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Temas y Debates

versión On-line ISSN 1853-984X

Temas debates (En línea)  no.43 Rosario jun. 2022

 

DOSSIER

Simulacro, cálculo y rencor. Una lectura de las interpretaciones de intelectuales del “progresismo” antiperonista sobre los años kirchneristas

Simulation, Calculation and Resentment. A Reading of the Intellectuals’ Interpretations of the Anti-Peronist ‘Progressivism’ on the Kirchner years

 

Mauricio Schuttenberg

Mauricio Schuttenberg es Doctor en Ciencias Sociales por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Argentina. Investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas y profesor en la Universidad Nacional Arturo Jauretche y la Universidad Nacional de La Plata, Argentina. E-mail: mauricioschuttenberg@gmail.com


resumen

El presente trabajo pretende trazar una mirada interpretativa sobre la conformación y reactualización del discurso antiperonista/kirchnerista en los intelectuales identificados en el progresismo durante los gobiernos de Cristina Fernández. Interesa abordar estos textos, que pertenecen a reconocidos referentes intelectuales, para captar los puntos nodales de un discurso que disputa la hegemonía en la conformación de un relato acerca de nuestra historia y nuestro futuro. La hipótesis que sostenemos es que en esos materiales existe un pensamiento plasmado que trasciende la inmediatez mediática, y es por ello fundamental profundizar en esa línea. A su vez, estos textos son el punto de partida de numerosas interpretaciones que atravesarán distintos medios; es decir, se constituyen como usina de interpretación social. Pensar el progresismo como un espacio amplio en disputa, compuesto por figuras que vienen de distintas trayectorias, es importante para entender la reactualización antiperonista en clave antikirchnerista. Para este trabajo, tomaremos La audacia y el cálculo, de Beatriz Sarlo (2011); El simulacro, de Alejandro Katz (2013); Las huellas del rencor, de Santiago Kovadloff (2015); y Argentinismos, de Martín Caparrós (2011). En términos metodológicos, el trabajo se basa en un análisis político del discurso, desde una mirada teórica metodológica posfundacional, a partir de un corpus basado en libros políticos de ersos referentes ideológicos del campo antiperonista.

palabras clave: Intelectuales; Progresismo; Kirchnerismo; Argentina

summary

The present work tries to trace an interpretive look on the conformation and updating of the anti-Peronist / Kirchnerist discourse in the intellectuals identified in progressivism during the Cristina Fernández governments. It is interesting to approach these texts, which belong to recognized intellectual references, to capture the nodal points of a discourse that disputes hegemony in the conformation of a story about our history and our future. The hypothesis that we maintain is that in these materials there is a reflected thought that transcends media immediacy and it is therefore essential to deepen this line. In turn, these texts are the starting point for numerous interpretations that will cross different media, that is, they are constituted as a social interpretation powerhouse. Thinking progressivism as a broad space in dispute composed of figures that come from different backgrounds is important to understand the anti-Peronist update in an anti-Kirchnerist key. For this work we will take La audacia y el cálculo, by Beatriz Sarlo (2011); El simulacro, by Alejandro Katz (2013); Las huellas del rencor, by Santiago Kovadloff (2015); and Argentinismos, by Martín Caparrós (2011). In methodological terms, the work is based on a political analysis of the discourse from a post-foundational methodological theoretical perspective, based on a corpus based on political books of various ideological referents of the anti-Peronist camp.

keywords: Intellectuals; Progressivism; Kirchnerism; Argentina


Me acaban el cerebro a mordiscos,
bebiendo el jugo de mi corazón
y me cuentan cuentos al ir a dormir
Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, 1993

Introducción

El estudio de las derechas y de los discursos antipopulistas ha tenido un gran impulso en los últimos años, a partir de la experiencia de gobierno de Cambiemos en Argentina y de otras expresiones similares en América Latina. A partir de la llegada de Macri al poder en 2015, hubo una enorme producción de trabajos que se volcaron a explicar diferentes aristas sobre la nueva experiencia.
De esta manera, se produjeron investigaciones que pusieron el énfasis en la conformación del PRO (Vommaro, Morresi y Belloti, 2015; Vommaro, 2017); otras, en cuestiones vinculadas al discurso y la disputa hegemónica (Schuttenberg, 2014, 2017 y 2018; Canelo, 2019; Dagatti, 2017; Iglesias y Lucca, 2019; Astarita y De Piero, 2017). Ciertos trabajos apuntaron a los aspectos antipopulistas que emergieron en esta etapa (Semán, 2021; Nallim, 2014), y otros se centraron en actores sociales particulares dentro del universo de las derechas (Mattina, 2015, Morresi y Vicente, 2017; Morresi, 2008; Echeverría, 2009; Goldentul y Saferstein, 2021;  Vicente, 2015). Así, los idearios, memorias y discursos de las derechas han sido retomados por ersos investigadores para responder y pensar acerca de la naturaleza política de la etapa que se abrió en 2015 con el triunfo electoral de la alianza Cambiemos, pero que hunde sus raíces en un proceso temporal más amplio, en el que ersos espacios políticos, donde se incluyen intelectuales que disputarán el sentido del progresismo, construyeron sus diferenciaciones y cuestionamientos al kirchnerismo desde una clave antipopulista.
De esta forma, el debate tendió a centrarse en torno a la pregunta de si estábamos ante la conformación de una nueva derecha democrática (Natanson, 2018). Por su parte, otros señalaron las continuidades del actual gobierno con la dictadura de 1976 y resaltaron los vínculos ideológicos con otras experiencias y tradiciones históricas (Morresi, 2008; Nallim, 2014; Echeverría, 2018; Mc Gee Deutsch, 2005; Vitale, 2015). Este trabajo propone explorar el discurso antipopulista de un sector de intelectuales que, si bien no constituyeron un colectivo orgánico (Retamozo, 2012; Schuttenberg, 2019), sí se identificaron con la tradición política progresista y, desde otro lugar de enunciación, construyeron un ideario fuertemente crítico del kirchnerismo. Es decir, sostenemos que el antiperonismo/kirchnerismo no solo se estructuró a partir de visiones de derechas, sino que también tuvo la participación central de esta vertiente en la conformación de ese discurso crítico.
Denominamos progresismo a la forma que adopta una parte del discurso antiperonista, en el cual, además, estos autores disputan ser los herederos de esa tradición al denunciar otro “falso progresismo”. No obstante, el término más adecuado sería pensarlo en plural. Es decir, convendría pensar en progresismos, puesto que se trata de una identidad en donde confluyen distintas trayectorias, experiencias y proyectos de futuro. Podemos afirmar que existen otros progresismos que se disputan la representación del espacio. Por ello, la definición plural implica pensar un campo más vasto de tradiciones. Sin embargo, en términos operativos, emplearemos “progresismo” en singular, dado que es la identidad que se pone en disputa entre los intelectuales analizados.
La constitución de un espacio de “centroizquierda”, “progresista” o “socialdemócrata” fue el intento de muchas experiencias políticas en la Argentina. Si repasamos nuestra historia reciente, podemos apreciar que algunos intelectuales, como los que formaron el Grupo Esmeralda, apostaron a la constitución del alfonsinismo como un moderno partido socialdemócrata. Años más tarde, la hegemonía menemista abrió una nueva coyuntura en la que el espacio del Frente Grande primero y el FREPASO después tuvieron este matiz, aunque con la participación de algunos peronistas críticos del menemismo. Luego, con sectores de la Unión Cívica Radical, conformaron la Alianza, que llevó a Fernando de la Rúa a la presidencia en 1999. El clivaje que ordenó este alineamiento en los años noventa se originó en la diferenciación con el menemismo. Más adelante, en términos político-partidarios, la representación de este espacio fue cambiando en las distintas coyunturas, desde el liderazgo de Carlos “Chacho” Álvarez, a Elisa Carrió, Hermes Binner y Margarita Stolbitzer.1 De esta manera, la formación del Frente Amplio Progresista para las elecciones de 2011, en las que obtuvo el segundo puesto, parecía constituir la esperanza de un polo que se proponía como alternativa a los partidos tradicionales (PJ y UCR). Detrás de Hermes Binner se nucleó el Partido Socialista y el Gen –liderado por la exradical Margarita Stolbitzer–, Unidad Popular, encabezado por el exdirigente de la Central de los Trabajadores Argentinos, Víctor De Gennaro, y Libres del Sur.
Lo central de esta breve historización es mostrar la conformación y deriva de un espacio autodefinido como progresista, que se caracterizó por construir una frontera con el peronismo, sobre todo cuando, durante los años kirchneristas, ciertas figuras con una perspectiva de centroizquierda fueron hacia el Frente para la Victoria. De la misma manera, el campo intelectual atravesó esos debates fundamentalmente a través de la construcción de un discurso fuertemente antiperonista/kirchnerista, en una identificación con el progresismo y en la disputa por el sentido de ese término.
De esta forma, el recorte de intelectuales que tomaremos, y sus principales textos, son: La audacia y el cálculo, de Beatriz Sarlo (2011); El simulacro, de Alejandro Katz (2013); Las huellas del rencor, de Santiago Kovadloff (2015); y Argentinismos, de Martín Caparrós (2011). Estos textos aportan a la complejidad de pensar la tradición progresista como objeto de disputa, en tanto estos intelectuales se posicionarán fuertemente en el espacio antikirchnerista2 durante los gobiernos de Cristina Fernández, pero lo harán con un lenguaje y una gramática que se presente como la verdadera herencia progresista. De este modo, disputarán esa identidad con el kirchnerismo.
Los cuatro autores seleccionados tienen una amplia trayectoria en el campo de la cultura y han escrito numerosos artículos y textos periodísticos. Durante los años noventa, han sido intelectuales de renombre y se han consolidado como voces autorizadas y legitimadas en el terreno de la cultura política y la historia. Así, Sarlo tiene un pasado como intelectual en el Club de Cultura Socialista, en la revista Punto de Vista, y sus libros y artículos a lo largo de las últimas décadas han sido una referencia del campo intelectual. Caparrós tuvo una gran trayectoria en el campo periodístico en distintas experiencias. Participó en los comienzos del diario Página/12 junto a Jorge Lanata y escribió numerosos libros de intervención y reflexión política, así como novelas. Uno de los trabajos más significativos fue la historia de la militancia revolucionaria de los setenta, plasmada en La Voluntad, junto a Anguita. Katz y Kovadloff son figuras que han publicado libros, ensayos y artículos en diarios y revistas, que los han posicionado como referentes de la cultura argentina. Todos, además, tienen presencia en medios de comunicación, donde ponen en debate las ideas de sus trabajos3 y estos textos han tenido una gran circulación en el ámbito público.
Indagar en este discurso es importante porque la distinción que construyen y las representaciones que realizan sobre la etapa kirchnerista van a ser centrales para pensar no sólo la trayectoria de un sector del progresismo, sino también, en un segundo momento,  para analizar otros discursos antipopulistas que se nutrirán de las interpretaciones realizadas por estos intelectuales.4
Interesa también analizar este grupo de intelectuales, puesto que son figuras públicas que buscan consolidar un relato de lo que significó el kirchnerismo en nuestra historia. Para ello, cuentan con una presencia importante en medios escritos y audiovisuales y, además, ponen en juego su capital simbólico (Bourdieu, 1975) como elementos adicionales para la legitimación de esa interpretación de la realidad política que construyen. De esta manera, nos concentraremos en los libros publicados en los mandatos presidenciales de Cristina Fernández, puesto que allí hay relatos que buscan trascender la coyuntura inmediata y proponen reflexiones profundas que apuntamos a desarrollar. Además, los libros tuvieron gran circulación, fueron publicados por editoriales de gran importancia, como Planeta, Emecé y Sudamericana, y a partir de estos textos los intelectuales se erigieron y revalidaron su papel como intérpretes de la realidad nacional.

