

 

Mariana Cané

Mariana Cané es becaria postdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín y Universidad de Buenos Aires, Argentina. E-mail: cane.mariana@gmail.com


resumen

El objetivo de este trabajo es recomponer los principales diagnósticos en torno a la crisis delineados en las alocuciones presidenciales de quienes estuvieron al frente del Poder Ejecutivo argentino a fines del 2001, esto es, los dirigentes políticos Fernando De la Rúa, Ramón Puerta, Adolfo Rodríguez Saá, Eduardo Camaño y Eduardo Duhalde. La pregunta que guía la indagación es la siguiente: ¿qué rol jugaron esos diagnósticos y las imágenes de sí proyectadas en sus discursos en las disímiles permanencias en el cargo de cada uno de estos referentes políticos y, particularmente, en los casos de Rodríguez Saá y Duhalde? Para ello, se rastrean en el corpus los principales topoï argumentativos que sustentaron aquellos modos de construir la crisis y los ethos proyectados por cada locutor en su discurso. Nuestra hipótesis de trabajo es que el modo en que Rodríguez Saá y Duhalde diagnosticaron la crisis y construyeron –en sus primeros días de gobierno– su liderazgo contribuyó a delinear sus diferentes performances. En el caso de Rodríguez Saá, favoreció que sus pares le quitaran su apoyo y le valió la salida de la presidencia a una semana de haber asumido. En el de Duhalde, le permitió tejer alianzas con sus pares y construir cierto grado de confianza en la ciudadanía, de modo tal de poder subsanar, al menos en parte, la débil legitimidad de origen de su gestión.

palabras clave: Crisis de 2001; Discursos políticos; Ethos; Topoï

summary

This paper aims to recompose the main diagnoses on the crisis in presidential speeches drawn by those political actors who were in front of the Argentine Executive in late 2001 –Fernando De la Rúa, Ramón Puerta, Adolfo Rodríguez Saá, Eduardo Camaño y Eduardo Duhalde–, in order to answer: what role did those different diagnoses and ways of constructing a discursive image of themselves play in the dissimilar permanencies of those rulers in front of the Executive? For it, we track in the proposed corpus the main argumentative topoï –that supported those ways of constructing the crisis– and the discursive ethé projected for each speaker. Our working hypothesis is that the way in which Rodríguez Saá y Duhalde diagnosed the crisis and projected –during their first days in office– their leadership as presidents contributed to their dissimilar performances. In the case of Rodríguez Saá, that helped their peers to take away their endorsement and to entail his way out of presidency just a week after having taken office; in the case of Duhalde, that permitted him to forge alliances with his peers and to build trust on citizenry, so as to be able to correct, at least in part, the weak legitimacy of origin of his government.

keywords: Argentine crisis of 2001; Political discourses; Ethos; Topoï


Introducción

Los días 19 y 20 de diciembre de 2001 constituyeron un punto de eclosión de la protesta social (Pérez y Pereyra, 2002) que marcó el inicio de una seguidilla de cuatro mandatarios al frente del Poder Ejecutivo Nacional. Luego de la renuncia del presidente Fernando de la Rúa (Alianza-Unión Cívica Radical), en una Argentina sumida en una de las peores crisis políticas, económicas y sociales de su historia, y acorde con los lineamientos establecidos por la Ley de Acefalía (N° 20.972), el presidente provisional del Senado1 Ramón Puerta (Partido Justicialista/PJ) se hizo cargo de la primera magistratura en forma interina, hasta que la Asamblea Legislativa eligiera a su sucesor. El 23 de diciembre dicho organismo –que reunía a todos los miembros de ambas cámaras– designó como Jefe de Estado al gobernador de San Luis, Adolfo Rodríguez Saá (PJ), por un lapso que no podía superar los noventa días. Sin embargo, el dirigente puntano renunció apenas una semana después de asumir, cuando sus pares políticos y la ciudadanía le quitaron su respaldo. El segundo interinato estuvo a cargo del bonaerense Eduardo Camaño, quien también pertenecía al bloque legislativo del PJ y ocupaba la presidencia provisional de la Cámara Baja. Cuando la Asamblea se reunió nuevamente, a inicios de 2002, ungió como presidente a Eduardo Duhalde. Al igual que su antecesor, el dirigente bonaerense tampoco finalizó el mandato como estaba estipulado, pero, sin embargo, retuvo el cargo por un lapso de casi un año y medio, y logró entregar el mando al primer presidente electo por el voto popular desde la renuncia de De la Rúa, el santacruceño Néstor Kirchner, en mayo de 2003.
Este trabajo propone un ejercicio comparativo de los discursos de los cinco presidentes que tuvo la Argentina entre fines de 2001 y principios de 2002, Fernando De la Rúa, Ramón Puerta, Adolfo Rodríguez Saá, Eduardo Camaño y Eduardo Duhalde. No obstante, para llevar a cabo esta tarea es preciso considerar previamente tres aspectos clave del período que deben ser tenidos en cuenta para que la comparación sea válida. En primer lugar, de los dirigentes referidos, solo De la Rúa fue electo por voto popular, lo que implica que contó con una legitimidad de origen de la cual los otros presidentes carecieron. En segundo lugar, Puerta y Camaño ocuparon el cargo interinamente y, como fueron –respectivamente– senador y diputado “en ejercicio del Poder Ejecutivo”, no prestaron juramento como presidentes, a diferencia de Rodríguez Saá y Duhalde, quienes accedieron por el voto de la Asamblea. Ello supondrá que los discursos de estos dos dirigentes tendrán un mayor peso en nuestro corpus y, por ello, también en la exposición de los resultados de esta investigación. Finalmente, si bien Duhalde parece haber tenido una mejor perfomance –en tanto pudo retener el cargo durante un tiempo bastante más prolongado que Rodríguez Saá–, su mandato también finalizó antes de lo estipulado y, en julio 2002, las elecciones programadas para septiembre de 2003 se adelantaron a abril de ese año. En resumen, y dado que los gobiernos de Rodríguez Saá y Duhalde adolecieron de una débil legitimidad de origen (porque no habían surgido del voto de la ciudadanía), cabe pensar que sus disímiles desempeños estuvieron íntimamente asociados a la capacidad de cada uno de construir cierta legitimidad de ejercicio de la primera magistratura, en especial durante sus primeros días en el cargo. Por ello, entendemos que sus diagnósticos de la crisis y la imagen de sí que proyectaron en sus discursos son dos dimensiones cuyo análisis permitirá echar luz sobre algunos de los motivos por los que Rodríguez Saá renunció tan solo siete días después de asumir, mientras que Duhalde logró retener la primera magistratura por un casi un año y medio, aun cuando ambos compartían su condición de presidentes provisionales.
Para llevar a cabo esta indagación, propondremos un abordaje bidimensional, con el objetivo de analizar los discursos presidenciales tanto en sus aspectos tópico-argumentativos como ethicos.2 Se procurará, por un lado, recomponer las principales articulaciones de argumentos en torno a la crisis y, por el otro, desentrañar los modos en que los locutores referidos construyeron cierta imagen de sí en esos discursos públicos. Respecto del primer elemento, el análisis comparativo de las alocuciones presidenciales de estos cinco dirigentes permite constatar el desplazamiento desde la clave de lectura fiscalista de la crisis –que había sido el núcleo de las políticas públicas decididas durante el Gobierno de la Alianza– hacia la mercadointernista. Esta articulación de argumentos resaltaba el rol del consumo interno y de la producción nacional para la superación de la crisis, a la vez que reafirmaba –en una refutación del marco argumentativo del inevitabilismo fiscalista (Cané, 2018)– la existencia de caminos alternativos de política pública e, incluso, la posibilidad de abandonar la convertibilidad.3 El análisis de la dimensión tópica revela aquel desplazamiento como un aspecto común a los discursos del corpus estudiado y, por ello, indagaremos también en la dimensión del ethos discursivo en búsqueda de diferencias. Nos interesa, entonces, investigar también el rol que el modo en que estos dirigentes políticos proyectaron cierta imagen discursiva de sí jugó en la construcción de sus liderazgos, tanto con respecto a la ciudadanía como en relación con sus pares.
En el siguiente apartado, presentaremos el corpus estudiado y detallaremos los principales lineamientos metodológicos sobre los que se sustenta este trabajo. Las secciones posteriores estarán dedicadas a la exposición del análisis de los discursos presidenciales, a partir de un criterio cronológico. Se abordarán, en primer lugar, las alocuciones de Fernando De la Rúa correspondientes a la última etapa de su Gobierno, pero no sin antes recalcar que las principales características allí observadas –fiscalismo, temporalidad inevitabilista– fueron una constante a lo largo de toda su gestión. En segunda instancia, se analizarán de manera conjunta los discursos de Puerta y Rodríguez Saá, mientras que el apartado siguiente se dedicará a los de Camaño y Duhalde. Este ordenamiento cronológico responde, principalmente, a la ausencia de trabajos que consideren el período completo abarcado por las cinco presidencias y gestiones al frente del Ejecutivo.4 Entendemos que, para dar cuenta de los desempeños de cada uno de los referentes analizados, de la brevedad de la presidencia de Rodríguez Saá y del relativo éxito de Duhalde –que, al menos en sus primeros días de gobierno le valió la permanencia posterior en el cargo–, es preciso llevar a cabo un ejercicio comparativo que no puede darse si no es mediante la consideración de un período que abarque las cinco presidencias en forma integral. Por su parte, el criterio de reunión en pares responde a la relevancia que tuvo en la definición de la disputa política por la sucesión el clivaje basado en la distinción entre provincias “chicas” y provincias “grandes” (Puerta y Rodríguez Saá pertenecían el denominado Frente Federal Solidario, que reunía a las primeras, mientras que Camaño y Duhalde eran dirigentes del peronismo de la provincia de Buenos Aires que, junto a Santa Fe y Córdoba, suelen ser clasificadas dentro de la segunda categoría).