Los intelectuales como objeto

En las últimas décadas, se han renovado los estudios sobre la intelectualidad y su producción cultural a través de una pluralidad de enfoques teóricos, recortes temáticos y estrategias de investigación que animan hoy la vida de las disciplinas relativas al mundo histórico y social, entre ellas la historia intelectual (Altamirano, 2005 y 2010),
De este modo, la “vida intelectual” fue objeto de replanteos y, así también, el estudio de los intelectuales tomaba otra moldura, al señalarlos como sujetos que transmiten prejuicios, estereotipos, ideas preconcebidas e imaginarios. Por ello, dentro de los múltiples enfoques y métodos, este trabajo apunta a que el análisis de las producciones intelectuales reconstruya los lenguajes políticos de la época junto con el contexto de discusiones en las cuales el texto interviene. Sobre “este trabajo a dos tiempos, uno teórico y otro histórico, y sobre la potencialidad de su diálogo mutuo, se construye el proyecto de la historia intelectual” (Majul, 2020: 39).
En este punto, para entender cabalmente un texto debemos atender al contexto semántico –qué significan los conceptos y términos que utiliza en los lenguajes políticos de su época–, al contexto pragmático –contra qué o quiénes está escribiendo, qué uso intenta hacer de su texto– y al contexto retórico, es decir, de qué forma lo está haciendo (Majul, 2020: 46).
En relación con este enfoque, debemos también definir que la figura del intelectuales vinculante a la política y a la cultura. Los estudios de Altamirano (2005 y 2010), Sigal (1991), Terán (2006), Gilman (2003) y Tarcus (2007) han elaborado ersos planteos al respecto, y han sugerido puntos de partida para pensar la intelectualidad. En este sentido, los trabajos comparten la idea de que el intelectual toma una posición política y asume un rol activo en el campo de competencia cultural. Se trata de figuras que generan representaciones del mundo social, que cumplen un rol legitimador o crítico del orden establecido, a la vez que son productores culturales en un campo de experticia específico (Prado Acosta, 2016).
En este artículo, se define el término “intelectuales” en tanto estos actores proponen a través de sus discursos intervenir en los asuntos públicos de su tiempo, pero también porque sus trayectorias como escritores, ensayistas, periodistas y organizadores de espacios culturales tuvieron un peso y un reconocimiento en el resto del mundo intelectual. Así, debemos
pensar a los autores intelectuales como constituidos por una coyuntura histórica, por una colocación institucional y social y por una discursividad. Estos prestan atención de manera crítica a los núcleos ideológicos conformados en el espacio cultural regional y del país y a la articulación de estos con las prácticas políticas, lo cual produce efectos ampliados de cultura (Di Pasquale y Summo, 2015: 206). 

Por ello, seleccionamos libros de los intelectuales de esta amplia tradición “progresista” con el objetivo de retomar las concepciones profundas y las miradas analíticas que allí se expresan. Estas miradas, a su vez, resultan fundamentales, puesto que se trató de publicaciones ampliamente leídas y debatidas, lo cual quiere decir que tuvieron impacto en el campo intelectual y político de las ideas.

Perspectiva metodológica

El artículo se basa en un análisis político del discurso (Van Dijk, 1999) desde una mirada teórica metodológica posfundacional. Esta perspectiva se construyó a partir de ersos autores y algunas categorías centrales de esta línea analítica. Conceptos como identidad, hegemonía, relato, significantes vacíos, fronteras identitarias y articulación política fueron los que resultaron particularmente sensibles para abordar las fuentes y dar cuenta de los objetivos del trabajo.
La dimensión discursiva es clave en esta perspectiva, pues es en el terreno del discurso donde se constituyen las identidades y los imaginarios. En el plano operativo, se relevó una serie de textos con el formato libro, lo que implica una forma particular de dar el debate intelectual que nos resulta sumamente pertinente. El libro es un producto en donde estas figuras del campo intelectual ponen a consideración del conjunto de la sociedad sus ideas. Estos libros constituyeron, entonces, el corpus empírico sobre el cual se fueron identificando una serie de regularidades y puntos nodales. A su vez, se analizó cómo cada uno de estos significantes se estructuró en una cadena de significación con otros. Así, se prestará especial atención a la disputa identitaria por el sentido del progresismo que, entendemos, es una de las claves que aportará el artículo.
Analizar discursos implica pensar las formas en las cuales las identidades buscan construir consensos en torno a sus ideales, esto es, la disputa por la hegemonía (Laclau, 2005)5 que supone la significación de la totalidad (Schuttenberg, 2014). En este sentido, interesa pensar cómo se intenta consolidar un relato en torno a nuestro pasado, al peronismo/kirchnerismo y a cuáles son las soluciones a los problemas que estos intelectuales construyen en sus textos.  
Las identidades se constituyen en la conformación de un relato que busca su trascendencia en un pasado y un futuro acorde a sus concepciones (Eccleshall, 1993). Coincidimos con Barthes (1999) en señalar que el relato está presente en todos los tiempos, en todas las sociedades y en todas las ideologías. No es posible construir una identidad sin relatos que le den sentido. A la hora de operacionalizar este concepto, es necesario pensar que toda identidad política se constituye en referencia a una interpretación del pasado y una construcción del futuro deseado que se conjugan para dotar de sentido a la acción presente. Por ello, para un análisis de las identidades políticas, la identidad referenciada en la historia y en la política queda de manifiesto en el hecho de que el pasado siempre abierto puede ser reconstruido en función de un presente y un porvenir (Baczko, 1991).
Ese proceso de construcción de una memoria resulta de la transmisión de ciertos acontecimientos y experiencias que una identidad posee interés en conservar, de allí que la memoria, más que como un conjunto homogéneo y coherente de representaciones del pasado, tiene que ser pensada como el lugar de una tensión entre el pasado que ella custodia y los conflictos que la conforman y la reformulan (Jelin, 2001, 2002 y 2005; Amossy, 2000). La interpretación del pasado y la memoria es un aspecto que se desarrollará en profundidad a partir de los textos. ¿Cuándo y en qué momento la Argentina comenzó su decadencia? ¿Qué lugar tuvieron las distintas experiencias peronistas en ese proceso? ¿Cómo se posicionan con respecto a las dictaduras? Estas preguntas son las que motorizaron el análisis de los textos en busca de esas regularidades.
Ello implica, entonces, analizar argumentativamente los discursos (Vitale, 2009; Montero, 2011; Grüner, 2010). Como sostienen Verón (1987) y Verón y Sigal (2004), el análisis de los discursos es indispensable para identificar los mecanismos significantes que estructuran el comportamiento social. Sin hacerlo, no comprenderemos tampoco lo que los actores hacen. De esta manera, los discursos interesan analíticamente en tanto es imposible interpretar la acción política fuera de toda hipótesis sobre la matriz significante que la genera.
En los posteriores apartados, abordaremos entonces los núcleos temáticos del discurso de estos intelectuales y los ordenaremos en tres ejes que articulan las dimensiones más relevantes del corpus empírico. Estas dimensiones son la construcción de un escenario de quiebre de la convivencia democrática, la conformación de una mirada decadentista y la disputa por el progresismo como elemento central en el establecimiento de una posición e identidad política. Por último, esbozaremos algunas reflexiones finales.

El clima de época. El contexto

La primera presidencia de Cristina Fernández inicia un ciclo de radicalización política o segundo kirchnerismo (Kulfas, 2016: 132), puesto que, a poco de asumir el gobierno, estalló el denominado “conflicto con el campo”. Esto ocurrió cuando el 11 de marzo de 2008 la administración nacional intentó establecer un nuevo régimen de retenciones móviles mediante el dictado de la resolución 125 del Ministerio de Economía, que establecía el aumento en una relación directamente proporcional a los precios de dichos productos en el mercado internacional. La implementación de esta medida apuntaba a recaudar más fondos, producto del alto precio de la soja, y a la vez controlar el crecimiento de la producción en desmedro de otras producciones tradicionales como trigo o maíz. En síntesis, como señalan Biglieri y Perelló (2018), resultan de ese ejercicio dos períodos diferenciados: uno más ortodoxo y moderado –entre mayo de 2003 y comienzos de 2008– y uno más heterodoxo y radical –de fines de 2008 hasta 2013–, que literatura académica suele caracterizar como de giro a la izquierda (Muñoz, 2011).
Por su parte, el conflicto con el sector rural no se agotaba en una lucha por la apropiación de la renta extraordinaria, sino que implicaba una lucha por la definición de las reglas de juego en la economía y en la sociedad. A partir de entonces, el nuevo patrón de crecimiento entró en una encrucijada, y el enfrentamiento entre quienes se embanderaban detrás de la “profundización del modelo” y quienes pretendían desandar en todo o en parte el camino recorrido siguió una escalada que no parecía tener techo, y que se expresaba con fuerza en el terreno político, como una disputa cada vez más encarnizada entre el gobierno y una variopinta oposición.
En ese escenario, sobre todo a partir de 2008, cuando el gobierno de Cristina Fernández comienza a tomar una serie de medidas de intervención en materia económica, el horizonte político empieza a reconfigurarse, y numerosos actores e identidades políticas revisarán y replantearán sus posiciones con referencia al nuevo impulso de la gestión de Fernández.
Un elemento que se destaca en el caso argentino es la reactualización que las diferentes tradiciones de la derecha hicieron del peronismo y el kirchnerismo en esa nueva etapa. En ese sentido, las aproximaciones al “progresismo” han ido creciendo en los últimos años, a partir de distintos estudios provenientes de las ciencias sociales (Schuttenberg y Pagani, 2013; Minutella y Álvarez, 2019; Minutella, 2020). No obstante, hay un discurso todavía poco abordado, que es el de algunos intelectuales con trayectorias no vinculadas a expresiones de derechas pero que cuestionaron fuertemente al kirchnerismo en clave antipopulista.
 Estas críticas son fundamentales en dos aspectos. En primer lugar, para hacer un aporte al conocimiento en torno a los discursos, disputas y trayectorias de un sector de la tradición progresista; en segundo lugar, en términos de dar cuenta y comprender una construcción del kirchnerismo y de los problemas de la Argentina que será central en la conformación de una identidad antipopulista.
Esos espacios progresistas de centroizquierda los definimos a partir de
que el grueso de los partidos socialistas y las organizaciones de centroizquierda comenzaron a dejar de lado sus resistencias a la economía de mercado y a desechar paulatinamente el lenguaje de la lucha de clases, la liberación nacional, el internacionalismo, la soberanía westfaliana estricta y demás (Arditi, 2009: 242).
 
En el mismo sentido, señala que la centroizquierda impulsa un gobierno socialdemócrata moderado, dentro de los parámetros del capitalismo, dentro del desarrollismo, sin alterar las relaciones de dominación.
En nuestro país, pese al ocaso del FREPASO y la frustración de la Alianza como la alternativa que podía encauzar el país, se puede observar cómo las tradiciones progresistas siguieron circulando en 2002, tanto en el campo periodístico como en los dichos de varios referentes de la política nacional. La frontera que se había esbozado en los años ochenta entre un “nosotros” (progresismo democrático) y un “ellos” (autoritarismo) se borró en la coyuntura de finales del decenio menemista, en la medida en que aquello que entonces se percibía como “deficiente” ya no era la “amenaza del autoritarismo”, sino las “prácticas corruptas y decisionistas” que conspiraban contra la plenitud social. Lo “progresista” empezaba a asociarse así con la “transparencia” y la “noción de corrupción” funcionaba como un efecto de frontera, puesto que ubicó de un lado al “progresismo” (moral) y del otro al menemismo (corrupto, cínico y frívolo) (Minutella y Álvarez, 2019; Minutella, 2020).
Este antagonismo construido al calor de los debates de los años noventa y la crisis de 2001 comienza a resquebrajarse, y algunos sectores que habían sido parte de una sensibilidad progresista (Minutella y Álvarez, 2019) comienzan a acercarse al gobierno de Néstor Kirchner con la denominada transversalidad. No obstante, otros sectores comenzarán a acentuar su ideario antiperonista, esta vez en clave antikirchnerista. Lo central de esta etapa, que se abre fundamentalmente en 2008, es que operó como un parte aguas en algunos intelectuales que comenzaron a construir un discurso explícitamente antikirchnerista y a poner en disputa el sentido del progresismo.