Metodología y corpus

En este trabajo, “la crisis” es estudiada como objeto de (los) discurso(s) (Foucault, 2007; Sitri, 1996; Arnoux, 2013), es decir, como aquello sobre lo que “se dice algo” en una formación discursiva dada, puesto que “no se puede hablar en cualquier época de cualquier cosa; [y que] no es fácil decir algo nuevo” (Foucault, 2007: 63). Interesa desentrañar no solo los juegos de reglas de su construcción –“las relaciones de semejanza, de vecindad, de alejamiento, de diferencia, de transformación” (Foucault, 2007: 63) respecto de otros objetos– sino también aquello que es excluido en ese mismo proceso.5
Esas reglas de construcción del sentido son estudiadas aquí desde una perspectiva argumentativa, a partir de la identificación y sistematización de los topoï (Anscombre y Ducrot, 1994) que soportaron al objeto discursivo “la crisis”. Estos topoï funcionan como los operadores que garantizan el pasaje de un argumento a una conclusión, y conforman encadenamientos argumentativos que ponen en relación dos predicados escalares (Ducrot, 1988). Así, como suelen no aparecer aislados, sino formando parte de una articulación que integra a más de uno, denominaremos articulación tópico-argumentativa (articulación tópica o, simplemente, tópica) a aquellos conjuntos de topoï, cadenas argumentativas (que reúnen a su vez, varios topoï) y presupuestos (que aquí vincularemos, en particular, con la construcción de una cierta temporalidad) presentes en los discursos. En investigaciones previas sobre el período, se han identificado tres articulaciones tópicas –la fiscalista, la asistencialista y la mercadointernista (Cané, 2018)– que aquí servirán como insumo para comprender los diagnósticos con respecto a la crisis configurados en y por discursos presidenciales de fines de 2001 y principios de 2002.
Se rastrean también los ethos (Amossy, 2000), es decir, las imágenes de sí a las que cada uno de los locutores dio forma en su discurso. Aquellas modalidades de habla que le confieren ciertos rasgos (Amossy, 2000: 4) y recubren al locutor con cierto carácter –un “haz de rasgos psicológicos”– y cierta corporalidad –una cierta “complexión física”– (Maingueneau, 2002) permiten definir qué imagen proyectaron y, con ello, qué tipo de liderazgo construyeron en sus alocuciones como presidentes, especialmente, De la Rúa, Rodríguez Saá y Duhalde.
Este abordaje ethico a la vez que tópico-argumentativo parte de una serie de consideraciones teóricas y epistemológicas que deben tenerse en cuenta al momento de analizar un discurso determinado. Por un lado, se entiende que la argumentatividad es parte de todo discurso (Amossy, 2018), de modo tal que la proyección de ciertas formas de ver, pensar e interpretar el mundo no es privativa de aquellas enunciaciones que buscan expresamente persuadir a su alocutario, sino una característica de cualquier proceso de construcción de sentido en una situación socio-discursiva dada.6 Asimismo, se considera que la presentación de sí del locutor en su enunciación no es el puro resultado de su intención, ni de una decisión llevada a cabo libremente. Por el contrario, esta imagen de sí es proyectada en marcos sociales e institucionales que constriñen –a la vez que posibilitan– la producción de sentidos que es, como resultado, siempre dialógica e interdiscursiva. Este análisis no pretende (ni tampoco podría) identificar la intención (más o menos oculta) detrás de la imagen proyectada, como si fuera resultado de una acción plenamente consciente y, por tanto, respondiera a la voluntad expresa de orientar a un otro en un cierto sentido. Así, la proyección de una cierta imagen debe ser considerada más en sus efectos que en las motivaciones que pudieron estar en su origen, y es por ello que los modos en que los otros la interpretan y le dan sentido son cruciales al momento del estudio de los ethos.
Finalmente, el corpus analizado se compone de las alocuciones presidenciales de Fernando De la Rúa, Ramón Puerta, Adolfo Rodríguez Saá, Eduardo Camaño y Eduardo Duhalde, correspondientes al período comprendido entre el 1° de noviembre de 2001 y el 6 de enero de 2002. Para el caso de De la Rúa, nos centramos en los anuncios del plan económico de noviembre de 2001 y del “corralito” financiero. En cuanto a Rodríguez Saá y Duhalde, prestamos especial atención a sus juramentos como presidentes (y, para el primero, también a su discurso ante la Confederación General del Trabajo, el 26/12/01). Finalmente, teniendo en cuenta que tanto Puerta como Camaño ocuparon la presidencia interinamente durante períodos muy reducidos –de, aproximadamente, 48 horas–, y que ninguno fue ungido en una ceremonia que contase con discurso oficial de investidura, accedimos a fragmentos de sus principales declaraciones7 a partir del relevamiento de los periódicos del periíodo como fuentes complementarias.

De la Rúa: fiscalismo e inevitabilidad

A fines de 2001, la Argentina atravesaba una delicada situación: por un lado, en el nivel económico, continuaba la caída de las reservas, la salida de depósitos del sistema bancario y la fuga de divisas, al tiempo que aumentaba el riesgo país (Zícari, 2014) y los acreedores habían llevado las tasas a niveles que imposibilitaban la toma de más créditos (Rapoport, 2005); por el otro, en el nivel sociopolítico, el sistema político-partidario sufría los coletazos de las elecciones legislativas de octubre y del “voto bronca”, que era interpretado por sus actores como una manifestación palmaria del rechazo de “la gente” respecto de “los políticos”. En este contexto, el 1° de noviembre de 2001, el presidente Fernando De la Rúa anunció un nuevo plan económico.
(1) Tenemos que resolver conjuntamente la crisis social, la crisis fiscal, la crisis financiera y la crisis de la recesión, dotando al Estado de la fuerza y la estructura que necesita para ello – Cadena nacional, 01/11/2001 (La Nación, 01/11/2001).
La enumeración parecía otorgar primacía a la dimensión “social” de la crisis por sobre la fiscal: primero, “las medidas sociales” necesarias para redefinir “el rol del Estado como protector de los más débiles”; y luego, “las medidas fiscales”, que implicaban el sostenimiento del “déficit cero”8 (e.g. “baja[r] el gasto superfluo del Estado”) en un contexto de mantenimiento “a rajatabla del 1 a 1”. Sin embargo, lo que aparecía como un viraje discursivo en relación con el diagnóstico previo del propio Gobierno (en el que las cuestiones fiscales, de las cuentas públicas, ocupaban un lugar privilegiado), no era más que una reafirmación del marco argumentativo fiscalista. La articulación entre las dimensiones “social” y “fiscal” se sostenía sobre dos topoï,el del gasto (2) y el de la paliación social (3), característicos de dicho principio de lectura de la crisis.
(2) Hoy bajar el gasto del Estado es hacer política social, porque significa liberar recursos para repartir entre los que más lo necesitan – Cadena nacional, 01/11/2001 (La Nación, 01/11/2001).
[–gasto +equidad]9
(3) El plan contempla una serie de medidas fiscales y de reformas estructurales que les estoy proponiendo que las asumamos todos los dirigentes con sensibilidad social (…). Si el Estado está haciendo y va a hacer todo esto, yo necesito ahora pedirle su contribución. Necesito que usted, que cada una de las familias que me escuchan tengan confianza en sus esfuerzos y en el esfuerzo común de todos – Cadena nacional, 01/11/2001 (La Nación, 01/11/2001).

[+esfuerzo +sensibilidad social]