El quiebre

Un primer aspecto a resaltar a partir del análisis de los libros de estos intelectuales es la noción de una ruptura: un antes y un después. Con el kirchnerismo no solo se modificaron algunas políticas, sino que se transformó la forma de relacionarse y el lugar que la política tendría en los debates.
Los libros comienzan siempre poniendo en escena la irrupción de la violencia, la irracionalidad y la descalificación, y dejan en claro que en las nuevas condiciones el diálogo político es inviable. Así, se describen situaciones cotidianas, peleas familiares y discusiones en sobremesas como circunstancias que promueven la reflexión sobre el devenir de nuestro país.
Empecé mal el día; la vi a Sarlo en el bondi. Encontré la frase hace unos meses en Twitter. Yo no empiezo mal el día si me cruzo con un kirchnerista en el subte (Sarlo, 2011: 7).

Era una cena placentera, tan normal. Junio de 2008; en pleno conflicto campestre, Margarita y yo comíamos con dos parejas de amigos de siempre –décadas de cariño. Charlábamos, hasta que alguien dijo algo sobre el tema del momento. Entonces T. –llamémoslo T.– me miró y dijo que mejor no habláramos de eso: yo sé qué pensás, me dijo, yo pienso distinto, nos vamos a pelear. Yo dije que cómo no íbamos a hablar; que éramos amigos, que siempre habíamos hablado; el insistió que mejor no. (…) Así que nos pusimos a debatir el asunto del campo; él apoyaba con calor al gobierno, yo no. Media hora más tarde estábamos a los gritos, insultos, enojos etosos. Nos dijimos cosas feas; no volvimos a vernos (Caparrós, 2011: 11).

La escena se repite en distintos formatos, pero alude al fin de una era añorada en la que las discusiones parecían transitar por carriles que no llevaban a la ruptura. Es una reacción al momento de impugnación que las figuras intelectuales comenzaron a tener en la etapa post-2008. En los textos, se puede apreciar cómo la tensión política atribuida al kirchnerismo se filtra en todos los ámbitos de la vida social, e incluso en la intimidad. Así, “las huellas del rencor” se trasladan a las relaciones interpersonales.
De la mano de la denuncia de esta situación, retoman la idea de crispación generada por las políticas de un gobierno que ha irrumpido en la intimidad, que generó que quienes estén conversando acaben por enfrentarse con la misma saña con que pudieron haberlo hecho hace cinco siglos católicos y protestantes o, hace siete décadas, quienes estuvieran a favor o en contra del Eje. Se rompe, así, la convivencia dialoguista que reinaba anteriormente. El problema planteado va más allá del debate que por entonces se daba en los medios entre distintos intelectuales, y pasa al espacio de la intimidad. Lo central es que el proceso de crispación no es resultado de una discusión en torno a proyectos, sino que es una creación artificial del kirchnerismo. Es decir, subyace la idea de la manipulación todopoderosa que habría logrado hacer que todos ingresen en esa lógica de confrontación.
No el disenso con el gobierno: el disenso entre nosotros. No se trata de un muro que encierra a unos y deja en libertad a los demás: es el que separa a unos de otros, el que rompe amistades, vuelve imposible la conversación en la mesa familiar, aleja colegas, hace frío un saludo que había sido afectuoso (Kovadloff, 2015: 69-70).

Se denuncia un muro que habría sido levantado para obstruir la circulación de las voces, que ha provocado que el disenso sea imposible. La fecha de inicio de este proceso no aparece estipulada, pero el culpable de esto es indudablemente el kirchnerismo. Todos los textos seleccionados coinciden en esa cuestión y ninguno sitúa esta problemática en momentos anteriores.
A su vez, hay una añoranza por un pasado en donde esa impugnación no existía. Es decir, estos intelectuales no se sentían en tensión con sus posicionamientos. En los textos es posible leer que antes no había un otro que cuestionara las concepciones y pensamientos, sino que todos coexistían pacíficamente. Eso se habría perdido inexorablemente.
Durante los años 90 todo resultaba bastante sencillo para quienes imaginaban que el país debía ser algo diferente de lo que el menemismo  proponía y ejecutaba. (…) Es posible decir que contra “Menem estábamos mejor”. Estábamos mejor que contra el kirchnerismo, porque el kirchnerismo corrompió también el lenguaje, y convocó en torno suyo una importante cantidad de actores con los cuales, en la década anterior, era posible compartir la crítica de las prácticas políticas. Ese apoyo acrítico a un gobierno reaccionario me resultó, desde el inicio de la gestión oficial, desconcertante; intentar comprenderlo es una de las motivaciones de esta obra (Katz, 2013: 208).

Recuerdo esos días extraños en que miles y miles cantaban que se vayan todos e imaginaban que estaban imaginando otras formas de vivir en un país (Caparrós, 2011: 26).

La frase “contra Menem estábamos mejor” ilustra ese pasado en el cual la identidad progresista aglutinaba un conjunto de posiciones y sentidos en el espectro político que convivían sin conflicto. En ese contexto, el disenso operaba sin conflicto en el relato y las distintas interpretaciones sobre la política no llevaban a la ruptura. En esos años, el antimenemismo hegemonizaba posiciones críticas del modelo neoliberal con otros cuestionamientos vinculados a la corrupción y a la falta de institucionalidad.
Esta situación que los intelectuales citados caracterizan como un antes y un después los obliga a intervenir en el escenario público y plantear una serie de interpretaciones sobre el pasado, sobre la raíz de los problemas actuales y sobre la caracterización del kirchnerismo. En este sentido, la situación de crisis que identifican les permite hacer una vuelta hacia atrás, para revisar el pasado y también para tratar de explicar de qué se trata la etapa que atraviesa la Argentina.
Así, el kirchnerismo es solo la punta del iceberg de un problema más profundo a resolver: nuestra cultura autoritaria, que gustaría de liderazgos mesiánicos. Los textos de estos autores entonces se sumergen en el intento de dilucidar estos problemas de fondo en la conformación de nuestra nación, y para ello hacen énfasis en distintas estrategias y formas.
Este no es un libro sobre el kirchnerismo: es un libro sobre la Argentina, o más precisamente, sobre algunos rasgos de la vida pública argentina, y sobre el modo en que esa vida pública impide pensar el futuro, sobre el modo en que nuestra vida pública se organiza en torno de la ausencia del futuro. El país queda condenado a un presente perpetuo o, peor aún, sometido a la repetición interminable de las formas ya transitadas de la caída y la descomposición (Katz, 2013: 11).

Kovadloff coincide en un interés más profundo que tiene que ver con la idea de que nuestro país tiene una suerte de pasión por el desapego a la ley por parte del poder político, algo que hace que estas desviaciones de la conducta sean persistentes y marquen la trayectoria del país hacia una trasgresión incesante. Su búsqueda consiste en explorar algunas de las formas predominantes de esa matriz cultural.
Sarlo se posiciona, en tanto, desde una mirada que resalta su pertenencia al campo académico y señala que la suya es la perspectiva de una historiadora de la cultura a la que le ha tocado como objeto el presente. Desde ese espacio, y resaltando su lugar destacado como analista, someterá a revisión los distintos postulados que el gobierno de Cristina Fernández construyó a lo largo de su mandato.
En pos de desentrañar esas preocupaciones, Caparrós se propone pensar los nuevos sentidos de las palabras que antes aglutinaban al campo intelectual y en torno a las que luego existirá un disenso. En la introducción, plantea que escribe el libro porque siente la necesidad de dar testimonio en un momento crucial de nuestro país.
Sé que estoy perplejo. Pero, además estoy molesto, inquieto, irritado: me persigue la sensación de que algo está muy mal en la Argentina y que mucha gente muy respetable se resiste a verlo (Caparrós, 2011:15).

En todos los casos, los intelectuales citados comienzan una labor de desentrañar el presente negativo que, entienden, atraviesa la Argentina, y lo hacen con una convicción de quienes en realidad realizan una tarea contrahegemónica frente a un gobierno que avasalla a la sociedad.