Ambos elementos se compatibilizaban bajo un mismo diagnóstico: el problema fiscal debía conjurarse por la vía de la reducción del gasto público (“el gasto”), cuyas consecuencias negativas (reconocidas implícitamente en la idea de “esfuerzo”10) podían ser paliadas con medidas sociales. Para comprender el alcance de esta formulación, debemos analizar un tercer aspecto: la construcción temporal de “la crisis”.
(4) Al que le proponga apartarse del déficit cero pregúntele también dónde consigue la plata y verá que es un engaño (…). La Argentina no tiene otra elección. En esto no puede cambiar el camino emprendido. La única política fiscal posible es la de repartir equitativamente lo que producimos y recaudado por nosotros mismos – Cadena nacional, 01/11/2001 (La Nación, 01/11/2001).
La necesidad de practicar y promover cierta “sensibilidad social” se explicaba a partir de la inevitabilidad casi fatalista (“La Argentina no tiene otra elección”) de las medidas decididas en una coyuntura excepcional (“Es la República Argentina la que está en juego”). De este modo, las consecuencias social y económicamente nocivas –i.e. reducción de los salarios– podían ser paliadas, pero no evitadas, en tanto ello hubiese implicado concebir la posibilidad de una alternativa.11
Estos topoï del gasto y de la paliación social eran –respectivamente– los núcleos argumentativos de las articulaciones tópicas fiscalista y asistencialista que funcionaron como los marcos argumentativos complementarios sobre los que se sostuvieron los caminos de política pública decididos desde el inicio y durante todo el Gobierno de la Alianza. Dicha complementariedad se fundó en el dispositivo temporal inevitabilista que compartían, el cual, al reunir excepcionalidad de la coyuntura e inevitabilidad de las medidas, obturaba en términos discursivos la posibilidad del debate sobre posibles políticas públicas alternativas. De ese modo, los otros políticos eran doblemente expulsados del espacio comunitario: con ellos no era posible el debate porque mentían12, y porque todo lo que pudieran proponer ya era considerado imposible de antemano, dado que el camino –producto, en realidad, de una decisión– “era el único posible”.13
Hemos propuesto, entonces, pensar este modo de construcción del adversario y del espacio comunitario como un elemento político anti-política: político porque, al delinear un otro/adversario, mantenía su politicidad, y anti-política porque, al construir una temporalidad basada en la inevitabilidad del camino decidido, atentaba contra la capacidad de “la política” de erigirse como el conjunto legítimo de actores, instituciones y prácticas en el que se disputa y define lo común de la comunidad. En este sentido, si se concibe el tiempo común como estructurado en torno a un único camino fatalmente ineludible –es decir, un único curso de acción posible–, ni nosotros ni ellos14 –quienes forman parte de “la política” como la definimos líneas atrás– parecen poder hacer nada por el devenir de la comunidad, más que entregarse al desarrollo teleológico inevitable de lo que ya está dado de antemano. De este modo, tanto el debate público plural como la capacidad de agencia de los actores políticos parecen perder su razón de ser y, por tanto, se diluye también la posibilidad de imputación de responsabilidad en relación con las consecuencias de una decisión política tomada en una cierta coyuntura.
(5) Seamos patriotas para defender nuestro presente y nuestro futuro. No hay una sola persona que esté en condiciones de proponer una alternativa, porque no la hay. La única, es oponerse y criticar, oponerse y criticar. Eso no ayuda a nadie. (…) Dejemos de lado las agresiones entre nosotros mismos, seamos solidarios y responsables con el destino de la patria – Cadena nacional, 01/11/2001 (La Nación, 01/11/2001).
Sin embargo, la temporalidad inevitabilista y la apelación a metacolectivos singulares (Verón, 1987) –“la patria”, “la República Argentina”– no lograron construir un consenso que avalase el nuevo plan del Gobierno de la Alianza. A principios de diciembre, con un Índice de Riesgo País que superaba los 3000 puntos y una fuga de depósitos que revelaba la evaporación de la confianza en el sistema bancario (Zícari, 2014), el presidente De la Rúa y el ministro de Economía Domingo Cavallo decidieron prohibir los retiros de depósitos bancarios, medida que adoptó rápidamente el nombre de “corralito”.15 Este sería el último intento del Gobierno por sostener la convertibilidad, en un contexto de extrema debilidad de la alianza gobernante16 y, a la vez, de creciente movilización de diversos sectores de la sociedad.
Tras el anuncio del 2 de diciembre, Cavallo y De la Rúa dedicaron todos sus esfuerzos a convencer al país de que las medidas tenían como objetivo “proteger los ahorros de los argentinos” (La Nación, 02/12/01) y evitar la devaluación del peso frente a los ataques de “la especulación” (De la Rúa, 03/12/01, citado en Dellatorre, 2001) y “los fondos buitres”, definidos como “los enemigos de la Argentina” (La Nación, 02/12/2001). Esta construcción de un adversario externo al espacio comunitario tampoco bastó para cimentar un consenso potente y, así, evitar la fuga de dólares del sistema. Resultaba claro que la convertibilidad estaba encontrando su fin, por lo que la opción entre la dolarización y la devaluación pasó a ocupar el centro de la agenda pública (Castellani y Szkolnik, 2005). En este contexto, las provincias intentaron resolver la falta de circulante con la emisión de bonos –Lecops, Patacones–, mientras que los ciudadanos y ciudadanas recurrían a las redes de trueque para proveerse de productos de todo tipo.
Los “cacerolazos” y “apagones” del 12 de diciembre, el paro general de ambas Confederaciones Generales del Trabajo el 13 y los “saqueos” a supermercados a partir del día 15 evidenciaron la masividad de la protesta social (Pérez y Pereyra, 2002), así como la dificultad de los principales actores del Gobierno para procesarla. El diálogo social, convocado en búsqueda de apoyos políticos, pero en un contexto de estricto sostenimiento del plan económico, político y social propuesto a fines de noviembre, no cosechó adhesiones, y la respuesta a la implementación del Estado de sitio el día 19 –traducida en más “cacerolazos”, “piquetes” y una ciudadanía activamente movilizada en los principales centros urbanos del país– hizo patente la pérdida de autoridad del presidente y su Gobierno. Finalmente, tras la renuncia de Cavallo, la profundización del ciclo de protestas, la represión de las fuerzas de seguridad y un saldo de al menos 32 muertos17, el 20 de diciembre Fernando De la Rúa renunció a su cargo.
En resumen, los discursos de la última etapa del presidente aliancista en el poder se estructuraron en torno a los núcleos centrales de las articulaciones tópicas fiscalista y asistencialista (topoï del gasto y de la paliación social, dispositivo temporal inevitabilista). Asimismo, de la mano de esta clave de lectura de la crisis, en ellos se proyectó un ethos que denominaremos técnico-administrativo (o del tecnócrata). La evocación de los marcos argumentativos de aquellas tópicas fue concomitante con la construcción de una imagen de sí asociada a la figura de un administrador: su función no era tomar decisiones políticas en un tiempo/espacio contingente18, sino aplicar procedimientos prefijados a una realidad ya dada, a partir de criterios técnicos y, sobre todo, ineludibles en un contexto en el que parecía que “las cosas decid[ían] en lugar de los hombres” (Milner, 2007).19 La identificación de este ethos permite dar cuenta –además– de ese perfil inactivo que se le adjudicaba al presidente radical-aliancista y, sobre todo, permite dejar atrás el más que desafortunado calificativo de “autista”20 con el que diversos dirigentes políticos y periodistas lo definieron públicamente. Como señala Amossy (2018), el ethos discursivo no se plasma en aquello que el locutor dice sobre sí mismo, sino –más bien– en la forma en la que se enuncian los contenidos, y es en este sentido que nos interesa llamar la atención sobre la recurrente presentación de las políticas decididas en clave de “único camino posible”. La construcción discursiva de la inevitabilidad, a nivel del ethos proyectado por De la Rúa, se encarnaba en la figura de un presidente-administrador que se limitaba a constatar la existencia de la crisis y a poner en práctica medidas para paliar sus consecuencias, pero cuyo origen parecía encontrarse en otro lugar, de algún modo, muy lejos de su investidura y su autoridad presidenciales. Detrás de la forma en la que De la Rúa construyó su liderazgo subyacía una concepción particular de la política como instancia carente de capacidad y legitimidad para construir nuevas condiciones de posibilidad y renovados horizontes para los asuntos públicos.

Puerta, la transición. Rodríguez Saá, un huracán en la tormenta

Luego de que la renuncia de De la Rúa descomprimiera –al menos en el corto plazo– la tensión social, se sucedieron al frente del Ejecutivo dos referentes de la liga de gobernadores conocida como Frente Federal Solidario21, conformada por las provincias denominadas “chicas”: Ramón Puerta (Misiones) y Adolfo Rodríguez Saá (San Luis). El primero asumió el 21 de diciembre como presidente de la Honorable Cámara de Senadores de la Nación en ejercicio del Poder Ejecutivo y, durante las 48 horas en las que detentó el cargo, se mostró diligente: “Este no es el gobierno del consenso sino el de resolver problemas” (La Nación,22/12/01). Tomó juramento a diversos ministros, solicitó a algunos de los salientes que permanecieran en sus cargos22, restableció el Estado de sitio –anulado por De la Rúa al renunciar– en las provincias de Buenos Aires, Entre Ríos y San Juan, y fijó para su gestión una serie de objetivos de corto plazo:
(6) El primer objetivo del justicialismo es pagar el salario, que la gente zafe del corralito para cobrar sus sueldos, y de inmediato atender la cuestión alimenticia – declaraciones de Puerta, 21/12/01 (La Nación, 21/12/2001).
(7) Sólo me preocupa la paz de los argentinos, recuperar su estado de ánimo y garantizar cuestiones vinculadas a la institucionalidad (…). En estos momentos es acuciante resolver la cuestión del empleo y la puesta en marcha del aparato productivo para sacar el país adelante – declaraciones de Puerta, 21/12/01 (La Nación, (22/12/2001).
Las prioridades ya no eran la cuestión fiscal y el control “del gasto”, sino el “los sueldos” y la cuestión alimentaria.23 De este modo, los discursos de Puerta consolidaron –desde la cúspide del Poder Ejecutivo– el desplazamiento hacia los argumentos de la tópica mercadointernista que venía produciéndose con marcada notoriedad desde hacía al menos cuatro meses en el campo discursivo de lo político, y que sería clave para comprender el rumbo político de los años siguientes. Al subrayar la necesidad de inyectar circulante –pago y acceso a los salarios, que “la gente zaf[ara] del corralito”– y de motorizar la producción nacional, se retomaba el topos del consumo –[+salarios –desempleo]– sustentado en la siguiente cadena argumentativa:
[+salarios +consumo interno] [+consumo interno +reactivación del mercado interno]
[+reactivación del mercado interno – desempleo]
Este enlace de argumentos no era novedoso, ya que formaba parte de la clave de lectura de la crisis que la oposición al Gobierno de la Alianza venía forjando desde mediados del año 2000 y que había sido crucial en la disputa política en las elecciones de octubre de 2001. Desde esta perspectiva, la crisis –y su principal efecto, el alto desempleo– debía ser encarada no por la vía fiscalista de la reducción del déficit y “el gasto” (i.e. público), sino por medio de la reactivación del consumo y el mercado internos. Así, el aumento de los salarios sería el primer paso para movilizar la economía y dejar atrás la crisis. Identificamos este eje temporal en el discurso de Puerta, quien, al cuestionar la temporalidad fiscalista (ver nota 11), privilegiaba la disponibilidad de los sueldos y “la cuestión alimenticia”24 y dejaba “la cuestión económica”, “el gasto” y “las cuentas públicas” –que hasta ese momento se habían definido como el único camino posible para conjurar la crisis– en un lugar secundario.
El discurso de Puerta constituyó una clara ruptura con la clave de lectura de la crisis que hasta ese momento había sido el fundamento de las políticas públicas y dejaba, además, en evidencia que lo hacía desde una posición de enunciación doblemente constituida: como presidente y como miembro del Partido Justicialista (“El primer objetivo del justicialismo es pagar el salario”). A pesar de la fragmentación, el Frente Federal Solidario parecía haber consolidado su posición hacia el interior del peronismo porque, luego de Puerta, llevó a Adolfo Rodríguez Saá a la presidencia. Según lo dictaminado por la Asamblea Legislativa, el puntano ocuparía el cargo por un máximo de noventa días, momento en que asumiría quien resultase electo en los comicios del 3 de marzo de 2002. Sin embargo, no alcanzó a completar el mandato, y creemos que es posible hallar algunas claves explicativas de ese desenlace en ciertos aspectos de su diagnóstico de la crisis y del ethos proyectado en sus discursos. Estos factores contribuyeron a que perdiera rápidamente legitimidad entre sus pares del sistema político y de su partido y también en la ciudadanía.
Rodríguez Saá renunció a la gobernación de la provincia de San Luis luego de acceder a la primera magistratura y, dado que dicha dimisión era irreversible, fue interpretada como un reflejo de sus intenciones de permanecer en el cargo más allá del período convenido. Otra lectura entendía que el puntano se había lanzado a la carrera por la obtención de la presidencia por medio de las elecciones de marzo. En cualquier caso, el resto de los presidenciables en danza –dentro del PJ, Ruckauf, De la Sota, Reutemann, Duhalde y Kirchner– vislumbró que su accionar manifestaba la incorporación de un nuevo contendiente a la disputa. El ahora exgobernador le imprimió a su gestión un perfil más proactivo del que se esperaba para un presidente provisorio por el lapso de tres meses. En su juramento, declaró el default de la deuda externa y anunció la creación de un millón de empleos, la instauración de un salario mínimo, un extenso plan alimentario, la disminución del salario de los funcionarios públicos, la fusión de varios ministerios25 y la promoción de la producción, en un contexto de sostenimiento de la convertibilidad y junto con –incluso– la creación de una tercera moneda (“el argentino”).
(8) Incentivaremos la producción y las nuevas inversiones. La producción, la competitividad y empleo dejarán de ser temas olvidados – Juramento de asunción de Rodríguez Saá, 23/12/2001 (citado en Di Meglio y Álvarez, 2013: 192).
(9) (…) iremos logrando que en poco tiempo podamos anunciar con alegría que hay un millón de familias que percibirán ese salario de emergencia que les permitirá comprar los alimentos básicos ganados con el sudor de su frente – Discurso de Rodríguez Saá ante la Confederación General del Trabajo (Rodríguez Saá, 26/12/01).
(10) (…) quieren hacernos creer que [el salario] es el motivo de la falta de competitividad de la Argentina. Cuando tengamos un salario digno, la Argentina va a tener más producción, la Argentina va a tener más oportunidades, la Argentina va a ser mucho más Argentina – (Rodríguez Saá, 26/12/01).
La tópica mercadointernista fue –aquí también– el eje de la clave de lectura sobre la crisis articulada por su Gobierno. Por un lado, el topos del consumo –[+salarios –desempleo]– reaparecía como el fundamento de varias de las medidas anunciadas (e.g. el salario mínimo y la tercera moneda). Por otro lado, Rodríguez Saá definió “lo social” como el principal problema a conjurar y a “la cuestión social” como la preocupación prioritaria de su Gobierno. Un análisis centrado únicamente en la dimensión lexical podría conducirnos a establecer similitudes imprecisas (i.e. De la Rúa y Rodríguez Saá compartían idénticos diagnósticos en torno a la crisis porque definieron “lo social” como el primer problema a resolver), mientras que un análisis argumentativo y atento a las articulaciones tópicas nos permite visualizar las discontinuidades. A diferencia de lo que observamos en el discurso del presidente aliancista –en el que se había instaurado una línea temporal que establecía primero un esfuerzo inevitable y medidas paliativas y en segundo lugar bregaba por el crecimiento y la reducción del desempleo–, aquí “lo social” se articulaba con una secuencia temporal novedosa por la centralidad otorgada a la cuestión de la deuda externa:
(11) [Hasta aquí] se ha priorizado el pago de la llamada deuda externa frente a la deuda que este país tiene con sus propios compatriotas (…). En primer lugar, anuncio que el Estado argentino suspenderá el pago de la deuda externa (…). Todos los dineros que estén previstos en el Presupuesto para pagar la deuda externa, mientras los pagos estén suspendidos, serán utilizados sin dudar y sin excepción, en los planes de creación de fuentes de trabajo progreso social – Juramento de asunción de Rodríguez Saá, 23/12/2001 (citado en Di Meglio y Álvarez, 2013: 191).
1°) pago deuda con nuestros compatriotas à 2°) pago deuda externa
“Lo social” ya no era aquí el resultado colateral de ciertas medidas definidas como un esfuerzo de realización inevitable –e.g. reducción salarial–, sino “la deuda” que el país tenía con sus habitantes y que no podía ser relegada ante la externa.26 La atención de “la deuda social” debía traducirse, sostuvo Rodríguez Saá, en un salario que, aunque fuera de emergencia, permitiera a cada ciudadano “comprar los alimentos básicos ganados con el sudor de su frente”. El objetivo del “salario digno” (Rodríguez Saá, 2001) aparecía enmarcado en las tres banderas de tradición peronista –“independencia económica, soberanía política y justicia social”–, de modo que la evocación a una memoria discursiva (Courtine, 1981) arraigada en esa tradición tomaba aquí la forma de una declaración de principios llamativamente similar al credo del catolicismo:
(12) Creo en la grandeza de nuestros próceres, creo en nuestra bandera histórica, creo en los mártires de la Argentina, creo en el 17 de octubre del pueblo que dio a Perón la oportunidad de dignificar a los argentinos, creo en la Resistencia peronista, creo en la lucha de las Madres de Plaza de Mayo, (…) creo en la justicia social – Juramento de asunción de Rodríguez Saá, 23/12/2001 (citado en Di Meglio y Álvarez, 2013: 192).
Esta “exposición pública de fe política” (Arnoux, 2004) no dejaba lugar a dudas: el suyo sería un gobierno peronista. Sin embargo, y en un contexto sociopolítico signado por el clivaje “la gente versus los políticos”, no fue esta inscripción –podríamos decir– tan ideológica lo que puso en jaque la continuidad de su presidencia sino que, como sostiene Arnoux (2004), la apelación a la memoria peronista contribuyó a convertirlo –aunque por poco tiempo– en una figura presidenciable.27 Nuestra hipótesis es que la imagen de sí que construyó Rodríguez Saá –con un estilo descripto por la prensa como “huracanado” (Curia y Pérez de Eulate, 2001) e “hiperactivo” (Yapur, 2001), y por diversos investigadores del período como “enérgico” (Arnoux, 2004) e “hiperkinético” (Zícari, 2012)– resultó contraproducente para sus objetivos y fue clave para sellar su salida de la presidencia.
(13) Estas pérdidas irreparables [la de los muertos del 19 y 20 de diciembre] son la bisagra que hará posible una nueva Argentina, con un nuevo estilo de gobernar; un gobierno para treinta y siete millones de argentinos que creyeron en cada uno de nosotros. Somos perfectamente conscientes de que hoy alumbra una nueva República, hoy comienza la transformación de nuestro querido país. A partir de hoy ya nada será igual. Gobierna desde hoy otra generación – Juramento de asunción de Rodríguez Saá, 23/12/2001 (citado en Di Meglio y Álvarez, 2013: 192).
El espíritu de novedad y ruptura con que invistió su gestión en ciernes, un juramento plagado de potentes anuncios y la vertiginosa agenda que armó para sus primeros días como presidente28 dieron forma a un ethos refundacional. Rodríguez Saá se definió como representante de “una nueva generación” que, asentada sobre la “bisagra” del 19 y 20 de diciembre, abriría una nueva etapa para el país y (re)fundaría una nueva Argentina, una nueva República. Este “nuevo estilo de gobernar” podría haberle permitido revelarse como el dirigente activo, repleto de propuestas y decidido a llevarlas a cabo que demandaba la hora, muy lejos del perfil del renunciado De la Rúa. Sin embargo, muy por el contrario, le cosechó recelos y sospechas entre sus pares partidarios (sobre todo en aquellos presidenciables29), que lo habían llevado a la primera magistratura por tres meses y veían en ese refundacionalismo un reflejo de sus intenciones de permanecer en el poder hasta fines de 2003.30
Si en cualquier coyuntura política las alianzas tejidas con referentes y fuerzas políticas son una herramienta fundamental para construcción de poder, al haber asumido –precisamente– por el voto de la Asamblea Legislativa, la confianza de los pares era un capital político de indudable peso. Al malestar sembrado entre los posibles candidatos de su partido y entre los referentes de otras fuerzas políticas que también se proyectaban hacia las elecciones de marzo, se sumaron dos episodios cuyo impacto se sintió más a nivel de la ciudadanía: el nombramiento de figuras controvertidas asociadas a causas de corrupción31 y el aval otorgado por la Corte Suprema de Justicia al “corralito”.32 Los ecos de la corrupción de la gestión menemista y la consagración de la ruptura de un vínculo estructurador de nuestras sociedades –esto es, la propiedad privada de los depósitos bancarios (Pérez, 2008)– por parte de la máxima autoridad judicial (también fuertemente vinculada al menemismo) desencadenaron un nuevo “cacerolazo” el día 28 de diciembre. A menos de diez días del 19 y 20, este reverdecer de la protesta social, aunque focalizado en la Ciudad de Buenos Aires, fue difícil de procesar por un Gobierno que, pese a su proactividad, no había logrado instalar un liderazgo fuerte y avalado por amplios sectores de la dirigencia política.33
El 30 de diciembre, Rodríguez Saá aguardó la llegada de los gobernadores justicialistas a la residencia presidencial de Chapadmalal para consolidar su apoyo, pero solo se hicieron presentes Edgardo Rovira (Misiones), Juan Carlos Romero (Salta), Ángel Maza (La Rioja), Gildo Insfrán (Formosa), M. Alicia Lemme (San Luis), Carlos Ruckauf (Buenos Aires) y el senador Ramón Puerta. A pesar de que algunos (Fellner, de Jujuy; Miranda, de Tucumán; y Reutemann, de Santa Fe) adujeron problemas de transporte a raíz de inclemencias climáticas, el alto ausentismo dejaba al desnudo la falta de apoyo y confianza a una convocatoria que era clave para la continuidad del presidente peronista.
El cambio de diagnóstico en torno a la crisis y el consecuente giro hacia el mercadointernismo no alcanzaron para recomponer el vértice de la autoridad política. Ese viraje se mostraba incompleto porque la convertibilidad seguía en pie y, como veremos en el análisis de los discursos de Duhalde, el abandono del tipo de cambio convertible resultó ser el núcleo del cambio de “modelo”. Por otro lado, aspectos que trazaban líneas de continuidad con la etapa previa dificultaban que el discurso de Rodríguez Saá tuviera como efecto su unción como el presidente de una “nueva Argentina”. Además de este modo en que se mostró34 ante el conjunto de la ciudadanía, el ethos refundacional que proyectó fue significado como una amenaza para las aspiraciones presidenciales de muchos de sus pares, y leído como una ruptura del pacto que lo había llevado al cargo. Su intento de resignificar su ethos previo (Amossy, 2018), fundado en el rol institucional de un presidente provisional y transitorio, para proyectarse en el cargo hasta 2003, tensó por demás la cuerda que lo unía a una dirigencia política que estaba tan convulsionada como el resto de la sociedad. Así, el mismo día de la fallida convocatoria de gobernadores, Rodríguez Saá volvió a su provincia para anunciar su renuncia por cadena nacional desde su residencia particular.