La construcción de una mirada decadentista

Hay en los libros de los intelectuales un gran núcleo temático que vamos a desarrollar. Tiene que ver con una mirada decadentista de la Argentina, es decir, la perspectiva de que asistimos a un proceso gradual de empeoramiento general de todas las dimensiones de la vida social, económica y cultural. Se trata de un proceso con ersos hitos o fechas significativas, pero que comparte la idea de una aceleración en el marco del ciclo kirchnerista.
Como señalamos, a diferencia de otras tradiciones decadentistas de la historia intelectual (Halperín Donghi, 2005), que estaban apoyadas sobre miradas de intelectuales europeos, la mirada decadentista del progresismo antikirchnerista tiene un fundamento en el gobierno de Cristina. Ese es el punto de quiebre de la historia, y allí apuntarán en la búsqueda de respuestas.
Como bien marca Vicente (2012), las perspectivas decadentistas de la derecha liberal suelen iniciarse en 1912 con la aprobación de la Ley Sáenz Peña, patentizada con el acceso del radicalismo al gobierno en 1916, profundizada por la experiencia peronista y que, en los años previos al golpe de Estado del ’76, llegaba a su más alto punto de declinación. El punto central de esta visión decadentista estaba dado por la participación de las masas en política, al punto que el accionar masivo era utilizado como factor explicativo de la decadencia nacional. También ciertas perspectivas revisionistas abrevarán en el decadentismo como elemento central para explicar la trayectoria de la sociedad argentina.
De esta manera, hay una búsqueda en la historia, para marcar ersos hitos que nos muestran un pasado de grandeza que se abandonó. Así, Katz señala que, en 1913, Argentina se contaba entre los países de más altos ingresos y, desde entonces, su declinación habría sido constante.
La caída es constante desde su apogeo en el siglo XIX. Allí hay una reelaboración de la mitología liberal, donde la crisis que desencadenaría la decadencia es el abandono de ciertas prácticas políticas que se asociaban a lo que entienden como un país exitoso. Así, aparecerán fechas que marcan puntos nodales en el camino a la decadencia. Por otro lado, más allá de su pretensión explicativa, existe un discurso del agobio presente. Es decir, los autores se vuelcan al ejercicio de la pluma ante la situación terminal en la que presentan al país.
La Argentina kirchnerista, como tantas otras argentinas (…), es un país fracasado. No un Estado fallido, en el sentido estricto de la expresión, aun si comparte muchas de sus características: un gobierno central ineficiente, pobre provisión de servicios públicos, corrupción extendida, criminalidad, renovación de la prolongada decadencia económica al cabo de unos años de crecimiento. No se trata de un fracaso inevitable, sino intencional, provocado por instituciones económicas extractivas, que destruyen incentivos, desalientan la innovación y succionan el talento de las personas expropiándoles oportunidades (Katz, 2013: 174).

La anomalía argentina entonces consiste en que siempre su presente es fundamentalmente consecuencia de su pasado. Así, las fuerzas de la historia moldearon el rostro de un presente que cada vez devuelve una imagen más deteriorada y degradada. La decadencia es también, en sí misma, un estado de cosas, pero a su vez un producto de nuestra historia. Por ende, estos intelectuales advierten del estado actual para recomponer un futuro de desarrollo que logre escapar de la inercia decadentista.
Pero la conversión de una ficticia capital imperial en una zona de desastre social, urbanístico y ambiental no respondió a un proyecto ni siquiera macabro, es producto de un largo ciclo de estancamiento económico, aumento de las desigualdades en la distribución de la riqueza nacional e incremento de la pobreza. El bajo crecimiento comenzó en 1913: un siglo de incapacidades colectivas, uno de cuyos puntos de inflexión, el que señala el fin de una sociedad razonablemente integrada y con el que nace la pobreza estructural en el país, se ubica en 1974 (Katz, 2013: 14).

El kirchnerismo se construye como el punto de llegada de una larga decadencia ininterrumpida pero que, a su vez, actúa como su momento de aceleración. Esa etapa está lejos de ser inscripta como un gobierno constitucional, sino que se caracteriza como un régimen que
ha dejado de ser el ocasional gobierno del Estado para intentar convertirse en un régimen, una forma de control del Estado que establece su propio conjunto de reglas y de leyes de modo autoritario y cuyo principal objeto es la preservación del poder del grupo dirigente (Katz, 2013: 25).

El kirchnerismo entonces es descripto como un régimen que se apropia del Estado y que utiliza una serie de dispositivos para mantenerse en el poder. De esta forma, la construcción discursiva en estos autores fue la que definió el ejercicio del poder como un objeto de propiedad privada del matrimonio Kirchner, su más preciado “bien ganancial”. Sobre esta premisa hay una concepción despolitizadora, puesto que la finalidad última del proyecto político no la fundamentan en la realización de una serie de transformaciones políticas y sociales sino en una pulsión enfermiza por mantener el poder. Es decir, el poder no es pensado en términos de posibilidad de transformación social sino en términos de acumulación.
En cambio cuando la política no existe –cuando los partidos políticos son conglomerados de personas que creen cosas variadas y variables y están dispuestas a variarlas todo lo necesario para garantizar su permanencia en el poder– cualquier vínculo es débil, sospechoso, porque siempre está cerca de ser traicionado si aparece uno más ventajoso. Es entonces cuando la sangre –la familia, los vínculos supuestamente indisolubles– ocupan el lugar privilegiado (Caparrós, 2011: 34).

            Esta perspectiva antipolítica tiene su raíz en el desencantamiento con la democracia de los años ochenta y luego pasó a ser uno de los ejes centrales del cuestionamiento de los discursos públicos sobre la política a finales de los años noventa. Se trataba de una interpretación que no explicaba la crisis social como resultado de decisiones políticas sino a partir de una lectura moral de las acciones puntuales de los funcionarios estatales. En el texto de Caparrós se puede apreciar la idea del antagonismo discursivo entre un mundo de “la política” profesional, definido por los intereses particulares, y la denuncia de esa inmoralidad de sus gobernantes que no solo no se ha difuminado, sino que parece haber cobrado nuevos bríos y recolectado numerosas adhesiones en tiempos recientes.
            Esa concepción antipolítica de la política entonces se articula con la perspectiva decadentista, puesto que las motivaciones de la acción son siempre el interés personal. Los partidos, entonces, habrían dejado de ser espacios de aglutinamiento de ideas y proyectos para ser plataformas de apropiación de lo público.
No será posible revertir la decadencia argentina si el ejercicio de la política no se reconcilia con la ética. No obstante, esa reconciliación no será rápida ni puede llegar a ser plena en el corto plazo. ¿Es ello posible? Hoy solo sabemos que es imprescindible. Las huellas del rencor no se borrarán de nuestro suelo ni desaparecerá el autoritarismo que les da vida si esa labor transformadora no se inicia con la conciencia frontal de que, en el país, poco falta para que el deterioro de nuestra democracia sea completo (Kovadloff, 2015: 9).

            El alejamiento de la democracia en la totalidad del proceso de decadencia se resalta en todo momento. En ese marco, “las dirigencias incultas han contribuido profusamente a inscribir al país en el rumbo de los desaciertos repetitivos” (Kovadloff, 2015: 29). Así, la operación denunciada es la de inculcar en el ánimo de la gente la trágica convicción de que es posible progresar sin cultura, y confundir de ese modo el logro económico con la idoneidad cívica.
            Esta separación entre la virtud cívica y el beneficio económico permite realizar un giro explicativo acerca del porqué del éxito de los gobiernos kirchneristas. Es decir, este  desplazamiento le posibilitará dar cuenta del apoyo popular y electoral de la presidencia de Cristina Fernández. Allí, el gobierno habría alterado los órdenes correctos. Primero el progreso cultural y moral y luego, en un futuro, el aspecto económico. En cambio, se habría hecho de forma contraria, con la satisfacción de cuestiones económicas sin un desarrollo cultural y moral. De esta forma, se logra imponer la demagogia y “entre los pobres triunfó el clientelismo y no el ejemplo del Toti Flores. En la clase media, la disconformidad de ayer fue barrida por los buenos vientos de la abundancia” (Kovadloff, 2015: 104).
Ante esa realidad, solo resta recuperar la democracia, entendida como un espacio construido en espejo virtuoso del populismo denunciado. En ese marco, el año 2015 se empezaba a conceptualizar como un momento bisagra de nuestro futuro. Allí se retoman ciertas consignas, como: “dada la gravedad de la situación en que nos encontramos, la disyuntiva es tan clara como drástica: o recuperamos cuanto antes la política para la causa constitucional o el efecto disolvente generado por esa deformación resultará largamente irremontable” (Kovadloff, 2015: 32).
Allí se resalta la necesidad de recuperar la democracia frente a un proceso como el kirchnerismo, que habría obstruido el tránsito hacia la democracia representativa y, en su lugar, se habrían reforzado los mecanismos de intolerancia al disenso, mediante el desprecio hacia los partidos, la burla al federalismo, y a través de favorecer el sindicalismo extorsivo. Por todo eso, era necesario un cambio de mentalidad que se materializaría, en un primer momento, a través de la elección de un nuevo gobierno que dejara atrás el populismo.
            Todo ello generaría un proceso de debilitamiento de la sociedad y sus instituciones republicanas. En su mirada, el gobierno impulsa esa frustración como forma de manipular a la ciudadanía inculcando el odio y la polarización. “Ha descubierto cómo potenciar a su favor la desilusión, los agravios y la amargura desatados por los demagogos de la democracia que lo procedieron en el poder” (Kovadloff, 2015: 79).