Camaño y Duhalde. Un intento de re-ligar a la sociedad

La salida de Rodríguez Saá de la presidencia debilitó el Frente Federal Solidario, y la sucesión quedó en manos del sector del peronismo asociado a las provincias “grandes”. Como resultado, Puerta renunció a la presidencia provisional del Senado –y, con ella, a un segundo interinato–, lo que dejó al presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Camaño, como la siguiente autoridad en la línea de sucesión. El dirigente proveniente de la provincia de Buenos Aires dejó en claro que la suya sería una gestión breve: “No me hablen de medidas” (La Nación, 31/12/2001). Por ello, y dadas las pocas declaraciones que emitió, resulta dificultoso construir un corpus de análisis nutrido que permita producir conclusiones significativas.35
La designación de Eduardo Duhalde como presidente provisional se gestó sobre la base de su compromiso de no presentarse en las elecciones (que ahora se realizarían a fines de 2002). Ello le permitió articular vastos apoyos políticos (entre los que sobresale el del expresidente y senador radical Raúl Alfonsín) y cosechar una contundente mayoría en la Asamblea Legislativa, en la que obtuvo 262 votos a favor, 21 en contra y 18 abstenciones. Para quien dos años antes había perdido ante la Alianza para el Trabajo, la Justicia y la Educación la posibilidad de acceder a la presidencia por la legitimidad del voto popular y tras haber sido uno de los candidatos más votados en las elecciones del “voto bronca” –gracias a las que obtuvo su banca de senador–, aquello parecía, más que una promesa, un renunciamiento. Ya antes de su asunción, comenzaba a tomar forma un ethos pastoral, estrechamente vinculado a la imagen de un pastor que deja de lado su interés particular en beneficio del interés general, esto es, la “salvación” de una Nación que se encontraba “al borde de la desintegración, al borde del caos”. Era preciso re-ligar a una sociedad cuyos lazos estaban rotos.
(14) Asumo con el firme propósito de cumplir con la palabra empeñada en estas circunstancias que llaman a la entrega y al sacrificio de todos los argentinos (…). Me comprometo a realizar un gran esfuerzo personal para resolver la crisis y poder transferir la banda presidencial a otro ciudadano electo por la voluntad del pueblo argentino dentro de dos años - Juramento de asunción de Eduardo Duhalde, 01/01/02 (Duhalde, 2002).
(15) A mis compatriotas, les pido que cada uno desde su lugar, participe y se entregue con pasión y fe en la recuperación de esta Argentina que todos amamos - Juramento de asunción de Eduardo Duhalde, 01/01/02 (Duhalde, 2002).
El molde genérico de lo didáctico –plagado de datos cuantitativos e ilustraciones anclados en el conocimiento y la experiencia del locutor– que identifica Arnoux (2004) en este discurso ilumina otro aspecto de aquel ethos: el pastor es también un guía, conoce la senda correcta e invita a sus seguidores a recorrerla. El tono emotivo –vinculado muy especialmente con el tema religioso de “la caída” (Arnoux, 2004: 19) y a términos de emoción (Plantin, 1997) como “la fe”, “la confianza” y “el amor”– reforzaba aquel modo de presentación de su figura.
(16) Hay, por tanto, que sincerar esta situación, hay que explicar seriamente a nuestro pueblo dónde hemos caído y qué debemos hacer para levantarnos. Honorable Asamblea: venimos con toda la fe, con toda la confianza, con todo el amor de que somos capaces a poner de pie y en paz a la Argentina - Juramento de asunción de Eduardo Duhalde, 01/01/02 (Duhalde, 2002).
Ya no bajo la forma del credo, sino bajo la de la plegaria (Arnoux, 2004) (cfr. Plegaria de la Serenidad), el locutor-pastor define también su condición de creyente en la doctrina social de la Iglesia, institución con la que Duhalde había forjado sólidos lazos.36
(17) Quiero energía para acometer esta tarea; coraje para no temer a lo nuevo, para no tener que enfrentar gravísimas contingencias; severidad para juzgarme a mí mismo; perseverancia para no abandonar la lucha y firmeza para jamás traicionar los principios - Juramento de asunción de Eduardo Duhalde, 01/01/02 (Duhalde, 2002).
(18) La doctrina social de la Iglesia es nuestra guía y, además, nuestro norte. Sus principios humanistas y cristianos, serán los pilares sobre los que se apoyen todas nuestras acciones de gobierno - Juramento de asunción de Eduardo Duhalde, 01/01/02 (Duhalde, 2002).
Amplios sectores de la Iglesia católica, organizaciones ligadas a la producción nacional como el Grupo Productivo37 y la CGT, así como diversos espacios políticos –parte del FrePaSo y del radicalismo vinculado a Raúl Alfonsín– configuraban la ecléctica gama de apoyos que había cosechado Duhalde por fuera de la estructura institucional del Partido Justicialista.38 Por ello, no llama la atención que en su discurso de asunción retome elementos que evocaban memoria peronista:
(19) Honorable Asamblea; queridos compatriotas: pertenezco a un movimiento político que a través del presidente Juan Domingo Perón y de Eva Perón (Aplausos) fundaron la justicia social en la Argentina y levantaron las banderas de independencia económica y soberanía política. Banderas que, con el tiempo, fueron asumidas por todas las fuerzas políticas de origen popular – Juramento de asunción de Eduardo Duhalde, 01/01/02 (Duhalde, 2002), énfasis nuestro.
A la vez, se mostraba preocupado por afirmar la pertenencia a un colectivo más amplio y abarcativo, como la Nación:
(20) Sin embargo, son horas de esperanza, porque estamos asistiendo a una experiencia inédita en nuestra vida política que es la formación de un gobierno de unidad nacional construido por sobre las banderías políticas y los intereses partidarios que constituye un preciado reclamo de nuestro pueblo – Juramento de asunción de Eduardo Duhalde, 01/01/02 (Duhalde, 2002).
(21) No es momento de cánticos ni de marchas partidarias. Es la hora del Himno Nacional – Juramento de asunción de Eduardo Duhalde, 01/01/02 (Duhalde, 2002).39
Además, y como también resalta Arnoux (2004), a diferencia de lo que registramos en el discurso de su antecesor, en el de Duhalde no hay referencias a elementos de la memoria peronista que remitan a situaciones más abiertamente conflictivas –como la Resistencia Peronista o el asesinato del dirigente metalúrgico José Ignacio Rucci– o a celebraciones estrechamente ligadas a la militancia y la liturgia peronistas, como el 17 de octubre. La evocación de elementos de la tradición peronista como las figuras de Perón y Evita y de “las fuerzas de origen popular” enmarcó el discurso de asunción de Duhalde en una interdiscursividad que remitía, con un tono más conciliador y consensualista, al peronismo como movimiento nacional.
En una vuelta a sus propuestas para la campaña de 199940 y en una profundización de la posición que había construido en los años siguientes, y sobre todo en las elecciones de octubre de 2001, Duhalde asentó los inicios de su gestión sobre un componente central de la articulación tópica mercadointernista: el cuestionamiento en clave del “modelo”.
(22) Mi compromiso a partir de hoy, es terminar con un modelo agotado que ha sumido en la desesperación a la enorme mayoría de nuestro pueblo para sentar las bases de un nuevo modelo capaz de recuperar la producción, el trabajo de los argentinos, su mercado interno y promover una más justa distribución de la riqueza – Juramento de asunción de Eduardo Duhalde, 01/01/02 (Duhalde, 2002).
(23) Garantizar la paz social, significa recuperar el crecimiento de la economía, promover la transformación productiva con equidad y propiciar un modelo sustentable fundado en la producción y en el trabajo – Juramento de asunción de Eduardo Duhalde, 01/01/02 (Duhalde, 2002).
(24) Sentar las bases de un modelo nuevo económico, social, cultural, significa romper definitivamente con el pensamiento único que ha sostenido y sostiene que no hay alternativa posible al modelo vigente –  Juramento de asunción de Eduardo Duhalde, 01/01/02 (Duhalde, 2002).
El sintagma “el modelo” constituía el núcleo de esta perspectiva, que hemos definido como integral porque establecía un diagnóstico que advertía sobre la multidimensionalidad de la crisis (“económic[a], social y cultural”).41 Este enfoque no era novedoso42 y había sido clave para articular a todos aquellos actores que se opusieron –sobre todo desde mediados de 2000– a las políticas públicas aliancistas fundamentadas desde la tópica fiscalista. La propuesta de un nuevo “modelo” (diferente al vigente de “exclusión social”, volcado a las finanzas y en detrimento del mercado interno y “la producción y el trabajo” nacionales) era lo que permitía refutar la temporalidad inevitabilista que rastreamos en el marco argumentativo provisto por el fiscalismo. El dispositivo temporal construido discursivamente por Duhalde definía un presente excepcional (“La Argentina está quebrada. La Argentina está fundida.”), pero no asentaba sobre él un futuro inevitable: no había un “pensamiento único” ni había una única “alternativa posible al modelo vigente”. Este cuestionamiento al “modelo” que pregonaba la existencia de caminos de política pública alternativos reponía cierta dimensión conflictiva en torno a los posibles modos de conjurar “la crisis”. A diferencia de lo que concluye Arnoux –que ve en el recurso al sintagma “el modelo” un intento de “eludir la discusión política y apelar a la moral y a la economía” (2004: 19)–, aquí sostenemos que este abordaje reconocía la capacidad de la política de erigirse como el terreno legítimo en que actores, instituciones y prácticas disputan por definir lo común de la comunidad, precisamente por cuestionar la existencia de un “modelo” único. La disputa política que este abordaje implicaba solo puede ser comprendida en un análisis diacrónico de mediano plazo que observe, por ejemplo, la relevancia que cobró aquella controversia en un contexto como el de las elecciones de octubre de 2001. Mientras los tres candidatos que más votos obtuvieron –Duhalde, Alfonsín y Terragno– afirmaban que había que cambiar “el modelo”, el por entonces presidente De la Rúa afirmaba, en un claro tono polémico: “No sé qué significa cambiar el modelo. Yo tengo que resolver temas concretos” (Natanson, 2001).
Por último, encontramos que la tematización del “mercado interno” se centró más en la dimensión productiva que en la salarial. Si el topos del consumo –[+salarios –desempleo]– se sustentaba sobre una cadena argumentativa que adoptaba la siguiente forma:
[+salarios +consumo interno] [+consumo interno +reactivación del mercado interno]
[+reactivación del mercado interno –desempleo]
en el discurso de Duhalde, la clave de lectura de la crisis se focalizaba más en el segmento final –[+reactivación del mercado interno –desempleo]– que en el inicial. Aunque para apreciar el alcance de estas afirmaciones es preciso analizar un corpus más amplio que contemple, al menos, los primeros seis meses de la presidencia del dirigente bonaerense, creemos que este desplazamiento es correlativo con las consecuencias de la devaluación que se anunciaría el 6 de enero y que era una de las principales demandas del Grupo Productivo (Zícari, 2016) (cuyo rol en el acceso de Duhalde a la presidencia había sido fundamental y se había encarnado, como ya mencionamos, en la creación de un ministerio específico). De este modo, menos de una semana después de asumir, Duhalde zanjó el fin de la convertibilidad y marcó el inicio del cambio de “modelo” que Rodríguez Saá no había podido consolidar.

Recapitulación

Hemos rastreado los principales argumentos en torno al objeto de discurso “la crisis” y los ethos proyectados por los referentes políticos que ocuparon la cumbre del Poder Ejecutivo argentino entre fines de 2001 y principios de 2002. Centraremos las conclusiones en las figuras de De la Rúa, Rodríguez Saá y Duhalde porque, a diferencia de Puerta y Camaño, fueron elegidos por el voto de la ciudadanía en el primer caso, y por el de la Asamblea Legislativa en los dos segundos.
El discurso de Fernando De la Rúa se sostuvo sobre dos argumentos centrales –[–gasto +equidad] y [+esfuerzo +sensibilidad social]– que funcionaron como fundamentos de gran parte de las políticas públicas decididas durante su Gobierno, el cual destinó, desde sus inicios en diciembre de 1999, todos sus esfuerzos a conjurar una crisis que parecía omnipresente. En este sentido, aquellas formas tópicas constituyeron el núcleo de su diagnóstico de “la crisis”.43 El primer topos era el eje central de la articulación tópica fiscalista que encontraba en el déficit fiscal que había que reducir el meollo de la situación crítica (disminuir “el gasto” –público– para reducir la inequidad). Hacia fines de 2001, este eje se plasmó en medidas que, comoel plan de noviembre, profundizaban la senda del “déficit cero” iniciada en julio. El segundo topos, estructurador de la tópica asistencialista, explicaba el “esfuerzo” que ciertas políticas públicas (e.g. el “corralito”) implicaban para la ciudadanía. Reconocía que tenían consecuencias negativas que debían ser abordadas con “sensibilidad social”, es decir, con medidas que paliaran sus efectos (e.g. Programa de Emergencia Alimentaria anunciado el 19 de diciembre).
Estas articulaciones tópicas fiscalista y asistencialista eran complementarias porque compartían un punto común: la temporalidad inevitabilista. Las medidas de política pública decididas en cada coyuntura fueron, en todos los casos, presentadas por el Gobierno de la Alianza como ineludibles. Esto tuvo un doble efecto de deslegitimación de la palabra política: de la palabra de los otros políticos que pudieran proponer alternativas al curso decidido, pero también de la de los propios enunciadores, que tenían a su cargo la decisión de las políticas que regían los asuntos públicos. Sostenemos que definir el tiempo de lo común como único, ineludible e inevitable atenta contra la capacidad de agencia de todos los actores de la política, puesto que, si no hay opciones, ni nosotros ni ellos pueden hacer nada, más que entregarse al devenir ya dado. Este dispositivo discursivo que reunía las tópicas referidas se plasmaba, además, en un ethos técnico-administrativo proyectado en el discurso de De la Rúa. Esta imagen construida en sus discursos lo mostraba como un mero técnico-evaluador, cuya función consistía en aplicar procedimientos prefijados a partir de criterios técnicos que, como tales, no resultaban de un debate de posiciones divergentes.
Por su parte, Adolfo Rodríguez Saá y Eduardo Duhalde retomaron en sus discursos los elementos de la tópica mercadointernista: topos del consumo –[+salario –desempleo]– y perspectiva integral (cuestionamiento al “modelo”). Este diagnóstico restaba importancia a la cuestión del déficit fiscal y sostenía que el aumento de los ingresos de la población podía promover el mercado interno, mejorar la situación socioeconómica general (sobre todo en lo referido al alto desempleo que, para ese momento, superaba el 18%) y, así, poder enfrentar la situación crítica. Por otro lado, pero con más claridad en el discurso de Duhalde, ambos sostenían que para salir de la situación crítica no alcanzaba con algunas medidas económicas y otras paliativas sociales, sino que debían realizarse transformaciones “de fondo”, es decir, cambiar “el modelo”. Este sintagma se venía consolidando en el campo discursivo de lo político (Verón, 1987) –sobre todo durante el último trimestre de 2001– como el núcleo de las críticas al Gobierno de la Alianza en una porción cada vez más amplia de los enunciadores de la política. La crítica al “modelo” encarnaba la disputa por la construcción de un tiempo alternativo al de la inevitabilidad que pregonaban quienes hacían suyos los argumentos fiscalistas.
Sin embargo, se pueden identificar algunas diferencias entre Rodríguez Saá y Duhalde que resultaron definitorias y que permiten comprender, al menos en parte, las disímiles duraciones de sus gestiones. Aun cuando ninguno completó el período para el que fue designado, el segundo logró superar –al menos en este aspecto– a su antecesor y creemos que el ethos construido por cada uno influyó en este proceso. Rodríguez Saá delineó un ethos refundacional que despertó más rechazos que adhesiones. En esoecial entre sus pares partidarios (cuyo apoyo era de máxima relevancia en el contexto de conmoción política que reinaba), esa imagen de sí en exceso activa y pretendidamente fundadora de “una nueva Argentina” fue leída como un intento de prolongar su permanencia en el cargo más allá del período estipulado y como un potencial peligro para el pacto que lo había llevado hasta la presidencia en forma provisoria. El ethos pastoral que proyectó Duhalde, por el contrario, tuvo un resultado muy diferente. Se presentó como un pastor que podía guiar a su rebaño y reconstruir sus lazos, pero sobre todo como aquel que, al prometer que no se presentaría en las siguientes elecciones, sacrificaba su interés particular en pos del general (en favor de sus pares potenciales candidatos y también de la ciudadanía, al asumir las riendas de un país en crisis). Este retrato de una figura marcada por la entrega y el renunciamiento se vería reforzado por una decisión que ni su antecesor se atrevió a tomar: la salida de la convertibilidad. Este camino le permitió granjearse el apoyo del influyente Grupo Productivo y reafirmar, además, su figura como la encarnación del tan anhelado cambio de “modelo”. De este modo, frente a la “hiperkinética” imagen refundacional de Rodríguez Saá, Duhalde tomaba las riendas de un país en llamas con un tono activo, a la vez que moderado y centrado en la búsqueda de consensos para reconstruir los lazos de una sociedad y una dirigencia política desgajadas.
En resumen, el análisis de los discursos del período abarcado por las cinco presidencias con las que contó la Argentina a fines de 2001 –enmarcado, también, en un lapso más amplio que comprende los meses previos y posteriores– aportó algunos elementos para echar luz sobre los diferentes modos de construir legitimidad de De la Rúa, Rodríguez Saá y Duhalde. El abordaje tópico-argumentativo y ethico nos permitió, por un lado, identificar la cristalización de dos procesos complementarios que se sucedieron entre fines de 2001 y principios de 2002: la desestructuración del consenso fiscalista y la consolidación del consenso mercadointernista. Por otro lado, la recomposición de las imágenes proyectadas por los presidentes de la crisis se reveló como un aspecto clave para comprender las dificultades del presidente puntano para sostenerse en el cargo y la habilidad del bonaerense para permanecer en la primera magistratura hasta principios de 2003. En este sentido, señalamos que el ethos refundacional de Rodríguez Saá despertó suspicacias entre sus pares –que con su voto en la Asamblea lo habían consagrado provisionalmente– porque veían allí la imagen de un presidente que se proyectaba más allá del lapso acordado –hasta marzo de 2002– y que, con ello, amenazaba el pacto que lo había llevado al cargo. Este factor contribuyó a que abandonara la presidencia provisional a una semana de haber asumido. Duhalde –por su parte– le imprimió a su Gobierno un tono consensualista y articulador que se plasmó en el ethos que denominamospastoral, es decir, en la imagen de un guía que conoce el camino –en este caso, para salir de la crisis– y que, a su vez, está dispuesto a abandonar su interés personal (i.e. ser candidato a acceder a la presidencia por el voto popular) en favor del bien común. Pero, más de allá de estas jornadas iniciales, mantenerse en el poder hasta 2003 fue para Duhalde un camino escarpado y con múltiples obstáculos. Queda, por tanto, pendiente para futuras indagaciones establecer las modulaciones de esta forma de proyectarse en el rol de presidente que lo acompañó, no sin altibajos, a lo largo de toda su gestión.