El progresismo en disputa

Uno de los aspectos nodales en los que se centra el debate de estos intelectuales es en la definición en torno a la identidad del progresismo. Los textos constantemente intentan definir los contornos de esa identidad para mostrar qué es realmente ser progresista. Un aspecto interesante del análisis es que las críticas al gobierno kirchnerista intentan siempre hacer foco en otros temas diferentes a los cuestionamientos que usualmente le realizaban intelectuales con perspectivas más conservadoras. Estos últimos apuntaban fundamentalmente a la intromisión del Estado en materia económica, el exceso de gasto público o la acentuación del populismo.
En cambio, estos autores construyen una diferenciación clara con respecto a esos planteos. Sus críticas se orientan al plano cultural, y se concentran en mostrar lo que denominan el relato, como una construcción falsa que sirve a los intereses de perpetuar una fuerza política en el poder. Esto les permite, entonces, establecer la batalla por la “verdadera” definición del término progresismo.
Esto último no es menor, puesto que esta identidad actúa como espacio de cuestionamiento a lo que denominan a grandes rasgos como populismo, pero a su vez es una identidad que los protegerá de ser acusados como intelectuales de la derecha. La impugnación de ese rótulo es fundamental para pensar los giros argumentales que estos textos producen.
Todos los intelectuales comienzan en estos libros trazando a grandes rasgos su biografía, con el objetivo de posicionarse y explicitar desde el lugar desde donde enuncian. Así, Beatriz Sarlo pone en juego todo su capital académico y cultural, y su trayectoria como intelectual del campo de las izquierdas y el progresismo.6 Caparrós cuenta en la introducción su pasado, donde intentaba “ser revolucionario y peronista”. Es decir, se ocupa de inscribirse dentro del campo de las izquierdas desencantadas con el curso de la historia, pero es desde esa matriz que busca presentarse. Kovadloff y Katz, en tanto, resaltan sus facetas cívicas, sus preocupaciones por los Derechos Humanos y la democracia.
Como señalamos en el párrafo anterior, todos se posicionan en el marco de la batalla por el significado del progresismo. En ese aspecto, los títulos de los libros plantean los lineamientos principales que desarrollarán. Sarlo y Katz pondrán el énfasis en la desmitificación del discurso kirchrnerista, al titular respectivamente La audacia y el cálculo y El simulacro, es decir dos sentencias en torno a la falsedad que pretenden demostrar. Caparrós emprende, en ese marco, una empresa más culturalista, al indagar todos los tópicos donde se falsea la historia por el entonces oficialismo, pero con una pregunta en torno a las condiciones de recepción de esos relatos. En la misma línea, Kovadloff trata de rastrear los efectos de esa década autoritaria en los relatos falsificadores.
El discurso de los intelectuales se concentra en mostrar el carácter construido del conflicto que los gobiernos kirchneristas habrían abierto. El relato está identificado con una mística falsa que sirve a los intereses de construir una verdad sesgada. Así, se construye un argumento que constantemente señala como exceso de politización la interpretación alternativa de los hechos, es decir, se denuncia una sobreactuación de las consignas políticas y de los relatos. Esto apunta también a cuestionar los logros que el kirchnerismo exhibía como parte de su gestión al frente del Estado, como la mejora en los indicadores sociales y económicos en general. En este aspecto, el discurso se articula con el significante “falso relato”, que aglutina y expresa que cada avance de los últimos años era en realidad una ficción promovida por el kirchnerismo. Así, el planteo afirma que, a pesar de los más de treinta años desde que la Argentina recuperó su democracia, los resultados de dicha democracia habrían sido limitados, sobre todo en los doce años de gobierno de Néstor y Cristina. Esto se articula con la cadena de significación estructurada bajo el “falso relato K”, que habría ocultado la pobreza. En ese marco, el kirchnerismo se construye como progresismo, que es entonces sinónimo de mentira y manipulación, por ende falsa izquierda.
El progresismo que habita en el kirchnerismo es, entonces, una falsa construcción que oculta una visión reaccionaria. Es reaccionaria porque un discurso progresista nunca podría mantener impune el “crimen de Alberto Nisman”, ni impulsar la alianza con la “república teocrática de Irán y Venezuela”, ni tampoco justificar lo que Kovadloff entiende como una política sostenida en un proceso de corrupción.
Ese relato falso es presentado por Katz como “simulacro”, lo cual significa que:
lo específico del kirchnerismo no debe buscarse en sus ideas respecto del país –puesto que carece de ellas– ni en su ideología, que comparte con muchos otros actores de la política argentina, no exclusivamente peronistas. Hay que buscarlo en su discurso y en sus estrategias de poder. No en lo que se ha dado en llamar el relato, que es a la vez simple y banal, sino en su relación con la verdad o, más justamente, en su indolencia ante la verdad: lo que en este libro se describe como el simulacro (Katz, 2013: 25).

Sarlo, de la misma forma, analiza a Néstor Kirchner, Cristina y Chávez, entre otros, a través de sus discursos, los cuales por momentos son considerados en forma escindida respecto del papel que cumplen esas enunciaciones dentro de un marco de transformaciones sociopolíticas de extendido alcance. Como bien señala Goldstein (2012), la autora toma ciertos discursos y los somete a una revisión de la veracidad con una hipótesis de falsedad. Así, describe con minuciosidad la participación política que genera el kirchnerismo, pero en busca de encontrar el carácter utilitarista, en última instancia, de esos espacios. El kirchnerismo es exhibido como una construcción ficcional, elaborada en base a falsas representaciones que contienen, detrás de su cara visible, el oscuro rostro de la hipocresía. Todo habría sido montado como una gran performance, y cuando aparece cierto reconocimiento, se procura ilustrar luego la contraparte “reveladora” que vendría a mostrar el engaño subyacente.
Todo empezó con una farsa. Nunca nadie había pensado en el doctor Kirchner como un militante del peronismo revolucionario hasta aquella noche de mayo de 2003 en que su antiguo jefe, el doctor Menem, fue al programa de Grondona y lo acusó de montonero. (…) La falsa memoria nos ayuda a recordar que, durante la dictadura, el doctor y la doctora Kirchner vivían en Río Gallegos y se dedicaban a ganar mucha plata ejerciendo lo más desagradable del capitalismo: el préstamo usurario (Caparrós, 2011: 81).

Ahora bien, ese engaño subyacente es la presentación del kirchnerismo como una nueva forma de progresismo. Esta idea es la que fundamentalmente estos intelectuales van a intentar cuestionar para mostrar en realidad la falsedad de esa identidad.
Tampoco pienso que el kirchnerismo es el único progresismo posible en la Argentina real. Por el contrario, el progresismo hoy tiene ideales que Kirchner no conoció. Seguí atentamente los discursos intelectuales que fueron la atmósfera en la cual avanzó la idea de que el kirchnerismo era el progresismo a la medida de la época, antes de que la agitara la militancia. El kirchnerismo tiene su brigada simbólica. Leí bien los documentos de Carta Abierta, porque allí está la última versión de un viejo tema: la capacidad del peronismo para transformarse en un imán de los progresistas que deciden pasar por alto mucho de sus rasgos y bajar algunas banderas (Sarlo, 2011: 8).