Referencias

1 El vicepresidente de la Nación y presidente del Senado Carlos “Chacho” Álvarez (Alianza-Frente País Solidario) había renunciado en octubre de 2000, como corolario del episodio de las denuncias por sobornos en dicha Cámara para la aprobación de la Ley de Reforma Laboral.

2 Sin embargo, y como señala Amossy (2018: 57), estos dos aspectos están íntimamente imbricados porque todo ethos discursivo es un ethos retórico, en tanto “apunta a tener un impacto sobre el otro” (aun cuando la persuasión no sea una pretensión expresa).

3 El cuestionamiento del tipo de cambio convertible (1 peso argentino = 1 dólar) implicaba un desafío que excedía lo estrictamente económico. La convertibilidad instaurada en 1991 bajo el Gobierno de Carlos Menem se había constituido en un dispositivo institucional exitoso que “estructura[ba] las prácticas cotidianas, institu[ía] formas de organización [y] se [asentaba] finalmente en la inercia, la fuerza ‘natural’ de las cosas” (Heredia, 2011: 216) y que, como tal, parecía no poder ser discutido.

4 Desde el análisis del discurso, el antecedente más significativo es el de Arnoux (2004). Su trabajo analiza exclusivamente los discursos de Rodríguez Saá y Duhalde y los inscribe en el marco de la tradición peronista. Aquí, y a diferencia de dicho trabajo, buscamos identificar el rol jugado por los cinco conjuntos de discursos en el marco más amplio de las claves de lectura sobre la crisis.

5 En íntimo vínculo con “la crisis”, las posibles modificaciones al régimen cambiario de la convertibilidad no fueron decibles y ni siquiera pensables sino hasta fines de 2001. Esta “censura” funcionaba ya desde la campaña presidencial de 1999 (Lorenc Valcarce, 2002) y continuó vigente a lo largo de casi todo el Gobierno de la Alianza. Como veremos más adelante en este mismo trabajo, la posibilidad de instalar públicamente el debate en torno al tipo de cambio convertible fue uno de los núcleos clave de la desarticulación del consenso fiscalista.

6 En función de las advertencias expuestas por Amossy (2009) con respecto a las tensiones entre los abordajes de la argumentación en la lengua (Ducrot) y la argumentación en el discurso (Amossy), debemos realizar algunas aclaraciones respecto de la articulación entre las dimensiones tópica y ethica (respectivamente deudoras de los bagajes epistemológicos de aquellos analistas). Desde esta óptica, el proceso analítico de identificación e interpretación del elemento argumentativo en clave de topoï solo puede llevarse a cabo dando cuenta de la inscripción institucional, social, política, cultural del discurso estudiado. Así, a pesar de que en este trabajo se recurre a la presentación formal de los argumentos como predicados (i.e. [+P+Q]), la tarea de recomponer su alcance en términos de los efectos de sentido, de proyección de ciertos modos de percibir el mundo, solo pudo producirse al traspasar la frontera de lo puramente lingüístico, teniendo en cuenta la situación del discurso en sus componentes socio-históricos, el género discursivo y las dimensiones dialógica e institucional en las que se inscriben el discurso, los locutores y sus audiencias (Amossy, 2009: 255).

7 Sin soslayar la intermediación que supone el acceso a fragmentos de discursos a través de los medios de comunicación –aun cuando dichos fragmentos se presenten en formato de cita directa–, triangularemos los datos recurriendo a tres periódicos de tirada nacional con diferentes líneas editoriales (Clarín, La Nación y Página/12), así como a otras fuentes complementarias.

8 De este modo, se retomaba el anuncio de la Ley de Déficit Cero, algunos meses antes: “vamos a gastar sólo lo que tenemos.” (La Nación, 11/06/2001).

9 Este topos había sido el soporte otras medidas previas (como “el plan de crecimiento” de noviembre de 2000 y el de López Murphy de marzo de 2001). Desde ese marco, se afirmaba que “el gasto” (i.e. el gasto público) debía ser reducido solo en algunos sectores, lo que garantizaría que el recorte fuera en favor de los “que más lo necesitan”, respetando “ese valor irrenunciable que es para nosotros la equidad” («Los anuncios de De la Rúa», 2001). La articulación entre “el gasto” y “la equidad” se puede rastrear parcialmente ya en el documento fundación de la Alianza, la “Carta a los argentinos”.

10 Este “esfuerzo” no era nuevo: ya había sido solicitado por el Gobierno aliancista a la ciudadanía en ocasión del aumento de impuestos a fines de 1999, de la reducción de salarios públicos de mayo 2000 y del plan de noviembre de 2000.

11 La línea temporal que se construía desde estos discursos adoptaba la siguiente forma: 1ro) esfuerzo transitorio –reducción de salarios, “corralito”–; 2do) recuperación de la economía; 3ro) creación de empleo. Al presente de sacrificios –cuyas consecuencias serían atenuadas por “medidas sociales” paliativas– le sobrevendría un –siempre diferido– futuro de bonanza.

12 “Sé que vendrán las críticas, la bronca y el descontento, todos sienten en su corazón que ésta es la verdad, que ésta es la oportunidad de poner en blanco la verdad” – Cadena nacional de De la Rúa, 01/11/2001 (La Nación, 01/11/2001).

13 Aunque mentira e imposibilidad no son deducibles una de la otra (e incluso, hasta podrían ser incompatibles) refuerzan un efecto común: la descalificación de la postura del otro y la oclusión del posible debate en un espacio político plural fundado sobre el reconocimiento de la existencia de caminos alternativos de política pública.

14 Esta afirmación interesa particularmente porque los analizados son enunciadores políticos, esto es, aquellos que forman parte de las instituciones del sistema político. La deslegitimación discursiva de la política que identificamos, entonces, se produjo desde “la política” misma y por sus propios actores, “los políticos”.

15 La medida impedía los retiros superiores a 250 pesos/dólares y promovía el uso de la tarjeta de débito. Como agravante, a la restricción de la disponibilidad de efectivo se sumó la reducida bancarización de la ciudadanía argentina.

16 La carencia de respaldo político al Gobierno se plasmó también en las arduas negociaciones para la aprobación del régimen de coparticipación federal con las provincias en el marco de un nuevo pacto fiscal, y el nombramiento de un dirigente opositor –el peronista Ramón Puerta– en la presidencia provisional del Senado.

17 Los relevamientos de Pérez y Pereyra (2002) y del OSAL (2002) contabilizaron siete muertos el día 19 (a manos de las fuerzas de seguridad y de comerciantes en el contexto de los “saqueos”) y veinticinco el día 20 (ligados a la represión).

18 Pensadores disímiles como Schmitt (1991) y Derrida (1998) señalan que la toma de una decisión política trae aparejada la posibilidad de imputar una responsabilidad, es decir, de responder por las consecuencias de la decisión (sean positivas o negativas para tal o cual sector de la sociedad). Esto solo es posible si se reconoce la existencia de alternativas o, dicho en otras palabras, de la contingencia de lo social (Cané, 2019).

19 De acuerdo con Jean-Claude Milner (2007), podríamos denominarlo también ethos del evaluador. Este pensador señala la relevancia de la función de la evaluación y del rol de evaluador en el contexto de las sociedades contemporáneas tecnocráticas y de control, cuya competencia “consiste idealmente en no conocer nada de lo que evalúa y en poner en marcha, de manera ciega, procedimientos de evaluación fijados de antemano y supuestamente válidos para todo” (2007: 13). En este mundo, “las cosas” parecen gobernarse solas (e, incluso, hacer lo propio con los hombres). Esta situación, afirma Milner, “dispensa de toda política. Dispensa a todo el mundo; especialmente a los políticos” (2007: 20).

20 Sobre este punto, se sugiere revisar las siguientes notas periodísticas: “En campaña. Carrió, contra De la Rúa” (2001); “Autistas” (Sánchez Zinny, 2002); “Isabelito” (Feinmann, 2001).