            En lo anterior hay dos aspectos claves. El primero tiene que ver con que la vinculación de Néstor Kirchner con el progresismo es, entonces, construida, y no devendría de una trayectoria política; el segundo es un “viejo tema” que preocupa centralmente a los intelectuales que se ubican en el progresismo antikirchnerista. Se trata de la capacidad que tuvo ese relato de presentarse como heredero de las principales tradiciones de ese espacio. Allí, cuestiona la noción del compromiso militante con la que se estructuraba el discurso del gobierno y señala que “batallar a matar o morir, que le gusta al kirchnerismo, y las agresiones de todo tipo no son excepcionales, sino una contradictoria y comprensible atracción fatal” (Sarlo, 2011: 76).
La manipulación del ideario progresista es, además, acompañado de una profunda isión social que, desde esta perspectiva, es también operada e introducida por el gobierno para impedir la “verdadera” ampliación del espacio progresista. Es decir, el progresismo sería así una víctima del cálculo político del kirchnerismo que de esa forma bloquearía una identidad crítica con su gestión.
Desde el año 2003 el gobierno de la Argentina es conducido por un grupo que, tímidamente al principio, y más estruendosamente a medida que percibía los réditos de la estrategia, ha venido reclamando para sí la titularidad del ideario progresista. Con escasa sofisticación intelectual, pero con alta eficacia política, el discurso oficial organizó dos campos simbólicos: el de los buenos y los que encarnan el mal (Katz, 2013: 44).

Señalan que la intención del gobierno es entonces apropiarse de la tradición progresista y, a través de un discurso sesgado a la izquierda pero con prácticas profundamente reaccionarias, habría podido satisfacer durante muchos años a un porcentaje muy amplio de la población. En ese marco, el apoyo al gobierno es explicado, por ciertos momentos, como una manipulación de ese ideario y, por otros, a partir del éxito económico que habría logrado hacer olvidar las virtudes cívicas (Kovadloff, 2015). No obstante, las referencias a las mejoras en las condiciones económicas durante la etapa kirchnerista son, en realidad, tipificadas como “la falacia del crecimiento, la distribución y el consumo” y además “uno de los principales pilares de esa engañosa construcción, consistió en hacer creer que las mejoras de los ingresos de los sectores asalariados son el indicador más relevante para decidir el valor ideológico de una política económica” (Katz, 2013: 45).
La explicación construye un giro en donde la ausencia de políticas públicas progresistas impidió que la población convirtiera los mejores ingresos en ahorros, y de este modo se la condenó a consumir los excedentes generados con su trabajo, sin posibilidad de capitalizarlos. Es decir, por un lado se reconoce el mejoramiento salarial y económico; no obstante, la falta de políticas progresistas llevaría ese excedente al consumo de corto plazo, de modo tal que se impide la transformación en las condiciones sociales profundas de las personas.
La argumentación se centra entonces en que la idea de hacer que el crecimiento de la economía dependa del consumo estaría en las antípodas del pensamiento progresista, que propondría estimular en cambio el ahorro privado y público, para luego derivarlo a inversiones que incrementen la riqueza de los sectores populares y medios de la sociedad.
Las inmensas desigualdades que existen en nuestro país no se resuelven con una mejor distribución del ingreso. Ingresos mejor distribuidos son sólo un estímulo para un mayor consumo. A la democracia de propietarios que sugería John Rawls, el gobierno kirchnerista opuso un capitalismo de estado que no sólo concentra riquezas sino también necesariamente el poder. Una política progresista exige atender a una idea que no ha estado presente en el discurso oficial durante estos diez años: igualar oportunidades (Katz, 2013: 49).

            Capitalismo de Estado, populismo, intervencionismo y manipulación comienzan a articular una cadena de sentido, en la que la identidad progresista intenta ser el elemento aglutinador del orden deseado basado en planificación, realidad y ahorro. Esta construcción se sostendrá entonces en el plano de las creencias. Por ello, estos intelectuales consideran que es necesario construir un relato con tintes teológicos antes que políticos. Así, en esta mirada “la unidad religiosa entre Dios, se metamorfosea en la unidad entre el Estado, el gobierno y el pueblo que forman así un nexo indisoluble” (Katz, 2013: 119).
El kirchnerismo, entonces, en esta interpretación no solo no es progresista sino que es un fenómeno reaccionario, porque falsea el presente y piensa el futuro con las categorías del pasado, mientras que el progresismo real se plantea como un tiempo de redención que marcará el fin de la época oscura nacida con el surgimiento de la democracia liberal y de las ideas republicanas. El gobierno de Cristina Fernández, de este modo, es caracterizado como un progresismo reaccionario, puesto que no se propone explorar los modos en que los iniduos puedan gozar de su autonomía para participar así de la vida política y decidir sobre sus propios asuntos personales. En su lugar, apuntan a la acumulación y el mantenimiento del poder a partir de la concentración inaudita de riqueza y de poder. Allí se construye un cuestionamiento que pretende separarse de las críticas que los sectores de derecha le realizaban al gobierno, al establecer que el Estado impulsaba una economía de consumidores y no de propietarios, lo que terminaría por conformar una democracia de clientes y no de ciudadanos. Hay allí un argumento cívico para impugnar el avance estatal.
El gobierno kirchnerista es, a diferencia del conservadurismo popular menemista de raíz thatcheriana que dirigió la Argentina en la década del 90, un gobierno profundamente reaccionario: al agudizar la desigual distribución de la riqueza y empeorar la distribución del poder político, establece las condiciones para la permanencia de un régimen autocrático cada vez más corrupto e ineficiente y autoritario. Su reverso es lo contrario del ideario progresista: limita la autonomía de los iniduos y obtura el autogobierno colectivo. El kirchnerismo es un régimen que intentó convencernos de que su política se inscribía en el ideario progresista, pero del cual es necesario recordar, parafraseando a Gore Vidal, que forma parte de una escena política en la que actúa un solo partido, un partido de derecha con dos alas: el peronismo conservador y el kirchnerismo reaccionario (Katz, 2013: 55).

Lo que define entonces al kirchnerismo es lisa y llanamente la mentira, con la que construyó las biografías de sus líderes, las estadísticas públicas, sus intenciones y las obras inexistentes que inauguraría. Esa mentira, a su vez, se plasma en las cifras que dan cuenta de la pobreza y en el costo de alimentarse siendo pobre. En el libro Argentinismos, Caparrós dedica cada uno de los capítulos a desentrañar ese discurso. Así, setentismo, Derechos Humanos, militancia, relato, y otros, son componentes de un relato construido y actuado, donde la ficción sirve a los fines de acumular y perpetuarse en el poder.
Desnudar la mentira kirchnerista, sin dudas, es uno de los ejes centrales de esta perspectiva progresista. No obstante, en los intelectuales abordados hay un especial cuidado en la argumentación. Hay otro eje no mencionado nunca en los textos, pero que, en efecto, es un componente central de las argumentaciones. Nos referimos a que estas producciones, constantemente, buscan posicionarse por izquierda frente al gobierno. En los textos casi no hay referencias a críticas que puedan venir por derecha. De esta manera, las referencias a la pobreza, a la falsificación  de  datos, al porqué transmitir fútbol gratis con niños en la pobreza, el promover una verdadera democracia, las falsas trayectorias, los muertos de la tragedia de Once, entre otras, son las formas que toma la argumentación señalada.
Hay en la Argentina dos millones de seres a los que el poder desconoce como personas. Desempleados, subempleados, indigentes de toda índole, excluidos en conjunto. Esta hipoteca humillante contraída con la dignidad y el derecho contribuye al descrédito medular de la política. No es, sin embargo, la única de las formas que tomó, entre nosotros y en tiempos recientes, la brutal subestimación del prójimo. La primera de estas formas fue la configurada por el terrorismo de Estado, entre 1976 y 1983. De la segunda fueron responsables los promotores de la marginación social impuesta a incontables argentinos mediante la crisis desatada en el año 2001. La tercera, a cargo de los tres últimos gobiernos constitucionales, consistió en la práctica sistemática de la exclusión del adversario y el aliento ideológicamente infundido a su feroz desprecio del pluralismo (Kovadloff, 2013: 34).
            Dejar atrás el pluralismo, sumado a la idea del simulacro con el objetivo de “colonizar el corazón de los argentinos”, es parte de una reescritura que el gobierno pretendía hacer de la historia. En ese plano, el discurso va en la misma línea. Es decir, el cuestionamiento no plantea una defensa de la dictadura de 1976, ni de la represión, sino que se ancla sobre la supuesta manipulación de la historia. Se trata de una manipulación que consagra una memoria de héroes en lugar de profundizar en la complejidad de la historia. El recuerdo mitificado es entonces suprimir los hechos de una historia que enseña que en nuestro país se anuló la distancia que debe haber entre la diferencia de opiniones y la lucha sangrienta.
            La cuestión central entonces es la manipulación histórica de los hechos y de los signos. Ello se realiza para expandir el poder del gobierno, que se valdría de todo lo que tenga a su mano mediante su “audacia” y su “cálculo”, y daría como resultado final la falsificación de la realidad en pos de un proyecto de poder.
¿Quién, en efecto, manipula los signos? ¿Quién intoxica la opinión? ¿Quién  deforma los acontecimientos? Desde siempre y para siempre, la culpa es del otro, del gran antagonista. Su hilo conductor, vocacionalmente maniqueo, se tensa luego y se ahonda con el menoscabo franco de las instituciones; prosigue su avance recurriendo a la manipulación de la pobreza y a la instrumentación impúdica de “la caja”, para completarse mediante el saqueo de los fondos públicos, el matonaje como pedagogía disuasiva y la acumulación ostentosa de riqueza y poder (Kovadloff, 2013: 23).

El objetivo deseado sería entonces una sociedad racional con un sistema político que contenga complementariamente una centroizquierda y una centroderecha, en un marco constitucional que deje atrás el populismo y la decadencia argentina.

Conclusiones

El artículo abordó un objeto un tanto esquivo, como el de los intelectuales progresistas antikirchneristas, que no ha sido tan investigado como otros discursos antipopulistas. Como señalamos, en los últimos años, el estudio de las derechas ha tomado gran vigor y, sin embargo, algunos discursos que se han posicionado en cercanía a partir de su antiperonismo no han tenido la misma atención.
Como pudimos ver, la disputa en torno a la identidad progresista tiene su recorrido histórico, y una de esas vertientes constituyó uno de los discursos más críticos del gobierno de Cristina Fernández. Si bien estos intelectuales no se posicionan y se definen en torno a una identidad de derecha, y sí lo hacen en torno al progresismo, el carácter fuertemente antikirchnerista los posicionará en un espacio cercano a esa familia política.
Schuster (2020), en un reciente artículo, señala que el principal objetivo de ciertas derechas locales no es contar con socialdemocracias robustas para fortalecer la democracia, sino “hacer antipopulismo por medio de terceros”. En definitiva, se trata de lograr que los “socialdemócratas” jueguen en el clivaje populismo/república antes que en otros definidos por los propios socialdemócratas. Esta hipótesis es sumamente interesante; no obstante, podríamos decir que dentro del progresismo existe una matriz cívica y una forma de comprender el significado de la política que claramente explica su posicionamiento antikirchnerista.
Es decir, esta corriente del espacio progresista no habría caído en ninguna trampa por parte de las derechas, sino que el desarrollo del proceso político, sobre todo a partir de 2008, fue generando la escisión de una identidad de contornos lábiles. De esa forma, los intelectuales y sectores que se identificaban en el progresismo a partir de pensar en gobiernos democráticos que produzcan redistribución de la riqueza tendieron a incorporarse al espacio kirchnerista, mientras que otros, en los que predominaba cierta matriz procesual cívica, comenzaron a establecer diferenciaciones y fuertes críticas.
Los intelectuales que formaron parte de este corpus, si bien no formaron un colectivo orgánico, abrevaron en una posición crítica desde la identidad progresista. Lo central es que, ante el avance y la radicalización del gobierno kirchnerista, lo que se puso en juego fue también qué significa ser progresista. Por ello, estos intelectuales salieron a dar ese debate al mismo tiempo que cuestionaban fuertemente al gobierno.
Pensar en los contornos que adquirió esa identidad nos permite aproximarnos a la complejidad y heterogeneidad del campo de la oposición a los gobiernos de Cristina Fernández. El trabajo pretendió poner en escena esa heterogeneidad de actores, por un lado, y de discursos y disputas en torno a diferentes tradiciones y significantes, por otro.
De esta forma, pudimos reconstruir los ejes de intervención de estos intelectuales que se caracterizaron por, en primer término, erigir y caracterizar la irrupción del kirchnerismo como un antes y después. La intolerancia y la capilaridad de la violencia simbólica y la crispación serán los elementos centrales de esa etapa que, según los intelectuales analizados, se trató de una estrategia del gobierno.
Ese diagnóstico sobre el presente que realizaron se articula con una visión decadentista de nuestra sociedad que la acerca indudablemente a algunas tradiciones de derecha. Allí, el presente caótico y problemático es el punto de partida para buscar las causas de la decadencia en la historia.
La etapa analizada, entonces, fue construida como un período de crisis a partir de que el kirchnerismo habría desarrollado una de sus facetas más complejas. Esa es sin dudas la manipulación de un relato, la falsificación de los hechos, la invención de trayectorias y, por último, la apropiación de la identidad progresista en aras de un proyecto autoritario y regresivo. Asimismo, al posicionarse en ocasiones discursivamente a la izquierda del gobierno y poniendo en juego sus trayectorias académicas y políticas y sus capitales culturales como intelectuales, conformaron un discurso relevante y de peso en la disputa hegemónica por la interpretación del período kirchnerista.
Lo que apuntamos a mostrar, entonces, en el trabajo, es la articulación de un conjunto de sentidos e interpretaciones que estos intelectuales instalan en el espacio público, que logran desbordar el debate sobre el carácter progresista y construyen sentidos amplios sobre la etapa, que otros actores e identidades políticas tomarán. En este aspecto, queda abierta la agenda de investigaciones para futuros desarrollos, tanto en relación con la producción intelectual en etapas que este trabajo no aborda, como para la profundización de estos avances en tanto marco para pensar los procesos constituyentes y de reconfiguración de las identidades políticas en la Argentina contemporánea.

Referencias

1 Para un desarrollo en profundidad de la cuestión de las trayectorias de los ersos espacios políticos, ver Retamozo y Schuttenberg (2016).

2 Existen otros discursos de intelectuales fuertemente críticos de los gobiernos kirchneristas (2003-2015) que no se han identificado con el progresismo, sino más bien con una matriz anticapitalista en su cuestionamiento. Así, algunos se centraron en mostrar las continuidades que observan con las políticas neoliberales, o en denunciar las características extractivistas del modelo económico. Esta perspectiva ha tenido ersos representantes y gran importancia en el espacio público, pero para este artículo nos concentraremos en la mirada de los intelectuales que se inscribirán en el progresismo. 

3 Esta pequeña trayectoria busca explicar la pertinencia de estos autores para pensar la disputa por el sentido del progresismo que plantean. Para ahondar en la conformación del campo intelectual y sus ersas trayectorias y procesos, pueden verse, entre otros, los trabajos de Altamirano (2005 y 2010), Retamozo (2012) y Tarcus (2007).

4 En ese aspecto, una hipótesis a profundizar en otros trabajos tiene que ver con que los sectores vinculados al liberal conservadurismo se acercarán a estas lecturas y las articularán en uno de los tópicos compartidos que es la reacción frente a lo que denominan populismo.

5 La cuestión de la hegemonía desde la perspectiva de Laclau puede ampliarse en Howarth (2008) y en Barros (2006). De la extensa obra de Laclau, nos centramos en (Laclau, 1985ª, 1985b, 1994, 1998, 2000, 2002 y 2005).

6 Para ampliar esta temática, puede consultarse Bonano y Nores (2016).

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Enviado: 28/06/2021.
Aceptado: 12/11/2021.

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