21 Esta liga de gobernadores peronistas se había reunido en febrero de 2000 (Juárez, 2000; Giménez, 2000) y constituía un polo diferenciado tanto respecto de la disputa Menem-Duhalde como de las posiciones de los gobernadores de las provincias denominadas “grandes” (Ruckauf, de Buenos Aires, Reutemann, de Santa Fe y De la Sota, de Córdoba). El peso de este sector en la interna del peronismo se había reflejado en el nombramiento de Puerta como presidente provisional del Senado el 29 de noviembre de 2001 (Semán, 2001). Esa designación era, además, sintomática de la debilidad del Gobierno de la Alianza, porque aquel cargo suele ser ocupado por un/a senador/a de la fuerza política gobernante.

22 Puerta constituyó una suerte de gabinete de emergencia conformado por Humberto Schiavone, como jefe de Gabinete y Secretario General; Jorge Capitanich, como multi-ministro de Economía (área de Producción, Infraestructura y Servicios), Trabajo, Desarrollo Social, Salud y Seguridad Social; Oscar Lamberto, abocado al área de Finanzas e Ingresos Públicos de la cartera de Economía; Miguel Ángel Toma en la de Interior, Justicia y Derechos Humanos y Ricardo Biazzi, como ministro de Educación. Adicionalmente, solicitó a dos ministros aliancistas salientes, Adalberto Rodríguez Giavarini (Relaciones Exteriores) y Horacio Jaunarena (Defensa), que permanecieran en sus cargos.

23 Puerta se comprometió a enviar 4,5 millones de pesos a las provincias y un millón de pesos de refuerzo a los municipios de la provincia de Buenos Aires (La Nación, 22/12/2001).

24 El estudio de los elementos en su articulación –y no en forma aislada– permite observar la distancia respecto del topos paliativo –tópica asistencialista–; a diferencia de este último, aquí “la asistencia” no funciona como un “remedio” ante un “esfuerzo” “inevitable” que se le solicita a la ciudadanía, sino como un complemento de la preocupación por la disponibilidad y cobro de “los salarios” (para motorizar “el aparato productivo”).

25 El organigrama del aparato estatal sufrió un drástico reordenamiento y quedó conformado por una multiplicidad de Secretarías y tres ministerios: Defensa, Trabajo e Interior. El primero absorbió al de Relaciones Exteriores y quedó a cargo del puntano José María Vernet. El segundo quedó en manos del también proveniente de la provincia de San Luis Oraldo Britos, mientras que el tercero funcionó con Rodolfo Gabrielli al frente. Dos carteras de gran peso, como son Economía y Educación, perdieron su rango ministerial y, mientras aquella quedó reducida a Secretaría de Hacienda y Finanzas –a cargo de Rodolfo Frigeri–, la segunda se diluyó en una suerte de organismo coordinador interprovincial.

26 Hacia fines de 2001, la deuda pública argentina superaba los 130 mil millones de dólares y era uno de los temas centrales de la agenda pública. Además de los vencimientos impagos del 24 de diciembre, al momento de asumir Rodríguez Saá, la Argentina tenía por delante compromisos a devengar el 28 de ese mes –por 500 millones de dólares– y en enero –400 y 900 millones– a favor de acreedores privados y del FMI, respectivamente.

27 Este posicionamiento (que encontramos también en las alocuciones de Puerta) no deja de resultar llamativo en una coyuntura que suele ser caracterizada por la pérdida de legitimidad de las etiquetas partidarias. Es cierto que existía una variedad de figuras políticas que, como Elisa Carrió y Luis Zamora, contaban con alta exposición mediática, pocos lazos con partidos políticos tradicionales e índices de intención de voto nada desdeñables (Clarín, 30/12/2001; Kollmann, 2001). Sin embargo, y como reveló el paso de Rodríguez Saá por la presidencia, en un contexto convulsionado, era una condición sine qua non construir alianzas políticas que sustentasen las posibles candidaturas, situación que se presentaba harto difícil para referentes que “jugaran” por fuera del aparato político-territorial del PJ.

28 Se reunió con referentes sindicales de la CGT y de la CTA y con autoridades de la Unión Industrial Argentina; invitó al líder piquetero Luis D’Elía; recibió a las Madres de Plaza de Mayo y también a los jefes de las Fuerzas Armadas y concretó un encuentro con el radical Ángel Rozas y con referentes del PJ.

29 El rechazo de De la Sota y Ruckauf lo alejaba de las provincias “grandes”, el de Duhalde lo posicionaba más cerca del menemismo y el de Kirchner le implicaba serios conflictos con los referentes de su propio espacio, el Frente Federal. En resumen, se granjeó recelos en todo el arco peronista.

30 Estas sospechas fueron abonadas, además, por su ya mencionada renuncia irrevocable a la gobernación y por el surgimiento de una serie de presentaciones judiciales que, como la del abogado Monner Sans (Clarín, 27/12/2001), promovían su continuidad hasta diciembre de 2003.

31 Carlos Grosso había sido nombrado Jefe de Asesores de Gabinete y José María Vernet, Ministro de Relaciones Exteriores. Ambos habían formado parte del Gobierno de Menem y habían sido denunciados por actos de corrupción (causa de la “escuela-shopping”, causa Manliba e irregularidades en construcción de un puente en Santa Fe, respectivamente).

32 El 28 de diciembre la Corte ordenó a un ahorrista la devolución de 200.000 dólares al Banco Ciudad, cuya extracción había sido habilitada días antes por un juez en instancia presente (Hauser y Cufré, 2001; Ventura, 2001; Clarín, 29/12/2001).

33 Cabe recordar, además, que la votación en la Asamblea Legislativa había dado por ganador a Rodríguez Saá con 169 votos a favor (138 en contra) y sin el apoyo general del radicalismo, mientras que Duhalde obtendría 262, es decir, un contundente 87%.

34 En continuidad con Maingueneau, Amossy (2018) subraya que el ethos es más que lo que el locutor dice de sí: es el modo en que se muestra y esto implica –en el nivel del análisis– prestar particular atención a la situación de enunciación –más que solamente al enunciado– y a la coyuntura social e institucional en la que ella se enmarca. El caso estudiado permite resaltar, una vez más, que esos modos de mostrarse no pueden ser interpretados a partir de la intención del locutor. Solo prestando atención al interdiscurso en que se inscribió, podemos entender que el ethos en tanto efecto terminó por acercarse más a la imagen del presidente proactivo en términos de amenaza para presidenciables del PJ que a la del presidente proactivo en tanto opuesto a la inacción de De la Rúa.

35 En ese sentido, solo dos carteras tuvieron nombramientos durante la brevísima gestión de Camaño: el ministerio del Interior, en el que se mantuvo Rodolfo Gabrielli, y la Jefatura de Gabinete, que quedó a cargo de Antonio Cafiero.

36 Duhalde y un sector de la Iglesia –representado por el Episcopado y arzobispo de Paraná, monseñor Karlic– produjeron en este período un diagnóstico común vinculado a las ideas de caos y anarquía: “las sucesivas dimisiones de los presidentes de la Nación nos muestran la extrema gravedad de la situación y el peligro de anarquía” (Clarín, 02/01/2002).

37 Este grupo se había conformado en septiembre de 1999 y reunía a la Unión Industrial Argentina, a la Cámara Argentina de la Construcción y a la Confederación Rural Argentina (Clarín, 04/09/1999).

38 Esto se vio reflejado también en la estructura ministerial, integrada por referentes del radicalismo como Horacio Jaunarena (Defensa) y Jorge Vanossi (Justicia, Seguridad y Derechos Humanos). Con respecto a las restantes carteras (algunas de las cuales sufrieron variaciones a los pocos meses), vale destacar que Jorge Capitanich ocupó la Jefatura de Gabinete, Rodolfo Gabrielli se mantuvo al frente de Interior, Carlos Ruckauf se ubicó en Relaciones Exteriores, mientras que Trabajo quedó a cargo de Alfredo Atanasof. Tanto la cartera de Economía como la de Educación recuperaron su rango ministerial (la primera a cargo de Jorge Remes Lenicov y la segunda de Graciela Giannettasio). Se creó el Ministerio de Producción, que fue ocupado por el dirigente industrial José Ignacio de Mendiguren.

39 Este pasaje solo puede ser comprendido al enmarcarlo en el interdiscurso que remite a las palabras de asunción de Rodríguez Saá, en cuya ceremonia parte de los presentes en la Asamblea entonó la Marcha Peronista (La Nación, 29/12/2001).

40 “Es la sustitución de un modelo agotado por un modelo nuevo. Un modelo con más producción, más desarrollo y más trabajo. Un nuevo modelo que vamos a poner en práctica desde el primer día de mi gobierno” (Duhalde y Ortega, 1999).

41 El análisis del proceso de consolidación de esta disputa en los discursos políticos circulantes a mediados del año 2000 (Cané, 2020) destaca que “el modelo” a cambiar era presentado como un conjunto de medidas económicas, pero también como un conjunto de ideas, una cosmovisión, un “pensamiento neoliberal” (Alicia Castro; («Se aprobó en la Cámara baja la reforma laboral», 2000), un conjunto de “ideas neoconservadoras”, Carta al Frepaso firmada por Enrique Martínez y Alicia Castro, (Yapur y Schurman, 2000)), etcétera. Cambiar “el modelo” implicaba, desde esta perspectiva, poner en práctica no solamente un conjunto nuevo de medidas económicas, sino un nuevo modo de concebir el conjunto de las relaciones en la sociedad.

42 Afirmaciones similares tenían el sindicalista Hugo Moyano (“estamos viviendo una crisis terminal, política, social y moral. (…) Esto es parte del sistema y del modelo” (Schurman, 2000) y aquellos miembros de la bancada aliancista en Diputados que en mayo de 2000 emitieron el documento “Construyamos otro modelo” (2000).

43 Así, las formas tópicas inversas –[+gasto –equidad] y [–esfuerzo –sensibilidad social]– constituían las causas que se le imputaban a la crisis en este diagnóstico.

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Enviado: 19/06/2020.
Aceptado: 20/12/2020.

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